Vísperas – La Cátedra de San Pedro

VÍSPERAS

LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Tu barca de pescador,
que llegó de Roma al puerto,
va siguiendo el rumbo cierto
que le trazara el Señor.
La va llevando el amor
siempre a nuevas singladuras.
En las borrascas oscuras,
para que a Cristo sea fiel,
Simón Pedro, el timonel,
vela desde las alturas.

Si toda la Iglesia oraba
por ti, ahora tú por ella,
que eres su roca y su estrella.
Cuando se tambaleaba
tu fe, sobre el mar, te daba
Cristo fuerza con sus manos.
Boga mar adentro, y danos
—a la Iglesia, que te implora—
tu presencia guiadora
y confirma a tus hermanos.

Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. «Pedro, ¿me quieres?» «Señor, tú sabes que te quiero». «Apacienta mis ovejas».

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. «Pedro, ¿me quieres?» «Señor, tú sabes que te quiero». «Apacienta mis ovejas».

SALMO 125

Ant. Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, y la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
´»el Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, y la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.

CÁNTICO de EFESIOS

Ant. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

LECTURA: 1P 1, 3-5

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

R/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.
V/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.

R/ Sus maravillas a todas las naciones.
V/ La gloria del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Contad a los pueblos la gloria del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Tú eres el pastor de las ovejas, príncipe de los apóstoles; te han sido entregadas las llaves del reino de los cielos.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tú eres el pastor de las ovejas, príncipe de los apóstoles; te han sido entregadas las llaves del reino de los cielos.

PRECES

Hermanos, edificados sobre el cimiento de los apóstoles, oremos al Padre por su pueblo santo, diciendo:

            Acuérdate, Señor, de tu Iglesia.

Padre santo, que quisiste que tu Hijo, resucitado de entre los muertos, se manifestara en primer lugar a los apóstoles,
— haz que también nosotros seamos testigos de Cristo hasta los confines del mundo.

Padre santo, que enviaste a tu Hijo al mundo para dar la Buena Noticia a los pobres,
— haz que el evangelio sea proclamado a toda la creación.

Tú que enviaste a tu Hijo a sembrar la semilla de la palabra,
— danos también a nosotros sembrar tu semilla con nuestro trabajo, para que, alegres, demos fruto con nuestra perseverancia.

Tú que enviaste a tu Hijo para que reconciliara el mundo contigo,
— haz que también nosotros cooperemos a la reconciliación de los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que has sentado a tu Hijo a tu derecha, en el cielo,
— admite a los difuntos en tu reino de felicidad.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, no permitas que seamos perturbados por ningún peligro, tú que nos has afianzado sobre la roca de la fe apostólica. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes I de Cuaresma

1.- Introducción.

Hoy, Señor, vengo a la oración con un poco de miedo. Miedo a que me preguntes: Y tú ¿quién dices que soy yo? Yo no puedo darte una respuesta fingida, ni teórica, ni escapista. Dame valor para sondearme a mí mismo y descubrir lo que hay en mi corazón de trigo o de paja. Quiero vivir con sinceridad ante Ti.

2.- Lectura reposada del evangelio.

Del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-19

Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión

A Jesús no le importa demasiado la opinión que de  Él tenga la gente de fuera. Pero sí le interesa la opinión de los suyos, los que estamos cerca, los que escuchamos su Palabra cada día, los que nos acercamos a la Mesa Eucarística. No escamoteemos la respuesta. No sirven respuestas teóricas, aprendidas en libros o sermones. Jesús nos pregunta hoy a ti y a mí: ¿Qué significo yo en tu vida? ¿En qué ha cambiado tu vida desde que me conoces? ¿Soy para ti una fuente de alegría, de paz,  de autenticidad, de servicio desinteresado hacia los hermanos? ¿Vivirías igual si no me hubieras conocido? Jesús le hace a Pedro la promesa de entregarle la Iglesia. Jesús conocía bien a Pedro: su sinceridad, su entrega, también su confianza en sí mismo: “Aunque todos te abandonen, yo no”.  Pedro cae tres veces en la pasión. Al resucitar, Jesús no le quita nada de lo que le ha prometido. Será el primer Papa. Pero antes quiere que cure su altanería y sea humilde. Y, sobre todo, quiere que las tres negaciones sean superadas por las tres afirmaciones de amor. “Tú, sabes todo, Tú sabes que te amo”. Cristo no quiere que recordemos los pecados para humillarnos, para que sintamos complejos de culpabilidad, para que siempre vayamos con la cabeza baja. Quiere que el recuerdo de nuestros pecados perdonados por la misericordia de Dios nos lleve a un amor entrañable, lleno de gratitud.  

Palabra del Papa

“Pedro responde: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Acto seguido, Jesús pronuncia la declaración solemne que define, de una vez por todas, el papel de Pedro en la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (…). A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Las tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras: Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar…; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo. Siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro. Así queda descrito con imágenes muy plásticas lo que la reflexión sucesiva calificará con el término: «primado de jurisdicción». Benedicto XVI, 7 de junio de 2006.

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra de Dios ya meditada. (Guardo silencio)

5.-Propósito: Haré una oración especial por el Papa Francisco, pidiendo a Dios que le dé fuerzas para llevar adelante la renovación de la Iglesia.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, Tú has querido fundar tu Iglesia sobre la roca firme del amor. Haz que todos sepamos responder a las llamadas del Papa Francisco que nos pide una Iglesia acogedora, amiga de los pobres, sencilla, cercana a los problemas de la gente, con unos pastores que te amen a Ti y amen también al pueblo que se les ha encomendado. Ojalá que esta reforma del Papa sea bien recibida por todos.


ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo

Subir al monte y ampliar la mirada

La pequeña Mafalda decía que la vida es linda, lo malo que muchos confunden linda con fácil. La vida implica felicidad y esfuerzo. No podemos potenciar solamente una de las dos dimensiones. El relato de la Transfiguración, que hoy nos regala la liturgia cuaresmal, nos ayuda a comprender que el camino de la cruz también será el camino de la resurrección. Será la experiencia de salir de lo falso hacia lo verdadero. Dios actúa en nuestra historia abriendo el cielo sobre lo cotidiano de la vida. Es un momento luminoso en este viaje de la fe hay que saber descubrir y disfrutar. Por eso necesitamos una nueva forma de mirar la realidad. Para ayudar a tener esta mirada Jesús emprende con los discípulos el camino al monte. Es necesario subir, dejar lo llano, lo seguro, lo conocido e ir hacia arriba. Toda subida implica esfuerzo, pero al mismo tiempo nos posibilita tener una mejor visibilidad y ser más libres.

La experiencia que comparten los discípulos les descubre algo oculto e inaccesible. Es un momento de intimidad. La luz de Dios los envuelve. Esa misma luz les abrirá los ojos para reconocer a Jesús resucitado.

En la Transfiguración aparecen junto a Jesús Moisés y Elías. La experiencia de la Transfiguración es tiempo de dialogo y escucha, de calidad en las relaciones. Jesús es el Hijo amado, en que llegan a su cumplimiento las esperanzas expresadas en la alianza y la ley. Es contemplación de la identidad profunda de Jesús.

Necesitamos momentos como este: Jesús es la verdadera Luz que trasforma e ilumina la vida. Luz que ilumine la oscuridad que a veces parece envolver la realidad cotidiana.

Cuaresma puede ser entonces un tiempo oportuno de hacer juntos un camino nuevo que nos ayude a ser más libres para amar, servir y entregar la vida como Jesús lo hizo, para destruir el egoísmo y la indiferencia. Como nos recordaba el Papa Francisco: “La vida subsiste donde hay vinculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad.” (Fratelli tutti 87).

Fray Edgardo César Quintana O.P.

Comentario – Lunes I de Cuaresma

(Mt 25, 31-46)

Nuestras acciones no quedan ocultas en la oscuridad, nuestras opciones no son intrascendentes; todo es importante ante la mirada de Dios, que rechaza nuestro egoísmo y quiere premiar toda obra de generosidad que podamos hacer. Esto aparece reflejado con suma claridad en el relato sobre el juicio final, donde las únicas preguntas que se mencionan son aquellas que tienen que ver con lo que hicimos o dejamos de hacer por los demás.

Y en estas acciones no se requiere que las hagamos pensando en el Señor, sino simplemente que las hagamos con el deseo sincero de hacer el bien. Los que son elogiados por sus obras de misericordia se asombran por ese elogio, porque ellos no las hicieron con una intención religiosa, sino que esas obras brotaron espontáneamente de su corazón generoso, y no las habían hecho descubriendo a Cristo en los demás. Advirtamos que cuando Jesús felicitó a los buenos porque le habían dado de comer, ellos preguntaron “¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer?” Esto significa que ellos no hacían las obras buenas pensando que lo hacían por el Señor. Tampoco las hacían por obligación. Simplemente las hacían porque su corazón bueno, viendo a un hermano necesitado, no podía dejar de ayudarlo.

Un corazón transformado por el Señor hace espontáneamente el bien, cumple sin que se lo pidan lo que sugería San Pablo: “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas” (Gál 6, 2). Por eso, si tenemos que motivarnos o esforzarnos demasiado para lograr hacer una obra buena, preguntémonos si no tenemos que rogar al Señor cada día que cambie, que transforme nuestro corazón egoísta y cómodo con su gracia divina; porque no hay verdadera fe sin misericordia.

Oración:

“Señor, que cuando llegue a ti me vas a preguntar por el amor, dame la gracia de reaccionar con amor y generosidad ante las necesidades ajenas; abre mi corazón a los demás y no permitas que sea insensible ante sus angustias”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

CAPÍTULO VI 

LA MÚSICA SAGRADA 

Dignidad de la música sagrada

112. La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la Liturgia solemne.

En efecto, el canto sagrado ha sido ensalzado tanto por la Sagrada Escritura, como por los Santos Padres, los Romanos Pontífices, los cuales, en los últimos tiempos, empezando por San Pío X, han expuesto con mayor precisión la función ministerial de la música sacra en el servicio divino.

La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo la mayor solemnidad los ritos sagrados. Además, la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico que estén adornadas de las debidas cualidades.

Por tanto, el sacrosanto Concilio, manteniendo las normas y preceptos de la tradición y disciplinas eclesiásticas y atendiendo a la finalidad de la música sacra, que es gloria de Dios y la santificación de los fieles, establece lo siguiente:

Homilía – Domingo II de Cuaresma

1

El domingo de la transfiguración

En este segundo domingo de Cuaresma escuchamos cada año la escena de la transfiguración de Jesús antes sus discípulos, este año según Marcos. Esta escena aparece como muy importante en el evangelio: es la revelación solemne de Jesús como Hijo, como predilecto, como Maestro.

Nada más dar inicio en la Cuaresma al camino de la cruz, ya se nos propone el destino último de este camino: la gloria suya y nuestra. Después de haber leído el domingo pasado la lucha contra las tentaciones y el mal, hoy se nos asegura que el proceso termina con la victoria y la glorificación de Cristo, y que también a nosotros la lucha contra el mal nos conduce a la vida.

En nuestro camino cuaresmal, no nos olvidamos de pedir a Dios que esta Eucaristía «nos prepare a celebrar dignamente las fiestas pascuales».

 

Génesis 22, 1-2.9-13.15-18 El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe

De las etapas más importantes de la Historia de la Salvación en el AT, que leemos como primeras lecturas en los domingos de Cuaresma, llegamos hoy a la figura de Abrahán. El domingo pasado era Noé, cabeza de una nueva humanidad después del diluvio. Esta vez es Abrahán, con el que Dios dio inicio al Pueblo elegido: es el modelo de fe para los creyentes de todos los tiempos.

De este patriarca leemos el punto culminante de su historia, cuando Dios le pide que sacrifique a su hijo Isaac, el «hijo de la promesa». Abrahán obedece, a pesar de que esta propuesta parece ir en contra del plan salvador que se le había anunciado.

El ángel no le permite ejecutar el sacrificio, y le dice de parte de Dios que por este acto de fe será bendecido, y que en él todos los pueblos encontrarán también la bendición. La orden de Dios fue una «prueba», como dice el texto: «Dios puso a prueba a Abrahán». Una prueba ciertamente dramática, que mostró la fe y la obediencia de aquel recio creyente.

El salmo hace eco al episodio. Por parte de Abrahán hay una actitud de obediencia: «te ofreceré un sacrificio de alabanza… cumpliré al Señor mis votos». Por parte de Dios, su voluntad de que triunfe la vida y no la muerte: «mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles».

 

Romanos 8, 31-34. Dios no perdonó a su propio Hijo

Leemos, un tanto abreviado, el entusiasta himno de Pablo al amor que nos tiene Dios y que se ha manifestado en Cristo Jesús. Con preguntas retóricas va expresando su convicción de fe: «¿quién estará contra nosotros?». Ciertamente no Dios, que «no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros». Tampoco el mismo Cristo, que murió por todos.

Así, la lectura de Pablo viene como a hacer eco al sacrificio de Isaac: con la diferencia que el sacrificio de Jesús sí llegó a su trágico cumplimiento en la cruz y es el motivo de nuestra confianza en el amor de Dios.

 

Marcos 9, 2-10. Este es mi Hijo amado

Cada evangelista cuenta la escena de la transfiguración con matices distintos, que no es importante entretenerse en describir. Lo importante es que Jesús quiso hacer ver a sus discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan -los mismos que estarían después presentes en su crisis del Huerto de Getsemaní- un anticipo de su destino de gloria después de su muerte en la cruz. Este acontecimiento del monte Tabor tuvo lugar «a los seis días», dice el evangelio: a los seis días de haberles anunciado su pasión y muerte.

La intervención de Pedro -que repetidamente es protagonista en el evangelio de Marcos- es característica de sus reacciones primarias: «hagamos tres tiendas…». Marcos, que fue acompañante suyo, no oculta sus momentos de debilidad. Aquí apostilla que «no sabía lo que decía».

El episodio termina con la orden del «secreto mesiánico»: Jesús no quiere que se divulgue su mesianismo hasta que vea los ánimos preparados.

 

2

¿Aceptamos la Alianza con Dios con la misma fe de Abrahán?

La Alianza es el hilo conductor de la Historia de la Salvación resaltado este año en las primeras lecturas de los domingos. La Alianza es un pacto o un compromiso bilateral entre Dios y la humanidad, esta vez con Abrahán como fundador del Pueblo elegido.

Desde luego, ninguna de las alianzas humanas -ni las matrimoniales, ni las comerciales, ni las políticas- parecen tener suficiente estabilidad como para poder compararse a esta Alianza a la que Dios es siempre fiel y que nos ha mostrado de un modo privilegiado en la Pascua de su Hijo.

Después de la Alianza que Dios hizo con Noé, tras el diluvio, y con la que Dios daba comienzo con toda la ilusión a una nueva «creación» de la humanidad, hoy escuchamos la que selló con Abrahán y, a través de él, con toda la humanidad.

Es admirable la radical obediencia de este hombre. Su fe fue sometida a pruebas nada fáciles: Dios le pidió que saliera de su tierra para peregrinar hacia lo desconocido; que abandonara su religión pagana; que se fiara de su promesa de que le daría un hijo, a pesar de su avanzada edad. Pero el colmo de «la prueba a la que le sometió Dios» es que le pidió que sacrificara a su hijo, que había tenido finalmente en su ancianidad. Lo que ahora le pedía Dios parecía echar por tierra todas sus promesas anteriores: ¿no iba a ser padre de una multitud de pueblos?, ¿cómo es que ahora tiene que sacrificar a su hijo? Al abandonar su patria, Ur, Abrahán renunció a su pasado. Al estar dispuesto a sacrificar a su hijo -«tu hijo único, al que tanto amas»-, renuncia al futuro.

Puede ser que una intención del relato de este hecho fuera convencer a Abrahán, y a toda la humanidad, que debían abandonar algunos ritos que se habían extendido en diversas culturas religiosas y que consistían en ofrecer a la divinidad sacrificios humanos.

Pero ciertamente para nosotros también es evidente el ejemplo de fe y de obediencia de este patriarca, honrado no sólo por los cristianos, sino también por los judíos y los musulmanes, al que merecidamente llamamos «el padre de los creyentes» y al que tantas veces alaban Cristo y Pablo en el NT.

El episodio está narrado con sobriedad, pero se puede adivinar el drama interior y noche oscura que debió experimentar Abrahán, que sin embargo tuvo fe en Dios. No es extraño que la carta a los Hebreos le proponga como modelo de fe para todos los creyentes, sobre todo si están pasando por momentos de crisis o duda en sus vidas: «por la fe, Abrahán, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda… pensaba que poderoso era Dios aún para resucitar de entre los muertos» (Hb 11,17-19). Abrahán cree en las promesas. Pero cree más en Dios mismo. Y cree contra toda esperanza.

¿Seríamos capaces nosotros de semejante abandono en la voluntad de Dios? ¿somos de hecho capaces, en esta Cuaresma, de renunciar a algo que nos sea muy querido, de sacrificar algún «Isaac», algún aspecto de nuestra vida que apreciamos especialmente, renunciando a él por seguir el camino de Dios? ¿incluso de renunciar a nuestra propia vida, como hizo Jesús? ¿o sólo le seguimos cuando todo nos va bien, cuando nos consuela, cuando no parece exigirnos demasiado? ¿sólo en Pascua, o también el Viernes Santo?

Cuando en la Vigilia Pascual se nos invite a renovar por parte nuestra la Alianza con Dios y nos pregunten si renunciamos al mal y creemos en Dios, ¿será auténtico nuestro «sí, renuncio; sí, creo»?

 

La Nueva Alianza en la cruz de Cristo

Nos disponemos a celebrar, en la próxima Pascua, la muerte salvadora de Cristo.

Isaac ha sido considerado siempre en la Iglesia como una figura impresionante de Cristo en su camino a la cruz. La diferencia es que Isaac no llegó a ser sacrificado, y Cristo, sí. Como dice Pablo en su lectura, Dios «no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros». El camino para la salvación de la humanidad, envuelta en pecado, fue que el mismo Dios asumió el dolor y el castigo merecidos por todos. Con su muerte Cristo llega a su cumbre de la solidaridad, reedifica los puentes rotos por nuestro pecado y restablece, ahora con plenitud, la Alianza entre Dios y los hombres.

En la Misa comparamos el sacrificio de Jesús con los sacrificios del AT, y sobre todo con el que estaba dispuesto a realizar Abrahán. En la Plegaria Eucarística I -el «canon» romano- le pedimos a Dios: «mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala como aceptaste… el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe».

En verdad, Dios lo ha dado todo por nosotros, se ha dado a sí mismo y ha renovado gratuitamente su Alianza con nosotros. Por eso entona Pablo su himno entusiasta: ¿quién nos separará del amor de Dios?; si Dios está con nosotros, ¿qué nos va a negar? ¿quién podrá vencernos?

En cada Eucaristía participamos de la «Sangre de la Alianza nueva y eterna». Eso es lo que nos da fuerzas para vivir nuestra vida cristiana. Eso es lo que motiva nuestro seguimiento de Jesús y el cumplimiento de la misión que cada uno tiene en la vida. Eso es lo que nos anima en los momentos difíciles. El camino de nuestra pascua -el programa cuaresmal- es serio, pasa por la prueba y la tentación y el cansancio y las dudas. La Pascua nos convoca al seguimiento de un Cristo que a veces no es nada dulce, sino difícil.

 

¿Hacemos tres tiendas? ¿o bajamos de la montaña a la vida?

¿Cuál es nuestra actitud ante la cruz y la transfiguración de Jesús? A los tres discípulos les vino bien entrever por un momento el destino de gloria del Maestro, perplejos como habían quedado después del anuncio de su pasión y su muerte. Esta experiencia seguramente fue un factor de ánimo para su camino de seguimiento de Jesús. Como para Abrahán cuando oyó lo de «no alargues tu mano…», «te bendeciré… todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia», o como cuando Pablo expresó su confianza en el amor de Dios: si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

Esto nos interpela a todos: ¿qué pienso yo de Cristo, de su marcha hacia la cruz?, ¿le acepto, como Pedro inicialmente, sólo en su aspecto consolador y triunfante, o también en su dimensión de cruz y muerte? ¿prefiero llegar a la resurrección y la gloria sin pasar por la cruz? ¿o estoy dispuesto al seguimiento de Jesús sólo cuando está en el Tabor de la gloria y no en el Calvario de la cruz?

Pedro y los demás discípulos le fueron entendiendo muy poco a poco. Hoy aparecen discutiendo qué significa eso de «resucitar de entre los muertos». Lo que no entienden ni les cabe en la cabeza es lo de la pasión y la muerte. ¿Y yo? ¿he llegado a aceptar en mi vida de seguimiento de Jesús el destino de la cruz, para poder colaborar en la salvación del mundo? ¿o prefiero instalarme en las tres tiendas, en un paraíso particular que me he ideado yo?

Los discípulos vieron pronto a Jesús, con vestido normal, no tan blanco y esplendoroso, y bajaron con él al valle, a seguir su camino. ¿Bajo yo también a la tarea de cada día, animado por Cristo?

Ser fiel a la Alianza le costó a Abrahán. Le costó aun más a Jesús cumplir hasta el final su misión salvadora. ¿Quiero yo cumplir en mi vida la voluntad de Dios sin que me cueste nada?

 

¡Escuchadle!

La voz del cielo concluye su afirmación sobre la identidad de Jesús con una consigna que valía para los tres discípulos y también para nosotros: ¡escuchadle!

Jesús es el Maestro, el Enviado de Dios. Es en él en quien nosotros creemos, a quien seguimos. A quien escuchamos en cada Eucaristía, donde en la «primera mesa» se nos comunica primero como Palabra, para dársenos después como Pan y Vino de Eucaristía.

En cada misa no sucede para nosotros un milagro visible de transfiguración que nos anime. Pero sí se da el sacramento, invisible pero real y eficaz, de la donación que Jesús nos hace de sí mismo, como Palabra y como Pan eucarístico. Deberíamos saber descubrir en esta pequeña experiencia de la celebración eucarística la luz y la fuerza -el «viático», alimento para el camino- que quiere darnos el Señor Resucitado para nuestro camino de cada día.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 9, 1-9 (Evangelio Domingo II de Cuaresma)

Caminar hacia la Resurrección

El relato de la Transfiguración de Marcos nos asoma a una experiencia intensa de Jesús con sus discípulos, camino de Jerusalén después de haber anunciado la pasión, para que esos discípulos puedan meterse de lleno en el camino y en la verdadera misión de Jesús. Los discípulos, o bien desean los primeros puestos del reino, o bien quieren quedarse en el monte de la gloria de la transfiguración, como Pedro. Jesús va al monte para orar y entrar en el misterio de lo que Dios le pide; desde esa experiencia de oración intensa puede iluminar su vida para saber que le espera lo peor, pero que Dios estará siempre con él. Es una escena importante y compleja que viene a ser decisiva en el desarrollo del evangelio y de la vida de Jesús que ahora ya mira a Jerusalén como meta de su vida. Tenemos que pensar que más que otra cosa, (aunque haya una experiencia histórica de Jesús y sus discípulos en un monte), esta escena es una construcción teológica del evangelista, con todas sus consecuencias. En Jn 12,28-30 encontramos una experiencia de este tipo. El relato, en una teofanía que abarca casi todo, tiene tres partes: a) vv.1-4 y b) vv. 5-8 y una conclusión c) vv. 9-10 sobre el «secreto mesiánico», que es muy propio de Marcos y la pregunta de los discípulos sobre la resurrección de entre los muertos.

Los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, están allí para respaldar precisamente la acción de Jesús. Y la voz misteriosa, entre las nubes, reafirma que, desde ahora, a quien hay que escuchar y seguir es a Jesús. Los elementos del relato nos muestran los símbolos especiales de las teofanías propias del AT. Pedro quiere quedarse, plantarse allí, haciendo tres tiendas, para Moisés, Elías y Jesús. El relato en sí es en el evangelio de Marcos el comienzo del viaje hacia Jerusalén. Y aunque no diga, como Lucas, que un profeta no puede «morir fuera de Jerusalén» viene a ser como el asomarse a la meta de la vida de Jesús: la resurrección. Pero a la resurrección a la nueva vida no se llega sino por la muerte. Una muerte que ya está sembrada en la vida del profeta de Galilea y casi decidida (Mc 3,6). Pedro no quiere bajar del monte porque esa vida nueva supone aceptar la muerte, y no una muerte cualquiera, sino la muerte en la cruz. La «gloria» divina que se ha experimentado en el monte está llamando a otro monte, el del Calvario, para que se viva como realidad plena. Jesús es el que tiene las ideas claras de todo ello, los discípulos no.

La decisión de Jesús de bajar del monte de la transfiguración y seguir caminando hacia Jerusalén, lugar de la Pasión, es la decisión irrevocable de transformar el mundo, la religión y la vida. Es verdad que eso le llevará a la muerte. Esa decisión tan audaz, como decisión de una misión que ahora se confirma en su experiencia con lo divino, con la voz del Padre, no le llevará directamente al triunfo, sino a la muerte. Pero el triunfo de la resurrección lo ha podido contemplar, a su manera, en ese contacto tan intenso con el misterio de Dios. Dios le ha revelado su futuro, la meta, la victoria de la vida sobre la muerte. Y ahí está su confianza para seguir su camino y hacer que le acompañen sus discípulos. Estos seguirán sin entenderlo, sin aceptarlo, preparándose o discutiendo sobre un premio que no llegará de la forma que lo esperaban. Del cielo se ha oído un mandato: «escuchadlo», pero no lo escuchan porque su mentalidad es bien otra. Jesús los ha asomado un poco a la «gloria» de una vida nueva y distinta, pero no lo han entendido todavía. El relato, desde luego, es cristológico, (no hay duda!, pero Marcos también quiere que sea pedagógico para la comunidad: la vida verdadera no se goza «plantándose» en este mundo, en esta historia, en nuestros proyectos. Está en las manos de Dios.

Rom 8, 31-34 (2ª lectura Domingo II de Cuaresma)

El amor de Dios se hace presente en la vida de Cristo

La segunda lectura, de Romanos, quiere volver sobre el sentido del sacrificio como ofrenda a Dios. Pablo, en esta carta de la fe y la libertad humana, se expresa con una fuerza que desconcierta a veces. El texto de hoy se nos presenta de una forma lírica y retórica, con una serie de preguntas que termina en una doxología o alabanza (v. 39). Es un himno al amor de Dios que se nos ha revelado en Cristo, en su vida y en sus sufrimientos. Porque es en los sufrimientos donde la prueba del amor llega a su punto culminante, deja de ser romántico o estético y se hace en realidad esencia de amor: darlo y ofrecerlo todo. Dios lo ha hecho así por medio de Cristo, su Hijo. Estamos en sintonía con el texto de Gn 22. Se debería tener en cuenta la totalidad de este himno, con los vv. 35-39 que no entran en la lectura de hoy, culminando así uno de los capítulos más extraordinarios de Romanos.

En realidad este capítulo es como un himno que canta la bondad de Dios con la humanidad, precisamente para que no tengamos miedo de creer en ese Dios. Es verdad que se afirma que Dios no le ahorró el sacrificio de su vida a Cristo; pero es para subrayar con mayor vigor que Dios es capaz de darlo todo por nosotros, de renunciar a lo más querido. Podríamos ver aquí que Pablo puede haber hecho una lectura de la aqedá de Isaac, sin que Cristo haya podido ser liberado de la muerte. Desde luego es un texto en el que se ha profundizado mucho en la exégesis de Romanos y se ha visto un paralelismo, aunque otros lo discuten, con dicho «teologúmeno» de la aqedá. Dios, pues, asume esa muerte redentora para que seamos libres. Pero se ha de considerar que en esta especie de aqedá cristiana es Dios quien se ofrece, quien da, no quien pide como en el caso de Abrahán e Isaac. Debemos reconocer que esta teología del sacrificio y de la muerte es muy difícil de explicar en la catequesis y en la teología. Pero se ha de hacer un intento serio y audaz. Porque Dios no puede «querer» esa muerte. El amor de Dios está por encima de todo lo que nos puede amargar nuestra existencia humana y cristiana. Ni Dios, ni Cristo, muerto y resucitado, pueden condenar a la humanidad porque esa muerte es el camino de la resurrección para El y para nosotros.

Gen 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18 (1ª lectura II Domingo de Cuaresma)

La fe como confianza en Dios

La primera lectura está recogida de un texto muy importante en el ciclo de Abrahán (Génesis 22), probablemente el momento culminante de lo que Dios pide al padre del pueblo: la fe incondicional, hasta la vida de su hijo, el heredero, por el que había soñado. No podemos menos de pensar que en este relato, complejo, desconcertante pero hermoso a la vez, se ha querido plasmar todo una mentalidad de la época. Con el hijo «heredero» Isaac, que ya ha desbancado a Ismael por mor de su madre Sara, se quiere mostrar que Dios es quien conduce y quiere conducir esta historia de promesas. En realidad Dios es así para la mentalidad religiosa antigua. Se pide lo imposible para que todo termine siendo mucho más humano, teológico y entrañable. Se pretende mostrar que Abrahán, el padre del pueblo, sabe renunciar a todo. Es un relato, heroico donde los haya, para poner de manifiesto la fuerza de la fe de un pueblo que todo se lo debe a Dios.

Cómo es posible que Dios exija todas estas cosas? Esta pregunta, hoy, está de más. Son los hombres los que sienten así las cosas y la expresan de acuerdo a una mentalidad religiosa. El sacrificio de Isaac ha sido interpretado en toda la tradición judía y cristiana como anticipo de muchos anhelos y deseos de salvación y redención. Si ahora a Abrahán se le pide que renuncie a su futuro, a su heredero, es porque se quiere poner de manifiesto que nuestro futuro está en las manos del Dios de la promesa y la Alianza. )Acaso la fe debe ser confianza ciega? Probablemente nos excedemos, o se excede la teología, cuando presentamos la fe en esa tesitura; debe ser confianza absoluta, pero no ciega. Abrahán sabe que Dios siempre tiene salidas para uno. También es verdad que este relato es contado como una especie de condena, a la inversa, de los sacrificios humanos: Dios puede parecer que pide lo máximo, pero Dios no puede pedir vidas humanas; sería un Dios sin corazón: por eso Dios siempre ofrece otro camino.

Muchos especialistas han subrayado este aspecto y consideran que la «situación» en que ha podido aparecer esta tradición explica la condena que en Israel suponía, frente a ciertas religiones y cultos, la condena de los sacrificios humanos. Sería como un relato pedagógico para mostrar que aunque Dios pida lo máximo al hombre, no puede ir en contra del hombre mismo ni de su vida. Por eso es como un relato en que se intenta mostrar que Dios le devuelve «vivo» a su hijo, que es el hijo en el que se sustentan las promesas que se le han hecho. Por eso, Dios es un Dios de vivos, no de muertos, como proclamará Jesús (Mc 12,27). La tradición cristiana, en la lectura de este pasaje de la tradición judía, presintió el sacrificio de Cristo (es la famosa «Aqedá» -«amarradura» u «ofrenda»-, porque Isaac fue «atado y sacrificado»). Los cristianos, no obstante, debemos hoy hacer una lectura mucho más teológica de esta tradición, sin caer en los aspectos fundamentalistas que todavía se alimentan en ciertas sinagogas.

Comentario al evangelio – La Cátedra de San Pedro

Hoy celebramos la fiesta de la Catedra de San Pedro. Es una buena oportunidad para intensificar nuestra oración de intercesión por el obispo de Roma y su «ministerio petrino» al servicio de la caridad entre todas las iglesias dispersas en el mundo. La liturgia de la Palabra que acompaña esta celebración nos lleva a redescubrir lo esencial de cada servicio ministerial dentro de la Iglesia, llamada a ser sacramento universal de salvación.

El apóstol Pedro exhorta con fuerza: «A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse». Pedro se define como «testigo» de la pasión de Cristo. En el contexto del Nuevo Testamento el testigo es también el mártir. Los apóstoles fueron testigos de la resurrección de Jesús y dieron testimonio, hasta dar su vida por el Evangelio. Desde esta autoridad que le confiere su ser «testigo», Pedro contempla el ministerio de los «presbíteros, ancianos» como la labor y el servicio de un buen pastor. Siempre en referencia al Pastor Supremo, único pastor del rebaño.

Sus consejos pastorales siguen siendo validos también para nuestro tiempo. Sobre todo, para aquellos líderes en nuestras comunidades cristianas que les cuesta asimilar el verdadero sentido de la autoridad apostólica. El pastor auténtico se entrega con generosidad al rebaño, acompañándolo con el testimonio de su vida, sin buscar sus propios intereses. La exhortación de Pedro nos ofrece criterios de discernimiento para examinar y mejorar cualquier servicio eclesial, comenzando por el ministerio del papa: teniendo siempre un «animo generoso».

Probablemente esa generosidad de animo, con la que Pedro responde a la pregunta de Jesús, lo hizo fiable de recibir este encargo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará». A pesar de sus límites, que los evangelios no callan; al contrario, lo presentan tal como es, una persona con un corazón integro. Es precisamente la autenticidad de vida, no la infalibilidad, lo que hace que la catedra de Pedro sea distinta a la catedra de Moisés. Como lo denunciaba Jesús.  

Por ello, lo que en definitiva edifica la Iglesia, comunidad de los seguidores de Jesús, es el testimonio, como fruto de lo que uno es y vive por el amor a Jesús. Si Pedro se convierte en piedra de edificación es porque su «animo generoso» sabe hacer que «las llaves del reino de los cielos» sean usadas más para abrir que para cerrar. Haciéndose imitador de su Maestro y Señor a quien sabe reconocerlo como «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Podemos orar y podemos soñar una Iglesia que sea testimonio creíble de Jesús y su Evangelio. 

Edgardo Guzmán, cmf