Vísperas – Lunes II de Cuaresma

VÍSPERAS

LUNES II DE CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 44: LAS NUPCIAS DEL REY

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu centro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

SALMO 44:

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

Escucha, hija, mira: inclina tu oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
la traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: Rm 12, 1-2

Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

RESPONSORIO BREVE

R/ Yo dije: Señor, ten misericordia.
V/ Yo dije: Señor, ten misericordia.

R/ Sáname, porque he pecado contra ti.
V/ Señor, ten misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Yo dije: Señor, ten misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «No juzguéis, y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros», dice el Señor.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «No juzguéis, y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros», dice el Señor.

PRECES

Bendigamos a Dios, nuestro Padre, que, por boca de su Hijo, prometió escuchar la oración de los que se reúnen en su nombre, y, confiados en esta promesa, supliquémosle, diciendo:

Escucha a tu pueblo, Señor.

Señor, tú que en la montaña del Sinaí diste a conocer tu ley por medio de Moisés y la perfeccionaste luego por Cristo,
— haz que todos los hombres descubran que tienen inscrita esta ley en el corazón y que deben guardarla como una alianza.

Concede a los superiores fraternal solicitud hacia los que les han sido confiados,
— y a los súbditos, espíritu de obediente colaboración.

Fortalece el espíritu y el corazón de los misioneros
— y suscita en todas partes colaboradores de su obra.

Que los niños crezcan en gracia y en edad,
— y que los jóvenes se abran con sinceridad a tu amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acuérdate de nuestros hermanos que ya duermen el sueño de la paz
— y dales parte en la vida eterna.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Padre santo, que para nuestro bien espiritual nos mandaste dominar nuestro cuerpo mediante la austeridad, ayúdanos a librarnos de la seducción del pecado y a entregarnos al cumplimiento filial de tu santa ley. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes II de Cuaresma

1.- Introducción.

Señor, vengo con alegría, con ilusión, con verdaderas ganas de estar un rato contigo y beber el agua limpia y fresca de tu evangelio. Sin esta posibilidad de estar contigo cada día, yo no podría vivir, ni actuar, ni dar testimonio de mi fe. Aquí, en las mismas fuentes de tu amor, yo me lleno cada día. Y descubro que después me fluye el amar a los demás, el perdonar, el servir. Esa facilidad para obrar el bien es fruto del Espíritu Santo. Gracias, Señor, por tu generosidad.

2.- Lectura reposada del Evangelio. Lucas 6, 36-38

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

En este evangelio se nos habla de “medidas”. La medida que Dios usa con nosotros ha de ser nuestra medida. ¿Y cuál es la medida de Dios? La medida de Dios es la sin-medida. Lo propio de Dios no es dar sino “rebosar”. En las bodas de Caná, las tinajas estaban “hasta rebosar” de un vino excelente. En el salmo 23 de habla de una copa “que rebosa”. En primavera la tierra se llena de miles y miles de flores, árboles, arbustos. Dios no tiene un espíritu tacaño sino derrochador. San Pablo, sintiéndose envuelto en la gracia del Señor, dirá que el Padre, al darnos su Hijo en El nos dio todo. Por eso habla de “derroche” (Ef. 1,8).  Lo que Dios nos pide en este texto es que seamos también nosotros generosos en el amor, en el servicio y en la misericordia con nuestros hermanos.   Si hemos recibido una medida grande, rebosante, por parte de Dios, no usemos nosotros con nuestros hermanos una medida pequeña tacaña, mezquina. “La misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos” (G.E.105).

Palabra del Papa

“En una época de emergencia educativa, en la que el relativismo pone en discusión la posibilidad misma de una educación entendida como introducción progresiva al conocimiento de la verdad, al sentido profundo de la realidad, por ello como introducción progresiva a la relación con la Verdad que es Dios, los cristianos están llamados a anunciar con vigor la posibilidad del encuentro entre el hombre de hoy y Jesucristo, en quien Dios se ha hecho tan cercano que se le puede ver y escuchar. En esta perspectiva, el sacramento de la Reconciliación, que parte de una mirada a la condición existencial propia y concreta, ayuda de modo singular a esa “apertura del corazón” que permite dirigir la mirada a Dios para que entre en la vida. La certeza de que él está cerca y en su misericordia espera al hombre, también al que está en pecado, para sanar sus enfermedades con la gracia del sacramento de la Reconciliación, es siempre una luz de esperanza para el mundo”. (Benedicto XVI, 9 de marzo de 2012).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.-Propósito. Hoy voy a ser espléndido, generoso, magnánimo en el servicio a mis hermanos.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí por medio de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, te doy gracias porque ahora comprendo un poco más la locura de tu amor. Si las personas conociéramos un poco la hondura de tu amor misericordioso y nos lo creyéramos, saltaríamos de gozo, y lloraríamos de emoción. Dame la gracia de darme sin medida a los demás, de hacer de mi vida una donación a mis hermanos sin pedirles nada a cambio. Mi mejor recompensa será la de quedar envuelto definitivamente con ese manto de tu misericordia y tu ternura.  

Oración en tiempo de pandemia

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre

Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto

Cuando el libro del Éxodo nos narra cómo Yahvé entrega a Moisés las tablas de la ley, el texto parece referirse tanto a una revelación como a una ocultación. Dios encarga a su elegido una cuidada preparación del espacio en el que van a encontrarse, con suficiente distancia del resto del pueblo, que debe quedar al margen. Solo Moisés puede encontrarse con Dios, tanto en la primera como en la segunda entrega de la ley. Oscuridad, nube, el velo que cubre el rostro de Moisés después de sus encuentros con Dios son símbolos que ocultan y que se contraponen al fuego con el que Dios se manifiesta y a la luz que transmiten sus palabras para el pueblo. 

La ley no es un listado de prohibiciones sino que quiere ser un camino luminoso por el que el pueblo puede avanzar hacia Yahvé. Esa ley comienza reclamando hacer memoria de quién es este Dios: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí».

A continuación, el relato nos presenta una serie de recomendaciones para vivir en esta nueva senda propuesta: no te harás ídolos; no pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso; fíjate en el sábado para santificarlo. Estos primeros, que en nuestras imágenes más modernas vemos grabados en la primera piedra, son los mandatos que nos mantienen en una buena relación con Dios. Los restantes, en la segunda piedra, nos hablan de cómo mantener buenas relaciones con los hermanos y hermanas.

Quizás, han pasado demasiados siglos y los teólogos y teólogas han dicho ya demasiadas cosas sobre estos Mandamientos como para intentar ser originales ahora. Pero como decíamos en la introducción, en este nuevo tiempo de Cuaresma que vivimos en plena pandemia, quizás la ley que Dios entrega a Moisés nos pueda ayudar a pensar cómo es nuestra relación con Dios y con quienes nos rodean.

¿Nuestro encuentro con Dios nos revela nuevas formas de vivir? ¿Nos ha mostrado nuevos caminos de cuidado para quienes nos rodean y de protección del planeta en el que habitamos? ¿Tenemos en cuenta que la vida de nuestros hermanos y hermanas, especialmente las más débiles y humilladas es tan valiosa como la nuestra y, por tanto, ha de ser defendida y cuidada? 

Porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre

Como decíamos más arriba, el texto del evangelio hoy también nos sugiere una mirada hacia dentro. En una actitud de Jesús que, quizás, nos descoloca, se arma con un látigo y se enfrenta a los vendedores de animales y cambistas que han convertido el templo en lo que no es, prostituyendo su objeto inicial. «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». ¡Dejad de quedaros en los superfluo, id a lo interior!, parece decirnos.

El relato de Juan, escrito ya tras la Resurrección y, por tanto, con una nueva comprensión de todo lo acontecido con Jesús nos explica que este se refería a sí mismo y no al templo de Jerusalén. Quizás, lo que nos pueda ayudar hoy es quedarnos con la reflexión sobre el mismo Jesús, de quién dice que «sabía lo que hay dentro de cada persona», en una llamada más a bucear en nuestros corazones. 

Y una última reflexión, sobre el texto paulino, que nos puede ayudar en estos tiempos de dolor para tantos y tantas. «Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles». La primera carta a los Corintios nos habla de la cruz, que, siendo un objeto de tortura, hemos convertido en objeto de decoración. No podemos acabar, fácilmente, con el dolor y la muerte y, menos aún, banalizarlo, porque hay aún muchos millones de hermanos y hermanas nuestras que siguen siendo “crucificadas” en estos días. Pero no nos viene mal recordar que, para nosotros y nosotras, la cruz es símbolo de una entrega, de una persona que se da, y eso es lo que nos salva.

Doña Olivia Pérez Reyes

Comentario – Lunes II de Cuaresma

(Lc 6, 36-38)

Aquí Lucas resume claramente la perfección moral del cristiano en la misericordia, puesto que suple la expresión tradicional “sean perfectos”, que utiliza Mateo, por “sean compasivos”, y Dios mismo es caracterizado en primer lugar por esta compasión. De ahí que Santo Tomás diga que la máxima de las virtudes divinas es la misericordia.

Y éste es en realidad un tema que surca todo el evangelio de Lucas, que suele llamarse “el evangelio de la misericordia”. En el capítulo 15 Lucas nos ofrece las preciosas parábolas de la misericordia de Dios, y en el capítulo 10 la parábola del buen samaritano, que tuvo compasión del hombre caído.

En este texto nos explica cuáles son las dos manifestaciones de esta misericordia: una es la bondad en el juicio, la comprensión de los errores ajenos, el perdón. La otra es la generosidad, la capacidad de dar, de compartir lo que tenemos. En los dos casos, la medida que usemos con los demás es la que usará Dios con nosotros para juzgarnos o para regalarnos la felicidad eterna.

Cuando nosotros miramos al hermano con compasión, y tomamos con ternura y paciencia sus defectos y caídas, cuando tratamos de poner en la balanza sobre todo las cosas buenas que hemos tratado de descubrir en él, y le agregamos unas cuentas excusas que nos ayudan a comprenderlo, Dios hace lo mismo con nosotros. Cuando en lugar de pasar indiferentes ante un hermano, poniendo excusas para no ayudarlo, nos proponemos más bien tratar de hacerlo feliz y hacerle todo más llevadero, Dios también deja de mirar nuestras imperfecciones y pecados, y nos prepara una gran alegría.

No significa que Dios esté midiendo matemáticamente cada una de nuestras acciones, sino que el perdón, la compasión y la generosidad abren el corazón, amplían su espacio, y lo disponen para recibir más abundantemente la alegría, la paz y la vida que Dios gratuitamente quiere regalar.

Oración:

“Abre mi corazón cerrado Señor, sánalo de sus miserias, para que no mire a los demás con ojos crueles o indiferentes, sino comprensivos, generosos; así como tú me miras comprendiendo mi debilidad y llenándome de tus dones”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

Estima de la tradición musical propia

119. Como en ciertas regiones, principalmente en las misiones, hay pueblos con tradición musical propia que tiene mucha importancia en su vida religiosa y social, dése a este música la debida estima y el lugar correspondiente no sólo al formar su sentido religioso, sino también al acomodar el culto a su idiosincrasia, a tenor de los artículos 39 y 40.

Por esta razón, en la formación musical de los misioneros procúrese cuidadosamente que, dentro de lo posible, puedan promover la música tradicional de su pueblo, tanto en las escuelas como en las acciones sagradas.

Homilía – Domingo III de Cuaresma

1

La Alianza y la Pascua

A lo largo de los domingos de Cuaresma, las lecturas nos ofrecen una doble línea de reflexión: la Alianza que Dios ha sellado reiteradamente con la humanidad, y la marcha de Cristo Jesús hacia su muerte y su glorificación.

Después de la Alianza con Noé y con Moisés, que escuchábamos en los domingos anteriores, hoy llegamos a la que se considera la más importante del AT: la Alianza que hizo Yahvé con su pueblo, por la mediación de Moisés, en el monte Sinaí, a la salida de Egipto. A esta se la llama «Antigua Alianza», o bien «la primera Alianza», que prepara la que será la segunda y definitiva: la «Nueva Alianza» restablecida por mediación de Cristo en la cruz. Así, toda la Historia de la Salvación la vemos desde la clave de la Alianza entre Dios y la humanidad.

El evangelio nos sitúa en la otra gran línea: la que nos prepara a celebrar dentro de pocas semanas el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, su Pascua. De ese misterio de la entrega pascual de Cristo nos ofrece Pablo una catequesis y Juan la imagen del Templo destruido y reconstruido.

 

Éxodo 20, 1-17. La ley se dio por medio de Moisés

La página que leemos hoy condensa los diez mandamientos, el Decálogo de la Alianza entre Dios y su pueblo. De los capítulos 20-23 del libro del Éxodo sólo leemos el comienzo, empezando por una frase básica: «yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la esclavitud de Egipto». Las normas de vida que siguen no vienen de un Dios extraño, o de una «divinidad» difusa: son del Dios que hizo el mundo y el que les sacó de Egipto.

Estos diez mandamientos, que en los capítulos siguientes del Éxodo están mucho más detallados, resumen el estilo de vida que se pide al pueblo elegido. Unos se refieren al culto a Dios. Otros, al trato con los demás, empezando por el de «honra a tu padre y a tu madre».

El salmista está convencido de que en estos mandamientos está la clave de la verdadera armonía interior y exterior: «los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón… los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos…». Por eso repetimos: «Señor, tú tienes palabras de vida eterna».

 

1Corintios 1, 22-25. Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, pero, para los llamados, sabiduría de Dios

Pablo aborda en su carta a los cristianos de Corinto, en Grecia, el tema de la «sabiduría» verdadera.

Los judíos piden «signos». Los griegos «buscan sabiduría». Pero la fe cristiana es «fuerza de Dios», es el lenguaje de la cruz: por eso «nosotros predicamos a Cristo crucificado», que puede parecer necedad a los griegos y escándalo a los judíos.

 

Juan 2, 13-25. Destruid este templo y en tres días lo levantaré

Durante tres domingos leeremos el evangelio no de Marcos, sino de Juan, con tres símbolos expresivos de la muerte pascual de Cristo: el Templo, la serpiente y el grano de trigo.

El episodio de hoy sucede en torno a la Pascua, lo cual para Juan ya es significativo.

Jesús realiza uno de los gestos simbólicos que más debieron llamar la atención y provocar la ira de sus enemigos: expulsó a los vendedores y cambistas del Templo, defendiendo el carácter sagrado y cúltico de aquel espacio. Pero el principal motivo de la elección de este pasaje es el «signo» que él da para justificar su actuación: «destruid este templo…». Naturalmente no se refiere al Templo de piedra, que habían tardado cuarenta y seis años en edificar, sino al templo de su cuerpo, anunciando así —aunque de momento nadie le entendiera-—su resurrección.

2

Una Alianza que afecta de lleno a la vida

Los mandamientos de la I Alianza siguen siendo válidos. Son «diez palabras» (eso es lo que significa «decálogo») que Dios nos ha dirigido de una vez por todas, para que vivamos según sus caminos. Jesús no suprimió estos mandamientos: les dio motivaciones más profundas («amaos como yo os he amado») y los completó, sobre todo con las bienaventuranzas y el sermón de la montaña.

Los mandamientos son universales: también los paganos deben honrar a sus padres y respetar lo ajeno, y nosotros los cristianos también debemos defender la vida y practicar la justicia social y la ética sexual y, sobre todo, «no tener otros dioses» como valores absolutos, en medio de una sociedad que nos los ofrece en abundancia. Eso sí, nosotros tenemos además los valores que nos ha enseñado Cristo Jesús.

Los primeros mandamientos nos hacen mirar a Dios: «no tendrás otros dioses frente a mí», «no pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso», «santifica el sábado». La tentación que todos tenemos es la de fabricarnos «ídolos» más a nuestro gusto y rendirles culto. Tal vez no serán ahora ídolos en forma de estatua de piedra o madera (aunque si a alguien le dan la estatuilla del Oscar puede ser que experimente la tentación al pie de la letra…), pero sí todos podemos caer en la adoración del dinero, del prestigio, del placer, de lo material.

A partir del cuarto, estos mandamientos nos hacen mirar al prójimo: «honra a tu padre y a tu madre… no matarás… no cometerás adulterio… no robarás…».

Dios hace suyos los intereses de los hombres y nos urge a que sepamos respetar la propiedad y la persona de todos. Quiere que le honremos a él y que respetemos el día consagrado a él, pero quiere también que respetemos al prójimo y que sepamos vivir en justicia y verdad.

Los mandamientos no nos quitan la libertad: al contrario, son el camino de una vida digna, libre, en armonía con Dios y con el prójimo, que es el mejor modo de estar también en armonía con nosotros mismos. Los mandamientos son el camino de la verdadera liberación. Algunos están en formulación negativa («no tendrás otro dios… no matarás… no robarás… no codiciarás los bienes del prójimo…»), pero son profundamente positivos, porque nos invitan a decir «sí» tanto a Dios como al prójimo.

La ley tiene su importancia, en la medida en que traduzcamos en la vida práctica la actitud interior. Lo principal no es la norma en sí o la lista detallada de los preceptos. Detrás de esas normas está el compromiso personal, la fidelidad a la Alianza que Dios nos ofrece.

Podemos decir con humildad y alegría, como el salmista: «tú tienes palabras de vida eterna… la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma… los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón…». Nos iría mucho mejor, como personas y como humanidad, si hiciéramos caso de esas palabras de vida que Dios nos dio a todos a través de Moisés y de su pueblo.

Sería útil que nos asomásemos hoy a las páginas que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a los mandamientos, entendidos ahora desde Cristo: es la 3 parte, «La vida en Cristo», segunda sección, «Los diez mandamientos», nn. 2052-2557. Es una buena actualización de las palabras normativas de Dios, que siguen válidas para toda la humanidad y también para nosotros, los cristianos.

 

Por un culto más purificado

El episodio del Templo, cuando Jesús echa fuera a los cambistas y a los mercaderes de animales, expresa cómo quiere él que sea el verdadero culto, «en espíritu y verdad». Jesús quiere que el Templo sea «casa de Dios», y que no se corrompa con intereses personales, sobre todo económicos.

El provocativo gesto de Jesús no les debió saber nada bien a los encargados del Templo, que tenían montado un buen negocio, porque todos los que venían a rendir culto a Dios tenían que adquirir allí los animales (bueyes, corderos, palomas) y también cambiar la moneda que trajeran, porque sólo se admitía la oficial de Jerusalén.

No sabemos si después de este episodio cambiaron las costumbres del Templo, o fue sólo de un gesto simbólico de Jesús. Es una lección que sigue siendo válida para la Iglesia de todos los tiempos, porque siempre tenemos la tentación de orientar el culto para nuestro propio beneficio. El verdadero culto no es la ofrenda de cosas materiales, sino la de nosotros mismos. Como la ofrenda de Cristo en la Cruz, cuando llevó a su plenitud el culto de la humanidad a Dios.

Nuestro culto ha de ser vital, interno, además de ritual y externo. Él mismo se entregó en la cruz hasta las últimas consecuencias, sellando así, no con ritos en el Templo sino con la donación de su propia persona, la Nueva Alianza con Dios.

 

La cruz: escándalo, necedad o sabiduría verdadera

Pablo, en su lectura, nos ha preparado para entender lo que significa que Jesús anuncie su muerte y su resurrección. Lo que representa para nuestra vida la Nueva Alianza de la cruz de Cristo.

Cristo crucificado no parece responder al ideal de sabiduría de los griegos ni a los signos de poder que los judíos esperan del Mesías. Pero Dios se muestra sorprendente y no sigue los criterios ni de los judíos ni de los griegos. Más bien parece como si quisiera desprestigiar lo que los hombres llamamos sabiduría, demostrando que es necedad, mientras que lo que nosotros despreciamos como necio o débil puede ser a sus ojos lo verdaderamente sabio.

Jesús hace una afirmación que deja perplejos a sus adversarios: «destruid este Templo y yo lo levantaré en tres días» (para «levantaré» se emplea aquí la misma palabra griega que para «resucitar»: «egeiro»). El evangelista ya se encarga de decirnos que «él hablaba del templo de su cuerpo». Por tanto, nuestra atención es orientada por el mismo Jesús hacia su Pascua, hacia su entrega en la cruz y a su resurrección al tercer día.

Nos conviene también a nosotros reajustar nuestra mentalidad. Porque los criterios de sabiduría de este mundo no siempre coinciden, ahora menos que nunca, con los de Jesús. La sabiduría cristiana se basa en Cristo crucificado, que chocaba en el ambiente helénico y judío y sigue chocando también en la cultura actual, que valora sólo el éxito, la salud, la eficacia, la fama. Pero la cruz de Cristo es lo que nos ha llevado a la verdadera felicidad, porque es la sabiduría y la fuerza de Dios.

La Cuaresma, además de recordarnos que la fe tiene que llevarnos al cumplimiento de las normas de vida que nos ha dado Dios, en los mandamientos del AT y en el evangelio, nos estimula a centrar nuestra vida en Cristo Jesús, y más en concreto, en el Cristo Pascual, el Cristo de la cruz y de la resurrección y, por tanto, nos invita a una vida más exigente en su seguimiento. Debemos ir asimilando su sabiduría, la que el mundo de hoy puede seguir considerando necedad (¿perdonar setenta veces siete? ¿poner la otra mejilla?) o escándalo («el que quiera seguirme tome su cruz y sígame», «no es el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre»).

Estamos preparando la celebración de la Pascua. Es bueno que purifiquemos a la luz del mismo Cristo, el verdadero Maestro, nuestra visión de la historia y de nuestra propia vida. Y que progresemos en la conversión cuaresmal-pascual que nos pide este tiempo fuerte por excelencia de nuestro año cristiano.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Jn 2, 13-25 (Evangelio Domingo III de Cuaresma)

Jesús busca una religión de vida

El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera como se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.

El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma: en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado contra el templo porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora, Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenando el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el «cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.

1Cor 1, 22-25 (2ª lectura Domingo III de Cuaresma)

Dios habla desde la sabiduría de la cruz

La segunda lectura nos propone la sabiduría de la cruz. Es un pasaje de la carta en donde Pablo afronta el problema de la división de la comunidad en distintas facciones que se remiten a personajes del cristianismo primitivo; unos a Pablo, otros a Pedro, otros a Apolo; e incluso otros (muy probablemente el mismo Pablo) a Cristo como el único que puede dar consistencia a nuestra fe. El texto de hoy forma parte de un gran conjunto (1Cor 1-4) que el apóstol afronta por informaciones de las “gentes de Cloe”, quizás una de las comunidades domésticas. Y en vez de una reprimenda moralizante y sin sentido propone, para la unidad y la comunión de la comunidad, que “crux sola nostra theologia”, como decía Lutero. En la cruz, las divisiones, los partidos, los grupos de élite de una comunidad, quedan a la altura de nuestras propias miserias.

Pablo habla del Cristo crucificado frente al que no caben las divisiones, el valer más o menos, el ser los primeros o los últimos, porque en la cruz de Cristo se revela el Dios que se ha “abajado” a nosotros. Ese Cristo crucificado, revelación del verdadero Dios, es locura para los judíos que siempre conciben a Dios desde la grandeza; locura para la sabiduría de este mundo que es también una sabiduría de prepotencia inaudita. La religión de la cruz, no obstante, no es la religión de la ignominia, sino de la condescendencia con los débiles y con los que no cuentan en este mundo. Aunque algunos hayan tachado este planteamiento paulino como la decadencia de la sociedad (Nietzsche) , ése es el único camino donde podemos reconocer a nuestro Salvador. Con un estilo retórico, usando la “diatriba” de una forma clásica, pregunta Pablo con insistencia si los sabios, los entendidos, los investigadores pueden ofrecer el sentido profundo y radical de nuestra vida. Porque nuestra vida verdadera es mucho más que conocer el “genoma humano”.

No obstante, no se trata de la condena la sabiduría humana en sí, ni de la investigación y de la filosofía. Tampoco se ha de entender la “theologia crucis” como la religión del masoquismo. ¡Nada de eso! No es así como Pablo argumenta, sino de cómo es posible que nuestros criterios y nuestras decisiones humanas estén a la altura de quien nos da vida y Espíritu. Por eso, su afirmación decisiva es que Dios ha hecho a Cristo, el crucificado, no lo olvidemos, “poder y sabiduría de Dios”. Y conocemos que ese es un “poder sin-poder” y una “sabiduría sin la lógica fría de este mundo”. Es el poder y la sabiduría de quien se ha entregado “por nosotros”. Es ahí donde se construye la “theologia crucis” en la “pro-existencia”, en saber vivir para los demás, como hace nuestro Dios. Desde ahí Pablo quiere curar la locura de las divisiones y de las arrogancias humanas que existen en la comunidad de Corinto.

Ex 20, 1-17 (1ª lectura Domingo III de Cuaresma)

Dios y el hombre se encuentran en la Alianza

La primera lectura es el famoso Decálogo, corazón de un «código de la alianza» que ha venido a ser la expresión más definida de la teología sacerdotal (a diferencia del Decálogo de Dt 5,6-21) y que ha jugado un papel considerable en la evolución ética de la humanidad. Aún expresado en forma negativa y absoluta, tiene unos objetivos bien determinados: proteger a la comunidad, al pueblo de la Alianza, para darle una identidad y que no vuelvan a la esclavitud. Es eso lo que le espera al pueblo si adoran a otros dioses extraños ya que todos los imperios tenían sus dioses protectores y los dominadores los imponían como signo de victoria.

Pero, además, es un código en diez Palabras que expresa una relación dialogal, interpersonal. El Decálogo intenta expresar unos derechos fundamentales, como hoy defendemos en el ámbito de la comunidad internacional. Por ello debemos valorarlo como una propuesta, en aquella época, que se adelanta siglos y siglos a muchas conquistas humanas de nuestra época. Pretende que las relaciones entre Dios y el hombre, y la de los hombres entre sí, estén dominadas por la adoración y la religión verdadera, la justicia, en cuanto todo pecado contra el prójimo es un pecado contra Dios. Es verdad que el decálogo es como un “escudo” que protege la santidad de Dios, pero también la dignidad de todos los hombres, del prójimo en concreto.

Detrás de estas expresiones formuladas en esa teología sacerdotal, debemos ver la acción del Dios salvador que ha hecho alianza con el pueblo. Éste, por su parte, debe ser no solamente un buen intermediario, sino un verdadero misionero de este proyecto salvador de Dios. Se ha dicho que en el fondo de todo debemos saber ver la gratitud de Dios. Antes, pues, de que la humanidad se haya dotado de los derechos fundamentales, estos intentos del “decálogo” muestran el anhelo de Israel por ser un pueblo fiel, un pueblo justo, aunque dependiente de Dios. Pero es que en Dios está la fuente de toda la justicia y dignidad humana, según la mejor teología bíblica.

Comentario al evangelio – Lunes II de Cuaresma

Esta semana de Cuaresma se abre con una mirada a Dios y una constatación gozosa: Él es sobre todo  misericordia y compasión para todos y más para quien sabe reconocer con humildad sus deficiencias y pecados, como el Profeta Daniel en la primera lectura. Su misericordia y amor llegaron hasta entregarnos a su propio Hijo Jesús que nos amó hasta el extremo de dar su vida por todos.

Jesús, con sus palabras y obras, nos ha mostrado las entrañas de misericordia del Padre y lo ha hecho de muchas formas: perdonando, curando, dando esperanza a todo aquel que se encontraba con Él.

Nosotros también experimentamos esta misericordia cada día pues no nos juzga, no nos condena, nos absuelve, nos da amor sin pedirnos nada a cambio. Nosotros estamos llamados e invitados a dejarnos configurar por la misericordia de Jesús, a vivirla con serenidad interior, a ser en el mundo espejo y sacramento de ese don divino. Estamos llamados a vivir su misma vida como Él la vivió: desde la entrega sin límites, el perdón gratuito y desinteresado, la mirada cordial y limpia, el no juzgar y condenar a nadie…

Jesús nos pide coherencia: no pidamos a Jesús que sea misericordioso con nosotros si nosotros no estamos dispuestos a hacer lo mismo con los demás.

Solo podremos ser misericordiosos como Jesús si mantenemos una relación viva con Él, si permitimos que nos inserte en su amor para que este rebose hacia los hermanos. De esta forma seremos capaces de tener con los demás la medida que nos gustaría que ellos tuvieran con nosotros. Si obramos así nuestro entorno será un poco mejor porque yo soy mejor. Cada uno da de la abundancia de su corazón.

Dice el Papa Francisco: “Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen y nos hacen sufrir, es difícil, ni siquiera es un “buen negocio”, o al menos no lo es seguir la lógica del mundo. Sin embargo, es el camino que recorrió Jesús hasta conquistarnos la gracia que nos hace ricos”.

Os dejo este pensamiento: “La felicidad no viene del mundo. La crea cada uno cuando vibra en amor, solidaridad, generosidad y misericordia, con uno mismo primero y luego con las demás personas”.

José Luis Latorre, cmf