Vísperas – Lunes V de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES V TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Hora de la tarde,
fin de las labores.
Amo de las viñas,
paga los trabajos de tus viñadores.

Al romper el día,
nos apalabraste.
Cuidamos tu viña
del alba a la tarde.
Ahora que nos pagas,
nos lo das de balde,
que a jornal de gloria
no hay trabajo grande.

Das al vespertino
lo que al mañanero.
Son tuyas las horas
y tuyo el viñedo.
A lo que sembramos
dale crecimiento.
Tú que eres la viña,
cuida los sarmientos

SALMO 10: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL JUSTO

Ant. El Señor se complace en el pobre.

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«Escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor se complace en el pobre.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: Col 1, 9b-11

Conseguid un conocimiento perfecto de la voluntad de Dios, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera, vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios. El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría.

RESPONSORIO BREVE

R/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

R/ Yo dije: Señor, ten misericordia.
V/ Porque he pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

PRECES

Demos gracias a Dios, nuestro Padre, que, recordando siempre su santa alianza, no cesa de bendecirnos, y digámosle con ánimo confiado:

Trata con bondad a tu pueblo, Señor

Salva a tu pueblo, Señor,
— y bendice tu heredad.

Congrega en la unidad a todos los cristianos,
— para que el mundo crea en Cristo, tu enviado.

Derrama tu gracia sobre nuestros familiares y amigos:
— que difundan en todas partes la fragancia de Cristo.

Muestra tu amor a los agonizantes:
— que puedan contemplar tu salvación.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten piedad de los que han muerto
— y acógelos en el descanso de Cristo.

Terminemos nuestra oración con las palabras que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Nuestro humilde servicio, Señor, proclame tu grandeza, y, ya que por nuestra salvación te dignaste mirar la humillación de la Virgen María, te rogamos nos enaltezcas llevándonos a la plenitud de la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes V de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria.

         Señor, hoy vengo a Ti porque necesito tocar al menos “la orla de tu manto”. Más aún, necesito que me toques por dentro y sanes mi orgullo, mi soberbia, mi vanidad, mi afán de suficiencia. Si sólo pienso en mí, trabajo para mí, me preocupo sólo  de mí, me vivo a mí mismo, ya no vivo como Tú quieres que viva. Y yo quiero “ser vivido por Ti”.  Necesito experimentar lo grande y hermoso de esta vida cuando Tú estás metido dentro de mí.  Cuanto más metido me siento dentro de Ti, más necesidad tengo de salir a compartir mi fe con los hermanos. 

2.- Lectura reposada del evangelio Marcos 6, 53-56

En aquel tiempo, cuando Jesús y sus discípulos terminaron la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron enseguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.

3.- Lo que dice el texto bíblico.

Meditación-reflexión.

A Jesús siempre se le ve, en la vida pública, rodeado de gente. A Jesús le encanta vivir “en medio del pueblo”. Sabe comer con el pueblo el pan duro de sus sufrimientos y, cuando llega el caso, el pan tierno de sus alegrías. Por eso la gente le sigue, porque es “uno de ellos”. La gente quiere estar con Jesús, escuchar a Jesús, “tocar a Jesús”. Es un Dios cercano, sencillo, alegre, amigo de la vida. Con Jesús se aprende a vivir. Una cosa destaca: su sensibilidad con los que sufren. Hay en Jesús fibras íntimas que sintonizan con los pobres y con la gente que lo pasa mal. No puede ver sufrir sin compadecerse, sin acercarse a sanar las heridas del pecado. ¡Qué lejos queda esta vida real y concreta que vivimos, con aquellos sueños tan bonitos de su Padre Dios al crear este mundo!…Y a Jesús le parece estupendo dedicar su vida a reconstruir la nuestra: tan dañada, tan herida, tan desdibujada, tan  malograda.

Es verdad que nosotros no podemos hacer milagros físicos, pero sí milagros morales: podemos dar una palabra de ánimo a los que han perdido la ilusión; una palabra  de esperanza para aquellos que están  bajo los efectos de la tormenta. Pasará la tormenta y brillará un precioso Arco Iris de colores.

Palabra del Papa 

La palabra que nos ayudará a entrar en el misterio de Cristo es cercanía. Un hombre pecó y un hombre nos salvó. ¡Es el Dios que está cerca! Cerca de nosotros, de nuestra historia. Desde el primer momento, cuando eligió a nuestro padre Abraham, caminó con su pueblo. Y esto también se ve con Jesús que hace un trabajo de artesano, de trabajador.

A mí, la imagen que me viene es aquella de la enfermera en un hospital: cura las heridas, una por una, pero con sus manos. Dios se involucra, se mete en nuestras miserias, se acerca a nuestras heridas y las cura con sus manos, y para tener manos se hizo hombre. Es un trabajo de Jesús, personal. Un hombre trajo el pecado, un hombre viene a sanarlo. Cercanía. Dios no nos salva solo por un decreto o una ley; nos salva con ternura, con caricias, nos salva con su vida entregada, por nosotros. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 22 de octubre de 2013, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a  mí este texto que acabo de meditar.

(Guardo silencio)

5.-Propósito: Pondré el corazón en mis manos y así, en este día,  saludaré a las personas con la ternura que lo hacía Jesús.

6.- Dios me ha hablado Dios a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor-Jesús, te doy gracias porque nos has acercado al Padre a través de tu cercanía; porque nos has acercado a la ternura infinita de su amor a través de tu cariño. ¿Qué idea tendríamos ahora de Dios si no te hubieras encarnado? Sin ti, ¡qué lejos nos queda Dios! Contigo lo sentimos muy cerca; tan cerca que hasta lo podemos tocar. ¡Gracias, Señor!

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Quiero: queda limpio

Vivir solo y fuera del campamento

Vivimos dentro de un cuerpo, es nuestro compañero; con él nos expresamos, nos movemos, nos encontramos, nos queremos, nos relacionamos, sentimos y, también con él, oramos y rezamos. Lo que cada uno de nosotros es está contenido en una fragilidad llamada cuerpo. El cuerpo no es solo materia orgánica es también red y nudo de diversas situaciones, es lo que nos sitúa en lo que llamamos mundo. Cuidarnos como personas es también cuidar nuestro cuerpo. Cuando algo falla en él todo nuestro ser queda alterado, conmovido.

Los Padres de la Iglesia, al contrario de los filósofos de entonces y de ahora, no hablaban del cuerpo como un ‘compuesto’ de materia y alma, sino de una ‘realidad’ triada, intensa e íntimamente unida, conformada por un organismo, un psiquismo y un espíritu. Para ellos, la parte rectora de nuestro ser, sin perder el sentido de unida, era el espíritu, la fuerza creadora de Dios en cada uno de nosotros, sus criaturas. De ahí cuando algo en la corporeidad se resiente toda nuestra existencia queda afectada. Así sucede cuando nuestro cuerpo se quebranta con una enfermedad, nuestro organismo, nuestro psiquismo y nuestro espíritu se ven alterados.

En el Antiguo Testamento, viejo pacto, la bendición divina iba unida a la salud, la fecundidad, la alegría y la prosperidad; al contrario, la enfermedad, la ruina, la esterilidad y la desgracia a la maldición. Las dolencias más graves, como en el caso de las enfermedades contagiosas, conllevaban además el estigma social del infame destierro y la severa prohibición de acercarse a los otros y a los núcleos poblados. El afectado por una enfermedad de esa naturaleza, como en el caso de la lepra, era, en esa visión, un maldito, alguien a quien Dios había rechazado por impuro.

Jesús y el descampado

Todos los Evangelios, y desde los inicios de su actividad pública, coinciden en presentan a Jesús como alguien que tenía poder real y efectivo sobre la enfermedad, con una capacidad extraordinaria para curar. De hecho, no es disparatado suponer que muchos de sus seguidores lo seguían atraídos por esa especial ‘gracia’ que poseía. La fama que precedía a Jesús, sobre todo entre los sencillos, fue, sin duda, a causa de sus curaciones milagrosas.

Jesús era un predicador itinerante por lo que no era infrecuente que tuviera que pasar al raso algunas noches. Algo muy normal en aquel tiempo. Fue en los caminos donde se encontró con el doble drama de la lepra, una enfermedad contagiosa. El afectado además de la enfermedad en sí misma, tenía que padecer la exclusión social, es más, se esperaba que él mismo lo hiciera, al tiempo que desde el punto de vista religioso era un impuro, un maldito. El enfermo era rechazado en las tres dimensiones de su corporeidad. Era un verdadero paria.

¿Qué hace Jesús cuando uno de estos se le acerca pidiéndole que le sanara? Conmoverse desde lo más íntimo. Lo toca y le dice ‘quiero: queda limpio’. El despertar del sentimiento de la auténtica compasión en el ser humano requiere que quien la practique esté impregnado en todo su ser de amor verdadero. Sin amor no hay compasión. La compasión movida por el amor ante esta o cualquier enfermedad tiene una sola respuesta: la curación y sanación de todo el cuerpo. Un cuerpo sanado es un cuerpo restituido, restablecido a su verdadero lugar. Jesús no solo cura el cuerpo, sana el interior y restablece la intimidad armónica desde entero.

Cristo, portador de la verdadera salvación

Entre los evangelistas, es Marcos el que resalta con más fuerza el poder extraordinario de Jesús sobre la enfermedad y el mal, hasta el punto que “no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes”. ¿Quiénes serían aquellos que acudían a Él de todas partes? Si quien se acercó a Él fue un leproso ‘impuro’, un excluido social, alguien quien su sola presencia causaba espanto… no hace falta tener mucha imaginación para suponer quienes salían a su encuentro en los descampados.

En boca de Jesús encontramos expresiones como esta: “si hago estas cosas por el Espíritu de Dios, entonces el Reino de Dios ha llegado a vosotros”. Jesús es el cumplimiento de las promesas que Dios hizo desde la creación del mundo. Él es ya la presencia del Reino entre nosotros. En palabras de Pablo es el Cristo. Jesús no es un extraordinario curandero o taumaturgo, es el Señor, el Mesías, el Ungido, el Hijo de Dios. Sus milagros y curaciones son ya signos de que Dios ha inaugurado un nuevo tiempo en su propia creación, el tiempo de la verdadera y definitiva Salvación ofrecida por su Hijo, el Cristo, el Redentor, aquel que viene a curar nuestras heridas y devolvernos a la vida plena.

Glorificar a Dios, como sucede con este leproso, no es algo que nuestra lengua pueda impedir, porque cuando se experimenta su salvación, el gozo nos rebosa por todos lados, no se puede ocultar. Dios recibe gloria porque los pobres, los sencillos, los marginados, los apestados, los excluidos por cualquier causa, pensemos en este tiempo de pandemia, o condición, miremos a los migrantes, tienen a Dios como su salvador y protector. Para experimentar su salvación hay que pedírsela, tener el coraje de ponernos frente a Él, hacer un acto de verdadera humildad y suplicarle. Él siempre está dispuesto a curar y sanar.

Feliz día del amor y la amistad. Santa y enriquecedora Cuaresma. Dios les bendiga y la Virgen les proteja.

Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P.

Comentario – Lunes V de Tiempo Ordinario

(Mc 6, 53-56)

Viendo a Jesús curando tantos enfermos, los que creemos que Jesús está vivo nos preguntamos porqué no puede hacer hoy esos prodigios. La realidad es que también hoy puede hacerlos, y de hecho muchas personas se curan a través de la oración o creciendo en la vida espiritual.

Pero así como Jesús no curó a todos los enfermos de su época tampoco hoy lo hace; porque lo más importante de su misión no es curar enfermedades físicas, sino salvar el corazón del hombre.

En aquella época eran necesarios los muchos prodigios porque la gente exigía que un profeta confirmara su misión con milagros; pero su misión no era la de hacer milagros, sino la de salvar al hombre del pecado y liberarlo en la cruz, de sus males más hondos. Por eso mismo, el evangelio de Marcos nos cuenta insistentemente que Jesús pedía secreto luego de hacer un milagro (3, 12; 5, 43, etc.).

Todos, tarde o temprano, por más que se curen muchas veces, terminan muriendo, porque no están hechos para este mundo. pero pueden morir vacíos y enfermos por dentro, o pueden morir llenos del amor y la fuerza de Dios que serán su tesoro para toda la eternidad.

De todos modos, Jesús resucitado sigue teniendo poder también para curar nuestras enfermedades físicas, sobre todo cuando se derivan de problemas interiores, de odios, de rencores, de enfermedades “del alma”. Por eso nosotros podemos pedir con fe a Jesús que nos cure o que cure a nuestros seres queridos.

Oración:

“Señor Jesús, te entrego mi cuerpo débil; sánalo y protégelo de la enfermedad. Pero sobre todo entra en mi corazón con tu gracia y libérame del rencor, de la tristeza, del egoísmo, y de todos los males profundos que no me permiten vivir cada día en paz, alegría y amor”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

Oración pública de la Iglesia

98. Los miembros de cualquier Instituto de estado de perfección que, en virtud de las Constituciones, rezan alguna parte del Oficio divino, hacen oración pública de la Iglesia.

Asimismo hacen oración pública de la Iglesia si rezan, en virtud de las Constituciones, algún Oficio parvo, con tal que esté estructurado a la manera del Oficio divino y debidamente aprobado.

Homilía – Domingo VI Tiempo Ordinario

1

La primera lectura prepara el evangelio

Hoy es un día de esos en que la I lectura necesita una monición, porque no se entiende que nos lean una página tan dura de la legislación del AT referente a los leprosos si no se anuncia antes que en el evangelio vamos a ver la diferencia de actuación entre lo que prescribía la ley y lo que hizo Jesús con el pobre leproso que se le acercó.

Esto nos sirve para darnos cuenta de lo que sucede los domingos del Tiempo Ordinario: hay una cierta unidad temática entre la primera lectura y el evangelio. Lo cual nos sirve también para ver qué aspecto del evangelio se ha querido resaltar cada vez.

 

Levítico 13,1-2.44-46. El leproso tendrá su morada fuera del campamento

El libro del Levítico contiene una serie de prescripciones relativas al culto y a la vida de Israel. Entre ellas, las «reglas de la pureza legal», que ocupan los capítulos 11-16 y de las que está tomada la página que leemos.

A los leprosos se les consideraba impuros y se les marginaba: debían vivir fuera del campamento (están todavía en la etapa del desierto) y evitar todo contacto con la comunidad. La segregación se debía a la repugnancia que causaban y al peligro del contagio. Además, la tendencia del tiempo era atribuir la enfermedad a los pecados de la persona.

El salmo sigue con esta idea del pecado, que Dios perdona: «tú perdonaste mi culpa y mi pecado», y agradece la diferencia que hay entre el trato que da la sociedad y lo que podemos esperar de Dios: «tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación».

 

1Corintios 10, 31 11,1. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo

Es el último pasaje que leemos estos domingos de la primera carta de Pablo a los de Corinto.

Una primera consigna que les da es que todo lo que hagan —comer o beber o cualquier otra cosa—, lo hagan «todo para gloria de Dios». Y otra, que eviten todo escándalo, o sea, una conducta que pueda ofender y provocar tentación a otros, tanto a los judíos como a los griegos o a los otros miembros de la comunidad.

Pablo se ha esforzado por cumplirlo él mismo, buscando el bien de todos y no el propio. Por eso se atreve a dar la última consigna: «seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo».

 

Marcos, 1, 40-45. La lepra se le quitó y quedó limpio

El capítulo primero del evangelio de Marcos termina con el milagro de la curación de un leproso.

Es admirable la concisa oración del enfermo: «si quieres, puedes limpiarme», así como la respuesta de Jesús: «quiero, queda limpio». Una palabra que es eficaz inmediatamente y que va acompañada además de un gesto: «extendió su mano y le tocó».

La seria prohibición que le hace Jesús de que no diga a nadie lo sucedido puede parecemos extraña, porque por otra parte le manda que se presente al sacerdote «para que conste». El famoso «secreto mesiánico», que se puede llamar también «secreto de su filiación divina», lo explica: Jesús no quiere que el pueblo se quede en una reacción superficial, que es lo que pasará si le toman sencillamente como un taumaturgo que hace milagros y no profundizan en el mensaje que les quiere transmitir. Por otra parte, no nos extraña que el leproso curado desobedeciera claramente la orden de Jesús.

 

2

Los leprosos de hoy

En el tiempo bíblico la lepra —parece que llamaban así prácticamente a todas las enfermedades de la piel— era la enfermedad más temida y la que más reacción contraria producía. En verdad causaba desfiguraciones y mutilaciones repulsivas. El libro del Levítico, como hemos visto, por higiene y también porque atribuían este mal a los pecados de la persona, prescribía una marginación realmente dura.

Hoy la lepra está más controlada, aunque todavía existe y en algunas partes en abundancia. Pero tiene como compañía otros males parecidos, como el sida, que invade grandes regiones del mundo.

También podemos pensar en otra serie de «leprosos» en nuestra sociedad. ¿No consideramos a veces «impuros» y catalogamos como indeseables, muchas veces injusta y despiadadamente, a grupos o categorías enteras que no gustan a la sociedad de los «puros» y de los «buenos? La lista podría ser muy larga: los gitanos, los forasteros de color, los inmigrantes sin papeles, los que han tenido algún desliz y acaban de salir de la cárcel, las madres solteras, los jóvenes drogadictos? ¿Por qué a algunos de ellos les tachamos demasiado fácilmente como posibles delincuentes o malhechores?

Además hay grupos de personas que marginamos nosotros mismos, porque no son agradables de tener cerca o lejos, y de los que tal vez ni nos queremos enterar, aunque los tengamos muy cerca: los enfermos, los ancianos, las víctimas de la guerra o del terrorismo, los que sufren y mueren de hambre los discapacitados físicos o los disminuidos psíquicos… El mundo de hoy quiere ver sólo a los sanos, a los guapos, a los campeones: de los que han quedado últimos nadie se acuerda.

 

¿Cómo es nuestra actitud con ellos?

Hay varias maneras de reaccionar ante esas personas.

A veces las ignoramos sin más. Y queda «tranquila» nuestra conciencia. Otras, les aplicamos con rigor la legislación del Levítico: las marginamos y nos molesta que se acerquen a nosotros. Como aquellos israelitas, nos «defendemos» de ellos, no vaya a ser que nos contagien su mal. No nos damos cuenta que con eso no remediamos nada. Claro que lo contrario —ayudarles a integrarse— es incómodo.

O bien, está la manera de tratar a esas personas que nos ha enseñado Jesús. Realmente, como dice el prefacio de una de las Plegarias para diversas necesidades (la antigua V/c), «él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores. Él nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano».

Esto se ve muy bien en la escena de hoy. Jesús deja que se le acerque el leproso (cosa que estaba prohibida por la ley) y no sólo le atiende, sino que le toca con su mano y le cura con una palabra que se demuestra eficaz en grado sumo: «quiero, queda limpio». ¡Cuántas veces le vemos atendiendo a esta clase personas marginadas: la samaritana, que era extranjera; Zaqueo, un recaudador de impuestos de mala fama, a cuya casa acude a comer; o cuando en casa del fariseo deja que una mujer también de mala fama le unja los pies! ¡Cuánto tiempo dedicó Jesús a los enfermos, según el evangelio, entre otros a varios leprosos más!

¿Cómo actuamos nosotros? ¿ayudamos a los que lo necesitan, «sintiendo lástima» como Jesús ante el leproso que se le presenta? ¿discriminamos a las personas que no nos gustan o las que en la sociedad se consideran como menos deseables? ¿qué sentimientos nos inspiran los pobres, los que han llegado en pateras a nuestra patria buscando un modo digno de vivir, los que no han podido adquirir una cultura mínima, los que han tenido fallos y están siendo señalados con el dedo, con aquellos familiares nuestros que son menos simpáticos? ¿qué excusas esgrimimos para desentendernos de ellos: que son pecadores, que son culpables de lo que les pasa, que no nos toca a nosotros remediar todos los males de este mundo, que ya hay instituciones que se cuidan de ellos, que no sabemos si el dinero que pensábamos dar para las víctimas del Tsunami o de la campaña del 0’7 o del Domund llegará o no a los destinatarios…?

El Catecismo de la Iglesia Católica habla de «Cristo médico» y de la Iglesia que le intenta imitar: «La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados: vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo. Es el médico que los enfermos necesitan. Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: estuve enfermo y me visitasteis. Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren» (CCE 1503).

En efecto, es admirable la historia de la Iglesia en este aspecto. Ninguna otra institución se ha dedicado tanto a cuidar a los enfermos y a los marginados de la sociedad. Aún ahora, son muchos los cristianos ejemplares —misioneros, religiosas, voluntarios, enfermeras generosas, padres y familiares de ancianos o de discapacitados— que atienden con generosidad a esas personas, sobre todo a las incurables y las infecciosas.

¿En qué categorías estamos nosotros? ¿imitamos a Jesús en su actitud para con los enfermos y los marginados?

 

El punto de referencia, Cristo Jesús

Las cartas de Pablo son un buen «directorio» de actuación de una comunidad cristiana, con sus problemas y con los criterios de solución de estos problemas.

Nos irían bastante mejor las cosas si cumpliéramos lo que nos aconseja: que todo lo que hagamos, sea «para gloria de Dios», sin buscarnos a nosotros mismos. También si lográramos evitar lo que pudiera ser de escándalo —»piedra de tropiezo»— para otros. Todos somos débiles, pero si encima el hermano nos da mal ejemplo, nos sentimos todavía más débiles. Al revés, si en nuestra flaqueza tenemos el buen ejemplo del hermano que sigue fiel a su camino, aunque también a él le cueste, nos sentimos estimulados a ser más fieles también nosotros.

El modelo que pone Pablo es Cristo Jesús, a quien él intenta imitar en su actuación. Al decir «seguid mi ejemplo», no se está poniendo a sí mismo como punto de mira última, sino que añade: «como yo sigo el de Cristo».

La regla suprema para un cristiano es imitar a Cristo, ir adquiriendo su mentalidad. Si pensamos cada vez: ¿cómo actuaría ahora Jesús? ¿qué diría, qué pensaría, qué haría?, y contestamos sinceramente a esta pregunta, estamos en el mejor camino para que nuestra vida sea en verdad evangélica.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 1, 40-45 (Evangelio Domingo VI Tiempo Ordinario)

Liberar a los marginados, praxis del Reino

Es el último episodio de la «praxis» de la famosa jornada de Cafarnaún, antes de pasar a las disputas (Mc 2,1-3,6). Quiere ser como el «no va más» de todo aquello a lo que se atreve Jesús en su preocupación por los que sufren y están cargados de dolor, de miseria y de rechazo por una causa o por otra. En cierta manera es un milagro «exótico» por lo que implica de que, quien fuera curado de una enfermedad como la lepra, tenía que presentarse al sacerdote para ser «reintegrado» a la comunidad de la alianza. Los leprosos son «muertos vivientes», privados de toda vida de familia, de trabajo y de religión. El leproso cae de rodillas delante de Jesús (genypetéô). Es verdad que nos encontramos ante un hecho taumatúrgico sin discusión, pero es mucho más que eso. Incluso en razón de las exigencias de Lev 13-14, no basta con ser curado, sino que este hombre debe ir al sacerdote, es decir, al templo para que de nuevo recupere la identidad como miembro del pueblo elegido de Dios. Pero Jesús, con su «acción», ya está haciendo posible todo ello; ha ido más allá de lo que le permitía la ley; se ha acercado a la miseria humana, la ha curado, pero sobre todo, la ha acogido.

El relato evangélico está planteado, con mucho acierto, al final de la actividad de Jesús en esa jornada de Carfarnaún que nos ha venido ocupando los últimos domingos. La narración sigue un proceso liberador, en el que se ponen de manifiesto las actitudes de los hombres y los pensamientos de Dios. Un leproso, como ya hemos dicho, estaba excluido de la asamblea del pueblo de la alianza y debía presentarse al sacerdote, en el templo, en Jerusalén, el centro del judaísmo y de las clases poderosas. Aunque todo comenzara siendo una «ley de sanidad», como en Israel todo se sacralizaba, se llegó a dogmatizar de tal manera, que quien estaba afectado por ella, era un maldito, pasando a ser una «ley de santidad». Ya hemos dicho que esta es una enfermedad de pobres y marginados. Nadie, pues, se acercaba a ellos: su soledad, su angustia, sus posibilidades )quién podía compartirlas? Es el momento de romper este círculo infernal.

Jesús, que trae el evangelio, va a enfrentar a los hombres de su tiempo con todo lo que significa marginar al los pobres en nombre de Dios. Jesús se acerca a él, le toca (expresamente se dice que extendió la mano y le tocó, lo que implicaría que desde ese instante Jesús también quedaba bajo la ley sagrada de la contaminación); pero le cura y, con una osadía inaudita, le envía al sacerdote (a los que representan lo sagrado y el poder) para que sea un testimonio contra ellos y contra todo lo que pueda ser sacralizar las leyes sin corazón. El evangelio es un escándalo y pone de manifiesto eso de que los pobres nos evangelizan. Dios, pues, se hace vulnerable. No encontramos, pues, ante la fuerza poderosa de un «sistema» que debe ser vencido por la debilidad del evangelio. Lo lógica del sistema que está detrás de esa ley de santidad-sanidad, es la de autoconservación, hasta el punto de ser inexorable. Con esas realidades se encuentra Jesús en su vida y tiene que hacer opciones como las que aquí se muestran. La fuerza del Jesús taumaturgo, o médico, pasa a un segundo plano frente a su opción por los que viven día a día la miseria a que son reducidos todo los desgraciados.

En este relato de Marcos no es menos sugerente el mandato de Jesús de que no diga nada a nadie y el poco caso que hace de ello el «leproso» curado. El «secreto a voces» lleva la intencionalidad de este evangelista, porque pretende poner de manifiesto que más importante que la aceptación por parte del sacerdote de su curación, es proclamar (se usa, incluso, el verbo kêrýssein, que es propio del anuncio del evangelio en el cristianismo primitivo) que ha sido Jesús, el profeta de Galilea, quien le ha llenado el alma y el corazón de gratitud y de acción de gracias a Dios. La ley, aquí, frente al evangelio, también queda mal parada y, en cierta forma, anulada. Y si queremos, podemos ver que el «leproso» curado, ni siquiera va al templo, al sacerdote (el texto, desde luego, no lo explicita y yo opino que intencionadamente); no le hace falta, porque el evangelio que Jesús trae en su manos es más que esa religión que antes lo ha marginado hasta el extremo.

1Cor 10, 31-11, 1 (2ª lectura Domingo VI Tiempo Ordinario)

La fuerza de los débiles en la comunidad

La comunidad de Corinto era una comunidad compleja, lo sabemos. Pablo tuvo que combatir en muchos frentes, ante muchas situaciones: es el caso de los que eran fuertes, abiertos, capaces de compartir su fe y su vida con no cristianos sin darle mayor importancia. Los otros, los «débiles» no lo entendían o no lo querían entender. El contexto de este texto en el que Pablo mismo se presenta como «modelo» de inculturación pastoral es muy sugerente. Está enmarcado en 1Cor 8,1-11,1 que ha dado pie a muchas opiniones, ya que trata de la postura que han de mantener los cristianos en una ciudad pagana como Corinto, con sus templos, sus dioses, sus sacrificios y otras cosas. Cómo tienen que vivir los cristianos en esta situación, )»a lo corinto» o, por el contrario, con un puritanismo rayano en el fundamentalismo del gueto?

El texto de hoy insiste sobremanera en la actitud de Pablo de ser predicador del evangelio. Frente a su mensaje liberador, no se entiende que los hombres estemos divididos y asustados por preconcepciones y actitudes que reflejan las divisiones de la sociedad; esas divisiones que consagra este mundo no pueden mantenerse frente al evangelio. Pablo sabe que hay débiles en la comunidad, pero se extraña, y mucho, que esos débiles, luego sean fuertes para las cosas que no merecen la pena en lo que se refiere a lo religioso y a lo sagrado. La lectura más en sintonía es que muchas veces nos escandalizamos de cosas que afectan a lo sagrado, y nos mantenemos indiferentes frente a injusticias, envidias y frente a los pobres.

Lev 13, 1-2. 44-46 (1ª lectura Domingo VI Tiempo Ordinario)

La lepra, entre higiene y maldición religiosa

El sentido de la primera lectura (Lev 13) no puede ser otro que ponernos sobre la pista de una ley de pureza que pretendía mantener a los hombres que padecían la enfermedad de la lepra fuera del ámbito de lo sagrado y de la identidad más radical del pueblo de Dios, del pueblo de la alianza. No se puede considerar que todo lo que la Biblia llama lepra corresponda a la famosa y técnica «hanseniasis» (el mal de Hansen). Es verdad que los Israelitas debían ser santos como su Dios era Santo, mandato que se refería a ser limpios física y moralmente (Lev 11,46 y 20,26). Las medidas higiénicas concernían a la convivencia social (Dt 23,15 y Lev 19,11-18); la construcción de sus ciudades y campamentos (Dt 23,9-14; Lev 11,1-33), basureros, dotación de agua, cuidado del cuerpo, así como de aspectos laborales y del descanso (Dt 16,24.25)), y otros. Se practicó el aislamiento de enfermos contagiosos (Lev 13) mediante la desinfección de ropa, objetos, instrumentos y casas por medio de la fumigación, el lavado o la ignición (Lev 20,26; Lev 14,32- 47).

Sin embargo, la injusticia o lo inhumano de una ley como ésta se explica, porque todo el mundo sabe que esta enfermedad siempre ha sido una enfermedad de marginación, o como hoy diríamos, tercermundista. Es verdad que siendo contagiosa podía afectar puntualmente a otras personas. De hecho, en la Biblia tenemos el caso sintomático en Naamán el sirio (2 Re 5,1-27), que quizás no era técnicamente lepra, al que se acerca el profeta Eliseo para mostrar que para Dios no hay distinción, en lo que se refiere a las miserias, entre los que pertenecen al pueblo de la Alianza y los paganos. Es ahí donde debemos incidir a la hora de leer este relato de hoy que ha de ser clave para la interpretación del evangelio.

Comentario al evangelio – Lunes V de Tiempo Ordinario

Hay gente o situaciones que nos generan una admiración peligrosa. Esa admiración que nos lleva hasta la envidia o nos deja enganchados en nuestra propia pequeñez: “con lo bien que lo haces y lo mal que me sale a mí”…

Y hay otra admiración sana y constructiva que no solo no nos quita nada de nuestro propio valor sino que nos empuja a querer estar más cerca de esa persona, a seguir disfrutando de sus dones, su presencia, su sonrisa, su bien hacer.

Esta semana comenzamos a leer el libro del Génesis, concretamente el relato de la Creación. No pocas religiones y ritos antiguos asocian una especie de temor reverencial al Creador, a quien es el Origen de todo, quien tiene poder para dar la vida y para quitarla, para que salga el sol y para que se nublen los cielos. Sería una pena que nosotros, cristianos hoy, dejáramos que se nos colara alguna brizna de este sentimiento. Una admiración o un reconocimiento peligroso. Lo nuestro tendría que parecerse más a ese deseo sencillo y transparente de las mujeres y hombres que se encontraban con Jesús: todos querían estar tan cerca de El que pudieran tocar al menos la orla de su manto. Y los que le tocaban, se curaban, dice el evangelio de Marcos.

¡Bendice alma mía al Señor! Que reconocer su grandeza y gozar con sus obras nunca me haga dudar de mi propia dignidad, de mi valor, de mi bondad. ¡Bendice alma mía al Señor! Que ansíe más estar cerca de Ti y sentirme curado (sano) que todos los homenajes, alabanzas y ritos de aclamación ante un Dios omnipotente y alejado de nuestros caminos.

Rosa Ruiz