Vísperas – Lunes IV de Cuaresma

VÍSPERAS

LUNES IV DE CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 135: HIMNO PASCUAL

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

SALMO 135

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación, se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: Rm 12, 1-2

Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

RESPONSORIO BREVE

R/ Yo dije: Señor, ten misericordia.
V/ Yo dije: Señor, ten misericordia.

R/ Sáname, porque he pecado contra ti.
V/ Señor, ten misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Yo dije: Señor, ten misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El padre cayó en la cuenta de que ésa era la hora cuando Jesús le había dicho: «Tu hijo está curado.» Y creyó él con toda su familia.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El padre cayó en la cuenta de que ésa era la hora cuando Jesús le había dicho: «Tu hijo está curado.» Y creyó él con toda su familia.

PRECES

Bendigamos a Dios, nuestro Padre, que, por boca de su Hijo, prometió escuchar la oración de los que se reúnen en su nombre, y, confiados en esta promesa, supliquémosle, diciendo:

Escucha a tu pueblo, Señor.

Señor, tú que en la montaña del Sinaí diste a conocer tu ley por medio de Moisés y la perfeccionaste luego por Cristo,
— haz que todos los hombres descubran que tienen inscrita esta ley en el corazón y que deben guardarla como una alianza.

Concede a los superiores fraternal solicitud hacia los que les han sido confiados,
— y a los súbditos, espíritu de obediente colaboración.

Fortalece el espíritu y el corazón de los misioneros
— y suscita en todas partes colaboradores de su obra.

Que los niños crezcan en gracia y en edad,
— y que los jóvenes se abran con sinceridad a tu amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acuérdate de nuestros hermanos que ya duermen el sueño de la paz
— y dales parte en la vida eterna.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que renuevas el mundo por medio de sacramentos divinos, concede a tu Iglesia la ayuda de estos auxilios del cielo sin que le falten los necesarios de la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes IV de Cuaresma

1.-Oración introductoria.

Señor, me impresiona la paciencia y la tenacidad de ese hombre que llevaba 38 años enfermo y no había perdido la esperanza. Treinta y ocho años esperando a un hombre que le bajara a la piscina. Me da vergüenza decir que yo llevo más de esos años con el alma enferma y no he sentido necesidad de buscar en ti, al hombre que necesito.  Pero hoy quiero cambiar. Quiero que seas Tú ese hombre que me diga: !levántate, y anda!

2.- Lectura reposada de la Palabra del Señor.  San Juan 5, 1-16

Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?». El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes». Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina». En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los Judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla». Él les respondió: «El que me curó me dijo: «Toma tu camilla y camina». Ellos le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te dijo: «Toma tu camilla y camina?». Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía». El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

3.- Qué dice el texto.


Meditación-reflexión

Se cuenta que el cínico Diógenes que vivió en el s. V antes de Cristo, salió a las doce del día por las calles de Atenas con un candil en la mano, diciendo: “Busco un hombre”. Hombres había muchos, pero “un hombre bueno y honesto” no lo encontró. El paralítico de la piscina se pasó 38 años buscando un hombre que lo metiera en la piscina. Por fin se encontró no con un hombre sino ¡El hombre!  El hombre cabal, el hombre perfecto, el canon y modelo de hombre: ¡Jesús! Se acercó a él y le dijo: ¿quieres curarte? En aquellas circunstancias, la pregunta es obvia. Lleva ya enfermo 38 años. No tiene un hombre que le meta en la piscina. Lo lógico es que ya hubiera perdido todas las esperanzas. Con esta pregunta Jesús pretende movilizar no sólo su cuerpo sino también el alma. También a nosotros, con el tiempo, se nos paraliza el alma: no pensamos, no crecemos, no evolucionamos, no estamos dispuestos a cambiar.

“Levántate, toma tu camilla y camina”.  Ese hombre, tendido en el suelo, enfermo, limitado, frágil y necesitado, eres tú y soy yo. Y ese otro Hombre que pasa a tu lado y se te acerca, te levanta y te hace caminar es Jesús. Qué distinto el comportamiento de los judíos y el de Jesús. Los judíos tenían que celebrar el sábado, era fiesta para ellos. Y uno se pregunta: Estando rodeados de gente enferma, que lo está pasando mal, ¿todavía tienen ganas de fiesta? Para Jesús, la fiesta es precisamente eso: sanar las dolencias, curar las enfermedades, ayudar al que lo necesita, hacer el bien a todos.  Esa debería ser nuestra fiesta de Domingo.

Palabra del Papa

“Sobre la Iglesia que el papa sueña: Veo con claridad que la Iglesia hoy necesita con mayor urgencia la capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental”. Yo sueño con una Iglesia madre y pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del Reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad.» (Entrevista a S.S. Francisco, 19 de septiembre de 2013).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio).

5.- Propósito. Hoy me comprometo a ayudar o acompañar a una persona que lo esté pasando mal.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, te agradezco este rato de oración, de diálogo, de encuentro. Porque siempre que me encuentro contigo tengo ganas de ser mejor, me animas, me ayudas, y, como al paralítico de la piscina, me empujas a caminar. Sí, quiero caminar, pero no de cualquier modo ni por cualquier camino. Quiero caminar como lo hacías Tú “fijándote en el que sufre y se lo pasa mal”.

                              ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre

La Nueva Alianza no hay que leerla como un cambio de parte de Dios en el que primero eligió a Israel y después abre su presencia de padre a toda la humanidad. Es más bien la comprensión, desde la experiencia de Jesús, que Dios siempre ha sido el Padre de todos, que nos busca, nos ama y desea nuestra plenitud humana. Israel en su historia fue capaz de descubrir las huellas de Dios pero su comprensión autorreferente de esa relación le limitó para descubrir el rostro y la gloria del Padre en el mensaje y la vida de Jesús de Nazaret.

Pasa pues la Nueva Alianza por una apertura de la comprensión de quién y cómo es Dios. Jeremías ya lo anunciaba en la primera lectura de hoy. Es a través del perdón, de la misericordia y del amor como se conoce el verdadero rostro de Dios. Ni solo en la ley ni solo en la historia, sino en lo que las sostiene y les da sentido: descubrir el rostro de Dios en cada experiencia de amor. En el amor se reconoce a Dios. Y eso es lo que transforma la vida de cada uno haciendo posible que el recorrido vital de cada ser humano se plenifique.

Pero el rostro de Dios a veces se nos esconde. Seguimos con categorías de comprensión de la divinidad de cariz humano, demasiado humano. El poder, la pompa, la majestad, la trascendencia, la gloria. Nos sigue costando entender que a Dios le vayan otros términos más en consonancia: abajamiento, sufrimiento, obediencia, lágrimas, gritos, angustia, sufrimiento. En la experiencia de Jesús de Nazaret –la carta a los Hebreos nos lo recuerda- no se muestra el dominio, sino la kénosis de la muerte. En la entrega hasta la muerte de Jesús es donde se reconoce a Dios, donde se ve su gloria, porque lo que mueve su entrega es el amor. Un amor que lleva a la muerte.

Quien se ama más a sí mismo que a los otros se pierde. Pero amar a los otros no es siempre algo fácil ni hermoso ni suave ni mullido. Amar, a veces, duele. Morir, duele. Amar y morir traen sufrimiento. Pero el miedo a sufrir no es freno para el amor en Jesús. Su testimonio de entrega es un testimonio para cada uno de nosotros de que amar exige mucha fortaleza. La de anteponer a los otros a uno mismo. La de escuchar a Dios –obedecer tiene su sentido etimológico en la escucha y el seguimiento- y seguir su presencia en la fe y la esperanza, en la confianza, de que aunque los caminos de Dios a veces nos resuenen incomprensibles, son los que nos traen la salvación verdadera, la plenitud real de nuestra vida.

Y en esos juegos tan paradójicos del evangelio, de Dios mismo diríamos, es precisamente donde el hombre ve muerte y dolor y sufrimiento, donde se muestra la verdadera gloria de Dios. Jesús es glorificado por el Padre precisamente en su entrega. Jesús es elevado –en la Cruz- a la gloria. El rostro, el nombre de Dios, se muestran en el rostro y el nombre de Jesús, en su amor. La gloria de Dios se muestra en la muerte por amor en cruz de Jesús.

En estos griegos que le piden a Felipe «ver» a Jesús se muestra precisamente eso. Para ver a Jesús hay que mirar a la cruz y a su entrega. Para ver a Dios hay que mirar el sentido de amor, de perdón, de misterio, que esconde la cruz. La cruz es un misterio de amor. El misterio de que en Jesús estamos toda la humanidad de todos los tiempos, el misterio de que en la cruz Jesús nos atrae a todos en su amor. Como el amor mismo es un misterio de entrega. El misterio del sufrimiento por amor.

Fray Vicente Niño Orti

Comentario – Lunes IV de Cuaresma

(Jn 4, 43-54)

Este relato es muy parecido a la narración de la curación del siervo del centurión romano (Mt 8, 5-13), pero aquí no se trata de un romano sino de un funcionario del rey Herodes, y no se trata de un siervo sino de un hijo.

Lo interesante en este relato de Juan es que en las actitudes del funcionario ante Jesús podemos descubrir todo un proceso que nos muestra cómo va creciendo la fe, o cómo se va manifestando cada vez de un modo más perfecto.

Primero se trata simplemente de una confianza en el poder especial que tenía Cristo, porque le habían llegado comentarios sobre sus prodigios, especialmente sobre la transformación del agua en vino en las bodas de Caná.

Pero cuando Jesús reprocha que le reclamen milagros, el centurión reacciona con una confianza firme, porque insiste en su súplica.

Luego cree en la palabra de Jesús que le dice que su hijo está vivo, y va a su casa sabiendo que lo encontrará sano.

Y cuando comprueba el milagro de Jesús «creyó en él con toda su familia». Eso significa que de la confianza en el poder de Cristo se ha pasado a creer «en él», a una adhesión interior a su persona. Ya no se trata sólo de una gran confianza en su poder que puede solucionar nuestros problemas.

Esto nos invita a reflexionar sobre el estado de nuestra propia fe y sobre los motivos por los que buscamos a Jesús. ¿Se trata solamente de una confianza imperfecta, que nos lleva a buscar a Jesús para resolver nuestros problemas y a rechazarlo cuando no nos escucha? ¿O se trata de una fe profunda, que nos lleva a adherirnos a la persona de Jesús, a buscarlo a él más que a su poder, a buscar su amistad más que sus dones, a desear el encuentro con él más que sus ayudas?

Oración:

Señor, también yo quiero presentarte a mis seres queridos para pedirte que manifiestes tu poder en ellos y los liberes de sus enfermedades, que te hagas presente con tu poder en sus momentos de muerte y de dolor y los levantes con tu gracia».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Gaudium et Spes – Documentos Vaticano II

Destinatarios de la palabra conciliar

2. Por ello, el Concilio Vaticano II, tras haber profundizado en el misterio de la Iglesia, se dirige ahora no sólo a los hijos de la Iglesia católica y a cuantos invocan a Cristo, sino a todos los hombres, con el deseo de anunciar a todos cómo entiende la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual.

Tiene pues, ante sí la Iglesia al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación.

Homilía – Domingo V de Cuaresma

1

Se acerca la Pascua

Dos semanas escasas para el Triduo Pascual. Las lecturas de hoy nos recuerdan la inminencia de esa celebración central: la muerte y la resurrección de Cristo Jesús.

La carta a los Hebreos nos habla de sus «gritos y lágrimas» ante la certeza de su muerte. El evangelio nos recuerda otro momento de «crisis» de Jesús ante la «hora» dramática que ve acercarse, aunque triunfa su voluntad de obediencia al plan salvador de Dios, con la hermosa imagen del grano de trigo que, para dar fruto, tiene que enterrarse y morir.

Los discípulos de Jesús queremos unirnos a él en ese camino suyo hacia la «hora» de su «glorificación», que incluye la cruz y la nueva vida. En la oración colecta de hoy pedimos a Dios «que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo».

 

Jeremías 31, 31-34. Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados

Leemos hoy la famosa página del profeta Jeremías, la primera vez que en el AT se anuncia que va a haber una «nueva Alianza», después del fracaso de la primera por parte del pueblo infiel.

Una Alianza que será profunda e interior: «meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones», y realizará en verdad lo que había querido ya la primera: «yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». Por parte de Dios, la misericordia: «cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados». Por parte del pueblo, el deseo de que sea fiel a Dios: «todos me conocerán».

El salmista, que esta vez es el autor del «Miserere», hace suyos los sentimientos de esta perspectiva positiva de Jeremías: «oh Dios, crea en mí un corazón puro», «renuévame por dentro», «devuélveme la alegría de tu salvación».

 

Hebreos 5, 7-9. Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna

Es breve pero impresionante este pasaje en que el autor de la carta a los Hebreos nos presenta un Mediador, un Sacerdote que sabe lo que es el dolor y el sufrimiento.

Si los evangelistas que narran la «crisis» de Jesús en Getsemaní ante la inminencia de su muerte hablan de miedo, pavor, tristeza y tedio, esta carta añade un dato dramático: «a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte». Y por su obediencia, «se convirtió en autor de salvación eterna».

 

Juan 12, 20-33. Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto

En tres domingos sucesivos se nos presentan —en este ciclo B— otros tantos símbolos, a cual más expresivos, que nos permiten entender mejor el misterio de la Pascua del Señor: el templo que él reedificará en tres días, la serpiente levantada que cura a quien le mira con fe, y hoy el grano de trigo. En el evangelio de hoy hay también una alusión a la imagen de la serpiente: «cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Así Jesús nos va dando las claves para entender su muerte y resurrección. Hoy, con la metáfora tomada de la vida del campo: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto».

 

2

La seriedad del dolor de Jesús

Como preparación próxima a la Semana Santa, las lecturas de hoy nos presentan a Jesús que camina con admirable fortaleza a vivir su «hora» decisiva, en la que por solidaridad con los hombres se dispone a cumplir el proyecto salvador de Dios.

Ya los evangelistas nos hablan de sus momentos de tristeza y miedo en el Huerto. También el evangelio de hoy se puede decir que refleja otro momento, anterior al de Getsemaní, en que Jesús confiesa con emoción: «mi alma está agitada», y nos dice que lo primero que se le ocurre pedir es: «Padre, líbrame de esta hora». Aunque en seguida triunfa su obediencia: «pero si por eso he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre». Ya sabemos qué significa para Jesús esa «hora» y esa «glorificación».

La carta a los Hebreos nos asegura también que Jesús no caminó hacia la muerte como un héroe o un superhombre, con la mirada iluminada e impasible, sino que «a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte». Y añade la sorprendente observación de que «en su angustia fue escuchado», y que «a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer». Por eso fue constituido salvador de la humanidad. Fue escuchado, no porque Dios le liberó de la muerte «antes» de sufrirla, sino «después», con la resurrección.

Es evidente la seriedad con que Jesús asumió su papel de redentor. Tenemos un Sumo Sacerdote que no se ha enterado de nuestros problemas leyendo libros, sino que ha experimentado en su propia carne toda la debilidad y el dolor del camino pascual. Eso nos da la convicción de que el dolor o el sufrimiento o la muerte no son la última palabra. El amor total, hasta la muerte, de Cristo, fue enormemente fecundo, como la muerte del grano de trigo en tierra.

 

¿Es así de firme nuestra fidelidad?

Si nos espejamos en ese Cristo Jesús a quien vamos a seguir muy de cerca estos días próximos, no nos extrañará que también nuestro camino incluya a veces momentos de dolor y de miedo.

No sé si nos toca alguna vez elevar súplicas con gritos y con lágrimas a Dios, para que nos ayude en nuestros momentos de crisis. Lo que sí es seguro de que tenemos experiencia de que ser buenos cristianos, y seguir las huellas de Cristo con el estilo de vida que nos enseñó, no es nada fácil.

A todos nos apetece más la salud, el triunfo, el éxito y los honores que la renuncia o el sacrificio o el fracaso. Cristo nos ha enseñado que el mundo se salva no con alardes de poder, sino por medio de la cruz, que en este mundo nuestro no tiene ciertamente de buena prensa ni popularidad. A pesar del aviso de Jesús, «el que se ama a sí mismo, se pierde», ¿a quién le viene espontáneo amar a los demás y perdonar setenta veces siete y poner la otra mejilla?

Puede sucedemos también a nosotros que tenemos el deseo de «ver a Jesús», como aquellos paganos que, por medio de Felipe, rogaban: «quisiéramos ver a Jesús». Tal vez les movía el deseo de conocer al Jesús de los milagros y de las palabras consoladoras y las manos que bendicen y curan. Y se encontraron con que Jesús, al saber de su petición, se define a sí mismo como el grano de trigo que cae en tierra y muere, para poder dar fruto. Nos gustaría también a nosotros «ver» a ese Jesús que guía, que consuela, que bendice. Pero, además de eso, nos encontramos con el Jesús que nos dice que «el que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor». O, como dijo en otra ocasión, «quien quiera seguirme, tome su cruz cada día y sígame».

El mundo de hoy nos ofrece otros caminos, que son más apetecibles, pero que no conducen a la salvación. Nuestra vocación cristiana nos ofrece muchos momentos de lucha contra el mal, el mal dentro de nosotros y el mal del mundo.

 

Una Alianza grabada en el corazón y coherente con la vida

La nueva Alianza que anunciaba el profeta, la que ha realizado de una vez por todas Cristo Jesús, es también para nosotros una Alianza interior, profunda, basada más en las actitudes y opciones íntimas que en las prácticas exteriores y los ritos, que tienen valor si responden a la actitud interior. También para los cristianos debería cumplirse el anuncio de Jeremías: «meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones».

La Alianza anterior fracasó: «ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza». A lo mejor no fallaron en la ofrenda de sacrificios y holocaustos y oraciones. Pero sí en su estilo de vida: prefirieron la moral más fácil de los dioses paganos vecinos, mucho más permisiva que la exigente normativa de la Alianza del Sinaí. Pero Dios no cejó en su plan de salvación, y por medio del profeta anunció una Alianza mejor, a la que invitaba a ser fieles, la que iba a consagrar Jesús, no por medio de sangre de animales, sino con la suya propia.

Esta Nueva Alianza, en la que participamos en cada Eucaristía, nos compromete a un estilo de vida coherente: no vaya a ser que también de nosotros se pueda quejar Dios de que la quebrantamos con nuestras obras. También nosotros podemos caer en la rutina o el formalismo, y por eso se nos recuerda hoy que el evangelio de Jesús debe estar impreso en nuestro corazón y personalizado y seguido con autenticidad.

El mejor fruto de la Pascua es que Dios conceda eso que pedíamos en el salmo: «Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo».

En cada Eucaristía, cuando celebramos el memorial de la muerte salvadora de Cristo, participamos de la fuerza salvadora de la Nueva Alianza que él selló entre Dios y la humanidad en su cruz: «esta es la Sangre de la Alianza nueva y eterna, derramada por vosotros y por todos».

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Jn 12, 20-33 (Evangelio Domingo V de Cuaresma)

La hora de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria

El texto de Juan nos ofrece hoy una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda la «teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en cuanto los judíos, sus dirigentes, ya han decidido que debe morir. La resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del evangelio de Juan no se deja dar muerte de cualquier manera; no le roban la vida, sino que la quiere entregar El con todas sus consecuencias. Por ello se nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir, unos paganos simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren conocerle, como le comunican a Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El judaísmo, su mundo, su religión, su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano de trigo que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc 8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; 17,33) y sobre destino de los servidores junto con el del Maestro, abren el camino de una “revelación” sobre el momento y la hora de Jesús.

Efectivamente las palabras que podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una experiencia dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia de Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este texto joánico, que tiene como testigos no solamente a los discípulos que eran judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que escuchó algo extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado, el Getsemaní de Juan que no está narrado en el momento de la Pasión. En eso caso puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es la hora de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de la opinión de Caifás tras la resurrección de Lázaro de que uno debía morir por el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este momento que se acerca. Ya está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe llegar, sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.

Por tanto, era como si se Él esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se ha venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de la pasión-glorificación. Y Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no puede dar fruto. La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es verdad que esta decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse a la muerte en aquellas condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y antes de que le secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama su vida entregándola a los demás, poniéndola en las manos de Dios y de los hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la verdad, porque confía plenamente en el Padre, y advierte que los suyos tenga también esta misma disposición.

Los vv. 31-33 nos describen, con un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es una teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús; al contrario, es desde la cruz desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn 3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba en la cruz, en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo, razonablemente, en muchos escritos teológicos. Sino porque la muerte de Jesús le confiere un poderío inconmensurable. La muerte no se la imponen, no es la consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús quien la “busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y porque provoca el juicio sobre el mundo, sobre la falsedad del poder y la mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto. Pero Jesús “atraerá” a todos los hombres hacia El, hacía su hora, hacia su verdad, hacia su vida nueva.

Heb 5, 7-9 (2ª lectura Domingo V de Cuaresma)

Cristo, sacerdote solidario de la humanidad

Nuestra lectura forma parte de una sección que, comenzando en Heb 4,15, nos muestra a Jesucristo como Sumo Sacerdote. Esta carta tan peculiar del Nuevo Testamento, que no es de San Pablo, aunque durante mucho tiempo se la atribuyó la tradición, nos ofrece en este caso una teología del papel de Jesucristo. El sacerdocio de Jesús, no obstante, tiene la innovación de no heredarse (como el de Melquisedec), sino que es nuevo, recién estrenado, capaz de conseguir gracia y salvación, para lo que el sacerdocio hereditario y ritual no era válido. Es el sacerdocio del Hijo de Dios, pero que habiéndose hecho uno de nosotros, padeciendo, llorando, comprendiendo nuestras miserias, siendo absoluta y radicalmente humano, en contacto con nuestra debilidad, nos introduce en el misterio misericordioso y amoroso de Dios.

La figura del Melquisedec, pues, escogida como modelo para el sacerdocio de Cristo sirve para poner de manifiesto que Cristo es un sacerdote original: no se hereda, no se aprende el oficio y no se cansa de atender a los que lo necesitan. El autor construye una cristología del sacerdocio de Cristo con citas de los Salmos 2,7 y 110,4. No es alguien que busque lo propio, que se glorifique personalmente: está para los demás. Y lo más humano de todo: aprender a sufrir, como sufren los hombres. Es esto lo que lo hace digno de fe. La Pasión, de la cual está hablando, se entiende como una prueba de solidaridad con la humanidad. Así, pues, nuestro autor evoca la existencia humana de Jesús y nos da a comprender que esa existencia la pone al mismo nivel que los demás hombres, frágiles y abocados a la muerte. De ahí que se diga que aprendió a “obedecer” o la “obediencia”. Yo creo que quiere decir que aceptó, siendo perfecto moralmente, que debía ser sufriente, porque todos los hombres lo somos.

Jer 31, 31-34 (1ª lectura Domingo V de Cuaresma)

Dios nos renueva

El texto de Jeremías está inserto en un bloque literario y teológico que se ha llamado el «libro de la consolación» (Jr 30-33); y concretamente el de nuestra lectura litúrgica es una de las afirmaciones más rotundas del AT sobre la necesidad de una alianza nueva. Jeremías fue un profeta que le tocó vivir la situación más dramática de su pueblo (los babilonios estaban a las puertas de Jerusalén para destruirla) y al que la vocación de ser profeta no le vino precisamente como anillo al dedo, sino que fue lo más contrario a su alma («no quería arrancar para plantar»). La lectura del profeta Jeremías, en estos términos, se muestra como si solamente se hubiera empeñado en «arrancar», pero no en «plantar». No obstante, este libro de la consolación es una llamada a la esperanza y nuestro texto el cenit teológico de esa esperanza contra toda esperanza. El texto de hoy viene a continuación de una llamada a la responsabilidad personal (Jr 31,29-30) para poner de manifiesto que aunque cambien las cosas Dios mantendrá su promesa de salvación.

Por tanto, Dios, a pesar de todo, no se echa atrás, sino que está dispuesto a poner la Alianza en el corazón de cada uno de nosotros; es una forma de comprometerse más profundamente en su proyecto de salvación. Es una llamada a la responsabilidad más personal, pero sin descartar el sentido comunitario de todo ello, porque todos los que sientan esa Alianza en su corazón, se sentirán del pueblo, de la comunidad del Dios vivo y verdadero. El problema de una alianza nueva podría parecer un atentado al “dogma” de la Alianza del Sinaí, donde Israel encontró su identidad. Pero ya se sabe que los dogmas los usan los poderosos para ocupar el lugar de Dios y para cosas peores. Al pueblo sencillo lo pueden engañar, pero a un profeta no, porque siempre está alerta a la voz de Dios. Por eso el profeta, con este mensaje, no solamente le concede a Dios toda su autonomía y libertad, sino que con ello defiende al pueblo para que también se sienta libre. La ley del corazón quiere decir que es una “ley humana” lo que Dios pide, humana y a la par con nuestras debilidades.

El profeta describe esta nueva situación como algo que antes ha echado muy en falta, un nuevo “conocimiento de Dios” (cf Jr 2,8; 4,22; 9,2), por tanto la nueva Alianza no estará en ritos y ceremonias o sacrificios nuevos, sino en una “experiencia” nueva de Dios: más humana, más entrañable y misericordiosa que se sienta en el corazón y que se exprese en la praxis de la justicia y la fraternidad con los que han sido ignorados. Poner en el corazón “leb” (en hebreo), tiene mucha entraña y radicalidad en los profetas; es lo que el cerebro para la antropología actual, porque todo se mueve desde ahí. Pero es más que el cerebro: tener corazón o no tenerlo, todos sabemos lo que significa al nivel más popular; a nivel bíblico es como tener espíritu, alma o no tenerla. La ley, sin alma, esclaviza; con alma libera. El profeta está hablando, pues, de una Alianza que estará plasmada en la experiencia más profunda y humana de Dios en cada uno de los suyos.

Comentario al evangelio – Lunes IV de Cuaresma

Vivimos una situación especial. Llevamos ya un año muy difícil. La pandemia del coronavirus nos ha recordado que los honores y los títulos no son garantía contra la enfermedad y la muerte. Tanto presidentes de gobierno como personas sencillas han enfermado. Y todos, en esos momentos de debilidad, cerca de la muerte, se han acercado a Dios a pedir salud.

Estábamos acostumbrados a lo de siempre. Nos costaba aceptar algo nuevo. Nos parecía que no podía haber nada distinto. No veíamos a nuestro alrededor no hay profetas. Lo que nos decían los cercanos no nos conmueve. Muchas veces necesitamos que venga algo (una pandemia) o alguien de fuera (en unos ejercicios espirituales, en unas charlas de Cuaresma, en un retiro de fin de semana) para que las mismas palabras nos suenen de forma diferente. Eso les pasó a los vecinos de Jesús.

Pero siempre hay alguien que es capaz de ver más allá. Es un personaje importante, que quizá hubiera oído lo del primer milagro de Jesús, y acude con fe. Quiere un milagro. Sabemos que no solo de milagros vive la fe, pero que la fe hace milagros. El que la sigue, la consigue. Qué no hará un padre por sus hijos. Y se produce el segundo milagro de Jesús.

Toda la familia creyó en Jesús. ¿Somos nosotros testigos de Jesús en nuestras casas?

Algo bueno habrá hecho en nuestra vida el buen Dios. ¿Por qué se le puede dar las gracias?

¿Hay alguna dificultad seria en nuestra vida? ¿Confías en Dios para manejar esa situación que no puedes controlar ni resolver por tus propios medios?

“Un cielo nuevo y una tierra nueva”. Muchas veces nos gustaría que todo fuera diferente. Cambiar nuestra situación, poder empezar de cero y olvidar lo anterior. Y que los demás olvidaran también nuestras debilidades. La promesa de la primera lectura es clara. En algún momento, si somos fieles, “ya no se oirá ni llanto ni gemido”.

Alejandro Carbajo, C.M.F.