Vísperas – Santa Águeda

VÍSPERAS

SANTA ÁGUEDA, virgen y mártir

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Palabra del Señor ya rubricada
es la vida del mártir ofrecida
como una prueba fiel de la espada
no puede ya truncar la fe vivida.

Fuente de fe y de luz es su memoria,
coraje para el justo en la batalla
del bien, de la verdad, siempre victoria
que, en vida y muerte, el justo en Cristo halla.

Martirio es el dolor de cada día,
si en Cristo y con amor es aceptado,
fuego lento de amor que, en la alegría
de servir al Señor, es consumado.

Concédenos, oh Padre, sin medida,
y tú, Señor Jesús crucificado,
el fuego del Espíritu de vida
para vivir el don que nos ha dado. Amén.

SALMO 114: ACCIÓN DE GRACIAS

Ant. El que quiera seguirme, que se niegue  así mismo, cargue con su cruz y se venga conmigo.

Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida.»

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó.

Alma mía, recobra tu calma,
que el Señor fue bueno contigo:
arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.

Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El que quiera seguirme, que se niegue  así mismo, cargue con su cruz y se venga conmigo.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. A quien me sirva, mi Padre del cielo lo premiará.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. A quien me sirva, mi Padre del cielo lo premiará.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE LOS REDIMIDOS

Ant. El que pierda su vida por mí la encontrará para siempre.

Eres digno, Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria, y la alabanza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El que pierda su vida por mí la encontrará para siempre.

LECTURA: 1P 4, 13-14

Queridos hermanos, estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros, porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.
V/ Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.

R/ Nos refinaste como refinan la plata.
V/ Pero nos has dado un respiro.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Señor Jesucristo, maestro bueno, te doy gracias porque me ayudaste a vencer los tormentos de los verdugos; haz, Señor, que llegue felizmente a la gloria imperecedera.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Señor Jesucristo, maestro bueno, te doy gracias porque me ayudaste a vencer los tormentos de los verdugos; haz, Señor, que llegue felizmente a la gloria imperecedera.

PRECES

A la misma hora en que el Rey de los mártires ofreció su vida, en la última cena, y la entregó en la cruz, démosle gracias diciendo:

Te glorificamos, Señor.

Porque nos amaste hasta el extremo, Salvador nuestro, principio y origen de todo martirio:
Te glorificamos, Señor

Porque no cesas de llamar a los pecadores arrepentidos para los premios de tu Reino:
Te glorificamos, Señor

Porque hoy hemos ofrecido la sangre de la alianza nueva y eterna, derramada para el perdón de los pecados:
Te glorificamos, Señor

Porque, con tu gracia, nos has dado perseverancia en la fe durante el día que ahora termina:
Te glorificamos, Señor

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Porque has asociado a tu muerte a nuestros hermanos difuntos:
Te glorificamos, Señor

Confiemos nuestras súplicas a Dios, nuestro Padre, terminando esta oración con las palabras que el Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Te rogamos, Señor, que la virgen santa Águeda nos alcance tu perdón, pues ella fue agradable a tus ojos por la fortaleza que mostró en su martirio y por el mérito de su castidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Viernes IV de Tiempo Ordinario

1.- Introducción.

Señor, me impresiona hoy la lectura del Evangelio. Aquel Juan del que tú dijiste que “entre los nacidos de mujer no había nacido nadie más grande” es capaz de ir a la cárcel por ser profeta, por denunciar el pecado. Él estaba en la cárcel, pero la Palabra de Dios no estaba encadenada. Dame también hoy a mí la valentía de Juan, la valentía de decir siempre la verdad, aunque me comprometa.

2.- Lectura reposada del evangelio. Marcos 6, 14-29

Se enteró el rey Herodes, pues su nombre se había hecho célebre. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas». Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas». Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado». Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino». Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?» Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista». Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión

El hilo conductor del evangelista es el papel de Juan como   precursor de Jesús. Juan prepara, en su destino de muerte, el camino del Mesías.  El mismo Herodes ha relacionado a los dos profetas. Jesús corre también el riesgo de ser asesinado. Era oportuno hablar del martirio del bautista antes del primer anuncio de la pasión de Jesús. Es curioso comprobar que, mientras los doce proclaman el reino de Dios, muere Juan víctima de su propio mensaje. Es un aviso para navegantes: si queréis ser profetas, si queréis ser discípulos de Jesús, hay que estar dispuestos a seguirle hasta el final, sabiendo que el final no es la muerte sino la Resurrección y la Vida. Profeta es aquel que pone en el peso de la balanza no el peso de las palabras sino el peso de la vida. “La cabeza de Juan tenía más razón sobre la bandeja que cuando estaba adosada a su cuello” (Mezzolari).

Palabra del Papa

Juan el Bautista comenzó su predicación en el periodo del emperador Tiberio, en el año 27-28 d.c., y la clara invitación que dirige a las personas que acudían a escucharlo, es preparar el camino para acoger al Señor, para enderezar las sendas torcidas de la vida a través de un cambio radical del corazón. Pero el Bautista no se limita a predicar la penitencia, la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como el «Cordero de Dios» que vino a quitar el pecado del mundo, tiene la profunda humildad de mostrar a Jesús como el verdadero Mensajero de Dios, haciéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido. Como nota final, el Bautista testifica con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, o sin ceder o darle la espalda, cumpliendo hasta el final su misión. San Beda, monje del siglo IX, en sus Homilías dice: San Juan por (Cristo) dio su vida, a pesar de que no recibió la orden de renegar de Jesucristo, le fue ordenado solo callar la verdad. Y no calló la verdad y por eso murió por Cristo, quien es la Verdad. Justamente, por el amor a la verdad, no reduce su compromiso y no tiene temor a dirigir palabras fuertes a aquellos que habían perdido el camino de Dios. (Benedicto XVI, 29 de agosto de 2012).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.- Propósito. Tener hoy algún gesto de testimonio.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, todos los días yo escucho tu palabra, medito tu palabra y hasta me gusta tu palabra. Pero hoy, ante el testimonio de Juan que prefiere guardar silencio y estar encadenado para ser fiel a esa palabra, me pregunto: Y yo, ¿qué tipo de cristiano soy? ¿Me limito a escuchar tu palabra? Dame, Señor, fuerza para que avale con mi conducta lo que proclaman mis palabras. Mártir significa “testigo”. Y los mejores testigos de la Iglesia han sido aquellos que han rubricado con sangre sus palabras y sus vidas. Ayúdame, Señor, a ser tu testigo.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Comentario – Viernes IV de Tiempo Ordinario

(Mc 6, 14-29)

Este texto muestra que Jesús era verdaderamente admirado, y buscaban explicaciones para entender porqué hacía tantos prodigios. Por eso creían que era algún gran profeta que había resucitado o “un profeta como los grandes”. Esta última explicación, que parece tan extraña, se debe a que los judíos estaban esperando la llegada de un gran profeta, anunciada en Deut 18, 15.

Pero luego el texto se detiene a narrar la muerte de Juan el Bautista, donde se muestra que el poder de la apariencia social y de la vanidad es tal, que puede torcer las mejoras intenciones.

Herodes admiraba a Juan, lo protegía, lo consultaba y lo escuchaba, pero no podía negarse a entregar la cabeza de Juan para no quedar mal delante de los convidados. Y si en el Antiguo Testamento la figura de Judit llevando la cabeza de Holofernes simbolizaba el triunfo de Dios y sus elegidos, esta joven llevando la cabeza de Juan simboliza el triunfo de los ardides del mal.

Hasta ese momento, Herodes respetaba a Juan. Quedaba perplejo cuando Juan le reprochaba que conviviera con la mujer de su hermano, pero a pesar de eso lo apreciaba y se sentía atraído por su predicación. Sin embargo, la palabra del profeta no había logrado llegar al corazón, donde se toman las decisiones más profundas. Allí tenían más poder las habilidades de una mujer, que conociendo las debilidades del rey, encontró la ocasión adecuada para acorralarlo, de manera que tuviera que optar entre su propia fama y la vida del hombre que admiraba. Ella sabía bien cuál era la escala de valores del hombre que compartía su lecho.

Oración:

“Señor, concédeme la gracia de ser fiel a tu amor. no permitas que las seducciones del mundo me arrastren y puedan más que la atracción del bien y de los bellos ideales. Quiero dar testimonio de mi fe en el mundo; no dejes que el respeto social y la apariencia puedan más que tú”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

Obligación del Oficio divino

95. Las comunidades obligadas al coro, además de la Misa conventual, están obligadas a celebrar cada día el Oficio divino en el coro, en esta forma:
a) Todo el Oficio, las comunidades de canónigos, de monjes y monjas y de otros regulares obligados al coro por derecho o constituciones.
b) Los cabildos catedrales o colegiales, las partes del Oficio a que están obligados por derecho común o particular.
c)
Todos los miembros de dichas comunidades que o tengan órdenes mayores o hayan hecho profesión solemne, exceptuados los legos, deben recitar en particular las Horas canónicas que no hubieren rezado en coro.

La misa del domingo: misa con niños

                         DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO

SALUDO

Dios Padre, que nos muestra su Amor en Jesucristo el Señor, y que con la Fuerza del Espíritu nos llama a ser evangelizadores en el mundo, nos acompañe y esté con todos nosotros.

ENTRADA

Hermanos, la vida humana es el gran regalo de Dios para todos, y ésta se va construyendo en el servicio continuado a las personas, en la entre­ga a las causas nobles que ayudan a otros a vivir con dignidad. Para noso­tros, para los cristianos, el sentido de la vida ha de ser el anuncio del Evangelio, un anuncio con palabras pero sobre todo con hechos, con prác­ticas liberadoras, cercanas y solidarias, que sean expresión del gran amor de nuestro Dios.

En un ambiente social y religioso como el que nos toca vivir, la tarea de anunciar el Evangelio es más urgente que nunca. Cuando parece que la fe se va reduciendo a prácticas individuales y aisladas, cuando la toma de posiciones cristianas se pretende relegarlas a «la sacristía»…, nuestra voz ha de sonar con fuerza, llena de esperanza. Que la Eucaristía nos ayu­de en nuestra tarea.

ACTO PENITENCIAL

Delante de Dios Padre nos sentimos queridos y perdonados de todo lo que nos aparta de Él y de los hermanos:

– Tú, que nos das el regalo de la vida para que la llenemos de entrega y de servicio. SEÑOR, TEN PIEDAD.

– Tú, que nos das el regalo de la vida para que vivamos en fidelidad al Amor. CRISTO, TEN PIEDAD.

-Tú, que nos das el regalo de la vida para que, estando del lado de quie­nes sufren, seamos su alivio y consuelo. SEÑOR, TEN PIEDAD.

Danos, Señor, tu perdón, que nos ayude a vivir con alegría. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACIÓN COLECTA

Dios y Padre nuestro, cuya fidelidad se renueva cada mañana; al celebrar la eucaristía te pedimos que hagas de cada uno de nosotros un servidor del Evangelio, de modo que, trabajando por el bien de todos, merezcamos ser tus testigos en este mundo necesitado de la Buena Noticia. Por nuestro Señor Jesucristo.

LECTURA SAPIENCIAL

El libro de Job nos sitúa ante el problema del dolor y de su sentido. A pesar de su experiencia, Job no llega a renegar de Dios, sino que mantie­ne una débil esperanza; ante el sufrimiento no podemos tener sólo buenas palabras de consuelo, sino compasión, sentir ese dolor como si fuera rsuestro. Quizá ésa es la única respuesta.

LECTURA APOSTÓLICA

El grito de Pablo, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio, deberíamos hacerlo nuestro. Muchas veces creemos que la evangelización es solo tarea de algunos en la Iglesia. Pero no, por el bautismo todos hemos recibido la dignidad de hijos, y la Buena Noticia de Jesús que tenemos que compartir.

LECTURA EVANGÉLICA

La actividad de Jesús siempre es curativa, sanadora. Jesús, como a la suegra de Simón, nos cura también a nosotros de todo mal, nos coge de la mano para que, erguidos, empleemos nuestros días en el servicio: esto no es una moda, una corriente, sino lo más propio de los cristianos.

ORACIÓN DE LOS FIELES

Con el deseo de que la vida y la salvación de Jesús lleguen a todo el mundo, presentemos al Padre nuestras plegarias diciendo: ESCÚCHANOS, PADRE.

1.- Por los cristianos, por todos los que creemos en Jesús. Que, como él, hagamos todo lo que esté en nuestras manos al servicio de los que sufren. OREMOS.

2.- Por los que son perseguidos por causa de su fe. Que el Espíritu de Dios los llene de fortaleza, y toque también el corazón de sus perseguidores. OREMOS.

3.- Por los cristianos y cristianas que tienen responsabilidades en la vida política, económica y social. Que actúen siempre con los criterios del Evangelio, al servicio de la dignidad y la justicia que Dios quiere para todos OREMOS.

4.- Ante la proximidad de la fiesta de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, oremos por los enfermos. Que vivan su dolor sostenidos por la fuerza de Dios y el cariño de los que les rodean. OREMOS.

5.- Por todos nosotros. Que demos con nuestra vida un buen testimonio del amor y la salvación de Jesús. OREMOS.

Escucha, Padre, nuestra oración, y haz que nunca dejemos de seguir a Jesús, que es luz y esperanza para toda la humanidad. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Prefacio Dominical IV

ORACION SOBRE LAS OFRENDAS

Esta ofrenda que presentamos en tu altar, Señor, sea grata a tu ojos y así se convierta en una alabanza en tu honor y en alimento de vida para todos nosotros. Por Jesucristo.

PREFACIO

Realmente es justo y necesario, Señor, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, porque Tú nos llamas a construir una nueva tierra, cimentada sobre el amor y la justicia; Tú quieres que proclamemos a todos que has preparado para nosotros un Reino de fra­ternidad, de igualdad, de vida sin fin, para que así nadie pierda la ilusión, ni la esperanza, ni la alegría de vivir.

Por eso, unidos ahora a toda la Creación que camina hacia ese Reino de plenitud, te reconocemos como quien de verdad eres diciendo: Santo, Santo, Santo…

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Te damos gracias, Señor, por todo lo que de Ti recibimos en cada momento de la vida. Ayúdanos con tu Amor a vivir libres de toda ata­dura, para que los cristianos seamos de verdad los que en el mundo apostemos por la paz, la justicia y el perdón. Por Jesucristo.

DESPEDIDA

Los cristianos somos los eternos itinerantes, los eternos nómadas. Anunciar y realizar la palabra de Dios es tarea ardua y amplia: hacen falta muchos braceros trabajando durante muchos años para que la Buena Noticia llegue a todos los hombres. Al menos, todos y cada uno de nosotros debemos comprometernos a trabajar bien en nuestra parcela y dejar nuestra tarea acabada.

Misa del domingo

Luego de asistir aquél sábado a la sinagoga con sus discípulos (ver Mc 1,21), el Señor se dirige a casa de Pedro y Andrés, junto con Santiago y Juan. Pedro y su hermano, naturales de Betsaida (Jn 1, 44), habían venido a residir a la importante ciudad de Cafarnaúm, acaso por razones de comercio pesquero.

En casa de Pedro estaba su suegra, con una fiebre alta (ver Lc 4,38) que la tenía postrada en cama. Los apóstoles se lo comentan al Señor, y Él la cura instantáneamente tomándola de la mano. San Lucas refiere que además «conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó» (Lc 4,39). Su palabra no sólo tiene el poder de expulsar demonios, sino también de “expulsar” enfermedades.

La curación le devuelve asimismo la energía habitual, de modo que de inmediato «se puso a servirles». De este modo se hace visible a todos su dominio no sólo sobre la enfermedad, sino también esa fuerza que sale de Él (ver Mc 5, 30) para comunicar vitalidad a quien estaba enfermo. La restitución es total, tanto que no requiere de una recuperación posterior. Su dominio sobre la creación es absoluto.

El hecho de acercarse, tomarla de la mano y levantarla de su estado de postración puede tener un valor simbólico: Él, abajándose, muriendo en la Cruz y “levantándose” de entre los muertos por su Resurrección, ha venido al mundo a levantar a la humanidad enferma y postrada por el pecado, a devolverle la salud, a devolverle su capacidad de servir a Dios, de entrar en su amistad, de darle gloria mediante una vida humana plena y plenificada por la fuerza de Dios mismo. Él, Señor de la Vida, ha comunicado a su criatura humana, por la fuerza de su Espíritu, una vida nueva. Todo hombre o mujer sanado por el Señor es asimismo invitado a servir al Señor como un gesto de gratitud, servirlo sobre todo viviendo como Cristo enseña, es decir, amando como Él ha amado.

Luego de curar a la suegra de Simón el Señor aprovecha aquella jornada de descanso sabatino para hablarles a sus apóstoles de los misterios del Reino.

Su fama de taumaturgo ya se había difundido por toda la ciudad, de modo que al atardecer de aquel sábado, cuando «ya se había puesto el sol», es decir, cuando ya el reposo sabático había concluido y era lícito transportar los enfermos (ver Jn 5, 9.10), le traen numerosos enfermos y endemoniados para que los cure. Poco a poco se va congregando a la puerta de la casa de Pedro «toda la ciudad». Esta expresión es una típica hipérbole oriental para decir lo mismo que multitud muy numerosa. Uno a uno el Señor los cura a todos.

También «expulsó a muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar», es decir, les prohibía revelar su identidad mesiánica. El Señor no quería que los ánimos de la multitud se exaltasen, no quería que confundiesen su misión mesiánica con una misión política, razón por la que en otro momento también a sus apóstoles les pedirá que a nadie revelen que Él es el Mesías esperado. Sólo permitirá que lo aclamen como tal poco antes de su muerte en Cruz, al hacer su entrada triunfal en Jerusalén.

Ya de noche se retiran todos los que fueron en busca del milagro y de la enseñanza de Jesús. Jesús y sus apóstoles se retiran a dormir.

Pasada la noche refiere San Marcos que el Señor «se levantó de madrugada, se fue a un lugar solitario y allí se puso a orar».

Su diálogo íntimo con el Padre se ve interrumpido cuando Pedro y sus compañeros, al no hallarlo en casa, salen a buscarlo y, una vez hallado, lo instan a volver a casa arguyendo que «todo el mundo te busca». ¿Cómo no sentirse apremiado a salir al encuentro de la muchedumbre que anda en busca de Él, ya sea para escuchar su palabra o para encontrar en Él la salud? A pesar de la petición de Pedro, y consciente de que muchos lo esperan en su casa, el Señor responde: «Vamos a otra parte, a los pueblos cercanos, para predicar también allí; que para eso he venido».

Hay quienes traducen «que para eso he salido», y es que el verbo griego exerjomai se puede traducir tanto por venir como también por salir o partir. En todos los casos indica dejar un lugar para dirigirse a otro, ya sea por voluntad propia o por voluntad de otro. En un sentido inmediato podría entenderse que “para eso ha salido de la casa de Pedro”. Sin embargo, se puede percibir un sentido más profundo en las palabras del Señor: para eso “ha salido de Dios” y venido al mundo. Este sentido de la expresión del Señor Jesús es evidente en el Evangelio de San Lucas: «para eso he sido enviado» (Lc 4,43), por el Padre se entiende.

Con esta sentencia el Señor define su misión: ha sido enviado por el Padre para anunciar el Evangelio, tanto así que «todos los aspectos de su Misterio —la misma Encarnación, los milagros, las enseñanzas, la convocación de sus discípulos, el envío de los Doce, la Cruz y la Resurrección, la continuidad de su presencia en medio de los suyos— forman parte de su actividad evangelizadora» (S.S. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 6).

En obediencia al Padre el Señor Jesús, «Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena» (EN, 7).

Luego de Él los Apóstoles serán los primeros en anunciar el Evangelio de Jesucristo, enviados por Él.

También San Pablo es un Apóstol elegido por el Señor. El da testimonio de que la misión de anunciar el Evangelio la ha recibido directamente del Señor, misión de la que se experimenta responsable: «¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!». Impulsado por ese celo y sentido del deber San Pablo se hace «todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos».

 

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Luego de una agotadora jornada apostólica que incluye la predicación de su Evangelio, la curación de muchos enfermos y la expulsión de muchos demonios, el Señor Jesús se levanta al siguiente día muy de madrugada, cuando todo está aún muy oscuro y todos duermen, para dirigirse Él solo a un lugar apartado: «allí se puso a hacer oración».

El Señor Jesús nos enseña la importancia que tiene para Él la oración, “robándole horas al día” para dedicarle un tiempo al diálogo íntimo con el Padre. En el cumplimiento de su misión, que consiste principalmente en predicar la Buena Nueva a las ovejas perdidas de Israel (ver Mc 1,38; Mt 15,24), la frecuente oración o diálogo íntimo con el Padre aparece como algo prioritario para Él. En otra ocasión enseñará a sus discípulos lo que Él mismo vive, la necesidad que Él mismo experimenta: «es necesario rezar siempre y sin desfallecer» (Lc 18,1).

Es a partir de su sintonía profunda con el Padre, que reclama y se nutre de ese diálogo continuo con Él, que el Señor es capaz de ordenar rectamente sus actividades según el divino Plan: a pesar de que Pedro lo urge a regresar a casa donde muchos lo esperan para ser curados de sus enfermedades, Él en cambio decide ir «a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he venido».

Por más duro que suene, su prioridad no es curar a los enfermos de sus males, o liberar a los endemoniados de los espíritus inmundos, o saciar la curiosidad de las multitudes que empiezan a buscarlo por la fama de gran profeta que va adquiriendo, sino la fidelidad a la misión que el Padre le ha encomendado. Él ha venido al mundo a anunciar la Buena Nueva de la reconciliación, y prioriza su acción de acuerdo a su misión principal. No podemos dejar de resaltar la importancia fundamental de dicho anuncio, pues ¿de qué hubiera servido su encarnación, su muerte y resurrección, así como su ascensión, sin esa predicación y anuncio? El don de la Reconciliación operada por el Señor Jesús (ver 2Cor 5,18-19) necesita del anuncio, de la proclamación de la Buena Nueva, de la predicación, para ser comprendido y acogido por el hombre (ver Rom 10,17).

Al rezar muy de madrugada el Señor nos enseña que con la oración se preserva del desgaste y desfondamiento que trae consigo la actividad, que sin oración y sin una continua referencia al Padre se convierte en un peligrosísimo activismo. El Señor nos enseña que el recto obrar se nutre de la oración como de su raíz, y hace de la misma acción que se orienta al cumplimiento del Plan divino una oración incesante, una alabanza o “liturgia” continua.

El que verdaderamente es discípulo de Cristo, jamás deja de rezar porque obedece al ejemplo y a la voz de su Maestro, que ha dicho: es preciso «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1). La oración es para el creyente una necesidad, necesidad que responde a una sed de Dios que busca saciar en el encuentro con Él. Consiste en un tejido armonioso que se entreteje de momentos fuertes de oración y de oración continua. Los momentos fuertes de oración como el diálogo íntimo con el Señor en el Santísimo, la meditación de su Palabra en espíritu de oración, la participación atenta en la Santa Eucaristía, la celebración de la Liturgia de las horas, nutren la oración continua, oración que es vivir en continua presencia de Dios y hacerlo todo por Él. No deja de rezar quien buscando obedecer en todo a Dios hace de toda su actividad una incesante alabanza a Él (ver 1Cor 10,31).

Si el Señor Jesús se daba el tiempo para rezar, no dejando la oración “para el final del día” como tantas veces solemos hacerlo nosotros, sino rezando antes de iniciar sus exigentes y diarias actividades, ¡cuánto más debemos nosotros buscar el tiempo necesario para tener momentos fuertes de oración a lo largo del día! Si andamos en búsqueda de la reconciliación para nosotros mismos —el perdón de nuestros pecados, la curación de nuestras heridas más profundas, la armonía y paz interior, la alegría y gozo continuo, la fuerza para la lucha, etc.— y si queremos llevar a otros el don de la reconciliación, entendamos de una vez por todas que ello es imposible sin la oración perseverante. Para estar reconciliados y para poder cooperar con el Señor Jesús en la tarea de la evangelización reconciliadora de la humanidad, el trato íntimo, la oración diaria y perseverante es esencial. Organízate especialmente los días que más cosas tengas que hacer, para que nunca te falte un tiempo para rezar. Y si tienes que levantarte “muy de madrugada” para orar antes de que empiece el ritmo incesante de actividades, ¡haz ese sacrificio, que será ampliamente recompensado por el Señor!

¡Vámonos a otra parte!

No es bueno dormirse en los laureles
ni asentarse allí donde nos reconocen.
No es bueno mantener nuestro puesto y estatus
mientras otros son marginados y expulsados.

Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

No es bueno ser el centro del encuentro
mientras hay quienes se quedan fuera, al margen.
No es bueno vivir con abundancia y confort
mientras otros carecen de lo básico y necesario.

Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

No es bueno que a uno le atienda y sirvan
mientras a otros se les esconde y olvida.
No es bueno tener tanta calidad de vida
mientras hay quienes luchan por ella cada día.

Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

No es bueno creer que estamos en lo cierto
mientras hay tantos hermanos perdidos.
No es bueno quedarse donde hemos llegado
habiendo tantos caminos que no hemos recorrido.

Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

¡Vámonos a otra parte!

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Viernes IV de Tiempo Ordinario

El escrito que llamamos “carta a los Hebreos”, al que hemos venido dirigiendo la atención en estas últimas semanas, no es ciertamente una carta, pues no indica remitente ni destinatario; pero el autor ha querido acercarlo ligeramente al estilo epistolar, especialmente al de San Pablo. Por ello, antes de concluir, ofrece unos breves consejos: hace una llamada a la hospitalidad (¿recordamos la obra de misericordia “hospedar al peregrino”?, a visitar a los presos (me consta que la pastoral penitenciaria, que la Iglesia nunca olvida, es muy gratificante y fructífera), a la fidelidad matrimonial y a la castidad en general, y a una confianza en el Dios providente que ahuyente toda codicia o ansiedad, conscientes de que Dios es muy capaz de suplir todas nuestras deficiencias. Orientaciones bien prácticas que podrían servirnos de examen de conciencia.

Al leer el evangelio de hoy, no puedo evitar una leve sonrisa, recordando algo que cierta agrupación religiosa, autodenominado cristiana, se toma muy en serio: la supuesta prohibición bíblica de celebrar cumpleaños. Es tirar del rábano por la hoja más lateral.

En algunas enseñanzas Jesús y el Bautista se parecen tanto que Herodes llega a pensar si no serán la misma persona. Son dos profetas que incomodan, pues van más allá de las convenciones de su época. Por entonces el “cambio de pareja” era fácil y frecuente; y, al parecer, Herodías se encontraba más a gusto con su nuevo maromo, Herodes Antipas, reyezuelo de Galilea, que con el hermanastro de este, Filipo, jefe de los altos del Golán. Y Antipas debió de descansar el día en que “despachó” a su primera pareja, una princesa nabatea hermana del rey Aretas IV; este juró odio eterno a cuanto oliese a judío, por lo que, más tarde, se propuso perseguir hasta el fin del mundo al judío Saulo (cf. 2Co 11,32), que se había osado llevar a su reino (la “Arabia” de Gal 1,17) “una especie de” judaísmo.   

Hasta aquí la comedia de enredo. Pero el evangelista quiere recalcar cosas de más trascendencia. El radical Jesús había declarado indisoluble el matrimonio, según el plan primigenio de Dios manifestado en el AT, pero que el mismo AT había “dulcificado”, “por la dureza de sus corazones” (cf. Mc 10,4-8). Jesús vuelve a la seriedad primitiva; reafirma el respeto sagrado a la esposa y a la dignidad de la vida afectivo-sexual. Marcos nos informa de que esto ya había costado la vida a Juan el Bautista.

Y esto nos lleva a la segunda parte del mensaje: prevención frente a los  poderosos, siempre dispuestos a acallar al profeta, eliminándolo, si es preciso,  Antipas había encarcelado al Bautista con mala conciencia, convencido de que era un hombre justo; actuó cobardemente: en él pudo más el deseo de agradar a su nueva esposa que el respeto a la santidad de Juan. Quizá oía de vez en cuando reproches de su conciencia: por eso bajaba a hablar con el preso. En cambio Herodías debió de tener menos escrúpulos: aprovechó la primera ocasión para acallar definitivamente la voz que había incomodado a su marido y a ella. Y Herodes cayó en nueva cobardía: ¿qué diría su mujer, y los invitados…? Respetos humanos ahogaron el respeto a la santidad y a la propia conciencia. ¿Quién no está expuesto, seguramente en asuntos de menor cuantía, a algo semejante?

Severiano Blanco, cmf