1.- Ocurrió en el mismo lugar que el otro día comentábamos donde Jesús había expulsado a los mercaderes. También en esta ocasión había mucha gente. Seguramente mucha más que aquel otro día. Y mucho bullicio. En momentos así parece que todo lo que no sea abandonarse al tumulto, es imposible. Imaginaos los sanfermines, o cualquier fiesta popular de barrio. En una situación así ¿Quién es capaz de interesarse por una persona y quiere hablar a solas con ella?
En el fragmento del evangelio que leemos en la misa de hoy, se nos explica que unos extranjeros, unos griegos, así los llamaban entonces a los que no eran judíos y tenían una cierta cultura, aunque no necesariamente hubieran nacido en Grecia, quieren hablar con Jesús. No se atreven a entrar en diálogo directamente y preguntan a algunos de los que le acompañan. Aceptado el encuentro confidencial, pero público, seguramente que Jesús les habló en su lengua. En sus años jóvenes, cuando trabajaba como un “autónomo de la construcción”, desplazándose por los lugares próximos a su querida Nazaret , especialmente a Séforis que tanto trabajo proporcionaba, sometida como estaba a un plan urbanístico de remodelación, allí habría empezado a practicar la lengua clásica y común, del imperio de la ciudad de Roma, que era el griego.
2.- ¿De qué habló Jesús? Pues de la paradoja de la vida y de la muerte. Un tema muy apropiado para hablar con esta gente distinguida. Pero lo que maravilla del Señor, es que fuera capaz de meterse en temas profundos mediante imágenes sencillas. Ya lo veréis. En aquel tiempo, todo el mundo sabía lo que era un grano de trigo y como germinaba. Entre nosotros, lamentablemente, estas cosas empiezan a ser desconocidas. Baste recordar que, si plantamos un grano de trigo y lo regamos, pierde pronto su bella apariencia, se deforma, se hincha, brota el primer tallo, que crecerá hasta coronarse en una espiga, repleta de nuevas semillas. Este fenómeno tan simple le sirve al Maestro para decirnos que así como hay que estar dispuesto a perder y tirar al suelo un grano, esperando reviente y nazca la planta y produzca fruto, de la misma manera el que quiere ser útil en el Reino de los Cielos debe saber anonadarse, dejar de pretender lo que tanto se estila decir ahora: realizarse. No tratar de conseguir una posición social de dominio, sino convertirse en servidor de los demás. Desde esta situación de servicio, se puede entonces ser seguidor de Cristo, donde servir es reinar, según expresión eclesial y obtener el premio del Padre.
3.- Jesús iba diciendo estas cosas, sintiendo angustia interior, preveía que al poco sería Él mismo hecho prisionero y sufriría tortura. Su sensibilidad se resentía entonces. Se preguntaba con miedo porque se había metido en aquel callejón sin salida. Era su sentir humano, que luchaba en su interior con la convicción divina. Reconocía entonces que precisamente para esto había sido enviado por el Padre. Situaciones tales, de preocupación y estrés emocional, llevan con frecuencia a la opresión torácica, al ángor, que puede ocasionar grave lesión cardiaca. Una potente voz, semejante a un trueno, vino en su auxilio y, por esta vez, Jesús salió del mal trago bien dispuesto. Quiso el Señor, y lo afirmó explícitamente, que supieran que era un mensaje de su Padre, la proclamación de que era su Hijo a quien amaba con mimo, queriéndolo glorificado…esta vez, sí, el Padre vino en su auxilio y recobraría Él la serenidad. Un tiempo después y, en Getsemaní y en la cruz, Jesús pasaría por la angustiosa situación del silencio divino. Fue su gran tormento. El momento donde se trabó el gran desafío de creer y confiar, pese a que todo se desmoronaba y caía encima, aplastando toda ilusión. Esta vez el Señor tuvo consuelo y salió fortalecido para la gran prueba final
Pedrojosé Ynaraja