Vísperas – Lunes IV de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES IV TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Y dijo el Señor Dios en el principio:
«¡Que sea la luz!» Y fue la luz primera.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que exista el firmamento!»
Y el cielo abrió su bóveda perfecta.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que existan los océanos,
y emerjan los cimientos de la tierra!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Qué brote hierba verde,
y el campo dé semillas y cosechas!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que el cielo ilumine,
y nazca el sol, la luna y las estrellas.»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Que bulla el mar de peces;
de pájaros, el aire del planeta!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y dijo Dios: «¡Hagamos hoy al hombre,
a semejanza nuestra, a imagen nuestra!»

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

Y descansó el Señor el día séptimo.
y el hombre continúa su tarea.

Y vio el Señor
que las cosas eran buenas.
¡Aleluya!

SALMO 135: HIMNO PASCUAL

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

SALMO 135

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación, se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 1Ts 3, 12-13

Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.

RESPONSORIO BREVE

R/ Suba mi oración hasta ti, Señor.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

R/ Como incienso en tu presencia.
V/ Hasta ti, Señor

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

PRECES

Llenos de confianza en Jesús, que no abandona nunca a los que se acogen a él, invoquémoslo, diciendo:

Escúchanos, Dios nuestro.

Señor Jesucristo, tú que eres nuestra luz, ilumina a tu Iglesia,
— para que predique a los paganos el gran misterio que veneramos, manifestado en la carne.

Guarda a los sacerdotes y ministros de la Iglesia,
— y haz que, después de predicar a los otros, sean hallados fieles, ellos también, en tu servicio.

Tú que, por tu sangre, diste la paz al mundo.
— aparta de nosotros el pecado de discordia y el azote de la guerra.

Ayuda, Señor, a los que uniste con la gracia del matrimonio,
— para que su unión sea efectivamente signo del misterio de la Iglesia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Concede, por tu misericordia, a todos los difuntos el perdón de sus faltas,
— para que sean contados entre tus santos.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque atardece; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza; así, nosotros, junto con nuestros hermanos, podremos reconocerte en las Escrituras y en la fracción del pan. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes IV de Tiempo Ordinario

1.-Introducción.

Señor, ayúdame en este tiempo de oración a conocerme más a mí mismo, a descubrir el misterio de mi persona. Hay fuerzas malévolas que tiran de mí, que me arrastran al mal. Pero sé que, estando contigo, yo podré vencerlas. El mal que hay en mí no puede apoderarse del bien que Tú pones dentro de mí. Yo sé que sin Ti yo no puedo nada (Jn. 15, 5). Pero también sé que contigo lo puedo todo (Fil. 4,13). Ayúdame a desconfiar de mí mismo y a poner toda mi confianza en Ti.  

2.- Lectura reposada del evangelio. Marcos 5, 1-20

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él y gritó con gran voz: ¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes. Es que Él le había dicho: Espíritu inmundo, sal de este hombre. Y le preguntó: ¿Cuál es tu nombre? Le contesta: Mi nombre es Legión, porque somos muchos. Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: Envíanos a los puercos para que entremos en ellos. Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara – unos 2000 – se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti. Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.

3.-Qué dice este texto del evangelio.

Meditación-reflexión

Este texto un poco extraño nos habla de una gran realidad que anida dentro de nosotros mismos. En nosotros hay un mal, unas fuerzas que nos arrastran al mal. Ese endemoniado, atado con cadenas, que habita en los sepulcros (el reino de la muerte) ése es el hombre abandonado a sus propias fuerzas. Es el hombre que no es hombre. Y ¿qué le pasa cuando lo sana Jesús? Está sentado, vestido y en su sano juicio.

  • Sentado: indica paz y armonía.
  • Vestido: buena relación con Dios (desnudez expresa ruptura, crisis existencial, como en el paraíso). Recuperación de su propia dignidad.
  • En su juicio: Vuelto a ser él mismo, una persona normal, como los demás, con su sano juicio.   Aquel que no era hombre llega a ser hombre cabal, recupera su identidad propia. Pero ocurre que, a veces, los hombres prefieren “tener” (aunque sea cerdos que para los judíos eran animales inmundos) antes que ser personas. Este hombre ya sanado quiere estar con Jesús. Y Jesús lo mandó a evangelizar a los suyos. ¿Y cómo evangelizaba? Por la fuerza del testimonio: Decía lo que Jesús había hecho con él. Sabemos que no se limitó a los suyos sino que se fue a evangelizar por toda la Decápolis. Esta es la fuerza del testimonio.

Palabra del Papa

Y Jesús sanaba: dejaos curar por Jesús. Todos nosotros tenemos heridas, todos: heridas espirituales, pecados, enemistades, celos; tal vez no saludamos a alguien: «¡Ah! Me hizo esto, ya no lo saludo». Pero hay que curar esto. «¿Y cómo hago?». Reza y pide a Jesús que lo sane. Es triste cuando en una familia los hermanos no se hablan por una estupidez, porque el diablo toma una estupidez y hace todo un mundo. Después, las enemistades van adelante, muchas veces durante años, y esa familia se destruye. Los padres sufren porque los hijos no se hablan, o la mujer de un hijo no habla con el otro, y así los celos, las envidas… El diablo siembra esto. Y el único que expulsa los demonios es Jesús. El único que cura estas cosas es Jesús. Por eso, os digo a cada uno de vosotros: dejaos curar por Jesús. Cada uno sabe dónde tiene la herida. Cada uno de nosotros tiene una; no sólo tiene una: dos, tres, cuatro, veinte. Cada uno sabe. Que Jesús cure esas heridas. Pero, para esto, tengo que abrir el corazón, para que Él venga. ¿Y cómo abro el corazón? Rezando. «Pero, Señor, no puedo con esa gente, la odio, me ha hecho esto, esto y esto…». «Cura esta herida, Señor». Si le pedimos a Jesús esta gracia, Él nos la concederá. Déjate curar por Jesús. Deja que Jesús te cure.  (Homilía de S.S. Francisco, 8 de febrero de 2015).

4.- Qué me dice este texto hoy a mí. (Guardo silencio)

5.-Propósito: Voy a pensar hoy en la dignidad que Dios me ha dado.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Señor, porque hoy caigo en la cuenta de lo que ha supuesto para la humanidad que Tú hayas venido a este mundo. Sin ti estaríamos atados con cadenas y viviendo en las sombras de la muerte. Contigo recuperamos nuestra dignidad de criaturas libres y, sobre todo, el poder llamarnos y ser “hijos de Dios”. Esto es tan bello que no lo podemos encerrar dentro de nuestro corazón, sino que debemos dar testimonio de nuestra fe. Y no de cualquier manera sino con ilusión, con alegría.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Curó a muchos enfermos de diversos males

¿Tiene sentido la historia? ¿Y la vida humana? Contemplar el discurrir de las cosas en el escenario de la vida real produce escalofríos. Con frecuencia, nos sentimos débiles e impotentes. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? No es sencillo. Tampoco lo es para el creyente en el Dios de Jesús. Cuando se pasa mal, cuando lo pasamos mal: ¿dónde está Dios? ¿es compatible la fe en un Dios bueno y salvador con la desgracia, con el mal, con el sufrimiento de tanta gente y, sobre todo, con el de personas inocentes?

El dramatismo de estas preguntas nos ubican ante la situación que plantea la primera lectura en la persona de Job. El mal padecido injustamente le lleva a cuestionarse el sentido de las cosas. También el proceder de Dios. ¿Cómo no sentirse identificado con sus reflexiones? Sus preguntas son las de cualquier hombre angustiado y asediado por el dolor. Sus dificultades son también las nuestras. La Palabra de este domingo es valiente y nos coloca frente al misterio del mal y su difícil relación con la fe en Dios.

Lo interesante de las lecturas que se nos ofrecen en este domingo es que no intentan dar clases teóricas en torno al problema del dolor o del sufrimiento. Manifiestan con toda naturalidad la conexión de esa realidad con el Dios de la encarnación y, como consecuencia, con la misión eclesial.

La pista de esa conexión la hallamos en el evangelio. Jesús sale de la sinagoga y sana a cuantas personas encuentra en su camino. La primera la suegra de Simón, que le acoge en su casa. Después a las multitudes que acuden a la puerta (“curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”). El Nazareno no especula ante el sufrimiento, sencillamente intenta aliviarlo o hacerlo desaparecer. Expresado en otros términos: el Dios revelado por Jesucristo no quiere que la gente padezca el mal. Por eso hace todo lo posible por evitarlo. La misión del Hijo de Dios, el servicio del Reino, es la prueba palmaria de este hecho. La palabra y la actuación del Maestro de Nazaret son, por así decirlo, una especie de cruzada contra el mal, sea cual sea su causa.

Es relevante subrayar que este camino práctico contra el mal de Jesús solo se entiende desde la experiencia de Dios. Y hay aquí un dato que no se debe olvidar. Jesús, antes de curar, viene del encuentro con Dios en la sinagoga (en la Palabra) y, después, se retira a solas a orar. Lo que Jesús dice o hace para romper la experiencia del dolor de los hermanos brota de su relación con Dios (con el Padre). La auténtica experiencia de Dios no aleja, sino que acerca al mundo del dolor.

En este sentido, el Dios de Jesús es un Dios compasivo y cercano que se identifica con el doliente y hace lo posible por amainar su dolor. Esta cercanía es fruto del amor y llega, como sabemos, hasta el extremo de cargar con el sufrimiento de los demás. Hay aquí una enseñanza a retener. Dios no quiere el mal, como el ser humano no quiere el mal. La única receta frente a sus zarpazos es el amor, vía práctica que lo combate en términos de solidaridad y cercanía, de entrega generosa y ofrecimiento, de asunción en la propia carne…

Hay otro elemento a considerar: la universalidad de la cruzada contra el mal de Jesús. Los discípulos encuentran a Jesús, que está en oración, y le dicen: “todo el mundo te busca”. Él responde: “Vámonos a otra parte para predicar también allí, que para eso he venido”. La misión del Maestro de Nazaret es una misión abierta. Tan abierta como los horizontes de lo humano y del mundo. Se trata de una misión universal. Ha de llegar a todos. Y esto porque el dolor y el mal, en la forma que sea, afectan a todos los hombres y mujeres del mundo.

En clara correspondencia, la universalidad de la misión de Jesús conecta con la misión de sus discípulos enviados al mundo entero, como él, a anunciar la buena noticia y a sanar a los enfermos. En la segunda lectura, Pablo da cuenta de ese ministerio, que es el que da sentido a su vida. Ministerio sostenido por la clave del amor y del servicio que brota del camino abierto por Jesucristo: “me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todos a todos para ganar, sea como sea, a a algunos. Y lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes”. En este sentido, la Iglesia, como dice el papa Francisco es (o ha de ser) “un hospital de campaña”, “una Iglesia samaritana”. Su labor es la de luchar con las armas del evangelio contra el mal.

Última reflexión. ¿Tiene sentido la vida si hay mal? Según lo que la Palabra nos enseña en este quinto domingo del tiempo ordinario, desde la fe en el Dios encarnado, el sentido de la vida es, con y por Jesús, a través de la palabra y la acción movidas por el amor, tratar de acabar con el mal y el sufrimiento. ¡Todo un desafío!

Fr. Vicente Botella Cubells O.P.

Comentario – Lunes IV de Tiempo Ordinario

(Mc 5, 1-20)

Otra vez aparece un hombre dominado por el mal. Pero en este caso se hace más patética todavía la figura de un hombre deteriorado, destruido, devaluado.

Habitaba entre los sepulcros, lo cual lo muestra como un muerto en vida, y el aislamiento a que estaba sometido se representa en las cadenas que lo atan. Además, se dañaba a sí mismo golpeándose con piedras, y expresaba el dolor de su interior dando tremendos gritos. No puede estar mejor representado el hombre bajo el dominio del mal.

La narración de los cerdos en realidad tiene un valor simbólico, porque los cerdos eran animales impuros para los judíos; pero el poder del mal que aqueja al hombre es superior a la temida impureza de esos animales, de tal manera que los cerdos impuros no pueden contener ese mal y por eso se precipitan desesperadamente al lago.

Pero los habitantes del lugar se concentraron sólo en el episodio de los cerdos, incapaces de valorar la obra restauradora que Jesús había hecho en el hombre, y por eso le piden a Jesús que se vaya.

Otro detalle interesante de la narración es que Jesús no acepta que el hombre liberado se una al grupo de sus discípulos. Jesús prefiere que vuelva con los suyos y dé testimonio en su propia casa. No todos son llamados a dejar la vida familiar para consagrarse a la predicación del evangelio. Algunos, después de encontrarse con Jesús, deben seguir en el lugar y en las ocupaciones que tenían, pero dando testimonio de lo que Jesús hizo en ellos para que esos lugares sean renovados con la presencia del Señor. Así lo expresa el Concilio Vaticano II: “Todos los cristianos, de cualquier estado y vocación, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección. Por esa santidad se promueve también en la sociedad un modo de vivir más humano” (LG 40).

Oración:

“Dios mío, adoro tu poder capaz de reformar al hombre enfermo y abatido, tu gloria que rompe las cadenas y libera de toda esclavitud; adoro tu mirada de amor que sana, que purifica, que devuelve la paz”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

Distribución de los salmos

91. Para que pueda realmente observarse el curso de las Horas, propuesto en el artículo 89, distribúyanse los salmos no es una semana, sino en un período de tiempo más largo.

El trabajo de revisión del Salterio, felizmente emprendido, llévese a término cuanto antes, teniendo en cuenta el latín cristiano, el uso litúrgico, incluido el canto, y toda la tradición de la Iglesia latina.

Homilía – Domingo V de Tiempo Ordinario

El Tiempo Ordinario

El Tiempo Ordinario tiene sus ventajas. No celebra un acontecimiento particular de la vida de Cristo, sino su misterio en su globalidad, y nos ayuda a vivir con serenidad nuestra vida cotidiana, la no festiva.

Unas veces somos convocados porque es Navidad o la fiesta de la Asunción. Otras, sencillamente, porque es domingo. Somos conscientes de que el Resucitado está con nosotros «todos los días, hasta el fin del mundo», porque se reúne la comunidad del Señor, porque escuchamos con atención su Palabra, porque somos invitados a participar de su Mesa eucarística.

En estas Eucaristías, a lo largo del año, encontramos la mejor «formación permanente» y volvemos una y otra vez a la escuela del Maestro, donde se nos van transmitiendo lecciones siempre actuales para nuestra vida de cada día.

 

Job 7, 1-4.6-7. Mis días se consumen sin esperanza

El libro de Job es un libro sapiencial del siglo V antes de Cristo, que plantea un interrogante de los más antiguos y actuales: por qué existe el mal en el mundo.

Este problema lo vive Job en su propia carne. En la página que leemos hoy hace una descripción patética de la vida: «mis días se consumen sin esperanza», «mi vida es un soplo», «mis ojos no verán más la dicha». Él no ve ninguna salida ni ningún sentido a la vida. La compara al jornalero que espera en vano el salario, o al esclavo que suspira por el alivio de una sombra, y habla de noches de fatiga e insomnio, de meses baldíos. ¿Vale la pena vivir así?

Esta lectura adelanta lo que describirá el evangelio: gente que acude a Jesús, aquejada de diversos males.

El salmo parece fijarse en esta situación desesperada de la humanidad e intenta responder desde la fe: «alabad al Señor, que sana los corazones destrozados», «el Señor sostiene a los humildes», «el Señor reconstruye Jerusalén».

 

1 Corintios 9, 16-19.22-23. ¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!

En el pasaje de hoy no se trata, como en los domingos anteriores, de responder a consultas de los corintios. Pablo habla de sí mismo y de lo orgulloso que está de la misión que ha recibido: evangelizar.

Realmente es admirable cómo este gran apóstol entiende su vocación: «¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!». No lo hace por capricho o gusto personal, sino porque «me han encargado este oficio». Lo hace sin esperar ningún beneficio para sí: «¿cuál es la paga? precisamente dar a conocer el Evangelio», «hago todo esto por el Evangelio». Ya se siente pagado por el honor de anunciar a todos la Buena Noticia de Jesús. Lo hace «gratis, de balde». En otros pasajes de esta y de otras cartas recuerda que, como apóstol, tendría derecho a vivir mantenido por la comunidad, pero él prefiere ganarse la vida trabajando con sus propias manos y dedicarse a la evangelización sin exigir ningún salario.

 

Marcos 1, 29-39. Curó a muchos enfermos de diversos males

Sigue Marcos resumiendo lo que sería el programa de una jornada de Jesús en su ministerio de Profeta. Después de la predicación en la sinagoga, que llena de asombro a la gente, se retira a casa de Pedro, donde cura, ante todo, a la suegra de este, que estaba aquejada de fiebre. Marcos cuenta de un modo breve pero muy vivo la escena: parece apoyarse en un testigo presencial, que no puede ser otro que el mismo Pedro. Además, no debe ser casual que, al decir «la levantó», emplee Marcos el mismo verbo que para la resurrección, el griego «egeiro», apuntando así a su victoria contra la muerte.

La gente, enterada de dónde se ha retirado, «al anochecer» (no es superfluo el dato, porque el sábado concluye a la puesta del sol), le traen muchos enfermos y endemoniados para que los cure, y en efecto Jesús «curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios».

Por la mañana se retira «al descampado» para orar, y prefiere no volver a Cafarnaún, sino ir a otras aldeas a seguir predicando. Continúan todavía las páginas optimistas: todo son curaciones y alabanzas.

Corazones destrozados

La descripción que Job hace de la vida humana, realmente sombría, parece exagerada, pero tal vez no lo es. ¡Cuántas personas se encuentran en situaciones parecidas a la de Job!

Muchos han perdido la esperanza, no ven sentido a sus vidas y podrían hablar también de «noches de fatiga» y de insomnio —»me harto de dar vueltas hasta el alba»—, de «meses baldíos» en los que no se ve ningún resultado a sus muchas fatigas. Muchos no encuentran respuesta al por qué de la vida y al «por qué Dios permite el mal» y a tantos otros interrogantes que les vienen a la cabeza.

Es también el caso de muchos de los que rodean a Jesús. Los enfermos y los poseídos de espíritus malignos —sea cual sea su interpretación— están muy presentes desde el principio en el ministerio de Jesús, aquejados de fiebre, o de otras enfermedades peores, o de la esclavitud de fuerzas del mal.

También nosotros, a veces, y muchos a nuestro lado, estamos en situaciones parecidas. Sobre todo, estamos rodeados, si nos queremos enterar, de personas que sufren, que han perdido la ilusión de la vida. Sin caer en pesimismos exagerados, podemos adivinar que algunas de las personas con las que tratamos están pasando noches oscuras en su vida y que estamos de veras en «un valle de lágrimas», como rezamos en la Salve.

¿Nos damos cuenta de ello, o tal vez no queremos enterarnos?, ¿qué hacemos para ayudar a estas personas?

 

Saber curar

Como seguidores de Jesús, deberíamos imitar su actuación.

Jesús aparece como la respuesta de Dios a los males de este mundo, al dolor de estos corazones destrozados. Hoy cura a la suegra de Pedro y a otros varios enfermos, y libera de sus espíritus malignos a los posesos. ¡Cuánto tiempo emplea Jesús, a lo largo del evangelio, atendiendo a las personas que buscan, que sufren, que están desesperadas! En verdad aparece como identificado con los que sufren en este mundo, cumpliendo lo que Isaías había anunciado del Siervo: «eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53, 4). Ha venido a perdonar y a salvar, pero entiende esta salvación como una liberación integral, que incluye también la curación de tantos males físicos y psíquicos que afectan a las personas. Aparece como Maestro, pero también como Médico. Este binomio -predicar y curar, perdonar y liberar del maligno- lo vemos repetidas veces en el evangelio. Lo que el salmo dice de Yahvé —»él sana los corazones destrozados»— se cumple a la perfección en Jesús.

Nosotros, ¿sabemos curar? ¿sabemos liberar del mal? ¿nos distinguimos por nuestro buen corazón, como el buen samaritano, o pasamos de largo sin ver, o sin querer ver, el sufrimiento de las personas? ¿somos capaces de echar una mano o dirigir una palabra amable al que vemos triste, o marginado, o desconcertado, sea conocido nuestro o totalmente desconocido? Hace dos mil años que la comunidad de Jesús, la Iglesia, dedica sus mejores esfuerzos, no sólo a predicar el evangelio, sino también a cuidar enfermos y aliviar el dolor humano.

Debemos aprender de Cristo. No se nos pide que seamos «exorcistas» o que hagamos milagros. No siempre hacen falta milagros para «curar» los «corazones destrozados»: a veces lo que «cura» y «libera de los malos espíritus» es la cercanía, el interés, el afecto sincero, la ayuda desinteresada, una mano tendida, una cara acogedora, una palabra oportuna. Como decía Pablo, él se hizo «débil con los débiles para ganar a los débiles»: se trata de compadecer, hacerse solidario de las preocupaciones de otros y de acompañarles en su vía-crucis, sea cual sea.

 

¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!

El que nos da el mejor ejemplo de «evangelizador», de predicador del amor y la salvación de Dios, es Jesús mismo. Lo primero que le vemos hacer, según el evangelio de Marcos, es predicar. Después de la intensa jornada de Cafarnaún, manifiesta su deseo de ir a otros lugares a repetir su predicación: «vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí: que para eso he venido». No se queda «instalado» en el éxito que acaba de obtener, sino que se dispone a empezar de nuevo en otros pueblos, predicando y curando a enfermos y posesos. «Para eso he venido».

También Pablo se entrega totalmente a la misión evangelizadora que se le ha confiado: «me he hecho esclavo de todos, para ganar a los más posibles: me he hecho todo a todos, para ganar a algunos». No lo hace por su propio gusto, sino porque le han encargado esa misión. Pablo aparece como un auténtico gigante en la evangelización de las primeras comunidades.

Todo ello, «de balde». Jesús no busca que la gente le aplauda o le «pague» lo que ha hecho. Va a otros pueblos a realizar su misión. Pablo dice que la «paga» que espera por su dedicación es «precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde», sin buscar otros beneficios personales.

Todo cristiano, cada uno en su ambiente y desde su carisma -simple fiel o ministro ordenado o misionero- está llamado, no sólo a salvarse él, sino a anunciar a los demás la Buena Noticia de Jesús. Algunos lo hacen «full time», con una entrega total, que han aceptado por vocación: es el caso de Pablo, que ve en eso, como leíamos el domingo pasado, la ventaja del celibato por el que ha hecho opción. Otros, desde la posibilidad que les ofrece, por ejemplo, su vida matrimonial o profesional.

¿Somos generosos en nuestro compromiso «evangelizador» con los hijos, con los alumnos, con los feligreses, con las personas sobre las que tenemos influencia? Es verdad que en el mundo de hoy no es muy común eso de «dar gratis»: siempre damos para que nos den, o porque nos han dado. Eso es más bien «comercio», aunque sea espiritual, y no donación de balde. Pero los cristianos debemos distinguimos por la generosidad en nuestra entrega.

 

Se marchó al descampado y se puso a orar

En esta «jornada» programática de la vida de Jesús que Marcos describe en el primer capítulo de su evangelio, no falta el dato de los momentos de oración de Jesús. A veces ora solo, como en esta ocasión: «se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar». Otras, en compañía de los demás, como en la sinagoga o en el Templo.

Difícilmente imitaremos la intensa actividad evangelizadora de Jesús. Pero él busca también momentos de soledad para orar con su Padre. A algunos les puede parecer que esos momentos se restan a lo que sería más importante: predicar y curar. A Pedro, por ejemplo, le parece urgente que vuelva Jesús a su ministerio: «todo el mundo te busca». Pero Jesús ha optado expresamente por la soledad para orar y encuentra en su diálogo con el Padre la fuerza para su actividad.

No deberíamos caer en la tentación del excesivo activismo. También nosotros necesitamos, y más que él, de esa raíz en profundidad que es la oración. Jesús nos dio una lección admirable de cómo unir el trabajo con la oración. La introducción al libro de la Liturgia de las Horas le propone como modelo de oración y trabajo: «su actividad diaria estaba tan unida con la oración, que incluso aparece fluyendo de la misma». Y no se olvida de citar este pasaje de Mc 1, 35, que leemos hoy (IGLH 4).

La Eucaristía, por ejemplo, va iluminando nuestra actividad y nos da fuerzas para realizarla desde Dios. Durante el momento de nuestra oración no olvidamos ciertamente a los destinatarios de nuestra misión. Como tampoco después, en medio del trabajo, olvidamos a Dios, que es quien nos envía y en cuyo nombre hablamos y actuamos.

José Aldazábal

Mc 1, 29-39 (Evangelio Domingo V de Tiempo Ordinario)

El evangelio “cura” las miserias

El evangelio de hoy es la continuación de lo que se había iniciado el domingo pasado con la actuación de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Y lo que quiere ponerse de manifiesto es que aquella enseñanza liberadora que se hizo en el ámbito del lugar sagrado y en el día del sábado, no puede quedar petrificado allí. En la vida de cada día, enfermedad, muerte, opresión -como ha entonado desesperadamente Job-, nos acechan continuamente, pero Jesús ha venido para traer el evangelio liberador. Con su actitud desafiante, que se relata aquí como un ciclo de actuaciones de su vida, está poniendo en su sitio lo que debe ser el mensaje liberador de las buenas noticias. La enfermedad no es consecuencia del pecado; lo más santo y sagrado no esta cegado para nadie; Dios mismo busca a todas estas personas para llevarles esperanza. Eso es lo que significa esta jornada, jornada teológica, por otra parte, de Jesús en Cafarnaún.

La enseñanza con autoridad (exousía) de la que se hablaba en la escena de la sinagoga ha salido, pues, de lo sagrado y llega a la vida de cada día. Lo sagrado, lo religioso, lo espiritual tiene que ser humano. A Jesús, con fama de taumaturgo, le llevan todos los enfermos. Ya se sabe lo que es la gente para estas cosas y más en aquella sociedad y con aquella mentalidad. Pero no se trata solamente de la pura milagrería, sino de la pasión por ser feliz que todos llevamos en nuestro corazón. Jesús rompe todas las normas, entra en las casas, toca a los enfermos, aunque sean mujeres, sale a las puertas de la ciudad. La fuerza irresistible, así lo ve Marcos, de evangelio ya no la pueden manejar las autoridades a su antojo. Las sanaciones de Jesús se explican en las coordenadas de aquella mentalidad popular. Jesús “enseña” que hay que sanar a los enfermos (hoy lo hace la medicina) y una sanación “milagrosa” no tiene por qué ser más importante que lo que Dios quiere que se haga por el conocimiento de la naturaleza. Pero Dios pide, para todos los curados y liberados de sus males una fe y una esperanza que es la fuerza del evangelio.

El evangelista Marcos sabe que Jesús tenía que buscar una fuerza poderosa en la oración y en la intimidad con Dios, para decir y hacer lo que hizo en aquella “jornada”: ir a las casas, a los lugares públicos como la puerta de la ciudad, para liberar a los hombres de sus males. Ese y no otro, es el proyecto de Dios. Y aunque Jesús aparezca aquí como un taumaturgo, o algunos lo confundan con un milagrero que busca su fama (sus mismos discípulos así lo entendieron al principio), Jesús sabe retirarse para buscar en Dios la fuerza que le impulse a llevar el evangelio por todos los pueblos y aldeas de Galilea. En definitiva, el evangelio está frente a las miserias de la vida. Se ha hecho notar, con razón, que Jesús viene de parte de Dios como solidario con nuestras miserias. Pero además, en una lectura más en profundidad se nos muestra a Jesús luchando contra un sistema de vida y de ideas: los enfermos, los pobres, los marginados nos evangelizan; a ellos se acerca Jesús y con ellos nos llega a nosotros el evangelio.

1Cor 9, 16-19.22-23 (2ª lectura Domingo V de Tiempo Ordinario)

La pasión por el evangelio

La lectura de la carta a los Corintios no solamente es la contrarréplica al anti-evangelio de Job, sino a todo lo que sea una llamada a lo más negativo de nosotros mismos. Pablo ha recibido la misión de anunciar el evangelio, buenas noticias, y ello, no es un oficio que requiera salario, sino que lo entiende como un don para ganar a todos los hombres. El sabe que eso no se paga, que no vale dinero, sino que es una gracia del que lo llamó a ser apóstol de los paganos y de todos los hombres. En otro momento el apunta la necesidad que tienen los evangelizadores de ser acogidos en sus necesidades por la comunidad, pero aquí Pablo está defendiendo su libertad más personal, la misma que nace del evangelio para no callar y para llevar a los hombres el mensaje de la salvación.

¿Se puede dejar de anunciar el evangelio porque esta vida es como es? ¡De ninguna manera! Esta confesión personal de Pablo, escrita, desde luego, con retórica, viene a hablar de la “paga” de predicar el evangelio. ¿Cuál es? Ninguna objetivamente hablando. Porque incluso Pablo no ha elegido este camino, esta misión o este “oficio”. Lo ha elegido Dios mismo, en Cristo, que se lo ha impuesto. Ha perdido incluso su libertad, aunque podría decir que no. Esta es una forma de hablar y por eso decimos que está construido el texto con retórica. Pero esa es la pura verdad. Predicar el evangelio se ha convertido para él en una tarea cuya “paga” es el mismo evangelio, es decir, la buena noticia que hay en sus entrañas. ¿Quién da más? ¡Nadie! Esto se ha convertido en una pasión por nada; una pasión que le lleva incluso a cambiar su psicología personal para que el evangelio le llegue a todos. Al final, lo sabemos, la paga es la pasión por el evangelio.

Job 7, 1-4.6-7 (1ª lectura Domingo V de Tiempo Ordinario)

Esperar contra toda esperanza

La primera lectura, del libro de Job, es lo que se ha llamado, con acierto, el lamento del “taedium vitae», el canto de la miseria que nos rodea en las situaciones más pesimistas de nuestra existencia. Para expresarlo, el autor, un sabio que se asoma al mundo que nos rodea para observarlo en profundidad, recurre a tres oficios duros y difíciles: la vida como un servicio militar y una disciplina inhumana, como esclavo que trabaja de sol a sol y como jornalero que aspira al final de la jornada para recibir salario y descansar como en un oasis. Es verdad que muchos viven así, quizás con el sentido escéptico de que no queda más remedio; sin valorar el mismo misterio de la vida, de lo que significa abrir los ojos y vivir esta vida… que a veces es hermosa y otras, desde luego, no lo es.

Job, quien vive el drama de una vida sin esperanza, como una lanzadera que va hacia la muerte, expresa los sentimientos de muchos hermanos nuestros que viven situaciones semejantes. Al final del libro tendrá que enfrentarse con Dios, y éste le hará ver que la vida, así tal como la hemos hecho y tal como queremos vivirla, no ha salido de sus manos. Él no has creado para la felicidad. Pero para ello, alguien (Jesús en el evangelio) y nosotros, ahora, tenemos que romper la espiral de la fuerza negativa y caótica que ello supone. Hay que esperar contra toda esperanza. Job no entiende, porque la vida eterna estaba lejos de haberse hecho un sitio en la teología de Israel, de que al final sus ojos sí podrán ver la dicha deseada.

Comentario al evangelio – Lunes IV de Tiempo Ordinario

En lenguaje hiperbólico, muy propio de los orientales, decía Jesús que la fe mueve montañas (Mt 17,20). Más allá de la hipérbole, conocemos la fuerza espiritual y moral que la fe ha infundido en tantos creyentes; las biografías de mártires, de antaño y de hogaño, algunos quizá de nuestros días, nos muestran lo casi inimaginable. El autor de la carta a los Hebreos, en su lenguaje tan académico y pulido, nos habla de los mártires del judaísmo, profetas perseguidos, etc., a los cuales la fe en el Dios de la alianza y la esperanza en la tierra prometida les dieron aguante frente a persecuciones, rechazos, lapidaciones, torturas…

Ese autor, para nosotros desconocido, se dirige a una comunidad atribulada, a la cual quiere infundir ánimo mediante el ejemplo de predecesores. Y lo hace con una argumentación rigurosa (la carta a los Hebreos es el escrito más culto del NT, en un estilo a veces algo árido, como de conferencia de universidad): aquellos no tenían todo el tesoro de fe que tenemos nosotros, sino que estaban en camino hacia él. Es el pensamiento que expresa Jesús en la conocida felicitación a los suyos: “dichosos vuestros ojos por lo que ven y vuestros oídos por lo que oyen; muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y oír lo que oís” (Mt 13,16). A estos “justos” del pasado se refiere el autor de Hebreos, diciendo de paso a sus contemporáneos: si ellos, con una fe todavía imperfectas, fueron capaces de tales heroísmos, ¿qué no se podrá esperar de vosotros, a quienes se ha dado a conocer el misterio del Reino de Dios? (cf. Mc 4,11).

Frente a un estilo tan académico tenemos la narración popular del evangelio, llena de detalles pintorescos. Es posible que algunos de ellos se encontrasen ya en historietas judías, y que la tradición evangélica se haya servido de ellos para presentar con más viveza el poder sanador de Jesús. Ante todo debemos notar que Jesús “sale” –quizá la única vez- del suelo judío; se va al territorio pagano (una “Iglesia en salida” quiere el papa Francisco) y se encuentra allí con mucha miseria humana: un enfermo mental violento y masoquista que vive en la muerte. Pero Jesús ha venido a recuperar lo perdido, y ahora tiene una gran oportunidad. Según la mentalidad judía, las enfermedades eran causadas por demonios, y el lugar adecuado para estos es el cuerpo “impuro” de los cerdos. De paso el evangelista deja claro que el poder del mal (“el espíritu inmundo”) siente temor ante el poder superior de Jesús: se encoge y le pide que no le atormente. No son poderes equiparables.

El mensaje de conjunto es que la cercanía a Jesús sana y pacifica y que el sanado por Él se convierte en un heraldo del poder de Dios. El hombre deja de estar atormentado, y hasta desea irse con Jesús, ser su seguidor. Pero Jesús quiere de él otra forma de adhesión, no menos digna que la de los seguidores itinerantes: será un evangelizador de la propia casa, de la propia familia. Para el evangelista esto tiene un sentido muy especial: ha comenzado la misión universal, también en un país pagano, en la Decápolis, hay que anunciar el Reino del único Dios, del Dios de todos, que tiene compasión para con todos.

Severiano Blanco cmf