Comentario – Domingo V de Tiempo Ordinario

Decía san Pablo: El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. Decía esto porque fácilmente puede llegar a serlo: una actuación pública desde un estrado, sobre todo si va acompañada de aprobación y de aplausos, puede convertirse con frecuencia en ocasión de envanecimiento en las propias habilidades para el razonamiento o el discurso. Por tanto, en motivo de orgullo. Pero san Pablo descarta este móvil: si predica, no es porque le guste, sino porque no tiene más remedio. La predicación va ligada a la evangelización, que es tarea inexcusable del evangelizador.

A san Pablo le han encomendado el oficio de evangelizar, y de esta labor se le pedirá cuentas. De ahí la imperiosa necesidad de anunciar el evangelio: ay de mí –dirá también- si no evangelizare. Aquí hay que descartar, por tanto, el gusto o el disgusto; porque, ya sea que le guste o le disguste, el evangelizador tiene el encargo de predicar y no puede no hacerlo. Es su obligación. No predicar sería en él una dejación de responsabilidad en la que muchas veces podemos caer los sacerdotes por diferentes motivos: para congraciarnos, para complacer a la gente, para evitar tensiones, malas caras o reproches, o simplemente por relajación.

Luego en este terreno, como en otros, no debemos movernos por el gusto o el disgusto. No se trata de incomodar o de fastidiar. El que predica no tiene por misión provocar fastidio en los oyentes a quienes dirige la palabra, pero tampoco darles gusto. Su tarea es otra. El objetivo del que anuncia el evangelio debe ser, en primer lugar, darlo a conocer, dar a conocer esta buena noticia que, no por buena, deja de resultar incómoda y exigente muchas veces; y en segundo lugar, hacer que ese anuncio convenza, penetre, transforme los corazones de los oyentes, despertando o robusteciendo la fe de los mismos. Éste es el oficio del predicador y ésta es su paga: gozar dándolo a conocer y cumplir el oficio con la conciencia del deber cumplido. Y vivir en la esperanza de participar un día de sus bienes.

Ya hemos dicho que el evangelio es buena noticia, fundamentalmente porque anuncia bienes, y por encima de todos el bien de la salvación, que es la síntesis de todos los bienes. Parece lógico pensar que el que anuncia la existencia y la promesa de tales bienes pueda esperar también participar algún día de ellos.

Tal es la paga que san Pablo espera obtener del cumplimiento de este oficio, ejercido muchas veces a su pesar: con fuerte oposición, en circunstancias adversas, rendido, tal vez con fiebre, entre gritos de desaprobación en ocasiones, con la sensación de no ser escuchado, en medio de la indiferencia o la frialdad, sintiendo los latidos del menosprecio. No es lo mismo predicar en un meeting, donde todas las frases se ven coronadas por aplausos y gritos de júbilo que predicar ante un público extremadamente crítico, o desinteresado, o apático y distraído. Todas estas situaciones son posibles, y san Pablo pasó por ellas. Pero no le impidieron seguir predicando, aunque tuviera que cambiar de lugar y de auditorio. Y es que tenía esta sentencia grabada a fuego en su conciencia: ¡Ay de mí si no evangelizare!

Los destinatarios de la evangelización serán siempre hombres con una experiencia muy similar a la de Job: hombres que tiene de la vida la experiencia de un jornalero que suspira por la sombra cuando aprieta el calor, que aguarda su salario, porque lo que ofrece la vida nunca es suficiente, a quien asignan noches de fatiga y de insomnio, que siente cómo se le escapa la vida, porque sus días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza de poder recuperarlos, que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque sus ojos no volverán a ver la dicha que vieron o porque su vida se ha ido como un soplo. ¿Quién no haría suyo el soliloquio de Job si dejase hablar espontáneamente a su corazón? En tal situación, la buena noticia del evangelio resuena con especial nitidez, pues es noticia de salvación.

Pero volvamos los ojos al relato evangélico. En la actividad de Jesús al menos la salvación (o salud) acompañaba a la noticia; pues no solía haber predicación sin curaciones. La actividad curativa de Jesús era signo inequívoco de que Dios deseaba el bien del hombre, puesto que Jesús actuaba como enviado de Dios: el bien de la salud frente al mal de la enfermedad; el bien de la salvación frente al mal del pecado (y sus malos efectos) y de la muerte. Si las curaciones formaban parte de la evangelización de Jesús, ¿por qué no ha de formar parte de la evangelización la curación de esa llaga que tantos hermanos nuestros sufren todavía hoy: el hambre, la malnutrición, la miseria, la epidemia? Una campaña como la de Manos Unidas tiene su lugar en este marco. La buena noticia del evangelio es esencialmente la que nos habla del amor de Dios, amor salvífico. Y expresión de este amor será siempre el socorro y la ayuda a las personas más necesitadas de nuestro mundo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

I Vísperas – Domingo V de Tiempo Pascual

I VÍSPERAS

DOMINGO V DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Como una ofrenda de la tarde,
elevamos nuestra oración;
con el alzar de nuestras manos,
levantamos el corazón.

Al declinar la luz del día,
que recibimos como don,
con las alas de la plegaria,
levantamos el corazón.

Haz que la senda de la vida
la recorramos con amor
y, a cada paso del camino,
levantemos el corazón.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo Salvador,
gloria al Espíritu divino:
tres Personas y un solo Dios. Amén.

SALMO 140: ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Ant. Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia.

Señor, te estoy llamando, ve de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
Un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia.

SALMO 141: TÚ ERES MI REFUGIO

Ant. Tú eres mi refugio y mi lote, Señor, en el país de la vida.

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Mira a la derecha, fíjate:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio
y mi lote en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tú eres mi refugio y mi lote, Señor, en el país de la vida.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

LECTURA: Rom 11, 33-36

¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero para que Él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A Él la gloria por los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ Y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Al anochecer, cuando se puso el sol, llevaron todos los enfermos y endemoniados a Jesús, y él los curó.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al anochecer, cuando se puso el sol, llevaron todos los enfermos y endemoniados a Jesús, y él los curó.

PRECES
Glorifiquemos a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y supliquémosle, diciendo:

Escucha a tu pueblo, Señor.

Padre todopoderoso, haz que florezca en la tierra la justicia
— y que tu pueblo se alegre en la paz.

Que todos los pueblos entren a formar parte en tu reino,
— y obtengan así la salvación.

Que los esposos cumplan tu voluntad, vivan en concordia
— y sean siempre fieles a su mutuo amor.

Recompensa, Señor, a nuestros bienhechores
— y concédeles la vida eterna.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge con amor a los que han muerto víctimas del odio, de la violencia o de la guerra
— y dales el descanso eterno.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado IV de Tiempo Ordinario

1.-Oración introductoria.

Señor, hoy te pido que sepa liberarme de todos los ruidos, de todos los quehaceres, de todas preocupaciones, y sienta la alegría de tus discípulos   cuando les invitaste a descansar. No dudo que el paisaje era bonito, que desde ese lugar se respiraba el olor a campo; pero lo que realmente hacía precioso el lugar era que “estaban contigo”. Tú eres para mí  el verdadero descanso. Dame,  la dicha de descansar hoy un rato a tu lado. .

2.- Lectura reposada del texto evangélico. Marcos 6, 30-34

Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

3.-Lo que dice el texto evangélico.

Meditación-Reflexión

Jesús invita a sus discípulos a descansar un poco. El descanso lo hacen con Él. “Yo seré vuestro descanso”. En realidad descansamos cuando estamos con las personas que amamos: descansa el niño en los brazos de su madre y el amigo con el amigo y el esposo con su esposa. Y el hombre -varón y mujer- descansa con su Dios.  “Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti” (San Agustín). Pero descansar en Dios no significa desentenderse de aquellos que no tienen descanso, de aquellos que sufren, que lo pasan mal. En el evangelio de hoy vemos que Jesús, al ver a la gente como ovejas sin pastor, “se le removían las entrañas”. No basta  que se muevan nuestras manos, nuestros pies, si no se nos mueve antes el corazón. Decía a sus  monjas San Vicente Paúl: “hermanas, más corazón en las manos”. Más corazón en las manos y en los pies, y en la cabeza y, sobre todo, más corazón en el corazón. Que el corazón más que un músculo del cuerpo sea un vehículo de amor.

 Palabra del Papa.

El Evangelio de hoy nos dice que los apóstoles después de la experiencia de la misión, están contentos pero cansados. Y Jesús lleno de comprensión quiere darles un poco de alivio. Entonces les lleva aparte, a un lugar apartado para que puedan reposarse un poco. «Muchos entretanto los vieron partir y entendieron… y los anticiparon». Y a este punto el evangelista nos ofrece una imagen de Jesús de particular intensidad, ‘fotografiando’ por así decir sus ojos y recogiendo los sentimientos de su corazón. Dice así el evangelista: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”. Retomemos los tres verbos de este sugestivo fotograma: ver, tener compasión, enseñar. Los podemos llamar los «verbos del Pastor». El primero y el segundo están siempre asociados a la actitud de Jesús: de hecho su mirada no es la de un sociólogo o la de un fotoreporter, porque Él mira siempre «con los ojos de corazón». Estos dos verbos: «ver» y «tener compasión», configuran a Jesús como el Buen Pastor. También su compasión no es solo un sentimiento humano, es la conmoción del Mesías en la que se hizo carne la ternura de Dios. Y de esta compasión nace el deseo de Jesús de nutrir a la multitud con el pan de su palabra. O sea, enseñar la palabra de Dios a la gente. Jesús ve; Jesús tiene compasión; Jesús enseña. ¡Qué bello es esto!  (S.S. Francisco, Angelus del19 de julio de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio).

5.-Propósito: Iré hoy a la oración a descansar un rato con mi amigo Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra y yo ahora le respondo con mi oración.

Hoy, Señor, quiero darte gracias porque eres muy humano. Invitas a tus discípulos a descansar. Pero tú sabes bien que no es lo mismo descansar contigo o descansar sin  ti. Si no estoy en paz contigo, me rinde el sueño, pero no descanso. Tú eres para mí mi mejor almohada. Contigo, puedo dormir a pierna suelta. Incluso, contigo puedo también  soñar.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Si sufres… agárrate a Jesús

1.- Un denominador común, que entretejen perfectamente a las lecturas de hoy, es el sufrimiento del hombre.

Quien mira a Jesús, su cruz, se hace más soportable. Su enfermedad más llevadera. Sus pruebas más fáciles de superar.

Como Job contemplamos cómo muchos hermanos nuestros, sienten su vida como una interminable noche, sus días como experiencia amarga. ¿Qué respuesta ofrecerles? ¿Qué podemos hacer ante un mundo que parece, por momentos, romperse a pedazos? Ni más, ni menos, que volver a la humanidad que Jesús nos ofrece. Dejarnos tantear por El. Llamarle para que venga a nuestro lecho (a la vida matrimonial, política, sacerdotal, eclesial, económica, social, etc.,) y dejar que nos levante, una y otra vez, y volver a vivir dignamente

¿Fiebre nosotros? Y mucha. Hace tiempo que al hombre, frío para las cosas de Dios y excesivamente caliente para las cosas del mundo, se le han subido los humos demasiado. Piensa que sin Dios se puede vivir mejor. Que se puede ser más feliz sin tener en cuenta unos preceptos, que por otro lado si se cumplen, otorgan felicidad al cien por cien.

2.- Cuando venimos a la Eucaristía sentimos que se supera la fiebre de muchas cosas y en muchos sentidos:

  • Recuperamos la esperanza frente al pesimismo
  • La alegría frente a la tristeza
  • La comunión frente al distanciamiento
  • La fraternidad frente al individualismo
  • La fe frente a la incredulidad

Al igual que la suegra de Pedro, sentimos que nuestros males desaparecen cuando nos acercamos a Jesús. Mejor dicho; si dejamos que Jesús se acerque a nosotros. Lo que ocurre es que preferimos estar sometidos a altas temperaturas. Postrados en el tálamo de nuestra mediocridad, enfermedad o debilidad

3.- Hoy, San Marcos, nos muestra ese poder curativo de Jesús que no es otro que el amor. El amor lo puede todo y lo invade todo. ¡Ojala los agentes de pastoral tuviésemos ese golpe certero (no de efecto) para levantar personas! ¡Para iluminar conciencias! ¡Para disipar miedos! ¡Para sanar espíritus que en otro tiempo estuvieron totalmente orientados hacia Dios!

Uno de los riesgos que podemos tener, al escuchar y reflexionar el evangelio de este día, es observarlo desde una vertiente meramente sanadora o terapeuta. Muchas veces nos acercamos a la religión pidiendo a Santa Rita lo imposible, a San José una buena muerte, a San Pancracio la solución económica, a San Antonio un buen novio o a San Judas Tadeo el milagro mayor y más preciado. Pero la fe, es no olvidar lo sustancial: el mensaje que nos trae Jesús. La razón de su venida: el amor inmenso que Dios nos tiene. Y luego, a continuación, cuando uno descubre ese corazón paternal de Dios es, cuando siente en propias carnes, que además es salud, vigorosidad, fuerza y todo lo demás.

Construyamos la casa desde abajo. No por el tejado. Escuchemos a Jesús. Sigamos sus pasos. Meditemos sus palabras y, luego, ¡claro que sí! Le digamos que toque nuestra frente para que desaparezca la fiebre, el corazón para que nos haga más generosos y toda nuestra vida para que sea sana y límpida. Y ahora dejadme que os comunique lo siguiente:

¡BAJA MI FIEBRE, SEÑOR!

En la congoja, hazme descubrir tu rostro
Cuando me rebelo ante Ti, condúceme de nuevo al camino correcto
Si no encuentro explicaciones a mis días, ilumíname con tu Espíritu
Si la suerte no me sonríe, infúndeme la virtud de la paciencia
Si la oscuridad me acompaña, coloca al fondo de mi jornada, una luz
Si el dolor aprieta, que tu cruz me haga relativizarlo
Si me encuentro enfermo, que recurra a Ti como al excelente médico
Si estoy sano, que no me crea dueño del mundo
Si tengo éxito, que sea prudente
Si poseo talento, que lo exprima al servicio de los demás
Si asoma la angustia, que recuerde que nunca Tú me fallas
Si las fuerzas desertan, que seas Tú mi fortaleza
Baja, Señor, la fiebre que me impide ver el fondo de las cosas:
La fiebre de mi egoísmo
La fiebre de mi altanería
La fiebre de mis falsas seguridades
La fiebre de mi autosuficiencia
Y, si ves que tardo, Señor, en levantarme del lecho
siéntate junto a mí para que, cuando vuelva en sí,
compruebe, una vez más, que tu Palabra es eterna
y fuente de verdad y compañía.
Amén.

Javier Leoz

Comentario – Sábado IV de Tiempo Ordinario

(Mc 6, 30-34)

Los apóstoles cuentan a Jesús lo que han hecho, porque tienen clara conciencia de que están cumpliendo una misión recibida de él. Queda claro que el protagonista es Jesús y que de alguna manera hay que rendirle cuentas y dialogar con él sobre la obra evangelizadora.

Luego Jesús hace notar la necesidad de que descansen con él, la importancia de apartarse juntos a un lugar solitario; porque al maestro le preocupa que sus discípulos no tengan el reposo necesario.

Sin embargo, la compasión ante los reclamos de la gente puede más que la necesidad de relax y soledad. Jesús había llevado a los discípulos a descansar, pero termina pidiéndoles que repartan el pan a la gente. Jesús les hace descubrir así que ellos son sus instrumentos para el Reino de Dios, y que muchas veces deberán renunciar a sus propios planes, a la comodidad y al descanso planificado, si las urgencias de los demás así lo exigen.

Jesús no niega la necesidad del descanso, pero quiere recordarnos que el amor al hermano siempre puede más que nuestras necesidades inmediatas. Testimonio de ello es la vida entregada de la Madre Teresa de Calcuta y de tantos otros que optaron por realizarse en el servicio generoso más que en el cuidado de sí mismos, y en el mismo gozo de servir hallaron su descanso.

Esto nos invita a todos a tratar de no separar demasiado el trabajo del descanso y de la espiritualidad. Lo mejor será siempre intentar estar a gusto en el trabajo y en el servicio, y allí mismo encontrar el gozo, el amor y la fuerza de Dios.

Oración:

“Señor, concédeme el descanso necesario en medio de la actividad que a veces me supera, pero no permitas que mire demasiado mis necesidades y no sea capaz de compadecerme de los demás. Regálame un corazón como el tuyo, incapaz de cansarse de amar y de servir”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

¿Qué es lo primero en tu vida?

1. – «Un conferenciante quiso sorprender a los asistentes y apareció en la sala con una bandeja que contenía un frasco grande de boca ancha y unas pocas piedras del tamaño de un puño. Colocó la bandeja sobre la mesa y preguntó a los asistentes:

–¿Cuántas piedras piensan que caben en el frasco?

Después que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que se llenó el frasco. Luego preguntó:

–¿Está lleno?

Todo el mundo le miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla. Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron en los espacios que dejaban las piedras grandes. El conferenciante sonrió con ironía y repitió:

–¿Está lleno?

Esta vez los oyentes dudaron. Entonces sacó un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.

-¿Está lleno? -preguntó de nuevo.

–¡No! -exclamaron los asistentes.

–¡Bien! -dijo, y cogió una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco.

El frasco aún no rebosaba.

— Bueno, ¿qué hemos demostrado? -preguntó.

Uno de los asistentes respondió:

— Que no importa lo lleno que esté tu tiempo; si lo intentas, siempre puedes hacer más cosas.

–¡No! –concluyó el conferenciante– lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después».

2. – Yo creo que los discípulos tenían razón, que siempre podemos hacer algo más. De hecho está demostrado que si quieres pedir un favor a alguien o buscas colaboradores debes acudir a la gente más ocupada, pues normalmente están más disponibles. El que tiene pocas cosas que hacer tampoco tiene tiempo para los demás, sólo lo tiene para sí mismo. Jesús por lo que se ve en el evangelio de Marcos de este domingo no paraba de curar enfermos -la suegra de Pedro y otros muchos endemoniados-. Pasaba el día ocupado desde el amanecer al anochecer y «todo el mundo le buscaba». Da la impresión de que el evangelista escribe un diario, con agenda incluida, de lo que Jesús hacía en un día normal. Iba de un sitio a otro, de una aldea a otra «para predicar allí también». Parece que tiene pasión por predicar el Evangelio. Lo mismo le ocurre a Pablo, cuya única paga es dar a conocer la Buena Noticia de Jesús. Aclara que no lo hace por gusto, sino para cumplir una misión que se le ha encomendado: ser Apóstol, es decir mensajero del Evangelio -recordemos que «apóstol» significa precisamente «enviado».

3. – ¿Cómo anuncian Jesús y Pablo la Buena Nueva? El domingo pasado veíamos que Jesús lo hacía «con autoridad», es decir con coherencia, haciendo vida lo que pronunciaban sus labios. Tanto El como «el Apóstol» lo hacían con entusiasmo -pasión-, como si dentro tuvieran un fuego abrasador que tiene que echar fuera: «¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!». Hoy día es tan importante el mensaje en sí como el mensajero que lo anuncia. Se aprecia «el qué se anuncia» en la misma medida de «cómo se anuncia». Pablo se hacía débil con los débiles, haciéndose todo a todos para ganar a algunos, esclavo de todos para ganar a los más posibles. La enseñanza es clara: hemos de adaptar lo que decimos a la circunstancia en la que viven quienes reciben el mensaje. Jesús, sin duda ponía mucho amor en sus palabras y lo demostraba con sus hechos. La mirada de amor de Jesús convierte al pecador y cura al enfermo. Sólo empatizando con la persona concreta podemos ser hoy día testigos del Evangelio.

4. – Pero también tiene razón el maestro en la conclusión que saca de la parábola: hay que colocar primero las piedras grandes. Lo primero es… lo primero. ¿Cuáles son las grandes piedras en tu vida: tus padres, tus amigos, tu salud, tu trabajo, tus estudios, la ayuda a los necesitados, Dios…? Jesús «se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar». Es lo primero que hacía al despuntar el día. Es necesario comenzar una casa por los cimientos para poder edificar después las paredes y el tejado. Para Jesús lo primero era la relación con el Padre, pero sin descuidar la entrega de toda su persona a la evangelización. Un peligro que corremos frecuentemente es vaciarnos en la misión apostólica, descuidando nuestra vida interior. Es como construir la casa por el tejado… A final nos viene el cansancio y el hastío. Pero también podemos decir que es rechazable un falso pietismo que no nos lleva a dar la vida por los hermanos. Es más cómodo quedarse quieto y mirar para otro lado, renunciando a la urgencia, hoy más que nunca, de la evangelización. ¿Qué es lo más importante que tienes que meter primero en el frasco de tu vida?

José María Martín OSA

Acción y oración de Cristo

1.- «Habló Job diciendo: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero» (Jb 7, 1)

Job había poseído grandes riquezas, había gozado de salud corporal, había sido querido de todos. Y de pronto Dios le hiere profundamente. Su cuerpo se llena de lepra: «Mi carne está cubierta de gusanos y de costras terrosas, mi piel se agrieta y se deshace». Ve su vida como un duro servicio, como los días de un jornalero que trabaja duramente, como los de un esclavo que se fatiga afanosamente, suspirando por la sombra.

Así es la vida a veces, así de muerta, así de oscura, así de trágica… Niños escuálidos, brazos y piernas de solo hueso y pellejo, con grandes ojos tristes, con la barriga hinchada. Mujeres esqueléticas, con sus carnes fláccidas, con la mirada medrosa. Hombres que huyen por los mil caminos de la jungla salvaje, dejando atrás los hogares derruidos, las mujeres abandonadas, los niños hambrientos…

El hombre, Señor, el hombre. Blanco o negro, cobrizo o amarillo. Es igual, ahí lo tienes. Y pensar que tú lo has creado… Ten misericordia de él, ten piedad, compadécete de tanta miseria. Mira compasivo a los unos y a los otros, a los vencedores y a los vencidos. Y a los que entre bastidores hacen posible la lucha. Los hipócritas que se lamentan de la guerra y suministran los armamentos, para enriquecerse, aunque sea a costa de que los hombres se destruyan entre sí… De todos, Señor, ten piedad.

«Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza» (Jb 7, 6) Palabras amargas de Job. Palabras que brotan fácilmente de la vida humana. Días que pasan como nubes llevadas por el viento. «Recuerda que mi vida es un soplo», prosigue Job, «días sin esperanza». Son los momentos tristes de este hombre atribulado. Los momentos álgidos del dolor en los que todo parece derrumbarse. Palabras sinceras que vuelan hacia Dios, exponiendo con toda su crudeza el quebranto del alma. Acudir a ti, Señor, con el alma abierta. Decirte en el silencio de la oración esas angustias que, a veces, atenazan y oprimen el espíritu. Venir con el cansancio en la mirada, con el dolor en el cuerpo, con la tristeza en el corazón. Pero venir, venir hasta ti. Sin disimular el dolor, sin falsos optimismos, sin disfraces absurdos.

Para comprender que la fugacidad de la vida corre hacia la plenitud, que esos momentos salobres pasarán también. Llegar hasta ti, para descubrir, una vez más, el amor de tu mirada, el consuelo de tu palabra, la acogida de tu perdón… Gracias, Señor, por tanta misericordia. Haz que veamos las cosas con visión de esperanza, con visión de amor. Haz que esta vida mortecina que vivimos, resucite una vez más. Que a través de nuestro dolor y de nuestra miseria podamos llegar hasta ti. Y alcanzar tu perdón y esa bendición que nos haga vislumbrar de nuevo el gozo, aunque sea a través de las lágrimas.

2.- «El Señor reconstruye…» (Sal 146, 2) En medio de la destrucción y de la desgracia siempre surge para el creyente un brote luminoso de esperanza. Aun cuando todo se haya desmoronado, aunque todo esté perdido, aunque la misma muerte esté muy cerca, aun entonces es posible esperar con serenidad, incluso con profundo gozo, una restauración por parte de Dios.

Cuando algo se reconstruye, hay la posibilidad de volver a hacerlo todo más sólido y más bello. En la vieja Europa las últimas guerras destruyeron hermosos edificios, pero luego surgieron remozados. De ordinario, toda reconstrucción mejora las edificaciones anteriores, aplicando nuevos métodos y materiales, aprovechando además la experiencia de nuevas técnicas.

Pues en la vida espiritual ocurre otro tanto. Cuando la casa se nos cae, cuando nosotros mismos nos derrumbamos por el pecado, hemos de alzar la mirada hasta el Señor, llenos de confianza, esperanzados y gozosos al saber que, si nos ponemos en sus manos y le dejamos hacer, Dios levantará de nuevo nuestros muros, echará cimientos más profundos, reconstruirá nuestra morada interior, hasta que todo quede mucho mejor que antes.

«El Señor sostiene a los humildes…» (Sal 146, 6) Sin embargo, para que esa restauración sea posible es preciso que seamos muy humildes, ya que de lo contrario el Señor nos rechazaría, nos abandonaría en la soledad de nuestras propias ruinas. Sí, hay que ser humildes. Primero para reconocer nuestros fallos, para admitir que efectivamente todo se nos viene abajo cuando nos alejamos de Dios. Y luego, que esa conciencia de nuestro fracaso nos empuje a ir al Señor con la mano extendida, con los ojos cargados de lágrimas, con la voz quebrada, para decirle: Señor, he pecado. Lo siento, perdóname.

Podemos estar seguros de que después de una buena confesión, sencilla, clara, completa y breve, nos levantaremos totalmente restablecidos, con más fuerza y alegría que antes, con más gratitud y con más amor hacia este Dios y Señor nuestro, que tanto sabe de comprensión y de perdón. Y lo que produjo una gran ruina, es ocasión para que surja una nueva construcción, una morada maravillosa… En efecto, cuántas veces después de confesarnos nos hemos sentido como nuevos y más felices, como más jóvenes. Es Dios que nos restaura por dentro y por fuera; Dios que reconstruye y embellece la pobre casa del humilde.

3.- «El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia” (1 Co 9, 16) El corazón de Pablo se expansiona con los cristianos de Corinto. Aquí les aclara que la razón de que él predique el Evangelio de Cristo no está en su propia voluntad, sino en la de Dios. «No tengo más remedio, dice, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio».

La sinceridad del apóstol es muy grande. Confiesa que el predicar el mensaje de Cristo le cuesta, se le hace a menudo duro y difícil. Y es lógico que sea así, ya que en muchas ocasiones tendrá que enfrentarse con los hombres, echarles en cara sus negligencias, sus miserias, sus maldades. Y decir verdades que hieran, señalar soluciones que son heroicas. Hablar de la cruz cuando el hombre tiene como ley la del mínimo esfuerzo.

Pero ¡ay del apóstol si no evangelizara!, ¡ay del que calle cuando tiene el derecho y la obligación de hablar! El silencio de un enviado de Dios, además de una vil cobardía, es un gran pecado que puede ser la causa del daño más grande para un hombre, la pérdida de la fe.

«Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles» (1 Co 9, 22)

Pablo hace alarde de su libertad en más de una ocasión. Aquí habla una vez más de su condición de hombre libre que ama la libertad. Sin embargo, dice a continuación, que siendo del todo libre, se hace siervo de todos para salvarlos a todos, se hace judío con los judíos para ganar a los judíos. Detalladamente explica cómo se hace todo para todos, para salvarlos a todos.

Es una consecuencia de su amor a Dios y a los hombres. Con tal de salvarlos está dispuesto a los más grandes sacrificios. De ahí esa enorme transigencia con las personas, esa delicadeza en el trato, esa comprensión sin límites. Con esta postura de comprensión hacia las personas, contrasta su firme intransigencia a la hora de defender los principios del Evangelio. Con motivo de esto llega a decir que si un ángel del cielo bajase y les anunciara un evangelio distinto, ese ángel sería un hereje digno del anatema. Hay cosas que son intocables para el hombre, por la sencilla razón de que Dios lo ha determinado así. El contenido de la fe es un depósito que Cristo ha confiado a sus apóstoles y que nadie puede en absoluto cambiar nunca.

4.- «…se marchó al descampado y allí se puso a orar» (Mc 1, 35) Jesús fue muy amigo de sus amigos. Supo querer a quienes había elegido para que le ayudaran en la gran tarea que le había traído al mundo. Así muchas veces lo contemplamos en el Evangelio rodeado de sus discípulos, departiendo con ellos con sencillez y cordialidad. Él participa de sus preocupaciones y problemas, entra en sus casas, conoce y trata a los familiares de los suyos. Es bonito ver al Maestro que viene a la casa de Pedro a curar a su suegra, a quitar la fiebre a esa pobre viejecita que sufría, seguramente por verse incapaz de ayudar y dando trabajo a los demás.

Qué contenta debió sentirse al verse curada. Cómo sonreirían los discípulos al verla afanosa por servir al Maestro y los que le acompañaban. Es una escena entrañable de la vida familiar, que Jesús bendice con su presencia bienhechora. Lección de buenas relaciones entre quienes con alguna frecuencia hay desavenencias y celos, cuando no rencor e incomprensión. El Señor nos enseña a preocuparnos por los ancianos enfermos. La suegra de Pedro nos anima con su ejemplo a saber servir, también cuando los muchos años pesan.

Continúa el texto evangélico diciendo que la gente se agolpaba para ver a Jesús. Podemos afirmar que también ahora las muchedumbres se sienten atraídas por el Señor y acuden tras de él, ávidas de su palabra y de su consuelo, necesitadas de la curación de tantas llagas como a veces laceran el corazón humano. El Señor sigue intercediendo por la Humanidad doliente. Sus manos de taumaturgo siguen bendiciendo por medio de su máximo representante, el Sumo Pontífice, así como a través del más humilde de sus sacerdotes. Su Palabra sigue descendiendo como lluvia suave sobre nuestra tierra reseca, para limpiar y fecundar, para despertarnos a la vida y a la esperanza.

Nos dice luego el pasaje que hoy contemplamos que Jesús, aunque asediado por las multitudes, buscaba el silencio para orar a Dios por los hombres. También nosotros, a pesar de estar metidos en tantas tareas humanas, hemos de buscar el silencio para escuchar a Dios, para hablarle sin palabras quizás. De lo contrario la vorágine de los días y las cosas nos envolverá, arrastrándonos hacia la superficialidad y el vacío interior.

Aunque parezca un contrasentido, para llegar al corazón del hombre tenemos que penetrar primero en el de Dios. Y esto sólo se consigue a través de la oración, sobre todo de la mental, la que nos pone en sintonía con el sentir de Dios, la que nos alcanza su perspectiva luminosa.

Antonio García Moreno

Los nuevos ministerios

1. El tema de los “nuevos ministerios…” ocupa muchas páginas en las publicaciones teológicas y pastorales de nuestros días. Son muchos los libros y ensayos que sobre este argumento se vienen publicando. Y éste comienza a ser capítulo obligatorio de más de una reunión de obispos. La rehabilitación del diaconado permanente en la Iglesia latina abre la serie de los “nuevos ministerios”, y le sigue la creación de los párrocos seglares en algunos países de África, la iniciativa de los “animadores pastorales” en varias naciones de Latinoamérica, la encomienda a religiosas de determinadas acciones evangélicas y jurisdiccionales… Todo esto está bien porque es la respuesta a nuevas necesidades y, sobre todo, porque hace que la corresponsabilidad eclesial no se quede en meras palabras. Pero con anterioridad a estas posibles soluciones y medios, la Iglesia ha de preguntarse con lealtad sobre su propia advocación evangelizadora.

2. El texto del Apóstol a los cristianos de Corinto vale por todo un tratado. Pablo se siente cogido por el ministerio de evangelizador. No se ve en su misión un titulo de superioridad sobre los hombres que le escuchan ni advierte que su entrega al ministerio responda a estímulos de su propio gusto. Sabe que no le queda más remedio que evangelizar. Lo hace incluso a su pesar. ¿Por qué? Sencilla y elegantemente porque “me han encargado este oficio”. Y hasta tal punto que todo su ser se manifiesta en una vibrante exclamación: “Ay de mi si no anuncio el Evangelio”.

Llamado por Dios al Evangelio, Pablo tiene clara conciencia de serlo para el servicio al Evangelio. En el proyecto del Dios que le ha llamado entra el hacer de Pablo el Apóstol de las gentes. En responder a esta su misión estriba toda su realización personal y cristiana. Y por ello anuncia a Cristo de balde, si n retribución humana alguna, y lo anuncia con dedicación total y entrega, “hecho débil con los débiles para ganar a los débiles; hecho todo a todos para ganar, como sea, a algunos”.

3. Y ¿nosotros? Toda vocación a la fe es comienzo de una misión al servicio de la fe. Hemos sido llamados todos para ser enviados a todos. Una actitud coherente con la fe recibida, la única coherente, es la del evangelizado que se siente constreñido a ser evangelizador. Deberá soltarse la creatividad eclesial en la búsqueda de “nuevos ministerios”; antes, sin embargo, los creyentes tenemos que alertarnos a la responsabilidad misionera que sobre todos nosotros gravita y pesa. El auténtico apóstol cristiano ha de tomar ejemplo del celo incansable de Jesús. Aunque la tarea que tenga ante si le parezca irrealizable desde el punto de vista humano, trabajará tanto como le permitan sus fuerzas; el resto lo pondrá el Señor.

4. ¿Acaso el mundo de hoy no necesita el Evangelio? El texto del libro de Job, con acentos tremendos, describe la condición humana: “Mis días se consumen sin esperanza”. “Mi vida es un soplo”: “Mis ojos no verán más la dicha”. Aun sin saberlo muchos veces, en su inconsciencia y frivolidad o en su tormento y llanto, todo hombre suspira por su liberación. Y la encontrará únicamente en la Buena Noticia de Jesús que “recorrió toda Galilea predicando en las sinagogas y expulsando los demonios”. Si algo queda claro en la lectura del texto evangélico de Marcos, síntesis apretada de la misión evangelizadora de Jesús, es que las gentes acudían a Él porque lo necesitaban y porque la predicación del Evangelio resulta inseparable de una praxis liberadora de los hombres.

Hoy tendremos que interrogarnos: ¿Respondemos a las expectativas del mundo moderno? ¿Somos o no factores activos de liberación? Y más radicalmente: ¿Hemos pasado por la experiencia liberadora del Evangelio y sus palabras nos queman en la boca hasta el punto de exclamar “Ay de mí si no evangelizo”?

Antonio Díaz Tortajada

Aliviar el sufrimiento

La enfermedad es una de las experiencias más duras del ser humano. No solo padece el enfermo que siente su vida amenazada y sufre sin saber por qué, para qué y hasta cuándo. Sufre también su familia, los seres queridos y los que le atienden.

De poco sirven las palabras y explicaciones. ¿Qué hacer cuando ya la ciencia no puede detener lo inevitable? ¿Cómo afrontar de manera humana el deterioro? ¿Cómo estar junto al familiar o el amigo gravemente enfermo?

Lo primero es acercarse. Al que sufre no se le puede ayudar desde lejos. Hay que estar cerca. Sin prisas, con discreción y respeto total. Ayudarle a luchar contra el dolor. Darle fuerzas para que colabore con los que tratan de curarlo.

Esto exige acompañarlo en las diversas etapas de la enfermedad y en los diferentes estados de ánimo. Ofrecerle lo que necesita en cada momento. No incomodarnos ante su irritabilidad. Tener paciencia. Permanecer junto a él.

Es importante escucharle. Que el enfermo pueda contar y compartir lo que lleva dentro: las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos, su angustia ante el futuro. Es un respiro para el enfermo poder desahogarse con alguien de confianza. No siempre es fácil escuchar. Requiere ponerse en el lugar del que sufre, y estar atentos a lo que nos dice con sus palabras y, sobre todo, con sus silencios, gestos y miradas.

La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del enfermo. La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se queja. De nada sirven consejos, razones o explicaciones doctas. Solo la comprensión de quien acompaña con cariño y respeto puede aliviar.

La persona puede adoptar ante la enfermedad actitudes sanas y positivas, o puede dejarse destruir por sentimientos estériles y negativos. Muchas veces necesitará ayuda para confiar y colaborar con los que le atienden, para no encerrarse solo en su dolor, para tener paciencia consigo mismo o para ser agradecido.

El enfermo puede necesitar también reconciliarse consigo mismo, curar heridas del pasado, dar un sentido más hondo a su sufrimiento, purificar su relación con Dios. El creyente puede entonces ayudarle a orar, a vivir con paz interior, a creer en su perdón y a confiar en su amor salvador.

El evangelista Marcos nos dice que las gentes llevaban sus enfermos y poseídos hasta Jesús. Él sabía acogerlos con cariño, despertar su confianza en Dios, perdonar su pecado, aliviar su dolor y sanar su enfermedad. Su actuación ante el sufrimiento humano siempre será para los cristianos el ejemplo a seguir en el trato a los enfermos.

José Antonio Pagola