(Mt 6, 7-15)
Este texto rechaza el modo de orar de algunos paganos. Ellos creían que debían dar mil explicaciones a los dioses para convencerlos de que tenían que escucharlos, porque consideraban que esos dioses no eran capaces de conocer sus necesidades y entonces había que elaborar un discurso atractivo y lleno de argumentos para convencerlos. Jesús nos dice que nuestro Padre Dios no necesita que lo convenzamos con argumentos y palabras seductoras, porque conoce bien nuestras necesidades. Pero esto no significa que no oremos frecuentemente, ni que no debamos ser insistentes en la súplica (Lc 11, 5-8; 18, 1). Luego Jesús enseña un modelo de oración, el Padrenuestro, donde se comienza adorando al Padre y pidiéndole lo principal, que es la venida de su Reino y el cumplimiento de su voluntad. Sólo después le suplicamos por nuestras necesidades; pero en la súplica del Padrenuestro, esas necesidades se reducen a lo esencial, a lo indispensable, al pan de cada día. Además, hay que destacar que luego del Padrenuestro, donde pedimos ser perdonados así como nosotros perdonamos a los demás, se resalta esta necesidad de perdonar a otros para poder suplicar el perdón de Dios.
Pero lo más importante es que Jesús nos invita a decir “Padre”; y eso significa que nos invita a unirnos a él en su relación con el Padre. También el Espíritu Santo, cuando habita en nuestros corazones, nos invita a clamar “Padre”. De esta manera, se nos invita a expresar el anhelo más profundo de nuestro corazón necesitado, porque nosotros estamos hechos para ir al Padre. Por el bautismo, esa inclinación se convierte en la atracción de Jesús hacia su Padre amado, porque pasamos a ser “hijos en el Hijo”. Por eso San Ignacio de Antioquía, cuando lo llevaban para ser comido por los leones, sentía en su interior un profundo gozo, que él expresaba diciendo: “Hay dentro de mí un manantial que clama y grita: ¡Ven al Padre!”.
Oración:
“Señor, dame la gracia de ser simple en mi diálogo contigo, de suplicarte como un niño, dejando todo en tus manos con plena confianza. Pero concédeme que además de pedirte sea capaz de santificar tu nombre sobre todo en la misericordia y el perdón”.
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día