II Vísperas – La Sagrada Familia

II VÍSPERAS

LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Temblando estaba de frío
el mayor fuego del cielo,
y el que hizo el tiempo mismo
sujeto al rigor del tiempo.

Su virgen Madre le mira,
ya llorando, ya riendo,
que, como es su espejo el Niño,
hace los mismos efectos.

No lejos el casto esposo;
y de los ojos atentos
llueve al revés de las nubes,
porque llora sobre el cielo. Amén.

SALMO 112

Ant. A los tres días, encontraron a Jesús en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. A los tres días, encontraron a Jesús en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

SALMO 147

Ant. Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.

Glorifica al Señor, Jerusalén:
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

LECTURA: Flp 2, 6-7

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos y actuando como un hombre cualquiera.

RESPONSORIO BREVE

R/ Tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo.
V/ Tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo.

R/ Apareció en el mundo y vivió entre los hombres.
V/ Para ser compasivo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.» «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.» «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»

PRECES

Adoremos a Cristo, Hijo del Dios vivo, que quiso ser también hijo de una familia humana, y aclamémosle, diciendo:

Tú eres, Señor, el modelo y el salvador de los hombres.

Oh Cristo, por el misterio de tu sumisión a María y a José,
— enséñanos el respeto y la obediencia a los que nos gobiernan legítimamente.

Tú que amaste a tus padres y fuiste amado por ellos,
— afianza a todas las familias en el amor y la concordia.

Tú que estuviste siempre atento a las cosas de tu Padre,
— haz que Dios sea honrado en todas las familias.

Tú que quisiste que tus padres te buscaran durante tres días,
— enséñanos a buscar siempre primero el reino de Dios y su justicia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que has dado parte en tu gloria a María y a José,
— admite también a nuestros difuntos en la familia de los santos.

Unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuestos a perdonarnos siempre unos a otros, dirijamos al Padre nuestra súplica confiada:
Padre nuestro…

ORACION

Dios, Padre nuestro, que has propuesto a la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo, concédenos, te rogamos, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Comentario – La Sagrada Familia

El evangelista san Lucas nos presenta a María y a José cumpliendo con Jesús lo previsto por la Ley de Moisés: Todo primogénito varón será consagrado al Señor. Y estando en esto, irrumpe el anciano Simeón, que toma en brazos al niño y clama como voz profética: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador. Así lo reconoce públicamente, como el Salvador anunciado, mucho antes de que diera muestras de su condición mesiánica.

Aquellas palabras fueron recibidas por José y María con admiración. Pero esto no les impidió cumplir su deber de padres, ni ejercer su autoridad paterna. Ese niño, a quien Simeón proclama su salvador, tenía que crecer en todos los sentidos: en edad, sabiduría y gracia. Y para que un niño crezca debidamente es imprescindible una autoridad paterna adecuada: un ámbito familiar idóneo, un espacio sagrado como la familia. Porque toda familia, por el hecho de serlo, es ya sagrada, es decir, querida por Dios como un espacio sacrosanto, educativo, destinado al crecimiento de los hijos.

Cuando Dios dijo: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra, lo hizo hombre y mujer. Según esto, la imagen de Dios en el hombre no está únicamente en la posesión por parte de éste de una naturaleza de carácter racional, con capacidad para obrar en libertad y con dominio sobre los seres inferiores, sino también en esa diversidad y complementariedad que hacen del hombre y la mujer –los dos sexos del género humano- una unidad fecunda: una unidad que brota del amor y engendra amor.

El hombre es imagen de Dios fundamentalmente cuando ama, porque Dios es amor por esencia, y amor interpersonal –Trinidad de personas-, amor recíproco y compartido, algo semejante a lo que acontece en el seno de una familia, donde se dan relaciones esponsales, paterno-filiales, fraternales, esto es, relaciones de amor. La familia es esta confluencia de relaciones que crean la atmósfera adecuada para crecer y madurar. Por eso es tan importante. Por eso la Iglesia ha privilegiado siempre este ámbito como el lugar más idóneo para la formación de las personas. Por eso nos presenta a la Sagrada Familia como modelo en el que contemplarnos, como modelo a imitar: Jesús, María y José (hijo, madre, padre) viviendo estas relaciones de amor que se hallan –en otra dimensión- en Dios mismo.

Jesús, bajo la autoridad de sus padres, viviendo en obediencia; los padres, ejerciendo la autoridad en beneficio del hijo. Pretender invertir las cosas, haciendo que los padres hagan de hijos y los hijos de padres, es introducir la confusión y el desorden. Ya el orden natural nos está indicando que la autoridad les corresponde a los padres, mientras que la obediencia es propia de los hijos.

Hoy la familia está cada vez más desestructurada: rupturas, separaciones, reconstrucciones llevadas a cabo con material de desecho, uniones de hecho carentes de compromiso o levemente sostenidas –mientras se puede- sobre un compromiso privado y poco consistente, uniones faltas del tejido natural más elemental –como las uniones entre personas del mismo sexo-, pérdidas de autoridad, descontrol, desorden, experiencias precoces y forzadas, violencias sufridas a temprana edad que dejan secuelas traumáticas para toda la vida, etc. Hoy el panorama familiar es realmente alarmante. El pecado que toca el corazón humano ha acabado afectando a la misma estructura familiar en la que se desenvuelve nuestra vida.

En estas condiciones la familia deja de ser el lugar adecuado para la educación, simplemente porque deja de ser familia y no sólo un determinado tipo de familia. La Iglesia quiere recuperar la familia, acudiendo a los valores permanentes que la mantienen en pie, esos que aconseja guardar ya el libro del Eclesiástico: el respeto de los hijos para con los padres; la autoridad, bien ejercida, de los padres para con sus hijos, adecuándose a su edad y condiciones, y siempre acompañada de amor.

Pero el amor, ya se ve, no consiste en dejarles hacer lo que les dé la gana, sino en ejercer la autoridad con acierto, buscando siempre el bien de los hijos. La honra de los padres, la honra merecida por quienes han obrado como padres y ahora se les reconoce su labor. La piedad filial. Los que obren así con sus padres serán escuchados cuando eleven a Dios su oración, tendrán larga vida, expiarán sus pecados.

El ejercicio de la paternidad/maternidad es muy difícil, sobre todo en las circunstancias actuales, en que se ha resquebrajado tanto el criterio de autoridad y tanto se cuestiona el valor de la obediencia. Una cosa lleva a la otra: donde cae la autoridad se pierde la obediencia. Y la obediencia es esencial para una buena formación. ¿Cómo va a crecer una persona si no escucha a sus padres, profesores y educadores?

Nosotros somos parte de un pueblo elegido, nos dice san Pablo, una familia mayor en la que caben muchas familias, y en cuanto parte de este pueblo, tendríamos que distinguirnos por llevar un cierto uniforme, que no es una indumentaria externa, sino un conjunto de virtudes que estructuran la vida familiar, que hacen posible la vida de familia: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión.

Para ello habrá que combatir sus contrarias: la maldad, la soberbia, la amargura, la incomprensión; porque para ser buenos hay que dejar de ser malos, y para ser humildes hay que dejar de ser soberbios. Cuánto se facilitan las relaciones familiares entre esposos, entre padres e hijos, cuando hay humildad para reconocer los propios fallos, cuando hay dulzura, cuando hay comprensión, y cuánto se dificultan cuando se impone lo contrario y no se deja espacio para el perdón y la paciencia. Porque por mucho que nos queramos, tenemos que aguantarnos, aguantar nuestro mal humor, nuestros enfados y nuestros disgustos. Y cuando nos ofendemos, que también sucede, tenemos que saber perdonarnos.

Y por encima de todo el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Sólo el amor hace posible la unidad de los esposos y de los padres con sus hijos. Sólo el amor permite superar desavenencias, incomprensiones, distanciamientos. El amor que surge de la misma relación, el que Dios ha puesto en la naturaleza misma dispone de una potencia enorme; pero no basta como no basta la naturaleza. El amor natural crea lazos muy fuertes, pero no irrompibles.

Por eso la Iglesia ofrece el sacramento, que es ofrecer una ayuda añadida a las quebradizas fuerzas humanas. Para que sea efectiva esta ayuda hay que dejar que Cristo actúe como árbitro en nuestro corazón, que él ponga sus reglas, que él sea juez en nuestros conflictos o enfrentamientos. Hay que dejar que la palabra de Cristo habite en nosotros en toda su riqueza. Tenemos que dejarnos enseñar por él, para después enseñar a los demás criterios de conducta. Tenemos que darle gracias de corazón y reunirnos en torno a su altar para esto, precisamente, para darle gracias.

Y no rehuyáis la autoridad. Y dejad a un lado la aspereza, y no provoquéis la exasperación. Son todas hermosas enseñanzas para vivir en familia. Si no logramos salvar la familia, estaremos en trance de perdernos a nosotros mismos; pues también la fe entra por la familia.

 

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Familias

Como ocurre con los relatos de la infancia, Lucas construye un episodio cargado de mensaje teológico. Recurriendo a la imagen de dos ancianos –que simbolizan al Israel fiel–, presenta a Jesús como “el Salvador, luz de las naciones y gloria de su pueblo”. Se trata de un tema-eje que desarrollará más tarde a lo largo de todo su evangelio. 

En realidad no disponemos de documentos acerca de aquella familia de Nazaret. Fueron la piedad popular y la insistencia de predicadores las que construyeron la imagen idílica de la “Sagrada Familia”. Sin embargo, los escasísimos datos de que disponemos no parecen avalar tal imagen. Según el evangelio de Marcos, sus parientes desconfiaron de Jesús desde el primer momento de su actividad, hasta el punto de que quisieron llevarlo a casa porque decían que estaba “trastornado” (Mc 3,21).

Todo ello parece indicar que, con el tiempo, se produjo un proceso de proyección, en el que se fue “adornando” la imagen de la familia de Nazaret de acuerdo con las ideas, los deseos y las expectativas que se iba teniendo acerca de la vida familiar. No es raro, por tanto, que la “Sagrada Familia” reflejara los roles y los estereotipos de la sociedad patriarcal en la que esa imagen nació. Y que tal imagen religiosa adoleciera de un carácter meloso y poco creíble, por no hablar de la extraña mezcla de paternalismo y de infantilismo que promovía.

Como suele ocurrir en las proyecciones, se idealizaba “fuera” el tipo de familia que los propios fieles deseaban para sí, en una sociedad rígidamente jerarquizada.

Tal proceso de construcción de un estereotipo no es difícil de comprender. Sin embargo, comprenderlo no significa justificarlo ni mucho menos absolutizarlo, como si fuera un modelo a imitar literalmente, hasta el punto de considerarlo como el único tipo posible de familia.

Frente a los riesgos que se derivan de ahí, parece importante una doble advertencia: por un lado, acabar con la idealización, por lo que tiene de falta de ajuste con la realidad; por otro, asumir la existencia de diversas formas y tipos de familia, renunciando a imponer una de ellas sobre todas las demás.

Desde nuestra perspectiva, apreciamos cada vez más, como valores que construyen una familia humana, el respeto mutuo, el cuidado cotidiano de la relación entre sus miembros y la transparencia. El cuidado sienta las bases para que la familia constituya un espacio de vida y de crecimiento gozoso, aun en medio de dificultades e incluso tensiones.

Cuando hay hijos, aparece otro elemento fundamental a tener en cuenta: la atención de las necesidades de los niños –en el triple nivel: físico, emocional y espiritual–, conjugando una doble actitud que, para ser eficaz, ha de ser simultánea: el cariño y la firmeza.

En cualquier caso, no se trata de perseguir ningún “ideal”, sino de vivir también esa dimensión fundamental desde la mayor comprensión posible, conscientes de que constituye, al mismo tiempo que un espacio de vida, un “campo de aprendizaje” cotidiano.

¿Cómo vivo la familia? ¿Me sitúo en actitud de aprendizaje?

Enrique Martínez Lozano

Comentario – La Sagrada Familia

(Lc 2, 22-40)

Aquí se nos presenta a la familia más sagrada de la historia. María y José, judíos piadosos y fieles, se acercan al templo a ofrecer a Jesús, a entregárselo al Dios que ellos adoraban, a consagrarlo al Padre.

Jesús no quiere presentarse a nosotros como un modelo aislado, sino que quiso darnos también un modelo aislado, sino que quiso darnos también un modelo familiar. Esa familia piadosa nos invita a preguntarnos si nosotros tratamos de vivir nuestra fe en familia, si tratamos de darle un sentido religioso a los momentos importantes que compartimos como familia.

La ofrenda que ellos entregan junto con el niño, un par de palomitas, era la ofrenda de los más pobres, que no podían presentar una ofrenda mayor (Lev 12, 8), y así se ve cómo Jesús quiso también su familia viviera como las familias más pobres de su pueblo.

Y se descubre en ellos la actitud de profunda docilidad (v. 27) y la capacidad de admiración (v. 33) propias de los pobres de Yavé. Ellos son los que presentan al niño a los hombres y mujeres de su pueblo para que el pueblo pueda descubrir su presencia. Y los piadosos del pueblo reaccionan con una alabanza donde muestran que ese niño venía a realizar las esperanzas del pueblo fiel. Con Jesús ya no había nada que esperar y las promesas alcanzaban su cumplimiento.

Simeón proclama a Jesús como la luz que su pueblo estaba esperando, pero que también debe derramarse sobre los demás pueblos de la tierra. Pero anuncia que será rechazado por muchos en su mismo pueblo.

Ese rechazo de su pueblo amado será como una espada traspasando el corazón de María, que contemplará a su hijo destrozado y muerto en la cruz por las autoridades de su propio pueblo querido.

Oración:

“Señor Jesús, que quisiste pasar la mayor parte de tu vida en la intimidad de una familia pobre, pero embellecida con la piedad de tu pueblo, bendice a todas las familias para que en ellas pueda reinar también la fe, la paz y el amor”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

Comunión bajo ambas especies

55. Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, la cual consiste en que los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban del mismo sacrificio el Cuerpo del Señor. Manteniendo firmes los principios dogmáticos declarados por el Concilio de Trento, la comunión bajo ambas especies puede concederse en los casos que la Sede Apostólica determine, tanto a los clérigos y religiosos como a los laicos, a juicio de los Obispos, como, por ejemplo, a los ordenados, en la Misa de su sagrada ordenación; a los profesos, en la Misa de su profesión religiosa; a los neófitos, en la Misa que sigue al bautismo.

Lectio Divina – La Sagrada Familia

INTRODUCCIÓN

“Los esposos son entre sí reflejos del amor divino que consuela con la palabra, la mirada, la ayuda, la caricia, el abrazo. Por eso, querer formar una familia es animarse a ser parte del sueño de Dios, es animarse a soñar con Él, es animarse a construir con El, es animarse a jugarse con Él esta historia de construir un mundo donde nadie se sienta solo”. Papa Francisco. (A.L. Nº 321).  

LECTURAS DEL DÍA

1ª Lectura: Eclesiástico: 3,2-6.12-14.    2ª Lectura: Colosenses 3,12-21

EVANGELIO

Mt 2,13-15.19-23

Apenas se marcharon, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta nuevo aviso, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche, se fue a Egipto y se quedó allí hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto (Os 11,1). Apenas murió Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: – Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que intentaban acabar con el niño. Se levantó, cogió al niño y a su madre y entró en Israel. Al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre, Herodes, tuvo miedo de ir allá. Entonces, avisado en sueños, se retiró a Galilea y fue a establecerse a un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas: que se llamaría Nazareno.

EXPLICACIÓN PARA LA HOMILÍA

Se trata de una familia oriental donde conviven los esposos, los hijos y los abuelos. Y todos caben en casa, con sus problemas y dificultades. 

1.- Los esposos (2ª Lectura. Col. 3,12,21).

Al matrimonio hay que ir equipados. Lo mismo que uno que va a esquiar o a escalar una montaña… En nuestro caso, ¿Qué traje deben ponerse?  “La misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura”. La misericordia es una palabra compuesta que significa: poner el corazón sobre nuestra miseria. Todos somos limitados, somos pecadores. Y a veces, aún con la mejor intención, nos hacemos daño. La única solución es pedirnos perdón de todo corazón. Sin capacidad de perdón, nuestra convivencia siempre estará amenazada. El sol que sale con fuerza no tiene miedo a la escarcha de las frías mañanas de invierno. La humildad, dice Santa Teresa, es la verdad. La verdad de saber que en el matrimonio nadie es más que nadie ni menos que nadie. Los dos son hijos de Dios a quienes ama de la misma manera. La dulzura es el amor de excelencia, amor cariñoso, el amor de detalles. Es lo mismo que el aceite para los coches. Si falta, se enciende una lucecita roja que manda pararte. De lo contrario, te cargas el motor. Con la dulzura se suavizan las relaciones, se eliminan las tensiones y hace que la convivencia vaya sobre ruedas. 

2.- Los abuelos (1ª Lectura. Eclo. 3,2-6.12-14).

En la primera lectura se nos habla de abuelos y se nos dice cosas tan bellas como éstas: “el que respeta a sus padres ancianos acumula tesoros; cuando rece será escuchado. Hijo mío, no los abandones cuando sean mayores, aunque ya digan bobadas, ten indulgencia, no los abochornes”. Acumula tesoros. Los hijos no obedecen, los hijos imitan. Lo que tú hagas con los abuelos harán tus hijos contigo. “Cuando reces serás escuchado”.A veces decimos que Dios no nos escucha. ¿No será porque no tratamos bien a los mayores? “¡Hijo mío!, no los abandones” Da la impresión de que el mismo Dios se pone de rodillas para suplicarnos que no abandonemos a los abuelos. “Ten indulgencia aunque digan bobadas”.  Ya sabemos que repiten las cosas y que son raros. Es lo normal. Lo mismo que los niños hacen gracias, los mayores tienen rarezas…  ¿Has pensado en lo que serás tú cuando tengas sus años?  ¡No los abochornes!  Un hijo nunca debe avergonzarse de sus padres. Tal vez no hayan tenido medios para adquirir cultura porque necesitaron trabajar para que tú pudieras estudiar.  Un hijo siempre se siente orgulloso de sus padres.

3.- La Sagrada Familia. Una familia con problemas.

A los pocos días del nacimiento del niño, “el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al Niño y a su madre, y huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise; porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Qué duro, o como se dice ahora, qué fuerteel que quieran matar al Niño apenas ha pisado este mundo. Si este Niño sólo viene a salvar, hacer el bien…María y José, sin protestar, sin pedir explicaciones, abandonan su país, su pueblo, su casa, su familia…y marchan a Egipto, un país tan distinto y tan desconocido. Y allí, sin conocer a nadie, tienen que buscar un trabajo, una vivienda. Ellos eran pobres y es posible que los primeros días estuvieran sin trabajo, viviendo de limosnas, pasando por la humillación de tener que pedir… Sólo el amor de José y María les hizo superar la crisis. Esta situación de la Sagrada Familia se repite a lo largo de tantos siglos. Hoy día la están viviendo muchas parejas que tienen que abandonarlo todo por buscar trabajo y un medio de vida.  Cualquier emigrante puede acudir a esta Sagrada Familia. Ella sabe por propia experiencia lo duro que es vivir en un país extranjero… ¡Lo han experimentado! Ella está preparada para socorrer este tipo de situaciones, no desde fuera, dando una limosna, sino desde dentro, metiéndose en el pellejo de la gente.

PREGUNTAS

1.- Hoy que hay tantos fracasos en los matrimonios. ¿Nos preocupa el equiparles mejor? ¿Todo se reduce a unos cursillos antes de la boda?

2.- Hoy en España los abuelos tienen abundante comida, calefacción y medicinas. Y, sin embargo, se sienten solos. ¿A quién corresponde dar esa medicina que cure su amarga soledad?

3.- Hay muchas familias en el mundo que tienen necesidad de salir de su país con todo lo que esto conlleva de desarraigo y de sufrimiento. ¿Cuál es nuestra postura ante los inmigrantes?  Como cristianos, ¿no podemos hacer más por ellos?

Este evangelio, en poesía, suena así:

José, María y Jesús,
un padre, una madre, un hijo.
Una Sagrada Familia,
un triple “amor” florecido.
La felicidad dormía
en aquel precioso “nido”.
Los tres vivían alegres
por el “amor” seducidos.
En aquel hogar bendito
Dios puso su domicilio.
Dios siempre se hace presente
donde hay “amor” y cariño
Su casa estaba asentada
sobre “roca” de granito.
No pueden con el “amor”
ni los vientos ni los ríos.
Su puerta quedaba abierta
al paso de los vecinos.
Donde hay “amor”, no hay extraños;
todos se sienten amigos.
Toda su vida giraba
alrededor del servicio.
Sin flores no hay primavera.
No hay “amor” sin sacrificio.
Señor, en nuestras familias,
Falta “amor” y hace frío.
Que en Jesús, José y María
encontremos nuestro abrigo.

(José Javier Pérez Banedí)

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Mutantes

Aunque lo parezca, no es el título de una película de terror. Es una invitación navideña a dirigir la mirada a las mutaciones, cambios y transfiguraciones que vivieron algunos personajes de los relatos evangélicos del nacimiento de Jesús. Con la secreta intención de que a quien lo lea, le entren ganas de apuntarse también a “mutante”.

Zacarías e Isabel abren el pórtico del evangelio de Lucas, viejísimos ellos, cumplidores modélicos de la Ley y acostumbrados (mayormente él) al Templo, sus horarios y sus inciensos; estériles ambos (mayormente ella) y con poco futuro por delante. Pero después de la visita del ángel, él se queda mudo (¿se habría vuelto todo él escucha?), pero vuelve a casa rejuvenecido y ella se queda embarazada (rejuvenecida también vía consorte). Y de puro contenta, se quita de en medio durante cinco meses para saborear, sin que nadie la moleste, su pequeño magnificat: ¡Así me ha tratado Dios!

María entra en escena como una mujer de su casa, calladita ella como corresponde a muchacha honesta, casadera, vecina y residente en Nazaret. Pero sale de escena transformada en una mujer intrépida y caminante que se atraviesa medio país para encontrar a Isabel y poder contarse la una a la otra (pero ¿de qué se ríen las mujeres?) cómo las ha tratado Dios y lo contentas que están con Él y con las primeras pataditas de sus niños.

De lo de José tiene un poco de culpa su propio nombre (“que el Señor añada…”), y vaya que si le añadió: como hombre justo, prudente y temeroso de Dios, había decidido cerrar sigilosamente la puerta de su vida y de su casa dejando fuera a María, por puro respeto y por pura discreción. Pero no le quedó más remedio que abrírsela de par en par y dejar que entrara, no sólo ella, sino también y como “añadido” el que iba a asociarle a su torbellino mesiánico.

A los pastores los vemos al principio en lo suyo de cuidar ovejas, amedrentados y un poco liados en medio de aquella noche loca de ángeles, cánticos y resplandores en torno a una cuadra. Pero al final ya no parecen los mismos y, en vez de hablar de sus temas de siempre (“Estos piensos ya no son como los de antes”; “Lo que faltaba: Estrellita de parto precisamente esta noche”; “A ver si se van pronto los ángeles, que ya va siendo la hora de ordeñar…”), se ponen a “glorificar y a alabar a Dios”, dejando inventados de golpe el canto gregoriano, la Filarmónica de Viena y el Orfeón Donostiarra.

Para Simeón y Ana lo de subir cada día al Templo formaba parte de su rutina, eso sí, empleando cada día más tiempo en el recorrido: “Cada día distingo peor estos dichosos peldaños”, “No te quejes que subirlos con artritis es muchísimo peor…” Pero cuando él tuvo al Niño en sus brazos (¿qué hace un Niño como tú en un Templo como este…?) le reverdeció todo el ser, como si se le llenaran los ojos de candelas y sus rodillas vacilantes recobraran vigor. Se le fue del todo el miedo a la muerte y era como si en vez de sostener él al Niño, fuera éste quien le sostuviera.

Ana decidió aquella mañana que para ella se habían acabado los ayunos, las penitencias y las vigilias: se puso un pañuelo blanco en la cabeza y, en plan abuela de la Plaza del Templo, daba vueltas por allí, con la imagen del Niño grabada en sus pupilas y contándole a todo el mundo cómo era.

Y sintieron ellos, lo mismo que todos los demás (lo mismo que nosotros si estamos dispuestos a “mutar”), que habían llegado por fin a sí mismos.

Dolores Aleixandre

Toda familia es divina si es verdaderamente humana

Debemos aclarar que el modelo de familia de aquella época tenía muy poco que ver con el nuestro. Los estudios sociológicos que se han hecho sobre la familia en tiempo de Jesús no dejan lugar a duda. Si no tenemos en cuenta los resultados de esos estudios será imposible entender nada del ambiente en que se desarrolla la infancia de Jesús. El tipo de familia de Nazaret, que se nos ha propuesto durante siglos, no ha existido. El modelo de familia del tiempo de Jesús era el patriarcal. La familia molecular era inviable, tanto por motivos sociológicos como económicos. ¿Qué podían hacer dos jóvenes de 13 y 14 años con un recién nacido en los brazos?

Cuando el evangelio nos dice que José recibió en su casa a María, no quiere decir que fueran a vivir a una nueva casa. María dejó de vivir en la casa de su padre y pasó a integrarse en la familia de José. Esto no quiere decir que no tuvieran su intimidad y sus relaciones más estrechas los tres. El relato de la pérdida del Niño en Jerusalén es impensable en una familia de tres. Pero cobra su verosimilitud si tenemos en cuenta que es todo el clan el que hace la peregrinación y vuelven a casa todos juntos.

El relato evangélico que acabamos de leer es muy rico en enseñanzas teológicas. Está escrito sesenta o setenta años después de morir Jesús. Lucas quiere dejar claro, desde el principio de su evangelio, que la vida de Jesús estuvo insertada plenamente en las tradiciones judías. Su persona y su mensaje no son realidades caídas del cielo, sino surgidas desde el fondo más genuino del judaísmo tradicional.

Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte. Sus relaciones, aunque se hayan desarrollado en un marco familiar distinto, pueden servirnos como ejemplo de valores humanos que debemos desarrollar, cualquiera que sea el modelo donde tenemos que vivirlos. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó el amor, es decir, la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió él. Todo ser humano nace como proyecto que tiene que ir desarrollándose a lo largo de toda la vida con la ayuda de los demás.

Debemos tener mucho cuidado de no sacralizar ninguna institución. Las instituciones son instrumentos que tienen que estar siempre al servicio de la persona, que es el valor supremo. Las instituciones no son santas, menos aún sagradas. Nunca debemos poner a las personas al servicio de la institución, sino al contrario. Con demasiada frecuencia se abusa de las instituciones para conseguir fines ajenos al bien del hombre. Entonces tenemos la obligación de defendernos de ellas con uñas y dientes. Claro que no son las instituciones las que tienen la culpa. Son algunos seres humanos que se aprovechan de ellas para conseguir sus propios intereses a costa de los demás.

No debemos echar por la borda una institución porque me exija esfuerzo. Todo lo que me ayude a crecer en mi verdadero ser me exigirá esfuerzo. Pero nunca puedo permitir que la institución me exija nada que me deteriore como ser humano; ni siquiera cuando me reporte ventajas o seguridades egoístas. La familia sigue siendo el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no solo durante los años de la niñez o juventud, sino que debe ser el campo de entrenamiento durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano solo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. Y la familia es el marco idóneo.

La familia es insustituible para esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio. Si en la familia superamos la tentación del egoísmo amplificado, aprenderemos a tratar a todos con la misma humanidad: exigir cada día menos y darse cada día más.

No tenemos que asustarnos de que la familia esté en crisis. El ser humano está siempre en constante evolución; si no fuera así, hubiera desaparecido hace mucho tiempo. En el evangelio no encontramos un modelo de familia. Se dio siempre por bueno el existente. Más tarde se adoptó el modelo romano, que tenía muchas ventajas, pues desde el punto de vista legal era muy avanzado. Los cristianos de los primeros siglos hicieron muy bien en adoptar ese modelo. Lo malo es que se sacralizó y se vendió después como modelo cristiano, sin hacer la más mínima crítica.

Con el evangelio en la mano, debemos intentar dar respuesta a los problemas que plantea la familia hoy. La Iglesia no debe esconder la cabeza debajo del ala e ignorarlos o seguir creyendo que se deben a la mala voluntad de las personas. No conseguiremos nada si nos limitamos a decir: el matrimonio, aunque la estadística nos diga que el 50 % se disuelven. No se trata de que las personas sean peores que hace cincuenta años. Hoy, para mantener un matrimonio, se necesita una madurez mayor.

Al no darse esa madurez, los matrimonios fracasan. Dos razones de esta mayor exigencia son: a) La estructura nuclear de la familia. Antes las relaciones familiares eran entre un número de personas mucho más amplio. Hoy al estar constituidas por tres o cuatro miembros, la posibilidad de armonía es mucho menor, porque los egoísmos se diluyen menos. b) La mayor duración de la relación. Hoy es normal que una pareja se pase sesenta años juntos. Es más fácil que surjan dificultades.

Como cristianos tenemos la obligación de hacer una seria autocrítica sobre el modelo de familia que proponemos. Jesús no sancionó ningún modelo, como no determinó ningún modelo de religión u organización política. Lo que Jesús predicó no hace referencia a las instituciones, sino a las actitudes que debían tener los seres humanos en sus relaciones con los demás. Jesús enseñó que todo ser humano debía relacionarse con los demás como exige su verdadero ser; a esta exigencia le llamaba voluntad de Dios. Cualquier tipo de institución que permita esta relación puede ser cristiana.

No solo no es malo que se separen dos personas que no se aman. Es completamente necesario que se separen, porque no hay cosa más inhumana que obligar a vivir juntas a dos personas que no se aman. Esto no contradice en nada la indisolubilidad del matrimonio, porque lo único que demostraría es a la falta de amor que ha hecho nulo, de todo derecho, lo que hemos llamado matrimonio. Si hay sacramento, ciertamente es indestructible. Pero para que haya sacramento es imprescindible que se dé el amor.

Fray Marcos

Ser familia y amar a la familia

Este año, debido a las necesarias restricciones y medidas sanitarias, ha habido mucho debate acerca de cómo se podrían organizar las reuniones familiares. Y algo resultaba chocante: desde hace años estamos constatando la crisis que padece la familia, y también que otros años las reuniones propias de estos días eran vistas a veces como una carga, algo que hay que hacer casi “por obligación”, “porque toca”; sin embargo, este año parecía que a muchos se les ha despertado un repentino y profundo “amor a la familia”, y el hecho de no poder reunirse para la cena de Nochebuena o Navidad era algo dramático, no podían vivir sin esas reuniones.

Hoy estamos celebrando la fiesta de la Sagrada Familia y, mirando a Jesús, María y José, podemos profundizar en qué consiste “ser familia” y amar a la familia. En primer lugar, que ser familia y amar a la familia es muchísimo más que reunirse algunas veces a lo largo del año; y en segundo lugar, que ser familia y amar a la familia es algo que se vive, se construye y crece día tras día, a lo largo de todo el año, compartiendo unidos las pequeñas cosas que forman lo cotidiano.

Y uno de los aspectos que nos hacen de verdad ser familia y amar a la familia es la atención a los ancianos. Hoy en el Evangelio hemos contemplado a dos ancianos, Simeón y Ana, que son un modelo de fe y esperanza y, de hecho, los únicos que re- conocen a Jesús como el Mesías del Señor. Y, en este sentido, la Conferencia Episcopal ha publicado un documento titulado “Los ancianos, tesoro de la Iglesia y de la sociedad”, que ofrece varias indicaciones al respecto.

Se advierte en el documento que, a menudo, “la mentalidad utilitarista actual considera que los que no producen, según criterios mercantiles, deben ser descartados”; se considera que los ancianos ya no aportan nada a la sociedad y se les ve más bien como una fuente de “gastos”. Otras veces, en la práctica los ancianos son tratados como “los «niñeros» que se encargan de cuidar a los nietos cuando los padres no pueden atenderlos”; y también, como hemos comprobado estos últimos años, “han sido meramente un sostén económico cuando vienen tiempos de crisis”. Frente a esta mentalidad y actitudes, para ser familia y amar a la familia, los obispos indican: “¿Qué pueden aportar los abuelos en la familia? Muchos de nuestros abuelos, desde la atalaya de su experiencia, habiendo superado muchos contratiempos, han descubierto vitalmente que no merece la pena atesorar tesoros en la tierra, «donde la polilla y la carcoma los roen», y se han esforzado por hacerse un «tesoro en el cielo» (cf. Mt 6, 19-21). En una sociedad, en la que muchas veces se reivindica una libertad sin límites y en la que se da excesiva importancia a lo joven, los mayores nos ayudan a valorar lo esencial y a renunciar a lo transitorio. La vida les ha enseñado que el amor y el servicio a los suyos y a los restantes miembros de la sociedad son el verdadero fundamento en el que todos deberíamos apoyarnos para acoger, levantar y ofrecer esperanza a nuestros semejantes en medio de las dificultades de la vida”.

Y además, en el ámbito estrictamente familiar, “ellos son la memoria viva de la familia”, y se convierten, como Simeón y Ana, en modelos de fe, porque “muchos de nuestros mayores, en la plenitud de su vida, elevan su mirada a la trascendencia. Esta mirada suya es imprescindible en medio de esta sociedad que muchas veces se aferra a lo temporal y olvida nuestra condición de peregrinos en esta tierra que encaminan sus pa- sos a la eternidad”. Y así, a menudo se encargan de llevar a cabo “la labor silenciosa de enseñar a los más pequeños de la casa las oraciones y las verdades elementales del Credo”.

“Tengamos presente que «la fe sin obras está muerta» (Sant 3, 26)”. Pretender ser familia y amar a la familia sin obras concretas que lo manifiesten es un sentimentalismo vano. Por eso, “aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia mutila y empobrece a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar“.

Si queremos, de verdad, ser familia y amar a la familia, debemos buscar “modos concretos para vivir este cariño y veneración por nuestros mayores”, un cariño y veneración que se ha de vivir y cuidar a lo largo de todo el año y no sólo en estas fechas: “los padres deberán educar a sus hijos en el respeto y la consideración de los abuelos siempre, ya que el amor del abuelo a los nietos, con su gratuidad, su cercanía, su espontaneidad, sus caricias y abrazos, es necesario para ellos. Que la Sagrada Familia de Nazaret, hogar de caridad, interceda por nuestras familias para que seamos custodios del tesoro que hemos recibido en nuestros mayores”.

Comentario al evangelio – La Sagrada Familia

«SAGRADA» FAMILIA


         No resulta fácil hablar hoy sobre la «familia», con tantas susceptibilidades, tantos modelos diferentes, tantas experiencias distintas, y no todas positivas… Pero ya sabemos que «donde hay amor allí está Dios». Y si le ponemos por delante el adjetivo «sagrada», aún es más difícil. Salvo días como hoy, es poco frecuente que los predicadores tengamos en cuenta la familia, el matrimonio, y tantos aspectos que forman parte de ella. Sin embargo, la realidad familiar (sea la que sea) forma parte de la experiencia de todos y cada uno de los seres humanos, y también de los creyentes.

             Creo que hoy es día sobre todo para animar, acompañar, y rezar por todas las familias, y dejar a un lado juicios sobre los distintos «estilos» familiares, y mensajes apocalípticos sobre la crisis familiar, etc. 

           Estos días navideños son, por definición, «familiares». Es evidente el esfuerzo de encontrarse juntos alrededor de una mesa, o visitar, o llamar por teléfono o videoconferencia, o hacer unos regalos… ¡Qué  mal rollo que el coranavirus haya condicionado y limitado tanto estos encuentros! 

             No obstante, también son días en los que afloran las dificultades y conflictos, latentes o disimuladas en otros momentos del año. Porque, una vez que estamos juntos ¿qué? ¿de qué hablamos? ¿qué tenemos que decirnos? ¿cómo hacemos para no tocar ciertos temas y que no salten chispas? Son días en que se hace más visible el sufrimiento de las familias que se han roto, y «toca» que los hijos se repartan entre el padre y la madre. Son días en que recordamos con tristeza a los que ya no están. Y son días en que aquellos que no tienen a su familia cerca, por la razón que sea, se sienten especialmente solos.

                Es verdad que no todo es sufrimiento, y que, cuando una familia se lleva bien, es una de las mayores fuentes de gozo, equilibrio, seguridad, ternura… etc. Pero ¿y qué pasa cuando las cosas no han resultado bien? ¿No hay derecho a rehacerse, a intentar curar las heridas y buscar la estabilidad por otros caminos?

     Cuando tratamos el tema de la educación de los hijos, más de un padre/madre pregunta: «¿Por qué no vendrán los niños a este mundo con un manual de instrucciones debajo del brazo?». Unas veces por exceso, y otras por defecto, no es rara la sensación de muchos padres de no estar haciéndolo bien, o de darse cuenta demasiado tarde, o de sentirse culpables, o de desentenderse porque «es muy difícil»…

¿Qué pueden aportarnos las lecturas de hoy para este tema de la convivencia familiar?

                  § Empecemos diciendo que los evangelios nunca llaman «sagrada» a la familia de Jesús ni a ninguna otra. Por otro lado, llama la atención que en boca de Jesús nunca aparecen las palabras «padre» o «madre» para dirigirse a José o a María, ni «hermano» para referirse a sus parientes cercanos, como era costumbre en la cultura judía. Jesús sólo llama «padre» a Dios.  Y expresamente pide a sus discípulos que a nadie llamen Padre sino a DIos. En cuanto a su madre, sólo se refiere a ella como desde lo alto de la cruz , para encargarle al discípulo amado que la cuide. En cuanto al nombre de «hermano» lo reserva para los discípulos, que deben tratarse así entre sí: «Si te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti», «entre vosotros, todos sois hermanos», «¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Los que escuchan mi Palabra y la cumplen…

      Es el modo de decirnos que la «familia» verdadera, la cristiana, la suya, es mucho más grande que la que viene por los lazos de la carne y la sangre. Por tanto, la «familia» tiene que salir de sí misma para poner «calor de hogar» en este mundo tan poco hogareño. Y que, por lo tanto, no entró en su proyecto hacer de la propia familia una especia de fortaleza, burbuja o refugio para tiempos difíciles: Nosotros, y los nuestros, aquellos con los que nos llevamos bien y no nos dan problemas… «Si amáis a los que os aman, ¿qué hacéis de extraordinario?». Sus discípulos estamos llamados a multiplicar los padres, las madres, los hermanos, los abuelos en nuestro entorno cristiano y social. Se trata de que se extiendan y triunfen los vínculos del amor, todas esas cosas que forman parte de la convivencia familiar: el diálogo, la acogida, el perdón, el servicio, los detalles, el sacrificio, etc. Dentro y fuera de casa

           §  En segundo lugar, podemos considera y llamar«sagrada» a una familia cuando está consagrada a Dios. Es decir: cuando en ella está muy presente Dios, cuando contamos con Él en los problemas y decisiones de cada día… La oración, la escucha de la Palabra, el diálogo buscando juntos la voluntad de Dios es ago indispensable en toda familia que quiera llamarse cristiana, el perdón mutuo. Probablemente los pastores de la Iglesia no hemos puesto muchas energías en enseñar y acompañar todo esto. Pero también es cierto que no pocas familias consideran que basta con estar juntos, vivir bajo el mismo techo, y comer de la misma nevera, y juntos cuando se pueda. ¡Qué fundamentales son los grupos de matrimoniosque reflexionan, comparten y aprenden juntos a partir de sus experiencias! Probablemente en la parroquia los tenéis, o podéis proponer que se pongan en marcha.

           §  En tercer lugar, las lecturas nos subrayan que los hijos no son propiedad de los padres. Lo de «presentarlos» a Dios (algo «parecido» a nuestros Bautismos) era la manera que Israel tenía de subrayar el infinito respeto que se merecen. Los hijos no están llamados a ser «imagen y semejanza» de sus padres, ni a cubrir ausencias afectivas cuando faltan otras personas al lado. Aunque también hay que afirmar que los hijos no son quiénes para interferir en la vida de sus padres, tenerlos a su completa disposición, y exigirles a veces cosas que no les corresponden.

     Los padres tienen encomendada una «tarea sagrada»: ayudarles a conocer y a vivir a Dios, a servirle. Los hijos tienen que crecer y robustecerse (como decía el Evangelio respecto a Jesús), pero también «en sabiduría y en gracia». Esta «sabiduría» de la que habla la Escritura se refiere a la sabiduría de aprender de la vida y aprender a enfrentarse personalmente con las dificultades y retos que va planteando la vida. Una sabiduría existencial.

         §  Para terminar: los cristianos (como personas, como comunidades y como Iglesia) tenemos que apoyar a las familias (sea cual sea el modelo que elijan), dar comprensión cuando aparezcan las dificultades, abrir caminos, acoger… y hacer menos juicios e imposiciones. Tomarnos todos mucho más en serio esto de «construir» familia, y también la gran Familia de la Iglesia. Ccomo dice un proverbio africano: «Para educar a un niño hace falta la tribu entera«. 

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf