Vísperas – San Juan de la Cruz

VÍSPERAS

SAN JUAN DE LA CRUZ, presbítero y doctor de la Iglesia

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Verbo de Dios, eterna luz divina,
fuente eternal de toda verdad pura,
gloria de Dios que el cosmos ilumina,
antorcha toda luz en noche oscura.

Palabra eternamente pronunciada
en la mente del Padre sin principio,
que en el tiempo a los hombres nos fue dada,
de la Virgen María, hecha Hijo.

Las tinieblas de muerte y de pecado
en que yacía el hombre, así vencido,
su verdad y su luz han disipado,
con su vida y su muerte ha redimido.

No dejéis de brillar, faros divinos,
con destellos de luz que Dios envía,
proclamad la verdad en los caminos
de los hombres y pueblos,
sed su gloria. Amén.

 

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Soy ministro del Evangelio por el don de la gracia de Dios.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Soy ministro del Evangelio por el don de la gracia de Dios.

SALMO 111

Ant. Éste es el criado fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre.

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Éste es el criado fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre.

CÁNTICO del APOCALIPSIS

Ant. Mis ovejas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mis ovejas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

LECTURA: St 3, 17-18

La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante y sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia.

RESPONSORIO BREVE

R/ En la asamblea le da la palabra.
V/ En la asamblea le da la palabra.

R/ Lo llena de espíritu, sabiduría e inteligencia.
V/ Le da la palabra.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ En la asamblea le da la palabra.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Oh doctor admirable, luz de la Iglesia santa, bienaventurado San Juan de la Cruz, fiel cumplidor de la ley, ruega por nosotros al Hijo de Dios.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oh doctor admirable, luz de la Iglesia santa, bienaventurado San Juan de la Cruz, fiel cumplidor de la ley, ruega por nosotros al Hijo de Dios.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, constituido pontífice a favor de los hombres, en lo que se refiere a Dios, y supliquémosle humildemente diciendo:

            Salva a tu pueblo, Señor.

Tú que, por medio de pastores santos y eximios, has hecho resplandecer de modo admirable a tu Iglesia,
— haz que los cristianos se alegren siempre de ese resplandor.

Tú que, cuando los santos pastores te suplicaban, con Moisés, perdonaste los pecados del pueblo,
— santifica, por su intercesión, a tu Iglesia con  una purificación continua.

Tú que, en medio de los fieles, consagraste a los santos pastores y, por tu Espíritu, los dirigiste,
— llena del Espíritu Santo a todos los que rigen a tu pueblo.

Tú que fuiste el lote y la heredad de los santos pastores,
— no permitas que ninguno de los que fueron adquiridos por tu sangre esté alejado de ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que, por medio de los pastores de la Iglesia, das la vida eterna a tus ovejas que para nadie las arrebate de tu mano,
— salva a los difuntos, por quienes entregaste tu vida.

Unidos fraternalmente, como hermanos de una misma familia, invoquemos a nuestro padre:
Padre nuestro…

ORACION

Dios, Padre nuestro, que hiciste a tu presbítero san Juan de la Cruz modelo perfecto de negación de sí mismo y de amor a la cruz, ayúdanos a imitar su vida en la tierra para llegar a gozar de tu tierra en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes III de Adviento

1.-Oración introductoria.

Señor, gracias porque no te gustan las caretas, las fachadas, las trastiendas. Y menos te agradan las palabras fingidas, las que no llevan a las obras. Aceptas las obras del hijo que, en un momento, tiene contigo malos modales, malas contestaciones, pero después tiene buen corazón y cumple tu voluntad. Lo comprendes y lo perdonas. En este mundo nuestro, ¡sobran palabras! ¡faltan obras!   

2.- Lectura reposada del evangelio. Mateo 21, 28-32

«Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. Y él respondió: ´No quiero´, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ´Voy, Señor´, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» – «El primero» – le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él.

3.- Qué dice el texto.


Meditación-reflexión

Jesús no acepta a estas personas de buenos modales, de exquisita reputación, de méritos acumulados y que se limitan a tener buenos discursos y bonitas palabras. “Por los frutos los conoceréis”. Por eso rechaza la respuesta perfecta del hijo segundo. En cambio acepta las obras del primero aunque sus palabras hayan sido de rechazo. Y quiere reforzar su pensamiento con unas palabras que, aún hoy, nos parecen escandalosas. En nuestros esquemas mentales, que no difieren mucho de los de los contemporáneos de Jesús, no cabe otro orden que el establecido por las leyes o normas de una institución religiosa. Pues bien, Jesús se saltó todas esas instancias y mediaciones con su enseñanza y conducta. Lo que Jesús hizo con los proscritos, los marginados y los despreciados no nació de una ocurrencia irreverente. La conducta de Jesús fue fruto de su fe, de su especial relación con Dios como Padre. Es el Padre el que quiere “que todos los hombres se salven”. Le da igual que sean negros que blancos; judíos o extranjeros; sabios o ignorantes; hombres o mujeres; pecadores o justos.  Es el Padre el que ama a todos porque le nace de dentro el amor y la misericordia. Lo que dijo de las prostitutas y los pecadores (que «los precederán en el Reino de los cielos») se refería a la condición de estas personas que, en medio de sus inmensas limitaciones, son capaces de vivir valores del Reino que la sociedad tan rígidamente organizada, no está en condiciones de asumir, ni está dispuesta a cambiar.

Palabra autorizada del Papa

“Jesús atrae nuestra voluntad, que se opone a la voluntad de Dios, que busca la autonomía, atrae esta voluntad nuestra a lo alto, hacia la voluntad de Dios. Este es el drama de nuestra redención, que Jesús atrae a lo alto nuestra voluntad, toda nuestra aversión contra la voluntad de Dios y nuestra aversión contra la muerte y el pecado, y la une con la voluntad del Padre: «No se haga mi voluntad sino la tuya”. En esta transformación del «no» en «sí», en esta inserción de la voluntad de la criatura en la voluntad del Padre, Él transforma la humanidad y nos redime. Y nos invita a entrar en este movimiento suyo: salir de nuestro «no» y entrar en el «sí» del Hijo. Mi voluntad existe, pero la decisiva es la voluntad del Padre, porque ésta es la verdad y el amor”. (Benedicto XVI, 20 de abril de 2011).

4.- Qué me dice a mí ahora este texto que acabo de meditar. (Guardo silencio).

5.-Propósito: Un día sin palabras. Un día de sólo hechos.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Señor, por el privilegio de poder trabajar en tu viña. Mi anhelo es estar siempre a tu servicio y colaborar contigo en la evangelización. Me has enriquecido con muchos talentos que puedo poner al servicio de la Iglesia y de los demás. No permitas que mi miopía, mi egoísmo y amor propio me hagan avaro, indiferente o sordo a la invitación que diariamente me haces de colaborar en la extensión de tu Reino. Un Reino universal que abarca a hombres y mujeres, aunque éstas sean prostitutas.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Hágase en mí según tu palabra

María, la agraciada del Señor

Una sencilla y humilde muchacha nazarena, conturbada y temblorosa ante la sorpresiva presencia del ángel, a la vez que imantada por su saludo: el Señor está contigo; no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Desposada con José, de la casa de David, pero llamada a compartir con él un proyecto de vida que trascendía todas sus aspiraciones: al hijo que vas a concebir le llamarás Jesús, será el descendiente de la dinastía de David anunciado por los profetas, el Hijo del Altísimo, cuyo reino no tendrá fin.

Absorta y ensimismada, María meditaba y sopesaba las palabras del ángel: ¿tal sería su dignidad?; ¿cómo podía ser así siendo ella virgen, prometida a José pero sin convivir todavía con él? La respuesta del ángel, desbordando todos sus sueños, le remite al poder del Espíritu actuando en las Escrituras, el mismo que ahora fecundará su seno virginal: el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. Como señal de que nada es imposible para Dios, ahí estaba el embarazo de su prima Isabel, la estéril.

Identificada con la Palabra de Dios (en la Anunciación del Beato Angélico aparece con un libro en su regazo; su Magníficat será un canto tejido de textos de la Escritura), María captó perfectamente el mensaje del ángel y no dudó en dar un paso adelante: hágase en mí según tu palabra.

Envueltos y arropados por el misterio

El sobrio lienzo teológico hilvanado por Lucas en base a textos proféticos del Antiguo Testamento recoge la fe firme e inquebrantable de los primeros cristianos en la misteriosa encarnación de Jesús, desvelada a la luz de las Escrituras. Un texto en el que el evangelista nos deja también la impronta de su recia y peculiar espiritualidad: es el Espíritu de Dios quien lleva la iniciativa y dirige los hilos de la historia, si bien sirviéndose de personas atentas y dóciles a su llamada (Juan el Bautista, María, Isabel, Zacarías, el anciano Simeón). En otras palabras, una historia enmarcada en la trascendencia insondable de un Dios necesitado de la colaboración humana para llevar a cabo sus providentes designios. Es en el encuentro amistoso de la interioridad, no en el fastuoso templo que quería construirle David (1ª lectura), donde Dios encuentra su casa, como ocurrió con María.

De ahí el jubiloso canto de alabanza en que prorrumpe, agradecido, el corazón humano acompañando a María en su Magníficat. La alta cristología que condensa la escena evangélica de la Anunciación, cargada de resonancias bíblicas, nos introduce en el insondable misterio del niño que va a nacer, “concebido por obra y gracia del Espíritu Santo” (Credo). Nada extraño, pues, que el apóstol Pablo, en la doxología final de su carta a los romanos (2ª lect.), prorrumpiera igualmente en un cántico de alabanza porque el proyecto salvífico de Dios, oculto desde la eternidad, ha sido ahora revelado en Cristo: revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente por las Escrituras que lo predicen.  

La vida no es un problema para ser resuelto; es un misterio para ser vivido

Sólo nos queda sumarnos al salmista en alabanza a la gloria de Dios, pues firme es el amor de su alianza con nosotros (Responsorio); recogernos con María, envuelta y transfigurada por el misterio. La celebración de la cercana Navidad puede ser sin duda un momento propicio para renovar y actualizar la alianza de Dios con su pueblo en “la tienda del encuentro”. Es Él quien toma la iniciativa a la espera de un regazo cálido, como el de María, dispuesto y decidido a dar un sí gozoso y esperanzado a la propuesta del mensajero divino. Con temor y temblor, desbordados por el misterio, pero con la indefectible confianza de quien asiente a la Palabra de un Dios fiel a sus promesas.

Es la actitud reflexiva y contemplativa de María acogiendo la palabra del ángel la que le permite fecundar el fruto de sus entrañas. Como el rey David, soñamos a veces con grandes proyectos. Sin embargo, la Virgen de la Anunciación nos lleva por otros caminos: María, llena de fe, al responder: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí lo que dices’, concibió a Cristo en su mente y en su corazón antes que en su seno virginal(San Agustín)

Fray Juan Huarte Osácar

Comentario – Lunes III de Adviento

(Mt 21, 23-27)

Aquí aparece Jesús enseñando en el templo. Y todo profeta que comenzaba a enseñar en el templo sabía que eso podía traerle problemas, ya que el templo era un espacio donde dominaban los sacerdotes, y ellos controlaban a todo el que entrara a predicar allí. Por eso, a partir de ese momento comienza una especie de interrogatorio oficial para que Jesús demostrara que era un auténtico profeta, enviado por Dios.

Pero como Jesús sabía que en realidad no lo toleraban porque su fama era grande en el pueblo, y que nada que les dijera podría convencerlos, entonces daba respuestas que desorientaban y le permitían, al menos por un tiempo, seguir enseñando.

Se manifiesta así uno de los aspectos de la misión de Jesús: el de maestro, profeta y catequista. Y por eso es bueno que nos preguntemos cómo nos colocamos nosotros frente al Jesús que enseña, con qué actitud lo escuchamos, con qué deseos buscamos su enseñanza, con qué sinceridad tratamos de cumplir su Palabra.

Para dejarnos enseñar por él en primer lugar tenemos que reconocer que no tenemos toda la verdad, que todavía tenemos algo que aprender, que el camino que ya hemos hecho en la vida cristiana todavía no es suficiente.

Él, que es el Maestro, no tolera discípulos que ya no quisieran hacer un camino, o que sienten que ya lo saben todo.

Nadie que quiera seguir a Jesús puede creer que solamente tiene que enseñar a los demás, que ya no necesita recibir, porque ante él todos somos discípulos.

Oración:

“Dame la gracia de reconocerte como Maestro, Señor, para que mi vida se transforme con tu Palabra. Moviliza mi corazón y todo mi ser con tu enseñanza, y no permitas que mis preguntas sean excusas para hacerte desaparecer de mi vida”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

Vida litúrgica parroquial

42. Como no lo es posible al Obispo, siempre y en todas partes, presidir personalmente en su Iglesia a toda su grey, debe por necesidad erigir diversas comunidades de fieles. Entre ellas sobresalen las parroquias, distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del Obispo, ya que de alguna manera representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe.

De aquí la necesidad de fomentar teórica y prácticamente entre los fieles y el clero la vida litúrgica parroquial y su relación con el Obispo. Hay que trabajar para que florezca el sentido comunitario parroquial, sobre todo en la celebración común de la Misa dominical.

Homilía – Domingo IV de Adviento

1

¿Un domingo «mariano»?

El domingo 4 de Adviento tiene —cada año con lecturas distintas— un claro color mariano. Es como el preludio de la próxima Natividad del Señor. En este ciclo B, el evangelio es la anunciación del ángel a María.

El recuerdo de la Madre no interrumpe ciertamente el ritmo del Adviento ni la dinámica de la preparación a la Navidad. María fue la que mejor vivió el Adviento y la Navidad: ella, la que aceptó el plan de Dios sobre su vida, la que «le esperó con inefable amor de Madre» (prefacio II), ella, la nueva Eva, en la que «la maternidad se abre al don de una vida nueva» (prefacio IV). Ella puede ayudarnos a vivir la Navidad con mayor profundidad desde nuestra fe, acogiendo a Dios en nuestra vida con el mismo amor y la misma fe que ella.

La gente está estos días más bien preocupada de visitar los supermercados, adquiriendo comida, bebida y regalos para estos días, obediente a los reclamos de la sociedad de consumo. Los cristianos, que también preparamos humanamente la fiesta, nos preparamos además, nos preparamos a celebrar espiritualmente la Navidad como la gran fiesta de un Dios que se ha querido hacer Dios-con-nosotros.

 

2 Samuel 7, 1-5.8-12.14-16. El reino de David durará por siempre en la presencia del Señor

David fue uno de los personajes más importantes de la historia de Israel. Una vez que los israelitas, establecidos ya en la tierra prometida, consiguieron que Samuel proclamara la monarquía, por la que suspiraban para imitar a los pueblos vecinos, el primer rey fue Saúl, pero el más famoso fue el segundo, David.

Una idea que a David le pareció piadosa, una vez conseguida la paz y la unidad de las tribus del Norte y del Sur en un único Reino, fue la de construir un Templo al Señor. Pero Dios, por medio del profeta Natán, le dice que no va a ser él, David, quien erija una «casa» a Dios, que no la necesita, sino Dios quien erija una «casa» o dinastía perpetua a David y sus descendientes. De ahí deriva la espera mesiánica y «davídica» del pueblo judío, que duró hasta la venida de Jesús, a quien se le llama en el evangelio «hijo de David».

El salmo nos invita a una alabanza agradecida a Dios («cantaré eternamente las misericordias del Señor») y también a recordar la promesa hecha a David («sellé una alianza con mi elegido… te fundaré un linaje perpetuo»).

 

Romanos 16, 25-27. El misterio, mantenido en secreto durante siglos, ahora se ha manifestado

Pablo, hacia el final de su densa carta a los cristianos de Roma, se siente orgulloso de haber sido el designado para anunciar a las naciones el misterio de Cristo, escondido desde los siglos, y ahora revelado para que todos los pueblos lleguen a la fe.

Nos prepara este pasaje, de algún modo, a escuchar con más sentido el relato de la anunciación a la Madre del Mesías.

 

Lucas 1, 26-38. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo

El evangelio de la anunciación del ángel a María lo hemos leído hace poco, en la fiesta de la Inmaculada. Pero es característico también del domingo 4 de Adviento, en este ciclo B. Nunca terminamos de admirar los matices tan significativos de este diálogo salvador entre Dios y la humanidad.

El «sí» de Dios nos alcanza a todos en la persona de esa humilde muchacha de Nazaret. El «sí» de María a Dios también representa de algún modo a todos los que a lo largo de la historia han dicho «sí» a los planes de Dios sobre sus vidas.

El ángel asegura a la Virgen que ahora se cumple radicalmente la promesa de Dios a David sobre el linaje perpetuo que le prepara.

 

2

Dios convierte nuestra historia en Historia de Salvación

El que el pueblo de Israel se estructurara, según sus deseos, finalmente como monarquía, no dependía directamente de Dios, sino de la elección del pueblo, aunque, por cierto, el último «juez», Samuel, aceptó a regañadientes el cambio social que eso suponía.

Pero Dios demostró, como siempre, que, fuera cual fuera la forma de organización social de Israel —ahora finalmente la monarquía— lo importante es que él quería que todo redundase en bien para Israel. La historia, con minúscula, nos la hacemos nosotros, pero Dios la convierte en Historia con mayúscula, en Historia de Salvación.

Lo principal son los planes de Dios, que anuncian a David que su descendencia sería perpetua. Pablo expresa su alegría porque está convencido de que ha llegado la plenitud del tiempo y el misterio de la salvación en Cristo se ha revelado a todas las naciones.

Además, Dios tiene métodos muy sorprendentes para crear esa Historia de Salvación: elige a personas que según los criterios del mundo no parecerían las más adecuadas, pero que con su ayuda han realizado admirablemente la misión que se les encomendaba y han sido colaboradores muy eficaces de la salvación de la humanidad.

Lo de la «dinastía de David» es una de esas decisiones de Dios relacionadas con nuestra historia. María estaba desposada con José, que era precisamente de «la estirpe de David», aunque venido a menos en lo social y en lo económico. Por eso el ángel dijo a María que a su hijo Dios le daría «el trono de David su padre».

Jesús nació de una familia humana. No vino como un ángel extraño a nuestro mundo. El Mesías quiso tener raíces familiares concretas, nombre y apellido. María y José fueron los eslabones más próximos de una cadena que hace que Jesús sea hermano nuestro, arraigado en un pueblo, en una historia.

Esta historia pequeña se convierte en Historia importante: por obra del Espíritu, María va a dar a luz al Hijo de Dios. Jesús será «hijo de David», pero, sobre todo, «Hijo de Dios».

 

Hágase en mí según tu Palabra

Una vez más, haremos bien en detenernos ante el sentido profundo de este diálogo entre Dios y María de Nazaret, por mediación del ángel. Dios nos revela sus planes de salvación, gratuitos y llenos de amor. Y María nos da ejemplo de una docilidad plena. Su aceptación «hágase en mí según tu palabra», se prolonga después en casa de su prima Isabel, en el canto del Magníficat, centrado en lo que ha hecho Dios en ella: «proclama mi alma… se alegra mi espíritu… ha hecho cosas grandes en mí…».

Ahora es a nosotros, a los cristianos del siglo XXI, a quienes el ángel Gabriel nos anuncia lo que hace dos mil años anunció a María de Nazaret: que Dios quiere venir, que quiere nacer en nosotros, para bien de nuestro mundo de hoy.

La iniciativa siempre es de él, no nuestra. David recibió una buena lección de parte de Dios: no somos nosotros, los hombres, los que le hacemos un favor a Dios con nuestro culto (o con la idea de levantar un Templo, cosa que finalmente haría el hijo de David, Salomón), sino que es él, Dios, quien siempre se nos adelanta y nos llena de sus bendiciones. También en nuestro caso es Dios quien toma la iniciativa: se puede decir que el Adviento lo está celebrando él más que nosotros, que es él quien nos está preparando para la Navidad y está deseando «venir» en plenitud a nuestra vida.

Podemos preguntarnos, como preguntó María: ¿cómo puede ser esto? Porque tal vez no acabamos de creer que este mundo tenga remedio y que sea posible su evangelización. La respuesta es la misma que se le dio a ella: con nuestras solas fuerzas, no podremos ni salvar el mundo ni transformarlo, pero con la fuerza del Espíritu de Dios, sí. También a nosotros nos dice el ángel que no tengamos miedo, porque Dios nos ayudará y para él «no hay nada imposible».

Ojalá escuche hoy Dios una respuesta sincera y profunda de nuestra parte: «hágase en mí según tu palabra». Ojalá acojamos sinceramente en nuestra vida ese amor salvador de Dios.

 

Que no falte el Invitado principal

En vísperas ya de la fiesta de Navidad, los cristianos recibimos ánimos de esta Eucaristía para que nos preparemos debidamente a ella.

No se trata tanto de preparar cosas, que también habrá que prepararlas, sino de prepararnos nosotros. María y José no pudieron ofrecer al Hijo ni una cuna hermosa ni una casa limpia para su nacimiento: pero se ofrecieron ellos mismos y le acogieron desde de la fe, que es la mejor acogida.

Que no nos suceda a los cristianos lo que por desgracia parece a veces que pasa con otros: que se acuerdan de todos los detalles de la fiesta, pero tal vez se olvidan del Invitado principal, Dios mismo, y la alegría y la oración y el agradecimiento por la venida del Hijo de Dios a nuestra historia.

Celebrar en cristiano la Navidad es superar la perspectiva de una «fiesta de invierno» o de una «fiesta en familia», que son cosas muy saludables, pero no suficientes. Celebrar la Navidad en cristiano es acoger lo profundo de ese Dios que se hace Dios-con-nosotros y quiere cambiar nuestra historia, de ese Cristo Jesús que se ha hecho nuestro Hermano y que permanece con nosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Lc 1, 26-38 (Evangelio Domingo IV de Adviento)

María, en manos de Dios

III.1. El evangelio de la “anunciación” viene a llenar una laguna, algo que muchos echan de menos en el evangelio de Marcos. Por eso, en el último domingo de Adviento se recurre al tercer evangelio, que es el único que nos habla de María como la auténtica mujer profética que va perfilando, con sus gestos y palabras, lo que posteriormente llevará a cabo su hijo, el Hijo del Altísimo con que se le presenta en la anunciación. Esto ocurre así, en la liturgia de hoy, previa a la Navidad, porque si Juan el Bautista es una figura iniciadora de este tiempo litúrgico, es María la figura que lleva a plenitud el misterio y la actitud del Adviento. El relato de la anunciación de Lucas no se agota en una sola lectura, sino que siempre implica una novedad inagotable. Esta mujer de Nazaret (aldea desconocida hasta entonces en la historia) será llamada por Dios, precisamente para que ese Dios sea el Enmanuel, el Dios con nosotros, el Dios humano. (cf también el comentario a este texto en la Fiesta de la Inmaculada).

III.2. No obstante, Dios no ha querido avasallar desde su grandeza; y, para ser uno de nosotros, ha querido ser aceptado por esta mujer que, en nombre de toda la humanidad, expresa la necesidad de que Dios sea nuestra ayuda desde nuestra propia sensibilidad. El papel de María en esta acción salvadora de Dios no solamente es discreto, sino misterioso. Ella debe entregar todo su ser, toda su feminidad, toda su fama, toda su maternidad al Dios de los hombres. No se le pide un imposible, porque todo es posible para Dios, sino una actitud confiada para que Dios pueda actuar por nosotros, para nosotros. No ha elegido Dios lo grande de este mundo, sino lo pequeño, para estar con nosotros. María es la que hace sensible y humano el Adviento y la Navidad.

III.3. En este texto de la “anunciación” vemos que a diferencia de David, piadosillo, pero interesado, es Dios quien lleva la iniciativa de construirse una “morada”, una casa (bayit), una dinastía, en la casa de María de Nazaret, una mujer del pueblo, de los sin nombre, de los sin historia. El ángel Gabriel que antes había sido “rechazado” de alguna manera en la liturgia solemne del templo por el padre de Juan el Bautista, que era sacerdote, es ahora acogido sencilla y humildemente por una mujer sin título y sin nada. Aquí sí hay respuesta y acogida y aquí Dios se siente como en su casa, porque esta mujer le ha entregado no solamente su fama y su honra, no solamente su seno materno, sino todo su vida y todo su futuro. Es ahora cuando se cumple la profecía de Natán (“Dios le dará el trono de David, su padre”), pero sabemos que será sin dinastía ni títulos reales.

Rom 16, 25-27 (2ª lectura Domingo IV de Adviento)

El evangelio, misterio de salvación de Dios

La segunda lectura es de Romanos, concretamente la “doxología” final, un himno en definitiva, que presenta varias dificultades textuales: algunos manuscritos la sitúan en otro momento (v.g. Rom 14, 23; o Rom 15,33). Incluso, hay autores que piensan que es un remate extraño a la carta a los Romanos, propio de la tradición paulina. Se recurre al «evangelio que proclama», que es el punto focal de toda la carta. Pero el evangelio no es de Pablo, no se lo ha inventado él, sino que se le ha manifestado para darlo a conocer. El evangelio es Jesucristo que revela el misterio de Dios para que todos los pueblos, no solamente el pueblo judío o la Iglesia, sean beneficiarios de los dones divinos. El evangelio debe ser la buena noticia que impregne todos los corazones de los hombres.

En realidad, para entender la densidad de lo que se quiere decir aquí, habría que considerar toda la carta a los Romanos, que es el escrito paulino más consistente de su pensamiento teológico y de su predicación de la gracia salvadora de Dios. En Cristo se revela el misterio de Dios ¿Qué misterio? el de la salvación de todos los hombres, judíos o paganos. Este es el tema fundamental de la carta a los Romanos, y por eso esta doxología o himno final tiene en cuenta toda la teología de la carta a los Romanos, expresada ya desde 1,16-17. En este sentido, pues, el evangelio, que es Jesucristo, nos revela el misterio de la salvación de Dios. Y este evangelio comienza desde que es “hijo de David” (Rom 1,3), es decir, desde la Encarnación y nacimiento de Jesús para lo que nos preparamos en Adviento.

2Sam 7, 1-5.8b-12.14a.16 (1ª lectura Domingo IV de Adviento)

Dios no quiere ser «encerrado»

Se toma hoy la primera lectura del IIº Samuel, que está centrada en la profecía de Natán, el profeta que aconsejó al rey David durante gran parte de su vida; el que le prometió una casa, una dinastía, pero el que también se opone a él cuando sus acciones no eran justas y no las consideraba en el plan de Dios. David había trasladado el Arca de la Alianza hasta Jerusalén, pero quería rematar esta acción religioso-política con la construcción de una «casa» (bayit) para Yahvé. Pero Dios no se lo habría de permitir, según el profeta, quizás porque su proceder no fue digno, como en el caso de Betsabé y de censo del pueblo. No obstante, Dios le promete una dinastía (bayit), que habría de servir, con el tiempo, como resorte ideológico para la teología mesiánica que los profetas elevarían a la categoría más alta, en cuanto el Mesías que habría de venir traería la justicia, la paz y la concordia. Lo que David quería, pero sus caminos eran distintos de lo que Dios quería.

Sabemos, pues, que este texto de hoy es uno de los hitos de esa teología mesiánica que recorre todo el AT. Una teología que no tiene que ver nada con los planteamientos socio-políticos de la monarquía sagrada y su descendencia, ya que Dios no elige, ni se compromete, con un sistema de gobierno, sino que los profetas se valieron de ello como símbolo del «Reino de Dios», acontecimiento de justicia y de paz. En el texto, a pesar de todo, hay una crítica de Dios a estar “encerrado” en una “casa” construida por intereses político-religiosos. Dios quiere y desea algo más humano y más digno. La respuesta, para nosotros los cristianos, la tenemos en el texto del evangelio: Dios se construye una morada en el seno materno de María.

Comentario al evangelio – Lunes III de Adviento

El cetro y la estrella

Balaán, el profeta pagano, contratado para maldecir al pueblo elegido, hace honor a sus propios títulos, y no tiene más remedio que ver los signos de Dios y de escuchar sus Palabras y, en vez de maldecir, bendice. Se ve que también en aquellos tiempos el Espíritu de Dios actuaba fuera de la comunidad de la salvación, y Balaán tiene que rendirse y someterse al espíritu de verdadera profecía que ha tomado posesión de él. Sus palabras de bendición trascienden el momento presente y anuncian un futuro mesiánico, el nacimiento de un rey, que nacerá bajo la luz de una estrella y tomará el cetro del pueblo de Dios.

A veces, hoy como entonces, hay profetas a su pesar, gentes que, aunque hostiles al pueblo de Dios, pronuncian palabras que no pueden no reconocer en él una presencia salvadora de Dios. Así, por ejemplo, incluso los que critican con acritud a los cristianos, echándonos en cara nuestra incoherencia con la fe que profesamos, nos están recordando la excelencia de esta última, exigiéndonos el testimonio que les hurtamos con nuestra mediocridad.

Jesús, nacido bajo el signo de la estrella, es el portador del cetro de la dinastía de David, el Mesías que tenía que venir al mundo, que anunciaron los profetas, incluido el pagano Balaán. El cetro es el signo no de un mero poder externo, que se impone y destruye, sino de una autoridad que emana de la propia persona de Jesús y que él ejerce benéficamente: curando y enseñando (cf. Mt 21, 14. 23), pero también denunciando los abusos en torno al templo (cf. Mt 21, 12-13) y la esterilidad del pueblo elegido (cf. Mt 21, 19-21). Llama la atención el contraste entre el profeta extranjero y pagano, que ve en Israel al pueblo elegido, y los representantes de este mismo pueblo, sacerdotes y ancianos, que se niegan a reconocer la autoridad de Jesús: a diferencia de Balaán, ni ven ni escuchan. Es verdad que la revelación de Dios al hombre se realiza de manera dialogal: Dios habla sin imponer y espera la respuesta por parte del ser humano. Pero el diálogo, para poder realizarse, tiene sus condiciones. La primera es la apertura de espíritu, la segunda, la sinceridad. Es inútil intentar dialogar con quien no está bien dispuesto, con el que se cierra en banda. Son como esos que ni bailan cuando les tocan la flauta, ni lloran cuando les cantan endechas (cf. Mt 11, 17), como los que cuando se expulsa un demonio te llaman poseído (cf. Mt 12, 24). Sin embargo, Jesús no deja de interpelarlos, lanzándoles un desafío que puede ayudarles a entrar en razón, a afrontar su mala fe y, tal vez, a convertirse: la pregunta sobre el Bautista, que no pudieron, ni supieron, ni quisieron contestar, es una llamada a examinarse a sí mismos en su verdadera relación con Dios.

Es algo que nos puede suceder a todos, oímos sin escuchar, vemos signos, sin entender el significado, hacemos de nuestra fe una costumbre, un distintivo cultural, sin el dinamismo vivo de la esperanza y la conversión.

Pero si reconocemos que el Espíritu actúa fuera de la Iglesia, no podemos no reconocer que actúa, con mayor motivo, dentro de ella. Y que en el pueblo de Dios son muchos los que han perfeccionado sus ojos y abierto sus oídos para ver la presencia de Dios y escuchar su Palabra. Hoy celebramos a san Juan de la Cruz, una de las cimas de la experiencia mística, un maestro de vida espiritual que nos ha enseñado a elegir el camino estrecho y empinado que conduce a la cima del Carmelo, a la unión con Dios. En realidad, Dios mismo se ha acercado a nosotros en Jesús, que nos purifica, nos enseña y nos cura. El Adviento es una fuerte llamada a abrir los ojos y los oídos, a escrutar signos y acoger palabras de bendición, a creer profecías, a convertirnos nosotros mismos en profetas que anuncian la venida del Señor, el rey y Mesías que nacerá bajo el signo de una estrella.  

José M. Vegas cmf