Hoy celebramos la fiesta de la Conversión de San Pablo.
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 16, 15-18):
En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará (…)».
Hoy meditamos el cambio total de perspectiva que, camino de Damasco (c. a. 30), san Pablo experimentó mientras perseguía a la Iglesia: inesperadamente, comenzó a considerar «pérdida» y «basura» todo aquello que antes constituía para él la razón de su existencia. ¿Qué sucedió?
Los «Hechos de los Apóstoles» narran que Cristo resucitado se presentó como una luz espléndida y se dirigió a Saulo, transformando su vida misma. El esplendor del Resucitado lo dejó ciego, pero, después, su «sí» definitivo a Cristo en el Bautismo abrió de nuevo sus ojos. Las «Cartas» de san Pablo, sin dar detalles, en muchas ocasiones afirman que también él fue testigo de la resurrección de Jesucristo, cuya revelación recibió directamente del mismo Jesús.
—El Resucitado habló a san Pablo, llamándole a ser apóstol específicamente de los paganos. Al mismo tiempo, aprendió que, a pesar de su relación inmediata con el Resucitado, debía entrar en la comunión de la Iglesia recibiendo el Bautismo: sólo en esta comunión con todos podía ser un verdadero apóstol.