Vísperas – Los Santos Inocentes

VÍSPERAS

LOS SANTOS INOCENTES, mártires

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ver a Dios en la criatura,
ver a Dios hecho mortal,
ver en humano portal
la celestial hermosura.
¡Gran merced y gran ventura
a quien verlo mereció!
¡Quién lo viera y fuera yo!

Ver llorar a la alegría,
ver tan pobre a la riqueza,
ver tan baja a la grandeza
y ver que Dios lo quería.
¡Gran merced fue en aquel día
la que el hombre recibió
¡Quién lo viera y fuera yo!

Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Eres príncipe desde el día de tu nacimiento entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Eres príncipe desde el día de tu nacimiento entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora.

SALMO 129: DESDE LO HONDO, A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Del Señor viene la misericordia y la redención copiosa.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Del Señor viene la misericordia y la redención copiosa.

CÁNTICO del COLOSENSES: HIMNO A CRISTO, PRIMOGÉNITO DE TODA CRIATURA

Ant. En el principio, antes de los siglos, la Palabra era Dios, y hoy esta Palabra ha nacido como Salvador del mundo.

Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de Él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por Él y para Él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.

Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. En el principio, antes de los siglos, la Palabra era Dios, y hoy esta Palabra ha nacido como Salvador del mundo.

LECTURA: Ef 2, 3b-5

Naturalmente, estábamos destinados a la reprobación como los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo. Por pura gracia estáis salvados.

RESPONSORIO BREVE

R/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, Aleluya.
V/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, Aleluya.

R/ Y acampó entre nosotros.
V/ Aleluya, Aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. La Virgen inmaculada y santa nos ha engendrado a Dios, revistiéndole con débiles miembros y alimentándole con su leche materna; adoremos todos a este Hijo de María que ha venido a salvarnos.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La Virgen inmaculada y santa nos ha engendrado a Dios, revistiéndole con débiles miembros y alimentándole con su leche materna; adoremos todos a este Hijo de María que ha venido a salvarnos.

PRECES

Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley. Fortalecidos por esta esperanza oremos confiados, diciendo:

Que la gracia de tu Hijo nos acompañe, Señor.

Oh Dios de amor y de paz, acrecienta en todos los cristianos la fe en la encarnación de tu Hijo,
— para que vivan siempre en acción de gracias.

Levanta, Señor, la esperanza de los enfermos, de los pobres, de los ancianos,
— y da tu ayuda a los oprimidos, a los descorazonados, a los que sufren.

Acuérdate, Señor, de so que están detenidos en las cárceles
— y de los que viven lejos de su patria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que en el nacimiento de tu Hijo hiciste que se oyera a los ángeles que cantaban tu gloria,
— haz que los difuntos puedan asociarse eternamente al canto de los ángeles en tu reino.

Con el gozo de sabernos hijos de Dios, acudamos a nuestro Padre:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Santos Inocentes

1.- Oración introductoria.

Dios mío, la lectura de este evangelio me horroriza. Y más todavía al constatar que Herodes sigue vivo y que siguen muriendo millones de niños inocentes en pleno siglo XXI. Haz que, en este día, los cristianos del mundo entero reaccionemos contra la cultura de la muerte y con Jesús, que es la Vida, luchemos por conseguir el sueño de Dios al enviar su Hijo al mundo: “que todos sus hijos tengamos vida y la tengamos en abundancia”. ¡Ayúdanos, Señor!

2.- Lectura reposada del Texto. Mateo 2, 13-18

Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió a Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, conforme a la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: En Ramá se ha escuchado un grito, se oyen llantos y lamentos: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya están muertos.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

La escena de los niños inocentes nos hace pensar en la cantidad de niños que viven hoy totalmente desprotegidos, siendo víctimas de personas mayores sin escrúpulo, niños en la calle, etc. Su situación familiar es tan dramática que prefieren estar en la calle, esperando que alguien se compadezca de ellos y les ofrezca techo y comida.

En pleno siglo XXI, la UNICEF nos aporta estos datos escalofriantes:

15 millones de niños están atrapados por las guerras.

10 millones han sido secuestrados para luchar como soldados.

30.000 mueren cada día, víctimas del hambre.

Millones de abortos…

Parece que toda la barbarie se ha cebado en miles de niños inocentes. Hoy Herodes sigue vivo y sigue asesinando a niños. Mientras tanto nuestra preocupación está en que no entren inmigrantes que nos quiten nuestro estado de bienestar. Mientras hay millones de personas que no tienen lo estrictamente necesario, ¿cómo podemos nosotros disfrutar de lo superfluo?

Palabra autorizada del Papa

“En los relatos evangélicos de la infancia, es emblemático en este sentido el rey Herodes, que viendo amenazada su autoridad por el Niño Jesús, hizo matar a todos los niños de Belén. La mente vuela enseguida a Pakistán, donde hace un mes fueron asesinados cien niños con una crueldad inaudita. Deseo expresar de nuevo mi pésame a sus familias y asegurarles mi oración por los muchos inocentes que han perdido la vida… Constatamos con dolor las dramáticas consecuencias de esta mentalidad de rechazo y de la “cultura de la esclavitud” en la constante proliferación de conflictos. (Discurso de S.S. Francisco, 12 de enero de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada.  (Silencio).

5.-Propósito.

Enrolarme en alguna institución que promueva la cultura de la vida, especialmente de la vida recién estrenada de los niños.

6.- Dios me ha hablado hoy por medio de la Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Jesús mío, a muchos escandaliza la reacción de Herodes al matar a tantos inocentes. Tristemente hoy, en nuestra sociedad marcada por la cultura de la muerte, ocurre lo mismo. Pocos reaccionan ante la precaria situación de tantos niños inocentes, de tantos que mueren de hambre, de tantos millones de niños que encuentran la muerte en la misma cuna de la vida, en el vientre de sus propias madres. Señor, en el día de los inocentes haz que cese tanto atropello, tanta violencia, tanta muerte malograda.  

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama

Las lecturas de este domingo, en sintonía con el tiempo litúrgico que celebramos, ofrecen un mensaje teológico de particular relevancia que podríamos resumir en dos ideas fundamentales de la fe y dogmática cristianas, tal y como se han configurado en los primeros siglos del cristianismo en confrontación con otras posturas teológicas posteriormente consideradas heréticas, a saber, de una parte, frente al adopcionismo, la idea de la preexistencia de Jesucristo a la creación, y de otra parte, en este caso frente a los gnósticos docetas, la idea de una encarnación verdadera. De la primera idea extraemos la consecuencia de que Jesús es verdadero Dios “no creado”, y de la segunda idea obtenemos la consecuente afirmación de la verdadera humanidad de Cristo; esto es, que Jesucristo es de la misma naturaleza de Dios Padre y de la misma naturaleza carnal del hombre, “en unidad sin confusión”, “con división sin separación”.

Establecida la dogmática cristológica de la cuestión, siempre nos queda por pensar la hermenéutica de la misma, o lo que es lo mismo, las consecuencias que estas afirmaciones cristológicas tienen para el cristiano, y para el hombre en general, no olvidando que cristología y antropología están profundamente imbricadas. A tal efecto, es pertinente para nuestro caso particular recurrir a la misma riqueza que la Palabra nos presenta hoy en estas mismas lecturas, pues en ellas se expresa que estas ideas cristológicas no sólo afectan o implican a Jesucristo, sino que, a través de él, nos alcanzan a nosotros.

Así, San Pablo afirma: “Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos”. Si Jesucristo es pre-existente, en él estamos pre-destinados. Esta predestinación del hombre implica una actitud y disposición en nosotros: es una llamada, una llamada profunda del hombre increado al hombre creado a vivir conforme a ese destino. A vivir el presente como tiempo de gracia en la verdad, pues “de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia… la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo”. A vivir nuestro presente orientado por nuestro futuro, o lo que es lo mismo, orientado y determinado por la esperanza, pues nos ilumina para “que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama”.

Vivir en la esperanza es clave en el mensaje de este domingo para nosotros y nuestro mundo, y no puede comprenderse la vida del cristiano desde otra perspectiva ni tampoco su implicación en la creación de su historia. Pues vivir en esperanza es una exhortación a construir nuestro mundo, la historia de los hombres teniendo en perspectiva el reino que el Jesús encarnado y viviente en nuestra morada ha venido a traer. La esperanza no es un patrimonio particular de los cristianos; por el contrario, es patrimonio de toda la humanidad, creyente y no creyente, y buenas y fructíferas muestras de ello tenemos en el pensamiento más constructivo que ha generado el hombre, pues, es todo hombre y no sólo los cristianos, los que somos concebidos bajo esa esperanza. Lo que caracteriza la esperanza cristiana es que está fundada en la Palabra, una palabra que siendo promesa, se ha hecho realidad carnal en la  historia de los hombres: promesa en el pasado, anticipada al haber sido hecha carne en nuestro presente, o lo que es lo mismo: que, sean cuales sean las circunstancias, las cosas pueden ser de otra manera conforme a la verdad. Dostoievsky afirmaba en los “Hermanos Karamázov”, en una célebre cita, que “si Dios no existe, todo está permitido”, que podríamos interpretar como que si Dios no existe, todo es posible, no hay impedimentos ni metafísicos, ni morales… Pero a esta cita, bien podemos contraponer otra afirmación, a saber, que, si Dios se ha hecho carne, un mundo nuevo es posible, ya en esta tierra. Si Dios se ha hecho carne, la finitud de la carne ya no es impedimento para construir un mundo más allá de la mera utopía, pues lo que parecía imposible (concebir a Dios trasmutado en nuestra finitud y limitación carnal) se ha producido y ha roto las fronteras de lo posible-imposible, de lo razonable-impensable.

Para ello, el que es la Sabiduría nos ha dado gracia para conocer y vivir en la verdad; el que es luz verdadera, nos exhorta a vivir en la luz. Cuales sea que fueren las circunstancias, sólo quien vive en la verdad rechazando la mentira; sólo quien vive en la luz, rechazando la oscuridad, puede comprender qué es vivir en la esperanza; y, comprendiéndola, hacerla posible, anticiparla, pues el reino de la luz sólo se construye desde la verdad.

A tal respecto de este reino a construir a que nos exhorta esta esperanza que ya ha anticipado el futuro, la segunda idea dogmática tiene otro mensaje muy importante que no debemos olvidar: el que si “el Verbo se hizo carne”, fue para salvar también a la carne: el reino de Jesús no es un reino de almas más allá de las fronteras de la muerte y de este mundo. Es un reino para todo hombre y para todo el hombre, en la realidad carnal que lo constituye. Por eso, la encarnación lo ha iniciado aquí, para que comprendamos que remite ya al hombre actual en toda época: no hay esperanza posible para este mundo ni para ningún mundo futuro más allá de nuestra posibilidad de conocimiento, si esa esperanza no la actualizamos hoy en cada hombre de carne que fue predestinado a la vida plena desde su concepción.

Este mundo, esta historia, y esta carne es la morada que se nos ha dado y Dios ha venido a ella: dejémosle pasar, pues ha traído la esperanza anticipadora del reino.

Fr. Ángel Romo Fraile

Comentario – Santos Inocentes

(Mt 2, 13-18)

Una vez más aparece la figura de José, que tiene que arriesgarse por María y por el niño. Vemos en él como una continuación de la figura noble de los grandes patriarcas del Antiguo Testamento.

Pero en este texto aparece también el drama de la matanza de los niños, que se explica por el temor de Herodes, de que el niño terminara eclipsando su fama y quitándole poder. Efectivamente, el poder de Herodes era cuestionado por no ser descendiente de David, y el niño recién nacido, que sí lo era, aparecía como destinatario de los anuncios proféticos, según la interpretación de los magos venidos de Oriente. Herodes decide así liberarse de todo el que pudiera desplazarlo y manda matar a todos los menores de dos años. En ese contexto se ubica esta narración de la huida a Egipto, y así el niño reproduce la historia sufrida de su propio pueblo.

Los niños inocentes, que mueren injustamente, son como un símbolo de todos los que son perseguidos y destruidos por la maldad de los que tienen el poder del dinero y de las armas.

Jesús y su familia representan a todos los pobres que deben ir de un lugar a otro para poder salvar sus vidas, exiliados, rechazados. Por eso, este texto es también una invitación a orar por esas situaciones angustiosas.

Pero también podemos preguntarnos si nosotros no hemos usado de alguna manera nuestro pequeño poder, nuestra lengua, nuestras influencias, para eliminar de nuestras vidas a las personas buenas que nos hacen sombra, que nos quitan autoridad y prestigio, que nos molestan o desagradan.

Oración:

“Hoy quiero pedirte Señor, por todos los inocentes que sufren a causa de la desmedida sed de poder de los injustos. Toca con tu gracia los corazones crueles y despiadados, para que reconozcan su propia oscuridad y se abran a tu luz”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

Unidad de la Misa

56. Las dos partes de que costa la Misa, a saber: la liturgia de la palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto. Por esto el Sagrado Sínodo exhorta vehemente a los pastores de almas para que en la catequesis instruyan cuidadosamente a los fieles acerca de la participación en toda la misa, sobre todo los domingos y fiestas de precepto.

Homilía – Domingo II de Navidad

1

Profundizando en la Navidad

Este domingo es como un eco o una profundización de la fiesta de la Navidad, con el tono teológico que ya se había iniciado en la «misa del día» del 25 de diciembre con el prólogo del evangelio de Juan.

El aspecto que más se resalta en los textos de hoy es el de Cristo como la Palabra viviente de Dios, que nos comunica su luz y su salvación.

En los primeros días del nuevo año seguimos meditando y celebrando el gran misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en nuestra historia. Imitando, también en esto, la actitud de María, la Madre, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón».

 

Eclesiástico 24, 1-4.12-16. La sabiduría de Dios habitó en el pueblo elegido

El libro del Eclesiástico, llamado también «Sirácida», porque fue escrito por Jesús, Ben Sira (hijo de Sira), es uno de los últimos libros sapienciales delAT.

Hoy prepara bien la lectura del prólogo de Juan, porque habla de la sabiduría de Dios. Ya en el AT se intuía que la sabiduría de Dios, personificada, existía «desde el principio, antes de los siglos», e iba a tener un puesto central: «se gloría en medio de su pueblo», «en la congregación plena de los santos»; esa sabiduría de Dios «habita en Jacob, en Jerusalén», «eché raíces en un pueblo glorioso», mientras otros pueblos permanecen en la oscuridad y la ignorancia.

Para los que leemos ese libro dos mil años después de la venida de Cristo, esa promesa no puede tener otro sentido que el de Cristo como Palabra eterna de Dios, enviado como Profeta y Maestro auténtico.

El salmo sigue en la misma perspectiva de un Dios que «envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz», que «anuncia su palabra a Jacob». La antífona que se intercala entre sus estrofas, «la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros», hace que cantemos ese salmo desde la visión cristiana. Nosotros sí que podemos decir que «con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos».

 

Efesios 1, 3-6. 15-18. Nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos

Volvemos a leer el entusiasta comienzo de la carta de Pablo a la comunidad de Éfeso, que ya escuchábamos el día de la Inmaculada.

Es Dios quien actúa primero, «por pura iniciativa suya», bendiciéndonos con toda clase de bendiciones, y eso provoca que nosotros le respondamos con nuestra bendición: «Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido…». La bendición descendente de Dios y la ascendente de nuestra alabanza se encuentran «en la persona de Cristo».

La bendición mejor que nos ha otorgado Dios es que «nos ha destinado a ser sus hijos». Pablo pide a Dios que conceda a sus cristianos «espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo», que les abra sus ojos para una inteligencia más viva del misterio de Dios.

 

Juan 1, 1-18. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

Proclamamos hoy, con el prólogo del evangelio de Juan, el mejor resumen teológico, no sólo del misterio de la Navidad, sino de toda la historia de la salvación.

Cristo, desde la eternidad, estaba junto a Dios, era Dios y era la Palabra viviente de Dios. Cuando llegó la plenitud del tiempo, el que era la Palabra se hizo hombre, se «encarnó» y acampó entre nosotros para iluminar con su luz a todos los hombres. Los que le acogen reciben el don de nacer de Dios y ser sus hijos.

¿Se puede pensar en una teología más resumida y densa del misterio que estamos celebrando? Son los grandes conceptos propios de Juan: Palabra, Vida, Luz, Gracia, Hijos…

 

2

El Niño recién nacido es la Palabra viviente de Dios

Estamos todavía en la Navidad. Hemos celebrado el nacimiento del Hijo y la fiesta de la Madre. Pronto celebraremos la Epifanía, la manifestación del Salvador a las naciones. Pero las lecturas de hoy nos ayudan a entender más en profundidad lo que representa para nosotros el que el Hijo de Dios haya tomado nuestra naturaleza humana. No sólo le vemos como el Niño recién nacido, sino como el Mesías, el Maestro y Profeta que nos enseña la verdad de Dios.

Los textos de hoy se centran sobre todo en Jesús como la Palabra de Dios, como la Sabiduría encarnada. Nuestro Dios no es un Dios mudo: es un Dios que nos habla, que nos dirige su Palabra personal. Ya el Sirácida, en la primera lectura, anunciaba que la Sabiduría de Dios iba a establecer su morada en Israel y que iba a «echar raíces en un pueblo glorioso». Juan proclama el cumplimiento de las promesas: «la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros».

La alegría que experimentaba Israel porque la Sabiduría de Dios habitaba en medio de ellos, la sentimos los cristianos con mayor razón, porque sabemos que Jesús no sólo nos ha venido a traer la Palabra de Dios, sino que él mismo es su Palabra viviente. «En el principio era la Palabra y la Palabra era Dios», y esa Palabra, hecha persona, es la que ha venido al mundo y ha puesto su tienda en medio de nosotros. Lo que era profecía en el AT es ahora realidad.

¿No es esto lo que celebramos en la Navidad y nos llena de alegría y da sentido a nuestra existencia? Nuestro Dios no es un Dios lejano: nos ha «dirigido su Palabra» y esta Palabra es Cristo Jesús. En la oración sobre las ofrendas afirmamos que Dios, por medio de su Hijo, «nos ha señalado el camino de la verdad».

 

Necesitamos la sabiduría de Dios

Pero el evangelio de Juan nos ha planteado el dilema: unos reciben a esa Persona que es la Palabra viva de Dios, y otros, no. Esa Palabra era la Luz, pero a veces pasa que «la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió», «vino a su casa y los suyos no la recibieron». Los que sí la acogen, reciben el don de ser hijos, de «nacer de Dios».

Todos necesitamos la luz de esa Palabra. Todos necesitamos, para descubrir el sentido de nuestra vida, esa sabiduría que nos ayuda a ver las cosas desde los ojos de Dios, que es «luz de los que en él creen» (oración colecta). Si no recibimos a ese Cristo como la Palabra definitiva de Dios, no nos extrañemos del desconcierto y de la confusión que reina en las ideologías de este mundo. Se puede seguir diciendo, como dijo Jesús de muchos de sus contemporáneos, que «andan como ovejas sin pastor».

En su carta a los Efesios, Pablo pide para ellos que maduren en su fe, que Dios les conceda «espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo», y que les ilumine «para que comprendan cuál es la esperanza a la que nos llama y la riqueza de gloria que nos tiene preparada como herencia». «Conocer» y «comprender» a Cristo, que es el Maestro, la Palabra viviente, nos puede dar ese conocimiento profundo de la historia. Los creyentes ya caminamos en la luz, pero necesitamos profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo.

 

En cada Eucaristía, a la escuela de la Palabra

Pronto terminaremos las fiestas de la Navidad. Pero queda, para todo el año, nuestro encuentro dominical (o diario) con Cristo, la Palabra que nos dirige una y otra vez Dios Padre.

Esa es nuestra mejor catequesis, nuestra más profunda y eficaz «formación permanente», la escuela que nos ayuda a crecer en la fe y en la vida cristiana. Si con el salmista pedimos a Dios «enséñame tus caminos», su respuesta es precisamente esta: la proclamación de su Palabra en las celebraciones comunitarias, además de la lectura que podamos hacer personalmente o en los grupos de oración o en la «lectio divina».

En la primera parte de cada Eucaristía —la «primera mesa» a la que nos invita el Señor— vamos asimilando su sabiduría, o sea, su mentalidad, su manera de ver las personas y los acontecimientos. Como la Virgen María contestó a Dios: «hágase en mí según tu Palabra», nosotros deberíamos ajustar nuestro estilo de vida a la Palabra que Dios nos va dirigiendo. Así viviremos en la luz y creceremos en fe y esperanza.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Jn 1, 1-13 (Evangelio Domingo II de Navidad)

Dios acampó en nuestra historia

Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.

(Podemos volver a leer el texto comentado el día de Navidad)

Esta es una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como su le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros… para ser nuestro confidente de Dios.

El himno y las sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales judías. El filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones, pero en vez de sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios» significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el himno al Logos de Juan han podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible ligada a la persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra de Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.

El Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda una reflexión navideña del cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la iniciativa, suyo el proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos nosotros. La especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT, en la tienda del tabernáculo en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y esa imagen se pierde si la luz no nos llega. Y esa luz es la Palabra, Jesucristo.

Ef 1, 3-6. 15-18 (2ª lectura Domingo II de Navidad)

Elegidos, “en Cristo”, para ser hijos

Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy, aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En realidad lo que hoy nos toca proclamar de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp 2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para alabar a Dios.

Se necesitaría un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su ritmo literario y su estética teológica. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación, redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad: son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en Cristo hemos sido marcados con el sello del Espíritu hasta llegar a experimentar la misma gloria de Dios en los tiempos finales.

¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. Hay en el texto toda una “mirada” del Dios vivo. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues, predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.

Eclo 24, 1-12 (1ª lectura Domingo II Navidad)

La Sabiduría, mano de Dios

La primera lectura se toma del libro del Eclesiástico (titulo popular) o de la Sabiduría de Ben Sirá, como se le conoce, técnicamente, por el autor que lo escribió. Antes no se le conocía más que en griego, pero ya se han descubierto los fragmentos hebreos (en la antigua Guenizá del Cairo) que certifican que esa es su lengua original. Es un libro propio, con un género literario específico, tanto en el mundo bíblico como en la literatura del Medio Oriente y de Egipto. Este tipo de obras intenta poner de manifiesto los valores más fundamentales de la vida, de un comportamiento justo, honrado, humanista; en definitiva, eso es vivir con sabiduría.

La lectura de hoy nos habla de la Sabiduría, con mayúscula; no la del hombre, sino la de Dios. Es un himno grandioso del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres. Debemos tener en cuenta que los judíos no podían entender que hubiese alguien como Dios; la sabiduría, aunque personificada, es, en el texto, una criatura como nosotros, aunque es la mano derecha de Dios, porque es la confidente del saber divino y, por lo mismo, de su acción creadora, hálito del poder divino en todo el proyecto que El tiene sobre el mundo. De hecho, en el judaísmo se identificaba a la Sabiduría con la Torah, la ley. No podía ser de otra forma en un ambiente cerrado a los valores creativos y proféticos de Dios. Sin embargo, una lectura cristiana de este texto, lo sabemos, apunta directamente a la Palabra de Dios, a Jesucristo. Y entonces, la Torah, la ley, quedará en lo que es, un mundo de preceptos que a veces ni siquiera ponen de manifiesto la voluntad de Dios.

Comentario al evangelio – Santos Inocentes

A los tres días de la navidad, se celebra la fiesta de los “santos inocentes”, partiendo del relato del Evangelio de San Mateo de la matanza de los niños por Herodes. Una escena en la que aparecen los “personajes principales” de este tiempo de Navidad: la luz y las tinieblas, la debilidad y la esperanza.

La luz molesta a las tinieblas. Porque son incompatibles. Por eso Herodes quiere hacerla desaparecer, y trama su plan. Y en esa lucha, recreada en tantas escenas de la Biblia y del cine contemporáneo, resplandece la fuerza de la debilidad: una pareja que se pone en camino con su hijo recién nacido, huyendo a la tierra donde sus antepasados habían sido esclavos, para salvar su vida. Y en esa debilidad, surge la esperanza…

Jesús, desde su nacimiento, asume la historia de su pueblo, pasando por los mismos lugares por donde pasó y por sus mismos aprietos. Y al asumir esa historia, asume también nuestra historia de luces y de tinieblas, de luchas y de esperanzas. Porque la historia del Pueblo de Dios narrada en la Palabra es también nuestra historia.

En la fiesta de hoy recordamos a todos los que en el mundo han vivido esta misma historia de persecución, de huida y de muerte inocente. En el pasado y en el presente… Víctimas concretas de las tinieblas que quieren dominar la historia: niños, mujeres, hombres, ancianos… Víctimas de la enfermedad, de la pandemia que vivimos y de tantas otras situaciones.

Frente a esa tiniebla, Dios no despliega sus ejércitos ni acaba con el mundo de manera drástica… sino que ofrece algo mejor: su Hijo, naciendo entre nosotros, es la fuerza en la debilidad, la luz que alienta toda esperanza y que ya se ha comenzado a transmitir… hasta los confines del mundo.

Ya hay mucho camino recorrido y aún queda mucho por hacer. Pero ya está puesto, en el corazón del mundo, la semilla de un mundo nuevo. ¿Seremos capaces de acoger y cuidar esa semilla, para que vaya dando su fruto?

Luis Manuel Suárez CMF