Vísperas – Viernes II de Adviento

VÍSPERAS

VIERNES II DE ADVIENTO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven y escucha la súplica ardiente,
ven, Señor, porque ya se hace tarde.

Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.

Ya madura la historia en promesas,
sólo anhela tu pronto regreso;
si el silencio madura la espera,
el amor no soporta el silencio.

Con María, la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de madre,
y reúne a sus hijos en verla,
para juntos poder esperarte.

Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino. Amén.

SALMO 114: ACCIÓN DE GRACIAS

Ant. Arranca, Señor, mi alma de la muerte, mis pies de la caída.

Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida.»

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando y sin fuerzas, me salvó.

Alma mía, recobra tu calma,
que el Señor fue bueno contigo:
arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.

Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Arranca, Señor, mi alma de la muerte, mis pies de la caída.

SALMO 120: EL GUARDIÁN DEL PUEBLO

Ant. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!

LECTURA: 2Pe 3, 8b-9

Para el Señor un día es como mil años, y mi años como un día. No es tardo el Señor en el cumplimiento de sus promesas, como algunos piensan. Lo que hace es aguardaros pacientemente, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos vengáis a arrepentiros.

RESPONSORIO BREVE

R/ Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos
V/ Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos

R/ Que brille tu rostro y nos salve.
V/ Señor Dios de los ejércitos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sacaréis agua con gozo de las fuentes del Salvador.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sacaréis agua con gozo de las fuentes del Salvador.

PRECES

Roguemos a nuestro Redentor, que viene a dar la Buena Noticia a los pobres, y digámosle:

Manifiesta, Señor, tu gloria a los hombres.

Manifiéstate, Señor, a todos los que no te conocen,
— para que también ellos vean tu salvación.

Que tu nombre, Señor, se anuncie hasta los confines de la tierra,
— y que todos los hombres descubran el camino que conduce a ti.

Tú que viniste la vez primera para salvar al mundo,
— ven de nuevo para salvar a los que en ti creen.

Aquella libertad que tu venida dio a los redimidos,
— consérvala y defiéndela siempre con tu poder.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que ya viniste en la carne y vendrás de nuevo a juzgar al mundo,
— da en tu venida el premio eterno a los difuntos.

Llenos del Espíritu de Jesucristo, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, que tu pueblo permanezca en vela aguardando la venida de tu Hijo, para que, siguiendo las enseñanzas de nuestro Salvador, salgamos a su encuentro, cuando él llegue, con las lámparas encendidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Viernes II de Adviento

1.- Introducción.

Señor, quiero amarte y ser generoso en mi entrega diaria, pero muchas veces el miedo, las dudas, las inseguridades e incertidumbres, aprietan mi vida. Por eso, actúo como un niño que no se satisface con nada. Jesús, ¡cuántas veces Tú, en persona, has venido en mis prójimos y yo te he rechazado, por no reconocerte! Ayúdame a madurar mi fe, mi amor y mi entrega, para lanzarme con entusiasmo en tus manos, para cantar cuando tú tocas la flauta, y también llorar, cuando la vida me obliga a entonar cantos de tristeza.

2.- Lectura reposada del evangelio:  Mateo 11, 16-19

¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: «Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado cantos fúnebres, y no os habéis lamentado.» Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: «Demonio tiene.» Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores.» Y la Sabiduría se ha hecho prestigiosa por sus obras.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Juan ni comía ni bebía. Era un verdadero asceta. Vivía en el desierto y hacia grandes sacrificios. Jesús podía haber aceptado ese género de vida y ponerla como modelo para todos sus seguidores. Pero no lo hizo. El Hijo del Hombre come y bebe. Vive una vida normal y participa de los acontecimientos del pueblo. Llora con los que lloran porque han perdido un ser querido y se alegra y participa de las alegrías de una boda. Jesús es un místico. No pone la esencia de la religión en lo que el hombre hace y ofrece a Dios sino en el encuentro vivo con Dios su Padre en una íntima relación de amor y en el encuentro de amistad con los hombres, sus hermanos. No se cansa nunca de hablar de un Dios Padre que es maravilloso y que nos ama siempre, independientemente de lo que nosotros seamos. Podemos pecar una y mil veces y Él siempre está dispuesto a perdonarnos.  El sentirnos amados y perdonados por Dios, debe ser como una fiesta permanente entre nosotros. Pero hay algunos que no se deciden por nada. No quieren la ascética de Juan ni la mística de Jesús. Y así malogran su via.

Palabra autorizada del Papa

“Pero yo no les entiendo, son como aquellos niños: hemos sonado la flauta y no han bailado; hemos cantado un lamento y no han llorado ¿Pero qué quieren? ¡Queremos salvarnos como nos gusta! Es siempre este el cierre al mundo de Dios […] No confundamos ‘libertad’ con ‘autonomía’, elegir la salvación que consideramos sea aquella ‘justa’. ¿Creo que Jesús sea el Maestro que nos enseña la salvación? ¿O por el contrario voy por todas partes para alquilar a un gurú que me enseñe otra? ¿Un camino más seguro o me refugio bajo el techo de las prescripciones y de tantos mandamientos confeccionados por los hombres? Y así me siento seguro, y con esta seguridad -es un poco duro decirlo- compro mi salvación, y que Jesús da gratuitamente con la gratitud de Dios. Hoy nos hará bien ponernos estas preguntas. Y la última: ¿yo me resisto a la salvación de Jesús?” (Cf Homilía de S.S. Francisco, 3 de octubre de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice a mí este texto ahora que he reflexionado sobre él. (Guardo silencio).  

5.-Propósito. Hoy me propongo ser decidido y valiente para entrar ya de una vez para siempre en el juego de Dios.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, quiero agradecerte todos los beneficios que tu inefable bondad me da cada día y en cada momento. Me siento abrumado por tanto derroche de amor. Yo quiero repartir con mis hermanos tu vida exuberante, tus detalles que tienes conmigo. Que yo sea detallista también con las personas con quieres convivo. Que mi vida sea sencilla, normal, sin milagros. ¿Puede existir milagro mayor que el milagro del amor?

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Comentario – Viernes II de Adviento

(Mt 11, 16-19)

Aquí tenemos otro texto que nos muestra una característica importante de la vida terrena de Jesús. Él no era un asceta sacrificado, un modelo lejano de perfección, un profeta absorto en la presencia divina, como Juan el Bautista.

Jesús era criticado más bien por ser un comilón y un borracho, y amigo de la gente despreciable. La figura de Jesús que nos muestra este texto es la de un Dios que no sólo se hace hombre, sino que se mete completamente en el mundo, que no tiene miedo de juntarse con cualquiera, que camina por los callejones de los pecadores, que trata con las prostitutas ante la mirada acusadora de los moralistas, que sale a comer y a beber con los rechazados por la sociedad.

Es fascinante descubrir que el Hijo de Dios, que estaba por encima de todo, decidiera con amor hacerse uno más de nosotros, uno del montón, un hijo de nuestra tierra mezclado con cualquiera de nosotros.

Para él todos somos importantes, no hay ninguno excluido de su visita; para él todos son signos de que él se acerque a su casa y comparta su intimidad.

Verdaderamente Jesús compartió y comparte nuestra vida pequeña en todo, menos en el pecado. No era una suerte de puritano que quería aparecer en la sociedad como modelo de pura sobriedad, de áspera renuncia y de perfección, sino un enamorado del ser humano, que quería vivir hasta el fondo la existencia del hombre y acercarse como nadie al hermano caído.

Por eso no tiene sentido escapar de él cuando nos hemos sumergido en la miseria, precisamente cuando él más nos está buscando.

Oración:

“Qué admirable y qué maravilloso es ver que te acusaban de mezclarte con los despreciables. Qué golpe para nuestra preocupación enfermiza por la imagen y por el qué dirán. Dame Jesús, ese comprometido amor al pobre y al pecador que te llevaba a compartir sus vidas hasta el fondo para poder darles amor y acercarlos a la luz”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

38. Al revisar los libros litúrgicos, salvada la unidad sustancial del rito romano, se admitirán variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones, y se tendrá esto en cuenta oportunamente al establecer la estructura de los ritos y las rúbricas.

Misa del domingo: misa con niños

SALUDO

Dios Padre que nos llena de alegría con el nacimiento de Jesús, y la fuerza de su Espíritu que nos envía a ser testigos de la Luz, esté con todos nosotros.

ENTRADA

Hermanos, en medio del Adviento la Palabra de Dios nos muestra la figura de Juan el Bautista, el hombre enviado por Dios para reconocer que en Jesús se cumplen todas las esperanzas humanas. Juan abre el Nuevo Testamento, el tiempo en que queda inaugurado el Reino de Dios. Si siempre, a lo largo de toda la Historia de Salvación, Dios se muestra  cer­cano y envía profetas a los suyos, ahora envía a su propio Hijo. Ya no queda, pues, espacio para la duda ni el temor: ha llegado la Buena Noticia a los que sufren. Ya no podernos predicarnos a nosotros mismos pues lo más importante es Jesús. Seguimos en Adviento.

Que la Eucaristía haga más fuerte nuestro deseo y grito: ¡Ven, Señor Jesús!

ACTO PENITENCIAL

No cabe el pesar cuando esperamos que la Luz de Dios disipe nues­tra oscuridad. Pidamos perdón:

– Tú, que nos has ungido para dar la Buena Noticia a los que sufren. SEÑOR, TEN PIEDAD.

– Tú, que nos llamas a ser constantes en la oración y en el trabajo por el Reino. CRISTO, TEN PIEDAD.

– Tú, que nos llamas a ser tus testigos en un mundo necesitado de amor y de paz. SEÑOR, TEN PIEDAD.

Oración: Padre, escúchanos y ten piedad. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACIÓN COLECTA

Dios Padre nuestro, que en Jesús nos haces hijos tuyos, y nos enví­as al mundo para ser testigos de la Luz; te rogamos que nos hagas ser en la vida personas entregadas y activas que, buscando la paz y el bien de todos, hagamos creíble la Buena Noticia a los que más sufren y necesitan de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.

LECTURA PROFÉTICA

Dios se deja ayudar por la pequeñez humana. Por eso el trabajo del profeta, además de suyo, es sobre todo del mismo Dios que le ha ungido y llenado de alegría para llevar su Buena Noticia, y no a cualquicra, sino a los pobres y a los que sufren. Esta Palabra de Dios por medio del pro­feta está destinada a levantar el ánimo y la esperanza.

LECTURA APOSTÓLICA

Pablo anima a los cristianos de Tesalónica a tener un modo de vida marcado por la alegría que viene de Dios Padre. Alegría, oración, Euca­ristía, aprecio de la profecía, vida en el Espíritu…, son modos concretos de vivir la grandeza de nuestro ser cristiano.

LECTURA EVANGÉLICA

Como signo visible de querer estar preparado para el Señor que viene, Juan bautiza en el Jordán. El sabe  bien que su misión es preparar, alla­nar cl camino. El protagonista siempre  es la Luz, de la que Juan es el  testigo. Su mensaje sigue siendo  una clara llamada a la vigilancia, a estar preparados. Solo Jesús es la Luz, es el Señor.

ORACIÓN DE LOS FIELES

Mientras esperamos la venida definitiva del Señor, oremos con confianza diciendo: VEN, SEÑOR JESÚS.

  1. Para que toda la Iglesia, todos los cristianos, sepamos renovarnos para recibir al Señor que viene a nosotros. OREMOS:
  2. Para que los padres y madres cristianos sean siempre para sus hijos ejemplo de amor mutuo, de generosidad con los pobres, y de fe en Jesús. OREMOS:
  3. Para que en el mundo crezca la justicia; para que la riqueza no quede en manos de unos pocos, sino que llegue a todos, como Dios quiere. OREMOS:
  4. Para que los buenos deseos que todos manifestamos estos días se conviertan en compromiso de vida para todo el año. OREMOS:
  5. Para que en todas las circunstancias de la vida, pase lo que pase, no dejemos nunca de confiar en el Señor. OREMOS:

Escucha, Señor, nuestras oraciones y ven a salvarnos. Tú, que vives y reinas por los siglos.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

AI presentarte, Señor, estas ofrendas. te rogamos que ellas ali­menten nuestro cuerpo y nuestro espíritu, nos transformen para que obremos según tu voluntad, y nos hagan conocer la Luz que nos alurnbra y da sentido a nuestras vidas. Por Jesucristo.

Prefacio I de Adviento

PREFACIO

En verdad necesitamos darte gracias y glorificarte. Señor; darte gra­cias por todo lo creado, y en especial hoy por todas las personas, profetas anunciadores de la verdad y la alegría, que con su vida gritan a nuestra conciencia dormida e instalada en las seguridades de la vida. Darte gra­cias por quienes con su modo de actuar, preparan el camino al Señor, haciendo frente a la intolerancia, el desamor y la injusticia. Darte gracias por  Jesús, manifcstacicín plena del Amor que nos tienes.

Haz, Señor, que nucstra vida sea un continuo canto de alabanza y que en todo podamos glorificarte como ahora haccmos con este himno en tu honor: Santo, Santo, Santo…

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNION

Llegue a Ti, Señor, nuestra acción de gracias, sobre todo por Jesús que nos trae tu Amor, haz que en nuestra vida, llena de esperanza y ale­gría, anunciemos siempre tu Reino, donde los hombres viven como her­manos donde la paz es una realidad gozosa. Por Jesucristo.

Misa del domingo

«Estén siempre alegres en el Señor; se los repito, estén alegres. El Señor está cerca» (Flp 4, 4-5).

Con estas palabras el Apóstol San Pablo exhortaba a los cristianos de Filipo a mantener viva la alegría que se alimenta de la conciencia de que el Señor está cerca, de la esperanza de su triunfo definitivo cuando Él venga glorioso al final de los tiempos.

Es la misma invitación que hace a los cristianos de Tesalónica: «Estén siempre alegres» (Segunda lectura). Esta alegría cristiana que se nutre de la esperanza en el fiel cumplimiento de las promesas de Cristo debe ir acompañada de la oración constante, de una ininterrumpida acción de gracias a Dios, de un reverente cuidado por mantener vivo el fuego del Espíritu en los corazones, de un discernimiento continuo que lleva a rechazar el mal y hacer el bien. Manteniendo estas actitudes el cristiano es santificado por Dios, que lo conservar íntegro «hasta [el día de] la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1Tes 5, 23).

En vez del Salmo responsorial la liturgia de este Domingo nos invita a asociarnos al Cántico de María, conocido como el “Magníficat”. En este Cántico María expresa ante Isabel todo su gozo y júbilo por la presencia de Dios en medio de su pueblo: Ella misma, elegida por Dios y gracias a su “sí” generoso y valiente, se ha convertido en Arca de la Nueva Alianza, la Virgen Madre Portadora del Emmanuel, Dios-con-nosotros (ver Is 7,14).

María «desborda de gozo con el Señor» (ver Primera Lectura). Ella, la «llena de gracia» (Lc 1,28), se alegra con un gozo inefable, porque «el Señor está contigo» (Lc 1,28), y porque en Ella se cumplen las promesas mesiánicas, las promesas que Dios había hecho a su pueblo de enviar a un Mesías Salvador. A ella se dirige la invitación a una alegría desbordante, porque Dios en Ella ha tomado carne, porque Dios en Ella se ha hecho hombre para salvar «a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21): «¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey…» (Zac 9,9)

La alegría por la presencia del Señor es eminentemente difusiva y se torna ansia comunicativa. Isabel es receptora de aquella intensa alegría que María irradia y proclama en el momento del encuentro, y lo es también el niño que ella llevaba en sus entrañas: «en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41).

Aquel niño es Juan, aquél que en los designios de Dios tendrá una singular misión: «a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc 1,15-17, ver vv. 67-76).

Juan vivió en el desierto hasta que llegó «el día de su manifestación a Israel» (Lc 1, 80): entonces «fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: “Voz del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios”» (Lc 3, 1-6).

Juan, el mayor entre todos los profetas (ver Lc 7, 28), estaba llamado a preparar la llegada del Mesías. Por su mensaje y su porte moral llegó a ser un personaje importante e influyente. Algunos llegaron a pensar incluso que él podía ser el Mesías esperado (ver Lc 3, 15). Sin embargo, al ser preguntado, «Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”» (Evangelio). Al continuar el cuestionamiento, negó que fuese “Elías” o “el Profeta”.

La fama y la grandeza no cegaron a Juan. Él sabía bien que detrás de él venía «el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias» (Lc 3, 16). Él sabía muy bien que él no era el Mesías, pero que el Mesías ya estaba entre ellos: «en medio de ustedes hay uno que no conocen, que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia». En Él Dios se ha acercado a su pueblo de un modo impensado: el Señor Jesús es Dios mismo que se ha hecho hombre para redimir y reconciliar a la humanidad entera. Juan tan sólo es su Precursor, el que invita a todos a convertirse del mal al bien, a enderezar las sendas y preparar los caminos para su llegada.

 

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

En esta tercera semana de Adviento la Iglesia, haciendo eco de la exhortación del apóstol Pablo, quiere despertar en todos sus hijos e hijas sentimientos de profunda alegría: «¡Estén siempre alegres!» (1Tes 5,16; Flp 4,4).

La causa de esta alegría es la conciencia de que «el Señor está cerca» (Flp 4,5). Sí, la razón de la alegría que debe inundar hoy y cada día a los cristianos es la certeza de que el Señor “está cerca”, es decir, que se ha acercado a nosotros de una manera inaudita, que en Jesucristo se ha hecho hombre por amor a nosotros, y que el mismo que murió en la Cruz para reconciliarnos, resucitó al tercer día y subió a los Cielos, volverá con gloria y poder al final de los tiempos. Esa esperanza, la esperanza de que Cristo cumplirá sus promesas y nos hará partícipes de su mismo triunfo sobre el pecado y la muerte, es la que debe nutrir cada día nuestra alegría y gozo, aún en medio de las situaciones más duras o dolorosas por las que podamos atravesar algún día o estemos atravesando actualmente.

Mas para que esta alegría nos inunde, permanezca siempre en nosotros y se irradie a los demás no basta con tomar conciencia de que Dios se ha acercado a nosotros haciéndose uno como nosotros, y que vendrá con gloria al final de los tiempos: es necesario también que cada cual salga a su encuentro para acogerlo en “su casa”, en lo íntimo de su ser, que cada cual se deje iluminar y trasformar por Cristo en el hoy de su existencia.

¡Qué importante es dejarnos “alcanzar” e iluminar por Cristo! Es de esta Luz de la que vino a dar testimonio Juan el Bautista: Jesucristo, el Hijo del Padre, Dios y hombre perfecto, es «la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9). Sólo en Cristo «se aclara verdaderamente el misterio del hombre», sólo Él «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación» (Gaudium et spes, 22). Sólo iluminados por Él podemos responder plenamente a la pregunta dirigida entonces al Bautista, dirigida hoy también a cada uno de nosotros: Y tú, ¿quién eres? ¿Qué dices tú de ti mismo, de ti misma?

Sólo quien responde adecuadamente a la pregunta sobre su propia identidad puede comprender también cuál es su misión en el mundo y puede así, con la fuerza del Señor, recorrer el camino que conduce a su plena realización humana y aportar decisivamente al cambio del mundo, a la construcción de una Civilización del Amor.

Conoce su verdadera identidad quien conoce a Cristo. Se realiza verdaderamente como hombre, como mujer, quien aprende de Cristo, quien se asemeja a Él por el amor, quien modela su vida en quien es el Hombre perfecto, modelo y maestro de auténtica y plena humanidad. ¿Quieres ser feliz? ¿Quieres encontrar la alegría plena (ver Jn 15,11) que nada ni nadie pueda arrebatarte jamás (ver Jn 16,22)? Sólo en Él podemos comprender plenamente el misterio insondable que somos cada uno de nosotros, así como el camino que conduce a nuestra realización como seres humanos, como personas, como hombres o mujeres que somos. Si creces día a día en tu amoroso conocimiento del Señor Jesús, si junto con ese conocimiento de la identidad y persona de Jesucristo creces también en tu amor a Él, ten la certeza de que también crecerás en un auténtico conocimiento de ti mismo, de ti misma, y que en ese conocimiento descubrirás la inmensa grandeza de tu vida así como la grandiosa misión que Dios en su amorosa providencia te tiene reservada.

Una vez conocida tu identidad y misión, fortalecido con la gracia de Dios y perseverando siempre en la oración, esfuérzate día a día en ser lo que estás llamado a ser. Entonces, aún cuando ello signifique abrazarte a la cruz, conocerás lo que es la verdadera alegría cristiana y humana, alegría de la que tú debes dar testimonio a tantos en esta Navidad y más allá de esta Navidad, cada día de tu vida. Al irradiar la alegría que nos viene de la presencia del Señor en nosotros, muchos, que andan tan frustrados por no encontrar en el mundo una alegría que sea duradera, se dirán a sí mismos: “¡yo también quiero esa alegría para mí, esa alegría que veo en ti!” La alegría que irradies puede arrastrar a muchos al encuentro con el Señor, fuente y causa de nuestra alegría.

Así como el Bautista tú también estás llamado a preparar el camino al Señor irradiando la alegría que es fruto del encuentro con Cristo, de Él que viene a ti de diversos modos y de ti que te haces sensible a su presencia, que lo acoges, que escuchas lo que te dice y lo pones por obra. Con esa alegría que procede del encuentro cotidiano con el Señor, procura mostrarte siempre alegre en todo lo que hagas (ver 1Tes 5,16; 2Cor 6,10).

La luz

Señor, dame la valentía de ponerme en camino,
en el camino de arriesgar la vida por ti,
para poder saborear
el gozo desbordante de gastarme en tu servicio.
Dame, Señor, alas para volar y pies para caminar
al encuentro de mis hermanos y hermanas.

Dame capacidad de entrega, Señor,
entrega para “dar la vida”
desde la vida, la de cada día.
Infúndenos, Señor, el deseo de darnos y entregarnos,
de dejar la vida en el servicio a los más vulnerables.

Señor, haznos constructores de tu vida,
propagadores de tu reino.
Ayúdanos a poner la tienda en las periferias,
en los alejados, en los olvidados, en los descartados
para llevarles el tesoro de tu amor que salva.

Haznos, Señor, dóciles a tu Espíritu
para ser conducidos a dar la vida desde la cruz,
desde la vida que brota cuando el grano muere en la tierra,
desde la vida que germina cuando uno se olvida de sí
y se vuelca en el bien de sus hermanos.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Viernes II de Adviento

Una constante en la relación de Jesús con sus contemporáneos es el lamento por su insensibilidad, aquel defecto de los españoles que M. de Unamuno llamaba “modorra espiritual”. Jesús, con una mirada penetrante, percibe por todas partes y en todo momento la actuación de Dios que introduce una época nueva en la historia del mundo. Y, en consecuencia, llama a la renovación, a percibir la grandeza del momento presente: “Muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros veis y no lo vieron” (Mt 13,17). Le gustaría que al menos sus oyentes tuviesen una sensibilidad y una percepción semejante a la que tiene él. Les pone comparaciones sencillas; hace pocos días leíamos la parábola de la higuera que, con sus nuevas yemas, indica la llegada del verano; y saca la consecuencia: “así vosotros, cuando veáis todas estas cosas, sabed que está cerca, a las puertas” (Mc 13,29). Y les recuerda ejemplos del AT, el de los ninivitas y el de la reina de Saba, cómo reaccionaron ante la predicación de Jonás y la sabiduría de Salomón (Mt 12,41s).

Hoy se nos ofrece la parábola de los chavales aburridos e indolentes, los pasotas que no prestan atención ni a jolgorio ni a lamentos. Jesús la aplica inmediatamente a sus inmovilistas oyentes, que son todavía peores, pues intentan justificar su desidia e indiferencia con malos pretextos: descalifican al asceta por asceta y al divertido por divertido. Es la eterna tentación, la de desautorizar al profeta y sus llamadas, pues la rutina y el pasotismo son más cómodos: “Dejemos al Bautista con su excéntrico ascetismo y a Jesús con sus comidas en malas compañías; nosotros a lo nuestro, a lo de siempre”. Es la actitud de los endurecidos y obcecados que no quieren “complicarse la vida”; pero la están viviendo sin sentido, se la están arruinando.

Como preparación a esa lectura evangélica, el profeta Isaías nos habla de los dos caminos: el que lleva a la perdición y el que lleva a una vida lograda. Es una visión sabia de la vida, sapiencia, aunque nos la ofrezca un profeta; es una llamada a la sensatez. Aparentemente tal llamada llega tarde: “Si hubieras atendido a mis mandatos…”; pero al oyente se concede una nueva oportunidad: “te marco el camino a seguir”. Y en el salmo hemos confesado que queremos vivir esa sensatez: “no vayamos a la reunión de los cínicos, meditemos día y noche el proyecto del Señor”, para que nuestra vida no sea “paja que arrebata el viento”, sino que tenga consistencia.

El Adviento es una llamada a comenzar de nuevo, a tomar la propia vida en las manos y decidir qué deseamos hacer con ella. No dejemos pasar la ocasión, ni seamos fáciles en buscar pretextos para permanecer en la “modorra espiritual”. Que a nosotros se nos pueda aplicar el estribillo del salmo: “el que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida”.

Severiano Blanco cmf