Señor, si quieres…

1.- «Cuando tenga uno en su carne alguna mancha…» (Lv 13, 2) El Levítico da una serie de normas para aquellos que, de una u otra forma, contraigan una impureza legal. Aquí se refiere a las enfermedades de la piel, y en especial a la lepra. El que contrajera alguna de esas dolencias, en su mayoría contagiosas, tenía que presentarse al sacerdote para que viese si realmente existía aquella enfermedad y, en su caso, tomar una serie de medidas de tipo terapéutico y preventivo. De ese modo se evitaba, dentro de lo posible, que la enfermedad se extendiera.

Pero al mismo tiempo se consideraba al enfermo como castigado por Dios, culpable de un pecado, quizá oculto, que en definitiva era la causa de aquel mal. Así, el pobre leproso no sólo tenía que sufrir su dolencia física, sino que además tenía que padecer la humillación y la vergüenza de ser considerado un hombre empecatado.

Con el tiempo esa concepción se fue suavizando, pero siempre quedó en pie la idea de que quien padecía alguna enfermedad, sobre todo de la piel, era una persona impura cuyo contacto manchaba y transmitía su propia impureza. De ahí que siguiera siendo obligatorio acudir al sacerdote, para que incluyera al enfermo en la lista de los impuros. Luego, cuando la enfermedad se curase, debía volver otra vez al sacerdote, para que lo reconociera y lo borrara de la fatídica lista.

«El impuro habitará solo…» (Lv 13, 46) El leproso tenía que llevar los vestidos rotos, rapada la cabeza y cubierta la barba. Además debía gritar cuando alguien se acercaba diciendo «tamé, tamé», es decir, «impuro, impuro». Tenía su morada fuera de la ciudad. Unas veces en cuevas y otras en chozas. Eran poblados miserables en los que aquella pobre gente se pudría poco a poco, sumidos en la soledad y el desamparo, cuando no en la desesperación.

Desde siempre, esa triste situación se ha considerado como un símbolo del alma en pecado, que es en realidad la lepra del alma, el mal terrible que corroe y mancha al hombre. Una lepra mucho más dañina, pues sus consecuencias no terminan con la muerte, sino que con ella empiezan para no terminar jamás. Consecuencias indescriptibles que superan infinitamente el sufrimiento y las penas de aquellos tiempos.

Hemos de reaccionar, hemos de luchar con alma y vida para evitar el pecado, para salir de él si lo hemos cometido. Vayamos al sacerdote como aquellos pobrecitos leprosos para que nos cure, para que perdone nuestros pecados y nos ayude a huir de nuestra soledad y tristeza, devolviéndonos la salud y la paz.

2.- «Tú eres mi refugio…»(Sal 31, 1) Sí, Señor, tú eres mi refugio, abrigado y seguro. En medio de la tempestad, tan terrible a veces, sólo en ti encuentro la paz y la serenidad… La pena es que en ocasiones lo olvidamos y buscamos amparo en otra parte. Búsqueda que es entonces inútil, siempre frustrada ya que los otros refugios, que nos dan alguna esperanza, acaban siempre desguarnecidos, abiertos a todos los vientos y a todas las aguas, a los fríos del invierno, o al sofocante bochorno del verano.

Sólo tú, Señor, eres mi refugio cierto en los momentos difíciles y duros de esta vida nuestra, tantas veces agitada. El alma es como barquichuela abatida por las olas, elevada o hundida casi, desvencijada. Sí, también nosotros como el poeta, podemos decir con tristeza y temor: pobre barquilla mía, entre peñascos rota.

Y en medio de los avatares de la vida y la muerte, en medio de este torbellino que con frecuencia nos arrastra y envuelve, volvamos la mirada y las manos hacia el Señor, digámosle como los apóstoles cuando se hundían: Señor, sálvanos, que perecemos. Gritemos desde lo más hondo de nuestro ser, despertemos con nuestro clamor a Jesús pues parece que se nos ha dormido. Repitamos con el salmista: Dios mío, tú eres mi refugio.

«Dichoso el que está absuelto de su culpa…» (Sal 31, 5) El cantor sagrado pasa a otro tema. En apariencia desconectado con el anterior. Y así nos habla de la dicha de quien está absuelto de su culpa, ese al que Dios ha perdonado. En realidad, sí que hay una relación entre el tener a Dios como refugio y la de ser dichoso al ser perdonado de nuestro pecado: quien está en pecado se encuentra de espaldas a Dios, imposibilitado para mirarle a los ojos, incapacitado para solicitar su ayuda y su clemencia con la confianza de un buen hijo. Es un desdichado.

No obstante, si somos humildes, sí que podemos recurrir a Dios, a pesar de nuestra culpa. Para eso es preciso reconocer primero nuestro pecado. Es lo que hace el salmista: «Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: confesaré al Señor mi culpa, y tú me perdonaste mi culpa y mi pecado…». Entonces, una vez perdonados, sí que podemos recurrir al Señor con toda confianza, seguros de que nos ayudará, de que será nuestro más seguro refugio.

Por todo esto, alegraos en el Señor, aclamadlo los de corazón sincero. Estad contentos, llenos de esperanza, optimistas en medio de las más arduas dificultades, serenos siempre: porque tenemos a quien recurrir, con la certeza de ser debidamente atendidos.

3.- «Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios…» (1 Co 10, 31) El Apóstol da una serie de normas a los fieles de Corinto para que sepan cómo han de comportarse en su vida, y así agradar a Dios. De ordinario uno piensa que para honrar al Señor lo que hay que hacer es rezar mucho, hacer muchas promesas o mortificarse de modo extraordinario. Eso es lo que nos han destacado con frecuencia en la vida de los santos. Sólo viviendo así uno, según esa hagiografía, podría ser realmente santo y hasta hacer grandes milagros.

Concebir así la santidad es una aberración que hace más daño que provecho. En ese caso, la santidad sería algo casi inalcanzable, algo reservado a unos pocos, muy pocos ciertamente. Entonces habría que pensar que Dios, al decir que hemos de ser santos, nos está pidiendo demasiado, algo inalcanzable de ordinario, algo que de hecho sólo un reducido porcentaje llega a alcanzar.

Pero la santidad no es eso que a veces nos han dicho, o nos han insinuado. Aquí San Pablo nos dice que hasta el comer o el beber, cualquier cosa que hagamos, puede dar gloria a Dios, resultar algo que nos haga agradables a sus ojos. Y esto es precisamente la santidad: vivir de tal forma que Dios esté contento de nosotros, o dicho de otra forma, hacer siempre la voluntad divina.

«…como procuro yo agradar a todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de todos para que todos se salven» (1 Co 10, 33) Hemos dicho que lo importante es agradar a Dios. Sin embargo, el texto sagrado nos dice a continuación que hemos de «agradar a todos en todo». Parece una incongruencia, pero no lo es. Al buscar agradar a los demás lo estamos haciendo para que se salven, para que encuentren a Dios y no se separen ya nunca de Él. Esto, en definitiva, es buscar también la gloria del Señor, olvidándonos de la nuestra.

El ser santo es, por tanto, vivir siempre con el corazón metido en Dios, tratando de querer lo que él quiere, poniendo cada día más amor en cuanto hacemos, hasta en lo más sencillo y sin importancia. Amor que se ha de traslucir en nuestro espíritu de servicio a todos, también a los que no nos caen bien, o los que sabemos con certeza que nos van a pagar con una mala razón, o no van a interpretar bien nuestro afán de servicio.

Decíamos que Dios no nos pedía imposibles, pero hay que reconocer que incluso eso que hemos dicho nos resulta muy difícil, por no decir dificilísimo. La solución está en acudir con humildad, constancia y confianza al Señor, seguros de que él nos ayudará para que alcancemos lo que nosotros solos no podemos. Por eso, además de poner nuestro esfuerzo, hemos de rezar, pedir a Dios su ayuda.

4.- «Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas…» (Mc 1, 40) Otro leproso aparece de nuevo en las páginas bíblicas, donde se recoge la vida misma, tan llena a menudo de dolor y de calamidades. Un leproso que acude confiado y audaz al joven Rabí de Nazaret, que tanto poder tiene y tanta compasión muestra ante las penas del hombre. Y el Señor atiende su petición y le cura. Nosotros contemplamos hoy este pasaje y tratamos de aprender algo de lo mucho que un relato evangélico siempre contiene.

Por lo pronto nos sentimos identificados con el pobrecito leproso. También nuestra carne está enferma y podrida. Muchas veces notamos su dentellada en nuestra vida, sentimos que nos tira hacia abajo a pesar de querer volar hacia arriba. El corazón se inclina con frecuencia al orgullo y a la vanidad, al egoísmo y la soberbia, a la pereza y la sensualidad. Sí, también nosotros, como le ocurría a San Pablo, llevamos metida en la carne una espina y experimentamos la bofetada del demonio en nuestro rostro.

Aquel leproso del Evangelio viene hasta Jesús, se acerca a él. Esto es lo primero que hemos de hacer, si queremos ser curados de la lepra de nuestra alma, acercarnos a Cristo, llegar hasta donde está él, oculto, pero presente en el Sagrario. Venir también hasta el sacramento de la Penitencia para confesar nuestros pecados con humildad, para que él nos perdone y nos dé fuerzas para no ofenderle nunca más.

El leproso se pone de rodillas y adopta una actitud suplicante. Con una gran fe y humildad, lleno de confianza, exclama: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Ante esa manera de rogarle, ante esa sencillez, el corazón de Cristo se enternece con una compasión profunda y contesta: «Quiero: queda limpio». Y al instante desapareció la lepra y quedó limpio. Jesús no se hizo rogar, fue suficiente la humillación y la confianza del leproso para que actuara en su favor enseguida.

Seguimos contemplando y nos llenamos de alegría y de esperanza. Contemplamos en silencio a Jesús y esperamos que nos mire y se compadezca también de nosotros, tan sucios y podridos quizás. Desde lo más hondo de nuestro ser repetimos la sencilla plegaria del leproso: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Así una y otra vez. Podemos estar seguros de que Jesús volverá a enternecerse y nos dirá: «Quiero: queda limpio».

Antonio García Moreno

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Lepra

1.- Entre las enfermedades míticas, ocupa un lugar destacado la lepra. En tiempos de Jesús, un enfermo de esta índole estaba condenado al total aislamiento social, además de sufrir las desagradables consecuencias, dolor y hasta pérdida de extremidades, por la invasión de los bacilos de Hansen. Entre nosotros, no hace muchos años, un enfermo era separado de su familia y de su ambiente, lo trasladaban en un vagón de tren ocupado por él sólo hasta un hospital cualificado y quedaba sometido a un internamiento e incomunicación casi total. Si se trata de un enfermo del Tercer Mundo, y todavía quedan varios millones, está aun hoy en día condenado a la soledad y la pobreza. No siempre es así. Las leproserías, que existen en Asia y África principalmente, están casi siempre atendidas por instituciones cristianas. Siguen el ejemplo de Jesús. La lepra es una enfermedad desagradable a la vista, deformante y destructiva, pero sabemos que se podría eliminar del mundo, si pudieran los enfermos recibir medicación y atenciones adecuadas. Desaparecería del mundo si supiéramos obrar con la misma generosidad de Jesús. Pero, por desgracia, vivimos bastante indiferentes a estos males.

2.- Hay entre nosotros una enfermedad distinta, pero en algo semejante, que causa la misma alarma. Se trata del SIDA. La actitud general es igualmente de rechazo. Se piensa en sus causas para poder despreocuparse. Jesús no preguntó al leproso porque se había contagiado de la lepra. Se limitó a curarlo y a decirle que de acuerdo con las normas de aquel tiempo se presentase a las autoridades, para que le diesen un certificado de curación. No valía la pena suscitar problemas. Le dijo que no hablase de su curación, pero él entusiasmado por el bien que le había hecho, no dejaba de explicarlo a todos, de manera que, gracias a este enfermo, por aquellas tierras, el Señor se hizo famoso.

3.- Nos toca aprender de Jesús a ser generosos como podamos, con los enfermos de sida, o de lepra o de la enfermedad que sea. También con los enfermos de pobreza, sin preguntarnos porque han llegado a la indigencia. En algunos lugares de África los que se preparan para recibir el sacramento de la Confirmación, deben asistir a enfermos de sida en los hospitales, para demostrar con ello que quieren seguir el ejemplo del Maestro.

Nos toca aprender del leproso a ser agradecidos, a saber proclamar a todos, que Dios nos ha favorecido. Estamos repletos de malas noticias, pero, por muy malas y muchas que sean, el Amor de Dios, el bien que Él nos hace, es muy superior. Si lo explicáramos a nuestros compañeros y vecinos, además de ser agradecidos, ayudaríamos a ser más felices a los demás al no ver las cosas tan negras como tantos las ven.

Pedrojosé Ynaraja

I Vísperas – Domingo VI de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO VI DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús extendió la mano y tocó al leproso, e inmediatamente quedó limpio.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús extendió la mano y tocó al leproso, e inmediatamente quedó limpio.

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, tú que te complaces en habitar en los rectos y sencillos de corazón, concédenos vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado V de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria.

Hoy, Jesús, vengo a la oración y me sorprenden tus palabras: “Siento compasión de esta gente”. Señor, tú que te compadecías de los hambrientos, de los pobres, de los enfermos, eres el mismo que entonces: sientes compasión por todos los que sufren. Tu corazón no puede cambiar.  Vengo a que me cambies el mío. Que todo el bien que hoy pueda hacer a mis hermanos salga de mi corazón enternecido.

2.-Lectura reposada del Evangelio según san Marcos 8, 1-10

Por aquellos días, habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer, llama Jesús a sus discípulos y les dice: «Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos». Sus discípulos le respondieron: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?» Él les preguntaba: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos le respondieron: «Siete». Entonces él mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran. Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas. Fueron unos 4 mil; y Jesús los despidió. Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanutá.

3.- Qué dice este texto bíblico.

Meditación-reflexión

Marcos ya nos ha hablado de la multiplicación de los panes en Mc. 6,35-44. Desde la época patrística se ha pensado que esta 2ª multiplicación era para Mc. un signo de la misericordia de Dios para los paganos y la primera (multiplicación) para el pueblo de Israel. En este evangelio Jesús ya ha superado la costumbre de la pureza ritual y así ha eliminado la separación entre judíos y paganos. Con los milagros que acaba de realizar en el territorio pagano está anunciando la admisión de éstos a la salvación. Ahora con el banquete celebrado en la Decápolis, fuera del territorio judío, nos está diciendo algo maravilloso: El plan de Dios es que todos puedan sentarse en una misma Mesa, coman el mismo pan, y celebren el gran banquete de fraternidad universal. La razón es que cuando Jesús se encuentra con las necesidades de los hombres, sean judíos o paganos, se “le conmueven las entrañas” (8,2). Jesús nos está revelando a Dios como Padre y Madre. Amores hay muchos, pero sólo las madres tienen “amor entrañable” porque sólo ellas nos han llevado en las entrañas. “¿Acaso una madre puede olvidarse del niño que lleva en sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara yo no te olvidaré” (Is. 49,15). El hijo puede irse de la madre pero la madre no se puede separar del hijo. Dios no nos abandona porque no puede abandonarnos. La esperanza de salvarnos no la fundamentamos en nosotros sino en Dios. Lo importante es descubrir el amor que Dios nos tiene y así fiarnos plenamente de Él. No es cuestión de mirar y analizar nuestras miserias sino dejarnos envolver por su Misericordia.

Palabra del Papa.

El prodigio de los panes preanuncia la Eucaristía. Se ve en el gesto de Jesús que «recitó la bendición» antes de partir los panes y darlos a la multitud. Es el mismo gesto que Jesús hará en la Última Cena, cuando instituyó el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía Jesús no da un pan, sino el pan de la vida eterna, se dona a Sí mismo, ofreciéndose al Padre por amor a nosotros. Pero nosotros, debemos ir a la eucaristía con esos sentimientos de Jesús que se compadece. Y con ese deseo de Jesús, compartir. Quien va a la eucaristía sin tener compasión de los necesitados y sin compartir, no se encuentra bien con Jesús. Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de este mundo, porque sale de Dios y vuelve a Él. La Virgen María, Madre de la divina Providencia, nos acompañe en este camino.» (Ángelus de S.S. Francisco, 3 de agosto de 2014).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.-Propósito. Hoy voy a visitar a un enfermo pero “con entrañas de misericordia”.

6.- Dios nos ha hablado hoy a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, quiero agradecerte el interés que has demostrado por todos tus hijos. Nos has hablado de un Padre maravilloso que manda el sol y la lluvia para todos. Haz que yo sea feliz cuando en este mundo haya pan para todos; escuelas para todos; vivienda para todos y medicinas para todos. Ese día podré rezar a gusto el Padrenuestro.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Todo por Dios y para Dios

1.- Nos llenan de espanto, hoy por hoy, las normas que se incluían en el Levítico sobre la prevención de la lepra. Considerado impuro –no simplemente enfermo—el leproso tenía que abandonar la sociedad e irse a lugares apartados. No le era posible, ni siquiera, dejarse ver. Tampoco podía vestirse con un cierto decoro. El enfermo de lepra tenia que ir lleno de harapos y no tanto porque su problema –su extrema pobreza o por su alejamiento– le llevará a portar andrajos. La ley marcaba que fuera así Y todas esas prescripciones –religiosas y legales—llegaron con toda su crudeza a los tiempos de Jesús. La combinación de un sentido religioso de la enfermedad llevaba a condenar al leproso a un auténtico infierno en este mundo. De todas formas esas prescripciones no eran exclusivas de los judíos. Otras religiones orientales mantenían la misma dureza. Sin duda el problema social era la lepra, pero su sistema de prevención superaba cualquier principio de humanidad.

2.- Si hemos escuchado atentamente el relato de Marcos en el Evangelio de hoy vemos muchas cosas dignas de ser tomadas en cuenta. Precisamente, en línea a esas prescripciones en torno a los leprosos. Es el enfermo quien se acerca a Jesús. Eso significa que el mismo Jesús le autorizó a romper la distancia de seguridad que marcaba la Ley. Y le permite asimismo que hable. Expresa el leproso su deseo de ser curado por Jesús. El Maestro lo acepta pero además toca al leproso, lo cual estaba completamente prohibido. Es cierto que podría haberle curado sin rozarle, con solo una palabra. Pero le toca y eso en presencia de todos, de las multitudes que le seguían cotidianamente. Para que no quepan dudas de que su gesto es humano y humanitario. Rompe así el aislamiento del leproso.

Jesús cumple la Ley de Moisés y por ese le pide al leproso que haga lo que manda la religión y que se presente al sacerdote. A lo que se opone Jesús es a lo inhumano de una parte de esa ley, al aislamiento, a la soledad y a la pobreza obligadas del enfermo de lepra. Todo el enfrentamiento de Jesús de Nazaret con la religión oficial reside en la exageración de unas normas que se habían convertido en auténtica esclavitud. Esas normas habían creado una imagen falsa de Dios, convirtiéndole en un ser lejano y justiciero. Y es lo que el Maestro quiere evitar. Y comunica algo completamente revolucionario para esos tiempos… y para los de ahora: que Dios es amor y que el prójimo merece nuestro cariño y ayuda, nuestro roce, nuestras caricias y las necesarias palabras de aliento.

3.- En estos primeros momentos de la predicación de Jesús de Nazaret no quiere revelar, todavía, su poder y la naturaleza exacta de su misión. Prohíbe al leproso que divulgue su curación, sólo que cumpla con su deber religioso. También impide a los demonios que una vez expulsados de los cuerpos enfermos le reconozcan como el Hijo de Dios. ¿Por qué sería esto? Pues tal vez Jesús quisiera convencer a todos de su “pasar el tiempo haciendo el bien” por amor y no por poder. Es más que obvio que si Nuestro Señor Jesucristo hubiese llenado la Palestina de entonces de prodigios y milagros –como los de la multiplicación de alimentos—hubiera sido proclamado Rey y habría, igualmente, fomentado la idea que sus contemporáneos tenían del Mesías como triunfador político, como libertador de la ocupación romana y como agente directo de la vuelta a la hegemonía del Estado de Israel sobre las naciones cercanas y las no tan próximas. Pero Jesús traía un reino de paz y de amor y los enfermos eran curados para mitigar el sufrimiento humano, no para demostrar su poder sobrehumano. Nunca hizo un milagro en su beneficio, ni nunca emprendió cosa alguna que se alejara de la obediencia a su Padre y del amor a sus hermanos.

4.- San Pablo se está refiriendo, en el fragmento que hemos escuchado hoy de su primera carta a los fieles de Corinto, al problema de comer o no comer las carnes sacrificadas a los ídolos. El apóstol no da importancia a ese hecho, pues en realidad dicha carne es sólo carne. Pero algunos cristianos, sobre todo los más cercanos a las creencias judías, repudiaban totalmente tal práctica. Pablo consigue con su exhortación dar una normal general importantísima para la conducta del cristiano: “Hacedlo todo para gloria de Dios”. Y la clave está en que todas nuestras acciones, posturas ante la vida, prácticas generales y hasta pensamientos todos sean para mayor gloria de Dios. Pero no es fácil. Hay una tendencia a encerrar en el templo algunas cosas y cuestiones, haciendo en la calle lo que hace la mayoría o está más de moda. Es decir solo queremos al prójimo en la Iglesia, entregando unas monedas en las colectas, pero al salir fuera seremos capaces de explotar o humillar a nuestros hermanos. Y si no lo hacemos directamente colaboraremos con empresas o situaciones que lo hacen.

Esa especie de esquizofrenia de vida y comportamiento es una constante de los cristianos ahora y en todas las épocas. Y contra eso ya Pablo hace casi dos mil años llamaba la atención sobre el problema. Y además es que dicha posición de hacer todo por la gloria de Dios, plantea que todo lo creado es bueno, pero no hay maldad en la gran mayoría de nuestras acciones y de nuestras necesidades y deseos. Que no hay oposición entre lo material y lo espiritual, ni en lo llamado bueno, ni en lo llamado malo. Y es que Jesús nos enseñó que todo lo que hacía era para Gloria de su Padre.

Somos los hombres y mujeres de todos los tiempos quienes marcamos fronteras y divisiones innecesarias. Los que decretamos la bondad o la maldad de algunos de nuestros semejantes. Pero eso Dios no lo hace ni lo dice. Y es que el fondo de lo que dice Pablo hay una invitación a la unidad de todos, dentro del amor y en comunión con Dios. Y Pablo de Tarso no hace otra cosa que imitar a Jesús. Así es el Señor Jesús quien nos lo enseña mediante la palabra inspirada de Pablo.

Dediquemos esta semana que empieza a meditar sobre esos caminos de amor a Dios y a los hermanos. Y que nos concienciemos profundamente sobre que hemos de romper las barreras que nos separan del prójimo y no inventar –o favorecer– leyes que nos separan de él o que traigan desigualdad y odio entre nosotros. El leproso tuvo un acto de valentía y se acercó, contra todos y todo, a Jesús. Y Él le dio la felicidad.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado V de Tiempo Ordinario

(Mc 8, 1-10)

Otra vez nos encontramos con la narración de la multiplicación de los panes, porque este relato aparece dos veces en Mateo y dos veces en Marcos.

Al multiplicar los panes Jesús aparece realizando la figura del Dios que “da de comer al hambriento” (Sal 107, 9; 146, 7), que tiene una particular mirada de amor hacia los pobres necesitados y los sacia de sus bienes.

Pero al repartir los panes a través de los discípulos está indicando que la preocupación por las necesidades de la gente es también parte de la misión de ellos; los discípulos, igual que Jesús, no pueden dejar de compadecerse de la gente, y esa compasión debe ser activa y eficaz. Así se continúa la exigencia bíblica de escuchar el clamor de los pobres (Éx 22, 20-22.25-26; Deut 15, 7-9; Eclo 4, 4-6). Si leemos estos textos podremos descubrir que quien se hace instrumento de Dios para escuchar el clamor del pobre, se coloca así en el canal de la bendición divina, su vida se llena de la bendición de Dios; pero el que rechaza esa misión y se encierra en su comodidad y en sus propios intereses, se coloca fuera de la bendición divina y su vida queda fuera de la protección de Dios, de manera que nada de lo que haga tendrá verdadero sentido.

Oración:

“Señor, dame un poco de tu inmensa compasión ante la miseria ajena, ayúdame a mirar a los pobres con tus ojos de misericordia, tómame como instrumento para ayudarlos en sus necesidades y no permitas que cierre mis oídos a su clamor”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

103. En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María,unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser.

«De ti depende»

1.- Marcos nos muestra de nuevo a Jesús haciendo realidad la Buena Noticia. Enseñaba con autoridad, expulsaba demonios y curaba en sábado. El hombre está por encima del sábado. El amor está por encima de la ley. Hoy vemos cómo cura a un leproso. Era una desgracia en aquel tiempo contraer la enfermedad de la lepra, no sólo por el sufrimiento físico, sino sobre todo por la marginación social y religiosa a la que estaban sometidos los leprosos. Se les consideraba como personas «apestadas», eran separados de la comunidad y del culto y tenían que vivir alejados de todos, como «excomulgados». La lepra, decían, era consecuencia de su pecado, el castigo por su mala conducta, tenían que tocar una campanilla y gritar cuando pasaban por un camino: ¡Impuro, impuro! Quizá lo hacían para evitar el contagio, pero no cabe duda de que la actitud ante ellos era sumamente humillante y vejatoria.

2. – Jesús, en cambio, se acerca al leproso y le toca con su mano. Dos actitudes, dos verbos entre los muchos que emplea Marcos en su evangelio: acercarse y tocar. Un ejemplo para nosotros y una llamada de atención: tenemos que acercarnos al necesitado, acogerle con cariño y estar dispuestos a tenderle nuestra mano. Las manos sirven a veces para golpear, para rechazar, para desplazar al otro. Jesús emplea su mano para perdonar, para acoger, para ayudar, para apoyar al que se tambalea, para guiar al que no encuentra el camino. El Papa Benedicto XVI ha recordado en su reciente encíclica «Dios es amor» que Jesús ha unido el mandamiento del amor a Dios con el de amor al prójimo. Amar, según el Papa, es «ocuparse del otro y preocuparse por el otro». Se trata de un amor oblativo, que se entrega al otro, es decir del amor entendido como «agapé», auto donación gratuita y generosa al hermano. Dios nos ama personalmente y apasionadamente. Lo ha demostrado en Jesús de Nazaret y lo podemos comprobar en la curación del leproso. Su amor está por encima de la justicia humana. Frente a la legislación rigurosa y discriminatoria que excluía a los leprosos, Jesús actúa con misericordia –poniendo el corazón en la miseria–. El cura y, sobre todo, pone sus ojos de amor en aquel hombre. Hemos de aprender a mirar no con nuestros ojos, sino desde los ojos y sentimientos de Jesús, que se fija en el necesitado y sale a su encuentro. Sólo pide fe, la confianza del leproso, que le dice: «Si quieres, puedes curarme». Y Jesús….le devolvió la salud y la dignidad.

3. – Hoy se celebra la «Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas». Para los cristianos la caridad no es una especie de actividad de asistencia social, que se podría dejar a otros, sino que es algo que pertenece a su naturaleza y a su esencia. La Iglesia es la familia de Dios en el mundo, ha subrayado Benedicto XVI. En el mundo no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario. Es necesario luchar por la justicia y por el orden justo de la sociedad. Por eso este año Manos Unidas nos propone este lema: «Otro mundo es posible, depende de ti». Vivimos en un mundo globalizado, con sus aspectos positivos y también negativos, como es la explotación económica y el hambre que sufren los países del Sur.

La parábola del Buen Samaritano tiene hoy una actualización bien concreta. ¿Qué actitud tomamos ante esas personas que están tiradas al borde del camino?, ¿puedo ser yo un «buen samaritano» para ellos? Depende de ti y de mí hacer algo para que esta gran lacra deshumanizadora del hambre desaparezca. Comencemos ya ahora a tener actitudes de amor hacia el necesitado. El consuelo, el cuidado de la persona herida, el ejercicio de la misericordia con el prójimo es lo que hoy día llamamos solidaridad. Es la participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro. No se trata de dar, sino de «darse», es manifestar al hermano sufriente que «lo que a ti te pasa, a mí me importa y me conmueve». De ti depende que el mundo cambie…

José María Martín OSA

¿Otro mundo? ¡Sí! ¡Es posible!

1.- Celebramos, en este 6º domingo del Tiempo Ordinario, la jornada de Manos Unidas en contra del hambre en el mundo. “Si quieres, puedes limpiarme” suplicaba a Jesús el leproso en el evangelio que acabamos de escuchar. Desde diversos continentes, países y circunstancias, miles de hermanos nuestros nos alzan su voz: si quieres, puedes ayudarme. ¡Lo necesito!

Manos Unidas, como organización católica, es esa mano prolongada de Jesús que, en nombre de distintas necesidades, nos interpela sobre un gran drama del mundo: mientras unos no sabemos qué comer, otros, no tienen qué comer.

Por cierto, cuando últimamente tanto se habla de lo que el Gobierno da a la iglesia Católica en España, uno echa cuentas de los 720 proyectos que esta organización ha llevado adelante en el año 2004 (46.347.300 €) y, sirve entre otras cosas, para concluir que la caridad (aunque no tenga que ser pregonada pero si aclarada y apoyada por el poder estatal) proviene, sobre todo de la gente que domingo tras domingo, y en la Eucaristía, sienten que por ser Dios amor, la generosidad es algo irrenunciable y que produce un gran efecto: el desarrollo de muchos pueblos.

2.- ¿Quieres limpiarme? Es el interrogante y la súplica que, hermanos nuestros, silabean a nuestro ser cristiano. El Papa Benedicto, en su reciente encíclica Deus Caritas Est, señala que “el amor –caritas- siempre será necesario, incluso en la sociedad mas justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor” (28-b).

Esta jornada de Manos Unidas nos alienta en ese sentido. Nuestra limosna, lejos de ahondar, o perpetuar, la escasez, aterriza donde los poderosos no quieren o no les interesa invertir o llegar. Hoy, además de nuestro donativo, ponemos el amor en aquello que ofrecemos. Sabemos que otro mundo puede ser posible, y situamos –junto a lo material- el amor que lo hace todo diferente.

El testimonio y el prestigio de esta asociación católica, garantiza que en un lugar recóndito, imprevisible, pero existente en nuestra tierra, será posible el bienestar de multitud de personas, gracias a ese convencimiento que todos nos llevamos al hilo del evangelio de este día: ¡quiero ayudar! ¡Puedo hacerlo!

Jesús, se acercaba a los sufrientes de su tiempo; veía su alma interna, comprobaba sus luchas, observaba sus dolencias y, a continuación, los sanaba. Creía profundamente en el hombre. Estaba convencido que el Reino de Dios pasaba por el desarrollo de la justicia y por la defensa de los más desfavorecidos.

3.- ¿Puedo cambiar, yo sólo, el mundo? Posiblemente no. Pero el grano ayuda a rebosar el granero y ayuda al compañero. Y, en este domingo, sentimos una gran satisfacción: sabemos que con nuestra aportación suceden pequeños y grandes milagros, donde menos pensamos: la sequía da lugar a un pozo de agua, la falta de asistencia aflora en un gran hospital, la incultura desaparece al levantarse escuelas, los niños abandonados son atendidos en orfanatos, las tierras estériles se convierten en terrenos fértiles. Y así, podríamos enumerar un sinfín de ejemplos y de testimonios, que nos dicen que, ciertamente el mundo cambia en algo y para alguien en un lugar concreto, cuando uno da un poco de sí mismo y de lo que tiene.

Todo ello, es posible, ni más ni menos, que gracias a esas MANOS UNIDAS que son enlazadas por la cuerda del amor y del sentido de justicia que, los que celebramos la presencia de Jesús en la Eucaristía, tenemos y debemos de mantener siempre en primera línea. Hoy, con Jesús, digamos: ¡quiero! ¡Puedo!

Javier Leoz

Pecado y enfermedad

1. – En un mundo como el nuestro, que en no pocos aspectos está tocando la raya de lo insólito y desconocido, persisten, sin embargo atavismos inexplicables. O explicables únicamente desde una inteligente dirección de las constantes anímicas del hombre. ¿Como explicarse, por ejemplo, que una cultura tecnificada, científica y aséptica, la magia, la brujería y la metapsíquica alcancen convocatorias multitudinarias, superiores a todas las registradas en las épocas más oscurantistas de la sociedad humana? Es un contraste tan obvio que merece un comentario aparte. Hoy no lo haremos.

2. – Quisiera, sin embargo, referirme a un tema magistral en el terreno de los conceptos, pero capital en su incidencia sociológica y que aparece en el pentagrama de nuestra liturgia dominical de hoy: la lepra.

La primera lectura de la liturgia de hoy, sacada del Levítico, nos describe el proceso por el que un «leproso» era declarado impuro y separado de la comunidad de Israel. El «leproso» era un marginado, un segregado de la sociedad, para todos los efectos, era un muerto en el pueblo judío. Un leproso, en términos religiosos, era un «herido por Dios». Curar a un «leproso» era lo mismo que resucitar a un muerto, como podemos ver con el caso de Naamán el sirio y el profeta Eliseo.

Este pasaje nos ayuda a tomar conciencia de la gravedad de la enfermedad de la lepra. Consecuente con la idea, parecida a la de los reencarnacionistas, de que toda enfermedad era compensación y castigo por un pecado, el enfermo debía apartarse no sólo por el dolor y la deformidad repulsiva, causados por la lepra, sino porque legalmente, religiosamente, era considerado impuro y portador de impureza. La presencia del «leproso« era contaminante.

3. – A Jesús se le acerca un «leproso» «Si quieres puedes limpiarme.» Que el leproso se acerque a Jesús es ya una violación de la Ley. Que se ponga de rodillas ante Él, cerrándole el paso, es otro signo de rebeldía. El acercarse el «leproso» a Jesús y ponerse de rodillas demuestra lo que significa creer, confiar en quien tiene delante.

Jesús conmovido, toca lo intocable. Y esto viola gravemente las disposiciones legales y queda «impuro». Por ese motivo ya no podrá entrar en los poblados. Entonces, se queda fuera, marginado y rebelde. Finalmente, el mismo «leproso» curado, no obedece la estricta prohibición de Jesús. Es como si, en tantas coincidencias, hubiera un designio de exaltar la rebeldía. Quizás en esta manera, casi primitiva, de zafarnos de los moldes que se nos quieren imponer como únicos, esté el secreto de una eficaz resistencia para el cambio.

4. En los relatos paralelos al de Marcos, Pedro, consciente de sus pecados, atemorizado, pide a Jesús que se aleje de él; aquí, en Marcos, se afirma la contrapartida: aunque tus pecados te cubran como la lepra, Jesucristo no se alejará de ti, te tocará y te curará.

Jesús cura a un «leproso», este relato de Marcos nos revela que Jesús es el Dios que da vida a los muertos, a los muertos física o espiritualmente. En la mentalidad judía de la época, la enfermedad es lo que se ve del pecado, así que una lepra era lo que se veía exteriormente de un pecado muy grave. Esa es la argumentación, por ejemplo, de los «amigos» de Job cuando éste, justo, aparece cubierto de lepra: confiesa tu pecado.

En los paralelos evangélicos a Marcos, se nos dice que esta señal, sanar leprosos, junto a la de resucitar muertos y a la de evangelizar a los pobres, se da justamente como señal para reconocer que el Mesías es Jesús.

Jesús manda al leproso curado a que se presente donde el sacerdote para que éste le extienda el equivalente a un certificado de salud, como estaba mandado para autorizar a un leproso curado la convivencia con sus conciudadanos. Es el único motivo que aparece en los evangelios por el que Jesús manda a alguien ponerse en relación con sacerdotes de su religión y, fijémonos, lo hace para que éstos hagan algo que ahora nadie opinaría que es labor sacerdotal. Si la enfermedad (toda enfermedad) era vista como posesión demoníaca, era lógico que el sacerdote interviniera para certificar la curación.

5. La unión entre pecado y enfermedad, entre enfermedad y espíritus malignos era tan lógica en la mentalidad popular judía que Jesús empieza siempre por perdonar los pecados para curar después; quitada la causa, el pecado, tenía que desaparecer el efecto: la enfermedad. Entre nuestra gente hay muchos que no han querido darse por enterados de las explicaciones científicas (la existencia de microbios, virus y bacilos, por ejemplo) y que siguen atribuyendo las enfermedades a espíritus malignos, o a castigo de Dios por los pecados.

Antonio Díaz Tortajada