Vísperas – 8 de enero

VÍSPERAS

8 DE ENERO

V/. Dios mío, ven en mi auxilio.
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Confiada mira la luz dorada
que a ti hoy llega, Jerusalén:
de tu Mesías ve la alborada
sobre Belén.

El mundo todo ve hoy gozoso
la luz divina sobre Israel;
la estrella muestra al prodigioso
rey Emmanuel.

Ya los tres magos, desde el Oriente,
la estrella viendo, van de ella en pos;
dan sus primicias de amor ferviente
al niño Dios.

Ofrenda de oro que es Rey declara,
incienso ofrece a Dios su olor,
predice mirra muerte preclara,
pasión, dolor.

La voz del Padre, Cristo, te llama
su predilecto, sobre el Jordán.
Dios en los hombres hoy te proclama
valiente Juan.

Virtud divina resplandecía
del que del agua vino sacó,
cuando el anuncio de eucaristía
Caná bebió.

A darte gloria, Señor, invita
la luz que al hombre viniste a dar,
luz que nos trae gloria infinita
de amor sin par. Amén.

SALMO 114: ACCIÓN DE GRACIAS

Ant. Arranca, Señor, mi alma de la muerte, mis pies de la caída.

Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida.»

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó.

Alma mía, recobra tu calma,
que el Señor fue bueno contigo:
arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.

Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Arranca, Señor, mi alma de la muerte, mis pies de la caída.

SALMO 120: EL GUARDIÁN DEL PUEBLO

Ant. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!

LECTURA: Ef 2, 3b-5

Naturalmente, estábamos destinados a la reprobación como los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo. Por pura gracia estáis salvados.

RESPONSORIO BREVE

R/ Será la bendición de todos los pueblos.
V/ Será la bendición de todos los pueblos.

R/ Lo proclamarán dichoso todas las razas de la tierra.
V/ Todos los pueblos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Será la bendición de todos los pueblos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Como luz te mostraste, Cristo, y los magos te ofrecieron regalos. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Como luz te mostraste, Cristo, y los magos te ofrecieron regalos. Aleluya.

PRECES

Unidos a todos los cristianos en la oración y la alabanza, roguemos al Señor:

Escucha a tus hijos, Padre santo.

Socorre, Señor a los que te desconocen y te buscan a tientas;
— oriéntalos con la luz vivificante de Cristo.

Mira con amor a los que te adoran como único Dios y te esperan como juez en el último día;
— sé propicio con ellos, Señor, y con nosotros.

Acuérdate de aquellos a quienes das la vida, la luz y todos los bienes;
— que nunca se encuentren lejos de ti.

Guarda bajo la protección de tus ángeles a cuantos van de camino,
— y líbralos de la muerte imprevista y repentina.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que manifestaste tu verdad a los fieles difuntos mientras vivieron en la tierra,
— condúcelos a contemplar la hermosura de tu rostro

Unidos fraternalmente como hermanos de una misma familia, invoquemos al Padre común:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Dios nuestro, cuyo Hijo se manifestó en la realidad de nuestra carne, concédenos poder transformarnos interiormente a imagen de aquel que hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 8 de enero

1.- Oración introductoria

Señor, en el evangelio de hoy me quieres dar una gran lección: el valor de lo pequeño. Con sólo “cinco panes y dos peces” alimentaste a cinco mil hombres. ¡Qué cosas tan bonitas haces con lo pequeño! Elegiste a una muchacha sencilla y pobre para que fuera tu Madre. Y con un poco de pan y un poco de vino hiciste el milagro permanente de la Eucaristía. Tal vez yo sólo puedo ofrecerte “lo poco que tengo, lo poco que valgo, lo poco que soy”. ¿Qué harás, Señor, con estos pocos?

2.- Lectura reposada de la Palabra de Dios. Marcos 6, 34-44

Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. Era ya una hora muy avanzada cuando se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «El lugar está deshabitado y ya es hora avanzada. Despídelospara que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de comer». Él les contestó: «Dadles vosotros de comer». Ellos le dicen: «¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» Él les dice: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver». Después de haberse cerciorado, le dicen: «Cinco, y dos peces». Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde hierba. Y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo. También repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron. Y recogieron las sobras, doce canastos llenos y también lo de los peces. Los que comieron los panes fueron cinco mil hombres.

3.- Qué dice el texto del evangelio.

Meditación-reflexión

De nuevo, la palabra “compasión”. De nuevo, sus entrañas se conmueven, le dan un vuelco. ¿Por qué? La gente que te había seguido entusiasmada, “¡no tenía qué comer! Y me pregunto: ante tantos niños que cada día se mueren de hambre, ¿Se conmueven mis entrañas? A veces, decimos: hay que meterse en la piel del otro. Pero si nos quedamos en la piel, sólo tendremos con nuestros hermanos un encuentro epidérmico, tangencial, superficial. Jesús nos dice: Hay que meterse “dentro de la piel del otro”. Hay que atravesar la piel y meterse dentro, por donde corre un flujo vital: la sangre, esa que viene del corazón y atraviesa todo el organismo. En este milagro de la multiplicación de los panes, ¡Qué distinta la postura de los discípulos y la de Jesús! Dicen los discípulos: “Despídelos”. Que vayan a comprarse ellos. Ante la presencia de los pobres, ¿cómo actuamos nosotros? Ve a Cáritas, a la Cruz Roja…La cuestión es quitarnos cuando antes el problema. ¿Qué dice Jesús? ¡Dadles vosotros de comer!  Insisten: Sólo tenemos cinco panes y dos peces. Serían necesarios “doscientos denarios de pan”. Es nuestra respuesta habitual: Este problema deben resolverlos los ricos, los políticos, los banqueros… ¿Qué dice Jesús? Traedme lo que tenéis, aunque sea poco. Y vamos a compartirlo. Lo demás me lo dejáis a mí. Y todavía hay un detalle: “sobraron doce canastos”. ¿Hemos pensado en lo que se podría hacer con lo que a nosotros nos sobra?

Palabra del Papa

Jesús está en la orilla del lago Galilea, y está rodeado por “una gran multitud” atraída por “los signos que realizaba sobre los enfermos». En Él actúa la potencia misericordiosa de Dios, que sana de todo mal de cuerpo y del espíritu. Pero Jesús no es solo sanador, es también maestro: de hecho sube al monte y se siente, en la típica actitud de maestro cuando enseña: sube sobre esa “cátedra” natural creada por su Padre celeste. Es este punto, Jesús, que sabe bien lo que va a hacer, pone a prueba a sus discípulos. ¿Qué hacer para dar de comer a toda esta gente? Felipe, uno de los Doce, hizo un cálculo rápido: organizando una colecta, se podrán recoger como máximo doscientos denarios para comprar pan, y aún así no bastaría para alimentar a cinco mil personas. Los discípulos razonan en términos de “mercado”, pero Jesús, a la lógica de comprar la sustituye con la del dar. Las dos lógicas, la del comprar y la del dar. Y así, Andrés, otro de los apóstoles, hermano de Simón Pedro, presenta a un joven que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos peces; pero seguro -dice Andrés- no son nada para esa multitud. Pero Jesús esperaba precisamente esto. Ordena a los discípulos que hagan sentarse a la gente, después tomó esos panes y esos peces, dio gracias al Padre y los distribuyó. (Angelus de S.S. Francisco, 26 de julio de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito: Si hoy me encuentro con un pobre que pide limosna, le doy un euro y después le digo que me cuente su vida. Le escucho, le dedico parte de mi tiempo

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Te agradezco, Señor, el haber entendido, un poco más, el milagro del compartir. No se trata de tener mucho o poco. Se trata de poner a disposición de los demás lo que tenemos. Se trata de poner a disposición de los que no tienen, aquello que nosotros no necesitamos. No podemos gastar en cosas superfluas lo que nos sobra, sabiendo que otros hermanos nuestros no tienen lo necesario. Señor, hazme entender bien este evangelio.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Comentario – 8 de enero

(Mt 6, 34-44)

Una vez más nos encontramos con Jesús que multiplica los panes y manifiesta la compasión de su corazón ante el hombre necesitado, pero respondiendo a esas necesidades a través de sus discípulos.

Además, este texto nos muestra que el pan de Jesús es para todos, no sólo para algunos privilegiados. Es pan abundante, pan que sobra, y así nos preanuncia la abundancia del cielo, donde el egoísmo humano ya no podrá interferir en los planes de Dios, que creó bienes de sobra para alimentar a sus hijos amados.

Esta realidad aparece anticipada en la Eucaristía, donde Jesús reparte un pan que no es para una clase social o para los poderosos, sino pan para todos, sobreabundancia de una mesa divina.

Mirando a Jesús que reparte alimento, se nos invita a reconocer a Jesús como el que viene a saciar nuestra vida necesitada. Pero él mismo se ha convertido en un pan para nosotros.

Mirando nuestro corazón podemos advertir que esta lleno de ídolos, tristezas, recuerdos, proyectos, lleno de cosas que hemos guardado dentro para intentar saciar nuestras necesidades más hondas, pero nada de eso nos hace sentir verdaderamente satisfechos. Es hora de aceptar que sea él nuestro alimento, para que ninguna otra cosa sea capaz de quitarnos su alegría.

Oración:

“Gracias Jesús por tu mirada que no discrimina, que no niega a nadie los auxilios del amor y la gracia. Gracias por tu mirada que se compadece de las miserias humanas, pero que ha querido socorrer esas miserias a través de nosotros. libera del egoísmo a los que se resisten a la misión de compartir que tú nos das a todos, para que a nadie falte el pan de cada día”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Misa del domingo: misa con niños

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

 

SALUDO

Dios nuestro Padre, que enviando su Espíritu sobre Jesús, el Señor, nos revela a su Hijo amado, esté con todos nosotros.

ENTRADA

Con la Fiesta del Bautismo del Señor terminan los días de la Navidad. Pero no es un simple «terminar», es más bien un seguir, un continuar, un hacer nuestro el Mensaje y la Vida de Jesús para poder extenderla y com­partirla.

Al comenzar su vida pública, Jesús acudió al río Jordán donde Juan bautizaba a todos aquellos que, esperando la llegada del Salvador, querí­an abandonar su vida de pecado. Jesús no tenía nada de qué pedir perdón, pero acudió al río de igual modo para dejarse bautizar. Se inicia la nueva andadura del Reino de Dios, porque Jesús es el Hijo de Dios, recibe la fuerza del Espíritu y su labor es empujada por el mismo Padre.

Bienvenidos a la Eucaristía.

ACTO PENITENCIAL

Con demasiada frecuencia nuestra vida cristiana se reduce a cumplir unas normas que ni crean ni dan vida. Pidamos perdón al Padre de todos.

– Tú, que nos tomas de la mano y nos haces partícipes de tu proyecto de vida. SEÑOR, TEN PIEDAD.

– Tú, que nos haces descubrir que no pueden separarse el amor a Dios y la entrega a los hermanos. CRISTO, TEN PIEDAD.

– Tú, que con la Fuerza del Espíritu nos animas a seguirte, a dar testi­monio de tu Amor. SEÑOR, TEN PIEDAD.

Danos, Señor, la gracia y el perdón que proceden de Ti. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACIÓN COLECTA

Dios y Padre nuestro, que avalas con tu Espíritu la misión de Jesús en el mundo; ayúdanos para que dejemos actuar en nosotros la gracia recibida en el Bautismo y que, como Jesús, seamos capaces de trabajar en la vida por tu Reino. Por nuestro Señor Jesucristo.

LECTURA PROFÉTICA

La lectura de Isaías nos habla de la figura del Siervo de Yavhé, que aparece siempre en la Escritura como el esperado en quien se cumplirán las promesas de Dios. Este Siervo no es un cualquiera, sino alguien que recibe la elección y el envío del mismo Señor, y de ahí que reciba tam­bién la fuerza del Espíritu.

LECTURA APOSTÓLICA

El apóstol busca en el siguiente texto la razón para que la vida cris­tiana tenga unas notas de identidad, para que vivamos con un talante, con un modo de actuar. Y la razón no es otra que haber nacido de Dios y, por ello, tenemos que amar a los hermanos y vivir en comunión.

LECTURA EVANGÉLICA

Juan anuncia la venida de alguien que está por encima de él, y no merece ni «desatarle la correa de las sandalias». Su superioridad radica en la importancia de la misión de uno y de otro: Juan prepara la venida, bau­tiza con agua; El que vendrá bautizara en Espíritu, mostrará el actuar de Dios, será Dios mismo.

ORACIÓN DE LOS FIELES

En esta festividad del Bautismo de Jesús, presentemos al Padre nuestras plegarias por las necesidades de la Iglesia y del mundo entero. Podemos responder: ESCÚCHANOS, PADRE.

1.- Por toda la Iglesia: por el papa Francisco, por los obispos, los presbíteros, los diáconos y por todo el pueblo de Dios. Que seamos conscientes del bautismo que hemos recibido y nos mantengamos fieles a Dios, firmes en la fe. OREMOS:

2.- Por todos aquellos que recibirán próximamente el bautismo, y por sus padres y padrinos. Que vivan siempre en la presencia de Dios en todas las circunstancias de su vida. OREMOS: 3. Por los pobres, los enfermos, los que sufren por cualquier motivo. Que sientan la fuerza renovadora de Dios en sus vidas y puedan salir de esta situación dolorosa. OREMOS:

3.- Por todos los que tienen responsabilidades en la sociedad y en la vida pública. Que trabajen siempre con honradez, mirando siempre y por encima de todo el bien común. OREMOS.

4.- Por todos nosotros, reunidos para celebrar el memorial del Señor, muerto y resucitado. Que no nos cansemos nunca de trabajar con alegría para construir el Reino de Dios. OREMOS:

Escucha, Padre, la oración de tu pueblo, y envíanos tu Espíritu Santo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Acepta, Padre, los dones que te presentamos en este día en que celebramos la manifestación de tu predilección por tu Hijo Jesucris­to y haz que, al convertirse en su Carne y su Sangre, por obra del Espíritu, sean para nosotros fuente de vida. Por Jesucristo

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Te damos gracias, Señor, por esta Eucaristía que hemos celebra­do en el día del Bautismo de Jesús, y te rogamos que nos ayudes para que vivamos nuestro Bautismo con alegría y con entrega, trabajando por hacer posible tu reino de vida y felicidad. Por Jesucristo.

BENDICIÓN FINAL

– Muéstranos tu favor, Señor, para que vivamos libres de todo mal y confiando en tu amparo de Padre nos entreguemos a tu servicio. Amén.

– Para que cumpliendo en todo tu voluntad podamos hacer crecer el bien entre todos los hombres. Amén.

-Y que tu misericordia nos acompañe en la tarea de mostrar en la vida los dones de tu Amor. Amén.

– Y la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y siempre nos acompañe. Amén.

La misa del domingo

¿Por qué se hizo bautizar el Señor?

Juan invitaba a un bautismo, distinto de las habituales abluciones religiosas destinadas a la purificación de las impurezas contraídas de diversas maneras. Su bautismo era un bautismo «de conversión para perdón de los pecados» (Mc 1,4). Debía marcar un fin y un nuevo inicio, el cambio de conductas pecaminosas en conductas virtuosas, el abandono de una vida alejada de los mandamientos divinos para asumir una vida justa, es decir, santa, conforme a las enseñanzas divinas. Su bautismo implicaba una confesión de los propios pecados y un propósito decidido de dar «frutos dignos de conversión» (ver Mt 3,6-8).

El simbolismo del ritual hablaba de una realidad: el penitente era sumergido completamente en el agua del Jordán (el término bautismo viene del griego baptizein y significa “sumergir”, “introducir dentro del agua”) significando un sepultar a la persona que en cierto sentido ha muerto por la renuncia a la vida pasada de pecado, para resurgir luego del agua como una persona distinta, purificada. De este modo se simbolizaba su nacimiento para una vida nueva.

Con el bautismo que Juan realizaba se hacía realidad ya cercana lo que anunciaban las antiguas promesas de salvación hechas por Dios a su pueblo: «Una voz clama en el desierto: “¡Preparad el camino del Señor! ¡Allanadle los caminos!”» (Is 40,3). Juan reconocía que su bautismo daría paso a uno infinitamente superior, el Bautismo del Señor Jesús: «Yo os bautizo en agua para conversión… Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3,11).

Un día estaba Juan bautizando en el Jordán cuando se llegó a él el Señor para pedirle que lo bautice. Pero, ¿necesitaba Jesús el bautismo de Juan? ¿Necesitaba renunciar a una vida de pecado, de infidelidad a la Ley divina y de lejanía de Dios, para empezar una vida nueva? No. Por ello Juan se resiste a bautizarlo (ver Mt 3,14). El Señor Jesús es el Cordero inmaculado, en Él no hay mancha de pecado alguno, Él no necesita ser bautizado con un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, Él no necesita morir a una realidad de pecado —inexistente en Él— para comenzar una vida nueva. Ante el Cordero inmaculado Juan se siente indigno y reclama ser él quien necesita ser bautizado por el Señor Jesús. Aún así, el Señor se acerca a Juan como uno de los tantos pecadores para pedir ser bautizado y ante la negativa de Juan insiste: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia» (ver Mt 3,15).

«No es fácil llegar a descifrar el sentido de esta enigmática respuesta. En cualquier caso, la palabra árti —por ahora— encierra una cierta reserva: en una determinada situación provisional vale una determinada forma de actuación. Para interpretar la respuesta de Jesús, resulta decisivo el sentido que se dé a la palabra “justicia”: debe cumplirse toda “justicia”. En el mundo en el que vive Jesús, “justicia” es la respuesta del hombre a la Torá, la aceptación plena de la voluntad de Dios, la aceptación del “yugo del Reino de Dios”, según la formulación judía. El bautismo de Juan no está previsto en la Torá, pero Jesús, con su respuesta, lo reconoce como expresión de un sí incondicional a la voluntad de Dios, como obediente aceptación de su yugo» (Joseph Ratzinger – S.S. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret).

El Señor no necesita ciertamente del bautismo de Juan, sin embargo, obedeciendo a los designios amorosos de su Padre, se hace solidario con los pecadores.

«Sólo a partir de la Cruz y la Resurrección se clarifica todo el significado de este acontecimiento… Jesús había cargado con la culpa de toda la humanidad; entró con ella en el Jordán. Inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores… El significado pleno del bautismo de Jesús, que comporta cumplir “toda justicia”, se manifiesta sólo en la Cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad, y la voz del Cielo —“Éste es mi Hijo amado”— es una referencia anticipada a la resurrección. Así se entiende también por qué en las palabras de Jesús el término bautismo designa su muerte (ver Mc 10,38; Lc 12,50)» (allí mismo).

Éste, pues, es el sentido profundo del bautismo que recibe de Juan: «Haciéndose bautizar por Juan, junto con los pecadores, Jesús comenzó a cargar con el peso de la culpa de toda la humanidad como Cordero de Dios que “quita” el pecado del mundo. Una obra que cumplió sobre la cruz cuando recibió también su “bautismo”». Es entonces cuando «muriendo se sumergió en el amor del Padre y difundió el Espíritu Santo para que los que creen en Él renacieran de esa fuente inagotable de vida nueva y eterna. Toda la misión de Cristo se resume en esto: bautizarse en el Espíritu Santo para librarnos de la esclavitud de la muerte y “abrirnos el cielo” es decir, el acceso a la vida verdadera y plena» (S.S. Benedicto XVI).

La fiesta del Bautismo del Señor es ocasión propicia para reflexionar sobre nuestro propio Bautismo y sus implicancias. El Bautismo no es un mero “acto social”. Un día yo fui bautizado y mi bautismo marcó verdaderamente un antes y un después: por el don del agua y el Espíritu fuimos sumergidos en la muerte de Cristo para nacer con Él a la vida nueva, a la vida de Cristo, a la vida de la gracia. Por el Bautismo llegué a ser “una nueva criatura” (2Cor 5,16), fui verdaderamente “revestido de Cristo” (Gál 3,27). En efecto, la Iglesia enseña que «mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2565). Pero si mi Bautismo me ha transformado radicalmente, ¿por qué sigo experimentando en mí una inclinación al mal? ¿Por qué la incoherencia entre lo que creo y lo que vivo? ¿Por qué tantas veces termino haciendo el mal que no quería y dejo de hacer el bien que me había propuesto? (ver Rom 7,15) ¿Por qué me cuesta tanto vivir como Cristo me enseña? Enseña asimismo la Iglesia que aunque el Bautismo «borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios… las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual» (Catecismo de la Iglesia Católica, 405). Dios ha permitido, pues, que luego de mi bautismo permanezcan en mí la inclinación al mal, la debilidad que me hace frágil ante las tentaciones, la inercia o dificultad para hacer el bien, con el objeto de que sean un continuo estímulo y aguijón que me lancen cada día al combate decidido por la santidad, buscando siempre en Él la fuerza necesaria para vencer el mal con el bien. Es así que Dios, luego de recibir el Bautismo, la vida nueva en Cristo, llama a todo bautizado al duro combate espiritual. ¡Nos llama a ti y a mí al combate espiritual! El combate espiritual tiene como objetivo final nuestra propia santificación, es decir, asemejarnos lo más posible al Señor Jesús, alcanzar su misma estatura humana, llegar a pensar, amar y actuar como Él. Sabemos que esa transformación, que es esencialmente interior, es obra del Espíritu en nosotros. Es Dios mismo quien por su Espíritu nos renueva interiormente, nos transforma y conforma con su Hijo, el Señor Jesús. Sin embargo, Dios ha querido que desde nuestra fragilidad y pequeñez cooperemos activamente en la obra de nuestra propia santificación. Decía San Agustín: “quien te ha creado sin tu consentimiento, no quiere salvarte sin tu consentimiento”. Y este consentimiento implica la cooperación decidida en “despojarnos” del hombre viejo y sus obras para “revestirnos” al mismo tiempo del hombre nuevo, de Cristo (ver Ef 4,22 y siguientes). Esto no es sencillo, por eso hablamos de combate, de lucha interior. Para vencer en este combate lo primero que debemos hacer es reconocer humildemente nuestra insuficiencia: sin Él NADA podemos (ver Jn 15,5). No podemos dejar de rezar, no podemos dejar de pedirle a Dios las fuerzas y la gracia necesaria para vencer el mal, nuestros vicios y pecados, para rechazar con firmeza toda tentación que aparezca en nuestro horizonte, para poder perseverar en el bien y en el ejercicio de las virtudes que nos enseña el Señor Jesús. Junto con la incesante oración hemos de proponer medios concretos para ir venciendo los propios vicios o malos hábitos que descubro en mí, para ir cambiándolos por modos de pensar/sentir/actuar que correspondan a las enseñanzas del Señor. Por ejemplo, si suelo ser impaciente con tal persona, respondiéndole mal siempre, procuraré hacer un esfuerzo especial por ser paciente cuando me diga algo y no responderle de mala gana. Si suelo responder mal a quien me trata mal u ofende, no le responderé mal, perdonaré interiormente su actitud, guardaré la serenidad. Si suelo mentir, buscaré estar atento a las ocasiones en las que miento, y diré la verdad si la otra persona debe saberla. De lo contrario, es mejor permanecer callado. Si soy tentado de actos de impureza, no me pondré en ocasión y huiré de inmediato de toda tentación. Si no rezo o voy a Misa porque la flojera me vence, me propondré crearme el hábito de la oración buscando rezar todos los días en horas fijas, cumplir con ir a Misa los Domingos por más flojera que sienta. Si alguien me hizo daño y guardo hacia esa persona pensamientos de rencor, de odio y deseos de venganza, pediré al Señor que me conceda un corazón como el suyo, capaz de perdonar el daño que me han hecho, y rezaré por esa persona como nos enseña Cristo desde la cruz: “Padre, perdónalo porque no sabe lo que hace.” Y así puedes proponerte en la vida cotidiana ir “despojándote del hombre viejo” para “revestirte del Hombre nuevo”. El Señor a todos nos pide perseverar en ese combate (ver Mt 24, 13), con paciencia, con esperanza, nunca dejarnos vencer por el desaliento, siempre levantarnos de nuestras caídas, pedirle perdón con humildad si caemos y volver decididos a la batalla cuantas veces sea necesario. No olvidemos que “el santo no es el que nunca ha caído, sino el que siempre se levanta”.

 

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

La fiesta del Bautismo del Señor es ocasión propicia para reflexionar sobre nuestro propio Bautismo y sus implicancias. El Bautismo no es un mero “acto social”. Un día yo fui bautizado y mi bautismo marcó verdaderamente un antes y un después: por el don del agua y el Espíritu fuimos sumergidos en la muerte de Cristo para nacer con Él a la vida nueva, a la vida de Cristo, a la vida de la gracia. Por el Bautismo llegué a ser “una nueva criatura” (2Cor 5,16), fui verdaderamente “revestido de Cristo” (Gál 3,27). En efecto, la Iglesia enseña que «mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2565).

Pero si mi Bautismo me ha transformado radicalmente, ¿por qué sigo experimentando en mí una inclinación al mal? ¿Por qué la incoherencia entre lo que creo y lo que vivo? ¿Por qué tantas veces termino haciendo el mal que no quería y dejo de hacer el bien que me había propuesto? (ver Rom 7,15) ¿Por qué me cuesta tanto vivir como Cristo me enseña? Enseña asimismo la Iglesia que aunque el Bautismo «borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios… las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual» (Catecismo de la Iglesia Católica, 405).

Dios ha permitido, pues, que luego de mi bautismo permanezcan en mí la inclinación al mal, la debilidad que me hace frágil ante las tentaciones, la inercia o dificultad para hacer el bien, con el objeto de que sean un continuo estímulo y aguijón que me lancen cada día al combate decidido por la santidad, buscando siempre en Él la fuerza necesaria para vencer el mal con el bien. Es así que Dios, luego de recibir el Bautismo, la vida nueva en Cristo, llama a todo bautizado al duro combate espiritual. ¡Nos llama a ti y a mí al combate espiritual!

El combate espiritual tiene como objetivo final nuestra propia santificación, es decir, asemejarnos lo más posible al Señor Jesús, alcanzar su misma estatura humana, llegar a pensar, amar y actuar como Él. Sabemos que esa transformación, que es esencialmente interior, es obra del Espíritu en nosotros. Es Dios mismo quien por su Espíritu nos renueva interiormente, nos transforma y conforma con su Hijo, el Señor Jesús. Sin embargo, Dios ha querido que desde nuestra fragilidad y pequeñez cooperemos activamente en la obra de nuestra propia santificación. Decía San Agustín: “quien te ha creado sin tu consentimiento, no quiere salvarte sin tu consentimiento”. Y este consentimiento implica la cooperación decidida en “despojarnos” del hombre viejo y sus obras para “revestirnos” al mismo tiempo del hombre nuevo, de Cristo (ver Ef 4,22 y siguientes). Esto no es sencillo, por eso hablamos de combate, de lucha interior.

Para vencer en este combate lo primero que debemos hacer es reconocer humildemente nuestra insuficiencia: sin Él NADA podemos (ver Jn 15,5). No podemos dejar de rezar, no podemos dejar de pedirle a Dios las fuerzas y la gracia necesaria para vencer el mal, nuestros vicios y pecados, para rechazar con firmeza toda tentación que aparezca en nuestro horizonte, para poder perseverar en el bien y en el ejercicio de las virtudes que nos enseña el Señor Jesús.

Junto con la incesante oración hemos de proponer medios concretos para ir venciendo los propios vicios o malos hábitos que descubro en mí, para ir cambiándolos por modos de pensar/sentir/actuar que correspondan a las enseñanzas del Señor. Por ejemplo, si suelo ser impaciente con tal persona, respondiéndole mal siempre, procuraré hacer un esfuerzo especial por ser paciente cuando me diga algo y no responderle de mala gana. Si suelo responder mal a quien me trata mal u ofende, no le responderé mal, perdonaré interiormente su actitud, guardaré la serenidad. Si suelo mentir, buscaré estar atento a las ocasiones en las que miento, y diré la verdad si la otra persona debe saberla. De lo contrario, es mejor permanecer callado. Si soy tentado de actos de impureza, no me pondré en ocasión y huiré de inmediato de toda tentación. Si no rezo o voy a Misa porque la flojera me vence, me propondré crearme el hábito de la oración buscando rezar todos los días en horas fijas, cumplir con ir a Misa los Domingos por más flojera que sienta. Si alguien me hizo daño y guardo hacia esa persona pensamientos de rencor, de odio y deseos de venganza, pediré al Señor que me conceda un corazón como el suyo, capaz de perdonar el daño que me han hecho, y rezaré por esa persona como nos enseña Cristo desde la cruz: “Padre, perdónalo porque no sabe lo que hace.” Y así puedes proponerte en la vida cotidiana ir “despojándote del hombre viejo” para “revestirte del Hombre nuevo”.

El Señor a todos nos pide perseverar en ese combate (ver Mt 24, 13), con paciencia, con esperanza, nunca dejarnos vencer por el desaliento, siempre levantarnos de nuestras caídas, pedirle perdón con humildad si caemos y volver decididos a la batalla cuantas veces sea necesario. No olvidemos que “el santo no es el que nunca ha caído, sino el que siempre se levanta”.

Oración de San Juan Pablo II

¡Gloria a ti, oh Padre, Dios de Abraham, Isaac y Jacob
Tú has enviado a tus siervos, los profetas
a proclamare tu palabra de amor fiel
y a llamar a tu pueblo al arrepentimiento.
A las orillas del Río Jordán,
Has suscitado a Juan el Bautista,
una voz que grita en el desierto,
enviado a toda la región del Jordán,
a preparar el camino del Señor,
a anunciar la venida de Cristo.
¡Gloria a ti, oh Cristo, Hijo de Dios!
Has venido a las aguas del Jordán
Para ser bautizado por manos de Juan.
Sobre ti el Espíritu descendió como una paloma.
Sobre ti se abrieron los cielos,
Y se escuchó la voz del Padre:
«Este es mi Hijo, el Predilecto!»
Del río bendecido con tu presencia
Has partido para bautizar no sólo con el agua
sino con fuego y Espíritu Santo.
¡Gloria a ti, oh Espíritu Santo, Señor!
Por tu poder la Iglesia es bautizada,
Descendiendo con Cristo en la muerte
Y resurgiendo junto a él a una nueva vida.
Por tu poder, nos vemos liberados del pecado
para convertirnos en hijos de Dios,
el glorioso cuerpo de Cristo.
Por tu poder, todo temor es vencido,
Y es predicado el Evangelio del amor
En cada rincón de la tierra,
para la gloria de Dios,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
a Él todo honor en este Año Jubilar
y en todos los siglos por venir. Amén.

S. Juan Pablo II

Comentario al evangelio – 8 de enero

Entre los judíos, como en toda cultura y toda religión, se habían desarrollado muchos textos, normas y ritos que a veces hacían difícil que una persona pudiera distinguir lo central de lo periférico. Por eso, en alguna ocasión a Jesús le preguntan: ¿qué es lo más importante?

En la fe cristiana a veces podemos tener una sensación similar. Sabiendo que todo tiene su importancia, podemos preguntarnos cuál es el núcleo, lo fundamental, lo que da sentido a toda la propuesta cristiana… Porque encontrado ese centro y cuidando de él, todo lo demás vendrá como por añadidura.

En la Palabra de Dios de hoy se apunta a ese centro, como una moneda preciosa de dos caras que habrá que custodiar como el tesoro mayor de la vida: DIOS y la FRATERNIDAD.

En la primera lectura se nos habla del Dios de Jesucristo: “en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él”. Es el Dios-Trinidad de un Padre creador que envía a su Hijo Salvador por medio del Espíritu Santificador. Es el Dios encarnado en la vida de Jesús, a quien en este tiempo de Navidad que estamos terminando hemos querido celebrar como se merece. Es el Dios hecho amor concreto en la vida de su hijo, para todo tiempo y para toda cultura… Es el Dios que nos amó primero: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados”. Quizá un buen propósito de este nuevo año pueda ser leer seguido uno de los Evangelios, si es que hace tiempo que no lo hacemos, para recorrer esa historia de Dios con nosotros en la persona de Jesucristo… y dejarnos interpelar por esa lectura en su persona, en sus acciones, en sus propuestas para nuestra vida.

Y desde la vivencia a fondo de ese Dios encarnado y su Evangelio, surge una fraternidad universal, más allá de orígenes y razas, que desde abajo atiende a todos. Es lo que se ejemplifica en el relato del Evangelio de hoy: “Dadles vosotros de comer”. El pan de Dios viene para todos, desde lo que humildemente cada uno podemos aportar, y es capaz de saciar nuestra hambre, creando una nueva fraternidad. Y Jesús cuenta con nosotros para hacer llegar ese pan material a todos, que es signo del pan de su cuerpo y de su Palabra, que también a todos quiere llegar. El Papa Francisco nos ha regalado recientemente la Encíclica “Fratelli tutti” (“Hermanos todos”) sobre la fraternidad y la amistad social, que podría ser otra buena lectura de este comienzo de año para quienes aún no la hayamos leído.

Dios y fraternidad: dos caras de la misma moneda del tesoro más preciado del Evangelio. Que en este nuevo año no nos falten ni el uno ni la otra.

Luis Manuel Suárez CMF