El silencio de Jesús

En el relato del proceso que culminaría en muerte, llama la atención el silencio de Jesús, apenas roto por una primera respuesta simple y las llamadas “siete palabras”, ya en la cruz; palabras que, seguramente, fueron creadas con posterioridad por los propios evangelistas.

Sabemos que el silencio puede nacer de distintos “lugares” y encerrar actitudes muy diferentes: del miedo al desprecio, de la cerrazón a la ira contenida. Sin embargo, en una persona sabia como Jesús, el silencio parece estar dotado de una doble intencionalidad: por una parte, significa acallar la mente al haber comprendido la imposibilidad de entender lo que está sucediendo desde el plano mental; por otra, implica una actitud aceptación profunda y de rendición consciente a lo que es.

Es, con seguridad, el silencio más elocuente: no hay discusión, justificación ni reproche; no hay gemidos de necesidades ni gritos de condena. El yo está acallado. La persona está anclada y viviéndose desde “otro lugar”. Un lugar que se rige por parámetros completamente distintos a aquellos con los que se maneja el ego.

Tal silencio es elocuente porque no es un mero gesto o comportamiento, sino que manifiesta un estado de ser, en el que la persona, transcendida la identificación con el yo, se comprende y se vive desde su (nuestra) verdadera identidad, ahí donde somos y nos reconocemos en unidad con todo lo que es.

Decir que el silencio es un estado de ser equivale a afirmar que, en lo profundo, más allá de la locuacidad del mundo mental y su jungla de palabras, pensamientos, emociones y deseos, somos silencio consciente.

En el estado mental nos debatimos constantemente porque no hacemos sino girar en torno al yo, con sus miedos y sus necesidades, sus frustraciones y sus anhelos… Y el yo siempre va a necesitar explicar, justificar, gritar, condenar, suplicar. Es su modo de funcionar.

Sin embargo, cuando acallamos la mente y se silencian los pensamientos –cesa nuestra identificación con ellos–, se abre ante nosotros –cada cual puede experimentarlo– una espaciosidad silenciosa que permite la entrada al estado de presencia, en el que se modifican por completo nuestras referencias anteriores. Desde ahí, todo se ve y se vive de manera radicalmente distinta.

Es un estado de quietud y de luz, de ecuanimidad, de paz y de plenitud. Seguimos notando en nuestra persona todo aquello que la afecta, sigue habiendo sensaciones de todo tipo y movimientos mentales y emocionales. Pero estamos en ese “otro lugar” que, en realidad, es nuestra “casa”, Aquello que somos en profundidad.

El silencio del sabio queda reflejado –hasta donde el lenguaje puede hacerlo– en estas palabras de Nisargadatta: “Compare usted la conciencia y su contenido con una nube. Usted está dentro de la nube, mientras que yo la miro. Está usted perdido en ella, casi incapaz de ver la punta de sus dedos, mientras que yo veo la nube y otras muchas nubes y también el cielo azul, el sol, la luna y las estrellas. La realidad es una para nosotros dos, pero para usted es una prisión y para mí un hogar”.

¿Cuál es mi experiencia de silencio?

Enrique Martínez Lozano

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La muerte de Jesús importa por ser manifestación y consecuencia de su vida

Como en el caso de la purificación del templo, no podemos pensar que la entrada en Jerusalén fue una manifestación multitudinaria. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos estaban esperando, para prender a Jesús. Probablemente se trató de un pequeño grupo de seguidores que se unieron a los discípulos en aclamaciones espontáneas. Jesús había desarrollado toda su actividad en Galilea, y la mayor parte de los peregrinos que venían a la fiesta eran galileos. Muchos de ellos reconocerían a Jesús, que también subía a Jerusalén, y se unieron a su grupo.

Lo verdaderamente importante en el relato de la pasión está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo que ocurrió no se puede meter en palabras. Lo que los textos nos quieren trasmitir, hay que buscarlo en la actitud de Jesús que refleja plenitud de humanidad. Lo importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para los discípulos. Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la cruz.

Estamos en el mejor momento del año para tomar conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuenta de las consecuencias de sus actos, no da un paso atrás, y las acepta plenamente. Es una advertencia para nosotros, que estamos siempre acomodándonos para evitar consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud está en darnos a los demás, pero seguimos calculando nuestras acciones para no ir demasiado lejos, poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos cuenta de que un amor calculado es egoísmo camuflado.

¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas y a su persona, por intentar purificar su religión. No pensemos en un rechazo gratuito y malévolo. Fariseos, escribas y sacerdotes no eran gente depravada, que se opusieron a Jesús porque era bueno. Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios, que ellos encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad del Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre.

Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, ¿o era el antiprofeta que seducía al pueblo? La respuesta no era tan sencilla. Por una parte, Jesús iba claramente contra la interpretación de la Ley y el culto del templo, signos inequívocos del antiprofe­ta. Pero por otra, los signos de amor eran una muestra de que Dios estaba con él, como apuntó Nicodemo. Lo mataron porque denunció a las autoridades que, con su manera de entender la religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras, que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y del templo.

¿Por qué murió? No podemos saber lo que Jesús experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era masoquista. Tuvo que darse cuenta de que los jefes querían eliminarlo. Lo que nos importa a nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que estaba seguro de que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser fiel a sí mismo que salvar la vida, es el dato que nosotros debemos valorar. Demostró que la única manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del oprimido.

No se puede pensar en la muerte de Jesús, desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No fue una programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de este modo nos librara de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que tomó sus propias decisiones. Gracias a que esas decisiones fueron las adecuadas, de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos ha marcado a nosotros el camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos con el Hijo, que murió por obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida.

¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Hay explicaciones teológicas de la muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque la inmensa mayoría de los exégetas y de los teólogos las han abandonado hace tiempo. No debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate exigido por Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito ancestral, está en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su vida. Un Dios que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que exige el pago de una deuda hasta el último centavo.

Para los discípulos, la muerte fue el revulsivo que los llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús. Durante su vida lo siguieron como el amigo, el maestro, incluso el profeta, pero no pudieron conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento llegaron por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona y a descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos hacerlo nosotros.

A nosotros hoy, la muerte de Jesús, nos obliga a plantear la verdadera hondura de toda vida humana. Jesús supo encontrar, como ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos para alcanzar plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera medida de lo humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para buscar el camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida, no tiene otro camino que el amor total, hasta desaparecer.

La interpretación de la muerte de Jesús determina la manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un Dios sin pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese amor reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida de quien es capaz de amar entregando todo lo que es.

Meditación

Ningún sufrimiento salva por sí mismo, tampoco el de Jesús.
Lo que salva es la fidelidad a su verdadero ser,
Vivir una verdadera humanidad, es perder todo miedo.
El miedo a la muerte es la esclavitud más difícil de superar.
Toda opresión nace de esta esclavitud.

Fray Marcos

II Vísperas – Domingo de Ramos

II VÍSPERAS

DOMINGO DE RAMOS

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

¡Victoria!, tú reinarás.
¡Oh cruz, tú nos salvarás!

El Verbo en ti clavado, muriendo nos rescató;
de ti, madero santo, nos viene la redención.

Extiende por el mundo tu reino de salvación.
¡Oh cruz fecunda, fuente de vida y bendición!

Impere sobre el odio tu reino de caridad;
alcancen las naciones el gozo de la unidad.

Aumenta en nuestras almas tu reino de santidad;
el río de la gracia apague la iniquidad.

La gloria por los siglos a Cristo libertador,
su cruz nos lleva al cielo, la tierra de promisión.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Herido y humillado, la diestra de Dios lo exaltó.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Herido y humillado, la diestra de Dios lo exaltó.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. La sangre de Cristo nos ha purificado, llevándonos al culto del Dios vivo.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas:

tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
los fieles del Señor confían en el Señor:
él su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendiga a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. La sangre de Cristo nos ha purificado, llevándonos al culto del Dios vivo.

CÁNTICO de PEDRO: LA PASIÓN VOLUNTARIA DE CRISTO, EL SIERVO DE DIOS

Ant. Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.

Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.

LECTURA: Hch 13, 26-30a

Hermanos, a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las profecías que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos.

RESPONSORIO BREVE

R/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/ Porque con tu cruz has redimido al mundo.
V/ Y te bendecimos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Salve, Rey nuestro, Hijo de David, Redentor del mundo; ya los profetas te anunciaron como el Salvador que había de venir.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Salve, Rey nuestro, Hijo de David, Redentor del mundo; ya los profetas te anunciaron como el Salvador que había de venir.

PRECES

Oremos humildemente al Salvador de los hombres, que sube a Jerusalén a sufrir su pasión para entrar así en la gloria, y digámosle:

Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Redentor nuestro, concédenos que, por la penitencia, nos unamos más plenamente a tu pasión,
— para que consigamos la gloria de la resurrección.

Concédenos la protección de tu Madre, consuelo de los afligidos,
— para que podamos confortar a los que están atribulados, mediante el consuelo con que tú nos confortas.

Mira con bondad a aquellos que hemos escandalizado con nuestros pecados,
— ayúdalos a ellos y corrígelos a nosotros, para que resplandezca en todo tu santidad y tu amor.

Tú que te humillaste, haciéndote obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz,
— enseña a tus fieles a ser obedientes y a tener paciencia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los difuntos sean transformados a semejanza de tu cuerpo glorioso,
— y a nosotros danos un día participe en su felicidad.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que le mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su gloriosa resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Dos puntos de atención

Este domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos. Dada su extensión me limito a sugerir dos puntos de atención (Jesús y sus discípulos) y a ofrecer cuatro posibles lecturas de la pasión.

¿Quién es Jesús?

El relato del capítulo 15 supone un gran contraste con el de los dos capítulos anteriores, 13-14. En estos, Jesús se enfrenta a toda clase de adversarios en diversas disputas y los vence con facilidad. Ahora, los adversarios, derrotados a nivel intelectual, deciden vencerlo a nivel físico, matándolo (14,1). Lo que más se destaca en Jesús es su conocimiento y conciencia plena de lo que va a ocurrir: sabe que está cercana su sepultura (14,8), que será traicionado por uno de los suyos (14,18), que morirá sin remedio (14,21), que los discípulos se dispersarán (14,27), que está cerca quien lo entrega (14,42). Las palabras que pronuncia en esta sección están marcadas por esta conciencia del final y tienen una carga de tristeza.

Como cualquiera que se acerca a la muerte, Jesús sabe que hay cosas que se pierden definitivamente: la cercanía de los amigos (“a mí no siempre me tendréis con vosotros”: 14,7), la copa de vino compartida (14,25). No falta un tono de esperanza: del vino volverá a gozar en el Reino de Dios (14,25), con los discípulos se reencontrará en Galilea (14,28). Pero predomina en sus palabras un tono de tristeza, incluso de amargura (14,37.48-49), con el que Marcos subraya ―una vez más― la humanidad profunda de Jesús.

Cuatro veces se debate en estos capítulos la identidad de Jesús: el sumo sacerdote le pregunta si es el Mesías (14,61), Pilato le pregunta si es el Rey de los judíos (15,2), los sumos sacerdotes y escribas ponen como condición para creer que es el Mesías que baje de la cruz (15,31-32), el centurión confiesa que es hijo de Dios (15,39). A la pregunta del sumo sacerdote responde Jesús en sentido afirmativo, pero centrando su respuesta no en el Mesías, sino en el Hijo del Hombre triunfante (14,62). A la pregunta de Pilato responde con una evasiva: “tú lo dices” (15,2). A la condición de los sumos sacerdotes y escribas no responde. Cuando el centurión lo confiesa hijo de Dios, Jesús ya ha muerto.

Los discípulos

Los datos son conocidos. Se entristecen al enterarse de que uno de ellos lo traicionará; pero, llegado el momento, todos huyen. Una vez más, Pedro desempeña un papel preponderante. Se considera superior a los otros, más fiel y firme (14,29), pero comenzará por quedarse dormido en el huerto (14,37) y terminará negando a Jesús (14,66-72). En este contexto de abandono total por parte de los discípulos adquiere gran fuerza la escena final del Calvario, cuando se habla de las mujeres que no sólo están al pie de la cruz, sino que acompañaron a Jesús durante su vida (15,40-41).

Cuatro lecturas posibles de los relatos de la pasión de Jesús.

1. La lectura de identificación personal y afectiva

El testimonio escrito más antiguo que poseemos en este sentido es el de san Pablo. A veces, cuando habla de la muerte de Jesús, lo hace con frialdad dogmática, recordando que murió por nuestros pecados. Pero en otra ocasión lo enfoca de manera muy personal y afectiva: “He quedado crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí. Y mientras vivo en la carne vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). En línea parecida, san Ignacio de Loyola, en la tercera semana de los Ejercicios espirituales, cuando se contempla la pasión, el ejercitante debe pedir “dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, llanto, pena interna de tanta pena como el Señor pasó por mí”.

2. La lectura indignada

Es la que practicamos todas las mañanas al leer el periódico, cuando acompañamos la lectura de los titulares y de las noticias con toda suerte de imprecaciones, insultos y maldiciones. Los relatos de la pasión cuentan tal cantidad de atropellos, injusticias, traiciones, que se prestan a una lectura indignada. Sin embargo, los evangelios nunca invitan al lector a indignarse con la traición de Judas, a maldecir a las autoridades judías o romanas que condenan a Jesús, a insultar a quienes se burlan de él, a sentir como en el propio cuerpo los azotes, la corona de espina o los clavos, a llorar la muerte de Jesús. En ningún momento pretenden los evangelios excitar los sentimientos y, mucho menos, fomentar el sentimentalismo.

3. La lectura detallada

https://www.dropbox.com/s/1fm0ubby7kr5mue/La%20Pasi%C3%B3n%20de%20Jes%C3%BAs%20en%20el%20evangelio%20de%20Mc.docx?dl=0

Ofrezco un extenso comentario, que puede bajarse de la dirección indicada (en el ángulo superior derecho aparecerán dos ventanitas: COMPARTIR y ABRIR. Se pulsa en ABRIR y se elige la opción que prefiera).

Presto gran atención a cuatro aspectos:

1) La división minuciosa de cada episodio, que a veces quizá parezca exagerada, como cuando distingo siete momentos en el relato de la oración del huerto; pero es la única forma de no pasar por alto detalles importantes.

2) Los protagonistas, advirtiendo qué hacen o no hacen, qué dicen o no dicen, cómo reaccionan, por qué motivos se mueven, qué sienten.

3) La acción que se cuenta y sus presupuestos; a veces predominará lo informativo, ya que ciertos detalles a veces no se conocen bien, como la celebración de la Pascua en el mundo judío y en Qumrán o el proceso ante el Sanedrín.

4) El arte narrativo de Mc, que a menudo no se tiene en cuenta, pero que sirve también para captar su teología.

Este tipo de lectura, aunque aplique el mismo método a todas las escenas, pone de relieve lo típico de cada una de ellas y deja claro que el relato de la pasión está formado por episodios aparentemente cotidianos y por otros terriblemente dramáticos, como la oración del huerto. Lo importante es captar el espíritu y mensaje de cada episodio y el mensaje global de cada evangelio.

4. La lectura interactiva y orante

Sería la respuesta personal al comentario anterior, reflexionando cada cual sobre lo que el texto le sugiere y lo que le invita a pedir.

José Luis Sicre

Agitar alegremente nuestros ramos

La reunión litúrgica de hoy tiene dos orígenes, también tiene dos tonos. La primera parte deriva de la Iglesia madre de todas las Iglesias, la de Jerusalén. Cada año renueva la tradición de sus mayores, también nuestros mayores. Y se reúne en un lugar llamado Bet-Fagé, a pocos kilómetros de la capital. Allí empezó aquella entrada triunfal de Jesús, allí encontró el borrico y acompañado de sus amigos empezó el descenso. Es un camino corto, durante unos diez minutos se sube una suave cuesta, para descender a continuación hasta llegar al torrente de Cedrón, que hoy pasa por un conducto subterráneo, y adentrarse en la Ciudad. La ladera actual todavía está cubierta de olivos, pero son ejemplares jóvenes, a cada lado del camino no pueden verse a niños ni muchedumbres que aclamen al Señor, hay santuarios que, de alguna manera, perpetúan el clamor de aquel día. En total el camino no puede durar más de tres cuartos de hora.

La gente, aquel día, estaba de fiesta y muchos ni sabrían quien era Jesús. Venía de Galilea, una región poco apreciada y bastante ignorada de la gente judía. Pero el Maestro había hecho buenas migas con algunos de la comarca, gente conocida y notable, y para colmo eran centros de las comidillas, pues, precisamente había obrado allí uno de los prodigios más fabulosos de su historia. De Betania nadie hablaba hasta entonces, pero la resurrección de Lázaro les había hecho el centro de la atención de las autoridades del Templo, que no les había hecho ninguna gracia y consideraban al milagro una provocación en sus mismas narices. Aquellas gentes sencillas se sentían felices por ser sus parajes noticia. En estas circunstancias agitaban ramos tradicionales de sauce, mirto y palmera, en esta ocasión parece que tenían ramos de olivo y se aprovecharon de ello. Se lo pasaron bien y a los apóstoles les gustó que aclamaran a su Señor.

Nosotros también debemos alegrarnos y agitar alegremente nuestros ramos para que se enteren en el Cielo que estamos contentos de que Jesús esté entre nosotros, agitarlos mirando al firmamento y después a nuestras casas pidiendo que Cristo entre en nuestras poblaciones, en nuestros domicilios.

En la iglesia todo cambia. Es como cuando nos avisan que ha nacido una criatura y poco después nos dicen que ha muerto un familiar suyo. Un mazazo. La liturgia celebrada en el interior deriva de la Iglesia de Roma, cabeza de la Cristiandad y de todas las otras Iglesias. Es austera, hierática como le es tan propio. Nos debemos adaptar al cambio. Los próximos días nos tocará celebrar y meditar cosas muy serias. Besa al empezar la semana una cruz cualquiera y deposítala, donde la veas con frecuencia. Antes de que se inventaran los calmantes enérgicos y las psicoterapias, los cristianos pedían que les leyeran el relato de la Pasión para soportar con devoción sus sufrimientos.

Pedrojosé Ynaraja

Comentario – Domingo de Ramos

(Mc 11, 1-10)

Jesús entra en Jerusalén, la ciudad amada, montado en un burrito, y así cumple la profecía de Isaías: «Mira a tu rey que está llegando, humilde, montado en un burrito» (Is 62, 11).

Jesús es presentado como rey; por eso alfombraban el camino con sus mantos para que él pasara. Mateo y Marcos nos dicen también que lo recibieron aclamándolo con ramos, y ese era el modo tradicional de recibir a un rey en su entrada triunfal a una ciudad.

Al llamarle hijo de David se ve que lo consideraban el rey Mesías, el esperado; y al llamarle profeta (según Mateo) se lo recibía como el gran profeta anunciado antiguamente (Deut 18, 15).

El grito «hosanna» era una aclamación del Salmo 118, un salmo muy popular que se cantaba en la fiesta de las chozas. El evangelio de Lucas destaca esta alabanza alegre y entusiasta que Jesús debía recibir; por eso Jesús dice: «Si éstos callan gritarán las piedras» (Lc 19, 40).

Pero el detalle de Mt 21, 10 muestra que no era toda la ciudad la que lo esperaba y lo aclamaba, ya que muchos lo desconocían.

El sentido profundo de estos textos en la celebración del domingo de Ramos es abrirnos espiritualmente a la Semana santa que comienza reconociendo a Jesús como el rey salvador que necesitamos, reconocer que es él quien debe tener dominio sobre nuestras vidas para que podamos sentirnos seguros, firmes, felices, serenos, para que nuestra vida esté verdaderamente a salvo.

Debe reinar él, debe ejercer él su señorío, para que no nos domine el poder del pecado, el odio, el miedo, la injusticia, la tristeza. Los ramos, que son el símbolo de este día, deben recordarnos que Jesús es el rey de nuestras vidas, de nuestro hogar, de todo lo que somos y tenemos.

Oración:

“Señor, también yo quiero bendecirte y proclamarte rey y señor. Y te acepto como rey de mis pensamientos, de mis afectos, de mis planes, de mi familia, de mis trabajos, de todo lo que soy, de todo lo que tengo, de toda mi vida y de todo mi ser»

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Gaudium et Spes – Documentos Vaticano II

Dignidad de la inteligencia, verdad y sabiduría

15. Tiene razón el hombre, participante de la luz de la inteligencia divina, cuando afirma que por virtud de su inteligencia es superior al universo material. Con el ejercicio infatigable de su ingenio a lo largo de los siglos, la humanidad ha realizado grandes avances en las ciencias positivas, en el campo de la técnica y en la esfera de las artes liberales. Pero en nuestra época ha obtenido éxitos extraordinarios en la investigación y en el dominio del mundo material. Siempre, sin embargo, ha buscado y ha encontrado una verdad más profunda. La inteligencia no se ciñe solamente a los fenómenos. Tiene capacidad para alcanzar la realidad inteligible con verdadera certeza, aunque a consecuencia del pecado esté parcialmente oscurecida y debilitada.

Finalmente, la naturaleza intelectual de la persona humana se perfecciona y debe perfeccionarse por medio de la sabiduría, la cual atrae con suavidad la mente del hombre a la búsqueda y al amor de la verdad y del bien. Imbuido por ella, el hombre se alza por medio de lo visible hacia lo invisible.

Nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de esta sabiduría para humanizar todos los nuevos descubrimientos de la humanidad. El destino futuro del mundo corre peligro si no forman hombres más instruidos en esta sabiduría. Debe advertirse a este respecto que muchas naciones económicamente pobres, pero ricas en esta sabiduría, pueden ofrecer a las demás una extraordinaria aportación.

Con el don del Espíritu Santo, el hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino.

Lectio Divina – Domingo de Ramos

INTRODUCCIÓN

Entre todas las semanas del año, la más importante para los cristianos es la Semana Santa que bien vivida puede convertirse en nosotros en camino de santidad. Esta semana se conoció también antiguamente como «la semana grande” puesto que constituye el centro y el corazón de la liturgia de todo el año. La Cuaresma ha sido una especie de navío que nos ha llevado al puerto después de un largo viaje. Y ese puerto de paz es el amor que Jesús nos muestra en estos días. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).

PROCESIÓN

Mc. 11, 1-10

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Is. 50, 4-7        2ª Lectura: Flp. 2, 6-11

EVANGELIO

Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

Mc 14, 1 — 15, 47.

REFLEXIÓN

AMAR – MORIR – RESUCITAR

Debiéramos preguntarnos seriamente qué tenemos que ver cada uno de nosotros, en nuestro diario vivir, con el AMOR del Jueves Santo, la MUERTE del Viernes Santo y la RESURRECCIÓN del Domingo de Pascua. AMAR, MORIR, RESUCITAR, son como tres movimientos «in crescendo» de la Semana santa. Tres realidades que, sin duda, son las más importantes en la vida de cada hombre.

AMAR es el verbo más conjugado de la historia. El hombre está sediento de amor. Cuando lo encuentra y cuando lo da, es feliz. Pero amar como Jesús con su medida y con su finalidad, no es fácil. Amar como Él amó supone negarse, olvidarse, vencerse. Amar como amó Jesús supone considerar de verdad a los hombres, a todos los hombres, como hermanos y estar dispuesto a compartir con ellos la herencia, toda la herencia. No, no es fácil amar así. Y por eso no lo hacemos. No lo hacen los hombres en general y no lo hacemos, evidentemente, los cristianos. Por eso, fácilmente, el Jueves Santo no lo entendemos.

MORIR. ¡Qué difícil! Y, sin embargo, la muerte está ahí, dispuesta a acudir puntualmente a la cita. No queremos saber nada de ella. Viéndonos, también nosotros mismos podríamos pensar: ¡Qué terrible una muerte sin respuesta! ¡Qué angustiosa una muerte sin retorno! ¡Qué cruel una muerte sin victoria! Contemplando el modo de vida de los hombres, también quizá el nuestro, cabría preguntarse: ¿Qué esperan los hombres persiguiendo tan ansiosamente el poder, el dinero, la gloria? ¿Está ahí la meta anhelada, el fin último, la aspiración máxima? ¿Qué piensan los hombres de la muerte? No es fácil aprender a morir; sin embargo, debiéramos esforzarnos por dar, a la luz de la muerte y sin necrofilia, hondura y categoría a nuestra vida, sabor cristiano y trascendente a nuestro existir. Pensar serenamente el Viernes Santo, a la sombra de la Cruz.

RESUCITAR. Es la última palabra de la muerte. El triunfo, la gloria, la alegría. Jesús, venciendo el tedio, el dolor, la angustia, la incógnita que se alza perturbadora ante la mente humana. Su triunfo es el nuestro. ¿De verdad lo creemos así los cristianos? Quizá en el fondo de nuestro ser sí lo creemos. Nos falta avivar esa fe, hacerla realidad diaria, ponerla de relieve al enfocar la vida, al acercarnos a los hombres, al vivir con ellos. Hay que intentar resucitar cada día en un esfuerzo permanente por dar a nuestra existencia un tono y un estilo en el que se reconozca inmediatamente a Cristo, cuyo final no fue la Cruz, sino la Luz.

AMAR, MORIR y RESUCITAR: tres realidades para pensar y para vivir en esta Semana Santa y en toda nuestra vida. (DABAR).

PREGUNTAS

1.– Lo que caracteriza nuestra vida cristiana no es amar sino “amar como Jesús nos ama”. ¿Estoy dispuesto a amar de esa manera?

2.– Sabemos que tenemos que morir aunque no lo acabamos de creer. Pero la muerte llegará a nosotros como el sueño sobre nuestros ojos: de una manera inexorable. Eso tan terrible Jesús lo convirtió en expresión de amor. ¿Me preparo para aceptar mi muerte como respuesta al inmenso amor de Dios a lo largo de toda mi vida? 

3.- ¿Estoy convencido de que la Resurrección de Jesús me afecta también a mí? ¿Vivo ya en esta vida alguna experiencia de Resurrección?

El mensaje de este día, en verso, suena así:

Hoy, Señor, te damos gracias,
te proclamamos «Bendito».

Te queremos y admiramos
porque eres un «REY» distinto.

Entras en Jerusalén
sobre un humilde borrico.

Viniste para servir
y no para ser servido.

No te acompañan soldados,
sino la gente y los niños.

Sus espadas y sus lanzas
son verdes ramos de olivo.

No llevas carros de guerra
para matar enemigos.

Eres, Señor, «REY DE PAZ»,
a todos llamas amigos.

En los labios de la gente
no suenan marciales himnos.

Sólo cantos de alabanza
se escuchan por el camino.

Nosotros, «Bendito REY»,
queremos seguir tu estilo:
ser pobres, humildes, mansos,
solidarios y pacíficos.

Aunque muramos contigo
en la cruz del sacrificio,
Señor, en el corazón,
te reservamos un sitio.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN MIENTRAS DURA LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

La paz y el amor de Jesús

Lo narra muy bien José Luis Martín Descalzo en su biografía sobre Jesús de Nazaret. Y el mito y la mentira propalada en los años setenta, cuando Jesús de Nazaret quiso ser transformado en un revolucionario al estilo moderno se interpretó la entrada triunfal en Jerusalén como un ataque guerrillero contra el poder establecido. Las consecuencias de esa insurrección habrían sido la condena, tortura y ejecución de Jesús. La verdad es que esta teoría no tiene la menor posibilidad histórica, porque la guarnición romana vigilaba desde lo alto de la Torre Antonia. Cualquier problema de orden público era dominado enseguida con enorme dureza. Por el contrario los actos de contenido religioso –procesiones, romerías con cantos y las típicas subidas al templo—no producían inquietud alguna y dejaban que se desarrollasen, aunque algunas veces produjeran algún tumulto por la multitud que participa en ellas. Los militares romanos ya sabían lo que se traían entre manos y desde luego no hubieran permitido nada parecido a un ataque revolucionario. Otros tratadistas del mismo tinte revolucionario relacionaron también la actitud guerrillera de Jesús con la expulsión de los mercaderes del Templo.

Junto a Martín Descalzo, también nuestro Padre Maruri se ha referido a esa falsa actividad violenta de Jesús de Nazaret. Pero Él quiso dejar claro que era pacífico. Entró en Jerusalén sobre un borriquillo y no a lomos de un impetuoso caballo blanco, rodeado de su guardia de honor. El cortejo de Jesús era festivo y propio de una romería. Las gentes le saludaban con ramos de olivo –señal de paz—y palmas. Y, desde luego, fue un gran éxito. Y si bien a las fuerzas de ocupación romana el asunto no les importó nada, no ocurrió así con el conjunto de las autoridades religiosas de Israel, que entendieron perfectamente que esa entrada era religiosa y que añadía un talante de paz y de fiesta muy deseado por el pueblo, pero odiado por el sistema oficial del Templo, ya que era todo un cambio. Y fue esa entrada triunfal lo que precipitó la persecución y muerte de Jesús.

2.- La Iglesia y su liturgia –que derrochan gran sabiduría—han puesto en la misa de hoy ese relato completo de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo para que –digámoslo así—no haya duda sobre que celebramos hoy. Por eso, la liturgia tiene una lectura de júbilo, asociada a la procesión de Ramos y el relato íntegro de la Pasión. En este ciclo B hemos escuchado la Pasión según San Marcos que nos ofrece el testimonio nítido de la voluntad salvadora universal de Dios y de su amor representado en el sacrificio y posterior victoria de Cristo Jesús. Estaréis de acuerdo conmigo que esta lectura en conjunto emociona y deja el alma perfectamente preparada para vivir la Semana Santa de la que el Domingo de Ramos es pórtico “físico” e inicio “psicológico”. Pensemos, ahora, pues en la paz que nos trae Jesucristo y en su talante de hombre pacífico.

3.- La paz de Jesús se verá reflejada horas después en su retirada, en su marcha a Betania para descansar con sus amigos, Marta, María y Lázaro. Ante su éxito –y en términos estrictamente religiosos—Jesús podría haber pedido a los Sumos Sacerdotes y Senadores “que le tuvieran en cuenta” dentro de la “religión oficial”. Y quien sabe si esa imposible pretensión de Jesús –fue una de las tentaciones de Satanás en el desierto—de “oficializar” su mesianismo hubiera tenido éxito. Pero tanto Jesús como los líderes religiosos de Israel sabían que eso era imposible. Jesús pedía la vuelta a la religión original de Amor que el Padre esperaba. Los fariseos y saduceos alimentaban un sistema social, político y con formas religiosas, que nada tenía que ver con la misión de Jesús de Nazaret. Por eso, llegada la tarde Jesús se retiró a Betania a esperar el desenlace de su Misión.

Por eso es importante hoy, tras la bendición alegre de los ramos, leer y meditar íntegra la Pasión de nuestro Maestro. Es difícil no sobrecogerse con el relato de Marcos de la Pasión. Concreto, directo, certero y muy claro. No es posible desviar la atención de lo que está ocurriendo. Y ese drama de Jerusalén, aunque sepamos que trajo nuestra salvación, todavía duele y aún resulta difícil admitir el sufrimiento de Cristo. Resuena el eco de ese sufrimiento en toda la Historia universal. Y fue por nosotros. Jesús es paz, Jesús es amor. Jesús supo vivir el dolor para que todos nosotros fuésemos más felices.

Ángel Gómez Escorial

El clamor de las piedras

1.- «Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento» (Is 50, 4) «El Señor, Yahvé, me ha abierto el oído, y yo no he resistido, no me he echado atrás». El profeta contempla absorto la figura del siervo paciente de Yahvé. Sus palabras le atraviesan de parte a parte, su figura extraña y grandiosa le emociona profundamente.

«He aquí que mi siervo prosperará, se elevará, crecerá y será magnífico… a su vista los reyes cerrarán la boca, porque verán un suceso no contado jamás, y contemplarán algo inaudito». El siervo de Yahvé. Cristo Jesús cantado en poemas inolvidables por el profeta de los bellos decires… Este pimpollo que brota pujante de la vieja raíz de Jesé, nos asegura, ofrece su vida en expiación, carga con las iniquidades de los hombres y los redime.

«Por eso le daré multitudes por herencia, y gente innumerable recibirá como botín, por haberse entregado a sí mismo a la muerte, y haber sido contado entre los malhechores, él que llevaba los pecados de muchos e intercedía por los malhechores». Días de pasión, días de recuerdo hondo que han de llenar nuestros corazones de sentimiento y de pena ante este Cristo, Señor nuestro, que calla y sufre, que camina por nuestras calles con sus ojos tristes y su carne amoratada. Días para llorar nuestros pecados con dolor de amor herido. Porque somos nosotros los que le hemos puesto así: «Sin gracia ni belleza para atraer la mirada, sin aspecto digno de complacencia».

2.- «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba » (Is 50, 6) El profeta sigue desgranando su largo lamento: «Despreciado, desecho de la humanidad, varón de dolores, avezado al sufrimiento, como uno ante el cual se oculta el rostro, era despreciado y desestimado. Con todo, eran nuestros sufrimientos los que llevaba, nuestros dolores los que le pesaban… Ha sido traspasado por nuestros pecados, deshecho por nuestras iniquidades; el castigo, el precio de nuestra paz, cae sobre él y a causa de sus llagas hemos sido curados».

¡Y que sigamos pecando, Señor! ¡Que sigamos obstinados en despreciar tu ley, en ofenderte, en devolver odio a cambio de amor…! «Todos nosotros, como ovejas, andábamos errantes, cada cual siguiendo su propio camino. Y Yahvé ha hecho recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros». Así se explica que no nos castigues como merecen nuestras miserables vidas, tan egoístas y mezquinas…

«Era maltratado y se doblegaba, y no abría su boca; como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca…». Pero esto no es más que el primer paso hacia el triunfo final, es la batalla sangrienta que hará posible la victoria y la paz luminosa del futuro. Ante este final gozoso exclamaba de júbilo el profeta: «Oh, qué bellos son, por los montes, los pies del mensajero de albricias que anuncia la paz, que trae la dicha, que anuncia la salvación. Estallad a una en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque Yahvé se compadece de su pueblo y redime a Jerusalén. Yahvé desnuda su brazo santo a los ojos de todos los pueblos, y todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios».

2.- «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2) Ante la proximidad de la Semana Santa, el canto interleccional pone en nuestros labios y en nuestro corazón, la oración de Jesús en la Cruz. Es una plegaria distinta de todas las demás que él pronunciara y que nos narran los evangelistas. Él siempre comenzaba su oración llamando a Dios con el nombre entrañable de Padre. Incluso, en la Cruz dirá también: «Padre, perdónalos porque no saben lo que se hacen»; o «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

En realidad, Jesús no perdió su confianza en el Padre eterno que permitía aquella terrible tragedia. Pero en esta oración Jesús recita, quebrantado por el dolor y por la soledad, el salmo veintiuno que comienza con esa queja dolorida, ante el abandono en que se encuentra el justo perseguido y condenado. Todo ese salmo, entrelazado de lamentos profundos, cuadra perfectamente con la situación de Cristo crucificado; es una profecía que nos transmite el dolor y la angustia, la esperanza inquebrantable a pesar de todo, de quien moría por salvar a los culpables, tú y yo, de su triste muerte.

«Al verme se burlan de mí…» (Sal 21, 8) Sí, así fue. Movían la cabeza y le provocaban para que se bajase de la Cruz. Hicieron de aquella trágica condena una parodia sangrienta, una comedia de humor negro en la que el protagonista era un rey de pacotilla, un rey coronado de espinas, con un viejo manto de púrpura raída y un cetro de caña. “Me acorrala una jauría de perros -dice Jesús con el salmo-, me cerca una banda de malhechores: me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero, Tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven rápido a ayudarme».

La figura doliente de Jesús con la Cruz volverá a pasar por nuestras calles silenciosas y sobrecogidas, su Madre Dolorosa con lágrimas de cristal y manos de cirio y nardo; saldrá a nuestro encuentro Jesús desnudo y clavado en la Cruz, volverá a recordarnos lo que jamás deberíamos olvidar, lo que, sin embargo, tantas veces se nos olvida. Ojalá que esta pena honda por Jesús llagado, vilmente asesinado por expiar nuestros pecados, se nos clave muy dentro del alma y no volvamos nunca más a despreciarle con nuestros pecados.

2.- «Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios…» (Fl 2, 6) Qué fácil es alardear de lo que se tiene o de lo que se es. Qué pronto se enteran nuestros conocidos de nuestros éxitos o de nuestra buena suerte. Y si por una circunstancia determinada no se enteran, estamos deseando que lo sepan, pues tenemos la impresión de que lo que poseemos no se goza del todo si los demás lo ignoran.

Cristo se nos presenta actuando de muy diferente manera. Incluso en los momentos en que, según lo previsto por el Padre, ha de manifestar un poco al menos su grandeza. Así ocurre en la entrada triunfal en Jerusalén. Jesús actúa con una gran sencillez. Y entre los vítores, los hosannas y los aleluyas, Cristo Rey pasa con sencillez, montado sobre un borrico.

El Señor, para que aprendiéramos de él, se despoja de su rango divino y toma la condición de esclavo, pasa por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y todo eso, repito, para que nosotros le imitemos, para que nos despojemos de nuestro rango, por alto que sea, y seamos sencillos, humildes, normales, asequibles.

«Por eso Dios lo levantó sobre todo…» (Fl 2, 9) San Pablo nos explica cuál fue la causa del engrandecimiento de Cristo, de su gloriosa exaltación. Y nos dice que precisamente por esa obediencia hasta la muerte, por esa docilidad a los planes, tan incomprensibles, de Dios, por eso recibió un «Nombre sobre todo nombre… De modo que al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor».

Ese es el camino que hemos de recorrer para llegar al triunfo. Aceptar de buen grado, por amor a Cristo, lo que Dios quiera hacer con nuestras vidas. Secundar con serenidad y prontitud los planes de la divina Providencia, por muy extraños y penosos que nos parezcan. Diciendo que sí, llenos de confianza y de esperanza, aun en medio de las más grandes dificultades.

Y entonces, también cada uno de nosotros seremos glorificados, seremos exaltados hasta la cumbre de la grandeza de Dios. Y a cambio de nuestro pequeño sacrificio recibiremos, aun antes de morir, la participación en el gozo inefable de la más grande dicha, la dicha de Dios.

4.- «Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania…» (Mc 11, 1)

Jesús acompañado por sus discípulos, se acerca a Jerusalén. La emoción que siempre implica el caminar hacia la Ciudad Santa, tenía en esos momentos unos acentos más profundos. Aquella era la última vez que subirían al Templo en compañía del Maestro. En aquella Pascua el verdadero Cordero pascual sería inmolado como expiación suprema y definitiva por los pecados de todos los hombres.

El peligro era cada vez mayor para Jesús y para los suyos. La oposición de las autoridades judías contra ellos se hacía más intensa por momentos. Sin embargo, el Maestro camina decidido y los suyos le siguen dispuestos a lo que sea, confiados en el poder de Jesús, que se prepara a entrar en Jerusalén aclamado y no a escondidas como un reo.

Así se cumplió la profecía de Zacarías. La ciudad entera se conmovió ante aquel Rey que, sereno y majestuoso, avanzaba cabalgando sobre un borrico, al estilo de los antiguos reyes, aclamado con vítores mesiánicos, celebrado con palmas y ramos de olivo.

El camino que sube desde el Cedrón hasta la puerta de Bethesda presentaba un colorido y una animación nunca vista. Los niños daban gritos de júbilo ante el joven y entrañable Rabí de Nazaret que tanto cariño les había demostrado, la gente del pueblo le sale a su encuentro y echa sus mantos sobre el sendero, para que aquel Rey insólito avanzara sobre una vereda de alfombras.

En contraste los grandes, los escribas y los fariseos, se remuerden de envidia y de celos. Ellos, los dirigentes de Israel, los que estaban tramando la perdición de Jesús, tienen que contemplar su triunfo, oír los clamores de aquella gente inculta que confiesan sin pudor que aquel era el Hijo de David, el que venía en el nombre del Señor. Di que esos se callen, se atreven a decir. Si esos callaran –responde Jesús– las piedras me aclamarían.

Domingo de Ramos, Jesús vuelve a pasar ante nosotros con aires de humildad y pobreza, el Señor se nos hace presente en la Iglesia, tan humillada a veces… Ojalá sepamos descubrir tras de la humanidad de Cristo, descubramos su la grandeza majestuosa y le aclamemos, más que con palabras, con la vida misma.

Antonio García Moreno