Comentario al evangelio – Sábado III de Cuaresma

El tema que la Palabra de Dios nos propone hoy lo ha expresado con toda claridad el Papa Francisco en múltiples ocasiones: “La esencia del cristianismo es reconocerse necesitado de la misericordia de nuestro Padre Dios”. Sólo así conseguimos vivir de verdad nuestra fe como creyentes.

El amor y el perdón de Dios son la gran novedad que proclama el salmo de hoy. Es bueno orar con él  cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas. Necesitamos de la bondad de un Dios Padre que nos abraza y nos perdona absolutamente todo, siempre, sin cansarse.

A veces nos hacemos la pregunta: ¿Qué tengo que hacer para merecer el perdón de Dios? ¿Cómo estaré seguro de que Dios me ha perdonado? ¿Es suficiente con confesarse?

Para responder a esas preguntas Jesús dijo la parábola que leemos hoy.

Algunos, teniéndose por justos, santos y limpios, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás.  Cumplían a cabalidad una serie de normas y preceptos y por eso se sentían con todo el derecho de presentar en su oración una especie de «cobro» a Dios.

Jesús desenmascara esta actitud y abiertamente declara perdonado al hombre que delante de Dios se siente pecador, necesitado del amor y de la compasión divina. Mientras que el otro, el fariseo, no logra el perdón, porque cree que no la necesita y por tanto, no lo pide.

Si uno pide con fe, el Señor siempre nos escucha:

“El único sobreviviente de un naufragio fue visto sobre una pequeña isla. Estaba orando fervientemente y pidiendo a Dios que lo rescatara, y todos los días revisaba el horizonte buscando ayuda, pero ésta nunca llegaba.

Aburrido y para pasar el rato empezó a construir una pequeña cabaña para protegerse y proteger sus pocas pertenencias. Un día, después de andar buscando comida por el interior de la isla, regresó y encontró la pequeña choza en llamas, el humo subía hacia el cielo…Todo lo poco que tenía se había perdido. Desesperado, cayó de rodillas en la playa y le gritó a Dios:

-“Dios mío, ¿cómo pudiste hacerme esto?

Y se quedó dormido por la tristeza sobre la arena.

Temprano, a la mañana siguiente, escuchó asombrado la sirena de un barco que se acercaba a la isla. Al principio creyó que se trataba de un sueño. Pero ante el repetido sonar de la sirena, se convenció de que era verdad: ¡¡¡venían a rescatarlo!!!

Una pequeña lancha se acercó hasta la orilla y unos marineros lo invitaron a subir.

El pobre náufrago sólo acertó a preguntar:

-Pero, señores, ¿cómo supieron que yo estaba aquí perdido?

-Vimos las señales de humo que nos hiciste, respondieron ellos.

Nuestro Padre Dios siempre está a nuestro favor y hasta las cosas más difíciles se pueden convertir en una bendición”.

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Meditación – Sábado III de Cuaresma

Hoy es sábado III de Cuaresma.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 18, 9-14):

En aquel tiempo, Jesús dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado».

Hoy, Jesucristo ilustra gráficamente la relación entre «ethos» (personalidad o naturaleza humana) y «gracia». El fariseo se jacta de sus muchas virtudes; el publicano conoce sus pecados, sabe que no puede vanagloriarse ante Dios y, consciente de su culpa, pide gracia. ¿Significa esto que uno representa el «ethos» y el otro la gracia sin «ethos» o contra el «ethos»?

En realidad se trata de dos modos de situarse ante Dios y ante sí mismo. Uno ni siquiera mira a Dios, sino sólo a sí mismo; el otro se ve en relación con Dios y, con ello, se le abre la mirada hacia sí mismo (sabe que tiene necesidad de Dios y que ha de vivir de su bondad). No se niega el «ethos», sólo se le libera de la estrechez del moralismo y se le sitúa en el contexto de la relación de amor con Dios.

—La gracia que imploro no me exime del «ethos»: necesito a Dios y, gracias a su bondad, yo puedo encaminarme hacia la Bondad.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Sábado III de Cuaresma

SÁBADO DE LA III SEMANA DE CUARESMA

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Cuaresma.

Leccionario: Vol. II

  • Os 6, 1-6. Quiero misericordia y no sacrifico.
  • Sal 50. Quiero misericordia y no sacrificio.
  • Lc 18, 9-14. El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no.

Antífona de entrada          Sal 102, 2-3
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas.

Monición de entrada y acto penitencial
Avanzando en el camino hacia la Pascua, la antífona de entrada de hoy nos invita a que bendigamos al Señor con toda el alma, y que no olvidemos sus beneficios; puesto que Él perdona todas nuestras culpas. Hagamos ahora, pues, al comenzar la Eucaristía, un pequeño momento de silencio, en el que cada uno reconozcamos nuestros pecados y le pidamos perdón al Señor por ellos.

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
LLENOS de alegría,
al celebrar un año más la Cuaresma,
te pedimos, Señor,
al unirnos a los sacramentos pascuales,
que gocemos plenamente de su eficacia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos, hermanos, con la misma humildad con la que el publicano oró en el templo, poniendo en las manos de Dios todas nuestras necesidades.

1.- Para que el Señor, que borra toda culpa, conceda a su Iglesia el don de la penitencia. Roguemos al Señor.

2.- Para que muchos jóvenes se decidan a dejarlo todo y seguir al Señor en el sacerdocio y la vida consagrada. Roguemos al Señor.

3.- Para que el Señor, que enaltece a los que se humillan, se manifieste a los que se esfuerzan en conocerle. Roguemos al Señor.

4.- Para que el Señor, que cura al que se vuelve a Él, haga que los satisfechos de sí mismos se vuelvan indigentes.

5.- Para que el Señor, que no desprecia un corazón quebrantado y humillado, tenga misericordia de nosotros, pobres pecadores. Roguemos al Señor.

Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción, líbranos de la pandemia que nos asola, concede descanso eterno a los que han muerto, consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor glorificando juntos tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
OH, Dios,
cuya gracia nos permite,
purificados nuestros sentidos,
acercarnos a tus santos misterios,
concédenos rendirte una alabanza adecuada,
al celebrar solemnemente lo que nos has entregado en ellos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          Lc 18, 13
El publicano, quedándose atrás, se golpeaba el pecho diciendo: «Oh, Dios, ten compasión de este pecador».

Oración después de la comunión
CONCÉDENOS, Dios misericordioso,
celebrar con sincera entrega
las realidades santas que nos alimentan continuamente,
y recibirlas siempre con espíritu de fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
EXTIENDE, Señor, sobre tus fieles
tu mano derecha como auxilio celestial,
para que te busquen de todo corazón
y merezcan conseguir todo lo que piden dignamente.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Santoral 13 de marzo

SANTA EUFRASIA, Virgen (c. 420 d.C)

Antígonus, pariente del emperador Teodosio I, había muerto, dejando a una hija de un año de edad, llamada Eufrasia. El emperador había tomado a la viuda y a la niña bajo su protección. Cuando la pequeña cumplió cinco años, la comprometió en matrimonio con ,el hijo de un rico senador —según era costumbre en aquel tiempo—, y aplazó la boda, hasta que la doncella llegara a la edad apropiada. La viuda de Antígonus comenzó a ser solicitada en matrimonio con tanta asiduidad, que decidió alejarse de la corte y, con su hija Eufrasia, partió a Egipto, donde se refugió en un convento. Eufrasia, que entonces tenía siete años, se sintió atraída fuertemente hacia la vida religiosa y rogó a las monjas que le permitieran permanecer con ellas. Su madre, por complacerla y pensando que sólo se trataba de un capricho pasajero le permitió quedarse, esperando que pronto se cansaría de aquella vida y advirtiéndole que debería ayunar, acostarse en el suelo y aprenderse de memoria la salmodia completa. Pero la niña era perseverante y, pasado un tiempo de prueba, quiso seguir en el convento. Entonces la abadesa dijo a la madre: «Deja a la niña con nosotras, pues la gracia de Dios está preparando su corazón».

—La piedad que vosotras le habéis inculcado y la que heredó de su padre Antígonus —repuso la madre con voz emocionada—, han abierto para mi hija el camino de la mayor perfección.

La buena mujer levantó en vilo a la niña y, llorando de alegría, la llevó ante una imagen del Salvador.

— ¡Señor mío, Jesucristo! —clamó— ¡Recibe a mi hija y haz que sólo a Ti te busque a Ti te ame; tómala para que solamente a Ti te sirva y a Ti sólo se encomiende!

Luego abrazó estrechamente a Eufrasia, murmurando:

— ¡Quiera Dios, El que ha dado firmeza inquebrantable a las montañas, conservarte en Su santo temor!

Pocos días más tarde, la niña de ocho años vistió el hábito y su madre le preguntó si estaba satisfecha.

— ¡Oh madre! —exclamó la pequeña novicia—. Este es el ropaje de novia que me han dado para hacer honor a mi amado Jesús.

No pasó mucho tiempo sin que la bienaventurada mujer fuera a hacer compañía a su esposo en la otra vida. Entre tanto, en la soledad del convento, Eufrasia crecía en gracia y hermosura. Cuando la muchacha cumplió doce años, el emperador, posiblemente Arcadio, recordó la promesa que había hecho su antecesor Teodosio I y envió un mensaje al convento de Egipto, rogando a Eufrasia que regresara a Constantinopla para cumplir el compromiso y casarse con el senador, a quien la habían prometido. Por supuesto, la jovencita se negó a abandonar el convento y escribió una larga misiva al emperador, suplicándole que la dejara en libertad para seguir su vocación y pidiéndole la gracia de vender las propiedades heredadas de sus padres para distribuir el dinero entre los pobres, así como dejar libres a todos los esclavos de su casa.

El emperador accedió a los deseos de Eufrasia, quien prosiguió su vida habitual en el convento; pero entonces comenzó a sufrir tentaciones: sin cesar la atormentaban vanos pensamientos y malos deseos por conocer el mundo que había abandonado. La abadesa, a quien había abierto su corazón, le asignó algunas tareas duras y humillantes para distraer su atención y alejar a los demonios que atormentaban tanto su cuerpo, como su alma. En una ocasión, se le mandó cambiar de sitio un montón de piedras y, cuando la faena estuvo concluida, le ordenaron repetir la operación y así sucesivamente hasta treinta veces. En esto y en todo lo que se le ordenaba hacer, Eufrasia cumplía con prontitud y cuidado: limpiaba las celdas de las otras monjas, acarreaba agua para la cocina, cortaba la leña, horneaba el pan y cocinaba los alimentos. A la monja que llevaba al cabo estas ocupaciones, generalmente se le dispensaba de los oficios nocturnos, pero Eufrasia jamás dejó de ocupar su lugar en el coro. A pesar de la rudeza de las faenas que realizaba, a la edad de veinte años, su belleza estaba en todo su esplendor: era alta, esbelta y de hermoso rostro lleno de expresión. No obstante, su mansedumbre y humildad eran extraordinarias. Una doncella de la cocina le preguntó cierta vez por qué en algunas ocasiones se quedaba sin comer toda la semana, algo que nadie se atrevía a hacer sino la abadesa. La santa le dijo que lo hacía por su voluntad y sin consentimiento de nadie; entonces la doncella la llamó hipócrita, puesto que sólo trataba de llamar la atención con la esperanza de que la nombraran superiora. Lejos de sentirse ofendida por tan injusta acusación, Eufrasia se echó a los pies de aquella mujer, pidiéndole perdón y le suplicó que orara por ella.

Cuando la santa yacía en su lecho de muerte, Julia, su hermana muy querida con quien compartía la celda, imploró a Eufrasia que le obtuviera la gracia de estar con ella en el cielo, ya que habían sido compañeras en la tierra. Tres días después de la muerte de Eufrasia, Julia también falleció. La anciana abadesa que había recibido a Eufrasia en su convento, no podía consolarse por la pérdida de aquellas dos hijas tan queridas y no cesaba de rogar encarecidamente al cielo para que no tardase en ir a reunirse con ellas. Un día, poco tiempo después, cuando las monjas entraron a la celda de la abadesa la hallaron muerta; su alma había volado durante la noche para reunirse con las otras dos.

Según la costumbre rusa, se nombra a Santa Eufrasia en la preparación de la misa bizantina.

La notable biografía en griego, que es la fuente por la que se conoce todo lo relativo a Santa Eufrasia, ha sido impresa en el Acta Sanctorum, marzo, vol II. Parece haber buenas razones para considerar al autor como más o menos contemporáneo y, en los rasgos principales, la obra es un relato fidedigno. Ciertamente el ascetismo que refleja es el de aquella época. Pocos años después de la fecha en que murió Eufrasia, San Simeón, el Estilita fundó el primer pilar. De Eufrasia, lo mismo que de su abadesa, se asegura que tenían frecuentes éxtasis en los que permanecían erguidas en un sitio, hasta que perdían el conocimiento y caían desmayadas. Etheria, al relatar su peregrinación (c. 390) nos dice mucho de los ayunos que los ascetas consideraban como cuestión de honor y resistencia y pasaban una semana sin comer, de domingo a domingo. Es más, el texto íntegro del documento nos hace recordar los ideales ascéticos expuestos en la vida de Santa Melania la Menor, que era una contemporánea. Véase también Dicíionary oj Saindy Women, de A.B.C. Dunbar, vol. I. pp. 292-293.

Alan Butler

Laudes – Sábado III de Cuaresma

LAUDES

SÁBADO III CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Señor, ábreme los labios.
R/. Y mi boca proclamará tu alabanza

INVITATORIO

Se reza el invitatorio cuando laudes es la primera oración del día.

SALMO 66: QUE TODOS LOS PUEBLOS ALABEN AL SEÑOR

Ant. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

Dame tu mano, María,
la de las toscas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.

¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel,
desde el marco del dintel,
te saludó: «Ave, María»?
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.

A ti doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en que el alma reposa,
a ti, ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María. Amén.

SALMO 118

Ant. Tú, Señor, estás cerca, y todos tus mandatos son estables.

Te invoco de todo corazón:
respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes;
a ti grito: sálvame,
y cumpliré tus decretos;
me adelanto a la aurora pidiendo auxilio,
esperando tus palabras.

Mis ojos se adelantan a las vigilias,
meditando tu promesa;
escucha mi voz por tu misericordia,
con tus mandamientos dame vida;
ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad.

Tú, Señor, estás cerca,
y todos tus mandatos son estables;
hace tiempo comprendí que tus preceptos
los fundaste para siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tú, Señor, estás cerca, y todos tus mandatos son estables.

CÁNTICO de la SABIDURÍA: DAME, SEÑOR, LA SABIDURÍA

Ant. Mándame tu sabiduría, Señor, para que me asista en mis trabajos.

Dios de los padres y Señor de la misericordia,
que con tu palabra hiciste todas las cosas,
y en tu sabiduría formaste al hombre,
para que dominase sobre tus criaturas,
y para regir el mundo con santidad y justicia,
y para administrar justicia con rectitud de corazón.

Dame la sabiduría asistente de tu trono
y no me excluyas del número de tus siervos,
porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva,
hombre débil y de pocos años,
demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.

Pues, aunque uno sea perfecto
entre los hijos de los hombres,
sin la sabiduría, que procede de ti,
será estimado en nada.

Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras,
que te asistió cuando hacías el mundo,
y que sabe lo que es grato a tus ojos
y lo que es recto según tus preceptos.

Mándala de tus santos cielos,
y de tu trono de gloria envíala,
para que me asista en mis trabajos
y venga yo a saber lo que te es grato.

Porque ella conoce y entiende todas las cosas,
y me guiará prudentemente en mis obras,
y me guardará en su esplendor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mándame tu sabiduría, Señor, para que me asista en mis trabajos.

SALMO 116: INVITACIÓN UNIVERSAL A LA ALABANZA DIVINA

Ant. La fidelidad del Señor dura por siempre.

Alabad al Señor, todas las naciones,
+ aclamado, todos los pueblos.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. La fidelidad del Señor dura por siempre.

LECTURA: Is 1, 16-18

«Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid, y litigaremos —dice el Señor—. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sea rojos como escarlata, quedarán como lana.»

RESPONSORIO BREVE

R/ Él me librará de la red del cazador.
V/ Él me librará de la red del cazador.

R/ Me cubrirá con sus plumas.
V/ Él me librará

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Él me librará de la red del cazador.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El publicano quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.”

Benedictus. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR. Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por la boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El publicano quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.”

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, que, para hacer de nosotros criaturas nuevas, ha instituido el baño del bautismo y nos alimenta con su palabra y su cuerpo, y supliquémosle, diciendo:

Renuévanos con tu gracias, Señor

Señor Jesús, tú que eres manso y humilde de corazón, danos entrañas de misericordia, bondad y humildad,
— y haz que tengamos paciencia con todos.

Que sepamos ayudar a los necesitados y consolar a los que sufren,
— para imitarte a ti, el buen Samaritano.

Que María, la Virgen Madre, interceda por las vírgenes que se han consagrado a tu servicio,
— para que vivan su virginidad en bien de la Iglesia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Concédenos la abundancia de tu misericordia
— y perdona la multitud de nuestros pecados y el castigo que por ellos merecemos.

Con la misma confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al Padre, diciendo, como nos enseñó Cristo:
Padre nuestro…

ORACION

Llenos de alegría, al celebrar un año más la Cuaresma, te pedimos, Señor, vivir los sacramentos pascuales, y sentir en nosotros el gozo de su eficacia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.