Comentario – Miércoles I de Cuaresma

(Lc 11, 29-32)

Los fariseos reclamaban señales a Jesús, pero en realidad no querían creer en él. Y Jesús dijo que los que no quieren creer en la palabra de Dios “no creerán aunque resucite un muerto” (Lc 16, 31).

Por eso Jesús dice que en definitiva la única señal necesaria es la de Jonás. ¿Qué significa esto? Que los ninivitas, que eran un pueblo pagano, no le pidieron ninguna señal al profeta Jonás para aceptar su palabra; simplemente le creyeron y se convirtieron, se arrepintieron y pidieron perdón con un corazón dolorido, a pesar de que Jonás predicaba sin deseos y sintiéndose forzado por Dios. Jesús se dirige aquí a judíos que se consideraban más que paganos, porque se creían piadosos, muy creyentes y fieles a Dios, para hacerles ver que sus corazones en realidad estaban cerrados a la Palabra, de manera que ninguna señal sería suficiente si ellos no cambiaban de actitud.

La vida de Jesús, consagrada plenamente a la Palabra, su entrega total y sus numerosos prodigios no eran suficientes para abrir los corazones cerrados. Pero luego de su pasión, el mayor signo de su amor es él crucificado. Por eso decía San pablo que “mientras los judíos piden señales… nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos…” (1Cor 1, 22).

Este signo maravilloso de su propia vida era la señal que a Jesús le interesaba ofrecer. Y los milagros, que brotaban de su deseo de hacer el bien, no eran más que indicios de su amor generoso. Pero la multiplicación de prodigios podía desviar la atención de lo que Jesús quería mostrar. Por eso, a los corazones que se cierran a su palabra y a su ejemplo, Jesús prefiere no imponerse a fuerza de milagros.

Oración:

“Señor, toca mi corazón con tu gracia y no permitas que sea indiferente a tu Palabra. Concédeme que acepte tu amor sin exigirte más signos que la misma hermosura de tu presencia santa y cautivante”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

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