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Termina Navidad, empieza la misión
Con la fiesta de hoy termina el ciclo de la Navidad. Esta tarde, después de vísperas, retiramos ya los símbolos del tiempo navideño y dejamos paso a las semanas de Tiempo Ordinario que precederán a la Cuaresma. En rigor, hoy sería el domingo primero del Tiempo Ordinario: pero en él siempre se celebra la fiesta del Bautismo. Mañana, lunes, sí es lunes de la 1ª semana.
Terminamos la Navidad con la escena que da inicio a la misión pública de Jesús: su Bautismo en el Jordán, donde recibe la confirmación oficial de su mesianismo. Del Niño recién nacido pasamos al Profeta y Maestro que nos ha enviado Dios y que va a comenzar su misión. Seguimos en clima de Epifanía, de manifestación.
Puede parecer un tanto brusco este paso de la infancia de Jesús a su vida pública: pero los evangelistas no quieren sencillamente narrar cosas, sino transmitir un evangelio, la buena noticia que Jesús mismo era y predicaba.
Las lecturas bíblicas de esta fiesta son diferentes para cada uno de los tres ciclos. A las del ciclo A, que se pueden leer cada año, se añaden en el ciclo B las que ponemos en segundo lugar, y que también comentamos. La escena del Bautismo en el Jordán la escuchamos, naturalmente, al evangelista del año, Marcos.
Isaías 42, 1-4. 6-7. Mirad a mi sierro, a quien prefiero
El libro de Isaías incluye cuatro «cantos del Siervo de Yahvé», de los que hoy leemos el primero.
Es un poema que prepara perfectamente lo que luego escuchamos en el evangelio, porque las palabras que Dios dice sobre el Siervo y las que suenan sobre Jesús en el Jordán son muy parecidas. El canto del AT dice: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo, mi elegido, a quien prefiero». La voz del cielo sobre Jesús suena así: «tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto». La palabra «hijo», en griego «país», puede significar «hijo» o «siervo», indistintamente. Sobre los dos baja el Espíritu. En Isaías dice la voz sobre el Siervo: «sobre él he puesto mi espíritu». Los evangelistas dicen de Jesús que «se abrió el cielo y el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él».
Isaías describe también cuál va a ser la misión y el estilo de actuación de este Siervo: «no gritará… la caña cascada no la quebrará… promoverá el derecho… te he hecho alianza de un pueblo…».
El salmo se fija más en «las aguas» —»la voz del Señor sobre las aguas torrenciales»— y en la glorificación del Señor: «el Dios de la gloria ha tronado… el Señor se sienta como rey eterno». Es un salmo que parece preludiar ya la designación oficial de Jesús como el Mesías y el Rey en el río Jordán. Un Rey que viene a traer la paz. De ahí el estribillo que repetimos: «el Señor bendice a su pueblo con la paz».
(o bien) Isaías 55, 1-11. Acudid por agua; escuchadme y viviréis
El profeta —el «segundo Isaías», en el llamado «libro de la consolación»— expresa en esta página la oferta gratuita que Dios hace a su pueblo del agua y del trigo, del vino y la leche. Pero, sobre todo, de la alianza siempre renovada. ¡Y todo gratis! Invita a ser fieles a esos dones de Dios por nuestra parte: a buscar al Señor, venir a él, escucharle, abandonar los malos caminos, hacer alianza con Dios.
El pasaje incluye también la comparación entre la Palabra de Dios y la lluvia y la nieve que empapan y fecundan la tierra.
El salmo insiste en el agua que nos ofrece Dios, que hay que saber acoger con humildad y confianza: «sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación…. dad gracias al Señor, invocad su nombre… el Señor es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré…».
Hechos de los Apóstoles 10, 34-38. Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo
La catequesis que Pedro hace sobre Jesús, en casa de Cornelio —en el marco de la apertura de la comunidad a los paganos—, empieza precisamente con el recuerdo del Bautismo de Jesús.
El resumen que Pedro hace de este episodio es por demás rico en contenido: Jesús, aquel día, fue «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo» y así pudo empezar su misión mesiánica. Además, durante toda su vida, «pasó haciendo el bien» y obrando cosas maravillosas, «porque Dios estaba con él».
(o bien) 1 Juan 5, 1-9. El Espíritu, el agua y la sangre
La primera carta de Juan —que leemos casi entera en las ferias del tiempo de Navidad— queda como condensada en el pasaje de este domingo para el ciclo B.
En él aparecen los grandes verbos de Juan: creer, nacer, amar, vencer. Y también el «trinomio» de testigos que nos aseguran que Jesús es el Hijo de Dios: el Espíritu, el agua y la sangre, tres testigos que tienen particular actualidad en la fiesta del Bautismo de Jesús.
Marcos 1, 7-11. Tú eres mi Hijo amado, mi preferido
El Bautismo de Jesús por parte del Bautista, en el Jordán, es un acontecimiento al que los cuatro evangelistas dan mucha importancia: Jesús es manifestado como el Hijo, el predilecto de Dios, lleno del Espíritu, dispuesto a comenzar su misión mesiánica, solidario con todo el pueblo que acude al Bautismo de Juan. Parece la investidura oficial de Jesús de Nazaret como el Mesías anunciado y el comienzo de su misión.
Marcos enlaza la escena con el anuncio que había hecho el Bautista: «detrás de mí viene… él os bautizará con Espíritu Santo». A continuación, brevemente, narra cómo vino Jesús, se dejó bautizar en el Jordán y sucedió la expresiva «teofanía»: cuando Jesús sale del agua, oye la voz del Padre y el Espíritu baja sobre él como una paloma. Para Marcos el Bautismo de Jesús es la escena inaugural del evangelio, después de los breves versículos dedicados al Precursor.
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La teofanía trinitaria
Un aspecto teológicamente importante de los textos de hoy es esta «teofanía trinitaria» que sucede en la escena del Bautismo, que lleva consigo también la «investidura», la proclamación oficial de Jesús de Nazaret como el Hijo amado y el Mesías enviado de Dios.
Así nos lo ha narrado Marcos: «apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Y se oyó una voz del cielo: tú eres mi Hijo amado, mi predilecto».
La oración colecta del día ya empieza diciendo: «en el Bautismo de Cristo quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo». También la oración sobre las ofrendas habla del «día en que manifestaste a tu Hijo predilecto».
El prefacio explica cuál era la intención del Bautismo de Jesús: «hiciste descender tu voz desde el cielo, para que el mundo creyese que tu Palabra habitaba entre nosotros; y por medio del Espíritu ungiste a tu siervo Jesús para que los hombres reconociesen en él al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los pobres».
Decir que Jesús de Nazaret es el Hijo amado y el predilecto manifiesta su misión divina.
El protagonismo del Espíritu
En la escena del Bautismo de Jesús en el Jordán aparece explícitamente el protagonismo del Espíritu, en forma de paloma que se posa sobre él. No sabemos bien por qué la paloma: ¿por ser un ave sutil, mansa, símbolo de la paz? ¿o como reminiscencia del Génesis, que nos cuenta que el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas primordiales y las llenó de vida?
Ese mismo Espíritu del origen del mundo es el que se prometía al Siervo de Yahvé, y se daba a los profetas y reyes en el AT como símbolo de la fuerza de Dios que les iba a acompañar en su misión. Es el mismo Espíritu que intervino en la encarnación humana del Hijo de Dios, en el seno de María de Nazaret, «por obra del Espíritu», y el que actuaría luego en el sepulcro de Jesús, resucitándole de entre los muertos a una vida nueva.
En el Jordán se posó este Espíritu sobre Jesús. Pedro nos dice que Jesús fue «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo». Cuando se escribieron los evangelios y el libro de los Hechos, la comunidad cristiana tenía amplia experiencia de que el Espíritu iba guiando sus pasos y llenándola de su gracia. Como lo sigue haciendo en nuestro tiempo. También ahora, por medio de los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, y por la riqueza de sus carismas e impulsos, el Espíritu continuamente nos empuja a la misión y a la evangelización.
Creer, nacer, vencer
(si se elige 1 Juan) Juan, hacia el final de su carta, asegura que el que cree en Jesús nace a la vida, vence al mundo y tiene la vida eterna.
Jesús ha venido a este mundo ampliamente apoyado por los testimonios de Dios. Si aceptamos el testimonio humano, más fuerza tiene el testimonio de Dios.
Este testimonio, para Juan, con su lenguaje simbólico, es triple: el Espíritu, el agua y la sangre. Este Jesús en quien creemos es el que fue bautizado en el agua del Jordán, con el Espíritu sobre él, y el que al final de su vida derramó su sangre en la cruz y luego fue resucitado por ese mismo Espíritu.
Agua y sangre son certificados siempre por el Espíritu, el maestro y garante de la fe verdadera.
Pero lo principal es lo que sucede a los que creen en el Enviado de Dios: vencen al mundo y tienen la vida eterna. «¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?… Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo, y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe».
Nosotros somos de los que creemos en Jesús como el Hijo de Dios. Por eso hemos celebrado la Navidad con alegría y fe cristiana. Pero deberían ser más claras las consecuencias de esta fe. ¿Podemos decir que estamos venciendo al mundo y al mal que hay en nosotros y en el mundo? Si creemos en Jesús, deberíamos participar más expresamente de su victoria contra el mal y sentir en nosotros mismos con mayor abundancia su vida, sobre todo cuando le recibimos como alimento de vida en la Eucaristía: «quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene la vida eterna».
El estilo de actuación del Siervo y de Jesús
(si se elige Isaías 42) En el canto de Isaías 42 se nos describe cuál va a ser el estilo de actuación del Siervo: «no gritará… la caña quebrada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará… promoverá el derecho…».
Además, dice del Siervo, y nosotros lo vemos cumplido en Jesús de modo pleno: «te he hecho alianza de un pueblo y luz de las naciones… para que abras los ojos de los ciegos…».
El evangelio nos demuestra continuamente cómo se ha cumplido este retrato en Jesús de Nazaret: no apagó las llamas vacilantes ni acabó de quebrar lo que estaba roto, sino que hizo siempre lo posible para recuperar al que parecía perdido (el hijo pródigo, los pecadores, Pedro que le había negado). Su estilo era, en verdad, no el del grito ni la violencia, sobre todo con los débiles y humildes, sino el de la mansedumbre y la comprensión.
El nombre que, siguiendo la sugerencia del ángel, puso José a su hijo fue «Jesús», que significa «Dios salva»: a eso vino, a salvar. Como resume Pedro en su catequesis, Jesús «pasó haciendo el bien» y «curando a los oprimidos por el diablo». Siempre tuvo tiempo para los pobres, los sencillos, los niños, los enfermos, los que sufrían. De él sí que podemos decir con verdad que fue constituido «alianza para un pueblo y luz para las naciones», y que abrió los ojos del ciego e hizo oír a los sordos.
El que para su Bautismo se pusiera en la fila de los pecadores que acudían a Juan es una muestra de la solidaridad y cercanía que durante toda su vida iba a mostrar para los más débiles y pecadores, para los marginados de la sociedad. Es un aspecto que se pone de relieve repetidas veces en el evangelio. Isaías 53 ya había anunciado que el Siervo de Yahvé iba a cargar sobre sus hombros los pecados de todos.
Nuestro seguimiento de Cristo a lo largo del año
El Bautismo de Jesús es el prototipo del nuestro: «en el Bautismo de Cristo has realizado signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo Bautismo» (prefacio). Empezamos nuestra vida cristiana siendo bautizados en Cristo Jesús. Desde entonces somos «hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo» (oración colecta).
Hoy sería bueno empezar la Eucaristía con el rito de la aspersión, sustituyendo al acto penitencial. Es un gesto simbólico que nos invita a recordar nuestro Bautismo, del que el Bautismo de Jesús es el prototipo, y a pedir a Dios que renueve en nosotros la gracia que nos concedió en aquel sacramento.
Pero el Bautismo, para nosotros, como para él, es el comienzo de un camino y de una misión. Ser bautizados significa ser seguidores e imitadores de Cristo Jesús, que va a ser continuamente nuestro guía para la vida.
Termina la Navidad. Pero a partir de hoy seguiremos desarrollando la gracia de nuestro Bautismo y nuestra respuesta de fe, escuchando ante todo, en las lecturas de la Eucaristía, cómo actúa Jesús durante su vida, curando a los enfermos, consolando a los atribulados, perdonando a los pecadores, resucitando a los muertos, enseñando los caminos de Dios y la buena noticia de la salvación.
(si se elige Isaías 42) En concreto, será bueno que reflexionemos si imitamos ese estilo de actuación que Isaías anunciaba y que Jesús cumplió a la perfección:
- si también nosotros promovemos el derecho y la justicia,
- si somos personas de alianza y de unión,
- si no actuamos a gritos y con violencia,
- si somos suaves en nuestros métodos, tolerantes y comprensivos con los demás,
- si echamos una mano para ayudar y no para empujar,
- si cuando vemos a una persona que, por su desánimo o sus crisis, se puede comparar a una caña cascada, no la terminamos de quebrar, sino que intentamos rehabilitarla,
- si cuando alguien a nuestro lado está a punto de apagarse, como un pábilo vacilante, no soplamos para que se acabe de apagar, sino que hacemos lo posible para que se recupere,
si somos personas que saben apagar fuegos o bien que los encienden y azuzan.
(si se elige Isaías 55) Termina la Navidad, pero nos queda Jesús Maestro y Profeta y Enviado de Dios, para el resto del año. Para que se pueda decir de nosotros que somos discípulos y seguidores suyos, que intentamos imitarle en nuestro estilo de vida, y que quisiéramos que al final de nuestra vida se pudiera decir de nosotros, como se dijo de él: «pasó haciendo el bien, porque Dios estaba con él».
En cada Eucaristía tendríamos que recordar lo que nos ha dicho el profeta sobre la eficacia que Dios quiere que tenga su Palabra cuando es proclamada sobre nosotros: como el agua y la nieve empapan y fecundan la tierra y le hacen dar fruto, así quiere Dios que produzca frutos en nosotros su Palabra. Y frutos con generosidad: no sólo el treinta o el sesenta, sino el ciento por uno, como dirá Jesús en su parábola del sembrador. Y esto, durante todo el año.
Como muchas veces podemos constatar que nuestra manera de juzgar y actuar se parece más a la de este mundo que a la de Cristo, a lo largo del año, este Jesús que ahora es investido oficialmente como nuestro Salvador y Maestro, nos va a ir enseñando cuál es su mentalidad, que, como decía el profeta, no coincide con la del mundo: «mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos».
José Aldazábal
Domingos Ciclo B
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