Vísperas – Lunes Santo

VÍSPERAS

LUNES SANTO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: «¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!»
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

SALMO 44: LAS NUPCIAS DEL REY

Ant. Sin figura, sin belleza, lo vimos sin aspecto atrayente.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu centro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Sin figura, sin belleza, lo vimos sin aspecto atrayente.

SALMO 44:

Ant. Le daré una multitud como parte, porque expuso su vida a la muerte.

Escucha, hija, mira: inclina tu oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
la traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Le daré una multitud como parte, porque expuso su vida a la muerte.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha concedido generosamente su gracia en su querido Hijo; por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha concedido generosamente su gracia en su querido Hijo; por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención.

LECTURA: Rom 5, 8-9

La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos del castigo!

RESPONSORIO BREVE

R/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R/ Porque con tu cruz has redimido al mundo.
V/ Y te bendecimos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

PRECES

Atiende al Salvador de los hombres, que, muriendo, destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró la vida, y digámosle humildemente:

Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Redentor nuestro, concédenos que por la penitencia nos unamos más plenamente a tu pasión,
— para que consigamos la gloria de la resurrección.

Concédenos la protección de tu Madre, consuelo de los afligidos,
— para que podamos confortar a los que están atribulados, mediante el consuelo con que tú nos confortas.

Haz que tus fieles participen en tu pasión mediante los sufrimientos de su vida,
—para que se manifiesten en ellos los frutos de tu salvación.

Tú que te humillaste, haciéndote obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz,
—enseña a tus fieles a ser obedientes y a tener paciencia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los difuntos sean transformados a semejanza de tu cuerpo glorioso,
— y a nosotros danos un día parte en su felicidad.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza, y levanta nuestra débil esperanza con la fuerza de la pasión de tu Hijo. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes Santo

1.- Oración introductoria.

Señor, al acercarme hoy a este texto tan bonito, no me siento ni con ganas de pedirte nada. Por eso acudo al gran San Agustín que dice:»Toda alma que quiera ser fiel, únase a María para ungir con perfume precioso los pies del Señor… Unja los pies de Jesús: siga las huellas del Señor llevando una vida digna. Seque los pies con los cabellos: si tienes cosas superfluas, dalas a los pobres, y habrás enjugado los pies del Señor»». Hoy me uno plenamente a esta oración.

2.- Lectura reposada del Evangelio Juan 12, 1-11

Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?» Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre tendréis». Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión

Un hombre y una mujer. Un hombre cuyo nombre es Judas. Una mujer cuyo nombre en María. Judas, agarrando fuerte la bolsa del dinero, es símbolo de codicia, de mezquindad, de tacañería. María, con su frasco lleno del mejor perfume y rompiéndolo delante del Señor, es el símbolo de la generosidad, del derroche, de la sin-medida. A Judas le importaba el dinero y no los pobres. A María sólo le interesaba demostrarle al Señor todo el inmenso amor que le tenía.  Un amor que no se puede contar, ni pesar, ni medir. Por eso no cabe derramar el perfume a cuentagotas sino derramarlo del todo. Jesús da la razón a la mujer y asocia ese perfume a su sepultura.

María de Betania siempre será “la mujer del perfume”. Ella entra sin hacer ruido. Lo que le interesa es “ungir”, “besar” “secar” los pies de Jesús.  Lo que acaba de hacer esta mujer es una bonita parábola del amor. “Jesús entendía la vida de forma que podía incluir el encanto del cabello femenino que acaricia sus pies” (J.Mª Castillo). Y, desde entonces, la gran casa del mundo se llenó de aquel perfume. Con Jesús no caben los amores a medias, los amores mezquinos, los amores interesados. Con Jesús sólo cabe una medida para el amor: el de amar sin medida.  Notemos un detalle: esta visita a Betania se realiza antes de la pasión. Jesús es muy humano. Sabe todo lo que le espera: días de dolor, de sufrimiento, de amargura. Y necesita preparar su alma compartiendo su amor con los amigos que le quieren de verdad.  

Palabra del Papa

Al acto de María se contraponen la actitud y las palabras de Judas, quien, bajo el pretexto de la ayuda a los pobres oculta el egoísmo y la falsedad del hombre cerrado en sí mismo, encadenado por la avidez de la posesión, que no se deja envolver por el buen perfume del amor divino. Judas calcula allí donde no se puede calcular, entra con ánimo mezquino en el espacio reservado al amor, al don, a la entrega total. Y Jesús, que hasta aquel momento había permanecido en silencio, interviene a favor del gesto de María: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura». Jesús comprende que María ha intuido el amor de Dios e indica que ya se acerca su «hora», la «hora» en la que el Amor hallará su expresión suprema en el madero de la cruz: el Hijo de Dios se entrega a sí mismo para que el hombre tenga vida, desciende a los abismos de la muerte para llevar al hombre a las alturas de Dios, no teme humillarse «haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz».  (Homilía de Benedicto XVI, 29 de marzo de 2010).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.-Propósito. En este día no seré ruin, mezquino. Seré generoso en el amor a Dios y a mis hermanos.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, te doy gracias por esta mujer valiente, agradecida, de un gran corazón. Y en ella quiero ver a tantas mujeres anónimas que saben derrochar amor y ternura en el mundo. Un mundo cada vez más violento, más inhumano, más frío, más distante. Este mundo, Señor, necesita “humanizarse”. Y para ello es insustituible la presencia femenina.  

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

No sabemos dónde lo han puesto

Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos

Lo que rememoramos no es una idea o una doctrina, sino hechos, acontecimientos, en los que Dios ha ido haciendo su trabajo en la historia para el bien de los humanos. La vida y la palabra de Jesús sorprenden y conmueven siempre porque cuanto Él dijo e hizo es una revelación de Dios, que estaba con Él.

Como los primeros cristianos, los creyentes nos sentimos movidos por el Espíritu a ser testigos de ese amor desbordante de Dios. No hay fe sin este compromiso con la vida. Somos sus testigos en la medida en que continuamos con Él la apuesta por los que sufren las consecuencias del pecado: el dolor, la soledad, la pobreza, la violencia, las marginaciones y exclusiones, el sin-sentido de una vida construida a sus espaldas y a las espaldas del Dios de la vida, del Padre del Resucitado.

Vuestra vida está con Cristo escondida en Dios como panes ázimos

Nos toca vivir con la mirada fija en el cielo, donde está Jesús, pero con los pies y las manos bien anclados en la tierra y en la historia. Desde el realismo del creyente, cada vez tenemos una conciencia más aguda y sensible de que nuestra vida está amenazada por los desequilibrios introducidos por los poderes del mundo, por la crisis humanitaria y económica, por el deterioro medioambiental, por esta larga pandemia, signo de tantas otras. Corremos el peligro de situarnos en la desesperanza, el pesimismo y la resignación. Y quizá en lo que es peor: la preocupación morbosa por la propia seguridad; así nuestra vida se pierde y se muere.

Para los cristianos, ninguna de esas crisis es definitiva. Nuestra vida está radicalmente salvada por el misterio de Jesús que ha padecido nuestros males, pero los ha vencido en su Resurrección. La vida, y no ninguna de sus amenazas, tiene la última palabra.

Pero no cualquier tipo de vida, sino una vida pascual, la que se asienta en la sinceridad y en la verdad, en lo transitorio que nos lleva a lo eterno, la que es levadura de amor y así puede fermentar la masa. La inseguridad demanda alguna certeza, y la del amor es mucho más firme que la de nuestras cautelas. El amor siempre produce sorpresas.

La losa quitada del sepulcro

La mañana de la Pascua fue una mañana de sorpresas para los amigos de Jesús. Anoche, Marcos nos hablaba de un grupo de mujeres preocupadas por quién les ayudaría a mover la losa que cubría el cuerpo del Señor. Pero la losa estaba ya corrida. Y un joven les anunciaba que había resucitado. Hoy es María Magdalena quien en un primer momento piensa que alguien se ha lo ha llevado del sepulcro.

¿No les quedará a los suyos ni el consuelo de contemplar el rostro del amigo y de cuidar sus despojos?

Tuvieron que esperar a que Juan entrase en el sepulcro y cayera en la cuenta de que había ocurrido lo que el propio Jesús les había anunciado: que resucitaría de entre los muertos. Juan vio y creyó. Los relatos de la tumba vacía son una forma muy bella de expresar que, de ahora en adelante, como alguien ha dicho, la única reliquia de Jesús es la comunidad cristiana.

Una comunidad que no nació de una ilusión colectiva, sino de la experiencia compartida de que Jesús ha resucitado. Fue una experiencia que tuvo su proceso. No excluyó el miedo de las mujeres, las dudas de Tomás o el desánimo de los de Emaús. Pero el Espíritu abrió puertas, disipó temores, y afianzó su fe en que de otra manera, menos sensible, pero no menos real, Él sigue caminando con ellos, comiendo con ellos, regalándoles su presencia y su palabra y convocándoles a su misión, la de anunciar que la muerte no ha interrumpido la historia, sino que la ha transformado.

¿No sabemos dónde le han puesto?

María Magdalena expresa su desconcierto lamentándose de que no sabía dónde habían puesto al Señor. Pero ella, apóstola de apóstoles, supera pronto el dolor de la distancia. Y en la palabra del Maestro que la llama a la serenidad y al futuro le descubre vivo y comprometido con la vida de la gente. Que para eso vino al mundo. Y para ello sigue en él.

Los cristianos sabemos “donde le han puesto”: donde dos tres se reúnen en su nombre ahí está Él. Resucitándole, el Padre le ha puesto en el corazón de cada comunidad y de cada creyente, en las personas convencidas de que la historia no se acaba porque queda mucho por hacer en ella, en los dramas de quienes reclaman nuestra solidaridad, en la energía de quienes no se resignan a perder su libertad ni su dignidad.  Jesús está donde hay vida y ganas de vivir y compromisos para que vivan todos.

Nosotros somos sus testigos si seguimos abriendo caminos con Él para que el Reino llegue a nuestra historia. La Pascua que repetimos no es sólo un rito anual con el que romper la monotonía de lo cotidiano. Es rememorar los orígenes de nuestra fe desde la experiencia de que, como Él, hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos.

Celebramos la Pascua renovando la fe y el amor hacia este Dios que no es un Dios de muertos, sino de vivos. Y volcando nuestro amor, cuidado y compañía, hacia aquellos que aun sufriendo los vestigios de la muerte aspiran a una vida en plenitud. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Fray Fernando Vela López

Comentario – Lunes Santo

(Jn 12, 1-11)

Volvemos a encontrarnos con los amigos de Jesús que en el capítulo 11 estaban envueltos en la tragedia y el dolor, pero que ahora están en paz, reunidos con Jesús en torno a la mesa. Marta sirviendo, Lázaro vivo, y María perfumando los pies del Señor. Jesús no quiso privarse de la fiesta de la amistad.

Pero aparece la mirada de un falso amigo, Judas, que miraba todo a través del cristal de su egoísmo y de su interés. Fingía estar indignado por el derroche, pero el evangelio dice que en realidad «no le interesaban los pobres» (v. 6).

Y Jesús defiende el gesto de María como expresión de amor a su persona.

Cuando Jesús dice «a los pobres los tendrán siempre entre ustedes» no está quitando importancia a la misericordia con los pobres; está diciendo precisamente que las cosas que dedicamos a la gloria de Dios nos exigen preocuparnos también por los pobres. De hecho Jesús está citando Deut 15, 11 que dice: «Nunca faltarán pobres en esta tierra; por eso deberás abrir tu mano al hermano».

Jesús indicaba entonces que, estando él físicamente entre ellos, correspondía que tuvieran con él esos gestos de delicadeza y cariño; pero cuando él ya no estuviera presente físicamente, esos gestos generosos debían ser para los pobres. Así lo enseña con toda claridad Mt 25, 40: «Lo que hicieron a estos hermanos míos más pequeños me lo hicieron a mí». Y también lo confirma la primera carta de Juan: «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (4, 20). Nosotros no vemos a Jesús resucitado, no tenemos su presencia física entre nosotros, y por eso debemos dirigir a nuestros hermanos pobres los gestos que tendríamos con él si pudiéramos tenerlo físicamente, como lo tuvo su amiga María cuando perfumaba sus pies.

Oración:

Señor Jesús, ayúdame a llenar mi vida de actos de amor a ti y de actos de amor a los hermanos pobres. Ayúdame a descubrirte en la oración y también en los rostros de los hermanos necesitados».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Gaudium et Spes – Documentos Vaticano II

Dignidad de la conciencia moral

16. En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado.

Homilía – Domingo de Resurrección

1

Ocho días vividos como uno solo

Hoy es el «tercer día» del Triduo Pascual y a la vez el primero de la Cincuentena. Hoy es el domingo más importante del año, del que reciben sentido todos los demás.

Para bastantes fieles este es el día en que comienzan a celebrar la Buena Noticia de la Resurrección del Señor, porque no han acudido a la Vigilia Pascual. Vale la pena que la celebración de hoy sea particularmente festiva y expresiva. El Cirio Pascual, encendido por primera vez la noche anterior, va a acompañarnos a lo largo de siete semanas, y todos tendrían que captar su sencillo y simpático mensaje de alegría.

La «octava» de Pascua, los ocho días que abarcan el domingo 1 y 2 y los días intermedios, los vive la comunidad cristiana como un solo día. En el prefacio de estos días se dirá cada vez «en este día en que Cristo, nuestra Pascua…». Todos los días recibiremos la bendición solemne al final de la celebración, como si cada uno fuera una «solemnidad». Esta semana no admite ninguna otra celebración de Santos. Si coincide alguna muy importante, se recuperará en la semana siguiente.

 

Hechos 10, 34a.37-43. Hemos comido y bebido con él después de su resurrección

El libro de los Hechos de los Apóstoles es una óptima lectura para el tiempo pascual. Aquellos primeros cristianos fueron la «comunidad de Jesús Resucitado», nacida de la Pascua. El Señor seguía actuando en ella, invisiblemente por medio de su Espíritu, y visiblemente por medio de sus ministros.

No les faltaron dificultades, persecuciones y martirio. Pero en verdad, primero los apóstoles y luego otros discípulos, como los diáconos Esteban y Felipe, o Pablo y Bernabé, dieron un valiente testimonio de Cristo Jesús y fueron edificando comunidades llenas de fe y alegría. Haremos bien en mirarnos al espejo de este libro y estimularnos a seguir su ejemplo de firmeza en la fe y de maduración.

El primer pasaje que leemos es el testimonio de Pedro, en casa del pagano Cornelio, sobre la resurrección de Cristo. Lucas da mucha importancia a este episodio de la conversión de Cornelio: le dedica dos capítulos enteros, el 10 para narrar cómo sucedió, y el 11 para explicar cómo Pedro dio cuenta a la comunidad de Jerusalén de lo acontecido. Es un hecho fundamental para motivar la apertura del cristianismo a los paganos.

El testimonio principal de Pedro, que repite en todas sus «catequesis» o discursos, delante del pueblo o de las autoridades, y aquí en casa de unos paganos, es: «lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día», y «los que creen en él, reciben el perdón de los pecados».

El salmo no podía ser otro que el 117, el más «pascual» del Salterio: «este es el día en que actuó el Señor… la diestra del Señor es poderosa… no he de morir, viviré… la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». De las actuaciones poderosas de Dios en la historia de la salvación, para nosotros la principal es esta de la resurrección de Jesús. Podemos repetir con convicción: «sea nuestra alegría y nuestro gozo».

 

Colosenses 3, 1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo

El pasaje de Pablo en su carta a los cristianos de Colosas es el más apropiado para este domingo. Es breve pero denso y estimulante: «ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba».

Celebrar la Pascua del Señor es asumir coherentemente lo que representa de novedad de vida: «aspirad a los bienes de arriba», porque caminamos hacia la misma meta que Cristo: «entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria».

Juan 20, 1-9. El había de resucitar de entre los muertos

Hoy tenemos tres evangelios a elegir: a) el de Jn 20, con la visita de María Magdalena y luego de Pedro y Juan al sepulcro vacío; b) el que ya hemos leído la noche pasada, de Marcos, con el anuncio de la resurrección (sobre todo si la mayoría de los que participan en esta Misa no han acudido a la Vigilia); y c) si la celebración es por la tarde, el evangelio de Lucas 24, con la escena de Emaús.

Si optamos por el evangelio de Juan, nos encontramos con la experiencia de María Magdalena, testigo del sepulcro vacío, que corrió a anunciarlo a los apóstoles, convirtiéndose así en «apóstol de los apóstoles», la primera evangelizadora de la Buena Noticia de la Pascua. También Pedro y Juan ven el sepulcro vacío. Ninguno de ellos se acaba de creer que Jesús haya resucitado: «no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos».

 

2

«Este es el día en que actuó el Señor». ¡Aleluya!

Naturalmente, el mensaje de este día de Pascua es la resurrección de Cristo: la noticia mejor de todo el año para los cristianos. La que cambió la vida de los primeros discípulos. La que proclamó con valentía Pedro, en su catequesis en casa de Cornelio: que a ese Jesús, el Ungido por el Espíritu, «a quien mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día y lo nombró Juez de vivos y muertos». Contagiándonos de su entusiasmo cantamos en el salmo nuestra alegría: «este es el día en que actuó el Señor».

Vale la pena que resuene, también en las misas de este domingo, el anuncio gozoso del ángel a las mujeres (según el evangelio de la noche): «¡No está aquí: ha resucitado!». Es bueno detenernos en esta convicción —»Cristo es el que vive»—, porque nos hace falta para seguir con más ánimos nuestro camino cristiano. Lo mismo que, si leemos el evangelio de Emaús, la tarde del domingo, nos tenemos que dejar convencer también nosotros y llegar a «reconocer» al Resucitado en su Palabra, en su Eucaristía, en su comunidad y luego dar testimonio de esa experiencia en nuestra vida.

No puede ocultar su alegría la oración colecta: «en este día has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte», y pide que esta Pascua histórica que estamos celebrando nos oriente hacia la eterna: «que renovados por el Espíritu, vivamos en la esperanza de nuestra resurrección futura». La alegría de la Pascua es evidente también en la oración sobre las ofrendas: «rebosantes de gozo pascual, celebramos estos sacramentos».

El prefacio describe lapidaria y magistralmente el contenido de la fiesta de hoy: «Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado: muriendo, destruyó nuestra muerte, resucitando, restauró la vida». ¿Se puede expresar en menos palabras el misterio de la redención que Cristo ha obrado en su Pascua? Parece un «parte de guerra», el telegrama de una victoria anunciada a la comunidad.

Dios ha dicho «sí» a su Hijo. El grano de trigo, sepultado en la tierra, ha muerto, pero ha renacido y dará fruto abundante. Es también la fiesta de nuestra liberación y nuestra resurrección. Podemos manifestar con aleluyas solemnes y flores nuestra alegría de cristianos seguidores del Resucitado. Haciendo caso del salmo de hoy, que nos invita a que este día, «en que actuó el Señor», también «sea nuestra alegría y nuestro gozo».

 

Carácter bautismal de la Pascua

Pascua es la fiesta bautismal, porque en el Bautismo es cuando por primera vez nos sumergimos en la muerte y resurrección, en la nueva vida del Señor. Pablo, con una comparación «botánica» muy expresiva, dijo que, por el Bautismo, hemos sido «injertados» («complantati sumus») en la nueva vida de Cristo. En la Vigilia de anoche se han celebrado probablemente, si no se han dejado para este domingo, algunos bautizos, después de la preparación de la Cuaresma.

Este día, y toda la Cincuentena, tiene carácter bautismal. En la oración sobre las ofrendas hablamos de «estos sacramentos en los que tan maravillosamente ha renacido y se alimenta tu Iglesia», o sea, los sacramentos de la iniciación cristiana. La oración poscomunión insiste: «tu Iglesia, renovada por los sacramentos pascuales».

Por eso es lógico que, al comienzo de la Eucaristía de los ocho domingos del Tiempo Pascual, realicemos el gesto simbólico de la aspersión bautismal. En vez del acto penitencial y del «Señor ten piedad», nos dejamos «mojar» en recuerdo del sacramento por el que fuimos «sumergidos» por primera vez en Cristo muerto y resucitado.

Por la tarde, como les ha parecido a bastantes comunidades, se puede recuperar la antigua costumbre de las «vísperas bautismales», yendo en procesión, durante el Magníficat, a la fuente bautismal y santiguándose todos con su agua bendita.

 

Los apóstoles, testigos

Leyendo, desde hoy, el libro de los Hechos de los Apóstoles durante el Tiempo Pascual, se nos propone el ejemplo de aquella comunidad que dio testimonio de su fe en Cristo Jesús y se dejó guiar por su Espíritu en su expansión al mundo conocido.

Las primeras «evangelizadoras» fueron las mujeres. En el evangelio de la noche, son las mujeres que acudieron al sepulcro las que oyeron de labios del ángel la noticia: «no está aquí, ha resucitado». En el evangelio de Juan es Magdalena la que va al sepulcro, lo ve vacío y corre a anunciarlo a los apóstoles.

Para los discípulos de Emaús fue aquel «viajero peregrino», Cristo mismo, a quien de momento no supieron reconocer, quien les explicó las Escrituras y les aseguró la verdad de su resurrección. Luego serán los apóstoles, los ministros de la comunidad, los anunciadores oficiales de la Pascua. Pedro, en casa de Cornelio, es consciente de este encargo: «nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado, a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección». E insiste: «nosotros somos testigos… nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos». En verdad los apóstoles dieron con valentía este testimonio.

El libro de los Hechos nos recuerda que la historia continúa. Se puede decir que no tiene último capítulo: nosotros mismos, a inicios del siglo XXI, seguimos escribiendo estos «hechos». En el rito copto, que celebran sobre todo los cristianos de Egipto, cuando se proclama este libro en Misa, el lector dice al final, a modo de aclamación: «Y la Palabra de Dios sigue creciendo, en esta Iglesia y en todas las Iglesias».

Ahora somos nosotros los que nos comprometemos a anunciar a Cristo a este mundo, a nuestra familia, a la sociedad. Los cristianos no sólo debemos ser buenas personas, sino además «testigos», con nuestra palabra y nuestra conducta, de que Cristo ha resucitado y es el Salvador. Eso en casa de Cornelio, un pagano, o en medio de una sociedad también paganizada, en nuestra familia, en el mundo de educación, en el cuidado de los ancianos y enfermos, en la actividad profesional, en los medios de comunicación.

 

Vida pascual

Pascua es algo más que una fiesta o un «tiempo litúrgico». Pascua es un estilo de vida, una mentalidad que mueve nuestras palabras y nuestras obras. La Pascua de Cristo debe contagiarnos y convertirse en Pascua nuestra, de modo que imitemos su vida nueva.

Es lo que le preocupa a Pablo. En su carta a los Colosenses les invita a que, ya que en el orden del ser —ortológicamente—, han recibido la vida de Cristo en el Bautismo, ahora se trata de que en la práctica vivan pascualmente. Para Pablo eso significa vivir como resucitados, «buscar los bienes de allá arriba», «aspirar a los bienes de arriba, no a los de la tierra». Si celebramos bien la Pascua, también nosotros debemos morir a lo viejo y resucitar a lo nuevo, morir al pecado y vivir con Cristo la novedad de su vida. Al final resucitaremos corporalmente, pero ya ahora vivimos como resucitados, alimentados con la Eucaristía, que nos hace participar de la vida ya definitiva del Señor.

Vivimos en este mundo, y es serio nuestro compromiso con la tarea que aquí tenemos encomendada, pero los cristianos «buscamos los bienes de allá arriba», porque estamos en camino y somos ciudadanos de otro mundo, el mundo en el que ya ha entrado Cristo Resucitado.

(También en la otra carta alternativa, a los Corintios, Pablo nos invita a que eliminemos de nuestra comunidad toda levadura vieja, toda malicia y corrupción, y vivamos una vida nueva, en la sinceridad y la verdad).

Una instrucción que se publicó en 1964, ínter Oecumenici, para la recta aplicación de la reforma litúrgica, daba una feliz definición de lo que es una liturgia bien celebrada, sobre todo de la liturgia pascual: «ut Mysterium Paschale vivendo exprimatur», que el misterio pascual lo expresemos con nuestra vida, con nuestra alegría, nuestra entrega por los demás, nuestra energía para el bien, nuestra valentía en la lucha contra el mal y contra toda injusticia, nuestra esperanza y novedad de vida.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Jn 20, 1-9 (Evangelio Domingo de Resurrección)

El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero

El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

La figura simbólica y fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, «discípulo», y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.

Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

Col 3, 1-4 (2ª lectura Domingo de Resurrección)

Nuestra vida está en la vida de Cristo

Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal, que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia.

El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro.

Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto de gran expresividad en las teología paulina «syn-ergeirô»= «resucitar con». Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio de las miserias de este mundo.

El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente para el final de los tiempos.

Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos eternos.

Hch 10, 34. 37-42 (1ª lectura Domingo de Resurrección)

La historia de Jesús se resuelve en la resurrección

La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42), una familia pagana («temerosos de Dios», simpatizantes del judaísmo, pero no «prosélitos», porque no llegaban a aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el «Pentecostés pagano», a diferencia de lo que se relata en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el mundo de entonces.

Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una visión (Hch 10,1-33) tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es «divina», del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.

El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como sucedió con los *helenistas+. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en práctica.

Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.

El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos *conviven+ con él, en referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.

Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.

Comentario al evangelio – Lunes Santo

Primer día de esta semana en la que vamos a celebrar el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Como es misterio, no vamos a tratar de explicarlo. Se trata sencillamente de contemplar con el corazón abierto. Se trata de acoger sin condiciones. Algo parecido a lo que hicieron Lázaro, Marta y María. Eran los amigos de Jesús. Confianza de años. No hacían preguntas. Simplemente tenían abierta su casa para él. Le querían y le querían sin condiciones. Así es el verdadero amor, la verdadera amistad. Jesús ya era de la familia. Todo lo que había en la casa era poco para ofrecer a aquel amigo que les visitaba de vez en cuando. Los mejores manjares, el mejor servicio. Y, si se tercia y hay posibilidad, el mejor perfume para ungir sus pies cansados del camino. 

Aunque siempre hay alguno que estropea la fiesta y se pone en plan crítico. ¿Para que vaciar la despensa? ¿No es uno más de la familia? Se le saca lo de todos los días y basta. Y, ¿qué es eso de andar derrochando perfumes cuando eso podía ayudar a los pobres? Está claro que Judas no había entendido mucho lo que era el amor incondicional, ni lo que era una relación entre personas generosa y abierta. Da la impresión de que Judas estaba acostumbrado a calcular, a razonar todo. Lázaro, Marta y María habían entendido la novedad de Jesús y lo manifestaban en su acogida sin límites, en su amistad sin condiciones. 

En esta semana que comenzamos llena de celebraciones con muchas palabras y muchos símbolos y muchos ritos nos conviene imitar la actitud de Lázaro, Marta y María. No se trata de calcular y razonar. Se trata simplemente de acoger, de contemplar. Se trata de hacer de nuestro corazón la casa familiar donde Jesús sea acogido y donde nosotros simplemente estemos a su lado, sintiendo con él, acompañándole. Sin más. Porque el misterio no se descifra ni se estudia ni se cuenta en un libro a base de argumentos y razonamientos. El misterio se contempla. Y se va dejando que, poco a poco, esa plenitud del amor de Dios manifestado en la vida de Jesús y, sobre todo, en sus últimos momentos, vaya llegando a nuestro corazón. Y nos inunde de alegría y de esperanza. Y nos vaya haciendo capaces de amar y acoger y servir a nuestros hermanos y a descubrir en ellos el misterio del amor de Dios hecho carne. 

Fernando Torres, cmf