Vísperas – Lunes III de Cuaresma

VÍSPERAS

LUNES III DE CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 122: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

SALMO 123: NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: Rm 12, 1-2

Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

RESPONSORIO BREVE

R/ Yo dije: Señor, ten misericordia.
V/ Yo dije: Señor, ten misericordia.

R/ Sáname, porque he pecado contra ti.
V/ Señor, ten misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Yo dije: Señor, ten misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

PRECES

Invoquemos al Señor Jesús, que nos ha salvado a nosotros, su pueblo, librándonos de nuestros pecados, y digámosle humildemente:

Jesús, Hijo de David, compadécete de nosotros.

Te pedimos, Señor Jesús, por tu Iglesia santa, por la que te entregaste para consagrarla con el baño del agua y con la palabra:
— purifícala y renuévala por la penitencia.

Maestro bueno, haz que los jóvenes descubran el camino que les preparas
— y respondan siempre con generosidad a tus llamadas.

Tú que te compadeciste de los enfermos que acudían a ti, levanta la esperanza de nuestros enfermos
— y haz que imitemos tu gesto generoso y estemos siempre atentos al bien de los que sufren.

Haz, Señor, que recordemos siempre nuestra condición de hijos tuyos, recibida en el bautismo,
— y que vivamos siempre para ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Da tu paz y el premio eterno a los difuntos
— y reúnenos un día con ellos en tu reino.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua y, pues sin tu ayuda no puede mantenerse incólume, que tu protección la dirija y la sostenga siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Anuncio publicitario

Lectio Divina – Lunes III de Cuaresma

1.- Oración introductoria.

Señor, cómo te tiene que doler el que te veas rechazado por los tuyos y en tu misma patria. Esos tus paisanos son fundamentalistas y no aceptan una lectura distinta de la Biblia que la que ellos hacen. Según ellos, todos se equivocan; incluso el mismo autor que inspiró la Biblia. ¡Qué ceguera! Dame un corazón abierto para aceptar las opiniones de los demás y, sobre todo, un respeto a los que opinan de un modo distinto que el mío.

2.- Lectura reposada del evangelio.  Lucas 4, 24-30

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria». «Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio». Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Este evangelio sólo se puede entender si se tiene en cuenta el contexto anterior. Jesús, en la sinagoga de Nazaret, ha tomado un texto del profeta Isaías que terminaba así: “Año de gracia y día de venganza de nuestro Dios” (Is. 61,2). Pero Jesús ha dado un corte al texto y sólo ha hablado del año de gracia, sin nombrar la venganza. Y eso ha molestado a sus patriotas. ¿Dónde vamos a ir con un Dios que sólo habla de la gracia y no de venganza? Por otra parte, ha nombrado a una viuda de Sarepta y a un leproso de Siria, los dos fuera del territorio de Israel. Es una lectura intolerable. Yavé es sólo para nosotros y no para otros pueblos. Jesús ha hecho una lectura apatriótica. Este paisano nuestro tan sumiso durante treinta años, viviendo con nosotros, ahora resulta un profeta en contra de nuestras tradiciones y de nuestra manera de interpretar la Biblia. Hay que acabar cuanto antes con Él. Es un peligro para nuestro pueblo. Y lo quieren despeñar. ¡Qué peligrosos los nacionalismos exacerbados! Pronto se convierten en fanáticos. Y el fanatismo consiste en “obligar a los demás a cambiar”. (Amos Oz).  El fanático se cree que tiene toda la razón. En nuestro caso, los paisanos de Jesús quieren obligar a cambiar al mismo Dios.

Palabra del Papa.

“El Evangelio presenta la imagen de la viuda precisamente en el momento en el que Jesús comienza a sentir las resistencias de la clase dirigente de su pueblo: los saduceos, los fariseos, los escribas, los doctores de la ley. Y es como si Él dijera: Sucede todo esto, pero mirad allí, hacia esa viuda. La confrontación es fundamental para reconocer la verdadera realidad de la Iglesia que cuando es fiel a la esperanza y a su Esposo, se alegra de recibir la luz que viene de Él, de ser —en este sentido— viuda: esperando ese sol que vendrá. Por lo demás, no por casualidad la primera confrontación fuerte que Jesús tuvo en Nazaret, después de la que tuvo con Satanás, fue por nombrar a una viuda y por nombrar a un leproso: dos marginados. Había muchas viudas en Israel, en ese tiempo, pero sólo Elías fue invitado por la viuda de Sarepta. Y ellos se enfadaron y querían matarlo. Cuando la Iglesia es humilde y pobre, y también cuando confiesa sus miserias —que, además, todos las tenemos— la Iglesia es fiel. Es como si ella dijera: Yo soy oscura, pero la luz me viene de allí. Y esto nos hace mucho bien. Entonces recemos a esta viuda que está en el cielo, seguro, a fin de que nos enseñe a ser Iglesia de ese modo, renunciando a todo lo que tenemos y a no tener nada para nosotros sino todo para el Señor y para el prójimo. Siempre humildes y sin gloriarnos de tener luz propia, sino buscando siempre la luz que viene del Señor”. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 24 de noviembre de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.- Propósito. En el diálogo, siempre estaré dispuesto a aceptar la verdad venga de donde venga. Y, si llega el caso, decir: perdón, estaba equivocado.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi silencio.

Señor, te doy gracias porque el Evangelio siempre es nuevo para mí, siempre tiene enseñanzas maravillosas. Me ha hablado de lo peligroso que es el estar cerrado a las ideas, a las tradiciones. Tu criterio, Señor, no es éste. No vale decir: Esto siempre se ha hecho así. Lo importante es ir descubriendo siempre la verdad y, sobre todo, el que las discusiones de tipo intelectual no cierren nunca las barreras afectivas del corazón.   

ORACIÓN MIENTRAS DURA LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único

Un Dios compasivo ante un pueblo infiel

La experiencia más profunda del pueblo de Israel, después de la liberación de Egipto, sin duda es la experiencia de la fidelidad de Dios. La historia puede ser leída como historia de salvación gracias al compromiso de amor que Dios ha asumido con su pueblo. Nada obliga al Creador a amar a la criatura, y sin embargo, Él elige amarla.

No siempre Israel ha estado a la altura de ese amor incondicional. No siempre Israel ha sido fiel a Dios y a la Alianza como expresión de su vocación a la libertad. No siempre Israel ha escuchado el llamado que Dios le dirigía por medio de los Profetas. No siempre Israel ha expresado su religiosidad en relaciones de fraternidad y justicia.

En consecuencia, la experiencia de la deportación no puede ser considerada como el castigo de un Dios rencoroso, sino como la nostalgia de un padre con el corazón herido. La deportación sólo manifiesta visiblemente una experiencia: la de vivir al margen de Dios. Sólo cuando los caldeos destruyen los signos de identidad del pueblo (Templo, murallas de Jerusalén, palacios, objetos preciosos) y es llevado a Babilonia para “convertirse en esclavo del Rey” (cf. 2 Cro 36, 20), Israel tomará conciencia de que su vocación a la libertad es la expresión de la fidelidad de Dios.

Israel vivirá deportado en Babilonia, pero nunca será desterrado del corazón de Dios. Por eso, le encomienda a Ciro la misión de acompañar el retorno a Jerusalén y de edificar una Casa en Judá (cf. 2 Cro 36, 23). Dios manifiesta su compasión por caminos misteriosos; y sin duda, el más elocuente, es ayudar a la toma conciencia. Muchas veces valoramos a las personas cuando las hemos perdido. Muchas veces valoramos nuestra pertenencia a Dios cuando hemos tocado nuestro fondo existencial y hemos abrazado el sinsentido. Dios siempre abre caminos de retorno.

Un Dios que ama y salva al mundo

Desde la perspectiva joánica, el mundo puede ser pensado desde dos ópticas: primero, como ámbito de la acción del mal; segundo, como espacio de salvación. La primera óptica nos invita a pensar sobre el lugar que el mal y sus formas de expresión (indiferencia, rencor, desesperanza) ocupan en nuestra vida. La segunda, nos invita a pensar sobre el lugar que la gracia y sus formas de expresión (amor, reconciliación, solidaridad) ocupan en nuestra vida. En consecuencia, el “mundo” no se hace solo, se hace con cada decisión personal y comunitaria.

Tanto el mal como la gracia iluminan la inteligencia y el corazón en orden a un compromiso, ya que estas dos realidades a las que el ser humano es permeable, pueden hacer del mundo un lugar de hostilidad o un espacio de misericordia. Objetivamente, ni la creación ni el ser humano son esencialmente malos. Toda realidad creada por Dios es amable, reconciliable y redimible. Para quien verdaderamente ama, toda realidad es una oportunidad. Quien ha sido rescatado con amor, puede ver la realidad y las personas en clave de esperanza.

El mundo que Dios ama tanto, está seducido por el mal. Es lugar de dolor, sufrimiento, discordia e incomprensión. Es un mundo que va de la autosuficiencia ideal a la impotencia real, a la incoherencia moral y a la fragmentación espiritual. Un mundo que experimenta con la vida humana (desde su comienzo hasta su final), muchas veces indiferente ante las violaciones a su dignidad. Un mundo competitivo que crea desigualdades, acentuando el éxito de pocos y manteniendo en el fracaso a muchos. Un mundo que ha vulnerado la naturaleza, contaminado el medioambiente y extinguiendo toda forma de vida.

Sin embargo, “Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó” (Ef 2, 5), no ha perdido la esperanza en el mundo. Un mundo que, cuando fue creado, “Dios vio que era bueno” (Gn 1), porque había sido gestado con amor e ilusión, pero sobre todo, con esperanza. Dios ha amado y ama un mundo que no es perfecto, dejando huellas de su presencia en medio de la historia. La Gracia toca lo profundo del corazón humano haciéndolo permeable al corazón del Padre para que cada cristiano “tenga los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (cf. Flp 2, 5) y “pueda realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos” (Ef 2,10). En Cristo y en cada persona cristiana, la misericordia hace “visible y tangible” el amor de Dios. En palabras del Papa Francisco, “la misericordia hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de salvación” (Misericordiae vultus,7).

El mundo al que tanto ama Dios ha sido abrazado por su amor. Cada vez que los seres humanos crean espacios de diálogo visibilizan la necesidad de comunión. Cada vez que se vive concretamente la caridad solidaria, se dignifica al prójimo. Cada vez que se perdona de corazón, se gestan estructuras de reconciliación. Cada vez que se defienden los derechos humanos, se reafirma la dignidad humana y la fraternidad universal. A este mundo seducido por el mal pero abrazado por un amor misericordioso, Dios “entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3, 16).  

Fr. Rubén Omar Lucero Bidondo O.P.

Comentario – Lunes III de Cuaresma

(Lc 4, 24-30)

Jesús recrimina la falta de fe de los habitantes de Nazaret, la ciudad donde creció, y muestra cómo nuestros ojos a veces se vuelven ciegos cuando tenemos la salvación entre nosotros, cómo nos cuesta descubrir la presencia de Dios que se esconde en la sencillez de las personas que tenemos cerca, en la vida cotidiana, en el lugar donde nos toca vivir. Por eso a veces se hace necesario que nos preguntemos para qué estamos viviendo, cómo estamos viviendo, pero también es importante preguntarnos dónde estamos viviendo. Porque a veces gastamos nuestra vida en un mundo irreal, o en un futuro que nunca llega, o en la nostalgia de un pasado dorado, o en la imaginación de un lugar especial. Pero el lugar donde Dios nos ha puesto también necesita alguien que ame, que se entregue, que crea, que busque la paz. Este lugar donde estoy es también una ocasión para crear algo nuevo, para descubrir la presencia de Dios, para recibir su luz y su poder. Y en este lugar hay personas concretas a través de las cuales Dios quiere decirme algo. Difícilmente Dios enviará un ángel para expresarme lo que él espera de mí; normalmente usará a las personas que me rodean para hacerme descubrir lo que él quiere pedirme.

Por no aceptar que Dios podía hablarles a través de uno más, uno de ellos, los habitantes de Nazaret no quisieron escuchar a Jesús, no lo valoraron, y así no pudieron aceptar la maravillosa novedad que Dios les ofrecía.

Y para mostrar esa insensatez Jesús compara la incredulidad de su ciudad con otras situaciones de la historia bíblica. Elías, por ejemplo, fue bien recibido por una viuda extranjera, y Elíseo pudo curar a un leproso sirio que demostró más fe que los judíos.

Oyendo estos ejemplos, los oyentes se enfurecieron, ya que Jesús les estaba diciendo que los paganos podían tener el corazón más abierto que ellos, y tal fue la indignación que quisieron matarlo, pero no pudieron con Jesús, que fácilmente se liberó de ellos. No era todavía su hora.

Oración:

Señor, muchas veces el orgullo me impide descubrirte en mi propia vida, no me deja reconocer los signos de tu presencia y de tu amor, y espero pruebas extraordinarias de tu poder para abrirte mi interior Toca mis ojos Señor, para que te descubra, para que mi vida cotidiana se inunde de tu luz y se llene de tu misterio».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Sacrosanctum Concilium – Documentos Vaticano II

Vigilancia de los Ordinarios

126. Al juzgar las obras de arte, los ordinarios de lugar consulten a la Comisión Diocesana de Arte Sagrado, y si el caso lo requiere, a otras personas muy entendidas, como también a las Comisiones de que se habla en los artículos 44, 45 y 46.

Vigilen con cuidado los ordinarios para que los objetos sagrados y obras preciosas, dado que son ornato de la casa de Dios, no se vendan ni se dispersen.

Homilía – Domingo IV de Cuaresma

1

Dios es fiel a la Alianza: nosotros, no

La Alianza entre Dios y la humanidad, que hemos ido meditando en los domingos pasados (con Noé, Abrahán y Moisés como protagonistas), es cosa de dos. Por parte de Dios no hay duda que él es fiel. Lo ha demostrado a lo largo de la historia, sobre todo en el éxodo y en la peregrinación por el desierto y la entrada en la tierra prometida.

Pero no así el pueblo de Israel, pueblo de dura cerviz, y que continuamente va oscilando entre la fidelidad y la idolatría, o sea, violando el primer mandamiento que habían «pactado» con Yahvé al pie del Sinaí.

Estamos prácticamente a mitad de la Cuaresma. Es bueno que también nosotros, tan débiles y volubles tal vez como los israelitas, nos espejemos en su historia para decidirnos a una seria conversión en la cercanía de la Pascua.

 

2Crónicas 36, 14-16.19-23. La ira y la misericordia del Señor se manifestaron en el exilio y en la liberación del pueblo

El autor del libro de las Crónicas interpreta el gran desastre de la cautividad del pueblo en Babilonia como castigo de sus pecados. Empezando por las clases dirigentes, los israelitas «multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles». Aunque Dios «tenía compasión de su pueblo» y les envió profetas que les avisaran, no les hicieron caso.

La dramática destrucción de Jerusalén y de su Templo y el destierro fueron la corrección que Dios aplicó al pueblo por su infidelidad a la Alianza. Pero Dios nunca cierra todas las puertas: una vez cumplido el tiempo debido, suscitó a un pagano, Ciro, rey de Persia, que permitió que volvieran a Jerusalén los que quisieran.

El salmo 136 expresa muy bien los sentimientos que debieron tener, en tierra extranjera, los que todavía se «acordaban de Jerusalén» y de la Ley de Dios, de la Alianza. Ahora, «junto a los canales de Babilonia», echan de menos los cantos de Sión y piden a Dios que termine con sus enemigos. Como, en efecto, sucedió, porque Ciro acabó con el poder de los asirios que habían llevado a cabo al destierro a los israelitas.

 

Efesios 2, 4-10. Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo

Pablo, consciente del pecado al que todos somos propensos, destaca la fuerza del amor de Dios que supera nuestro pecado y nos salva: «por el gran amor con que nos amó», «nos ha hecho vivir con Cristo».

Para expresar lo que nos sucede a los que nos incorporamos a Cristo, Pablo tiene que inventar neologismos: «con-vivir, con-resucitar, con-sentarse a la derecha de Dios» junto con Cristo.

Todo es don gratuito de Dios, que espera de nosotros fe y buenas obras. Así, la lectura de Pablo nos prepara para escuchar el evangelio, que también insiste en este amor gratuito de Dios para con nosotros pecadores.

 

Juan 3, 14-21. Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él Del diálogo de Jesús con Nicodemo, leemos hoy la segunda parte, que ya no es tanto diálogo, sino monólogo teológico en labios de Jesús.

Después de haber hecho las afirmaciones que apuntan a la «iniciación» en el Reino y la fe en Cristo Jesús, que nos hace nacer de nuevo «por el agua y el Espíritu», Jesús recuerda la imagen de la serpiente que Moisés levantó en el desierto y que, para los que la miraban con fe, producía la curación.

Se centra todo el discurso —la catequesis— del Maestro en el amor que Dios tiene a la humanidad, y que se ha mostrado sobre todo al enviarles a su propio Hijo, para que se salven todos los que creen en él.

2

Somos pecadores

La descripción que hace el libro de las Crónicas de la historia de Israel puede ser también un poco reflejo de la nuestra. A pesar de la elección y de los dones de Dios, y de los profetas que sigue enviando para enseñanza nuestra, y, sobre todo, a pesar de habernos dado como Maestro y Salvador a su propio Hijo, seguimos claramente en déficit respecto a la Nueva Alianza que él nos ha ofrecido.

De nosotros también se puede decir, en alguna medida, que hemos «preferido las tinieblas a la luz», porque no acabamos de admitir en nuestra vida toda la luz de Cristo. Como Israel en el AT fue continuamente tentado de dejarse contaminar por las costumbres morales y la idolatría de los pueblos paganos vecinos, también nosotros podemos ser cobardes a la hora de resistir al atractivo que el mundo de hoy, con su mentalidad, ejerce sobre nosotros.

Cuaresma es tiempo de examen, de chequeo espiritual, de autocrítica sincera, de conversión. A la luz de ese Cristo que camina hacia su entrega total en la cruz, sus seguidores nos tenemos que plantear si nuestra vida va respondiendo a ese amor de Dios manifestado en Cristo Jesús o hemos caído en una rutina y una pereza espiritual que hace peligrar que la Pascua de este año sea una Pascua provechosa para nuestro crecimiento en la fe.

Sólo podremos prepararnos a la Pascua, y celebrarla en profundidad, si reconocemos nuestra situación de pecado, y decidimos convertirnos a nuestra opción radical cristiana de fidelidad a la Alianza.

 

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único

Esta frase de Jesús, que se puede considerar como centro y resumen no sólo del evangelio de Juan, sino de todo el mensaje del NT, nos da la clave para superar nuestra conciencia de pecado: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna».

El amor que Dios nos tiene es previo a todos nuestros méritos y superior a todos nuestros deméritos. Ya en el AT se manifestó este amor, incluso si tuvo que castigar y corregir a su pueblo, cuando le sacó de la esclavitud de Egipto y más tarde le hizo volver de la cautividad. En la primera lectura hemos escuchado cómo Dios movió el corazón del rey Ciro, que permitió a los israelitas volver a Jerusalén para reedificar su nación y su Templo. Dios superaba, una vez más, con su amor y su perdón, la realidad del pecado.

Pero, sobre todo es en el NT cuando experimentamos este amor de una manera más profunda. Pablo nos dice que «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo».

Este amor de Dios es totalmente gratuito, no lo habíamos merecido: «por pura gracia estáis salvados», «así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús», «no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios».

 

Mirar a Cristo en la cruz

No sabemos bien qué sentido pudo tener el misterioso episodio de la serpiente de bronce que Moisés fabricó y levantó como un estandarte en el desierto, por indicación de Dios, y que sirvió precisamente para curar las picaduras de las serpientes venenosas que les atacaron en el desierto. En el libro de la Sabiduría se nos da la clave para entenderlo mejor. No valora la serpiente en sí misma, como si fuera un objeto mágico, sino como recordatorio de la bondad de Dios, cuando el pueblo le mira: «el que a ella se volvía, se salvaba, no por lo que contemplaba, sino por ti, Salvador de todos» (Sb 16,6-7).

Pero lo que sí sabemos, porque es el mismo Jesús quien lo explica a Nicodemo, es que él, Jesús, «elevado» como la serpiente en el estandarte de la cruz, será el punto de referencia para todos los que se quieran salvar. Más adelante, en el mismo evangelio de Juan, Jesús les dice a sus oyentes: «cuando levantéis al Hijo del Hombre, sabréis que yo soy» (8, 28).

El que cree en él «no será juzgado» y se salvará: tendrá vida. Mientras que el que no quiera creer, él mismo se juzga y se aleja de la salvación. Ese es el sentido de la Pascua: «para que todo el que cree en él tenga vida eterna».

Es lo que los cristianos nos disponemos a celebrar en los próximos días: «miraremos» a Cristo en la cruz con creciente intensidad y emoción, con fe, y aprenderemos la gran lección que nos da desde la paradójica «cátedra» de la cruz.

En Cuaresma somos invitados a confiar en la misericordia de Dios y a reconciliarnos con él. Como a Israel, se nos presenta el camino para volver del pecado a la Alianza y reedificar los valores que habíamos perdido. Cada uno sabrá qué tiene que reedificar en su vida, de qué pecados tiene que convertirse, qué valores tiene que recuperar.

 

Dejarnos iluminar por la luz pascual

Los temas de las lecturas de hoy nos conectan espontáneamente, por una parte, con el sacramento de la Reconciliación, por nuestra condición de pecadores y nuestra voluntad de conversión al amor de Dios. Por otra, con la Eucaristía, el sacramento en que participamos de esa Nueva Alianza que Jesús selló en la cruz.

Pero también apuntamos ya a la celebración de la Vigilia Pascual, con su expresivo simbolismo de la luz, que se puede decir que es preparado por el evangelio de hoy: «el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios», mientras que los que no creen «prefieren las tinieblas a la luz». Cristo es la Luz y el que le sigue no anda en tinieblas.

La progresiva iluminación de la Vigilia Pascual a partir del Cirio y la presencia de estos símbolos a lo largo de toda la Cincuentena, es un modo muy expresivo de significar la nueva vida de Cristo, comunicada esa noche a los cristianos.

Eso nos invitará a ser en verdad «hijos de la luz» en nuestra vida. Un cristiano es el que no sólo está bautizado (y ya en la celebración del Bautismo juega un papel importante el simbolismo de la luz), sino que intenta vivir conforme al Resucitado, obrando las obras de la luz: el amor, la fraternidad, la verdad, la lucha contra la injusticia. Porque, como nos dice Pablo, «Dios nos ha creado en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos».

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Jn 3, 14-21 (Evangelio Domingo IV de Cuaresma)

De la noche a la luz, con Cristo

El evangelio, sobre el diálogo con Nicodemo, el judío que vino de noche (desde su noche de un judaísmo que está vacío, como se había visto en el relato de las bodas de Caná), para encontrar en Jesús, en su palabra, en su revelación, una vida nueva y una luz nueva, es una de las escenas más brillantes y teológicas de la teología joánica. Es importante tener en cuenta que Nicodemo es un alto personaje del judaísmo, aunque todo eso no esté en el texto de hoy que se ha centrado en el discurso de Jesús y en sus grandes afirmaciones teológicas, probablemente de las más importantes de este evangelio. Es necesario leer todo el relato de Jn 3,1-21, pues de lo contrario se perdería una buena perspectiva hermenéutica. Digamos que este relato del c.3 de Juan seguramente fue compuesto en el mo­men­to en que personas, como Nicodemo, habían pedido a la comunidad cristiana participar en ella. De ahí ha surgido esta «homilía sobre el bautismo» entre los recuerdos de Juan de un acontecimiento parecido al que se nos relata y una reflexiones personales sobre lo que sig­nifica el bautismo cristiano. En los versículos 1 al 15 (vv. 1-15) tenemos el hecho de lo que podía suceder más o menos y palabras de Jesús que Juan ha podido conservar o aprender por la tradición. Desde los vv. 16-21 se nos ofrecen unas reflexiones personales del teólogo (es realmente un monólogo, no un diálogo en este caso), el que ha hecho la homilía de Juan, sobre la esencia de la vida cristiana en la que se entra por el bautismo.

Los vv. 16-21 aportan, pues, una reflexión del evangelista y no palabras de Jesús propiamente hablando. Esto puede causar sorpresa, pero es una de las ideas más felices de la teología cristiana. Dios ha entregado a su Hijo al mundo. En esto ha mostrado lo que le ama. Además, Dios lo ha enviado, no para juzgar o condenar, sino salvar lo que estaba perdido. Si existe alguna doctrina más consoladora que esta en el mundo podemos arrepentirnos de ser cristianos. Pero creo que no existe. El v.18 es una fuente de reflexión. La condena de los hombres, el juicio, no lo hace Dios. Lo ha dejado en nuestras manos. La cuestión está en creer o no creer en Jesús. El juicio cristiano no es un episodio último al que nos presentamos delante de un tribunal para que le diga si somos buenos o malos. ¡No! sería una equivocación ver las cosas así, como muchos las ven apoyado en Mt 25. Los cristianos experimentamos el juicio en la medida en que respondemos a lo que Señor ha hecho por nosotros. El juicio no se deja para el final, sino que se va haciendo en la medida en que vivimos la vida nueva, la nueva creación a la que hemos sido convocados. Estas imágenes de la luz y las tinieblas son muy judías, del Qumrán, pero a Juan le valen para expresar la categoría del juicio.

El evangelio de Juan es muy sintomático al respecto, ya que usa muchas figuras y símbolos (el agua, el Espíritu, la carne, la luz, el nacer de nuevo, las tinieblas) para poner de manifiesto la acción salvadora de Jesús. El diálogo es de gran altura, pero en él prevalece la afirmación de que el amor de Dios está por encima de todo. Aquí se nos ofrece una razón profunda de por qué Dios se ha encarnado: porque ama este mundo, nos ama a nosotros que somos los que hacemos el mundo malo o bueno. Dios no pretende condenarnos, sino salvarnos. Esta es una de las afirmaciones más importantes de la teología del NT, como lo había sido de la teología profética del AT. Dios no lleva al destierro, Dios no condena, Dios, por medio de su Hijo que los hombres hemos “elevado” (para usar la terminología teológica joánica del texto) a la cruz, nos salva y seguirá salvando siempre. Incluso el juicio de la historia, como el juicio que todo el mundo espera, lo establece esta teología joánica  en aceptar este mensaje de gracia y de amor. El juicio no está en que al final se nos declare buenos o perversos, sino en aceptar la vida y la luz donde está: en Jesús.

Ef 2, 4-10 (2ª lectura Domingo IV de Cuaresma)

La intervención misericordiosa de Dios

La segunda lectura  nos ofrece una reflexión impresionante del misterio de la gracia de Dios a los hombres  por medio del misterio pascual, la muerte y la resurrección de Cristo. Se ha discutido si esta carta es de Pablo o de alguno de sus discípulos, pero, en el caso concreto de este texto, nos encontramos con la teología paulina fundamental, una especie de sumario de lo que él enseñaba como su evangelio, que había recibido directamente de Dios y por lo que llevó adelante una lucha por la libertad de todos los hombres. Se habla de una reflexión bautismal en la que se quiere poner de manifiesto cómo se pasa de la muerte a la vida por la gracia de Dios. Esa es la significación más radical del bautismo y de la fe cristiana.

El poder que Dios ha mostrado resucitando a Jesús de entre los muertos  es el que nos muestra a nosotros cuando nos perdona y nos ofrece una vida nueva de gracia. Esto es lo más impresionante de esta teología bautismal que se respira en esta lectura de hoy. Se habla de la misericordia (éleos), que en el mundo griego no tenía el mismo alcance que en el ámbito cristiano; los estoicos la consideraban como una de las pasiones, aunque muchos la prefieren o la recomiendan  frente al odio: ¡qué menos! El autor habla de cómo los cristianos han sido asociados a Cristo, a su muerte y a su resurrección. Y esto es consecuencia del proyecto de misericordia que Dios tiene sobre la humanidad. Se pone de manifiesto que por medio del bautismo somos asociados a la vida nueva de Cristo, por tanto a lo que ha significado y significa la resurrección de Jesús.

2Cron 36, 14-16. 19-23 (1ª lectura Domingo IV de Cuaresma)

Dios no castiga con la guerra

La primera lectura toma, de una de las historias de Israel del AT (2 Crónicas 36,14-16.19-23), el tema de la catástrofe final que llevó desterrado al pueblo judío a Babilonia (a. 586 a. C), en tiempo del rey Sedecías. Es una visión más teológica que la que se nos ofrece en 2 Reyes 24,18-20. Esta situación -creen los autores de estos libros, una especie de escuela histórico-teológica-, se produjo porque Dios ya había perdido la paciencia con un pueblo que era rebelde. Pero debe quedar claro que ni es Dios quien la provoca, ni es Él quien propone este castigo de los babilonios. Es verdad que la concepción de la historia en la Biblia es una concepción sagrada y nada pasa inadvertido a Dios. No podían pensar de otra manera y desde una visión profética, más lucida, sabemos que siguiendo los “caminos de Dios” más que los intereses políticos y económicos, muchas cosas podrían evitarse. Por eso no es falsa la interpretación “teológica” de la historia; diríamos más: es necesaria. Las guerras no llegarían. No obstante, los pueblos mismos somos protagonistas de esta situación.

En el caso de Judá, sus responsables habían jugado sus cartas y sus intereses. El profeta Jeremías había advertido contra esta actitud: más que buscar reyes o emperadores en que apoyarse, había que buscar a Dios. Esto es válido, desde luego, porque un pueblo que se dedica a poner en práctica la justicia, a evitar toda guerra, encontrará caminos de paz y de armonía. Esta es la eterna lección de la historia de la humanidad. La misma propuesta hizo en su tiempo Isaías (Is 7) con  sus palabras al rey Acaz para que no entrase en la “coalición” de guerra contra Asiria; era una temeridad, aunque podría ser razonable el ansia de libertad nacional. A los autores del texto de hoy, “los cronistas”, les duele que los caldeos incendiaran la casa de Dios o no se pudiera celebrar el sábado. Pero a Dios le duele que el pueblo sufra y se vea condenado a la guerra y la violencia por causa de sus dirigentes. Esa es la verdadera casa de Dios, el pueblo, donde él habita. La “compasión de Dios” debe ser la idea determinante que se debe poner de manifiesto, porque los “dirigentes” no sienten compasión de su pueblo, sino de sus intereses nacionales y políticos.

Es lógico, por otra parte, que en esa interpretación se piense que el famoso decreto de Ciro, que permitía la vuelta de los desterrados, tiene también que ver con la mano de Dios y el cumplimiento de las palabras proféticas, en este caso de Jeremías. También es verdad que la imagen mítica del mundo que se tenía en el Oriente y que tenían los profetas, no puede menos de afirmar que Dios actúa “ocultamente”. Y son los profetas los que saben acoger el “sí” de Dios para la salvación y para poner de manifiesto que donde una vez hubo un “no” de Dios, éste no es definitivo, sino que en una verdadera perspectiva profética el “sí” siempre es el futuro del pueblo, de la historia y de la humanidad. La concepción científica de la historia no mirará las cosas desde ahí, pero tampoco podrá contradecirlas. Porque este “sí” solamente se escribe con la mano de Dios en la historia oculta de la creación. Eso quiere decir que Dios no destruye la historia de un pueblo y de nadie, en todo caso lo que debe quedar claro es que sin Dios la humanidad no sabrá encontrar la felicidad.

Comentario al evangelio – Lunes III de Cuaresma

Las lecturas bíblicas de hoy presentan a Dios actuando más allá de los límites de su pueblo Israel. Es imposible poner fronteras a un Dios que es Padre de todas las  razas y pueblos. Así el libro de los Reyes en el Antiguo Testamento nos habla de Nahamán, un hombre rico y poderoso, pero enfermo de lepra de la que nadie era capaz de curarle. Por medio de una esclava israelita se entera de que puede ser sanado de su lepra, si visita al hombre de Dios que hay en su patria, Israel. Entonces pide al rey sirio que solicite al rey de Israel que cure a Nahamán.

La salud y la enfermedad no respetan razas ni fronteras ni religiones ni cargos importantes. Sólo Dios puede curar. Y así entra en escena Eliseo, que ante los grandes y encumbrados de esta tierra, subraya la soberanía absoluta de Dios.

Miremos ahora a Jesús en la sinagoga de Nazaret en medio de sus paisanos recordando a un Dios Padre de todos los que confían en Él. El Espíritu Santo que guía a Jesús y la palabra del profeta Isaías son como la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús fuera de su pequeño pueblo.

Lucas pone en esta primera escena de la vida pública de Jesús el rechazo del pueblo judío contra él: un rechazo que culminará con la muerte en la cruz. Así, lo que comenzó siendo simpatía y admiración, se cambia en hostilidad. Desprecian a Jesús porque solamente es el hijo de José y no ha tenido maestros que puedan garantizar su conocimiento de la biblia. El odio contra Jesús crece y sus paisanos intentan eliminarlo tirándolo por un barranco, “pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó”. En este gesto hay como un anticipo de su resurrección.

Jesús recuerda a sus paisanos que Dios ofrece la salvación a todos los hombres. Y  para confirmar esta enseñanza recuerda que Elías y Eliseo realizaron milagros entre personas que no pertenecían al pueblo de Israel y lograron entre ellos mejores frutos de conversión.

No somos propietarios de Dios, sino sus humildes servidores, por eso el cristiano no se avergüenza de arrodillarse ante Él y dar una mano a su prójimo sin mirar el color de su piel.