Jesús permanece en la tierra

1.- Hoy es un día muy especial para reflexionar sobre un milagro permanente, sobre un signo que Jesús hizo ante sus discípulos hace más de 2000 años y que permanece. Nos referimos a su presencia real en la Eucaristía. Y, obviamente, a nosotros, aquí y ahora, lo que más nos interesa es ese pensamiento fuerte sobre la presencia de Jesucristo es el Sacramento del Altar. No puede eludirse el hecho de que Dios se ha quedado en la Tierra en forma aparente de pan y vino y que está dispuesto para ser alimento espiritual de las almas. Esto puede dar un cierto rubor «modernista» el afirmarlo de manera tajante, pero, sin embargo, dejarlo fuera, o atenuarlo en una especie de valoración legendaria, es una dejación absurda. Incluso, de una manera un tanto cazurra bien podría decir que si tenemos una cosa buenísima por qué vamos a prescindir de ella.

La recepción del Cuerpo del Cristo, el diálogo íntimo con el Recién Recibido, las charlas –internas y distendidas– en la proximidad del Sagrario y la profunda convicción de la presencia de Dios en ese pan y vino de vino es, en sí mismo, un grandísimo bien que preside nuestra vida de cristianos. Y si alguno le faltase fe, al respecto, la solución es muy fácil: pedir a quien se quiso quedar en la Eucaristía que nos aumente la fe.

2.- Y en cuanto al contenido litúrgico de nuestra celebración de hoy hemos de decir que esta solemnidad comenzó a celebrarse en Bélgica, en Lieja, en 1246. Sería el Papa Urbano VI quien motivo que se extendiera por toda la Iglesia. El Pontífice buscaba que esa idea, generalizada y admitida en toda la cristiandad, de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, tuviese mayor resonancia por la dedicación de una fiesta universal. No obstante, ya en esos tiempos, se celebraban las procesiones eucarísticas que han llegado a nuestros días. El Papa Urbano VI deseaba que hubiese un día específico para reflexionar en ese acto de generosidad de Cristo que es quedarse realmente junto a nosotros.

Con la perfección en los contenidos que marca siempre la Sagrada Liturgia tenemos que decir las lecturas que hemos proclamado ayudan a mejor comprender el misterio que hoy, especialmente, adoramos. Y en el Libro del Éxodo, en su capítulo 24, leemos una frase que va a recordar bastante la consagración que hizo Jesús en la Cena del Jueves Santo. Son palabras de Moisés que dice: “Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos esos mandatos.” El Amigo de Dios, el gran Moisés estaba profetizando, al menos la forma, de lo que sería la alianza más directa de Dios con el hombre. La sangre de su Hijo Unigénito sería el principio de una nueva Alianza de Amor y de permanencia física en el mundo, a través de todos los tiempos. A su vez en la Carta a los Hebreos, se plasma una de las grandes novedades realizadas por Cristo en las relaciones con Dios Padre Todopoderoso. Su sacrificio va a ser el último y el definitivo dirigido a Dios. Por una lado se clausura una acción litúrgica sacrificial y se abre el nuevo culto con el recuerdo y presencia permanente de Jesús, que es víctima y altar. Dice la Carta a los Hebreos que Jesús “no usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna”

3.- El Evangelio de San Marcos nos narra con su brevedad y precisión acostumbradas todos los momentos de la celebración de Sagrada Cena con la consagración eucarística dicha en su final. Y los términos utilizados por Jesús en el relato de Marcos enlazan directamente con los otros textos bíblicos leídos hoy que marcan esa nueva alianza de amor y de reconciliación, oficiada por el Hijo, y admitida por el Padre. Todos los días, a todas las horas, celebramos y festejamos la Eucaristía, la presencia real de Jesús en el pan y el vino consagrados, pero en esta fiesta grande del Cuerpo y de la Sangre del Señor debemos de hacer un esfuerzo para tener ese misterio mas cerca de nosotros y que nos sirva de alimento para el complejo camino diario del seguimiento de Nuestro Señor Jesús.

Ángel Gómez Escorial

Anuncio publicitario

Comentario – Cuerpo y Sangre de Cristo

Lo sabemos muy bien. La eucaristía es «centro y culmen de la vida cristiana». Nuestras celebraciones y nuestras oraciones giran en torno a Cristo, y a Cristo-eucaristía, que no es otro que el Encarnado y el glorificado. Y en cuanto encarnado, alguien que tiene un cuerpo para ser escuchado, para ser visto y tocado, para ser entregado, incluso a la muerte, pues se trata de un cuerpo humano y mortal, un cuerpo dotado de sangre; sin ella ese cuerpo no podría mantener vivos los órganos que lo integran. La sangre, con todos sus elementos, es absolutamente vital para ese cuerpo que vive. Sin ella, el cuerpo no podría cumplir sus funciones. Por eso, la pérdida de la sangre acarrea irremediablemente la muerte del cuerpo, su desvitalización.

Hoy, la espiritualidad católica, que se patentiza sobre todo en esos movimientos o asociaciones surgidos de la conciencia y la piedad eucarística, fija sus ojos en este Corpus Christi, cuerpo de hombre, asumido por el Hijo de Dios para llevar a cumplimiento su tarea redentora, que consiste ante todo en restablecer y afianzar la alianza rota o resquebrajada entre Dios y los hombres. Cristo recibió este cuerpo no sólo para expresarse o hacerse visible, sino también para inmolarse, es decir, como cuerpo (=víctima) de un sacrificio o cuerpo de una vida ofrendada a Dios en beneficio de los hombres, sus hermanos. Sacrificios ya había desde muy antiguo, y no sólo entre judíos.

El creyente sentía la necesidad de devolverle a Dios algo de lo mucho que había recibido de Él (las mejores cabezas de sus rebaños, los primeros frutos de su cosecha). Eran sacrificios de acción de gracias o de comunión: o para recuperar la comunión perdida, o para afianzar la comunión existente. Por eso, Moisés manda a algunos jóvenes israelitas ofrecer holocaustos de vacas como sacrificio de comunión. Se trataba de un acto de culto, que miraba a Dios, pero no estaba desconectado de la vida o del modo de conducirse en la vida. Después de tomar la sangre de la víctima, leyó en voz alta el documento de la Alianza con la intención de obtener del pueblo un compromiso de observancia (una promesa): Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos.

El acto de culto llevaba asociada una promesa de obediencia. Sólo cuando Moisés obtuvo esta promesa o compromiso, roció al pueblo con la sangre de la víctima sacrificada (y por lo mismo, desangrada). La sangre quería ser el sello de este pacto de fidelidad: sello o rúbrica por parte de Dios y por parte de sus aliados, los que se comprometían a cumplir sus mandamientos. Según esto, no hay sacrificio sin compromiso moral. La voluntad de ofrecer (y ofrecerse) debe ser voluntad de obedecer al Señor que recibe nuestra ofrenda.

Pero no hay sacrificio cruento que no lleve consigo derramamiento de sangre. Por eso a Cristo le fue dado un cuerpo, para consumar este sacrificio. Y no hay sacrificio más perfecto que el de quien ofrenda la propia vida con amor y por amor. A Cristo, el Sumo Sacerdote de los bienes definitivos, le fue dado un cuerpo para ofrecerse a sí mismo como víctima de este sacrificio, el de la nueva y definitiva Alianza. A partir de ahora, Dios no quiere más sacrificio que éste o el de todos aquellos que estén asociados o incorporados a éste. En cuanto sacerdote, Cristo no usa, por tanto, sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino la suya propia. Y no es que Cristo se dé muerte a sí mismo; pero se entrega a sí mismo a esta muerte que lleva consigo derramamiento de sangre. Hay, pues, voluntariedad.

El que ha hecho de su vida una ofrenda al Padre, no puede sino consumar esta ofrenda en la muerte. Esto es lo que se pone de manifiesto en la última cena (Cena Pascual), cuando dice mientras toma la copa: Ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos. Estaba anticipando su muerte en la cruz: anticipando e interpretando esta muerte como un sacrificio: una ofrenda de la propia vida, hecha por todos: por el bien de todos; para la salvación de todos; por amor de todos y cada uno.

Sólo esta sangre (y no la de los machos cabríos) tiene virtud para purificar nuestras conciencias de las obras muertas, es decir, virtud para lograrnos una purificación interna, profunda, que afecta a la persona en su totalidad. Y puede hacerlo porque puede remover nuestro desamor o falta de correspondencia al amor de Dios, porque puede sanar nuestros egoísmos, porque puede liberarnos de nuestras servidumbres, porque puede vencer nuestras últimas resistencias, aunque esa operación requiera tiempo: el tiempo de la acción transformante del Espíritu en nosotros. Pero para que se produzca esta purificación es necesario que tomemos conciencia de las obras muertas que hay en nosotros: actitudes y acciones que no persiguen la salvación o que no sirven para obtenerla.

Ha habido, por tanto, una muerte que ha sido al mismo tiempo un sacrificio en obediencia al Padre y por amor que ha redimido de los pecados, pecados de infidelidad a la Alianza. Pero la redención se hace efectiva y actual sólo en la medida en que acogemos su sacrificio y con él su amor y su Espíritu.

Éste es el admirable misterio que hoy celebramos, dando gracias por ello: el misterio de la encarnación del Hijo de Dios para el sacrificio existencial: misterio y sacrificio que actualizamos en la eucaristía, donde nos encontramos el cuerpo del sacrificio, y con el cuerpo sacrificado y glorioso (la glorificación no le hace perder su condición de ofrenda) la presencia viva de su portador: presencia espiritual, corporal y sacramental, puesto que el cuerpo actual de Cristo se nos da en la forma sacramental (=signo) del pan y del vino. Y se nos da así para la comunión, que es unión que nutre y vivifica. A través de ella recibimos la misma vida de Cristo, que es vida eterna. En ella se refrenda la alianza nueva y eterna, una alianza que será ya irrompible. Vivamos de esta presencia amada y gocemos con ella.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

I Vísperas – Cuerpo y Sangre de Cristo

I VÍSPERAS

EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Cantemos al Amor de los amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid, adoradores;
adoremos a Cristo Redentor.

¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra,
bendecid al Señor.
¡Honor y gloria ti, Rey de la gloria;
amor por siempre a ti, Dios del amor!

¡Oh Luz de nuestras almas! ¡Oh Rey de las victorias!
¡Oh Vida de la vida y Amor de todo amor!
¡A ti, Señor cantamos, oh Dios de nuestras glorias;
tu nombre bendecimos, oh Cristo Redentor!

¿Quién como tú, Dios nuestro? Tú reinas y tú imperas;
aquí te siente el alma; la fe te adora aquí.
¡Señor de los ejércitos, bendice tus banderas!
¡Amor de los que triunfan, condúcelos a ti! Amén.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables.

SALMO 147: ACCIÓN DE GRACIAS POR LA RESTAURACIÓN DE JERUSALÉN

Ant. El Señor ha puesto paz en las fronteras de la Iglesia y nos sacia con flor de harina.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo

Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor ha puesto paz en las fronteras de la Iglesia y nos sacia con flor de harina.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: EL JUICIO DE DIOS

Ant. El Señor ha puesto paz en las fronteras de la Iglesia y nos sacia con flor de harina.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor ha puesto paz en las fronteras de la Iglesia y nos sacia con flor de harina.

LECTURA: 1Co 10, 16-17

El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

RESPONSORIO BREVE

R/ Les dio pan del cielo. Aleluya, aleluya.
V/ Les dio pan del cielo. Aleluya, aleluya.

R/ El hombre comió pan de ángeles.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Les dio pan del cielo. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. ¡Qué bueno es, Señor, tu espíritu! Para demostrar a tus hijos tu ternura, les has dado un pan delicioso bajado del cielo, que colma de bienes a los hambrientos, y deja vacíos a los ricos hastiados.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¡Qué bueno es, Señor, tu espíritu! Para demostrar a tus hijos tu ternura, les has dado un pan delicioso bajado del cielo, que colma de bienes a los hambrientos, y deja vacíos a los ricos hastiados.

PRECES

Cristo nos invita a todos a su cena, en la cual entrega su cuerpo y su sangre para la vida del mundo. Digámosle:

Cristo, pan celestial, danos la vida eterna.

Cristo, Hijo de Dios vivo, que mandaste celebrar la cena eucarística en memoria tuya,
— enriquece a tu Iglesia con la constante celebración de tus misterios.

Cristo, sacerdote único del Altísimo, que encomendaste a los sacerdotes ofrecer tu sacramento,
— haz que su vida sea fiel reflejo de lo que celebran sacramentalmente.

Cristo, maná del cielo, que haces que formemos un solo cuerpo todos los que comemos del mismo pan,
— refuerza la paz y la armonía de todos los que creemos en ti.

Cristo, médico celestial, que por medio de tu pan nos das un remedio de inmortalidad y una prenda de resurrección,
— devuelve la salud a los enfermos y la esperanza viva a los pecadores.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo, rey venidero, que mandaste celebrar tus misterios para proclamar tu muerte hasta que vuelvas,
— haz que participen de tu resurrección todos los que han muerto en ti.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado IX de Tiempo Ordinario

1.- Introducción.

Señor, la oración de este día llama a la puerta de mi generosidad. Hay muchas puertas dentro de mí: la del egoísmo, la de la codicia, la de la vanidad; pero también existe la puerta de la generosidad y es precisamente a esta puerta  a la que mi oración se dirige. Y le pido a Dios que esta puerta sea ancha y esté siempre abierta, para que yo sea generoso, espléndido, como aquella viuda pobre.

2.- Lectura reposada del evangelio. Marcos 12, 38-44

En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y les decía: Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa. Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de los que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión

Jesús rechaza los primeros puestos. Si hoy tuviera que elegir entre los de arriba y los de abajo, Jesús siempre se pondría con los de abajo. Si viajara, iría  en un autobús, como la gente sencilla. Y si fuera al centro de salud, preguntaría: Por favor, ¿quién es el último? Y se pondría detrás. ¡Nada de privilegios! Jesús se sentó. Siempre que se usa este término en el evangelio, es para decirnos que quiere hablar como maestro. Y aquí la enseñanza que  Jesús nos quiere dar no consiste en palabras, sino  en un hecho concreto: la limosna de la viuda pobre. Los ojos de la gente están pendientes de aquellos que daban grandes limosnas, incluso aplaudían al que más daba. Nadie se fijó en las dos monedas de aquella mujer que, ante los demás,  sentía vergüenza de dar tan poco. ¿Nadie se fijó? Allí en las dos monedas de la viuda estaban fijos los ojos de Jesús. La viuda podría haber dado una moneda y guardarse la otra para comprar el pan del día siguiente. Pero entregó todo lo que tenía. No sólo el presente del hoy sino el futuro del mañana. Por eso las  echó en el cepillo de los “holocaustos” Allí se depositaban las limosnas que servían para los  sacrificios donde se quemaba todo el  animal, sin que quedara nada. La viuda ofrecía su vida como “holocausto a Dios”. No lo que tenía (ya no tenía nada) sino todo lo que era. ¿Qué lección nos dio Jesús con esta imagen? Esta mujer ha ofrecido todo lo que tenía para vivir. Dios no nos pide que demos cositas que nos sobran sino  que nos demos nosotros mismos. Nuestra vida es un don que Dios nos ha dado para entregarlo a los demás. 

Palabra del Papa

La fe no necesita aparentar, sino ser. No necesita ser alimentada por cortesías, especialmente si son hipócritas, sino por un corazón capaz de amar de forma genuina. Jesús condena este tipo de seguridad centrada en el cumplimiento de la ley. Jesús condena esta espiritualidad de cosmética, aparentar lo bueno, lo bello, ¡pero la verdad por dentro es otra cosa! Jesús condena a las personas de buenas maneras pero de malas costumbres […] Jesús nos aconseja esto: no tocar la trompeta. El segundo consejo que nos da: no dar solamente lo que nos sobra. Y nos habla de esa viejecita que ha dado todo lo que tenía para vivir. Y alaba a esa mujer por haber hecho esto. Y lo hace de una forma un poco escondida, quizá porque se avergonzaba de no poder dar más. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 14 de octubre de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra que acabo de meditar. (Guardo silencio)

5.-Propósito. En este día daré algo de mi persona. (Puedo dar sangre, tiempo, un buen consejo)

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, ¡qué lección tan maravillosa me ha dado hoy a mí esta viuda del evangelio! Sin palabras, desde su humildad, desde su silencio, desde su pasar desapercibida, desde su corazón totalmente entregado a Ti, fiándose plenamente en Ti, me ha dado la clave de la auténtica fe. Me creía que tenía fe, pero estoy muy lejos de la fe auténtica y verdadera. Dame, Señor, la fe de esta viejecita: viuda y pobre: no sólo  ha dado lo que tenía, sino todo lo que ella era.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Corpus Christi: ¡Seamos, nosotros, custodias!

1.- En Jueves Santo, el Señor, nos dejó la Eucaristía. Lo hizo de una forma privada, desconcertante (postrándose) memorial de su pasión, muerte y resurrección para sus amigos. ¿Lo recordamos?

Hoy, y pasado este tiempo de Pascua, la festividad del Corpus Christi nos exige un paso más: hay que pasar del aspecto privado, a la fe pública y activa. Hoy, al paso del Señor, somos nosotros quienes nos arrodillamos porque, entre otras cosas, vemos que la fuente del amor y de la alegría, de la esperanza y del amor, del perdón y del futuro, fluye en uno de los días más grandes de nuestro calendario cristiano. ¡Dios esta aquí!

En el Corpus, la presencia del Señor, se dilata. No se conforma con recibirnos, cómodamente, en el interior de una iglesia. Ahora, el Señor, nos dice: si creéis de verdad en mí, dad también testimonio de mí y conmigo.

Hoy, más que nunca, nuestras calles son testigos de cientos y miles de manifestaciones de todo tipo. ¿Es la procesión del Corpus una manifestación pública de nuestra fe? ¿Somos conscientes del gran don, del gran milagro, de la gran presencia divina que sale fuera del templo en medio de una lluvia de pétalos, en custodias sencillas o artísticas, incienso y música?

El Señor, más que custodias, nos necesita a nosotros. Custodias, pero de carne y de hueso; para amar y para ayudar; para levantar y dignificar tantas situaciones que, injustamente, emergen a nuestro encuentro.

El Señor quiere que, nosotros, seamos las más valiosas y auténticas custodias de su amor allá donde nos encontremos. No podemos conformarnos acompañar a Jesús, en el día del Corpus, y a continuación, encerrarle –sin más trascendencia- en la conciencia de cada uno.

Este año, la festividad del Corpus, nos debe de interpelar: ¿Qué hago yo por el Señor? ¿Manifiesto públicamente mis convicciones religiosas? ¿Son mis acciones y mis palabras destellos de que Dios vive en mí? ¿Soy custodia, que cuando se contempla, infunde caridad, cercanía, compromiso, justicia, paz, etc.?

2. Necesitamos al Señor en nuestro mundo. La vida del hombre, no por estar blanqueada con el poderoso caballero “don dinero” es totalmente feliz. Hay muchas personas que necesitan que, el Señor, las toque para que las sane; otras tantas que les mire, porque están sedientas de amor; otras más que –hambrientas o pobres- esperan la mano tendida de los cristianos.

Sí. ¡Necesitamos el Cuerpo del Señor por nuestras calles y plazas! Pero, su Cuerpo, necesita manos, voz y pies. Manos que indiquen el camino verdadero a los hombres y mujeres de nuestro tiempo; voz que sea voz de los que no tienen voz, de la verdad frente a la mentira, del reino de Dios frente a un mundo que se endiosa; de pies que acompañen a los que se cansan de creer, de esperar y hasta de vivir.

Si. ¡Necesitamos el Corpus Christi por nuestras calles y plazas! Para que, por un momento, todas ellas se conviertan en gigantescos altares; para que, por unas horas, pueblos y ciudades tengan aspecto de cielo; para que, por un instante, el amor venza al odio, la alegría a la tristeza y la valentía del cristiano a su tímido afán evangelizador.

Uno, cuando participa de un banquete suculento, enseguida lo pregona. La festividad del Corpus Christi denota la fortaleza o la debilidad de la eucaristía en muchos cristianos. Si, de verdad, creyésemos que Cristo camina bajo palio, nos daríamos de golpes por participar en el cortejo; dejaríamos la agenda libre de todo compromiso; nos pondríamos el mejor traje de fiesta, ante el paso de tan buen amigo.

Recuperemos el gusto por la Eucaristía y, a continuación, brillará con esplendor una de las manifestaciones que más ha calado, y lo sigue haciendo, en nuestra vida católica. ¡Te necesitamos, y en la calle, también, Señor!

3.- NO DEJES DE SALIR…SEÑOR

Porque, sin Ti, el mundo se enfría
Porque, sin Ti, el hombre se envilece
Porque, sin Ti, olvidamos que el amor es fuente de felicidad
Porque, sin Ti, nuestra tierra es huérfana.
No dejes de salir, ni un solo año, Señor:
Porque seguimos necesitando tu pan multiplicado
Porque somos tan débiles como ayer
Porque, nuestros pecados, pueden a veces con la virtud
Porque, nuestras almas, se llenan de trastos inservibles
No dejes de salir, en el Corpus, Señor:
Y, si ves que nos hemos alejado de ti,
Que seas un imán que nos atraes hacia la fuente de la verdad
Y, si ves que te hemos dado la espalda,
Alcánzanos de frente para nunca más olvidarte
Y, si ves que hemos perdido el apetito de lo divino,
Acércanos el cáliz de tu amor y de tu perdón.
Sí, Señor; ¡no dejes de salir en custodia!
Y, deja, que nos arrodillemos ante Ti:
cuando Tú lo hiciste ante nosotros en Jueves Santo
Y, deja, que te hablemos al corazón de la Custodia
cuando Tú, lo hiciste en cada uno de los nuestros
Y, deja, que presentemos al mundo este manjar
cuando, Tú, nos lo dejaste en sencilla mesa
Y, deja, que nos miremos los unos a los otros
para cantar contemplando este Misterio.
¡No dejes de salir, Señor!
Que nadie ocupe el lugar que te corresponde en el mundo
Que nadie turbe la paz y la calma del día del Corpus
Que nadie, creyéndose rey, se sienta más importante
que Aquel otro, que siéndolo, se hace una vez más siervo.
¡No dejes de salir, Señor!
Aquí tienes nuestros corazones: haz de ellos una patena
Aquí tienes nuestras mentes: haz de ellas un altavoz
Aquí tienes nuestras manos: haz de ellas una carroza
Aquí tienes nuestros ojos: haz de ellos dos diamantes
Aquí tienes nuestras almas: haz de ellas el oro de tu custodia
Aquí tienes nuestros cuerpos: haz de ellos las más auténticas
custodias que nunca se cansen de anunciar por todo el mundo
que sigues viviendo y permaneciendo eternamente presente
en el gran milagro de la eucaristía.
¡No dejes de salir, Señor!
¿Nos dejas acompañarte?

Javier Leoz

Comentario – Sábado IX de Tiempo Ordinario

(Mc 12, 38-44)

Los escribas buscaban aparentar frente a los demás, apareciendo como sabios y santos, pero al mismo tiempo se enriquecían apoderándose de los bienes de las viudas. Jesús despreciaba profundamente esa religiosidad que escondía egoísmos e injusticias.

Por el contrario, Jesús se admiraba y se gozaba frente a la generosidad de los pobres, y lo subyugaba la religiosidad de los sencillos que se expresaba en gestos de desprendimiento. Por eso en este texto, luego de hablar de las injusticias que los falsos piadosos cometían con las viudas, se nos presenta el modelo de una de esas viudas pobres y explotadas.

Cuando Jesús vio a la viuda pobre echando en la alcancía del templo las únicas monedas que tenía para sobrevivir, llamó a los discípulos para que valoraran ese gesto generoso. Y Jesús indica que el valor de una ofrenda no está en la cantidad sino en lo que significa de ofrenda generosa y de renuncia a sí mismo por amor. Las pocas monedas de aquella viuda no eran poco, porque para ella eran todo.

Tendríamos que dejarnos motivar por la belleza de esta escena. El comentario de Jesús nos muestra que los gestos de generosidad cautivan sus ojos amantes. Sería bueno entonces que nos preguntáramos cuánto hace que no lo cautivamos con nuestras ofrendas.

Oración:

«Mira Señor mi corazón egoísta, apegado a los bienes, y sánalo. Coloca en él algo de tu generosidad desbordante que te llevó a entregarlo todo en la cruz. Tú que sabes lo que es darse a sí mismo, enséñame Señor».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Gaudium et Spes – Documentos Vaticano II

La comunidad de las naciones y las instituciones internacionales

84. Dados los lazos tan estrechos y recientes de mutua dependencia que hoy se dan entre todos los ciudadanos y entre todos los pueblos de la tierra, la búsqueda certera y la realización eficaz del bien común universal exigen que la comunidad de las naciones se dé a sí misma un ordenamiento que responda a sus obligaciones actuales, teniendo particularmente en cuanta las numerosas regiones que se encuentran aún hoy en estado de miseria intolerable.

Para lograr estos fines, las instituciones de la comunidad internacional deben, cada una por su parte, proveer a las diversas necesidades de los hombres tanto en el campo de la vida social, alimentación, higiene, educación, trabajo, como en múltiples circunstancias particulares que surgen acá y allá; por ejemplo, la necesidad general que las naciones en vías de desarrollo sienten de fomentar el progreso, de remediar en todo el mundo la triste situación de los refugiados o ayudar a los emigrantes y a sus familias.

Las instituciones internacionales, mundiales o regionales ya existentes son beneméritas del género humano. Son los primeros conatos de echar los cimientos internaciones de toda la comunidad humana para solucionar los gravísimos problemas de hoy, señaladamente para promover el progreso en todas partes y evitar la guerra en cualquiera de sus formas. En todos estos campos, la Iglesia se goza del espíritu de auténtica fraternidad que actualmente florece entre los cristianos y los no cristianos, y que se esfuerza por intensificar continuamente los intentos de prestar ayuda para suprimir ingentes calamidades.

Nadie sin futuro

1.- Según la encíclica «Ecclesia de Eucharistia» el sacramento eucarístico es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento y al cual nosotros somos invitados. Nos dice Jesús: «Tomad, esto es mi cuerpo». No se trata, por tanto, de un alimento metafórico, sino que reafirma que «mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida». Se ha destacado mucho el carácter sacrificial de la Eucaristía como sacramento de la Nueva Alianza y también el hecho de que es «memorial de la muerte y resurrección de Jesucristo», pero quizá no nos hemos dado cuenta de que también es un banquete, una fiesta de comunión de hermanos. No puede haber Comunión si no hay «común-unión» de vida. ¿Vivimos la Eucaristía como una fiesta en la que celebramos el amor de Dios y la unión entre todos nosotros? Si nos situamos alejados unos de otros, distantes, es muy difícil subrayar la comunión. Me imagino que en la Ultima Cena todos estaban alrededor de la misma mesa. Si estamos tristes o enfrentados entre nosotros tampoco será posible celebrar el amor de Dios. En la Ultima Cena Jesús nos dio el nuevo mandamiento del amor y se puso a lavar los pies de sus discípulos.

2.- No celebramos adecuadamente la Eucaristía si no tenemos los sentimientos que tuvo Jesús, si no intentamos entregarnos y amarnos como El nos ama. La fracción del pan -nombre con el que los primeros cristianos designaban a la Eucaristía- refleja perfectamente lo que Jesús quiso mostrarnos al partirse y repartirse por nosotros. La Eucaristía da impulso a nuestro camino histórico, estimulando nuestro sentido de responsabilidad respecto a la tierra presente en orden a edificar un mundo habitable y «plenamente conforme al designio de Dios». No me resisto a citar las palabras de San Juan Crisóstomo: «¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: «esto es mi cuerpo», y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: «Tuve hambre y me distéis de comer», y más adelante: «Siempre que dejasteis de hacerlo a unos de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer». ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo». El mismo apóstol Pablo califica de «indigno» recibir el cuerpo de Cristo si hay división en su seno o indiferencia hacia los pobres.

3. – La Eucaristía también recibe el nombre de «misa», es decir «misión» aludiendo a las palabras que el sacerdote pronunciaba al final. Dios nos encomienda vivir lo que hemos celebrado. Por eso la Eucaristía celebra la vida y nos da fuerza para la vida. Cuando el sacerdote nos dice ahora «Podéis ir en paz» nos está enviando al mundo. Es como si Jesús nos dijera: «Tomad, comed y vivid el amor». Es esta la segunda procesión del Corpus, la que emprendemos cada día hacia la calle, hacia el trabajo o hacia la escuela como mensajeros del amor de Dios. Hoy y siempre que celebramos la Eucaristía es «Día de caridad». La celebración de la Eucaristía nos compromete a trabajar para que nadie se quede sin futuro. Construyamos un presente común, adorando a Cristo en el Santísimo Sacramento del altar y amando al hermano que está a nuestro lado.

José María Martín OSA

Asombro, gratitud y contemplación

1. La celebración de la solemnidad del Corpus Christi es una ocasión propicia para una toma de conciencia renovada del tesoro incomparable que Cristo ha encomendado a su Iglesia y además un estímulo para una celebración más viva y sentida, de la que surja una existencia cristiana transformada por el amor.

La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua. Ella es el compendio y suma de nuestra fe. Todos los demás sacramentos, los ministerios eclesiales y obras de apostolado están ordenados a ella. Brotan de ella como de su fuente y a ella tienden como a su fin. Ante este admirable misterio no cabe otra actitud que el asombro, la gratitud y la contemplación silenciosa, huyendo de la tentación de reducirlo a alguna de sus dimensiones o significados.

La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones. La Eucaristía es en primer lugar sacrificio y memorial. En ella se actualiza y perpetúa el único sacrificio de la cruz. Allí donde se celebra la Eucaristía, se renueva la ofrenda sacrificial de Cristo al Padre y se renueva la obra de nuestra redención.

La Eucaristía es además presencia real y substancial de Cristo en los dones eucarísticos. En ella está Cristo entero, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Por ello, es la «fuente y cima de toda la vida cristiana», el sacramento y el don por excelencia.

2.- La Eucaristía no es simplemente un símbolo o el recuerdo del acontecimiento acaecido en el cenáculo en la noche de Jueves Santo. Jesús se queda en ella real y verdaderamente hasta su vuelta. ¡Este es el misterio de nuestra fe!, proclamamos después de la consagración. Y respondemos. “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, señor, Jesús”.

Los sentidos nos ocultan su grandeza; pero la fe, como canta santo Tomás de Aquino, está segura de las palabras del Señor. Gracias a esta presencia misteriosa, el Señor se hace nuestro contemporáneo. Se hace nuestro vecino, pues vive en cada uno de los templos o ermitas de nuestros barrios y pueblos. Es el compañero que camina con nosotros, que sale a nuestro encuentro para iluminar nuestros ojos y caldear nuestro corazón con su presencia. De ahí el valor inestimable del culto eucarístico en la Tradición y vida de la Iglesia.

De ahí también que sea urgente y necesario pasar largos ratos ante esta compañía estimulante y alentadora, en adoración silenciosa, en conversación cálida, íntima y amistosa. En una época de prisas y activismo, también en la pastoral y en la vida de la Iglesia, es necesario ganar espacios para la contemplación y la gratuidad, para la adoración larga y dilatada ante este Sacramento admirable.

3.- La Eucaristía es también banquete de comunión con Cristo y con los hermanos, «fuente y epifanía de comunión». Al comulgar el Cuerpo de Cristo, alimento del pueblo de Dios peregrinante, nos cristificamos y el Señor nos concede, por la fuerza de su Espíritu, el dinamismo sobrenatural que nos permite vivir nuestros compromisos cristianos con coherencia y valentía, con el estilo de los mejores amigos de Cristo que son los santos de todas las épocas.

«Sin la Eucaristía no podemos vivir»: Ésta fue en el año 304 la respuesta de los mártires de Cartago al procónsul que les exigía abandonar la Eucaristía. Comulgando el Cuerpo de Cristo se robustece nuestra unión con Él y crecen también los vínculos de unión con los demás miembros de la Iglesia.

Por ello, la Eucaristía no es sólo fuente sino también exigencia de comunión con los hermanos, con los más pobres y necesitados, los transeúntes, parados, ancianos y enfermos y, muy especialmente, con los inmigrantes, que tenemos que acoger e integrar en nuestra sociedad.

Nuestra participación en la Eucaristía exige de nosotros un compromiso de fraternidad, de perdón, de servicio y de amor gratuito, y es una llamada apremiante a ser humildes artesanos de la reconciliación y de la paz. Porque la Eucaristía es todo esto, misterio admirable y “fuente y cima de toda la vida cristiana».

4.- Celebrar esta fiesta es una invitación a vivir un estilo de vida inspirado y configurado por la Eucaristía. Ante al espeso silencio sobre Dios que impone la cultura actual cargada de secularización, no debemos esconder nuestro mejor tesoro. Los cristianos nos hemos de comprometer más decididamente en dar testimonio de la presencia de Dios en el mundo. No tengamos miedo de hablar de Dios.

Ante el obscurecimiento de la esperanza en la vida eterna y en las promesas de Dios en que vive sumida nuestra cultura contemporánea, mostremos la Eucaristía como fuente de esperanza y prenda de la vida futura.

Ante una cultura que está perdiendo la memoria de sus raíces y de la herencia cristiana, hagamos memoria del misterio del amor de Cristo, de su pasión, muerte y resurrección, misterios que se actualizan en cada celebración eucarística.

Ante una cultura que tiene miedo a afrontar el futuro, mirándolo con más temor que deseo; frente a tantos hombres y mujeres que viven la experiencia del vacío interior, de la angustia existencial, del nihilismo y de la falta del sentido de la vida, favorezcamos un estilo de vida inspirado en la Eucaristía, en la que está presente Aquél que es el camino, la verdad y la vida de los hombres, Aquél que nos dice “venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré”.

Ante una cultura en la que el hombre vive cada vez más sumido en una profunda soledad, mostremos la verdad consoladora de la Eucaristía, en la que Cristo se hace nuestro eterno contemporáneo, peregrino y compañero, alentándonos con la certeza de su presencia: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Ante una cultura en la que la existencia aparece cada vez más fragmentada y dividida, multiplicándose las crisis familiares, la violencia doméstica, el terrorismo y los conflictos entre las naciones, anunciemos el misterio sacrosanto de la Eucaristía, misterio de comunión y fuente de unidad y de paz entre las personas y los pueblos.

Ante la cultura de la globalización que margina a los más pobres; frente a la difusión creciente del individualismo egoísta, vivamos con hondura y verdad las consecuencias sociales que dimanan de la Eucaristía, que nos impulsa a trabajar por la globalización de la caridad y la solidaridad y la implantación nueva civilización del amor.

Ante la cultura de la muerte, en la que se desprecia la vida humana, sobre todo la vida de los más inocentes y débiles de la sociedad, anunciemos sin cansarnos el misterio eucarístico, verdadero pan de vida.

Ante una cultura que pretende saciar su sed de esperanza y felicidad con sucedáneos, con realidades efímeras y frágiles que no plenifican el corazón del hombre, proclamemos en todas partes a Aquel que, oculto en las especies eucarísticas, nos dice: “El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí jamás tendrá sed»

Ante la crisis de la cultura europea, ante el avance creciente de ideologías materialistas, ante el avance del laicismo, de costumbres y leyes alejadas de la moral cristiana, superemos la tentación del encogimiento y la desesperanza.

Pongamos la Eucaristía en el centro de nuestras vidas. En ella encontraremos el verdadero manantial de la esperanza.

Antonio Díaz Tortajada

Cristo, Cordero de Dios

1.- «Esta es la sangre de la alianza…» (Ex 24, 8) Los ritos ancestrales de la Pascua judía hunden sus raíces en ritos aún más antiguos, aunque adquieren un sentido nuevo y prefiguran al mismo tiempo el sacrificio por excelencia, el sacrificio definitivo, el sacrificio de Cristo. La sangre ha sido siempre un elemento que ha estremecido al hombre, al mismo tiempo que ha visto en ella una fuerza misteriosa.

Al relacionarla con la alianza se pone el acento en la unidad. En cierto modo es una realidad que también hoy está en vigor. Y así se dice que los hermanos tienen la misma sangre, o se establece una especial relación entre quien da su sangre y el que la recibe. Así al participar los pactantes de la misma sangre se establecía entre ellos una estrecha unión.

3.- «No usa sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino la suya propia…» (Hb 9, 12) El Misterio de la Redención alcanza cotas muy altas en la Eucaristía. Hemos de recordarlo de modo especial hoy, día en que se celebra la gran fiesta del Corpus Christi, en la que los cristianos rendimos adoración al Santísimo Sacramento del altar, le tributamos el culto supremo a Jesús sacramentado. El quiso derramar su sangre en sacrificio de expiación por nosotros.

Antes esta realidad el hagiógrafo exclama: «Si la sangre de los machos cabríos… tienen el poder de consagrar a los profanos, cuánto más la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu eterno se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo»… Sangre de Cristo, embriágame.

3.- «El primer día de los ázimos…» (Mc 14, 12) Los ázimos es el nombre que recibían los panes preparados sin levadura, para comerlos durante los días de la Pascua. El pan de días anteriores, confeccionados con levadura, tenía que haberse consumido ya o ser destruido, pues se consideraba que la fermentación de la masa ludiada era una especie de impureza incompatible con la fiesta pascual.

Pero más importante que el pan ázimo era el cordero inmolado en esa fiesta. Se recordaba así la sangre de aquellos corderos con la cual se tiñeron los dinteles de las casas de los hebreos, librándolos así de la muerte…En la nueva fiesta pascual, en la Pascua cristiana, Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, como lo recordamos antes de la comunión de su Cuerpo y su Sangre, Alma y Divinidad. En ese momento se nos recuerda, con palabras del Apocalipsis, que estamos invitados a la cena nupcial del Señor.

Antonio García Moreno