Comentario – Domingo III Cuaresma

El libro del Éxodo nos refiere el Decálogo, los diez mandamientos, la ley de Dios, una ley en perfecta sintonía con las exigencias de nuestra propia naturaleza (Ley natural), que son también exigencias de Dios y compromisos del pueblo de Israel ante su Dios y aliado, el Dios de la Alianza. Es la ley del Señor a la que el salmista, admirado, declara perfecta y fiel, porque fiel es el Señor.

Es la ley que brota de una voluntad pura, recta y eternamente estable. Por eso no hay que modificarla con el paso del tiempo; por eso mantiene su validez perpetuamente: una ley que se ajusta enteramente a la verdad y a la justicia. Por eso es descanso para el alma que la acoge y vive conforme a ella. Por eso instruye al ignorante e ilumina los pasos del hombre. Tal es la ley de Diosmás preciosa que el oro fino, más dulce que la miel. Ella nos traslada la sabiduría de Dios que se concentrará en Cristo crucificado: para los llamados a la fe, fuerza de Dios y sabiduría de Dios (san Pablo).

Se trata de la ley de Dios para el pueblo: ley no sólo de su Creador y Propietario, sino también de su Libertador, esto es, de Aquel que les libró de la esclavitud en que vivían, en Egipto. Los títulos de este Dios le dan derecho a reclamar de su pueblo fidelidad y amor exclusivo, como si de un marido se tratara: No tendrás otros dioses frente a mí (pues yo soy tu único Dios, tu único esposo); porque yo soy un Dios celoso.

Aquí los celos son la cara de ese amor que reclama fidelidad, amor excluyente, no porque impida el recto amor humano hacia lo que no es Dios, pero es su criatura, sino porque excluye el amor a los ídolos (esos dioses de los que habla el Éxodo): cosas mundanas (o humanas) a las que se eleva a rango divino, dándoles categoría de Dios, porque sus adoradores se la dan en la medida en que se postran ante ellos, convirtiéndose en sus súbditos.

Tal es la categoría que adquiere muchas veces el dinero, el poder encarnado en una persona o un Estado, la ciencia (al fin y al cabo un producto de esfuerzo humano). Los celos son también la cara de ese amor que corrige y castiga –si es necesario- cuando conviene, porque nos quiere fieles; más aún, porque nos quiere, y porque sobre la fidelidad exigida descansa nuestra felicidad. Y es que el camino marcado por los mandamientos de Dios es realmente el camino que hace felices, que conduce al logro de nuestra bienaventuranza.

No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso, pues estarías involucrando a Dios en la falsedad. Santifica el Sábado, un día bendecido y santificado que nos es entregado para nuestra santificación. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falto testimonio contra tu prójimo. No codiciarás los bienes del prójimo. Tal es la ley de Dios. Y dañar al prójimo, dañando sus bienes, es obrar contra le ley de Dios, hacer lo que Él reprueba, ofender al mismo Dios. Su amor celoso no excluye, pues, el amor al prójimo, sino que lo ampara; lo que excluye es el amor a los ídolos, sin olvidar que el hombre mismo puede convertirse en un ídolo para sus adoradores.

De este celo da muestras Jesús cuando se encuentra con el bochornoso espectáculo del Templo de Jerusalén: vendedores de bueyes, ovejas y palomas; cambistas de moneda: un verdadero mercado instalado en el atrio del templo y autorizado –si no promovido- por las mismas autoridades religiosas con ocasión de la fiesta de la Pascua que tan gran muchedumbre congregaba. La reacción de Jesús ante semejante espectáculo es airada. No acepta que hayan convertido la casa de su Padre –casa de oración y de culto sacrificial- en un mercado.

El evangelista justifica la reacción y la hace depender del celo de Jesús por la casa de su Padre: el mismo celo del Dios celoso (y amante). Hace un azote de cordeles y los expulsa a todos, esparciendo mesas y monedas. Los judíos concernidos piden una explicación: ¿Qué signos (=credenciales) nos muestras para obrar así? ¿Con qué autoridad –o con permiso de quién- haces esto?

La respuesta de Jesús es desconcertante: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Aludía al templo de su cuerpo, levantado al tercer día del sepulcro; aludía a su resurrección, o cuerpo resucitado como ofrenda del sacrificio y nuevo lugar de la presencia de Dios. El cuerpo de Cristo pasará a ser lugar del sacrificio (sacrificio mismo), por ser lugar de la presencia del Dios-con-nosotros. Donde resida este Cuerpo (ya sea un templo o una persona) allí estará Dios morando. La presencia de este cuerpo conferirá a ese lugar categoría de Templo o Casa de Dios: lugar sagrado. E introducir cualquier tipo de comercio en ese lugar será mancillarlo, desacralizarlo, provocar la ira del Dios celoso.

Prestemos atención a este aspecto. No siempre somos capaces de evitar la tentación de introducir algún tipo de comercio o mercadeo en nuestras iglesias, santuarios o lugares de peregrinación; más aún, muchas veces llegamos a introducir incluso una suerte de mentalidad mercantil en el santuario más íntimo de nuestras relaciones con Dios, tratando con las cosas sagradas como si fuesen mercancías susceptibles de transacción o intercambio comercial.

Es lo que hacemos probablemente cuando pretendemos «comprar» el cielo (o nuestro lugar en el mismo) a base de misas u oraciones o con el dinero invertido en tales actos de culto. Transformar las relaciones personales en relaciones mercantiles («de doy esto a cambio de lo otro») es siempre una manera de deformar las cosas más sagradas. Y, por desgracia, este tipo de deformación también cabe en las relaciones con Dios. Seamos, pues, delicados y no olvidemos que el Donante originario es siempre Él. Nosotros no podemos dar nada si antes no lo hemos recibido. Sólo podemos devolver. Situémonos en esta postura delante de Dios para no incurrir en sutiles deformaciones o en groseras aberraciones.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo III de Cuaresma

I VÍSPERAS

DOMINGO III CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¿Para qué los timbres de sangre y nobleza?
Nunca los blasones
fueron lenitivo para la tristeza
de nuestras pasiones.
¡No me des coronas, Señor, de grandeza!

¿Altivez? ¿Honores? Torres ilusorias 
que el tiempo derrumba.
Es coronamiento de todas las glorias
un rincón de tumba.
¡No me des siquiera coronas mortuorias!

No pido el laurel que nimba el talento,
ni las voluptuosas
guirnaldas de lujo y alborozamiento.
¡Ni mirtos ni rosas!
¡No me des coronas que se lleva el viento!

Yo quiero la joya de penas divinas
que rasga las sienes.
Es para las almas que tú predestinas.
Sólo tú la tienes.
¡Si me das coronas, dámelas de espinas! Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. «Convertíos y creed en el Evangelio», dice el Señor.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. «Convertíos y creed en el Evangelio», dice el Señor.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente y tengo poder para recuperarla.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente y tengo poder para recuperarla.

LECTURA: 2Co 6, 1-4a

Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vino en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es tiempo de salvación. Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cantemos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados, un Mesías que es fuerza de Dios.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cantemos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados, un Mesías que es fuerza de Dios.

PRECES
Glorifiquemos a Cristo, el Señor, que ha querido ser nuestro maestro, nuestro ejemplo y nuestro hermano, y supliquémosle, diciendo:

Renueva, Señor, a tu pueblo

Cristo, hecho en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, haz que nos alegremos con los que se alegran y sepamos llorar con los que están tristes,
— para que nuestro amor crezca y sea verdadero.

Concédenos saciar tu hambre en los hambrientos,
— y tu sed en los sedientos.

Tú que resucitaste a Lázaro de la muerte,
— haz que, por la fe y la penitencia, los pecadores vuelvan a la vida cristiana.

Haz que todos, según el ejemplo de la Virgen María y de los santos,
— sigan con más diligencia y perfección tus enseñanzas.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Concédenos, Señor, que nuestros hermanos difuntos sean admitidos a la gloria de la resurrección,
— y gocen eternamente de tu amor.

Con la misma confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al Padre, diciendo, como nos enseñó Cristo:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado II de Cuaresma

1.- Introducción.

Señor, mi oración en este día quiero que sea distinta. No quiero pensar mucho sino ponerme delante de mi Padre Dios y dejarme abrazar por Él. Yo, mirando mis pecados, revolviendo mi vida, culpabilizándome, no consigo la paz. Quiero estar junto a Ti como el hijo que se fue de casa y siente necesidad del pan de tu ternura, del aceite de tu bondad, del vino de tu alegría. En la medida que vuelvo a Ti, que eres amor, vuelvo a la vida, vuelvo a ser aquel que era cuando vivía en tu casa antes de marchar. Quiero experimentar el gozo de sentirme perdonado por Ti.

2.- Leo despacio las palabras del Evangelio. Lc.15,1-3.11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.» El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.» Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.» Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.» Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.» Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.» El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»»

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Para entender bien esta parábola hay que tener en cuenta la introducción. Los pecadores se acercaban y se sentían a gusto con Jesús. Los fariseos y escribas murmuraban. Esta parábola tiende a revelarnos la inmensa bondad de Dios nuestro Padre. Y es un reproche a los fariseos y escribas, los que se creían buenos, los que estaban todo el día con la Palabra de Dios en las manos. Jesús viene a decirles: Lo siento, pero no tenéis ni idea de lo que es Dios. Yo que soy su Hijo y he vivido siempre junto a Él os lo voy a contar.  El Doctor Joaquín Jeremías que ha estudiado bien estas tres parábolas: la oveja perdida, el Hijo pródigo y la mujer que pierde una dracma, nos dice que la esencia de estas parábolas, el foco central, está en la insensatez. Es insensato un pastor que deja 99 ovejas por ir a buscar una que se ha perdido. Es insensato un padre que sale “corriendo” a buscar al calavera de su hijo. Y es insensata una mujer que, habiendo perdido una moneda de poco valor, se pasa toda la noche buscándola y, al encontrarla, invita a los vecinos y se gasta lo que vale la moneda. Conclusión: Ha llegado un momento en que a Dios le ha traicionado el corazón y se ha vuelto loco “por amor a los hombres”. Y éste es el mensaje que trae Jesús. El que, después de leer estas parábolas, saca la conclusión de que Dios es bueno, no ha entendido nada. Si, por el contrario, cae en la cuenta de que Dios es extremadamente bueno, escandalosamente bueno, entonces sí las ha entendido. Por otra parte, si el hombre saca la conclusión de que, puesto que Dios es tan bueno me puedo dedicar a pecar porque siempre me va a perdonar, tampoco ha entendido nada. ¿Os imagináis a este hijo volver de nuevo a hacer lo mismo? Sólo cuando ha caído en la cuenta de que la felicidad está dentro de casa ya no tiene necesidad de buscar falsas felicidades por fuera. “El Dios de Jesús no reprocha nada al hijo; le besa, le abraza y convierte la vida en fiesta. ¿Por qué corría aquel Padre? Porque temía que los vecinos, al ver que volvía el “sinvergüenza” lo pudieran linchar” (José Mª Castillo).

Palabra del Papa.

“Jesús no describe a un padre ofendido y resentido, un padre que, por ejemplo, dice al hijo: ‘me las pagaras, ¡eh!’; no, el padre lo abraza, lo espera con amor. Al contrario, la única cosa que el padre tiene en su corazón es que este hijo este ante él sano y salvo y esto lo hace feliz y hace fiesta”. El Papa aseguró que “la misericordia del padre es rebosante, incondicionada, y se manifiesta mucho antes que el hijo hable”, quien sabe que se ha equivocado. Nadie puede quitarnos nuestra condición de hijos de Dios, ¡ni siquiera el diablo! “El abrazo y el beso de su papá le hacen entender que ha sido siempre considerado hijo, no obstante todo. ¡Pero es hijo! Es importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del corazón del Padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y por ello nadie puede quitárnosla, nadie puede quitárnosla, ¡ni siquiera el diablo! Nadie puede quitarnos esta dignidad”, afirmó.

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Voy a disfrutar este día de tener a un padre tan bueno. ¡Y es Dios!

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor Jesús, te doy infinitas gracias por habernos dado a conocer al Padre. Ya con saber esto me basta. No me importa que las cosas me salgan mal, ni me importan los problemas de la vida, ni siquiera mis enfermedades ni mi misma muerte. Con un Padre tan maravilloso que me ama de esta manera y que está al tanto de todo, nada malo me puede pasar. Me fío plenamente de Él.

ORACIÓN MIENTRAS DURA LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

El verdadero culto

1- «Tras muchos años de esfuerzo, un inventor descubrió el arte de hacer fuego. Tomó consigo sus instrumentos y se fue a las nevadas regiones del Norte, donde inició a una tribu en el mencionado arte y sus ventajas.

La gente quedó tan encantada con semejante novedad que ni siquiera se le ocurrió dar las gracias al inventor, el cual desapareció de allí un buen día sin que nadie se percatara. Como era uno de esos pocos seres humanos dotados de grandeza de ánimo, no deseaba ser recordado ni que le rindieran honores; lo único que buscaba era la satisfacción de saber que alguien se había beneficiado de su descubrimiento.

La siguiente tribu a la que llegó se mostró tan deseosa de aprender como la primera. Pero sus sacerdotes, celosos de la influencia de aquel extraño, lo asesinaron y, para acallar cualquier sospecha, entronizaron un retrato del Gran Inventor en el altar mayor del templo, creando una liturgia para honrar su nombre y mantener viva su memoria y teniendo gran cuidado de que no se alterara ni se omitiera ni una sola rúbrica de la mencionada liturgia.

Los instrumentos para hacer fuego fueron cuidadosamente guardados en un cofre, y se hizo correr el rumor de que curaban de sus dolencias a todo aquel que pusiera sus manos sobre ellos con fe.

El propio Sumo Sacerdote se encargó de escribir una Vida del Inventor, la cual se convirtió en el Libro Sagrado, que presentaba su amorosa bondad como un ejemplo a imitar por todos, encomiaba sus gloriosas obras y hacía de su naturaleza sobrehumana un artículo de fe.

Los sacerdotes se aseguraban de que el Libro fuera transmitido a las generaciones futuras, mientras ellos se reservaban el poder de interpretar el sentido de sus palabras y el significado de su sagrada vida y muerte, castigando inexorablemente con la muerte o la excomunión a cualquiera que se desviara de la doctrina por ellos establecida. Y la gente, atrapada de lleno en toda una red de deberes religiosos, olvidó por completo el arte de hacer fuego».

2- ¿Parábola o realidad en la concepción de lo que no debe ser la relación del hombre con Dios? Jesús vino a anunciar y establecer el Reino de Dios, la Buena Noticia de la salvación. El nos trajo el fuego que da calor e ilumina nuestra vida. ¿Qué hemos hecho con él, sabemos cómo se consigue? Tengo la impresión que muchas veces los cristianos nos hemos quedado en la hojarasca y nos hemos olvidado de lo esencial. No es que esté mal lo que hacemos, ¿acaso estaba mal lo que hacían los mercaderes delante del Templo?. Ellos proporcionaban las monedas para comprar los animales que se sacrificaban en el Templo. Favorecía que se llevase a cabo el culto a Dios. Sin embargo Jesús arremete contra ellos y todos los que secundan este culto porque está vacío, sólo busca el propio beneficio. Han convertido la casa del Padre en un «mercado». La religiosidad mágica, de contraventa es lo que rechaza Jesús. ¿Cuánto de «compraventa» queda en nuestra religiosidad: estipendios por misas, bodas, bautizos, indulgencias para comprar una parcela en el cielo? El culto que Dios quiere es «en espíritu y en verdad».

3.- Los Mandamientos son 10, mejor dicho uno solo «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo», o mejor «amaos unos a otros como yo os he amado». ¿Por qué se ha dado tanta importancia al cumplimiento de las normas cultuales?. El culto, realizado con dignidad debe llevarnos a Dios y al hermano, debe hacer que nuestro compromiso por el Reino sea cada vez mayor. El cuto a Dios es necesario, pues con El le agradecemos todo lo que nos regala gratuitamente y, al mismo tiempo, fortalece nuestra fe y nuestra esperanza. La liturgia es la celebración comunitaria del encuentro con Dios. San Agustín afirma que, en contraposición a la vida presente, la liturgia no estaría ya tejida ya por la exigencia o la necesidad, sino por la libertad de la ofrenda y el don. No debemos «practicar» por obligación o por miedo a cometer pecado mortal, sino por agradecimiento al amor de Dios. El Papa Benedicto XVI en su libro «El espíritu de la liturgia» compara la liturgia con un juego que nos libera y nos hace encontrarnos con nosotros mismos y con Dios, «la liturgia es el despertar dentro de nosotros de la verdadera existencia como niño; la apertura a esa comprometida grandeza que no termina de cumplirse totalmente en la vida. Sería la forma visible de la esperanza, anticipo de la vida futura, de la vida verdadera, que nos prepara para la vida real -la vida en la libertad, en la inmediatez de Dios y en la apertura auténtica de unos a otros-. De este modo, la liturgia imprimiría también a la vida cotidiana, aparentemente real, el signo de la libertad, rompería las ligaduras y haría irrumpir el cielo en la tierra»

4. – Jesús relativiza la importancia del Templo como «lugar de culto», señalando que la cuestión no es si en Jerusalén o en Garizín, sino en el corazón y en la actitud que tenemos cuando damos culto a Dios. Ya en el Antiguo Testamento Dios había dicho que quería misericordia y no sacrificios. Por eso se atreve Jesús a decir que era capaz de destruir el Templo y levantarlo en tres días. Hablar así para los judíos ortodoxos era una blasfemia. Pero El se refería al templo de su cuerpo, que iba a morir y resucitar. Es un anticipo de la Pascua ya cercana, pues Jesús había tomado ya la decisión de «subir a Jerusalén», donde estaba el centro de la religión judía. Reflexionemos sobre nuestra forma personal de vivir la «religación con Dios» y veamos si son adecuados los servicios religiosos que prestamos. Lo cultual es necesario, pero una parroquia o cualquier comunidad cristiana debe ejercer también el ministerio -servicio- del anuncio gozoso del Evangelio -catequesis- y del amor gratuito a los necesitados -caridad-.¡Pobres cristianos seríamos si nos quedamos sólo en lo cultual!.

José María Martín OSA

Comentario – Sábado II de Cuaresma

(Lc 15, 1-3. 11-32)

Los detalles de la parábola del hijo pródigo brindan una gran riqueza al relato: el deseo de independencia y lejanía, el derroche, la humillación y las privaciones, el recuerdo de la casa paterna y todo lo bueno que era, el arrepentimiento, el retorno, la espera del Padre, su compasión y su alegría, el festejo, la recuperación de la dignidad perdida y la vida nueva del hijo.

El hijo que había optado por la independencia, descubre que esa falsa autonomía es miseria, vacío y esterilidad; por eso vuelve renunciando a sus derechos de hijo y pidiendo ser un empleado dependiente. Cualquier cosa será mejor que el desarraigo que lo hunde en la soledad y la indigencia. Ahora sabe con una convicción plena que depender del Padre es vivir en la libertad de su amor.

Pero el Padre conmovido responde sobreabundantemente. Sus entrañas misericordiosas sólo pueden responder ennobleciendo al hijo arrepentido y haciendo fiesta.

Cada vez que somos perdonados, cada vez que volvemos al amor de Dios luego de habernos alejado un poco, cada vez que le damos el primer lugar luego de haberlo desplazado, somos invitados gratuitamente a participar de esa fiesta en el cielo, y a vivirla en nuestro corazón de hijos.

Pero si somos de los que nunca se han ido de la casa, de esos que nunca tienen conciencia de ofender gravemente al Padre, y entonces se sienten dignos de rechazar la presencia de los pecadores, entonces tendremos que acoger la amable exhortación que nos dirige el Padre, invitándonos a desear el regreso de los perdidos, a alegrarnos con su presencia, a participar de la misericordia que llena su corazón divino. Porque se puede permanecer en la casa del Padre, y no alejarse nunca de ella con actitudes externas, con pecados visibles. Pero el corazón de los envidiosos y egoístas está lejos del espíritu que reina en la casa del Padre, lejos del calor de la misericordia, lejos de la alegría del reencuentro, lejos de la fiesta del perdón.

Oración:

“Te adoro Padre mío, por tu corazón abierto, dispuesto siempre a la misericordia y al perdón, tu corazón que me desea libre del pecado, pero que me espera con admirable paciencia; dame la gracia de tener un corazón compasivo con mis hermanos”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

Arte auténticamente sacro

124. Los ordinarios, al promover y favorecer un arte auténticamente sacro, busquen más una noble belleza que la mera suntuosidad. Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y ornamentación sagrada.

Procuren cuidadosamente los Obispos que sean excluidas de los templos y demás lugares sagrados aquellas obras artísticas que repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana y ofendan el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte.

Al edificar los templos, procúrese con diligencia que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir la participación activa de los fieles.

Comprando y vendiendo

1.- Hemos escuchado, en este tercer domingo de la cuaresma, una serie de lecturas que no tienen desperdicio y que, intentan poner a Dios, en el corazón de nosotros mismos.

El decálogo, algo que se obvia insistentemente en la vida del viejo occidente cristiano, más que preceptos, es un código que nos facilita y nos posibilita el cara a cara con Dios, la transparencia en nuestra fe. Son pistas para saber por dónde ir y de dónde volver para no apartarnos del Señor.

A Dios le queremos pero, en el día a día, corremos el riesgo de arrinconarlo al margen de nuestra vida de oración, familiar, personal, social o moral.

2.- ¿El decálogo? Son diez puntos por los que cribamos nuestra vida, nuestra forma de ser y nuestra pertenencia al Pueblo de Dios.

Mientras en algunas cuestiones, somos tremendamente permisivos, tolerantes y comprensivos, en otras –por ejemplo con el decálogo para ser buenos hijos de Dios- somos excesivamente olvidadizos y relajados. ¡Para el mundo, todo el respeto! ¿Para Dios? Las migajas. Lo que sobra.

¿Quién de los que estamos aquí silabeamos de memoria los diez mandamientos? ¿Por qué ese excesivo interés de reducirlos a un compromiso con el prójimo? Cristo, ciertamente vino a enseñarnos que el amor es lo más grande que podemos dar y recibir. Pero, ese amor, tiene un origen que por diversos intereses podemos olvidar: DIOS.

3.- La cuaresma, porque es autopista para correr hacia Dios, nos invita a desempolvar de la estantería los diez mandamientos, a ponerlos en practica y a contrastar nuestra vida con el rico mensaje que cada uno de ellos nos trae: amar a Dios, volcarnos con el prójimo, guardar y celebrar cristianamente las fiestas, la atención a los padres, no matar física ni mentalmente, ser honesto con uno mismo y con los demás, decir la verdad y no falsearla y no codiciar lo que no tenemos ni nos corresponde. Pueden ser unos ejercicios bien prácticos para llegar templados y fuertes a la cima de la Semana Santa.

Porque, sino, de lo contrario, puede ocurrir lo que Jesús nos alerta en el evangelio. Que hagamos de la casa de Dios, y de nuestros actos mismos, algo sin contenido divino. Un lugar o unas acciones, donde celebramos y trabajamos, pero no vivimos y transmitimos lo que creemos. No podemos convertir, cada eucaristía, en una tienda donde compramos y vendemos cosas que no son necesarias para vivir según Dios y con los demás.

4.- ¡Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días! Habituados a solicitar de Dios cosas insustanciales, la cuaresma, nos empuja en otra dirección: hay que poner como cimiento a Jesucristo. Lo demás se nos dará por añadidura.

El mundo que nos rodea nos exige signos, coherencia. Algunos llegan a decir que el creer es cosa de mentes reducidas. ¿Qué signos les podemos ofrecer? Ni más ni menos que nuestra alegría; nuestros rostros resplandecientes y serenos que gritan que Dios habita en nosotros.

No nos podemos dejar demoler y espantar por una sociedad donde domina el escaparate, lo ficticio o lo políticamente correcto. Jesús, porque iba contracorriente (decía al pan, pan y al vino, vino) nos orienta en la dirección adecuada: al fondo de nuestra fe, al encuentro con Dios.

Cada fin de semana, cuando venimos al templo, sabemos que vamos ahondando en esas raíces que deben de estar solidamente sustentadas y agarradas a Jesucristo que se convertirá en árbol de vida, en cruz de salvación.

5.- Es momento, oportuno y de gracia, para volcar las mesas que están instaladas en ese templo del espíritu que es nuestra alma o nuestro corazón. Dejemos entrar a Jesús; que El juzgue lo que sobra o lo que falta, que desparrame lo inservible o lo escabroso, que haga volar de nuestro interior aquello que nos impide estar en perfecta sintonía con El y con el Padre.

Y, lejos de temer a aquellos que piensan que la Iglesia es una casa venida a menos o agrietada, la sepamos sostener, levantar y alimentar con una vida cristiana cada día más sólida, fundamentada, convertida y convencida de lo que tiene en su seno: Jesucristo salvación del hombre y del mundo.

ORACIÓN

No tengas a otro Dios/ aunque alguien te diga que existen más poderosos
No faltes a su nombre/ será señal inequívoca de tu vocabulario rico y respetuoso
Edifica tu templo del espíritu Dios/ te hará ver el valor de la eternidad
Arroja aquello que es indigno/ comprobarás la fuerza de la fe
Tira las monedas de lo material/ disfrutarás con la riqueza de Cristo
Adora a tu Señor/ y te sentirás libre frente a los que desean manipularte
Guarda un espacio para tu fe/ y en la vida siempre tendrás un lugar para oxigenarte
No te alejes de Jesús/.y vivirás siempre feliz
Agárrate a la cruz/ y tus sufrimientos quedarán relativizados
No exijas cuentas a Dios/ y todo lo que necesites, te lo dará con creces
Limpia el templo de tu alma/ y Dios vivirá siempre dentro de ti
Aleja las contradicciones de tu fe/.y Cristo te construirá día a día
Criba aquello que te devalúa/y Dios te elevará a la cima más insospechada

Javier Leoz

Ley divina y humana

1.- «Yo soy Yahvé, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre» (Ex, 20, 2) Israel sufría bajo el yugo del Faraón, que hacía trabajar a los hebreos en las grandes construcciones desde el amanecer hasta el ocaso. Días largos de fatigas y vejaciones. Un período que marcaría para siempre a los israelitas. El pueblo gemía y clamaba al Cielo. Entonces Dios escuchó su clamor y extendió su brazo poderoso, venciendo la terquedad y el poderío de los egipcios.

En este pasaje bíblico el Señor recuerda a su pueblo el pasado, para que lo tenga en cuenta al emprender el camino del futuro. Yo te he conquistado, les viene a decir, yo te he librado, yo tengo derecho a tu vasallaje. La Alianza pactada hacía que Israel fuera desde entonces total pertenencia de YahWéh que, a su vez, se constituía en Dios de su pueblo. Yo seré tu Dios, dice también, y tú serás mi pueblo. Tú me servirás y yo te protegeré. No olvides, añade, que yo soy un Dios celoso que castiga a los que rompen su Alianza y se compadece de los que la guardan. También a ti te ha sacado de la esclavitud del pecado, se ha compadecido de ti y te ha dado su ley de amor. Sin él estarías sometido al yugo insoportable de Satanás. Por eso sus palabras vuelven a resonar para ti: «No tendrás otros dios frente a mí…». El Señor no admite particiones, no tolera las medias tintas. O se está con él, o contra él. No lo olvidemos nunca.

«Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas largos años en la tierra que Yahvé, tu Dios, te da» (Ex 20, 12) En el Decálogo hay unos preceptos que se refieren a Dios y otros que se refieren a los hombres. Así, después de recordar que hay que amar de todo corazón al Señor, que hay que respetar su santo nombre y santificar las fiestas, Dios nos habla de la obligación que tenemos hacia nuestros padres. Y para que comprendamos la importancia de este mandamiento, nos promete que, si lo cumplimos, tendremos una larga vida sobre la tierra. El amor a los padres es, de ordinario, un sentimiento que está metido en nuestra misma naturaleza, algo que sale espontáneo del corazón del hombre. Pero Dios quiere reforzar ese sentimiento y ese lazo que nos ha de unir con nuestros padres. Por eso le da la primacía sobre los preceptos restantes y añade una promesa para quienes lo cumplen.

De ahí que el desamor hacia los padres es un pecado gravísimo. Es antinatural no preocuparse de ellos, no ayudarles, no comprenderles, olvidarles, abandonarles. A veces somos como tremendamente egoístas. Estamos pendientes de ellos cuando los necesitamos y cuando no, los olvidamos. Es triste ver en tanta soledad a muchos ancianos, cuyos hijos ni se acuerdan de ellos. Ojalá cumplamos la ley divina, y también humana, y no olvidemos nunca a nuestros padres.

2.- «La ley del Señor es perfecta y es descanso para el alma » (Sal 18, 8) A veces las leyes de los hombres son imperfectas, incluso injustas. Acaban siendo derogadas por el mismo legislador, o incumplidas y escamoteadas por los legislados. Otras veces no abarcan toda la realidad que intentan regular, o favorecen a unos mientras que perjudican a otros.

En cambio la ley del Señor es completa, justa siempre, permanente en su vigencia. Ante su grandeza, el cantor de las maravillas de Dios se siente transportado y prorrumpe en himnos de alabanza: «la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos».

En el cumplimiento de esta ley está nuestro gozo y nuestra dicha, nuestra paz y nuestra felicidad. Sólo cuando somos fieles al Señor somos realmente felices, hondamente felices. Y es lógico que sea así: Dios es quien mejor nos conoce y quien más nos ama. Por eso sabe lo que más nos conviene y nos los propone como ley suprema.

«La voluntad del Señor es pura y eternamente estable» (Sal 18, 10) Sí, la voluntad de Dios está limpia de todo interés personal. Él lo es todo y todo lo tiene, nada necesita ni nada le podemos dar. Él sólo busca el bien de sus criaturas. Al promulgar su ley sólo desea que el hombre consiga llegar a la meta de su vida, así ocurre al señalarnos en cada momento el camino que hemos de seguir, al avisarnos de los peligros que nos acechan. Al poner pautas y normas a nuestro caminar nos va facilitando la marcha, hace que nuestra vida de aquí abajo sea un viaje maravilloso, con penas y lágrimas unas veces, con sonrisas y gozo otras, pero siempre con la persuasión de que, si seguimos esa ley divina, llegaremos sanos y salvos al fin de nuestro grandioso destino.

Digamos, pues, con el salmista que «los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila…». De todos modos, Jesús Señor nuestro, ayúdanos tú a cumplir tu ley de Amor y de Libertad. Somos tan inconscientes que vemos lo que es bueno, pero hacemos lo malo. Somos débiles, queremos pero no podemos, o no queremos poder. Por todo eso, sé tú, Señor, nuestra luz y nuestra fuerza.

3.- «Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría…» (1 Co 1, 22) Exigían que hubiera signos. No los pedían, los exigían. Necesitaban persuadirse que quien decía hablarles en nombre de Dios, era realmente un enviado suyo. Si no había tales señales no creían. Podríamos decir que sólo ante la evidencia se rendían. Jesucristo se enfrentó contra esa actitud. Les recriminó su incredulidad y se negó a darles aquellos signos que pedían. Les hace ver que lo importante no son realmente los milagros, sino cumplir con la voluntad divina, amar, querer, entregarse con generosidad al cumplimiento de la voluntad de Dios. Ese es el signo distintivo del que es de Dios.

Jesús concretó aún más cuando dijo que nos amáramos los unos a los otros y que en eso conocerían los demás que éramos sus discípulos. Vamos, por tanto, a esforzarnos por ser cada uno un signo vivo de Cristo. Un signo de amor, una señal que convenza y atraiga, una luz que dirija el caminar de los hombres, un reclamo rutilante que haga volver los ojos y el corazón, una especie de anuncio luminoso, una propaganda bien hecha que contribuya al mejoramiento de los hombres. Que nuestra conducta, durante las veinticuatro horas del día, sea un vibrante signo que haga conocer a Jesús, que mueva a quererle y a esperar en él.

«Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos…» (1 Co 1, 23) Pablo se niega a complacer los deseos de los judíos, aquellas exigencias absurdas que, por encima de todo, reclamaban el aparatoso espectáculo de un signo prodigioso, algo sorprendente y definitivo. El Apóstol predica a Cristo, y a Cristo crucificado. Sin importarle en absoluto el escándalo de los judíos que consideraban inadmisible que el Mesías muriera en una cruz. Podemos decir que ese escándalo persiste, y la repulsa también. Sí, todavía hoy existen quienes sueñan e intentan un cristianismo sin cruz, un cristianismo sin dificultades, sin exigencias ni renuncias. Y piensan que en la era del confort y el bienestar no se puede conceder valor alguno al sufrimiento, ni a lo que suponga un mínimo de sacrificio o renuncia.

Pero se engañan a sí mismos, y se autodestruyen, que es peor. Porque al pretender un camino diverso al indicado por Dios, terminan extraviados, perdidos en las más densas tinieblas. Desembocan en un callejón sin salida, el de la angustia y la náusea, el de la desesperación y la muerte… Por eso volvamos los ojos a la Cruz, carguemos con su dulce peso, decididos y animosos, llenos de esperanza y de ilusión.

4.- «Y encontró en el templo a los vendedores…» (Jn 2, 14) Como estaba cercana la Pascua, Jesús sube a Jerusalén. Era una de las fiestas de peregrinación, junto con la de Pentecostés y la de los Tabernáculos. Días en los que se enfervorizaba el pueblo y al compás de un paso regular, a través de largas andaduras, se avanzaba hacia Dios, recordando que la vida entera es para cada uno un éxodo continuo en el que, por los caminos de la tierra, nos dirigimos al cielo.

Cuando Jesús llegó a la explanada del Templo, la preparación de la fiesta se encontraba en plena efervescencia. Los cambistas de moneda atendían a los peregrinos que llegaban de la Diáspora con moneda extranjera y debían cambiar para tener moneda nacional, los vendedores de los animales para el sacrificio hacían su negocio entre la algarabía propia de un mercado. El Señor se llenó de indignación ante aquel cuadro deplorable, indigno de la casa de Dios. Haciendo un látigo con cuerdas arremetió, él solo, contra toda aquella chusma. Es un gesto que nos resulta sorprendente, dada la actitud serena que de ordinario vemos en Jesús. Sin embargo, quiso mostrarnos el furor de su ira para que entendamos lo grave que es hacer un negocio de las cosas de Dios, para que comprendamos cuánto abomina Jesús a quienes en lugar de servir a la Iglesia, se sirven de ella para medrar en lo temporal.

Nunca debemos hacer de la religión un negocio, nunca podemos mezclar los valores de la fe con otros valores materiales, ni servirnos de nuestra condición de católicos para escalar peldaños en la vida social. De lo contrario corremos el peligro de convertir la Iglesia en casa de contratación, en una especie de supermercado de las cosas del espíritu.

Todos debemos reflexionar en la presencia de Dios, pues todos podemos caer en la tentación de buscar intereses materiales a costa de la Iglesia o de quienes la representan, todos podemos convertir nuestras relaciones con Dios en trato de charranes. Ante la Iglesia, es decir ante Jesucristo, la única actitud válida es la de servicio desinteresado y generoso.

El único premio al que tenemos que aspirar por servir a Dios es la recompensa eterna, la paz del alma, la alegría de la renuncia a sí mismos en pro de una causa noble. Esa es nuestra esperanza y nuestro gozo, la de servir y amar como Cristo nos amó y se entregó en redención por muchos. Vivamos siempre con una honda visión de fe, con unas categorías diversas a las que se usan en el comercio o en la política. De lo contrario convertiremos, nosotros también, la casa de Dios en madriguera de truhanes.

Antonio García Moreno

Apuesta por la libertad

1.- Las lecturas bíblicas de este domingo tercero de Cuaresma se abren con un impresionante texto del libro del Éxodo. Se glosan en él los llamados “mandamientos de Dios”. Y conviene advertir que, a su relación, precede una afirmación alusiva a la liberación obrada por Dios en favor del pueblo que estaba sometido a la esclavitud de los egipcios: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud”.

Esta afirmación sitúa en su razón más radical a los “mandamientos”. Estos no son arbitrarias obligaciones que Dios haya impuesto sobre la conciencia de los hombres. No son la expresión jurídica de un dominio despótico. No son prescripciones de derecho natural o preceptos puramente morales. No obedecen a un inconfesado propósito de atentar contra la alegría de la vida en el mundo ni surgen desde una voluntad imperiosa de poner límites a la libertad de los hombres. Todo lo contrario. Es la exigencia del hombre que ha pactado con Dios la Alianza. Son la definición de la autenticidad humana, el medio por cuyo cumplimiento el hombre, lejos de estar dominado por los ídolos, accede a la libertad verdadera.

2.-Los “mandamientos” son, en definitiva, una apuesta por la libertad por la libertad, por la autenticidad, por la verdadera realización del hombre. Quien no llegue a esta experiencia interior y social, difícilmente podrá asentarse en la definición de creyente en Dios. Los “mandamientos”, lejos de cercenar la libertad, son un impulso y aguijón a la autonomía verdadera del hombre.

3. Pero el cristianismo no concluye en la esfera de los “mandamientos”. En su precisión está toda la ética natural, los derechos humanos, la declaración primigenia de los derechos del hombre. Tras los “mandamientos”, y sobre su base, el creyente en Jesús se alza a nuevas cotas. El mensaje de Jesús va más allá de “lo natural”, de “lo puesto en razón”, de “lo lógico”. Ni judíos ni griegos pueden entenderlo. Para unos es “escándalo”, para otros “necedad”. Para el creyente, sin embargo, “fuerza de Dios” y “Sabiduría de Dios”.

Desde la vocación transcendente del hombre, propia del Mensaje de Jesús, el creyente entiende la existencia desde una escala de valores que está más allá, más alto o más radicalmente, que lo descubierto por la inteligencia o la prudencia de la carne. Se aceptará o se rechazará, pero el cristianismo postula una transcendencia de origen y de destino y, por ello, una transcendencia de comportamiento y compromiso en el tiempo.

4. De ahí la importancia que el creyente en Jesús concede a su confesión de Dios. Lejos de alejarle de la peripecia humana, para el verdadero creyente todo ha quedado trastocado por su fe: política, economía, cultura, sociedad, amor…

Si Jesús sale en defensa de Dios, lo hace por su decidido propósito de defensa del hombre. Porque el Dios de Jesús es la última instancia de interpretación para el auténtico proyecto humano. Todo lo demás, incluido Dios por si mismo, es manipulación de lo religioso, venta de mercaderes en el templo.

Antonio Díaz Tortajada

El amor no se compra

Cuando Jesús entra en el Templo de Jerusalén no encuentra gentes que buscan a Dios, sino comercio religioso. Su actuación violenta frente a «vendedores y cambistas» no es sino la reacción del Profeta que se encuentra con la religión convertida en mercado.

Aquel Templo, llamado a ser el lugar en que se había de manifestar la gloria de Dios y su amor fiel, se ha convertido en lugar de engaños y abusos, donde reina el afán de dinero y el comercio interesado.

Quien conozca a Jesús no se extrañará de su indignación. Si algo aparece constantemente en el núcleo mismo de su mensaje es la gratuidad de Dios, que ama a sus hijos e hijas sin límites y solo quiere ver entre ellos amor fraterno y solidario.

Por eso, una vida convertida en mercado, donde todo se compra y se vende -incluso la relación con el misterio de Dios-, es la perversión más destructora de lo que Jesús quiere promover. Es cierto que nuestra vida solo es posible desde el intercambio y el mutuo servicio. Todos vivimos dando y recibiendo. El riesgo está en reducir nuestras relaciones a comercio interesado, pensando que en la vida todo consiste en vender y comprar, sacando el máximo provecho a los demás.

Casi sin darnos cuenta nos podemos convertir en «vendedores y cambistas» que no saben hacer otra cosa sino negociar. Hombres y mujeres incapacitados para amar, que han eliminado de su vida todo lo que sea dar.

Es fácil entonces la tentación de negociar incluso con Dios. Se le obsequia con algún culto para quedar bien con él, se pagan misas o se hacen promesas para obtener de él algún beneficio, se cumplen ritos para tenerlo a nuestro favor. Lo grave es olvidar que Dios es amor, y el amor no se compra. Por algo decía Jesús que Dios «quiere amor y no sacrificios».

Tal vez, lo primero que necesitamos escuchar hoy en la Iglesia es el anuncio de la gratuidad de Dios. En un mundo convertido en mercado, donde todo es exigido, comprado o ganado, solo lo gratuito puede seguir fascinando y sorprendiendo, pues es el signo más auténtico del amor.

Los creyentes hemos de estar más atentos a no desfigurar a un Dios que es amor gratuito, haciéndolo a nuestra medida: tan triste, egoísta y pequeño como nuestras vidas mercantilizadas.

Quien conoce «la sensación de la gracia» y ha experimentado alguna vez el amor sorprendente de Dios, se siente invitado a irradiar su gratuidad y, probablemente, es quien mejor puede introducir algo bueno y nuevo en esta sociedad donde tantas personas mueren de soledad, aburrimiento y falta de amor.

José Antonio Pagola