Comentario – Miércoles III de Tiempo Ordinario

(Mc 4, 1-20)

La parábola del sembrador quiere mostrar las distintas actitudes de los corazones humanos ante la Palabra de Dios.

El camino, done los pájaros se comen rápidamente la semilla, es una tierra que no deja entrar la Palabra, es un corazón que ya está ocupado en muchas cosas y no tiene espacio, de manera que la Palabra escuchada es inmediatamente olvidada, o sencillamente no es escuchada con interés.

El terreno pedregoso, que tiene una capa fina de tierra, recibe la semilla, y la deja germinar, pero por la poca profundidad no retiene la humedad y el sol seca esa plantita que acaba de surgir a la vida. Representa los corazones que reciben la Palabra con gozo, pero que siempre están demasiado pendientes de las dificultades, y no aceptan tener que sufrir algo por amor a Dios; el dolor y los problemas hacen que la Palabra recibida con gozo no les alcance para tener paz, y puede más su necesidad de vivir tranquilos.

La Palabra entre espinas no se refiere tanto a las dificultades, sino a los deseos; porque las espinas ahogan a la planta que está creciendo, y del mismo modo, cuando el mundo comienza a atraer el corazón con los bienes y los placeres, el corazón se preocupa por alcanzar estas cosas y la Palabra pierde su atractivo, deja de entusiasmar; el corazón parece aceptar todo lo que dice esa Palabra, pero la Palabra no puede dar frutos de generosidad, de servicio, de entrega.

Vemos entonces que en estos tres ejemplos se da la progresión: escuchar, perseverar, dar fruto. En el corazón que es como la tierra fértil se cumplen las tres cosas.

Oración:

“Toma Señor la tierra de mi vida, rómpela, desmenúzala, ábrela con tu gracia, para que en ella pueda germinar, crecer y dar fruto, tu Palabra de vida. Dame alegría, perseverancia y generosidad para vivir tu Palabra”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Anuncio publicitario