Espiritualidad transreligiosa

Hay quien ha visto este relato como demostración de la ira de Jesús contra quienes habían mercantilizado el templo o incluso como expresión de su fanatismo religioso, “devorado por el celo” de la casa de Dios.

Sin embargo, el texto parece que apunta en otra dirección. Las actividades de los vendedores y cambistas estaban bien reguladas y contaban con un espacio en el propio templo. No solo estaban permitidas, sino que resultaban imprescindibles para los sacrificios religiosos y para asegurar las ofrendas en la propia moneda del templo.

El de Jesús parece, más bien, un “gesto simbólico” –en la línea de los grandes profetas de Israel–, una parábola en acción, que contenía un mensaje subversivo: Dios no está encerrado en el templo.

Tal mensaje se halla avalado por parábolas –como la del “buen samaritano” o la del “juicio universal”–, en las que se pone de manifiesto que existe un camino para encontrarse con Dios que no pasa por el templo. O por aquellas palabras que el propio evangelio de Juan pone en boca de Jesús: “Ha llegado la hora en que, para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén… Ha llegado la hora en que los que rinden verdadero culto al Padre, lo adoran en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4,21-24).

La espiritualidad transciende templos y religiones. Incluye ciertamente una dimensión comunitaria (colectiva) y ritual, por lo que será necesario ir encontrando prácticas que permitan vivirla, expresarla, celebrarla y operativizarla, pero no queda constreñida dentro de los muros de ningún templo.

El templo es el “cuerpo”, es decir, toda la realidad. Toda ella se halla habitada, sostenida y constituida por aquella Profundidad que transciende –a la vez que se expresa en– todas las formas.

¿Cómo expreso, celebro, comparto y vivo la espiritualidad?

Enrique Martínez Lozano

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El encuentro con Dios ni se compra ni se vende

La acción simbólica que Jesús realiza en el recinto del Templo es narrada por los cuatro Evangelios, aunque con acentos y perspectivas diferentes. El hecho de que todos la recuerden muestra su historicidad y nos sitúa ante un hecho de la vida de Jesús que, sin duda, nos desconcierta porque expresa una indignación que no estamos acostumbrados/as a ver en Jesús.

Al contrario de los evangelios sinópticos (que sitúan esta escena al final de la vida de Jesús) el texto de Juan narra esta historia al comienzo de la vida itinerante de Jesús por Palestina. De este modo la acción que el Maestro realiza se muestra como un acto que revela el horizonte de su misión y su propuesta salvadora.

El templo de Jerusalén

El Templo de Jerusalén era el referente central en la experiencia religiosa de Israel. A su sombra se fue fraguando su identidad como pueblo. Las normas, ritos y festividades que han ido conformando su vida cultual orientaban el camino de encuentro con Dios, pero también delimitaban el modo en que hombres y mujeres judías debían comprender y relacionarse con él. El recinto se dividía en diferentes espacios que se iban desplegando desde los más profanos a los más sagrados a través de los cuales se visibilizaban las fronteras sociales y religiosas que determinaban lo que era puro o impuro en relación con Dios[1].

El relato comienza con la llegada de Jesús a Jerusalén en un momento próximo a la celebración de la fiesta de la Pascua. Se dirige al Templo, pero lo que allí ve no le gusta. Con frecuencia pensamos que Jesús se indignó porque se encuentra con gente que está haciendo negocios, no siempre lícitos en el lugar sagrado. Pero, en realidad las cosas eran un poco diferentes.

Con motivo de la fiesta Jerusalén se llenaba de creyentes judíos que venían de todos los lugares del Imperio para vivir uno de los momentos más significativos del calendario religioso. Al templo se accedía a través de un patio, denominado “atrio de los gentiles”, al que podían entrar cualquier persona y en él se situaban los/as vendedores/as de animales y de objetos que cumplían los requisitos legales y rituales que los hacían aptos para los sacrificios y ofrendas. Además, como se consideraba impura cualquier moneda que no fuese acuñada en el recinto sagrado había también puestos que, a modo de banco, cambiaba ese dinero por dinero no contaminado. Todo esto era necesario para que se pudiese llevar a cabo de forma adecuada el culto sacrificial que se consideraba era digno de Dios. Nadie por tanto consideraba esto sacrílego o pecaminoso, aunque sin duda, existiesen abusos o prácticas fraudulentas.

La casa de mi Padre/Madre

En este contexto tenemos que preguntarnos por qué Jesús se indignó tanto al ver en el patio la actividad habitual en medio de las celebraciones religiosas. El problema no era lo que se hacía sino cómo se entendía lo que se hacía. Jesús actúa de ese modo porque entiende que el modo en que se pretende dar culto a Dios no es el adecuado. Al estilo profético, Jesús denuncia que ese no es el culto que Dios, su abba, desea[2]. Y no lo es porque el culto se sostenía en fronteras rituales que separaban lo sagrado y lo profano, los buenos de los malos, los puros de los impuros, y Dios quería un encuentro sin fronteras con cualquier ser humano que lo buscase, lo necesitase o sencillamente lo invocase.

L@s discípul@s vieron, escucharon y recordaron

El autor del evangelio de Juan, después de narrar el hecho, intenta explicarlo y lo hace introduciendo dos textos de la Escritura: Zac 14, 20-21 y el Salmo 69, 10. Ambos textos visibilizan la tradición mesiánica, la narrativa que sostenía la esperanza de Israel en alguien, que, en nombre de Dios, les trajese liberación y reconstruyese al pueblo amenazado por tantas crisis y oprimido una y otra vez.

El texto del profeta Zacarias se pone en boca de Jesús de forma bastante libre cuando dice: “no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado”. La alusión hace referencia a unas palabras del profeta que busca hacer entender a Israel que la autentica salvación no llega por sacralizar espacios personas u objetos, sino que llegará cuando se deje habitar a Dios en cualquier espacio, persona u objeto porque toda la realidad es casa de Dios, es lugar de su presencia[3].

Las palabras del salmo 69 que l@s discipul@s recuerdan “el celo por tu casa me cuesta la vida”, evocan el camino que las primeras comunidades hicieron para entender la muerte de Jesús y la relación que ésta tiene con su actitud hacia el templo. En la vida de Jesús y en su final se revelaba un modo diferente de entender a Dios y su relación con los seres humanos. Un modo que lo enfrentó a las autoridades religiosas y civiles de su tiempo y que se expresaba con claridad en su indignación al tirar las mesas del mercado en el Templo. Jesús cuestiona y rechaza ese lugar sagrado de Israel porque no sirve como mediación para un culto basado en la misericordia, la inclusión y el perdón que Dios quiere regalar a los seres humanos.

Para el evangelista y su comunidad queda claro que con Jesús se ha inaugurado un tiempo nuevo, se ha ampliado la tienda en la que Dios nos encuentra, se han roto las barreras que nos separan, porque ahora es Jesús en su historia concreta (su cuerpo), en su palabra y en su actuación quien señala el camino auténtico hacia Dios y quien revela su autentico rostro.

Escuchando el relato joánico quizá podamos preguntarnos si hoy en nuestra Iglesia estamos siguiendo el modelo cultual del templo o el que nos ofreció Jesús. Si seguimos poniendo un mercado sagrado para preservar nuestros ritos o caminamos descalz@s por los caminos polvorientos de la vida refrescando nuestro corazón con una espiritualidad despojada de fardos ajenos y sostenida en la confianza en un Dios que es siempre compañero y amigo.

Carme Soto Varela


[1] Cfr. Junkal Guevara, “Templo y templos. Arquitectura sagrada en la Biblia”, Reseña Bíblica, 106 (2020), 11-21.

[2] José Ramón Busto Saiz, Cristología para empezar, Sal Terrae 1991, 75-76.

[3] Ib, 80-83.

II Vísperas – Domingo III de Cuaresma

II VÍSPERAS

DOMINGO III CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Señor, Dios todopoderoso, líbranos por la gloria de tu nombre y concédenos un espíritu de conversión.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Señor, Dios todopoderoso, líbranos por la gloria de tu nombre y concédenos un espíritu de conversión.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. Nos rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nos rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha.

CÁNTICO de PEDRO: LA PASIÓN VOLUNTARIA DE CRISTO, EL SIERVO DE DIOS

Ant. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

LECTURA: 1Co 9, 24-25

En el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita.

RESPONSORIO BREVE

R/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

R/ Cristo, oye los ruegos de los que te suplican.
V/ Porque hemos pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Escúchanos, Señor, y ten piedad. Porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «La casa de mi Padre es casa de oración», dice el Señor.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «La casa de mi Padre es casa de oración», dice el Señor.

PRECES

Demos gloria y alabanza a Dios Padre que, por medio de su Hijo, la Palabra encarnada, nos hace renacer de un germen incorruptible y eterno, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de tu pueblo

Escucha, Dios de misericordia, la oración que te presentamos en favor de tu pueblo
— y concede a tus fieles desear tu palabra más que el alimento del cuerpo.

Enséñanos a amar de verdad y sin discriminación a nuestros hermanos y a los hombres de todas las razas,
— y a trabajar por su bien y por la concordia mutua.

Pon tus ojos en los catecúmenos que se preparan para el bautismo
— y haz de ellos piedras vivas y templo espiritual en tu honor.

Tú que, por la predicación de Jonás, exhortaste a los ninivitas a la penitencia,
— haz que tu palabra llame a los pecadores a la conversión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los moribundos esperen confiadamente el encuentro con Cristo, su juez,
— y gocen eternamente de tu presencia.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que le mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

El culto que no me obliga a mejorar mis relaciones con los demás es idolátrico

En las tres primeras lecturas de los domingos que llevamos de cuaresma, se nos ha hablado de pacto. Después de la alianza con Noe (Dom. 1) y con Abraham (Dom. 2), se nos narra hoy la tercera alianza, la del Sinaí. La alianza con Noé fue la alianza cósmica del miedo. La de Abrahán fue la familiar de la promesa. La de Moisés fue la nacional de la Ley. ¿Cómo debemos entender hoy estos relatos? Noé, Abrahán y Moisés, son personajes legendarios.

La historia “sagrada” que narra la vida y milagros de estos personajes se escribió hacia el s. VII antes de Cristo. Son leyendas míticas que no debemos entender al pie de la letra. Se trata de experiencias vitales que responden a las categorías religiosas de cada época. Hoy nadie, en su sano juicio, puede pensar que Dios le dio a Moisés unas tablas de piedra con los diez mandamientos. No fue Dios quien utilizó a Moisés para comunicar su Ley, sino Moisés el que utilizó a Dios para hacer cumplir unas normas que él elaboró sabiamente.

Dios no puede hacer pactos porque no puede ser “parte”. Una cosa es la experiencia de Dios que los hombres tienen según su nivel y otra muy distinta lo que Dios es. Jesús habló del Dios de la “alianza eterna”. Dios actúa de una manera unilateral y desde el ágape, no desde un «toma y daca» con los hombres. Dios se da totalmente sin condiciones ni requisitos, porque el darse (el amor) es su esencia. En el Dios de Jesús no tienen cabida pactos ni alianzas. Lo único que espera de nosotros es que descubramos el don total de sí mismo.

No se trata de purificar el templo sino de sustituir. El relato del Templo lo hemos entendido de una manera demasiado simplista. Siempre interpretamos la Escritura de manera que nos permita tranquilizar nuestra conciencia echando la culpa a los demás. Como buen judío, Jesús desarro­lló su vida espiritual en torno al templo, pero su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba. Recordemos que cuando se escribió este evangelio, ni existía ya el templo ni la casta sacerdotal tenía ninguna influencia en el judaísmo. Pero el cristianismo se había convertido ya en una religión que imitó la manera de dar culto a Dios. Es el culto de ayer y de hoy el que debe ser purificado.

Es casi seguro que algo parecido a lo que nos cuentan, sucedió realmente, porque el relato cumple perfecta­mente los criterios de historici­dad. Por una parte, lo narran los cuatro evangelios. Por otra es algo que podía interpretarse por los primeros cristianos, (todos judíos), como desdoro de la persona de Jesús. No es fácil que nadie se pudiera inventar un relato que critica todo el organigrama del culto desde una mayor fidelidad a Dios.

Nos han dicho que lo que hizo Jesús en el templo fue purificarlo. Esto no tiene fundamento, puesto que lo que estaban haciendo allí los vendedores era imprescindible para el desarrollo de la actividad del templo. Se vendían bueyes, ovejas y palomas, que eran la base de los sacrifi­cios. Los animales vendidos estaban controlados por los sacerdotes y así se garantizaba que cumplían todos los requisitos de pureza legal. También eran imprescindibles los cambistas, porque el templo solo podía recibir dinero puro, es decir, acuñado por el templo. En la fiesta de Pascua, llegaban a Jerusalén israelitas de todo el mundo y a la hora de hacer la ofrenda no tenían más remedio que cambiar su dinero romano o griego por el del templo.

Jesús quiso manifestar con un acto profético, que aquella manera de dar culto a Dios no era la correcta. En esos días de fiesta podía haber en el atrio del templo 8.000 personas. Es impensable que un solo hombre con unas cuerdas pudiera arrojar del templo a tanta gente. El templo tenía su propia guardia, que se encargaba de mantener el orden. Además, en una esquina del templo se levantaba la torre Antonia, con una guarnición romana. Los levantamientos contra Roma tenían lugar siempre durante las fiestas. Eran momentos de alerta máxima. Cualquier desorden hubiera sido sofocado en unos minutos.

Las citas son la clave para interpretar el hecho. Para citar la Biblia se recordaba una frase y con ella se hacía alusión a todo el contexto. Los sinópticos citan a (Is 56,3-7): «mi casa será casa de oración para todos los pueblos”; y a (Jer 7,8-11): «pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos». Is hace referencia a los extranjeros y a los eunucos, excluidos del templo, y dice: “yo los traeré a mi monte santo y los alojaré en mi casa de oración. Sus sacrificios y holocaus­tos serán gratos sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”. Dice que, en los tiempos mesiánicos, los eunucos y los extranjeros podrán dar culto a Dios. Ahora, no podían pasar del patio de los gentiles.

El texto de (Jer 7,8-11) dice así: «No podéis robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: Estamos seguros, para seguir cometiendo los mismos crímenes. ¿Acaso tenéis este templo por una cueva de bandidos?”. Los bandidos no son los que venden palomas y ovejas, sino los que hacen las ofrendas sin una actitud mínima de conversión. Son bandidos, no por ir a rezar, sino porque solo buscaban seguridad. Lo que Jesús critica es que, con los sacrificios, se intente comprar a Dios. Como los bandidos se esconden en las cuevas, están seguros hasta que llegue la hora de volver a robar y matar.

Juan cita un texto de (Zac 14,20) que en aquel día se leerá en los cascabeles de los caballos: «consagrado a Yahvé», y “serán las ollas de la casa del Yahvé como copas de aspersión delante de mi altar”; y “toda olla de Jerusalén y de Judá estará consagrada a Yahvé y los que vengan a ofrecer, comerán de ellas y en ellas cocerán; y ya no habrá comerciantes en la casa de Yahvé en aquel día». Esa inscripción «consagrado a Yahvé» la llevaban los cascabeles de las sandalias de los sacerdotes y las ollas donde se cocía la carne consagrada. Quiere decir que, en los tiempos mesiánicos, no habrá distinción entre cosa sagrada y cosa profana.

Los vendedores interpelados (los judíos), le exigen un prodigio que avale su misión. No reconocen a Jesús ningún derecho para actuar así. Ellos son los dueños y Jesús un rival que se ha entrometido. Ellos están acreditados por la institución misma y quieren saber quién le acredita a él. No les interesa la verdad de la denuncia, sino la legalidad de la situación, que les favorece. Pero Jesús les hace ver que sus credenciales han caducado. Las credenciales de Jesús serán: hacer presente la gloria de Dios a través de su amor.

Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Aquí encontramos la razón por la que leemos el texto de Jn y no el de Mc. Esta alusión a su resurrección da sentido al texto en medio de la cuaresma. Le piden una señal y contesta haciendo alusión a su muerte. Su muerte hará de él el santuario definitivo. La razón para matarlo será que se ha convertido en un peligro para el templo. El fin de los tiempos, en Jn está ligado a la muerte de Jesús.

Si dejásemos de creer en un Dios “que está en el cielo”, no le iríamos a buscar en la iglesia (edificio), donde nos encontramos tan a gusto. Si de verdad creyésemos en un Dios que está presente en todas y cada una de sus criaturas, trataríamos a todas con el mismo cuidado y cariño que si fuera él mismo. Nos seguimos refugiando en lo sagrado, porque seguimos pensando que hay realidades que no son sagradas. El evangelio está sin estrenar.

Meditación

Mis relaciones con Dios siguen siendo un “toma y daca”,
sin ninguna repercusión en mis relaciones con los demás.
Dios se me ha dado totalmente para que yo haga lo mismo.
Mi tarea consiste en tomar conciencia de ese don total.
Mi entrega a los demás corresponderá entonces a esa realidad.

Fray Marcos

Jesús, nuevo Templo de Dios

La primera lectura nos recuerda otro momento capital de la historia de la salvación: la promulgación del Decálogo. Exigiría un comentario tan detenido que lo omito. Basta recordar lo que dice el Salmo 18: «La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma». No es una carga insoportable, alegra el corazón. Algo que los catecúmenos, y todos nosotros, debemos recordar.

La segunda lectura y el evangelio se mueven en pleno ambiente de Cuaresma: la muerte y resurrección de Cristo ocupan un puesto capital en ellas. En la segunda, Cristo crucificado, aparente símbolo de la impotencia y la necedad, se revela como fuerza y sabiduría de Dios. En el evangelio, la escena de la expulsión de los mercaderes del templo, según la cuenta el cuarto evangelio, le permite a Jesús declarar: «Destruid este templo y lo levantaré en tres días».

El poder y la sabiduría de Cristo crucificado (1 Corintios 1,22-25)

Pablo, judío de pura cepa, pero que predicó especialmente en regiones de gran influjo griego, debió enfrentarse a dos problemas muy distintos. A la hora de creer en Cristo, los judíos pedían portentos, milagros, mientras los griegos querían un mensaje repleto de sabiduría humana. Poder o sabiduría, según qué ambiente. Pero lo que predica Pablo es todo lo contrario: un Mesías crucificado. El colmo de la debilidad, el colmo de la estupidez. Ninguna universidad ha dado un doctorado «honoris causa» a Jesús crucificado; lo normal es que retiren el crucifijo. Pero ese Cristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Quien sienta la tentación de considerar el mensaje cristiano una doctrina muy sabia humanamente, digna de ser aceptada y admirada por todos, debe recordar la experiencia tan distinta de Pablo.

La expulsión de los mercaderes del templo (Juan 2,13-25)

Un gesto revolucionario

A nuestra mentalidad moderna le resulta difícil valorar la acción de Jesús, no capta sus repercusiones. Nos ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles traficantes a los mercaderes del templo, acusándolos de comerciar con lo más sagrado. Desde el punto de vista de un judío piadoso, el problema es más grave. Si no hay vacas ni ovejas, tórtolas ni palomas, ¿qué sacrificios puede ofrecer al Señor? ¿Si no hay cambistas de moneda, cómo pagarán los judíos procedentes del extranjero su tributo al templo? Nuestra respuesta es muy fácil: que no ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten a rezar. Esa es la postura de Jesús. A primera vista, coincide con la de algunos de los antiguos profetas y salmistas. Pero Jesús va mucho más lejos, porque usa una violencia inusitada en él. Debemos imaginarlo trenzando el azote, golpeando a vacas y ovejas, volcando las mesas de los cambistas.

Imaginemos la escena en nuestros días. Jesús entra en una catedral o una iglesia. Se fija en todo que no tiene nada que ver con una oración puramente espiritual, lo amontona y lo va tirando a la calle: cálices, copones, candelabros, imágenes de santos, confesionarios, bancos… ¿Cuál sería nuestra reacción? Acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, comulgar, confesarnos, incluso rezar.

¿Por qué actúa Jesús de este modo? En el evangelio de Marcos, Jesús se comporta como un buen maestro, que justifica su conducta citando dos textos proféticos, de Isaías y Jeremías: «¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Pues vosotros la tenéis convertida en una cueva de bandidos».

En el evangelio de Juan, Jesús no actúa como maestro sino como hijo: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Estamos al comienzo del evangelio (lo único que se ha contado después de la vocación de los discípulos ha sido el episodio de las bodas de Caná), y ya se anuncia lo que será el gran tema de debate entre Jesús y las autoridades judías en Jerusalén: su relación con el Padre. Ese sentirse Hijo de Dios en el sentido más profundo es lo que le provoca esa fuerte reacción de cólera, incluso trenzando y usando un látigo (detalle que no aparece en los Sinópticos).

Juan explica esta reacción con unas palabras que no aparecen en los otros evangelios: «Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora». El celo por la causa de Dios había impulsado a Fineés a asesinar a un judío y una moabita; a Matatías, padre de los Macabeos, lo impulsó a asesinar a un funcionario del rey de Siria. El celo no lleva a Jesús a asesinar a nadie, pero sí se manifiesta de forma potente. Algo difícil de comprender en una época como la nuestra, en la que todo está democráticamente permitido. El comentario de Juan no resuelve el problema del judío piadoso, que podría responder: «A mí también me devora el celo de la casa de Dios, pero lo entiendo de forma distinta, ofreciendo en ella sacrificios». Quienes no tendrían respuesta válida serían los comerciantes, a los que no mueve el celo de la casa de Dios sino el afán de ganar dinero.

La reacción de las autoridades

En contra de lo que cabría esperar, las autoridades no envían a la policía a detener a Jesús (como harán más adelante). Se limitan a pedir un signo, un portento, que justifique su conducta. Porque en ciertos ambientes judíos se esperaba del Mesías que, cuando llegase, llevaría a cabo una purificación del templo. Si Jesús es el Mesías, que lo demuestre primero y luego actúe como tal.

La respuesta de Jesús es aparentemente la de un loco: «Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré». El templo de Jerusalén no era como nuestras enormes catedrales, porque no estaba pensado para acoger a los fieles, que se mantenían en la explanada exterior. De todas formas, era un edificio impresionante. Según el tratado Middot, medía 50 ms de largo, por 35 de ancho y 50 de alto; para construirlo, ya que era un edificio sagrado, hubo que instruir como albañiles a mil sacerdotes. Comenzado por Herodes el Grande el año 19 a.C., fue consagrado el 10 a.C., pero las obras de embellecimiento no terminaron hasta el 63 d.C. En el año 27 d.C., que es cuando Juan parece datar la escena, se comprende que los judíos digan que ha tardado 46 años en construirse. En tres días es imposible destruirlo y, mucho menos, reconstruirlo.

Curiosamente, Juan no cuenta cómo reaccionaron las autoridades a esta respuesta de Jesús. Pero nos dice cómo debemos interpretar esas extrañas palabras. No se refieren al templo físico, se refieren a su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo; él lo reedificará. Tenemos aquí, también desde el comienzo del evangelio, algo equivalente a los tres anuncios de la Pasión y Resurrección en los Sinópticos, aunque dicho de forma mucho más breve: «Destruid este templo (Pasión y muerte) y en tres días lo levantaré» (Resurrección).

Esto último explica por qué se ha elegido este evangelio para el tercer domingo. En el segundo, la Transfiguración anticipaba la gloria de Jesús. Hoy, Jesús repite su certeza de resucitar de la muerte. Con ello, la liturgia orienta el sentido de la Cuaresma y de nuestra vida: no termina en el Viernes Santo sino en el Domingo de Resurrección.

Jesús, nuevo templo de Dios

Hay otro detalle importante en el relato de Juan: el templo de Dios es Jesús. Es en él donde Dios habita, no en un edificio de piedra. Situémonos a finales del siglo I. En el año 70 los romanos han destruido el templo de Jerusalén. Se ha repetido la trágica experiencia de seis siglos antes, cuando los destructores del templo fueron los babilonios (año 586 a.C.). Los judíos han aprendido a vivir su fe sin tener un templo, pero lo echan de menos. Ya no tienen un lugar donde ofrecer sus sacrificios, donde subir tres veces al año en peregrinación. Para los judíos que se han hecho cristianos, la situación es distinta. No deben añorar el templo. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único sacrificio, que él mismo ofreció.

Final

Este resumen ofrece una imagen extraña de Jesús. El evangelio de Juan no se esfuerza por presentarlo como una persona simpática, todo lo contrario. Incluso con su madre se comporta de forma hiriente en Caná. Aquí, no se fía ni siquiera de los que creen en él. Es difícil saber qué impulsó al evangelista a escribir estas líneas. Quizá responde a una crítica que algunos cristianos hacían a Jesús: «Fue demasiado crédulo. Se fiaba demasiado de la gente. Incluso de Judas». El evangelista indica que siempre supo lo hay dentro de cada persona. Si lo mataron no fue por ingenuo, sino por propia decisión.

José Luis Sicre

Comentario – Domingo III de Cuaresma

(Jn 2, 13-25)

Llama la atención que Jesús, tan sereno, lleno de ternura y paciencia, aparezca aquí cargado de violencia contra los vendedores del templo. ¿Acaso no se trataba de gente que se ganaba la vida, que con ese trabajo llevaba a la mesa el pan para sus hijos? ¿Por qué una reacción tan agresiva?

El rechazo de Jesús no se dirigía tanto a los vendedores, que eran simples empleados, sino a los sumos sacerdotes, que explotaban a la gente a través del culto. Porque cuando la gente iba al templo a ofrecer un animal como ofrenda, los sumos sacerdotes lo rechazaban diciendo que no cumplía con todos los requisitos que ellos exigían. De esta manera la gente se veía obligada a comprar los animales, incluso las palomas, que vendían ellos a la entrada del templo. La devoción de la gente era utilizada entonces por estos falsos pastores para enriquecerse a costa del sacrificio de los pobres, que se sometían a sus exigencias. La reacción de Jesús se explica entonces como una santa indignación contra los poderosos que se enriquecían a costa de la fe del pueblo sencillo y piadoso.

El evangelio de Juan da mucha importancia a esta escena, y la coloca al comienzo, ya en el capítulo 2. Esto llama la atención, porque los demás evangelios, que se habían escrito antes, la ponen hacia el final de la vida pública de Jesús. Pero el evangelio de Juan la coloca al comienzo porque el texto indica que Jesús está quitándole importancia a los sacrificios antiguos y está indicando que el encuentro con Dios no depende tanto de la visita al templo judíos, sino de su persona, que es más importante que el templo material. Uniéndonos a Jesús resucitado damos más gloria a Dios que entrando en una construcción de piedras.

Sin embargo, al llamar al templo “la casa de mi Padre”, indica que tampoco se trata de un desprecio del templo como lugar de oración. Jesús precisamente reacciona “purificando” el templo, pidiendo que se lo respete, y buscando que vuelva a ser un lugar donde el pueblo pueda adorar a Dios con libertad.

Oración:

“Ayúdame Señor para que mis visitas al templo sean un verdadero encuentro contigo, que mis sacrificios tengan valor porque al ofrecerlos me estoy encontrando contigo, porque solo tú puedes salvar mi vida”.

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Domingo III de Cuaresma

“Jesús sube al Templo para destruir el Templo… Jesús, al subir hacia el Templo, es el Transfigurado de la montaña contra los escribas disecados en los pergaminos, el Mesías del nuevo Reino contra el usurpador del reino envilecido en las componendas y putrefacto en las infamias. Es el Evangelio frente a la Ley, el Futuro frente al Pasado, el Fuego del Amor frente a las cenizas de la Letra. Ha llegado el día del choque y del golpe”. (Giovanni Papini)

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Ex. 20,1-17.         2ª Lectura: 1Cor. 1,22-25.

EVANGELIO

Santo evangelio según san Juan (2,13-25):

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

REFLEXIÓN

El episodio del templo narrado por San Juan en este tercer Domingo de Cuaresma tiene aspectos distintos a los sinópticos que debemos tener en cuenta a la hora de descubrir la originalidad de este evangelista.

1.- San Juan pone la escena del Templo al comienzo de su ministerio, en el segundo capítulo.

Parece más lógico ponerlo al final del ministerio, como hacen los sinópticos.  ¿Por qué Juan lo pone al principio? Quiere que aparezca como “programa de Jesús”. Juan quiere decirnos que Jesús viene a poner fin a las Instituciones de los Judíos por haberse quedado “viejas” “obsoletas”. Y, naturalmente, una de las instituciones más importante era el Gran Templo de Jerusalén, recién restaurado por el rey Herodes. Ese Templo ya no cumple sus fines, es más, se ha convertido en un mercado y en cueva de bandidos. Por eso el evangelista habla de “la fiesta de los judíos”. Se palpa ya una ruptura con los cristianos. El Templo no puede convertirse en un lugar de seguridad, donde se quiera comprar a Dios con sacrificios y limosnas. A Dios no se puede comprar con nada porque “no tiene precio”. Es pura “gratuidad”.  A la hora de avalar el comportamiento de Jesús en el Templo, los sinópticos citan a Is. 56,7 donde se habla de «casa de oración y de sacrificios gratos a Dios”. Pero Juan ha preferido citar a Zacarías 14, 21 donde se dice que “aquel día no habrá comerciantes en el Templo de Yahvé”.

2.- Destruid este Templo y en tres días lo levantaré.

Ni los judíos, ni los discípulos de Jesús se dieron cuenta de la hondura de estas palabras. Todos creían que se trataba del templo material de Jerusalén. “Pero Él hablaba del templo de su cuerpo”. Los apóstoles, después de la Resurrección y el envío del Espíritu Santo, caen en la cuenta de la profundidad de las palabras de Jesús. En Juan la palabra “recuerdo” significa descubrir la profundidad de las palabras y los hechos de Jesús histórico por la fuerza del Espíritu Santo. Clave preciosa a la hora de hacer una buena exégesis de la Escritura. Sin el Espíritu no podemos comprender la Palabra de Dios. Por otra parte, el Cuerpo Resucitado de Jesús es el Nuevo Templo de Dios. Notemos algo importante: Mientras los sinópticos hablan del Templo como “casa de oración” San Juan ha interiorizado el tema y nos habla de “la casa de mi Padre”. Jesús ha tenido con el Padre unas relaciones íntimas, inefables, maravillosas. Es el Hijo amado del Padre en quien se ha complacido. Es el Hijo que sólo busca “hacer siempre lo que al Padre le agrada”. (Jn. 8,29). El Padre es su “ABBA”. Es decir, su hogar, su lugar de delicias, su paraíso, su nido, su sueño. Por eso, el hablar de este Padre, el dar a conocer a este Padre, es “el celo que le devora por dentro”.  ¡Preciosa misión, capaz de llenar una vida!

3.- Nuestro cuerpo es Templo del Espíritu Santo” (1Cor. 6,19).

Dentro de nosotros mismos, sin necesidad de salir fuera, nosotros tenemos un templo vivo donde habita Dios. Ahí debemos entrar para prolongar ese encuentro inefable y maravilloso de Jesús con el Padre. No ofrezcamos ahí ofrendas ni sacrificios materiales para comprar a Dios. Nosotros en este templo no buscamos los dones de Dios sino el Dios de los dones. Este Templo tiene dos puertas: una de entrada y otra de salida. La puerta de entrada es el amor gratuito y maravilloso de Dios, mi Padre, a quien intento agradar y complacer. La puerta de salida es ese mismo amor convertido en servicio y amor desinteresado a mis hermanos. Son las dos caras de la moneda. Cuando Gaudí diseña el templo de la Sagrada Familia, está pensando en la belleza de Dios que debe reflejarse en el Templo vivo de cada cristiano.

PREGUNTAS

1.- Jesús trae la novedad: nuevo vino, nuevo templo, nuevo pan, nueva vida. ¿Busco la novedad de Dios? ¿Por qué me aferro a lo viejo?

2.- ¿Soy consciente de que soy Templo vivo del Espíritu Santo?  Y esto ¿a qué me compromete?

3.– ¿Sé hacer síntesis de mi vida cristiana viviendo sólo para amar y servir a Dios y a mis hermanos?  ¿Sé que esto me va a hacer feliz?

Este evangelio, en verso, suena así:

Los judíos religiosos
ponían, Señor, su centro
sobre el pilar de la «Ley»
y sobre el culto del «Templo».

La Ley y el Templo, Señor,
debían servir al Pueblo
para ser fieles a Dios,
viviendo en amor fraterno.

Pero los Jefes del Pueblo,
por desgracia, convirtieron
la Ley en un «cumplimiento»
y el culto en mero «comercio».

Tú, Señor, te rebelaste
contra tan gran «sacrilegio».
Aquel infame «mercado»
rodó todo por el suelo.

No sirve una religión
de vanos actos externos.
Amor y misericordia
son el culto verdadero.

El mejor Templo, Señor,
es tu persona, tu «cuerpo»,
toda tu vida entregada
al Padre que está en el cielo.

Señor, que también nosotros
tengamos como alimento
adorar al Dios que habita
en los hermanos «pequeños».

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN MIENTRAS DURA LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Jesús en la paz de nuestras conciencias

1.- Parece interesante adentrarme un tanto en el comentario más personal de los textos de la Misa de este Domingo Tercero de Cuaresma. Y así se destaca por sí sola la frase: «Porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre», tal como dice el evangelista San Juan. Nosotros mismos, muchas veces, no sabemos bien lo que circula en nuestro interior. Nos sorprenden en ocasiones actitudes –incluso aptitudes– inesperadas. Pero Jesús nos conoce y por eso pone las cosas en su sitio. El Evangelio de esta semana podría parecer duro. Podría pensarse que Jesús promueve un gran escándalo en el templo. Y no es así. No se produjo ningún escándalo que habría traído la intervención militar de los romanos.

2.- Y Jesucristo –que es pacífico y manso– se fabrica un zurriago y arrea contra vendedores de animales y cambistas. Las actividades de esos mercaderes eran necesarias porque los sacrificios de animales formaban parte de Ley y, a su vez, el Templo de Jerusalén tenía su propia moneda, virtual símbolo de independencia frente al poder romano que imponía la circulación de su dinero en Israel. Jesús expulsa a los mercaderes porque leyó en el interior de aquellos hombres que no había otra cosa que avaricia y lejanía del amor divino. No actuaban como un instrumento de Dios, sino más bien en unos especuladores del hecho religioso. Y a veces ese tipo de exceso relacionado con la religión no tiene un afloramiento claro en la relación habitual de unos hombres con otros. Pero si es perfectamente sabida por quien conoce al hombre profundamente: por Dios. Y es obvio que todo creyente sabe –o, al menos, sospecha– que sus pensamientos fluyen hacia arriba y que Dios los conoce. Incluso, muchas veces llegan impresiones a nuestro interior de que Él nos conoce mejor que nosotros mismos.

3.- Será, precisamente, esa comunión de pensamientos con Dios la que explique mejor el texto de la Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios. La muerte de Jesucristo en la cruz fue escándalo para los judíos y necedad para los griegos. Morir en el suplicio, por «delitos» de contenido religioso era un gran escándalo para el pueblo judío. Para el racionalismo de los occidentales, de los griegos y romanos, parecía una gran necedad. Y, sin embargo, es nuestra comunicación personal con Dios, la que da sentido –y significado exacto– al sacrificio de la Cruz. Pero sin Dios no se puede entender la Cruz, porque esa no es una muerte ritual, ni tampoco la culminación de un comportamiento masoquista; se trata de un ofrecimiento por los demás y de un mensaje eterno para interpretar convenientemente el sufrimiento y el dolor que alguna vez puede llegarnos.

El aludido fragmento de la Carta de San Pablo es muy actual, porque en estos tiempos hay muchos ejemplos de creyentes escandalizados por actitudes cristianas sublimes, las cuales son interpretadas como autenticas tonterías por aquellos que viven fuera de la fe. Y siempre será igual. Pero para los que seguimos a Jesús nos ayuda precisamente su presencia fehaciente, la cual comienza por la «sospecha» de que el ya está en nuestros pensamientos mucho antes de que nosotros los hayamos dado curso.

Ángel Gómez Escorial

El Templo

1.- Para entender el pasaje del evangelio de hoy, es preciso tener unas nociones previas. Un templo, al contrario de lo que pensamos comúnmente, no es un edificio con paredes y techo. Un templo es un lugar de encuentro con Dios. Esta idea la realizaban los antiguos cananeos levantando una explanada un poco elevada sobre el terreno. Se trataba de que al dios que estaba en lo alto, se le facilitase el camino. Se solicitaba su presencia y, para que fuera mas corto su trecho, el hombre se subía un poco. Templos de estos se conservan bastantes por aquellas tierras bíblicas. Son simples superficies donde existía un altar y junto al cual se situaba el sacerdote del lugar, que era quien recibía los sacrificios. Claro que, después del éxodo por el desierto, se le añadió otra idea: que el templo era la morada de Dios entre los hombres. Lo fue así el que tuvo el pueblo de Israel, mientras peregrinaba. Se trataba de un sencillo cercado de cortinas finas y, en su interior, en el centro, estaba la morada o santuario o tienda del encuentro, como quiera llamársele. En ella se guardaba el Arca de la Alianza con el propiciatorio, encima del cual lucían las dos preciosas figuras angelicales de oro.

Estaban allí las lápidas con la Ley escrita, la vara de Aarón y un poco de Maná. También el altarcillo de oro y la Menorá. El periodo de vida nómada se acabó, se perdieron algunos objetos y se preparó en Jerusalén, ahora ya de manera permanente y fija, una gran superficie donde, en su centro, se alzaba el Santuario, una mansión completamente vacía, que expresaba así la naturaleza espiritual del Dios de Israel. Que no por espiritual dejaba por ello de ser real.

2.- Delante del Santuario de este templo, se levantaba un enorme altar, donde los israelitas ofrecían sacrificios, un almacén para la leña, otro para el aceite otro para el dinero etc. Alrededor de este conjunto arquitectónico había una balaustrada que señalaba la frontera entre este lugar sagrado, y exclusivo de los judíos, y el resto de la gran explanada, superficie esta mayor que 4 campos de fútbol de los de hoy. ¿Para qué servía todo ese espacio? Para diversos fines. En primer lugar era una escuela de doctrina bíblica, Jesús a los doce años se quedó allí con los rabinos, Pablo estudió a los pies de Gamaliel, hizo lo que hoy llamaríamos un master. Otras finalidades al canto. Hay que tener en cuenta que resultaba prácticamente imposible trasportar un cordero a Jerusalén, para ofrecerlo en sacrificio, desde una gran distancia. Los israelitas, pues, llevaban dinero y lo compraban allí, en el gran escampado. Otros, gente pobre, vendían pichones o tórtolas, que los podían haber cazado en el campo, donde abundaban y así obtener algo para su sustento. Las limosnas que se daban en el Templo debían ser en moneda de curso legal del lugar y los que llegaban podían venir con dinero acuñado en el extranjero, que era necesario cambiar. Así que lo que empezó como un trueque muy honesto, se fue convirtiendo, poco a poco, en un ventajoso negocio, amparado por la costumbre permisiva, en el lugar sagrado, morada predilecta de Dios.

3.- Purificar el lugar, y que fuera de uso exclusivamente sagrado, era necesario. La acción del Señor la realizó en esta gran explanada. Su actitud radical era una demostración de que no quería para nada que lo que era lugar sagrado, se convirtiese en negocio abusivo. Tal vez hoy debería plantearse algo semejante Su violencia fue controlada, así que a la pobre gente de las avecillas, que lo hacía para ganarse un poco la vida, sin aprovecharse injustamente del lugar, se limitó a decirles que debían marcharse. Y cuando le preguntaron porque lo hacía, recordó su autoridad, recurriendo a la prueba de que era señor del Templo, símbolo de su cuerpo, que destruido por la muerte, en tres días, sería capaz de resucitar.

¿Sentimos un celo igual por nuestros signos sagrados y nuestras iglesias? ¿Nos indignan las profanaciones que se hacen de ellos? Nuestras respuestas deberán ser acordes con los tiempos, pero la indiferencia no es, a menudo, tolerancia, sino simple cobardía, pereza y miedo

Pedrojosé Ynaraja