En poblaciones con un alto índice de contagio por coronavirus, una de las medidas es el cierre perimetral: nadie puede entrar o salir sin causa justificada. También cuando una persona da positivo en coronavirus, o ha estado en contacto estrecho con alguien infectado, o simplemente presenta síntomas propios del coronavirus, si no requiere hospitalización, una de las primeras medidas es el confinamiento domiciliario, para que no contagie a otras personas. Para evitar el contacto, normalmente se le deja la comida, la ropa, etc., en la puerta de su habitación o domicilio y luego esta persona lo recoge. Quienes han vivido esta situación sufren además porque sienten que las horas y los días se hacen eternos y echan en falta salir y relacionarse con seres queridos.
Resulta inevitable la comparación entre esta situación y la que vivían antiguamente los enfermos de lepra, como hemos escuchado en la 1ª lectura. Era una enfermedad contagiosa, no había tratamiento y, por tanto, había que aislar a los leprosos para proteger al resto de la población: Mientras le dure la lepra, seguirá impuro; vivirá solo, algo similar a quienes hoy deben ser confinados. Y además tendrá su morada fuera del campamento; así se establecieron las leproserías, zonas o lugares donde se recluía a los leprosos, de modo similar a los actuales cierres perimetrales.
Podemos imaginarnos el enorme sufrimiento físico y moral de los enfermos, que se veían marginados y rechazados sin saber cuánto iba a durar su situación puesto que, al no haber tratamiento, era raro que la enfermedad se curase de forma natural y sólo cabía esperar un milagro.
Y precisamente en el evangelio hemos escuchado el milagro de la curación de un leproso, que se acercó a Jesús suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio”. También resulta inevitable comparar esta escena con tantas personas creyentes que están contagiadas y hacen al Señor esa misma súplica: “Si quieres, puedes curarme…” Y lo mismo con tantos creyentes que, ante la situación mundial, dicen al Señor: “Si quieres, puedes hacer que esto pase…”
Pero como no se ve el final de la pandemia, también inevitablemente surgen preguntas: “¿Es que el Señor no siente lástima ante tanto sufrimiento? ¿Será que no quiere curarnos?” Unas preguntas humanamente muy lógicas, pero cuya respuesta va más allá de nuestra lógica y nos invitan a entrar en el misterio de Dios manifestado en Jesús. Como escuchábamos el domingo pasado, le llevaron los todos enfermos, pero Él curó a muchos, no a todos, porque las curaciones y otros milagros que Jesús realizó fueron para manifestar que Dios estaba presente en Él, que el Reino de Dios había llegado. Por eso Jesús pide al leproso: No se lo digas a nadie… porque no quiere aparecer como un “milagrero” y que la gente acuda a Él buscando sólo el bienestar físico sin buscar el bien del alma ni el Reino de Dios.
No es que Jesús “no quiera” hacer hoy el milagro. Es que, hoy también, lo que quiere es que creamos en Él y descubramos el verdadero rostro de Dios que, más allá de nuestra lógica y de nuestras expectativas, no elimina la cruz sino que pasa por ella para vencerla, solidarizándose con nuestra situación de dolor y sufrimiento para sanar también nuestra alma.
Por eso, antes de curar al leproso, Jesús hizo un gesto clave: extendió la mano y lo tocó, algo impensable, contrario a la Ley, pero está manifestando la cercanía de Dios ante quienes por cualquier causa están marginados, descartados. Y hoy sigue “tocando” de muchas formas y a través de muchas personas a quienes por cualquier causa sufren en su cuerpo o en su espíritu.
Muchas personas, entonces y hoy, acuden a Jesús buscando sólo salir de su situación de necesidad, pero no tienen interés ni en su Evangelio ni en el Reino. Otras personas sí que buscan su Reino, pero sufren el aparente silencio de Dios ante su oración y se preguntan: “¿Será que no quiere?”
A veces parece que Dios no nos escucha, pero su silencio es también una respuesta. Por eso, sea cual sea nuestra situación, la Palabra de Dios hoy nos recuerda que no es que el Señor “no quiera” nuestra curación, sino que hoy como entonces nos invita a descubrir los signos de su cercanía, para que creamos en Él y le sigamos, también cuando sufrimos cualquier forma de cruz.