Comentario – Domingo IV de Adviento

San Pablo, en su carta a los Romanos, presenta a Cristo Jesús como revelación de un misteriomantenido en secreto durante siglos y manifestado ahora para traer a todos a la obediencia de la fe. El ahora de la manifestación de ese misterio es el ahora de la anunciación del ángel a la Virgen María. Lo anterior había sido pre-figuración profética, pre-anuncio; pero el anuncio del misterio comienza con lo que conocemos propiamente como Anunciación. Por una noticia de la cual es portador un mensajero celeste comienza a manifestarse lo que había permanecido oculto durante siglos. Todo conforme al designio de Dios, que es quien rige los destinos del universo.

Pero semejante manifestación comienza siendo algo muy íntimo y privado, un hecho acaecido en la intimidad y privacidad de una joven de Nazaret; porque el anuncio va dirigido en primer lugar a esa joven nazarena ya desposada (=comprometida) con un hombre llamado José. El nombre de esta joven (y virgen) era María, que recibe la visita del ángel en principio con sorpresa y estando en soledad. Así parecen sugerirlo los textos del relato. ¿Cabe mayor privacidad para la manifestación de un misterio tanto tiempo mantenido en secreto?

Pero ésta es la forma de actuar de Dios en nuestro mundo, tal vez porque no estamos equipados para soportar otro tipo de revelación, o tal vez porque Dios, en su fulgor, desprende tanta luz y calor que nuestros débiles ojos no podrían sostener su visión sin diafragmas o velos amortiguadores. Ésta es quizá la razón por la que su manifestación tenga que ser siempre velada, mediada, transida por lo humano.

Dios se había anunciado entre sombras desde antiguo; pero ahora lo hace con más claridad. Ahora da a conocer su misterio que, no por eso, deja de ser misterio, si bien un misterio dado a conocer. Se trata del misterio de una maternidad virginal, de una concepción por obra del Espíritu Santo; más aún, de la concepción en el seno de una mujer virgen del Hijo de Dios; por tanto, del eternamente engendrado por el Padre y ahora concebido de nuevo para volver a nacer en el mundo con una nueva existencia, una existencia con-nosotros, en carne humana.

Este hecho hace de él el En-manuel, el Dios-con-nosotros. Tal es el misterio que se anuncia: el de la venida en carne del Hijo de Dios: el misterio del Dios-con-nosotrosHacerse hombre significa para Dios su mayor grado de cercanía, pero también su mayor grado de despojamiento: hasta la muerte y muerte de cruz. Pero ésta no era más que una consecuencia de su encarnación.

El destinatario inmediato de este anuncio es una mujer que había encontrado gracia ante Dios, porque había sido colmada de la gracia de Dios; por tanto, una elegida. Y una mujer joven y desposada, es decir, comprometida. La situación de esta mujer, virgen y desposada, le originaba algunos problemas, pero le evitaba otros. Es verdad que su maternidad virginal podía dar lugar a la denuncia del esposo y a las irreparables consecuencias de este acto de repudio, pero el ámbito matrimonial en que se producía podía ser también una buena barrera de protección. En fin, que el hogar conformado por estos jóvenes esposos, María y José, era el espacio ideado por Dios y, por tanto, adecuado para el nacimiento de su Hijo en el mundo.

Pero el anuncio que recibe María no es, en primer término, para que lo transmita a otros, sino para que ella misma se implique con todo su entendimiento y su voluntad en la realización del mismo. A la Virgen se le pide colaboración, prestaciones personales y comprometidas. Se le pide que le preste a Dios su vientre y su sangre para traer al mundo al Salvador, un vientre, es verdad, que era más de su Hacedor que de su poseedora. Sin embargo, Dios tiene la delicadeza de pedirle a su creatura (la Virgen) que le preste algo de sí misma, siendo así que semejante prestación iba a redundar en beneficio de ella misma y de todos sus hermanos de linaje.

Pero prestarle su vientre para el acontecer de esta concepción era entregarle su persona, porque el cuerpo no es separable de la propia voluntad, porque somos una unidad indisoluble de cuerpo y alma, porque el cuerpo es tan nuestro como nuestros pensamientos, deseos o decisiones. En realidad, Dios le estaba pidiendo lo que era suyo (de Él) en espera de que se lo entregara como si fuera de ella.

Y María, que se siente esclava de su Señor, por tanto sin nada que reclamar para sí, se lo entrega; más aún, se entrega enteramente a sí misma. Porque María es consciente de lo que se le pide, de lo inusitado de la propuesta y de lo dificultoso de la realización, aunque para Dios nada sea imposible. Y desde esta conciencia responde: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra: «Aquí están mi vientre y mi voluntad, porque son tuyos, porque yo soy tu esclava, porque te pertenezco enteramente, porque puedes hacer conmigo lo que quieras».

Si aquel misterio era dado a conocer para traer a todos a la obediencia de la fe, la primera en recibir su anuncio había sido ya traída a esta obediencia, como muestran sus palabras: Hágase en mí según tu palabra. ¿Qué mejor actitud de obediencia que la que reflejan estas palabras? La manifestación de este misterio logrará su objetivo cuando consiga de nosotros un acto de obediencia como el de María, cuando traiga a todos a la obediencia de la fe.

 

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo IV de Adviento

I VÍSPERAS

DOMINGO IV de ADVIENTO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.

Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.

Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.

Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida en su vida, su Amor en su amor
serían un día su gracia y su don.

Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Mirad: vendrá el deseado de todos los pueblos, y se llenará de gloria la casa del Señor.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mirad: vendrá el deseado de todos los pueblos, y se llenará de gloria la casa del Señor.

SALMO 129: DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Ven, Señor, y no tardes: persona los pecados de tu pueblo, Israel.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Ven, Señor, y no tardes: persona los pecados de tu pueblo, Israel.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Mirad: se cumple ya el tiempo en el que Dios envía a su Hijo al mundo.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mirad: se cumple ya el tiempo en el que Dios envía a su Hijo al mundo.

LECTURA: 1Ts 5, 23-24

Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

RESPONSORIO BREVE

R/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.
V/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R/ Danos tu Salvación.
V/ Tu misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más.

PRECES
Oremos, hermanos, a Cristo, el Señor, que nació de la Virgen María, y digámosle:

Ven, Señor Jesús.

Hijo unigénito de Dios, que has de venir al mundo como mensajero de la alianza,
— haz que el mundo te reciba y te reconozca.

Tú que, engendrado en el seno del Padre, quisiste hacerte hombre en el seno de María,
— líbranos de la corrupción de la carne.

Tú que, siendo la vida, quisiste experimentar la muerte,
— no permitas que la muerte pueda dañar a tu pueblo.

Tú que, en el día del juicio, traerás contigo la recompensa,
— haz que tu amor sea entonces nuestro premio.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Señor Jesucristo, que por tu muerte socorriste a los muertos,
— escucha las súplicas que te dirigimos por nuestros difuntos.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – 19 de diciembre

1.- Oración introductoria.

Ven, Señor Jesús, porque mi fe vacila ante las dificultades. Me cuesta creer aquello que no entiendo con mi razón. Es lo que le pasó a Zacarías. Por eso quedó mudo.  Aumenta mi fe para creer como María, que se fió plenamente de ti. Ella es nuestro modelo de fe. Ella cantó el Magníficat como premio a su fe. Hay algo más hermoso que el entender: es el fiarse de ti como lo hizo María. Gracias, Señor, por la fe de María nuestra madre.

2.- Lectura reposada del evangelio. Lucas 1, 5-25

Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad. Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Angel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto». Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo». El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablabla por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres».

3.- Qué dice el texto

Meditación-reflexión.

En la intención del Evangelista Lucas está el poner la anunciación de Juan en paralelo con la de Jesús. En las dos hay un Ángel del Señor, un saludo, un temblor del alma y un anuncio. A Zacarías se le propone creer en algo muy difícil: que su mujer Isabel, ya anciana, va a tener un hijo. El piensa que si su mujer, cuando tenía las entrañas jóvenes y en plenas condiciones para la fecundidad, no ha podido tener un hijo. ¿Cómo lo va a tener ahora que las entrañas de Isabel ya están viejas y caducas? Zacarías piensa, razona…y ésa fue su perdición. A la Virgen se le va a proponer algo todavía más difícil: tener un hijo sin intervención de varón. María no razona, sino que cree en la palabra del Ángel, una palabra que viene de Dios. Más tarde la misma Isabel le va a confirmar en esa fe y le va a felicitar por haberse fiado de Dios. Dichosa tú, ¡la creyente! (Lc. 1,45). Esa fe la mantendrá a lo largo de toda su vida. Y es una invitación a que también nosotros la tengamos. Es como decirnos: “Yo siempre me he fiado de Dios” ¡Y me ha ido muy bien! ¡Haced vosotros lo mismo!

Palabra del Papa

«Juan es el don divino por mucho tiempo invocado por sus padres, Zacarías e Isabel; un don inmenso, humanamente inesperado, porque ambos eran de edad avanzada e Isabel era estéril; pero nada es imposible para Dios. El anuncio de este nacimiento se produce en el lugar de la oración, en el templo de Jerusalén, es más, sucede cuando a Zacarías le toca el gran privilegio de entrar en el lugar santísimo del templo para quemar incienso al Señor. También el nacimiento de Juan el Bautista estuvo marcado por la oración: el canto de gozo, de alabanza y de acción de gracias que Zacarías eleva al Señor, y que recitamos cada mañana en los Laudes, el «Benedictus», exalta la acción de Dios en la historia» (Benedicto XVI, 29 de agosto de 2012)

4.- Qué me dice a mí este texto. (Guardo silencio).

5.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, me estremece la poca fe de Zacarías, un sacerdote que ha pasado la vida en el Templo, ha querido razonar la fe y no se ha fiado de ti como ocurrió a la Virgen María. Por eso se quedó mudo. Yo hoy te pido una fe grande, y si no me creo lo que voy a predicar es mejor que me quede mudo y sólo hable cuando crea. Gracias, Señor, por la seriedad que pones en el ministerio de la Palabra.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

¡Ven, Señor no tardes!

1.- Llegamos al final del Adviento. Hemos completado la iluminación del altar con la cuarta vela de nuestra corona. Y que es –¿que ha sido?– el Adviento para nosotros. Se define muy bien en el Libro del Apocalipsis, cuando Jesús dice: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y el conmigo». (Ap 3, 20) ¿Hemos oído la voz de Jesús? ¿Le hemos franqueado nuestra puerta? Si no es así, todavía estamos a tiempo en estos pocos días que nos quedan para la Navidad. Jesús dice inmediatamente antes: «Sé, pues, ferviente y arrepiéntete» Por ahí va su consejo y eso es el Adviento. Pero es cierto que el tiempo se va agotando y que la llegada del Niño Dios ya está ahí. Su cercanía abre nuestros corazones al amor y a la concordia. El gran milagro –repetido anualmente– es que ese Niño ablanda los corazones de los hombres y los prepara para ser mejores, para estar más cercanos de sus semejantes. Los últimos días –las últimas horas– de este Adviento nos deben servir para no poner barreras entre los designios amorosos de Dios y nuestras capacidades para hacer al bien a todos.

2.- En este ciclo B, el evangelio que leemos hoy es de San Lucas y narra la escena de Anunciación. Es el mismo que proclamamos hace un par de semanas en la Solemnidad de la Inmaculada y por ello algunos aspectos de nuestro comentario de entonces nos sirve para hoy. El Evangelio, pues, refleja la muy bella narración de Lucas sobre el dialogo del Arcángel San Gabriel con María. Y en lo más profundo de esa escena sobresale que la omnipotencia de Dios no desea limitar la libertad del género humano y, así, un ángel del Señor llega a Nazaret a solicitar la conformidad de la persona elegida para iniciar los pasos de la Salvación. Es en el momento en que María dice que sí, cuando comienza todo. Nos parece hoy impensable que la bella adolescente de Nazaret hubiera dicho que no. Pero esa posibilidad existía, pues de no ser así el discurso de Gabriel hubiera sido de otra forma. Y, así, la primera consecuencia de ello es la confirmación de que la relación entre Dios y el hombre es libre: de plena libertad. El Señor no usa de su fuerza multiforme para dirigir al hombre por donde El quiere. De hecho, a muchos de nosotros no nos importaría que Dios nos dirigiera de tal forma que no hubiera posibilidad de contrariar su Voluntad. Con ello tendríamos asegurado nuestro fin último y deseado. Pero ese dirigismo sin opción restaría nuestra libertad y el «diseño en libertad» que Dios quiso para nosotros.

María fue libre para asumir su camino y admitir con alegría la presencia en su seno del Salvador del Mundo. Desde ese momento –es bueno enfatizar lo obvio– la historia de Cristo está ligada a la joven de Nazaret. De ahí puede entenderse con toda facilidad la importancia del culto cristiano a la Santísima Virgen. Extraña el abandonismo de los cristianos reformados respecto a la valoración de la figura de Santa María en el camino de los creyentes. Pero no es este tiempo de controversias, ni de alejamientos. En Adviento estamos en situación de vigilia pacífica esperando la venida de Jesús y hemos de rogar, con toda nuestra fuerza, que cuando Jesús vuelva por segunda vez todos sus seguidores –todos, absolutamente todos los que mencionamos su Nombre– estemos unidos en la caridad.

3.- Es este un mundo de hombres y mujeres libres, abierto por Dios desde el mismo momento de la creación del hombre, la realidad impuesta por el hombre es contradictoria. Muchos no quieren la libertad. A los más les produce miedo. Y ese miedo a la libertad engendra muchos pecados. Pero la libertad es también una de las facultades más nobles del género humano. Su capacidad libre de decisión le hace grande. Será bueno o malo por el uso de su libertad. No podrá responsabilizar de sus pecados a nadie. Pero tampoco nadie podría borrarle el enorme mérito de hacer el bien libremente. Solo la omnipotente justicia de Dios puede haber previsto esa libertad total de su criatura. No debe, pues, asustarnos la libertad y usarla para convencer, no para obligar. En estos tiempos malos, en los que el llamado mundo exterior tiende a «cercar» a los cristianos, es cuando más le debemos pedir a Dios –al Niño Jesús– que la libertad reine y que lo haga para todos.

4.- Natán, el profeta, habla en la primera lectura, de lo que Dios quiere que diga a David. Y el párrafo del Segundo Libro de Samuel refleja bien la ayuda divina dirigida al Rey David. Tiene relevancia porque de su estirpe va a nacer el Mesías y los dones que el Señor de al que origina el linaje los recibirá, en su momento, el heredero. Por tanto, la herencia es humana y divina. Y ese doble legado profetiza sobre la doble naturaleza de Jesús, el Hijo Único de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre. Es, por tanto, el texto de Samuel una definición teológica del Mesías, del Niño que va a nacer.

San Pablo en su Carta a los Romanos, va a definir con enorme propiedad, lo que los tiempos esperaban con la llegada del Mesías. Hay un párrafo de una enorme hondura. Dice: «revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en los escritos proféticos, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe». Eso es lo que esperamos y que se cumplió con la llegada del Niño al mundo en Belén. Y que nos puede valer como pauta de la Segunda Venida, de la Parusía.

Y, en fin, que Maria, que creyó en el Ángel, nos facilite el camino hacia la llegada de Jesús, que sepamos, estos días que nos quedan hasta la Natividad del Señor en disponer nuestros corazones para mejor recibirle. Terminemos, pues, nuestras palabras de hoy de la única forma posible: ¡Ven, Señor; no tardes!

Ángel Gómez Escorial

Comentario – 19 de diciembre

(Lc 1, 5-25)

Aquí nos encontramos con el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista, y con este texto el evangelio de Lucas comienza a presentarnos la figura del precursor.

En realidad este texto es parte de un gran paralelismo entre Juan y Jesús presente en todo el evangelio, donde Juan aparece como resumiendo todo el Antiguo Testamento para dar lugar al mesías esperado, que es la verdadera luz y la salvación.

Vemos así que la misión de Juan el Bautista, como la misión que cualquiera de nosotros pueda recibir, sólo se entiende desde la misión de Jesús. Él es el importante, él es el que ilumina el sentido de nuestro paso por esta tierra.

Pero por otra parte, Juan el Bautista tiene un peso especial en los evangelios, porque su figura era cautivante para el pueblo; por eso mismo, su testimonio a favor de Jesús tenía un valor particular.

También hoy, si nuestra vida brinda un testimonio real de entrega y de fidelidad, lo que digamos sobre Jesús será más fácilmente aceptado y amado por los demás.

Decía Pablo VI que nuestro mundo necesita más testigos que maestros, que escucha más a los que dan testimonio que a los que enseñan. Por eso, si nuestra propia vida es un reflejo de la vida de Jesús, todo lo que digamos estará bellamente confirmado por nuestra existencia concreta. Así allanaremos el camino para que los demás puedan encontrarse con Jesús y hallar en él alegría y salvación.

Oración:

“Señor, ayúdame a ver mi vida a la luz de la tuya, ayúdame a reconocer que mi misión en esta tierra tiene sentido si todo lo que hago se convierte en un testimonio de tu presencia”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

CAPÍTULO II

EL SACROSANTO MISTERIO DE LA EUCARISTÍA

Misterio pascual

47. Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera.

Como los niños

1.- «Yo te saqué de los apriscos, de andar entre las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel…» (2 S 7, 8) David no era más que un muchacho, el menor de sus hermanos, el zagal que acompañaba a los pastores de los rebaños de su padre. Cuando Samuel recibió la orden de ungir a un nuevo rey, no se pudo imaginar que el elegido sería aquel imberbe, cuya única arma era una honda. El Señor quiso demostrar una vez más que él no mira a las apariencias sino al corazón, al interior del hombre. Por otra parte, con esa elección inesperada nos enseña que en definitiva es él quien vence y triunfa por medio de su elegido, mero instrumento en sus divinas manos.

Por eso Natán, después de muchos años, le recuerda al rey David lo humilde de sus orígenes y que es a Dios a quien debía su poder. Con ello previene al rey de Israel contra el orgullo y la soberbia, le exhorta a no presumir de nada, pues todo lo que tiene lo ha recibido del Señor… Una lección importante que cada uno de nosotros hemos de aprender y practicar. Porque en muchas ocasiones el éxito se nos sube a la cabeza y nos llenamos de vanidad. Presumimos como si el mérito fuera exclusivamente nuestro y, lo que es peor, despreciamos a los demás considerándonos superiores a ellos, olvidando que si Dios nos abandonara estaríamos más bajo que cualquier otro.

«Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia…» (2 S 7, 16) David, como todos los reyes de la tierra, sabía que a su muerte el trono que ocupaba podría ser ocupado por cualquiera. Él vio como la dinastía de Saúl desapareció al morir éste. Lo mismo podría ocurrir, tarde o temprano, con su reinado. Pero Dios le había mirado con una predilección particular. Del linaje David, por designio divino, habría de nacer el Rey de Israel por antonomasia, el Ungido de Yahvé, el Mesías, el Redentor y Salvador del mundo.

Estas palabras, con la promesa de la supervivencia de su dinastía, resuenan en el mensaje del arcángel san Gabriel. En efecto, en su embajada a Santa María le anuncia que de sus entrañas nacerá el Hijo del Altísimo, el cual se sentará sobre el trono de su padre David y su reinado durará por siempre. Con ello se cumplen en Jesús las promesas, en él se realiza la más preciosa esperanza de Israel, el anhelo más íntimo y recóndito de los hombres, la salvación de la Humanidad. Al releer estas palabras, la Iglesia se hace caja de resonancia del mensaje divino y nos anuncia la más alegre esperanza: la llegada del Mesías que viene hasta nosotros para culminar nuestra redención.

2.- «Cantaré eternamente las misericordias del Señor…» (Sal 88, 2) A veces tenemos el corazón tan contento que nos pondríamos a cantar sin más. Y esto es lo que el salmista hace bajo la luz del Espíritu Santo: romper a cantar. Ha intuido de tal modo la misericordia infinita del Señor, que se siente pletórico de gozo y de felicidad. Ese amor divino le da tema para una eterna canción, es motivo y causa de una alegría sin fin.

Anunciaré a todos tu fidelidad, dice a continuación el salmo interleccional de hoy. Tu misericordia, Señor, es como un edificio eterno, está más firme que los cielos, jamás se vendrá abajo, nunca se derrumbará… Y ante nuestras miserias de siempre está la capacidad infinita de perdón que Dios tiene. Basta con que le digamos, humildes y arrepentidos, perdóname, Dios mío, para que él nos perdone. Pedir perdón y ser perdonados, es todo una sola cosa. Por otro lado, pedir perdón es manifestar el dolor de haber ofendido al Señor y desear acudir cuanto antes al sacramento de la Penitencia.

«Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono por todas las edades» (Sal 88, 2) Son las palabras de la promesa hecha a David, según la cual llegaría el momento en que un descendiente suyo se sentaría para siempre en su trono, tendría un reinado sin fin. Se le anunciaba a él y a todo el pueblo que el Rey prometido no moriría jamás, y que su soberanía se extendería por todo el universo y por toda la eternidad.

En Jesús de Nazaret se cumple la promesa. Él es el Mesías prometido. Él es el anunciado por los profetas durante siglos y siglos. Él es el deseado de su pueblo, el esperado por todos. Ante su llegada el orbe entero tiembla de gozo, todo vibra de emoción, todo se llena de luz.

También nosotros hemos de avivar en nuestro interior el deseo de su venida, el anhelo de su llegada, la emoción de su cercanía. Y prepararnos íntimamente mediante una auténtica conversión, una purificación honda a través de una buena confesión. Pedir perdón al Señor de nuestras faltas y pecados. Recuerda que sólo los que tengan el traje nupcial, los que vivan en gracia, podrán entrar en el banquete del Rey que ya llega.

3.- «Revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora…» (Rm 16, 25) Al principio de la Historia, cuando la vida de los hombres apenas si comenzaba sobre la tierra, cuando Adán se rebeló contra los planes de Dios, entonces ya se habló del Misterio de la Salvación: Un descendiente de la mujer nacería sobre la tierra y con fortaleza sobrehumana vencería al temible enemigo de todos los tiempos, la serpiente maligna que sedujo a la desdichada Eva.

Después, el recuerdo de esa promesa seguiría sonando en el mensaje esperanzado de los profetas. En el horizonte de todos los paisajes humanos brillaría siempre, a veces velada por la niebla del pecado, la luz del que había de venir para salvar a todos los hombres. Pero antes muchos siglos de espera, muchos anhelos de que llegara.

Una noche cualquiera, cuando los hombres dormían su primer sueño, cuando el silencio era más hondo, el cielo se abrió y la luz divina llenó con su esplendor el rincón escondido de una gruta de Belén. Había venido el Esperado, había llegado el Rey, había nacido el Salvador. El Misterio se había revelado. De improviso la noche había roto su silencio y las tinieblas habían sido invadidas por la más intensa y fuerte luz. Dios mismo, un niño de pecho, había nacido de una joven Virgen.

«Al Dios, único Sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Rm 16, 27) Cuenta el Evangelio, con la firmeza de un relato verídico y con la sencillez de una narración infantil, que la noche estrellada se llenó de ángeles que cantaban. Toda la creación vibró de emoción ante su nacimiento. El himno más bello que jamás el orbe haya cantado, resonó en el silencio maravilloso de aquella noche inolvidable.

La Madre, Santa María, callada, adoraba transida de temor y de gozo a ese su Niño pequeño que era Dios mismo, humillado y escondido por salvar a los hombres. José de Nazaret, aquel hombre sencillo y bueno, aquel hombre justo, miraba arrobado la grandeza sublime y serena del momento más importante de la Historia.

Luego serían los pastores. Ellos también rompieron el silencio de la noche con sus villancicos de escarcha y romero. Y es que los sencillos, los de alma llana, los humildes de corazón, los pobres de espíritu, sólo ellos pudieron participar de la revelación gozosa del Misterio… También nosotros queremos cantar, como los niños, las alegres coplas de la Navidad.

4.- «A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios. » (Lc 1, 26) Los hebreos habían imaginado de muchas formas la llegada del Mesías. Algunos pensaron que llegaría de modo apoteósico, descendiendo desde lo alto hasta el atrio del Templo, ante la expectación y el asombro de todo el pueblo allí reunido. Nadie había imaginado que su venida ocurriría en el silencio y en el anonimato. Mucho menos pudieron pensar que nacería de una joven y humilde virgen de Nazaret.

Toda la grandeza y el esplendor de la Encarnación permanecieron velados en el seno inmaculado de María. Desde que ella dijo que sí a la embajada de San Gabriel, el Verbo se hizo carne y comenzó a habitar entre nosotros, para gozo y esperanza de la Humanidad. Fue uno de los momentos cruciales de la Historia, un hecho que constituye una verdad fundamental de nuestra fe.

El nuevo Pueblo de Dios, la gente sencilla y buena ha comprendido la trascendencia de ese momento y lo ha plasmado en una devoción multisecular, que aún hoy sigue vigente entre nosotros: el rezo del Ángelus. Un breve alto en el camino de cada jornada, para recordar y agradecer vivamente que el Hijo de Dios se haya hecho hombre y esté cerca de todos nosotros.

La Virgen se llenó de temor al oír el saludo del arcángel, no comprendía, tanta era su humildad, que la hubiera llamado la llena-de-gracia y bendita, además, entre todas las mujeres, la más agraciada. Pero el mensajero de Dios la tranquiliza y le explica que ha sido elegida para ser madre, sin dejar de ser virgen, del Hijo del Altísimo, al que pondrá por nombre Jesús, que quiere decir Salvador.

Silencio de Nazaret que preludia la noche de Belén. Sencillez y escondimiento de la actuación divina que ha de frenar nuestras ansias de aparentar y de lucir. María y José, dos almas gemelas en la humildad y en la docilidad a los planes de Dios, son los primeros que recibieron la magnífica noticia. Luego serán los pastores de los campos belemnitas. Después los magos de Oriente que seguían con abnegación y tenacidad el rastro de una estrella. Más tarde Simeón y Ana, dos ancianos que son como niños, según diría Jesús de los que entrarán en el Reino.

La Navidad es tiempo propicio para crecer en sencillez y humildad, para hacernos pequeños y dignos del agrado de Dios. Son días de recuerdos y de dulces nostalgias, días para sentirse mejores, más cerca los unos de los otros. Días de paz para nuestro agitado mundo, paz del Cielo para los hombres de la tierra. “¡Oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos, piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre al que formaste del barro de la tierra!”

Antonio García Moreno

Santa María de la Esperanza

1.- En este último domingo de Adviento las lecturas nos presentan un personaje singular. Hasta ahora habían aparecido dos profetas: Isaías y Juan Bautista, que nos llamaban a preparar el camino del Señor. Pero ahora está con nosotros María, ella es la auténtica protagonista del Adviento. Ellos nos enseñaban el camino. María nos acompaña y nos ayuda a caminar. Ahí está la diferencia. De poco sirve conocer el camino, intentar allanar el camino, eliminar los baches y las curvas…., si no hay nadie que nos dé fuerza para caminar. La Virgen es «Santa María del camino», tal como decimos en una canción popular. Le pedimos: ¡Ven con nosotros al caminar!, con la seguridad de que mientras recorremos la vida nunca estamos solos, pues con nosotros Santa María va.

2.- En la parroquia donde vivo y celebro mi fe hemos puesto un gran cartel junto al altar en el que hay dibujado un camino –el Adviento es camino– con cuatro paradas, representando los cuatro domingos. Cada domingo tiene una palabra clave, simbolizada por unas manos: manos que se alzan hacia Dios (esperanza), manos que se juntan en actitud orante (conversión), manos que parte un trozo de pan para compartir (testimonio), manos que se estrechan (entrega). María nos enseña a vivir estas cuatro actitudes fundamentales del Adviento. Ella es la mujer que esperó siempre en Dios, que volcó en El su corazón, que dio testimonio de su fe y que entregó su vida a la causa de Dios. El camino nos lleva a Jesús. Pero tenemos que emprenderlo nosotros, por eso hay en el cartel una frase que dice «Todos hacia ´Ti». Esperamos activamente la llegada del Mesías preparando nuestro corazón, como María. Ella lo llevó en su seno, también nosotros en cierto modo debemos acogerlo en nuestro interior. ¿Quién mejor que ella «la Virgen de la O», puede enseñarnos a esperar con confianza y alegría?

3.- María, aquella muchacha de Nazaret, confió en el Señor y le manifestó su disponibilidad. Su confianza nacía de la Palabra de Dios. Por eso cuando recibió el anuncio del ángel se quedó turbada y preguntó ¿cómo será eso, pues no conozco varón? Confió en la Palabra del Señor. Su fe es confiada, pero no ciega. Pone su confianza en la Palabra, para decir «hágase en mí según tu palabra». De su confianza nace su disponibilidad. El que se instala se encierra en sus «seguridades» y es incapaz de avanzar. Sólo el que busca está capacitado para progresar. La disponibilidad en la antítesis de la instalación burguesa. Hemos de salir de nuestra comodidades para ir al encuentro de las nuevas realidades de pobreza material y espiritual, «nuevas fronteras» las llaman algunos: ancianos, inmigrantes, jóvenes desarraigados…..María nos lleva a Jesús y nos dice: «haced lo que El os diga». No podemos quedarnos sólo en el aspecto sentimental de la Virgen. No olvidemos que ella es la mujer entregada y comprometida del Magnificat que alaba al Señor porque «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos».

4.- Hoy le decimos a nuestra Madre María que nos ayude a luchar por un mundo nuevo, aunque nos digan algunos que nada puede cambiar. Ella nos ayuda a tender nuestra mano al que con nosotros está. Nos da ánimo para confiar siempre, aunque parezca que es inútil caminar, porque vamos haciendo camino y otros lo seguirán. ¡Que se acaben los agoreros y los pusilánimes! ¡Sí, es posible un mundo nuevo con y desde María! La actitud que tenemos que cultivar desde este domingo es la entrega generosa, como María. Le suplicamos: ¡Santa María de la Esperanza, mantén el ritmo de nuestra espera! Demos gracias a Dios por María porque se acercan días de fiesta y felicidad «no sólo para la mujer, cuyo seno había dado a luz al niño, sino también para el género humano en cuyo beneficio la Virgen había alumbrado al salvador» (San Agustín, Sermón 193, 1)

José María Martín OSA

Silencio y servicio

1.- En este maravilloso evangelio destacan lo escueto de las palabras de María, elocuentes por su silencio y el mensaje grandilocuente del ángel… Fijaos en la última frase: “y el ángel la dejó”. Sabéis lo que yo pienso, que el ángel aprendió de María, aprendió de su silencio y se retiró un poco avergonzado de haber hablado tanto, de haber olvidado. Él, que vive tan cerca de Dios, de que el silencio caracteriza a las grandes obras de Dios.

Silencio de Dios en las miríadas de estrellas que recorren los espacios a velocidades desconocidas. Silencio de Dios en la formación del pequeño cuerpo del niño en el seno de la madre. Silencio de Dios en la florecilla que abre sus pétalos llenos de delicadeza y ternura al amanecer.

El Hijo de Dios entra en ese mundo en silencio y sale de este mundo en el silencio inigualable de los labios muertos de Jesús. Entra Dios en este mundo, comienza a ser hombre en el seno de María, y en Roma, la gran Roma acostumbrada al estruendo y vítores de la marcha triunfal de los héroes que regresan de sus guerras, esa Roma ni se entera de que Dios ha entrado en silencio en una aldea, en Nazaret. La naturaleza no tiembla en terremotos, no hay fogatas en los volcanes al entrar Dios en el seno de una Virgen. Hay el silencio absoluto de Dios, la parquedad de las palabras de María y el anuncio de un ángel. Ni parientes, ni amigos, ni siquiera su esposo José, oyen la entrada triunfal de Dios en este mundo.

La primera Navidad no fue en la alegría bullanguera de las cenas, ni entre el sonido ensordecedor de las discotecas. Fue en el silencio de una noche llena del solemne silencio de las estrellas. Nos dice hoy San Pablo hoy se revela el misterio mantenido en secreto, en silencio durante siglos eternos y se manifiesta en silencio.

2.- Y lo maravilloso es que ese Dios hecho silencio en el seno de Maria, en el pesebre de Belén, en el taller de Nazaret y en lo alto de la cruz. Ese Dios nos está siempre hablando y quiere comunicarse con nosotros.

Es Dios silencio y presencia real en los sagrarios, en los dos o tres reunidos en su nombre, en las cruces de nuestras casas, en la mano que se tiende pidiendo nuestra ayuda.

Nos quiere hablar, pero no le oímos porque tenemos puestos los auriculares día y noche, llenando nuestros oídos y nuestra mente de ruidos extraños. Dios habla como el susurro del aire cálido y blando. Y hay que estar en silencio para escucharle. Hay que querer escucharle. Es como esas ondas que nos rodean por todas partes y que sólo se convierten en sonido perceptible cuando hay un receptor sensible y atento.

3.- La Virgen nos enseña, que de un corazón lleno de silencio de Dios nace el servicio. “He aquí la esclava del Señor”. El servicio más verdad, más humano, es ese servicio callado, de los que están en segundo plano, el servicio de las madres de familia, el servicio de las enfermeras, de tantas religiosas dedicadas a servir a los demás.

Vamos a pedir al Señor, que en medio del ruido y la algazara de estos días sepamos recibir al Niño Dios en el silencio y paz de nuestros corazones. Y que nuestras manos, como manos visibles de la Providencia de Dios, se mueven ayudando a los hermanos que nos necesitan.

José Maria Maruri, SJ

Acoger a Jesús con gozo

El evangelista Lucas temía que sus lectores leyeran su escrito de cualquier manera. Lo que les quería anunciar no era una noticia más, como tantas otras que corrían por el imperio. Debían preparar su corazón: despertar la alegría, desterrar miedos y creer que Dios está cerca, dispuesto a transformar nuestra vida.

Con un arte difícil de igualar recreó una escena evocando el mensaje que María escuchó en lo íntimo de su corazón para acoger el nacimiento de su Hijo Jesús. Todos podemos unirnos a ella para acoger al Salvador. ¿Cómo prepararnos para recibir con gozo a Dios encarnado en la humanidad entrañable de Jesús?

«Alégrate». Es la primera palabra que escucha el que se prepara para vivir una experiencia buena. Hoy no sabemos esperar. Somos como niños impacientes, que lo quieren todo enseguida. No sabemos estar atentos para conocer nuestros deseos más profundos. Sencillamente se nos ha olvidado esperar a Dios, y ya no sabemos cómo encontrar la alegría.

Nos estamos perdiendo lo mejor de la vida. Nos contentamos con la satisfacción, el placer y la diversión que nos proporciona el bienestar. Sabemos que es un error, pero no nos atrevemos a creer que Dios, acogido con fe sencilla, nos puede descubrir nuevos caminos hacia la alegría.

«No tengas miedo». La alegría es imposible cuando vivimos llenos de miedos, que nos amenazan desde dentro y desde fuera. ¿Cómo pensar, sentir y actuar de manera positiva y esperanzada? ¿Cómo olvidar nuestra impotencia y cobardía para enfrentarnos al mal?

Se nos ha olvidado que cuidar nuestra vida interior es más importante que todo lo que nos viene desde fuera. Si vivimos vacíos por dentro, somos vulnerables a todo. Se va diluyendo nuestra confianza en Dios y no sabemos cómo defendernos de lo que nos hace daño.

«El Señor está contigo». Dios es una fuerza creadora que es buena y nos quiere bien. No vivimos solos, perdidos en el cosmos. La humanidad no está abandonada. ¿De dónde sacar verdadera esperanza si no es del Misterio último de la vida? Todo cambia cuando el ser humano se siente acompañado por Dios.

José Antonio Pagola