Comentario – Miércoles de Ceniza

(Mt 6, 1-6. 16-18)

El texto da por supuesta la validez de esta triple práctica de la limosna, el ayuno y la oración, y no niega su valor; pero invita a purificar la intención con que se realizan estas prácticas. Hechas con el deseo de ser bien vistos por la sociedad no tienen valor a los ojos de Dios, y la única paga que merecen es el vano reconocimiento social, la alabanza del mundo.

A esta renuncia a la apariencia el texto le atribuye un valor peculiar, y es esa renuncia lo que hace que se prometa una recompensa divina a la limosna, la oración y el ayuno. La insistencia de este texto nos indica que la actitud de querer complacer a los demás es muy fuerte y muy difícil de desarraigar. De hecho, muchas de las tristezas, insatisfacciones y angustias de la vida del hombre provienen de estar pendientes de las miradas ajenas, de necesitar ser aceptados y reconocidos, de no recibir de los demás la atención que necesitamos. Por eso, la propuesta que nos hace el evangelio de hacer algunas cosas sólo para ofrecerlas ante la mirada de Dios, es un llamado a la liberación.

En el caso de la limosna, el pedido de que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha es una invitación a la gratuidad total, a hacer el bien porque sí, sin detenerse siquiera en la autocomplacencia.

En el caso del ayuno invita incluso a hacer todo lo posible por disimularlo, perfumando la cabeza, de manera que se ofrezca una imagen de bienestar y no de privación, para que los demás no nos elogien por nuestro sacrificio. Esto implica una completa renuncia a la apariencia, de manera que la renuncia a la vanidad da al ayuno su auténtico valor.

Y en el caso de la oración invita a ofrecer un espacio exclusivo para Dios, que pierde completamente su sentido si se lo busca para ser bien visto. Tiene que haber una oración donde sólo cuente Dios, donde sea su presencia la que inunde todo, sanando así toda necesidad de ser reconocidos, mimados, tenidos en cuenta. En esta oración liberadora sucede lo que decía Thomas Merton: “Cuando estoy a solas, dejo de ser un solitario”.

Oración:

“Señor, dame la gracia de renunciar al cuidado de la imagen, a la preocupación por la apariencia, y concédeme que pueda hacer obras buenas sólo para ti; purifícame de la vanidad y libérame de desgastar mis energías pensando en la mirada de los demás”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día