Vísperas – Lunes V de Cuaresma

VÍSPERAS

LUNES V DE CUARESMA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMO 10: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL JUSTO

Ant. El Señor se complace en el pobre.

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«Escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor se complace en el pobre.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: Rm 5, 8-9

La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos del castigo!

RESPONSORIO BREVE

R/ Yo dije: Señor, ten misericordia.
V/ Yo dije: Señor, ten misericordia.

R/ Sáname, porque he pecado contra ti.
V/ Señor, ten misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Yo dije: Señor, ten misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «Yo doy testimonio de mí mismo —dice el Señor—, y además da testimonio de mí el que me envió, el Padre.»

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Yo doy testimonio de mí mismo —dice el Señor—, y además da testimonio de mí el que me envió, el Padre.»

PRECES

Invoquemos al Señor Jesús, que nos ha salvado a nosotros, su pueblo, librándonos de nuestros pecados, y digámosle humildemente:

Jesús, Hijo de David, compadécete de nosotros.

Te pedimos, Señor Jesús por tu Iglesia santa, por la que te entregaste para consagrarla con el baño del agua y con la palabra:
— purifícala y renuévala por la penitencia.

Maestro bueno, haz que los jóvenes descubran el camino que les preparas
— y que respondan siempre con generosidad a tus llamadas.

Tú que te compadeciste de los enfermos que acudían a ti, levanta la esperanza de nuestros enfermos
— y haz que imitemos tu gesto generoso y estemos siempre atentos al bien de los que sufren.

Haz, Señor, que recordemos siempre, nuestra condición de hijos tuyos, recibida en el bautismo,
— y que vivamos siempre para ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Da tu paz y el premio eterno a los difuntos
— y reúnenos un día con ellos en tu reino.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios nuestro, cuyo amor sin medida nos enriquece con toda bendición, haz que, abandonando la corrupción del hombre viejo, nos preparemos, como hombres nuevos, a tomar parte de la gloria de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Anuncio publicitario

Lectio Divina – Lunes V de Cuaresma

1.- Introducción.

Señor, al iniciar mi oración sobre el evangelio de la mujer adúltera, te pido, ya desde el principio, que me des un corazón grande como el tuyo para saber comprender y perdonar. Y también una mente sana y sin prejuicios para saber juzgar. Tú veías la miseria de esa mujer. su fragilidad, y te llevaba a la compasión. Pero también veías la ruindad de aquellos hombres que estaban dispuestos a castigar en la mujer los mismos pecados que ellos habían cometido como hombres. Y te llenabas de santa indignación. Una y otra vez te diré: soy pecador. Pero no consientas que ni una sola vez sea un vil hipócrita.

2.- Lectura reposada del evangelio. Juan 8, 1-11

Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acuasarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Una escena en tres cuadros:

1.-Los fariseos, la mujer y Jesús.

Los fariseos felices de haber sorprendido a una mujer en pecado. Lo único que ven de esa mujer es que ha sido sorprendida en pecado. Se crecen humillando a la mujer. Se gozan recogiendo entre sus manos la basura para echársela en la cara. Jesús está viendo la mujer: Con su miseria y también con su grandeza, A Jesús no le interesa su pasado sino su futuro.  No lo que ha sido sino lo que aún puede llegar a ser. Si la presencia de los fariseos la hunden, la presencia de Jesús la anima, la levanta, y la convierte en mujer rehabilitada que puede salir a la vida con la cabeza bien alta. ¡No peques más! Una vez que has descubierto tu dignidad y tu libertad, disfruta de la vida. Y no la malogres.  

2.- La Ley, la mujer y Jesús. Con la ley en la mano quieren edrear a esa mujer. “Con la ley en la mano se pueden cometer muchos atropellos… con la ley del aborto en la mano, ya las madres tienen el derecho de matar impunemente a sus hijos”. Tirando piedras no se soluciona nada. Jesús cambia las piedras por amor, por comprensión.

3.- Y se quedaron la mujer y Jesús solos.

¡Qué   alivio!… Comenzó a respirar y a sentirse mujer. Se acabaron las piedras y los gritos y las hipocresías…Qué alivio para esa mujer y qué alivio también para nosotros. No vamos a ser juzgados por hombres. ¡Menos mal! Vamos a ser juzgados por el bondadoso y dulce Jesús. ¡Gloria a ÉL!   Y se quedaron solos, como dirá San Agustín, la gran miseria y la gran misericordia.

Palabra del Papa

«¡Quien de vosotros esté sin pecado, tire la primera piedra contra ella!»”. El Evangelio, con una cierta ironía, dice que los acusadores se fueron, uno a uno, comenzando por los más ancianos. Y Jesús se queda solo con la mujer, como un confesor, diciéndole: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? ¿Dónde están? Estamos solos, tú y yo. Tú ante Dios, sin las acusaciones, sin las habladurías. ¡Tú y Dios! ¿Nadie te ha condenado?». La mujer responde: «¡Nadie, Señor!», pero ella no dice: «¡Ha sido una falsa acusación! ¡Yo no he cometido adulterio!» Reconoce su pecado y Jesús afirma: «¡Yo tampoco te condeno! Ve, ve y de ahora en adelante no peques más, para no pasar por un momento tan feo como este; para no pasar tanta vergüenza; para no ofender a Dios, para no ensuciar la hermosa relación entre Dios y su pueblo». ¡Jesús perdona! Pero aquí se trata de algo más que del perdón: Jesús supera la ley y va más allá. No le dice: ‘¡El adulterio no es pecado!’ Pero no la condena con la ley. Y este es el misterio de la misericordia de Jesús. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 7 de abril de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Silencio)

5.-Propósito. Nunca juzgaré a nadie de un pecado que yo también he cometido.

6.- Hoy Dios me ha hablado a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo a Dios con mi oración.

Gracias, Jesús, por tener un corazón tan grande, tan misericordioso. Siempre dispuesto a levantar, a rehacer, a dar esperanza y ánimo a los que están hundidos. Y lo más maravilloso de todo es que eres el Revelador del Padre. Cuando te vemos actuar de esta manera, debemos pensar: así de bondadoso es el Padre.

                   ORACIÓN MIENTRAS DURA LA OANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?

La hondura, dramatismo, tristeza, silencio, queja, burla, confianza, muerte…y un largo número más de sentimientos y circunstancias, que se le presentan al cristiano-lector-orante de la Pasión de Cristo en el evangelio de Matero, no lo pueden dejar indiferente.

Los tiempos que nos han tocado vivir, puede llevar a los seguidores de Cristo a presentar, con el Salmo 22, una queja, quizá infundada, a Dios: “¿Por qué me has abandonado?”. Son las mismas palabras que puso Jesús en sus labios poco antes de su muerte. “Son las de un inocente perseguido y rodeado de adversarios que quieren su muerte; él recurre a Dios en un lamento doloroso que, en la certeza de la fe, se abre misteriosamente a la alabanza” (Benedicto XVI). Son también las palabras que, ante la incertidumbre de muerte que nos rodea por efecto de la pandemia, muchos creyentes las pongan en sus labios.

Si Cristo las exclamó con voz potente, y los allí presentes no las comprendieron en su verdadero sentido; tampoco hoy muchos no las entienden, porque ni saben de Dios, y posiblemente ni quieran saberlo.

Cristo no corría tras la muerte, ni tampoco la deseaba y quería, aunque ello no conllevaba echarse atrás, ya que, dentro de su queja desesperada al Padre, destila una confianza(¿Por qué me has abandonado?) plena y total de fidelidad al proyecto del Reino del Padre para el mundo por Él creado. Cristo, siempre estuvo al servicio del proyecto de amor a la humanidad que Dios entregara al mundo desde sus inicios, como de amor a dicho proyecto.

La confianza del ser humano tiene que ser total, como la de Cristo en la cruz. Toda persona, imagen de Dios, aún en la soledad de la oración (como en el Huerto de los Olivos) y suplicándole que pase el cáliz del dolor, de la enfermedad, -a veces con muerte-, por la situación de la pandemia en que se vive actualmente, tiene que concluir con el mismo Él: «¡Abba! Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres».

Las lecturas de la eucaristía que preceden al evangelio, son un preámbulo de él. Isaías narra el siervo sufriente por causa de la fidelidad a la palabra, Cristo es también el sufriente por esa fidelidad al proyecto de Dios para con el mundo. En Filipenses resuena el anonadamiento del Siervo exaltado por Dios sobre todo y que el concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; que es lo mismo que decir: Cristo vencedor de la muerte y transformador de la existencia humana. Cristo modelo de humanidad para la humanidad.

Releyendo el evangelio de la procesión de ramos del principio de la celebración, y meditando sobre él, aparecen concomitancias entre Cristo y el pollino que lo transporta. A saber: humildad, pobreza, mansedumbre… Además, escribe Marcos “encontraréis un pollino atado, que nadie había montado todavía” (11, 12), pudiéndose colegir de ello la pureza y limpieza del jumento donde se asienta el “Príncipe de la Paz”.

Todo seguidor de Jesús, tiene que ser portador de la paz, llevar en sus hombros además del Príncipe de la Paz, manifestarla con su palabra y su obrar.

Si, al menos al final de esta Semana Santa de este año especial, aunque no tanto como la anterior, al todo bautizado hace suya la frase del centurión: «Realmente este hombre era Hijo de Dios» será un signo de que se ha planteado la pregunta existencial de «¿Seré yo?» y que, de hacérsela, le llevará a un cambio de vida y a un mayor seguimiento del Cristo Resucitado en la noche santa de la Vigilia-Pascual.

Si Cristo puso en riesgo la credibilidad en los sistemas políticos, económicos e incluso religiosos del momento de forma pacífica, llegando incluso hasta la muerte, por el hecho de apostar por la persona, por la vida y por los valores que conducen a la paz, hoy día están aún sin concluir a la vez que impidiendo que el reino de justicia, de paz, de vida y de amor lleguen a la plenitud total del proyecto de Dios en Cristo: construcción del Reino de Dios entre nosotros y para nosotros.

Si la vivencia de este domingo, así como el del Triduo Pascual, nos llevan a preguntarnos «¿Seré yo?» es un buen principio para gritarle a Dios ¿por qué nos has abandonado?que hará que la noche de Pascua resuenen en nuestro corazón las palabras del centurión: «Realmente este hombre era Hijo de Dios».

Feliz y provechosa Semana Santa que debe culminar en la alegría compartida de la Pascua de Resurrección de Cristo.

Fr. Carlos Recas Mora O.P.

Comentario – Lunes V de Cuaresma

(Jn 8, 12-20)

Todo el evangelio de Juan usa mucho los simbolismos de la fiesta judía de las chozas. Un símbolo muy importante era el agua, otro era la luz. Porque durante la fiesta se encendían muchos candelabros en el templo. Por eso Jesús se presenta como luz del mundo y como luz de la vida.

Los fariseos, en cambio, se privan de la luz, porque rechazan la salvación que Dios les envía y «no conocen al Padre». Ellos estaban tan aferrados a las costumbres y a las leyes, que ya no veían el amor del Padre. Dios era para ellos el que les daba las leyes para controlar la vida de la sociedad, ya no era el Padre que amaba y buscaba salvar al hombre, ya no era el que llamaba a una relación personal de amor y comunicaba esperanza y alegría al ser humano.

Por eso Jesús viene a traer la verdadera luz, viene a revelar la verdad, para que los hombres vuelvan a reconocer el verdadero rostro del Padre que «tanto amó al mundo que le envió a su propio Hijo», el Padre amante que envió su propio Hijo al mundo no para condenarlo sino para salvarlo.

También nosotros podemos preguntarnos si verdaderamente vivimos en la luz, si nuestra vida está iluminada por ese amor del Padre que da esperanza y gozo en medio de las dificultades, o si en realidad estamos sumergidos en las tinieblas de la incredulidad, el rencor, la tristeza, el miedo. Puede sucedemos que nuestra vida no tenga defectos ni pecados graves, que estemos cumpliendo la ley de Dios y nos sintamos correctos y fíeles, pero que ya no sepamos mirar al Padre con ternura y adoración, porque ya no vivimos envueltos en su amor. Hoy podemos pedirle a Jesús que él sea nuestra luz, que ilumine nuestros ojos para que volvamos a reconocer con alegría el amor del Padre bueno y poderoso que sostiene nuestra vida.

(Hoy puede leerse también Jn 8, 1-11 si no se leyó el domingo. En ese caso, tomar el comentario del domingo, año C)

Oración:

Quiero poner toda mi vida bajo tu luz Señor, que no haya nada oculto ante ti, nada a oscuras. Con tu luz puedo descubrir mi verdadero camino y saber lo que más me conviene. No quiero confiar en mis luces sino en tu luz, Señor».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Gaudium et Spes – Documentos Vaticano II

Aspiraciones más universales de la humanidad

9. Entre tanto, se afianza la convicción de que el género humano puede y debe no sólo perfeccionar su dominio sobre las cosas creadas, sino que le corresponde además establecer un orden político, económico y social que esté más al servicio del hombre y permita a cada uno y a cada grupo afirmar y cultivar su propia dignidad.

De aquí las instantes reivindicaciones económicas de muchísimos, que tienen viva conciencia de que la carencia de bienes que sufren se debe a la injusticia o a una no equitativa distribución. Las naciones en vía de desarrollo, como son las independizadas recientemente, desean participar en los bienes de la civilización moderna, no sólo en el plano político, sino también en el orden económico, y desempeñar libremente su función en el mundo. Sin embargo, está aumentando a diario la distancia que las separa de las naciones más ricas y la dependencia incluso económica que respecto de éstas padecen. Los pueblos hambrientos interpelan a los pueblos opulentos.

La mujer, allí donde todavía no lo ha logrado, reclama la igualdad de derecho y de hecho con el hombre. Los trabajadores y los agricultores no sólo quieren ganarse lo necesario para la vida, sino que quieren también desarrollar por medio del trabajo sus dotes personales y participar activamente en la ordenación de la vida económica, social, política y cultural. Por primera vez en la historia, todos los pueblos están convencidos de que los beneficios de la cultura pueden y deben extenderse realmente a todas las naciones.

Pero bajo todas estas reivindicaciones se oculta una aspiración más profunda y más universal: las personas y los grupos sociales están sedientos de una vida plena y de una vida libre, digna del hombre, poniendo a su servicio las inmensas posibilidades que les ofrece el mundo actual. Las naciones, por otra parte, se esfuerzan cada vez más por formar una comunidad universal.

De esta forma, el mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o servirle. Por ello se interroga a sí mismo.

Homilía – Domingo de Ramos

1

Comienza la Semana Santa con gloria y dolor

Damos inicio hoy a la «Semana Santa» o «Semana Grande», que es mitad Cuaresma (hasta la Eucaristía del Jueves) y mitad Triduo Pascual (desde esa Eucaristía hasta la Vigilia Pascual y luego todo el domingo).

La empezamos con este domingo que, como su nombre compuesto refleja, tiene dos dimensiones muy distintas: las alabanzas que la multitud dedicó a Jesús en su entrada a Jerusalén, con palmas y «hosannas», y luego la Eucaristía, más adusta, con las tres lecturas apuntando al drama de la cruz, sobre todo el evangelio de la Pasión.

Por eso, la Eucaristía de este domingo tiene dos elementos característicos: la entrada procesional y el evangelio de la Pasión. A veces, resulta difícil conjugar estas dos actitudes, sobre todo en comunidades en que abundan los niños, que tienen en esta fiesta un protagonismo evidente, como el que tuvieron en Jerusalén. Pero es una sucesión de aspectos que está bien pensada: la entrada de Jesús en la ciudad santa fue acompañada por un inesperado entusiasmo por parte de la gente sencilla, pero él iniciaba esta última semana de su vida dispuesto a cumplir su misión con la muerte en la cruz.

Todavía estamos en Cuaresma, y hoy escuchamos lecturas muy profundas que retratan el camino de Jesús hacia su Pascua, con el poema de Isaías y sobre todo con la pasión según Marcos. Ya desde la oración colecta de la Misa, nada más terminar la procesión, el discurso es diferente: «tú quisiste que nuestro Salvador se anonadase, muriendo en la cruz, para que todos nosotros sigamos su ejemplo».

 

(Antes de la procesión) Marcos 11, 1-10. Bendito el que viene en nombre del Señor

La lectura evangélica antes de la procesión nos cuenta lo que sucedió aquel día, cuando, sabiendo que había llegado su hora, Jesús decide ir a Jerusalén. Montado en un borrico, entra en la ciudad acompañado de las aclamaciones de los discípulos: «hosanna (¡viva!), bendito el que viene en nombre del Señor». No sería seguramente un gran acontecimiento, sino más bien una manifestación (menos mal que entonces no había el prurito de contar el número de presentes) popular y espontánea de admiración al que consideraban como el Profeta enviado de Dios. Tampoco la cabalgadura en que entra es demasiado gloriosa.

Esta procesión en honor a Cristo el domingo de Ramos tuvo su origen en Jerusalén, ya en el siglo IV, y luego se difundió a toda la Iglesia. Las comunidades que pueden hacerlo organizan hoy una procesión partiendo de un lugar diferente, mientras van dedicando cantos de alabanza a Cristo. Lo principal no son los ramos benditos, sino que la comunidad «acompaña a Cristo aclamándole con cantos», agitando, eso sí, esos ramos que han sido «bendecidos» porque se les da un significado simbólico de fe.

 

Isaías 50, 4-7. No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado

En el repaso celebrativo de los momentos importantes de la historia de la salvación, llegamos al tercer «cántico del Siervo del Señor», de Isaías. Un poema que nosotros vemos cumplido en Jesús de Nazaret. El cuarto, el más impresionante, lo proclamamos el Viernes Santo.

Hoy se afirma de este Siervo que tiene «una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento». Pero también se dice que antes, «cada mañana, me espabila el oído para que escuche como los iniciados».

Escucha para luego poder comunicar las palabras de Dios. El Siervo es, además, consciente de que su misión va a ir acompañada de oposición: «ofrecí la espalda a los que me golpeaban»; siempre, eso sí, con la ayuda de Dios: «mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido».

A esta lectura, que ya preludia la Pasión, le hace eco uno de los salmos más impresionantes: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado», el salmo que los evangelistas ponen en labios de Jesús en la cruz. En verdad, la pasión de Jesús está narrada después como siguiendo la pauta de los versículos de este salmo: «se burlan de mí… acudió al Señor, que lo libre… me taladran las manos y los pies… echan a suertes mi túnica». Incluida también la confianza en Dios: «tú, Señor, no te quedes lejos, ven a ayudarme».

Filipenses 2, 6-11. Se rebajó: por eso Dios lo levantó sobre todo

En su carta a los cristianos de Filipos, Pablo incluye un himno cristológico que seguramente ya se cantaba en las primeras comunidades. Un himno que habla del proceso «pascual», su «paso» o «tránsito». Desde su condición divina se rebaja a la humana y a la humillación de la muerte, el anonadamiento total (movimiento descendente). Desde ahí la fuerza de Dios lo eleva como Señor de toda la creación (movimiento ascendente).

Es un resumen teológico de la Pascua de Cristo. No es de extrañar que en la celebración de las Vísperas de cada sábado recitemos este himno, que resume el misterio pascual de Cristo con su muerte (viernes), su estancia en la sepultura (sábado) y la resurrección en la madrugada del domingo.

Marcos 14, 1 – 15, 47. Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

El relato de la Pasión tiene en Marcos un particular relieve. Se ha dicho de este evangelio que todo él es «un relato de la Pasión precedido de una larga introducción».

La pasión empieza en Marcos con la escena de Betania, en que una buena mujer unge a Jesús, que la tiene que defender de los que protestan por lo que consideran un gasto inútil. Sigue con la Última Cena, con la institución de la Eucaristía pero también con el anuncio de la traición de Judas. La angustiosa

oración de Getsemaní va seguida por el bochornoso abandono de todos los discípulos y la negación de Pedro. El proceso religioso (ante el Sanedrín) y el civil (ante Pilato) llevan a Jesús al camino de la cruz (el verdadero «via- crucis») y a la dramática muerte, en medio de dos malhechores.

También en este relato de la Pasión sigue Marcos fiel a su estilo sobrio y ceñido. Junto al sufrimiento físico de los azotes y la crucifixión, se destaca el dolor moral: el abandono de los suyos, la traición de Judas, la negación de Pedro, las burlas de los espectadores («ha salvado a otros y no se puede salvar a sí mismo») y, finalmente, su dramático grito: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

El impresionante relato es conveniente leerlo por entero, y con los mejores recursos de una buena lectura y comunicación: es lo que más bien puede hacer a la comunidad cristiana, año tras año, poniéndonos ante la gran lección de generosidad que Cristo nos dio al entregarse como reconciliación entre Dios y la humanidad. Aunque la Pasión del Señor la escuchemos cada año —y por duplicado, porque también se proclama el Viernes— nunca deja de impresionarnos.

 

2

Pascua es muerte y vida

La procesión de hoy no es sólo la entrada a la Eucaristía: es la entrada a toda la Semana Santa. Cada Misa la iniciamos con un «introito», pero el de hoy es especial, recordando la entrada de Jesús cuando llegó a Jerusalén para su semana decisiva. Sus discípulos seguramente pensarían que este era el momento elegido para proclamar rey a su Maestro. Pero Jesús sabe que, aunque parece entrar como Señor y Rey, en realidad, antes tiene que sufrir como el Siervo, y que en vez de un trono le espera la cruz.

Las dos dimensiones son importantes para hoy y van íntimamente unidas. Tal vez algunos de los que hoy vienen a «bendecir ramos», no acudan después a las celebraciones del Triduo Pascual. Por eso es bueno que se unan en la celebración de hoy el recuerdo de la muerte, con la lectura de la pasión, y también el adelanto de la resurrección, que aparece en varios textos, y se escenifica de alguna manera en la procesión.

La Pascua son las dos cosas: cruz y vida. El prefacio de hoy dice, por una parte, que «Cristo, siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales», pero a la vez da gracias a Dios porque «de esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa y, al resucitar, fuimos justificados». En la oración pedimos a Dios «que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio y que un día participemos en su resurrección gloriosa».

Nosotros también nos unimos a las aclamaciones de la gente de Jerusalén, expresándole a Jesús, al comienzo de su Semana Grande, nuestra admiración y gratitud, dispuestos a acompañarle en su camino de cruz a la alegría de la Pascua.

 

«Por eso Dios lo levantó sobre todo»

Jesús camina decidido a su Pascua, a la Pascua completa, que es muerte y resurrección, y nos da una gran lección desde la cruz.

Para Isaías, la misión del Siervo es «decir una palabra de aliento a los abatidos», pero él mismo tiene que asumir el dolor y el castigo de la humanidad: «ofrecí la espalda a los que me golpeaban». Aspecto que ha subrayado fuertemente el salmo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». El poema del Siervo no sólo se puede considerar figura de la muerte de Cristo, sino también de su glorificación: «mi Señor me ayudaba… sé que no quedaré avergonzado».

Lo mismo sucede con Pablo, que describe el «viaje pascual» de Cristo Jesús: «se despojó… se rebajó… muerte de cruz… Dios lo levantó sobre todo». Muerte y resurrección. Al contrario que Adán y Eva, que querían «ser como dioses», Jesús se rebaja, se despoja de su rango, hasta la muerte.

El relato de la pasión nos ha presentado la seriedad del camino de Jesús, por solidaridad con los hombres, hasta la muerte en cruz. Pero no va a ser esa la última palabra: en la Vigilia Pascual escucharemos el evangelio más

importante del año, el de la resurrección, que será la respuesta de Dios a la entrega de Jesús.

Para Marcos, el centro de todo el relato es la persona de Cristo, Hijo de Dios, que se entrega voluntariamente para la salvación del mundo. Si su evangelio empezaba definiéndose como «evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (1,1), concluye prácticamente con la admirable confesión del centurión romano al pie de la cruz: «verdaderamente era Hijo de Dios».

De momento, color rojo: rojo de sangre, rojo de cruz, rojo de fiestas de mártires, rojo de Viernes Santo. Para desembocar pronto en el blanco de la Pascua.

¡Desde el «hosanna» de hoy hasta el «crucifícale» del Viernes y el «aleluya» de la noche pascual!

 

Cruz y gloria también en nuestra vida

La impresionante lectura de la Pasión nos afecta a todos y se refleja también en nuestra vida, a lo largo del año.

Nuestro seguimiento de Cristo comporta, a veces, cargar como él con la cruz. Seguramente no será tan dramático nuestro camino como el suyo: abandonado de todos, incluso con silencio o ausencia aparente de Dios, azotado cruelmente, escarnecido, clavado en la cruz, ejecutado injustamente. Pero sí tendremos días en que se acumulan los motivos de dolor y desánimo.

Por eso también nosotros necesitamos reafirmar hoy de alguna manera, con la procesión de ramos, la confianza en el triunfo de Cristo y nuestro. Estamos destinados, no a la cruz, sino a la vida. No al sufrimiento, sino a la alegría. No todo el año será Semana Santa. O si lo es, también irá acompañada de Pascua. Las celebraciones de esta Semana, sobre todo las del Triduo Pascual, son como el faro que da sentido a todo el año.

En la monición que el sacerdote dice, según el Misal, antes de la procesión, se expresa bien el sentido de este domingo: «recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad santa, le acompañemos con nuestros cantos, para que, participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección y en su vida.

El texto de Pablo a los de Filipos es breve. Si leemos el versículo inmediatamente anterior a este pasaje, vemos la intención con la que Pablo incluye este himno de la comunidad en su carta: «tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: el cual, siendo de condición divina…». Se trata de que cada uno de nosotros haga suya la actitud de Jesús. La Pascua de Cristo —su paso por la muerte a la vida— es también la Pascua de la Iglesia, y de la Humanidad, y de cada uno de nosotros.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 14, 1- 15, 47 (Evangelio Domingo de Ramos)

Pasión según San Marcos

III.1. Hoy la lectura de la Pasión según san Marcos debe ser valorada en su justa medida. La lectura, en sí, debe ser “evangelio” mismo y nosotros, como las primeras comunidades para las que se escribió, debemos poner los cinco sentidos y personalizarla. La pasión según San Marcos es el relato más primitivo que tenemos de los evangelios, aunque no quiere decir que antes no hubiera otras tradiciones de las que él se ha valido. Debemos saber que no podemos explicar el texto de la Pasión en una “homilía”, sino que debemos invitar a todos para que cada uno se sienta protagonista de este hermoso relato y considere dónde podía estar él presente, en qué personaje, cómo hubiera actuado en ese caso. Precisamente porque es un relato que ha nacido, casi con toda seguridad, para la liturgia, es la liturgia el momento adecuado para experimentar su fuerza teológica y espiritual

III.2. No es, pues, el momento de entrar en profundidades históricas y exegéticas sobre este relato, sobre el que se podían decir muchas cosas. Desde el primer momento, en los vv. 1-2 nos vamos a encontrar con los personajes protagonistas. El marco es las fiestas de Pascua que se estaban preparando en Jerusalén (faltaban dos días) y los sumos sacerdotes no querían que Jesús muriera durante la “fiesta”, tenía que ser antes; el relato, no obstante, arreglará las cosas para que todo ocurra en la gran fiesta de la Pascua de los judíos ¡nada más y nada menos! Los responsables, dice el texto, “buscaban cómo arrestar a Jesús para darle muerte!. Era lo lógico, porque era un profeta que iba muy por libre. Era un profeta que estaba en las manos de Dios. Esto era lo que no soportaban.

III.3. Pero si queremos organizar nuestra preparación, tanto a nivel personal como catequético y pastoral para una lectura previa, pausada y reflexiva del relato de la Pasión de Marcos, aquí van algunas pautas que pueden resultar “orientativas”:

Mc estructura el relato de la pasión y muerte de Jesús con un tríptico introductorio (14,1-11), seguido de dos relatos en para­lelo, situados el mismo día (14,12), que le sirven para mostrar la misma realidad bajo dos aspectos diferentes. En el primer relato (14,12-26) se expone en clave teológica la voluntariedad y el sen­tido de la entrega de Jesús (eucaristía); en el segundo (14,17-15,47) describe su entrega en forma narrativa.

El tríptico introductorio está enmarcardo por la decisión de los dirigentes de dar muerte a Jesús (14,1-2) y la traición de Ju­das (14,10-11); en medio se encuentra la escena de la unción en Betania (14,3-9). Esta última presenta las dos actitudes dentro de la comunidad de Jesús ante su muerte inminente. La primera, reflejada en la mujer que unge la cabeza de Jesús, corresponde a la de los verdaderos seguidores, a los que están dispuestos, como Jesús, a entregarse por entero a los demás, a aceptar co­mo rey a Jesús crucificado; la segunda, representada por los que protestan de la acción de la mujer, corresponde a los que ven en la muerte sólo un fracaso, a lo que están dispuestos a dar co­sas, pero no su persona, a los que no comprenden que la verda­dera ayuda a los pobres está en la entrega por ellos hasta el fin.

El primer relato de la pasión (14,12-26), en clave teológica, forma también un tríptico, enmarcado por la preparación de la última cena (14,12-16) y la eucaristía (14,22-26); en el centro, la denuncia del traidor (14,17-21), en contraste con la figura de la mujer que unge la cabeza de Jesús (14,3-9). Este primer relato expresa la voluntariedad de la entrega y muerte de Jesús. Al ofre­cer a los discípulos «su cuerpo» (= su persona), los invita a to­marlo a él y a su actividad como norma de vida; él mismo les dará la fuerza suficiente para ello (pan/alimento). Al darles a be­ber «su sangre», expresión de su entrega total, los invita a com­prometerse, como él, en la salvación y liberación de los hombres, sin regateos y sin miedo a la muerte. El relato termina encami­nándose todos hacia el Monte de los Olivos, símbolo del estado glorioso (cfr. 11,1; 13,3) que constituye la meta de Jesús y de to­dos cuantos lo sigan en el compromiso.

El segundo relato de la pasión (14,27-15,47), en forma narra­tiva, se compone de un tríptico inicial (14,27-52) y tres secciones: el juicio ante el Consejo Judío (14,53-72), el juicio ante Pilato (15,1-21), y la ejecución de la sentencia (15,22-47).

El tríptico inicial consta: a) 14,27-31: predicción de la huida de los discípulos y anuncio de la negación de Pedro, b) 14,32-42: llegada a Getsemaní; oración de Jesús e insolidaridad y distanciamiento de los dis­cípulos; Jesús desea un final diferente, pero acepta desde el prin­cipio lo que el Padre decida; el Padre no puede impedir su final porque su amor al hombre no fuerza la libertad humana, c) 14,43-50: prendimiento de Jesús y defección de todos los dis­cípulos; hay un intento de defender a Jesús con la violencia, que él rechaza tajantemente; la detención de Jesús muestra la mala conciencia de las autoridades judías, que no se han atrevido a apresarlo en público. El tríptico termina con un colofón (14,51-52), mediante el cual, en el momento de comenzar la pasión, Mc se­ñala simbólicamente su desenlace; el joven, en paralelo con el que aparece en el sepulcro (16,5), es figura de Jesús mismo: he­cho prisionero, deja en manos de sus enemigos su vida mortal («la sábana», cfr. 15,46), pero sigue vivo y libre («huyó desnudo»).

La primera sección (14,50-72) describe el juicio de Jesús an­te el Consejo judío y consta de las siguientes partes:

  1. 14,53: Reunión del Consejo, autoridad suprema del pueblo.
  2. 14,54: Pedro sigue «de lejos» a Jesús, mostrando así su adhesión a él, pero no la disposición a hacer suyo el destino de Jesús.
  3. 4,55-64: Juicio de Jesús; búsqueda inútil de una acusa­ción que justifique la condena a muerte preconcebida; silencio de Jesús ante la mala fe; pregunta decisiva del sumo sacerdote, formulada en correspondencia al título del Evangelio (cfr. 1,1: Me­sías, Hijo de Dios); Jesús declara ser ese Mesías, afirma su rea­leza y condición divina y anuncia una venida gloriosa suya que sus jueces van a presenciar, en ella quedará patente que Dios está con Jesús y en contra de la institución que ellos represen­tan; Jesús es acusado de blasfemia y unánimemente condena­do a muerte.
  4. 14,65: Jesús objeto de burla; se desata el odio contra él, se ridiculiza su calidad de profeta y la profecía que acaba de pronunciar.
  5. 14,66-72: Triple negación de Pedro.

La segunda sección (15,1-21) describe el juicio de Jesús an­te Pilato y consta de las siguientes partes:

  1. 15,1: Entrega de Jesús al poder pagano.
  2. 15,2-5: Interrogatorio de Pilato.
  3. 15,6-15: Entre Barrabás, un asesino conocido, y Jesús, la multitud, manipulada por sus dirigentes, pide la condena a muerte de Jesús; debilidad de Pilato que traiciona su propia convicción y acaba condenando a Jesús a la cruz.
  4. 15,16-20: La burla de los soldados.
  5. 15,21: Simón de Cirene, figura del seguidor de Jesús que ejerce la misión universal, es obligado a cargar con la cruz, cum­pliendo así la condición del seguimiento (cfr. 8,34).

La tercera sección (15,22-47) describe la crucifixión, muerte y sepultura de Jesús, y consta de las siguientes partes:

  1. 15,22-24: Crucifixión; Jesús rechaza el vino drogado; da su vida voluntariamente y con plena conciencia; reparto de sus vestidos.
  2. 15,25-32: Las burlas al rey de los judíos; los transeúntes, sumos sacerdotes y compañeros de suplicio se burlan de la rea­leza de Jesús.
  3. 15,33-41: Muerte de Jesús; su grito expresa su confianza plena de Dios en medio de su fracaso; los presentes interpretan mal su grito y uno de ellos le ofrece vinagre, expresión del odio; al morir deja patente al amor de Dios por el hombre («el velo del santuario se rasgó»); el centurión, representante del mundo pa­gano descubre a Dios en Jesús muerto en la cruz; las mujeres miran «desde lejos» (cfr. 14,54), sin identificarse, por falta de com­prensión, con la muerte de Jesús.
  4. 15,42-47: Sepultura de Jesús; la losa que tapa su sepul­cro aparentemente acaba con la esperanza que había suscitado su persona.

III.4. El recorrido por los relatos de la pasión del Señor, que Marcos ha preparado con tres anuncios a través de su marcha hacia Jerusalén (8,31; 9,31; 10,33-34), no debería sorprender a sus discípulos, pero, sin embargo, les desconcertará de tal modo, que abandonarán a Jesús, lo negarán, como en el caso de Pedro, y marcharán Galilea. Parece como si la última cena con los suyos no hubiera sido más que un encuentro al que estaban acostumbrados, cuando en ella Jesús les ha adelantado su entrega más radical. A la hora de la verdad, en el Calvario, no estarán a su derecha los hijos del Zebedeo, como arrogantemente le habían pedido al maestro camino de Jerusalén (10,35-40), sino dos malhechores. Esto obliga a Marcos a que el reconocimiento de quién es Jesús, en el momento de su muerte, lo pronuncie un pagano, un ateo, el centurión del pelotón romano de ejecución, quien proclama: «verdaderamente este hombre era el hijo de Dios» (15,39). Como vemos, el relato no queda solamente en lo litúrgico, sino que lo teológica es de mucha más envergadura. ¿Nos hubiéramos nosotros quedado allí, junto al Calvario, o nos habríamos marchado también huyendo a nuestra Galilea?

III.5. Todos los aspectos de la lectura de la pasión en Marcos, entre otros muchos posibles, muestran esa teología de gran alcance cristiano, semejante a aquella que encontramos en Pablo, en la carta a los Corintios: «su fuerza se revela en la debilidad». Es lo que se ha llamado, con gran acierto, la sabiduría de la cruz, que es una sabiduría distinta a la que buscaban los griegos y los judíos. El Dios de la cruz, que es el que Marcos quiere presentarnos, no es Dios por ser poderoso, sino por ser débil y crucificado. Es evidente que este es un Dios que escandaliza; por ello se ha permitido que sea un pagano quien al final de la pasión, en el fracaso aparente de la muerte, se atreva a confesar al crucificado como Hijo de Dios. Sin duda que el relato de la pasión de Marcos busca su punto más alto en la muerte de Jesús como una «teofanía», en cuanto revela el poder de Dios que se manifiesta en la debilidad. Marcos pone de manifiesto, pues, que la lógica de Dios es muy distinta de la lógica humana. Pero es innegable que, desde la cruz, el Hijo de Dios confunde la sabiduría humana, la vanagloria, el poderío desbordante, porque frente a tanta miseria, Dios no puede ser un triunfador, sino un apasionado por el misterio de la muerte de Jesús que ha vivido para darnos la libertad.

Flp 2, 6-11 (2ª lectura Domingo de Ramos)

El Himno de Jesús

El himno de la carta a los Filipenses, segunda lectura de la liturgia de la Palabra, pone de manifiesto la fuerza de la fe con que los primeros cristianos cantaban en la liturgia y que Pablo recoge para las generaciones futuras como evangelio vivo del proceso de Dios, de Cristo, el Hijo. El que quiso compartir con nosotros la vida; es más, que quiso llegar más allá de nuestra propia debilidad, hasta la debilidad de la muerte en cruz (añadiría Pablo), que es la muerte más escandalosa de la historia de la humanidad, para que quedara patente que nuestro Dios, al acompañarnos, no lo hace estéticamente, sino radicalmente. No es hoy el día de profundizar en este texto inaudito de Pablo. La Pasión de Marcos debe servir de referencia de cómo el Hijo llegó hasta el final: la muerte en la cruz.

Is 50, 4-7 (1ª lectura Domingo de Ramos)

El siervo de Yavé

La lectura primera es uno de los cantos del siervo de Yahvé, el tercero. ¿Cuál es su mensaje?: nos abre a la ignominia de este mundo violento, cruel, frente a la fuerza de la mansedumbre del discípulo, del siervo de Dios, porque en su «pasión» Dios siempre estará con él. Es una lectura muy adecuada de preparación a la proclamación de la pasión del domingo de Ramos, ya que fueron los primeros cristianos los que descubrieron en estos cantos que el Mesías habría de sufrir si quería que su propuesta de salvación tuviera fuerza.

Comentario al evangelio – Lunes V de Cuaresma

“No te condeno”

Asistimos con el alma en vilo al dramático relato de la falsa acusación contra la inocente Susana que le ha de costar la vida y al inesperado giro por la intervención a última hora del muchacho inflamado del espíritu profético. Respiramos aliviados y nos alegramos de que triunfe la justicia. En un mundo en el que existe el mal, la mentira y el abuso de poder, nos parece que siempre debería ser así. Pero sabemos que, tristemente, no siempre lo es. Demasiadas veces el mundo funciona en sentido contrario a la justicia. A la persona íntegra que no cede a la presión de la corrupción ambiental se la tacha de “rara”, de estúpida, de antisocial, se la persigue porque su comportamiento denuncia el mal socialmente admitido. La terrible práctica del “moobing” tiene con frecuencia este origen.

La situación que nos presenta el Evangelio es diametralmente opuesta. Una mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. En este caso, el castigo que se demanda es el merecido, según los parámetros de la época (una época, por cierto, que llega hasta nuestros días en muchos lugares del mundo). Los jueces y verdugos de la acción justiciera, apelando a la autoridad de Moisés, quieren también, al parecer, el aval de Jesús. En realidad, aquellos hombres usaban a la mujer para cazarlo a él: si se opone a la condena contradice a la ley mosaica, que mandaba lapidarla (Lv 20, 10), si la sanciona, se opone a la ley romana, que prohibía a los judíos ejecutar a nadie; en los dos casos se lo podría acusar, que era de lo que se trataba. Jesús cumple al mismo tiempo las dos leyes: la romana, evitando la lapidación; la ley mosaica, por su parte, mandaba lapidar no sólo a la adúltera, sino también al hombre con el que había pecado. La torcida interpretación de la ley hacía caer la culpa sólo sobre la mujer. Pero Jesús, con su genial respuesta, parece estar diciéndoles: “y ¿dónde está el hombre que ha pecado con ella?”. Si querían ejecutar la sentencia había que traer a otro culpable, quien sabe si presente entre los acusadores, quien sabe si no había abusado de la pobre mujer contra su voluntad.

¿Quién está libre de pecado? Sólo Jesús podía tirar la piedra. Ni se la tira a la mujer, ni al hombre que la había seducido. ¿Cuántas piedras tiramos contra pecadores presuntos o reales, sin mirar el propio pecado? Cuando actuamos así, sin disposición al perdón, sin misericordia, nuestros nombres están escritos sobre el polvo, como los que se apartan del Señor, dice el profeta Jeremías (Jer 17, 13), que es probablemente el gesto profético que Jesús realiza durante el tenso diálogo.

Sólo la misericordia de Dios es capaz de salvarnos, no sólo de la muerte, sino también del pecado. La misericordia salva al pecador, pero condena el pecado (“no te condeno, no peques más”), nos rehabilita, pero también nos exige. Y el perdón, unido a la llamada a romper con el mal en todas sus formas, nos lleva a transformar nuestra mirada y hasta nuestra consideración de la justicia. Mirando con los ojos de Jesús, nos alegramos de la salvación de Susana, y de la de la mujer adúltera, pero no debemos desear apedrear al que la sedujo, ni deberíamos alegrarnos de la muerte de los viejos malvados. 

José M. Vegas cmf