Vísperas – Viernes IV de Pascua

VÍSPERAS

VIERNES IV DE PASCUA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya!

Muerte y Vida lucharon,
y la muerte fue vencida.
¡Aleluya, aleluya!

Es el grano que muere
para el triunfo de la espiga.
¡Aleluya, aleluya!

Cristo es nuestra esperanza,
nuestra paz y nuestra vida.
¡Aleluya, aleluya!

Vivamos vida nueva,
el bautismo es nuestra Pascua.
¡Aleluya, aleluya!

¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya!

SALMO 144: HIMNO A LA GRANDEZA DE DIOS

Ant. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único. Aleluya.

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.

Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.

Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandezas acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;

explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único. Aleluya.

SALMO 144

Ant. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, todo honor y toda gloria. Aleluya.

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.

Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, todo honor y toda gloria. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Aleluya.

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Aleluya.

LECTURA: Hb 5, 8-10

Cristo, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna, proclamando por Dios sumo sacerdote, según el rito de Melquisedec.

RESPONSORIO BREVE

R/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R/ Al ver al Señor.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El buen Pastor dio su vida por las ovejas. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El buen Pastor dio su vida por las ovejas. Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo, fuente de toda vida y principio de todo bien, y digámosle confiadamente:

Instaura, Señor, tu reino en el mundo.

Jesús salvador, tú que, muerto en la carne, fuiste devuelto a la vida por el Espíritu,
— haz que nosotros, muertos al pecado, vivamos también de tu Espíritu.

Tú que enviaste a tus discípulos al mundo entero para que proclamaran el Evangelio a todo la creación,
— haz que cuantos anuncian el Evangelio a los hombres vivan de tu Espíritu.

Tú que recibiste el pleno poder en el cielo y en la tierra para ser testigo de la verdad,
— guarda en tu verdad a quienes nos gobiernan.

Tú que todo lo haces nuevo y nos mandas esperar anhelantes la llegada de tu reino,
— haz que, cuanto más esperamos el cielo nuevo y la tierra nueva que nos prometes, con tanto mayor empeño trabajemos por la edificación del mundo presente.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que descendiste al abismo para anunciar el gozo del Evangelio a los muertos,
— sé tu mismo la eterna alegría de nuestros difuntos.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos, y, pues nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre en ti, y en ti encontremos la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Viernes IV de Pascua

1.- Introducción.

Señor, vengo a Ti, a estar contigo. Y lo hago de mañana, con la frescura del amanecer, con la limpieza de la tierra, con la caricia del viento, con el encanto de lo nuevo, lo no usado, lo no manchado, lo no estropeado. Y te pido tener la mente fresca y los oídos bien abiertos para escuchar de Ti unas palabras enternecedoras: “No tengáis miedo, no os turbéis, confiad”- Haz que estas dulces palabras se metan en mi cabeza y sepa guardarlas en mi corazón.

2.- Lectura reposada de la Palabra. Juan 14, 1-6

«No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión.

“No se turbe vuestro corazón”. Palabras consoladoras de JESÚS, sobre todo si tenemos en cuenta el momento en que las pronunció: antes de su partida. La ausencia de Jesús iba a abrir una honda herida en el corazón de sus discípulos. Durante varios años Él ha sido para ellos su amigo, su defensor, su apoyo, su fortaleza. Ahora se marcha y les acecha la tristeza, la angustia, la soledad. Jesús les anima a perder el miedo, a superar la tristeza. Llega el momento de la fe, es decir, de la confianza en Él, del fiarse plenamente de su persona. Y les consuela diciendo que se va porque les interesa a ellos, porque así les puede preparar una casa bonita en el cielo. Es una casa grande, con muchas mansiones. Que nadie pase apuros por dudar si habrá sitio para él. Después volverá, pero no para seguir viviendo aquí en este “valle de lágrimas” sino en un lugar maravilloso donde ya no habrá “ni luto, ni llanto, ni dolor”. Una casa donde el gozo será vivir en el amor: en el amor del Padre, en el amor de Jesús y en el amor de los hermanos. Es el fruto de la redención llevada a cabo por Jesús y hecha realidad en nosotros por la fuerza del Espíritu, no por nuestros propios méritos.  

Palabra del Papa

Hoy me quiero centrar en la acción que el Espíritu Santo realiza en la guía de la Iglesia y de cada uno de nosotros a la Verdad. Jesús mismo dice a sus discípulos: el Espíritu Santo «les guiará en toda la verdad», siendo él mismo «el Espíritu de la Verdad». Vivimos en una época en la que se es más bien escéptico con respecto a la verdad. Benedicto XVI ha hablado muchas veces de relativismo, es decir, la tendencia a creer que no hay nada definitivo, y a pensar que la verdad está dada por el consenso general o por lo que nosotros queremos. Surge la pregunta: ¿existe realmente «la» verdad? ¿Qué es «la» verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Podemos encontrarla? Aquí me viene a la memoria la pregunta del procurador romano Poncio Pilato cuando Jesús le revela el sentido profundo de su misión: «¿Qué es la verdad?». Pilato no llega a entender que «la» Verdad está frente a él, no es capaz de ver en Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Y, sin embargo, Jesús es esto: la Verdad, la cual, en la plenitud de los tiempos, «se hizo carne», habitó entre nosotros para que la conociéramos. La verdad no se aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es un encuentro con una Persona.  (S.S. Francisco, catequesis del 15 de mayo de 2013)

4.- ¿Qué me dice hoy a mí esta palabra ya reflexionada? (Silencio)

5.-Propósito. Vivir todo este día con mucha paz. Sin miedos, sin sobresaltos, sin inquietudes. El Padre Dios me ama y está al tanto de todo.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Al acabar este rato de oración, de nuevo quiero agradecerte este momento por las luces que me has concedido. Te digo que al escuchar tus palabras he sentido que me ha desaparecido el miedo a la muerte. Nuestra situación allá arriba, en tu propia casa, será inmensamente mejor que todo lo vivido aquí en este mundo. Tu casa será mi casa; tu mesa será mi mesa; tu jardín será mi jardín; tu felicidad será también la mía. ¡Gracias, Señor!

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Comentario – Viernes IV de Pascua

(Jn 14, 1-6)

Este capítulo 14 está lleno de promesas consoladoras, es un verdadero discurso de despedida de Jesús que quiere dar ánimo a sus discípulos.

El primer consuelo que les da es decirles que él se va, pero que volverá y los tomará para que estén con él en el lugar que él preparará. Para este evangelio, nuestra relación con Cristo es «estar con él», porque él es «Dios con nosotros».

Pero este estar con Jesús no sucederá después de nuestra muerte; comienza ahora, en la vida de la comunidad que lo ha descubierto resucitado. La partida de Jesús ha sido desaparecer de un modo visible para entrar de un modo más profundo en lo íntimo de nuestras vidas.

Los apóstoles sufrieron con la muerte de Jesús, pero luego de su resurrección tuvieron un encuentro mucho más bello e intenso con Jesús, porque comenzaron a experimentar su presencia en lo íntimo de sus corazones y en medio de la comunidad. Por eso, el anuncio de volver a tomarlos con él para estar juntos, no se refería a la muerte de los Apóstoles, sino a la nueva relación que iban a tener luego de la resurrección.

Cuando los discípulos le preguntan dónde va y cómo harán para seguirlo, Jesús responde que él mismo es el camino, la verdad, y la vida; es decir, que simplemente deben dejarse tomar por él y que con él encontrarán todo. Creyendo en él encontrarán la verdad y la vida que anhelan.

También nosotros deberíamos dejarnos consolar por estas palabras. Muchas cosas nos ha negado la vida, muchas cosas hemos perdido o nos han quitado, pero hay en nuestras vidas una presencia que nos permite superar toda ausencia, hay un gozo diferente que nos permite superar todo dolor y toda pérdida.

Oración:

«Señor, quiero dejarme tomar por ti, que estás resucitado, que estás buscando entrar en mi vida para llenarla de tu vida y de tu verdad. Tómame Señor, tómame contigo, para que me libere de la soledad interior».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Gaudium et Spes – Documentos Vaticano II

El carácter sagrado del matrimonio y de la familia

48. Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana. Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia. De esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad.

Cristo nuestro Señor bendijo abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y que está formado a semejanza de su unión con la Iglesia. Porque así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad. Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y , por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios.

Gracias precisamente a los padres, que precederán con el ejemplo y la oración en familia, los hijos y aun los demás que viven en el círculo familiar encontrarán más fácilmente el camino del sentido humano, de la salvación y de la santidad. En cuanto a los esposos, ennoblecidos por la dignidad y la función de padre y de madre, realizarán concienzudamente el deber de la educación, principalmente religiosa, que a ellos, sobre todo, compete.

Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen, a su manera, a la santificación de los padres. Pues con el agradecimiento, la piedad filial y la confianza corresponderán a los beneficios recibidos de sus padres y, como hijos, los asistirán en las dificultades de la existencia y en la soledad, aceptada con fortaleza de ánimo, será honrada por todos. La familia hará partícipes a otras familias, generosamente, de sus riquezas espirituales. Así es como la familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros.

Misa de la familia: misa con niños

DOMINGO V DE PASCUA

SALUDO

Dios Padre que nos llama a vivir unidos a Jesús, Vid vordadera de quien recibimos todo bien, y el ánimo permanente de su Espíritu, estén con todos nosotros.

ENTRADA

La Iglesia, además de ser instrumento en manos de Dios, es comu­nidad de personas que luchan por la fraternidad y la vida nueva don­de habite la justicia. Este, y ningún otro, es cl mandato de Jesús: que nos amemos unos a otros como El nos ama, que vivamos en la verdad creando y haciendo posibles la solidaridad y la libertad que ayuden a otros a encontrarse con Dios. Lo cierto es que Dios no deja de bus­carnos un día y otro día, porque sabe que sin Él no podemos hacer nada. Algunas veces creemos que Dios nos impide ser felices y trata­mos de vivir al margen suyo, pero el fruto conseguido es bien escaso. Por eso siempre queremos volver a llenarnos de Dios, estar unidos a Él como los sarmientos a la vid.

Que la Eucaristía nos ayude a vivir la Pascua, la vida del resuci­tado, de quien recibimos la fuerza y la esperanza.

ACTO PENITENCIAL

Si permanecemos unidos a Jesús se realizará lo que pidamos, nos dice el Evangelio. Con esta confianza pidamos ahora perdón.

-Tú, que nos llamas a vivir dando ante todos testimonio de tu Amor. SEÑOR, TEN PIEDAD.

-Tú, que nos llamas a vivir amando y respetando a todas las perso­nas. CRISTO, TEN PIEDAD.

-Tú, que nos llamas a vivir unidos a Ti para cine tiernos frutos de justicia y paz. SEÑOR, TEN PIEDAD.

Oración: Perdónanos, Señor, y ayúdanos a vivir con fidelidad. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACIÓN COLECTA

Dios Padre nuestro, que con la Resurrección de Jesús colmas las esperanzas de cuantos en Ti creemos; haz que Jesús Resucita­do nos haga personas nuevas para que, llenos de su Amor, seamos buscadores del bien, de la paz y la fraternidad. Por nuestro Señor Jesucristo.

LECTURA NARRATIVA

Jesús nos busca y nos encuentra, aunque de momento no quera­mos. Sucedió con Pablo, el perseguidor de los cristianos, y sucede con todo aquel que se deja llenar por su amor. Ante la conversión de Pablo surge la duda de los que habían sido perseguidos. Pero la mediación de Bernabé hace posible la incorporación de San Pablo a la comunidad y la tarea de anunciar el Evangelio.

LECTURA APOSTÓLICA

El texto que ahora escuchamos es una llamada a que seamos auténticos, fieles a Dios y a los hcrmanos; a que no amemos dc palabra ni de boca, sino con obras, pues estamos llamados a vivir en la vcrdad, en la entrega y cl bien; cl amor que Dios nos propone es el centro y la plenitud de lo que ha de ser nuestra vida cristiana.

LECTURA EVANGÉLICA

Sin Jesús no podemos hacer nada: pero nosotros, rodeados de apa­rentes seguridades y de nuestra autoconflianza, caemos una y otra vez en los mismos errores. Para vivir y actuar en cristiano hemos de estar unidos a Jesús como los sarmientos a la vid; sin Jesús no podemos dar los frutos que El espera.

ORACIÓN DE LOS FIELES

Unidos a Jesús resucitado, como los sarmientos a la vid, presentémosle nuestras plegarias diciendo: JESÚS RESUCITADO, ESCÚCHANOS.

1.- Por todos los cristianos. Que vivamos muy unidos a Jesús resucitado, para poder dar siempre buen fruto. OREMOS:

2.- Por todos los que han recibido, o han de recibir, en este tiempo de Pascua, el bautismo, la confirmación o la primera comunión. Que vivan con gozo su camino de seguimiento de Jesús. OREMOS:

3.- Por los trabajadores y las trabajadoras, el día siguiente del Primero de mayo, sobre todo por los que viven la precariedad laboral debido a la crisis que nos ha traído la pandemia. OREMOS:

4.- Por toda la sociedad. Que la experiencia de la pandemia nos ayude a comprender que nadie se salva solo, que debemos ayudarnos mutuamente, que flotamos todos o nos hundimos todos. OREMOS:

5.- Por… OREMOS:

6.- Por todos nosotros. Que vivamos este tiempo de Pascua llenos de la alegría de la fe. OREMOS: Escucha, Jesús resucitado, nuestra oración, y danos tu Espíritu Santo. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Al presentar estas ofrendas en el altar, Señor, queremos traer también nuestra vida ante Ti para que, unidos a Jesus por la comu­nión de su cuerpo y su sangre, como los sarmientos a la vid, demos, como él, frutos de amor, de paz y de justicia. Por Jesucristo.

PREFACIO

Justo es bendecirte y reconocerte, Señor, en todo momento y lugar, porque nos hablas de Ti en medio de la vida: unas veces como logro conseguido, otras como lo que aún nos falta para que a todos nos llegue tu vida. Y para crear fraternidad no cesas de convocarnos como pueblo en camino hacia la verdad, seguidores de Jesús y unidos a él, como la vid de quien procede la savia que necesitamos.

Permítenos, pues, unirnos al gozo de tantas personas buenas que te siguen de modo auténtico, y con ellos decirte: Santo, Santo. Santo…

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Nos hemos llenado de alegría, Señor, por esta celebración, memorial de la muerte y resurrección de Jesús, concédenos vivir unidos a él, como los sarmientos a la vid, para que siempre demos frutos de amor,.justicia y paz. Por Jesucristo.

BENDICIÓN FINAL

  • Que nos bendiga Dios nuestro Padre en esta Pascua, y que su mise­ricordia nos guarde de todo mal. Amén.
  • Que Dios Padre, que nos ha salvado por la Resurrección de Cris­to, nos enriquezca con cl don de la vida eterna. Amén.
  • Y a nosotros, que celebramos la Pascua, nos conceda también par­ticipar de la Pascua eterna. Amén.
  • Y la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y siempre nos acompañe. Amén.

Misa del domingo

Una última vez en el Evangelio de San Juan aparece el Señor pronunciando aquel solemne “Yo soy” para revelar, mediante una comparación, una verdad profunda de sí mismo. En esta ocasión dirá: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador». El momento en que pronuncia aquella enseñanza es también solemne: es la noche previa a su Pasión y Muerte, la noche de la última Cena, noche en que ofreciéndose a sí mismo como el nuevo Cordero Pascual cuya Carne debe ser comida (ver Lc 22, 19; Jn 6, 53-56), sella una Nueva Alianza con su Sangre (ver Lc 22, 20).

El Señor introduce ahora otra novedad revolucionaria. Hasta entonces Israel había sido la viña del Señor: «una viña de Egipto arrancaste, expulsaste naciones para plantarla a ella, le preparaste el suelo, y echó raíces y llenó la tierra. Su sombra cubría las montañas, sus pámpanos los cedros de Dios; extendía sus sarmientos hasta el mar, hasta el Río sus renuevos» (Sal 80, 9-12). Y así se consideraban los israelitas: «viña del Señor es la Casa de Israel» (Is 5, 7).

Sin embargo, de «cepa exquisita» (Is 5, 2) y «selecta» se tornó en «vid bastarda» (Jer 2, 21), pues en vez de dar uvas sabrosas y dulces dio agraces, frutos ácidos y amargos: «esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos» (Is 5, 7; ver Is 5, 1-3; Sal 80, 13-16; Ez 15, 1-6; 19, 10-14). Dios, por medio de su profeta, se lamenta al ver estos frutos de injusticia: «¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo? Yo esperaba que diese uvas. ¿Por qué ha dado agraces?» (Is 5, 4).

¿Qué más hizo Dios? El Padre envió a su propio Hijo. Él es ahora la “cepa selecta” y “cimiente legítima” que Dios ha plantado en nuestro suelo. Él es la vid verdadera, legítima, la salvación viene ya no de la pertenencia al pueblo de Israel, sino de la pertenencia a Cristo. Él ha venido a realizar en sí mismo, en plenitud, aquello que Israel estaba llamado a ser: la vid fecunda de Dios, fecunda en obras de justicia y caridad. Él en sí mismo es la vid que da frutos óptimos, Él es quien glorifica al Padre con los frutos de su amorosa obediencia, llevando a cabo con perfección sus designios reconciliadores.

Ahora bien, el viñador, que el Señor Jesús identifica con su Padre, espera evidentemente que su viña produzca fruto abundante y del mejor. ¿Cuáles son los frutos que el viñador espera de los sarmientos? Son frutos de justicia y honradez (ver Is 5, 7), frutos que proceden de una vida adherida a Cristo y de la permanencia de sus palabras en el discípulo, es decir, de la obediencia a sus enseñanzas, de la obediencia a los mandamientos divinos, frutos de santidad y de caridad. Es lo que señala también San Juan en su primera carta (2ª. lectura): permanece en Dios quien guarda sus mandamientos. Y permaneciendo en Dios el ser humano se despliega y se torna fecundo, dando gloria a Dios con su vida, santidad y apostolado.

¿Cómo se asegura el viñador una buena cosecha? Para que la vid produzca buen fruto se hace necesario podarla y limpiarla regularmente. La poda adecuada vigoriza la planta, mejorando su desarrollo, floración y fecundidad. Un sarmiento caduco, dañado o enfermo, sólo resta fuerzas a la vid. Por tanto, todo sarmiento que no da fruto debe ser cortado y todo el que da fruto limpiado, «para que dé más fruto».

Por otro lado, es evidente que para dar fruto los sarmientos deben permanecer unidos a la vid. Una rama desprendida de su tronco no tiene posibilidad alguna de subsistir y menos aún de producir frutos por sí misma. Sólo se seca y se marchita. De modo análogo el discípulo debe permanecer siempre unido al Señor Jesús para dar fruto. Sin el Señor el discípulo no puede hacer nada. Ésta es la enseñanza fundamental de este pasaje: la vida y fecundidad del discípulo dependen absolutamente del Señor y de su unión vital con Él.

Para insistir en la necesidad de esta unión con Él el Señor advierte al mismo tiempo del radical fracaso que le espera a quien se separa de Él y pretende dar fruto por sí mismo: «Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden». Es, pues, imposible que el discípulo dé fruto por su cuenta y con sus solas fuerzas.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Soy cristiano y católico porque un día fui bautizado. Pero, ¿soy verdaderamente discípulo de Cristo?

Dice el Señor: «Con esto recibe gloria mi Padre, en que ustedes den fruto abundante; así serán discípulos míos» (Jn 15, 8). Para quien ama a Dios y desea glorificarlo con toda su vida, ser discípulo de Cristo es fundamental.

Discípulo es aquel que tiene un maestro, porque busca aprender todo lo que él desde su sabiduría y experiencia le enseña, porque, más aún, quiere asemejarse a él, quiere ser como él. Por otro lado, el verdadero maestro es el que hace mucho más que impartir un conjunto de conocimientos: enseña una sabiduría profunda, un camino de superación y realización personal, una moral que se refleja en su propio modo de vida, etc. El discípulo descubre en tal maestro un modelo apelante, digno de ser imitado y seguido. Lo admira, encuentra en él respuestas a sus propios anhelos y búsquedas de verdad y de felicidad, su modo de vida lo atrae.

Entre el maestro y el discípulo se establece un vínculo de confianza, así como una profunda sintonía. El discípulo, porque confía en su maestro, porque sabe que lo llevará por el sendero que conduce a su máximo bien, hace lo que le dice, le presta obediencia aunque a veces implique renuncias exigentes y costosas.

Ahora puedo preguntarme: ¿Soy yo verdaderamente discípulo de Cristo? ¿Procuro conocer sus enseñanzas y vivir de acuerdo a ellas? ¿O soy cristiano sólo de nombre?

Tomemos conciencia de que no basta con decir: “yo creo en Él”. No es discípulo quien dice que cree, sino quien vive como enseña Cristo. Decía Santiago, el Apóstol: «¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan» (Stgo 2, 19) No basta, pues, con creer. Son necesarios los frutos, las obras que manifiestan la fe. Es necesario «vivir como vivió Él» (1Jn 2, 6), vivir de acuerdo a las enseñanzas que Él proclamó.

Para ser discípulo de Cristo es necesaria una adhesión afectiva a su Persona y a sus enseñanzas. ¡Qué importante es encontrarnos con Él todos los días, leer los Evangelios y hacer silencio para escuchar Su voz y procurar poner por obra sus enseñanzas!

Reconfigurar la vida

Reconfigurar la vida:
ponernos en tus manos humanas y divinas,
o al alcance de tu brisa que va y viene
por esos lugares de la historia
poco señalados y menos frecuentados.

Reconfigurar la vida:
aceptar los golpes, marcas y heridas,
pero no arrugarse ni detener la historia;
vibrar menos sin perder la música
y mantener fresca la memoria.

Reconfigurar la vida:
vivirte cada día como vid verdadera
siendo sarmientos  que se alimentan y maduran
con tu savia viva y gratuita
y que fructifican en uva generosa en esta tierra.

Reconfigurar la vida:
admirar tus surcos y huellas
en nuestra carne vieja y correosa;
abrirse a tus sugerencias
aunque no llegue a entenderlas.

Reconfigurar la vida:
jugar al juego que tú jugaste,
partiéndonos en tiras, esquejes o estrellas,
y compartirse con dignidad
dándose en fraternidad.

Reconfigurar la vida:
aceptar como centro, eje y motor
tu Espíritu en nuestra vida;
poner todas las cruces bajo su presencia
y agarrarnos a él con esperanza.

Reconfigurar la vida:
descubrirnos como flor florecida
-hermosa, perfumada y distinta-;
acercarnos a los otros dignamente
y hacer un jardín para los caminantes.

Reconfigurar la vida:
vivir en el mundo
siendo flor y fruto en la tierra;
admirar y amar a las personas
y agradecer la vida.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Viernes IV de Pascua

Una vez más la lectura de los Hechos de los Apóstoles (13,26-33) nos presenta una realidad particular de la Iglesia del siglo primero: la fuerza de la conversión presente en la Palabra y en el estilo de vida de los discípulos de Jesús, testigos de su resurrección.  Surge de forma espontánea una comparación con cuanto nosotros, como Iglesia y como cristianos, vivimos en el hoy de nuestra historia. Pareciera que es tan difícil que el Evangelio «haga brecha» en el corazón humano. Vemos tan distinta nuestra capacidad de suscitar entusiasmo por Jesús y su Reino que nos conformamos con la Iglesia de los Hechos.

Sin embargo, al vernos a la luz de la Iglesia primitiva no debemos desanimarnos, sin perder la esperanza o el entusiasmo. Nos pueden estimular dos mociones que descubrimos en el texto de hoy. Confiar que Dios obra siempre para nuestro bien, aun en situaciones que nos podrían parecer un rotundo fracaso, como la condena injusta y ejecución en la cruz del Hijo de Dios. No siempre podemos tocar con nuestras manos el fruto de nuestra entrega en la misión. Solo Dios es quien ve y escruta el corazón del ser humano, y el que lleva a buen término la obra de su gracia. Por eso, el aparente fracaso de nuestras acciones no debe atenuar nuestro entusiasmo. Estamos llamados a resignificar todo lo que vivimos desde una visión de fe en Dios. 

La segunda moción que nos puede servir de estímulo es la de aprender a «vivir como resucitados ya en la historia». Es decir, dejar que nuestra vida y nuestra misión estén impulsadas por el gran protagonista de esta experiencia de salvación: el Espíritu Santo. Pablo en su discurso no solo nos presenta un esquema ya elaborado. Nos invita ante todo a hacer nuestra propia experiencia de resurrección. Confiando que la gracia de Dios puede vencer el mal que hay en nosotros y en nuestro mundo. De esto debemos ser testigos, de lo que hemos recibido, de «la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús».

El texto del evangelio (Jn 14,1-6) nos ofrece un interesante diálogo entre Jesús y Tomás. Los discípulos están reunidos en torno a Jesús en el Cenáculo, después del anuncio de la traición de Judás, de la negación de Pedro y de la inminente partida del Maestro. Están profundamente conmovidos. En este contexto de una profunda turbación, Tomás expresa su completa incomprensión. No sabe cuál es la meta hacia la que se dirige Jesús, y cuál es la vía para llegar a ella, porque entiende las cosas en su sentido material. Jesús en cambio va al Padre y precisa el medio para ese encuentro personal con él: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí» (v.6).

Edgardo Guzmán, cmf.