Comentario – Lunes IV de Cuaresma

(Jn 4, 43-54)

Este relato es muy parecido a la narración de la curación del siervo del centurión romano (Mt 8, 5-13), pero aquí no se trata de un romano sino de un funcionario del rey Herodes, y no se trata de un siervo sino de un hijo.

Lo interesante en este relato de Juan es que en las actitudes del funcionario ante Jesús podemos descubrir todo un proceso que nos muestra cómo va creciendo la fe, o cómo se va manifestando cada vez de un modo más perfecto.

Primero se trata simplemente de una confianza en el poder especial que tenía Cristo, porque le habían llegado comentarios sobre sus prodigios, especialmente sobre la transformación del agua en vino en las bodas de Caná.

Pero cuando Jesús reprocha que le reclamen milagros, el centurión reacciona con una confianza firme, porque insiste en su súplica.

Luego cree en la palabra de Jesús que le dice que su hijo está vivo, y va a su casa sabiendo que lo encontrará sano.

Y cuando comprueba el milagro de Jesús «creyó en él con toda su familia». Eso significa que de la confianza en el poder de Cristo se ha pasado a creer «en él», a una adhesión interior a su persona. Ya no se trata sólo de una gran confianza en su poder que puede solucionar nuestros problemas.

Esto nos invita a reflexionar sobre el estado de nuestra propia fe y sobre los motivos por los que buscamos a Jesús. ¿Se trata solamente de una confianza imperfecta, que nos lleva a buscar a Jesús para resolver nuestros problemas y a rechazarlo cuando no nos escucha? ¿O se trata de una fe profunda, que nos lleva a adherirnos a la persona de Jesús, a buscarlo a él más que a su poder, a buscar su amistad más que sus dones, a desear el encuentro con él más que sus ayudas?

Oración:

Señor, también yo quiero presentarte a mis seres queridos para pedirte que manifiestes tu poder en ellos y los liberes de sus enfermedades, que te hagas presente con tu poder en sus momentos de muerte y de dolor y los levantes con tu gracia».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

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