Comentario – Domingo VI de Tiempo Ordinario

La consigna de san Pablo: Hacedlo todo para gloria de Dios, vale para todo cristiano y en todo tiempo. Pero la gloria de Dios no se contrapone al bien del hombre. De lo contrario, Jesús no hubiese curado al leproso, como nos recuerda el pasaje evangélico de este día. Precisamente cuando devuelve la salud a este enfermo está dando gloria a Dios. Así lo entiende también el Apóstol: Por mi parte –decía-, yo procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven. El bien de la salvación es el bien más deseable para un ser humano. No se puede desear bien mayor. Pero este bien para el hombre es gloria para Dios. San Pablo aprendió esto de Jesús: Seguid mi ejemplo como yo sigo el de Cristo.

Este ejemplar comportamiento se hace especialmente patente en su relación con los enfermos y marginados que le salieron al paso. El leproso reunía ambas condiciones: la de enfermo y la de marginado social y religioso. A la carga de su enfermedad corporal, asociada a un halo de repugnancia y de miedo al contagio, que aconsejaba el distanciamiento y el abandono en el extrarradio de la ciudad, se unía la experiencia de la marginación social y familiar y la conciencia viva de pecado, pues el que padecía semejante maldición tenía que ser necesariamente pecador. El durísimo estatuto del leproso en el ordenamiento de la ley mosaica así lo delata: Cuando a alguno –dice el Levítico- se le produzca la lepra, será llevado ante el sacerdote… y será declarado impuro.

Esta declaración le obligará a andar harapiento y despeinado, con la barba rapada y gritando: ¡impuro, impuro! Mientras le dure la lepra, vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento. ¡Cruel destino el de los leprosos de aquel tiempo! Con tales signos, un leproso era fácil de identificar y, por tanto, de rehuir. La lepra era realmente una maldición, no sólo por la enfermedad en sí, sino por todo lo que le estaba asociado. Pues bien, éste es el leproso que, transgrediendo la norma levítica que le obliga a mantenerse a distancia de los sanos, se acerca a Jesús con una súplica. Y lo hace porque su imperioso deseo de curación y la fe que le animan son más fuertes que todo tipo de impedimentos legales.

La petición del leproso es intachable: Si quieres, puedes limpiarme. En ella no se advierte ninguna exigencia, ninguna reclamación, ninguna reivindicación de justicia; sólo una súplica humilde, subordinada a la voluntad del donante: si quierespuedes. ¡Qué lejos está esta actitud de las exigencias altivas de algunas reivindicaciones sociales! Y como Jesús se deja vencer por los humildes, porque es misericordioso, quiere (¡cómo no va a querer el que encuentra su mayor complacencia en hacer el bien para la gloria de Dios!), toca al intocable (por apestado) y lo cura. Es el toque milagroso de Dios que devuelve la salud al que la ha perdido, no sabemos por qué causas, para hacernos caer en la cuenta de que Él, y sólo Él, es el dueño de la vida y que puede devolverla al que la ha perdido, lo mismo que puede darla al que no la tiene.

Jesús no sólo quiere la limpieza del leproso, sino que se complace en ella. Su voluntad para con él es una voluntad de beneplácito. Lo quiere y le otorga la salud, aunque para ello tenga que tocar al impuro, transgrediendo también él la ley del Levítico y contrayendo impureza. Pero ¿cómo va a contraer impureza el que hace puro al impuro, porque otorga la limpieza a su carne enferma? Y, una vez limpio, el leproso puede acudir ya al sacerdote para que confirme su curación y le declare puro, de modo que pueda insertarse de nuevo en la sociedad en la que antes vivía. Jesús le aconseja que siga el camino legal, que haga lo mandado. Y que guarde discreción para no generar alboroto. Pero el recién curado no puede contener su alegría y divulga el hecho con grandes ponderaciones. ¡No era para menos! Con la fama que se va forjando, Jesús no puede evitar, aunque quiera, que acudan a él de todas partes.

La escena evangélica nos invita a adoptar la actitud de Jesús para con nuestros hermanos más necesitados y la actitud del leproso para con nuestro Dios. Ambas actitudes son dignas de elogio e imitación: la compasión con el que sufre por las circunstancias que sea, y la prontitud para acogerle en su necesidad o para acudir en su socorro. Habrá que emplear la prudencia –virtud que pone medida a nuestras acciones- en nuestra actuación, pero la necesaria prudencia no debe convertirse en tapadera de nuestras cobardías, comodidades y faltas de generosidad. Y, por otro lado, la actitud del leproso ante Jesús: actitud de confianza, de súplica humilde y de gratitud por el don recibido, una actitud que brota de la conciencia de la propia indigencia y del realismo del que no se engaña creándose falsas ilusiones y expectativas intramundanas.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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II Vísperas – Domingo VI de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo

La noche entera
la pasamos queriendo
mover la piedra.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas:
nadie supo la hora
ni la manera.

Antes del día.
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto.

La fe velando,
para verte de noche
resucitando.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: 2Ts 2, 13-14

Debemos dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió como primicias para salvaros, consagrándoos con el Espíritu y dándoos fe en la verdad. Por eso os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida.
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El leproso curado empezó a divulgar las maravillas del Señor.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El leproso curado empezó a divulgar las maravillas del Señor.

PRECES

Demos gloria y honra a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que, por medio de él, se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder a favor nuestro, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate de tu pueblo, Señor.

Señor Jesús, Sol de justicia que ilumina nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche, te pedimos por todos los hombres; 
— que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz, que no conoce el ocaso.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre,
— y santifica a tu Iglesia, para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
— y que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz 
— y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, las almas de los difuntos
— y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, tú que te complaces en habitar en los rectos y sencillos de corazón, concédenos vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Compasión

No nos resulta fácil imaginar la carga de sufrimiento y de marginación que conllevaba la enfermedad de la lepra en la Palestina del siglo I. Aun sin ser excesivamente grave en algunas ocasiones –se consideraban como “lepra” diferentes tipos de afecciones de la piel–, la persona que la padecía había de cargar, no solo con el peso de la enfermedad, la vulnerabilidad y el miedo que se derivaban de ella, sino con el estigma de ser considerada “pecadora” y con la losa del rechazo, que se concretaba en una severa norma de marginación social. Todo ello hacía que el leproso fuera visto como un apestado en todas las dimensiones (física, social y religiosa).

Se comprende bien que quien padecía la lepra ansiara, por encima de todo, “quedar limpio”. Y esa es la petición con que el leproso del relato se acerca a Jesús.

El primer sentimiento de este, al verlo, es de compasión. Movido por él, viola la ley que prohibía acercarse y, mucho más, tocar al leproso. Y muestra así –en una lectura simbólica del relato– que es la compasión y no la norma la que sana a las personas.

La compasión constituye un rasgo nuclear de Jesús y uno de los ejes del evangelio. En realidad, todas las grandes tradiciones espirituales la han reconocido como el test que verifica la autenticidad del camino espiritual.

No se trata de un mero sentimiento superficial, equiparable a la lástima que se produce en nuestra sensibilidad ante el dolor. Es algo infinitamente más profundo: una conmoción interior que nos hace vibrar con la persona que sufre (com-pasión significa literalmente sufrir-con, tanto en latín: cum-passio, como en griego: sym-pátheia, término elocuente que evoca actitudes de simpatía y de empatía), ponernos en su piel, sentir-con ella, y nos moviliza a una acción eficaz de ayuda.

Para tratar de entender la empatía y la compasión, los neurocientíficos aluden a las neuronas-espejo o neuronas especulares, presentes también en el cerebro de diversas especies de animales. Sin embargo, la raíz última de la compasión se halla en la comprensión. Al comprender que el otro es no-otro de mí, se activa el movimiento que me lleva a tratarlo como desearía yo mismo ser tratado.

Es precisamente esta raíz la que hace de la compasión una actitud profunda y sabia, porque nos sitúa en nuestra verdad última, en la consciencia de unidad. No es extraño, por tanto, que la práctica de la compasión sea un camino eficaz para superar o transcender la consciencia de separatividad.

La compasión –como vemos en el relato que comento– libera a la persona de lo que creía “suciedad”, la rescata de la marginación y del aislamiento y favorece su puesta en pie y su integración.

Ahora bien, dada nuestra constitución, para que fluya fácilmente, la compasión requiere la práctica de la auto-compasión. Es prácticamente imposible vivir la compasión mientras se está instalado en el auto-reproche, la culpa o, simplemente, la indiferencia o lejanía afectiva hacia sí mismo. Se hace necesario cultivar la acogida amorosa de sí, desde la humildad, para que la acogida se expanda y abrace a todos los seres.

La comprensión de lo que somos nos conduce a escuchar la acción que nace en nuestro interior, una acción marcada por el deseo de bien para todos y por la gratuidad; una acción que nos ancla en nuestro centro, porque es de él de donde nace. Porque, paradójicamente, cuando más estamos en nuestro centro más desegocentrados vivimos.

¿Cómo es en mí la compasión?

Enrique Martínez Lozano

Rehabilitar la compasión

En tiempos de pandemia y distancia social, recuperar la compasión y la projimidad se hace imprescindible en nuestras sociedades para no dejar de ser humanos. Pero también es necesario liberarla del marco en que ha sido secuestrada y desvirtuada. El Evangelio de este domingo nos ofrece pistas para ello.

La compasión vivida al modo de Jesús nunca naturaliza la injusticia ni el sufrimiento ajeno, especialmente el de las personas más excluidas, como sucede en la situación del leproso. Nace siempre de la proximidad y la cercanía, del cuerpo a cuerpo con el otro. Es una reacción ante el sufrimiento ajeno interiorizado, que llega hasta las entrañas y el corazón propio y mueve a actuar, a ponerse en la situación de quien sufre, a acompañar ese sufrimiento e incidir en las causas para evitarlo. En consecuencia, la compasión no tiene sólo una incidencia interpersonal, sino que tiene repercusiones comunitarias y sociales. Alude siempre a una dimensión práxica. Si carece de ella se convierte en “lastima”.  La lástima es la domesticación de la compasión, se alimenta del dolor del otro para realizarse y termina por generar servilismo o dependencia. El centro es el yo y no el otro. La compasión, sin embargo, se apoya en gestos y no en discursos y su centro es siempre el otro, nunca la autosatisfacción ni la autocomplacencia.

Adentrarnos en el Evangelio de Marcos es hacerlo en un itinerario compasivo donde los relatos de sanación resultan sumamente significativos y en el que las manos, el sentido del tacto, ocupan un papel fundamental. Los verbos poner sobre, tocar, extender se repiten en ellos para significar la acción liberadora de Jesús al entrar en contacto con los cuerpos considerados malditos, impuros, “indignos de Dios” en Israel. Las manos de Jesús son fuente de conocimiento y reconocimiento. Jesús al tocar sana, libera, “empodera”. En sus relaciones y trato humanizador con los más excluidos y excluidas les confirma como imagen y semejanza del Creador. Las manos de Jesús se abren en gesto de comunión y reconciliación y la impureza queda invalidada en su poder de contagio. El tacto de Jesús les hace recuperar su identidad negada, hace de ellos criaturas nuevas. Su modo de tocar la vida y relacionarse con las personas revela la compasión y la ternura de un Dios que invita no a cumplir preceptos sino a humanizar la vida desde los últimos y últimas. De esta experiencia brota el agradecimiento y el anuncio.

En tiempos en los que el contacto humano queda o limitado a grupos burbujas con distancia social y mascarilla ¿Cómo rehabilitar la compasión y no olvidar que el autocuidado cristiano va de la mano del cuidado de los últimos y últimas?

 

Pepa Torres

Comentario – Domingo VI de Tiempo Ordinario

(Mc 1, 40-45)

Los leprosos en la época de Jesús estaban completamente relegados, excluidos de la vida social, no sólo por temor al contagio, sino porque se los consideraba impuros, de manera que quien tomaba contacto con un leproso no podía participar del cuto. Por eso se les colocaba una campanita de manera que los demás advirtieran su cercanía.

Pero Jesús supera todo prejuicio, se compadece del leproso, y hasta se atreve a tocarlo. Así el leproso no solamente se cura, sino que vuelve a experimentar la dignidad que Dios le da, una dignidad que Jesús le devuelve con su mano, diciéndole con ese toque que él sigue siendo digno de un contacto humano, de un amor generoso.

Ante la interpelación del leproso “si quieres”, Jesús responde “lo quiero”. Las palabras del leproso expresan su gran confianza, porque cree que a Jesús le basta quererlo para poder curarlo.

Sería precioso que nuestra oración cotidiana fuera también la expresión de una confianza sincera, de un convencimiento firme y humilde que nos haga capaces de estar en su presencia sabiendo que con él todo puede ser resuelto.

Las palabras de Jesús expresan la atención de su amor a la persona del leproso, su acercamiento íntimo y delicado.

Frente a este texto no podemos olvidar aquel relato sobre San Francisco de Asís, cuando él, imitando al Maestro superó su asco y regresó a besar al leproso que había encontrado en el camino.

¿No podríamos pensar que Jesús nos está invitado a reflejar su amor a través de alguna actitud semejante, acercándonos a alguna persona que nos repugna, que nos produce rechazo, a alguien que sea despreciado o ignorado por los demás?

Oración:

“Señor, te doy gracias por tu amor, que es verdadero, cercano, que no se espanta de mis miserias, que no me mira con los ojos del mundo. Te doy gracias porque para ti soy realmente importante, y ante ti puedo expresar todo lo que me inquieta. Yo también te digo, Señor, que si quieres puedes curarme”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

104. Además, la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los mártires y de los demás santos, que llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo, propone a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre y por los méritos de los mismos implora los beneficios divinos.

Lectio Divina – Domingo VI de Tiempo Ordinario

INTRODUCCIÓN

Los relatos evangélicos tienen siempre una gran carga simbólica. Quieren que nos identifiquemos con la situación que narran. En este caso, con el leproso. Todos llevamos dentro algo, mucho o poco, de lo que nos sentimos culpables. Podemos negarnos a admitirlo, escondiendo la cabeza bajo tierra, como el avestruz. O podemos reconocerlo, y acudir humildemente a Jesús, con la certeza de que «si quiere puede limpiarnos». Él tiene el poder y la compasión necesarios para cambiar nuestra vida.

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Lev. 13,1-2.44-46.       2ª Lectura: 1Cor. 10,31-11,1.

EVANGELIO

Evangelio según san Marcos (1,40-45):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

REFLEXIÓN

Marcos termina su primer capítulo programático con la curación de un leproso. Al golpeado por la lepra se le considera como a un muerto viviente (Num. 12,12).  Su curación se comparaba a la resurrección de un muerto. Notemos la situación angustiosa de un leproso: tenía que soportar una triple marginación: la física, la social, y la religiosa. Hasta ahí llega la acción de Jesús.   Le cura las tres marginaciones.

Marginación física. 

En medio de sus tremendos dolores físicos, se le apartaba y cuando pasaba gente, tenía que gritar: ¡Impuro!  (1ª lectura). Se le echaba la comida a distancia sin que nadie se acercara a limpiarle las heridas. Poco a poco, la misma enfermedad se le iba comiendo la piel y la carne.  Su vida no era vida; era una muerte continuada.

Marginación social.

         Mientras el sacerdote no le daba el certificado de que estaba curado, tenía totalmente prohibida la incorporación a la vida social. No podía tener relación con nadie. Si lo propio del ser humano es la relación, la comunicación, el aislamiento social hacía más cruel la enfermedad.

Marginación religiosa.

Todavía ésta era la más honda, la más sentida. Como se creía que la enfermedad era consecuencia del pecado, el enfermo se creía también lejos de Dios. Ni siquiera podía extender a Dios sus brazos abrasados por la enfermedad. Ni siquiera podía gritar a Dios desde lo profundo del corazón.

QUÉ HACE JESUS Y QUÉ PODEMOS HACER NOSOTROS CON LOS ENFERMOS.

 Le cura las tres marginaciones. 

A) le cura la enfermedad física porque Jesús no puede ver sufrir a la gente.  El dolor nos deshumaniza y el Señor quiere que le pongamos remedio a través de medicinas y, cuando fuera necesario, con cuidados paliativos. 

B) Le manda ir al sacerdote para que así pueda incorporarse a la vida social, pueda llevar una vida como los demás. Es cierto que nosotros no podemos quitar las enfermedades del cuerpo. Para eso están los médicos. Pero sí podemos quitar la enfermedad de la “soledad”. En nuestras Residencias hay muchos ancianitos que tienen cubiertas sus necesidades físicas: no les falta comida, ni calefacción, ni medicinas. Pero se quejan de la “soledad”. Muchos se sienten abandonados de sus amigos y familiares. En esta cruel pandemia del COVID-19 lo peor ni siquiera ha sido la muerte sino la muerte en soledad.

C) Y, sobre todo, Jesús libera a aquel leproso de la marginación más espantosa y radical: la de creerse que la enfermedad es castigo de algún pecado que ha cometido. Aquí Jesús hace un despliegue de publicidad: siente lástima, extiende su mano, le toca. Jesús no sólo le cura con la palabra, con la mirada, con el corazón compasivo, sino también con el “tacto” algo que estaba prohibido por la ley. Al sentirse tocado por Jesús percibe la inmensa ternura y cercanía de Dios, que es lo que más estaba necesitando. También nosotros podemos curar a la gente de la tentación de creerse lejos de Dios. Dios siempre está cerca, pero mucho más de aquellos que sufren. Un beso, un abrazo, una caricia a un hermano nuestro que sufre, puede hacerle mucho bien. Sólo a través de nuestro cariño puede llegar a comprender que Dios le sigue queriendo. 

PREGUNTAS

1.- ¿Siento en carne viva los sufrimientos de mis hermanos? 

2.- ¿Me gusta acompañar a mis hermanos en su amarga soledad?  ¿Cuánto tiempo dedico a esta bonita tarea?

3.- ¿He desterrado para siempre la idea de considerar el sufrimiento como un castigo de Dios?

Este evangelio, en verso, suena así:

La Ley mandaba al “leproso”
vivir fuera del poblado,
gritando: ¡Impuro!, vagando
harapiento y despeinado.
Sus paisanos lo trataban
con absoluto “rechazo”.
Creían que era la lepra
“castigo” de sus pecados.
A Jesús le repugnaba
que, en el nombre del Dios Santo
los sacerdotes dejaran
al leproso “en descampado”.
Por eso, sintiendo “lástima”,
Jesús “extendió su mano”.
Tocó al leproso y le dijo:
“quiero, queda limpio y sano”
Para nuestro Padre Dios
no existen “buenos ni malos”.
Somos sus “hijos” queridos
y todos somos “hermanos”.
Jesús quiere que tengamos
un corazón “solidario”,
pues sigue habiendo leprosos
y viven a nuestro lado.
Señor, que seamos casa,
mirada, palabra, abrazo,
mesa de pan y de vino
para todos “marginados”.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

La relación profundamente humana de Jesús liberaba

Seguimos en el primer capítulo de Marcos. Después de un enunciado general, que resume su habitual manera de actuar, (fue predicando por las sinagogas y expulsando demonios), nos narra la curación de un leproso. El leproso no tiene nombre. Tampoco se habla de tiempo y lugar determinados. Se trata de una generalización de la manera de actuar de Jesús con los oprimidos. Se advierte una falta total de lógica narrativa. Apenas ha pasado un día de la predicación de Jesús y ya le conocen hasta los leprosos que vivían en total aislamiento.

La primera lectura es suficientemente expresiva. La lepra era el motivo más radical de marginación. Lo que se entendía por lepra en la antigüedad no coincide con lo que es hoy esa enfermedad concreta. Más bien se llamaba lepra a toda enfermedad de la piel que se presentara con un aspecto más o menos repugnante. Tanto la lepra como las normas sobre la enfermedad no son originales del judaísmo. Esas normas nos parecen hoy inhumanas, pero no tenía otra manera de defenderse de una enfermedad que podía causar estragos.

Se acercó, suplicándole: Si quieres puedes limpiarme. Esta actitud indica a la vez valentía, porque se atreve a trasgredir la Ley, pero también el temor a ser rechazado, precisamente por eso. Se puede descubrir una complicidad entre el leproso y Jesús. Los dos van más allá de la Ley. La liberación solo es posible a través de una relación profundamente humana. Si no salimos de la trampa de un poder divino para hacer milagros, nunca entenderemos el verdadero mensaje del evangelio. Jesús libera, humaniza porque trata humanamente a los demás. De ese modo les devuelve la capacidad de ser humanos.

Sintiendo lástima. La devaluación del significado de la palabra “amor” nos obliga a buscar un concepto más adecuado para expresar esa realidad. En el NT, ‘compasivo’ se dice solo de Dios y de Jesús. La acción de Dios manifestada a través de los sentimientos humanos. La compasión era ya una de las cualidades de Dios en el AT. Jesús la hace suya en toda su trayectoria. Es una demostración de que para llegar a lo divino no hay que destruir lo humano. La compasión es la forma más humana de manifestar el amor.

Le tocó. El significado del verbo griego aptw no es en primer lugar tocar, sino sujetar, atar, enlazar. Este significado nos acerca más a la manera de actuar de Jesús. Quiere decir que no solo le tocó un instante, sino que mantuvo esa postura durante un tiempo. Había que traducirlo por ‘le dio un apretón de manos’ o le abrazó. Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir de la lepra, podemos comprender el profundo significado del gesto, suficiente, por sí mismo, para hacer patente la actitud vital de Jesús. No solo está por encima de la Ley, sino que asume el riesgo de contraer la lepra.

Quiero… La simplicidad del diálogo esconde una riqueza de significados: Confianza total del leproso, y respuesta que no defrauda. No le pide que le cure, sino que le limpie. Por tres veces se repite el verbo kadarizw limpiar, verbo que significa también liberar. Nos está lanzando más allá de una simple curación. No solo desaparece la enfermedad, sino que le restituye en su plena condición humana: Le devuelve su condición social, y su integración religiosa. Vuelve a sentir la amistad de Dios, que era el valor supremo para todo buen judío.

Lo echó fuera… y cuando salió… La segunda parte del relato es de una gran importancia. Se supone que estaban en un lugar apartado del pueblo, sin embargo, el texto griego dice literalmente: lo expulsó fuera, y del leproso dice: cuando salió. Una vez más nos está empujando a una comprensión espiritual. Jesús no quiere que continúe junto a él y lo despide inmediatamente; eso sí, con el encargo de no contarlo y de presentarse ante el sacerdote. Una vez más, manifiesta Marcos el peligro de que las acciones de Jesús en favor del marginado fueran mal interpretadas.

¡Qué curioso! Jesús acaba de saltarse la Ley a la torera, pero exige al leproso que cumpla lo mandado por Moisés. Hay que estar muy atento para descubrir el significado. Jesús no está nunca contra la Ley, sino contra las injusticias y tropelías que se cometían en nombre de la Ley. Él mismo tuvo que defenderse: “no he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud”. Jesús se salta la Ley cuando le impide estar a favor del hombre. Presentarse al sacerdote era el único modo que tenía el leproso de recuperar su estatus social.

El evangelio nos dice que las consecuencias de la proclamación del hecho fueron nefastas para Jesús. Si había tocado a un leproso, él mismo se había convertido en apestado. Y no podía ya entrar abiertamente en ningún pueblo. Las consecuencias de la divulgación del hecho podían también ser nefastas para el leproso. Era el sacerdote el único que podía declarar puro al contagiado. Los sacerdotes podían ponerle dificultades si tenían conocimiento de cómo se había producido la curación.  

La lepra producía exclusión porque la sociedad era incapaz de protegerse de ella por otros medios. Hoy la sociedad sigue creando marginación por la misma razón, no encuentra los cauces adecuados para superar los peligros que algunas conductas sociales suponen para los instalados. No somos todavía capaces de hacer frente a esos peligros con actitudes humanas. A veces se toman medidas para aliviar la situación de los marginados, pero teniendo mucho cuidado de no cambiar la situación que supondría perder privilegios.

Jesús se pone al servicio del hombre sin condiciones. Lo que tenemos que hacer es servir a los demás como hace Jesús. Dios no tiene nada que ver con la injusticia, ni siquiera cuando está amparada por la ley humana o divina. Jesús se salta a la torera la Ley, tocando al leproso. Ninguna ley humana, sea religiosa, sea civil, puede tener valor absoluto. Lo único absoluto es el bien del hombre. Pero para la mayoría de los cristianos sigue siendo más importante el cumplimiento de la ley, que el acercamiento al marginado.

No creo que haya uno solo de nosotros que no se haya sentido leproso y excluido por Dios. El pecado es la lepra del espíritu, que es mucho más dañina que la del cuerpo. Es un contrasentido que, en nombre de Dios, nos hayan separado de Dios. El evangelio de Jesús es sobre todo buena noticia. El Dios de Jesús es Padre porque es Ágape. De Él, nadie se tiene que sentir apartado. La experiencia de ser aceptado por Dios es el primer paso para no excluir a los demás. Pero si partimos de la idea de un Dios que excluye, encontraremos mil razones para excluir en su nombre. Es lo que hoy seguimos haciendo.

Seguimos aferrados a la idea de que la impureza se contagia, pero el evangelio nos está diciendo que la pureza, el amor, la libertad, la salud, la alegría de vivir, también pueden contagiarse. Este paso tendríamos que dar si de verdad somos cristianos. Seguimos justificando demasiados casos de marginación bajo pretexto de permanecer puros. ¡Cuántas leyes deberíamos saltarnos hoy para ayudar a todos los marginados a reintegrarse en la sociedad y permitirles volver a sentirse seres humanos! Tratar a todos con humanidad sería el primer paso para integrarlos en una sociedad más justa.

Meditación

Si quieres puedes descubrir que estás limpio.
Estás capacitado para el don de ti mismo.
El otro hace saltar en ti la chispa de lo eterno.
Solo el otro puede completar tu absoluto.
Supera tu egoísmo
y encontrarás la esencia de lo humano.

Fray Marcos

Poder y compasión

Tras la curación de la suegra de Pedro y a otros muchos enfermos, Marcos cuenta el primer gran milagro de Jesús: la curación de un leproso. El texto sólo se comprende a fondo teniendo en cuenta los casos parecidos, y muy distintos, de Moisés y Eliseo.

La lepra en el antiguo Israel: diagnóstico y exclusión

«La lepra, en el sentido moderno, no fue definida hasta el año 1872 por el médico noruego A. Hansen. En tiempos antiguos se aplicaba la palabra «lepra» a otras enfermedades, por ejemplo, a enferme­dades psicógenas de la piel» (J. Jeremias, Teología del AT, 115, nota 36).

En Levítico 13 se tratan las diversas enfermedades de la piel: inflama­ciones, erupciones, manchas, afección cutánea, úlcera, quemadu­ras, afecciones en la cabeza o la barba (sarna), leucodermia, alopecia. Se examinan los diversos casos, y el sacerdote decidirá si la persona es pura o impura (caso curable o incurable). De ese capítulo está tomado el breve fragmento de la primera lectura de este domingo.

Dos casos de lepra: impotencia de Moisés, poder sin compasión de Eliseo

El milagro de curar a un leproso sólo se cuenta en el AT de Moisés (Números 12,10ss) y de Eliseo (2 Reyes 5). Es interesante recordar estos relatos para compararlos con el de Marcos.

Impotencia de Moisés

María y Aarón murmuran de Moisés, no se sabe exactamente por qué motivo. En cualquier hipótesis, Dios castiga a María (no a Aarón, cosa que indigna a las feministas, con razón). «Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida como nieve». Aarón se da cuenta e intercede por ella ante Moisés. Pero Moisés no puede curarla. Sólo puede pedirle a Dios: «Por favor, cúrala». El Señor accede, con la condición de que permanezca siete días fuera del campamento (Números 12).

El poder sin compasión de Eliseo

El caso de Eliseo es más entretenido y dramático (2 Reyes 5). Naamán, un alto dignatario sirio, contrae la lepra, y una esclava israelita le aconseja que vaya a visitar al profeta Eliseo. Naamán realiza el viaje, esperando que Eliseo salga a su encuentro, toque la parte enferma y lo cure. Pero Eliseo no se molesta en salir a saludarlo. Le envía un criado con la orden de lavarse siete veces en el Jordán. Naamán se indigna, pero sus criados lo convencen: obedece al profeta y se cura. A diferencia de Moisés, Eliseo puede curar, aunque sea con una receta mágica, pero no muestra la menor compasión por el enfermo.

Jesús: poder y compasión (Mc 1,40-45)

El relato de Marcos consta de seis elementos: petición del leproso; reacción de Jesús; resultado; advertencia; reacción del curado; consecuencias.

Petición del leproso. Tres detalles son importantes en la actitud del leproso: 1) no se atiene a la ley que le prohíbe acercarse a otras personas; 2) se arrodilla ante Jesús, en señal de profundo respeto; 3) confía plenamente en su poder; todo depende de que le parezca bien, no de que pueda.

Reacción de Jesús. Podía haber respondido a la petición del leproso con las simples palabras: «Quiero, queda limpio». Con ello, a diferencia de Moisés y de Eliseo, habría demostrado su poder: no necesita pedir la inter­vención de Dios, ni recurrir a remedios casi mágicos. Sin embargo, antes de demostrar su poder muestra su compasión. Marcos habla de lo que siente («compadecido») y de lo que hace («extendió la mano y lo tocó»). Es lo que esperaba el sirio Naamán que hiciera Eliseo: tocar su parte enferma. Quien tocaba a un leproso quedaba impuro; pero a Jesús no le preocupa este tipo de impureza.

Advertencia. Aparentemente, Jesús da dos órdenes al recién curado: 1) que no se lo diga a nadie; 2) que se presente al sacerdote. La primera (no decirlo a nadie) resulta extraña, porque Jesús no pretende pasar desapercibido. Es probable que las dos órdenes estén relacionadas entre sí, formando una sola: «no te entre­tengas en decírselo a nadie, sino ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés». ¿Qué había ordenado Moisés? Según el Levítico, el curado debe ofrecer: dos aves puras (se suponen tórtolas o pichones), dos corderos sin defecto, una cordera añal sin defecto, doce litros de flor de harina amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite. Con todo ello el sacerdote realiza un complejo ritual que dura ocho días. Además, el curado deberá afeitarse completamente el primer día y raparse de nuevo el octavo.

Las palabras finales de Jesús parecen tener un tinte polémico: «para que les conste». Se pasa del singular (el sacerdote) al plural (les conste), como si Jesús pensase en todos sus adversa­rios que no lo aceptan.

Reacción del curado. No obedece a ninguna de las dos órdenes de Jesús. Ni se calla ni acude al sacerdote. Según la traducción litúrgica, «empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho». El texto griego resulta más ambiguo. Se podría traducir también: «Empezó a predicar mucho y a divulgar la palabra». Como si el leproso curado, en vez de atenerse a lo mandado por Moisés prefiriese convertirse en un misionero cristiano. Aunque esta propuesta resulte sugerente, no encaja bien con lo que sigue.

Consecuencias. Jesús no puede entrar abiertamente en ningún pueblo. Debe permanecer en descampado, y aun así acuden a él. ¿Por qué esta reacción suya? Sabiendo lo que cuenta Marcos más tarde, la respuesta sería: para no verse agobiado por la multitud de gente que acude a él.

Una lectura simbólica: el leproso es cada uno de nosotros

Los relatos evangélicos tienen siempre una gran carga simbólica. Quieren que nos identifiquemos con la situación que narran. En este caso, con el leproso. Todos llevamos dentro algo, mucho o poco, de lo que nos sentimos culpables. Podemos negarlo, escondiendo la cabeza bajo tierra, como el avestruz. O podemos reconocerlo, y acudir humildemente a Jesús, con la certeza de que «si quieres, puedes limpiarme». Él tiene el poder y la compasión necesarios para cambiar nuestra vida.

José Luis Sicre

¿Será que no quiere?

En poblaciones con un alto índice de contagio por coronavirus, una de las medidas es el cierre perimetral: nadie puede entrar o salir sin causa justificada. También cuando una persona da positivo en coronavirus, o ha estado en contacto estrecho con alguien infectado, o simplemente presenta síntomas propios del coronavirus, si no requiere hospitalización, una de las primeras medidas es el confinamiento domiciliario, para que no contagie a otras personas. Para evitar el contacto, normalmente se le deja la comida, la ropa, etc., en la puerta de su habitación o domicilio y luego esta persona lo recoge. Quienes han vivido esta situación sufren además porque sienten que las horas y los días se hacen eternos y echan en falta salir y relacionarse con seres queridos.

Resulta inevitable la comparación entre esta situación y la que vivían antiguamente los enfermos de lepra, como hemos escuchado en la 1ª lectura. Era una enfermedad contagiosa, no había tratamiento y, por tanto, había que aislar a los leprosos para proteger al resto de la población: Mientras le dure la lepra, seguirá impuro; vivirá solo, algo similar a quienes hoy deben ser confinados. Y además tendrá su morada fuera del campamento; así se establecieron las leproserías, zonas o lugares donde se recluía a los leprosos, de modo similar a los actuales cierres perimetrales.

Podemos imaginarnos el enorme sufrimiento físico y moral de los enfermos, que se veían marginados y rechazados sin saber cuánto iba a durar su situación puesto que, al no haber tratamiento, era raro que la enfermedad se curase de forma natural y sólo cabía esperar un milagro.

Y precisamente en el evangelio hemos escuchado el milagro de la curación de un leproso, que se acercó a Jesús suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio”. También resulta inevitable comparar esta escena con tantas personas creyentes que están contagiadas y hacen al Señor esa misma súplica: “Si quieres, puedes curarme…” Y lo mismo con tantos creyentes que, ante la situación mundial, dicen al Señor: “Si quieres, puedes hacer que esto pase…”

Pero como no se ve el final de la pandemia, también inevitablemente surgen preguntas: “¿Es que el Señor no siente lástima ante tanto sufrimiento? ¿Será que no quiere curarnos?” Unas preguntas humanamente muy lógicas, pero cuya respuesta va más allá de nuestra lógica y nos invitan a entrar en el misterio de Dios manifestado en Jesús. Como escuchábamos el domingo pasado, le llevaron los todos enfermos, pero Él curó a muchos, no a todos, porque las curaciones y otros milagros que Jesús realizó fueron para manifestar que Dios estaba presente en Él, que el Reino de Dios había llegado. Por eso Jesús pide al leproso: No se lo digas a nadie… porque no quiere aparecer como un “milagrero” y que la gente acuda a Él buscando sólo el bienestar físico sin buscar el bien del alma ni el Reino de Dios.

No es que Jesús “no quiera” hacer hoy el milagro. Es que, hoy también, lo que quiere es que creamos en Él y descubramos el verdadero rostro de Dios que, más allá de nuestra lógica y de nuestras expectativas, no elimina la cruz sino que pasa por ella para vencerla, solidarizándose con nuestra situación de dolor y sufrimiento para sanar también nuestra alma.

Por eso, antes de curar al leproso, Jesús hizo un gesto clave: extendió la mano y lo tocó, algo impensable, contrario a la Ley, pero está manifestando la cercanía de Dios ante quienes por cualquier causa están marginados, descartados. Y hoy sigue “tocando” de muchas formas y a través de muchas personas a quienes por cualquier causa sufren en su cuerpo o en su espíritu.

Muchas personas, entonces y hoy, acuden a Jesús buscando sólo salir de su situación de necesidad, pero no tienen interés ni en su Evangelio ni en el Reino. Otras personas sí que buscan su Reino, pero sufren el aparente silencio de Dios ante su oración y se preguntan: “¿Será que no quiere?”

A veces parece que Dios no nos escucha, pero su silencio es también una respuesta. Por eso, sea cual sea nuestra situación, la Palabra de Dios hoy nos recuerda que no es que el Señor “no quiera” nuestra curación, sino que hoy como entonces nos invita a descubrir los signos de su cercanía, para que creamos en Él y le sigamos, también cuando sufrimos cualquier forma de cruz.