Comentario – Sábado III de Tiempo Ordinario

(Mc 4, 35-41)

Jesús calma una tormenta en el mar ante la mirada asombrada de los discípulos. El mar simbolizaba las fuerzas ocultas del mal, ante las cuales el hombre se siente impotente, porque superan su capacidad de comprensión y de acción.

Pero en toda la Biblia, Dios aparece dominante por encima del mar.

Aquí Jesús duerme plácido en medio de la tormenta marina, y los discípulos lo despiertan indignados y llenos de temor. Y Jesús con su sola palabra, dando una orden, se manifiesta como dominador de las fuerzas misteriosas.

Sobrevino una calma perfecta, total, símbolo de la paz divina que sólo puede traer el mesías.

El temor de los discípulos luego del prodigio es el temor que se siente ante lo sagrado, ese Misterio divino que despierta en nosotros respeto, admiración, y produce en nuestros corazones la sensación de pequeñez e indignidad.

Así Jesús, tanto en el sueño como en la acción aparece como el verdadero Señor, el único dueño de la situación, lo cual contrasta con la angustiosa impotencia y el tremendo miedo de los discípulos.

También en medio de nuestras tormentas puede manifestarse su gloria, pero tenemos que estar convencidos de que él tiene poder sobre las fuerzas del mal, para que creamos de verdad que con él todo terminará bien.

Oración:

“Señor, pongo mi vida en tus manos, porque yo solo con mi fragilidad no puedo enfrentar los misterios de la vida ni puedo dominar los males que me amenazan, pero contigo tengo la seguridad que me permite enfrentarlo todo”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

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