Somos todas las cosas

Toda la tradición cristiana ha considerado la Eucaristía -que, según esa misma tradición, habría sido instituida en la “Última Cena”- como la “presencia real” de Cristo “bajo las especies” de pan y de vino.

Esa lectura o interpretación queda ampliada y enriquecida desde la comprensión no-dual. Desde ella, el acento se coloca en la unidad radical de todo, más allá de las diferencias. Unidad que, según los relatos de los evangelios, vivió Jesús conscientemente y de manera explícita.

De todos ellos, es el evangelio de Juan quien más la subraya, poniendo en boca del Maestro de Nazaret las siguientes expresiones: “El Padre y yo somos uno”, “Quien me ve a mí, ve al Padre”, “Yo soy” (que se repite en siete ocasiones).

Pues bien, el mismo que afirma ser uno con el Padre, es también quien, en los evangelios sinópticos expresa que todo lo que le hacen a alguien, se lo están haciendo a él (Mt 25,40).

Y para expresar que esa unidad no conoce fronteras, se extiende incluso al pan, sobre el que pronuncia las palabras “Esto es mi cuerpo” que originalmente, según reconocen algunos estudiosos del arameo, serían una adaptación al griego de la frase: “Esto soy yo”.

Todo ello casa con una expresión contundente que recoge el evangelio de Tomás, en el logion 77: “Jesús les dijo: «Yo soy todas las cosas»”.

Mientras perdura la identificación con el yo separado -con nuestra personalidad-, es imposible pronunciar esa frase, del mismo modo que resulta imposible entenderla y aceptarla. A quienes se hallan en la lectura tradicional, les resultará incluso blasfema.

Sin embargo, quien ha vivido la experiencia de una comprensión profunda, encuentra que es tal vez el modo menos inadecuado de nombrar lo que se le ha mostrado. Porque quien habla ahí -el sujeto de esa expresión- no es el yo separado, sino la consciencia una que es la misma en todos los seres. Y es esa consciencia la que se reconoce como sujeto -en realidad, el único sujeto-.

El lenguaje utilizado será siempre relativo y es lo que menos importa, ya que no existe lenguaje que pudiera ser adecuado, porque nos estamos refiriendo a lo que es inefable. Por eso, el místico teísta puede nombrarlo como “Dios” o como “Padre”. Sin embargo, más allá del término empleado, se está hablando de la misma realidad.

Aparecemos como una forma -yo o persona- separada, real en su propio nivel de realidad; sin embargo, en rigor, no somos la forma que aparece, sino Eso que es consciente de ella. Y Eso es todas las cosas.

¿Cómo me comprendo?

Enrique Martínez Lozano

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II Vísperas – Cuerpo y Sangre de Cristo

II VÍSPERAS

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Que la lengua humana
cante este misterio:
la preciosa sangre
y el precioso cuerpo.
Quien nació de Virgen
Rey del universo,
por salvar al mundo,
dio su sangre en precio.

Se entregó a nosotros,
se nos dio naciendo
de una casta Virgen;
y, acabado el tiempo,
tras haber sembrado
la palabra al pueblo,
coronó su obra
con prodigio excelso.

Fue en la última cena
—ágape fraterno—,
tras comer la Pascua
según mandamiento,
con sus propias manos
repartió su cuerpo,
lo entregó a los Doce
para su alimento.

La Palabra es carne
y hace carne y cuerpo
con palabra suya
lo que fue pan nuestro.
Hace sangre el vino,
y, aunque no entendemos,
basta fe, si existe
corazón sincero.

Adorad postrados
este Sacramento.
Cesa el viejo rito;
se establece el nuevo.
Dudan los sentidos
y el entendimiento:
que la fe lo supla
con asentimiento.

Himnos de alabanza,
bendición y obsequio;
por igual la gloria
y el poder y el reino
al eterno Padre
con el Hijo eterno
y el divino Espíritu
que procede de ellos. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Cristo, el Señor, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec, ofreció pan y vino.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo, el Señor, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec, ofreció pan y vino.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Alzaré la copa de la salvación y ofreceré un sacrificio de alabanza.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alzaré la copa de la salvación y ofreceré un sacrificio de alabanza.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Señor, tú eres el camino, la verdad y la vida del mundo.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Señor, tú eres el camino, la verdad y la vida del mundo.

LECTURA: 1Co 11, 23-25

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.».

RESPONSORIO BREVE

R/ Les dio pan del cielo. Aleluya, aleluya.
V/ Les dio pan del cielo. Aleluya, aleluya.

R/ El hombre comió pan de ángeles.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Les dio pan del cielo. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. ¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura! Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura! Aleluya.

PRECES

Cristo nos invita a todos a su cena, en la cual entrega su cuerpo y su sangre para la vida del mundo. Digámosle:

Cristo, pan celestial, danos la vida eterna.

Cristo, Hijo de Dios vivo, que mandaste celebrar la cena eucarística en memoria tuya,
— enriquece a tu Iglesia con la constante celebración de tus misterios.

Cristo, sacerdote único del Altísimo, que encomendaste a los sacerdotes ofrecer tu sacramento,
— haz que su vida sea fiel reflejo de lo que celebran sacramentalmente.

Cristo, maná del cielo, que haces que formemos un solo cuerpo todos los que comemos del mismo pan,
— refuerza la paz y la armonía de todos los que creemos en ti.

Cristo, médico celestial, que por medio de tu pan nos das un remedio de inmortalidad y una prenda de resurrección,
— devuelve la salud a los enfermos y la esperanza viva a los pecadores.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo, rey venidero, que mandaste celebrar tus misterios para proclamar tu muerte hasta que vuelvas,
— haz que participen de tu resurrección todos los que han muerto en ti.

Llenos de fe, invoquemos juntos al Padre común, repitiendo la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

«Tragarse» a Jesús

Es un sinónimo áspero  de “comulgar” pero tiene la ventaja de ser familiar en nuestro vocabulario: “no trago a tal persona”, “ese disgusto aún no me lo he tragado…”, “todavía lo tengo aquí” (y señalamos la garganta). Nos es fácil sacar la lengua o poner la mano para recibir el Pan, comulgar y volver luego a nuestro sitio con recogimiento y dar gracias lo mejor que podemos. Pero, de vez en cuando, tendríamos que cambiar la expresión “comulgar” por la de “tragarnos a Jesús” para caer un poco más en la cuenta de lo que significaría “tragarnos” su mentalidad (es el metanoeite, “cambiad de mentalidad”, de Mc 1,15, o el “tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús de Fil 2,5), sus preferen­cias, sus opciones, su estilo de vida, su extraña manera de vivir, de pensar y de actuar.

Recuerdo una devota costumbre que me inculcaron de niña que se llamaba “hacer una comunión espiritual”: consistía en mandar el corazón al sagrario (se recomendaba mucho hacerlo en los viajes al ver un campanario) y desear recibir a Jesús espiritual­mente ya que no podía hacerse sacramen­talmente. Se me ocurre que podría ser un buen ejercicio hacer algo parecido abriendo el Evangelio por donde nos salga y cuando leamos, por ej.: “El que quiera ser el mayor entre vosotros que sea vuestro servidor” (Mt 23,12); “No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,22); “Me dan compasión estas gen­tes, dadles vosotros de comer” (Mc 6,34.37); “No atesoréis tesoros en la tierra”(Mt 6,19); “Las prostitutas os precederán”(Mt 21,31) “Prestad sin esperar nada a cam­bio”(Lc 6,35)…, hacer el gesto interior de “tragarnos” eso, de comulgar con ello, de desear, al menos, irnos poniendo de acuerdo con Jesús, creciendo en afinidad con él, pidiendo al Padre, con la pobreza de quien se siente incapaz desde sus fuerzas, que  nos haga ir teniendo “parte con él” (cf.Jn 13,8), con las consecuencias de que sea el “Primogé­nito de una multitud de hermanos”.

Dolores Aleixandre

Lo importante no es un Jesús presente

No estamos celebrando el sacramento de nuestra fe, como dice la liturgia. Esta es la celebración que nos puede llevar más lejos en la comprensión de lo que fue Jesús. Es imposible meter en el espacio de una homilía la increíble amplitud de significados de este sacramento. A través de los siglos, se han potenciado algunos aspectos y se han minimizado otros. Hoy creo que debemos hacer una nueva valoración de todos ellos.

El primer aspecto que debemos revisar hoy es la presencia real. Quede bien claro, que no se trata de negar la presencia. Se trata de explicarla de manera que pueda ser entendida por el hombre de hoy. La creencia en una presencia física y materializada no ayuda, para nada, a entender el sacramento. Si durante siglos no se le dio mayor importancia a esa presencia, no puede ser el aspecto más importante.

La distorsión de la presencia fue el final de un proceso muy largo. Empezó por guardarse algo del pan consagrado para que pudiera participar de la eucaristía el que no había podido asistir. El paso siguiente fue el conservar siempre algo de pan (reserva) para poder ayudar a los que se encontraban en peligro de muerte. Más tarde se vio la necesidad de colocar las especies en recipiente y lugar más dignos. Terminó por ponerse en el centro de la iglesia para que fuera adorado. El convertirlo en objeto de devoción y piedad privada, alejó al pueblo del verdadero valor del sacramento.

Ayudó mucho a este desenfoque la traducción inadecuada de la palabra “cuerpo” de la antropología judía por nuestro cuerpo. Para la antropología judía del tiempo de Jesús cuerpo no era la carne, sino la persona (capacidad de relaciones con los demás). Pero es que la palabra swma griega, (que es la que usan los evangelios) también significa la persona entera. La traducción debía ser: esto es mi persona; esto soy yo. Pero bien entendido que “esto” no se refiere a la cosa pan, sino al pan partido y repartido.

También nos ha despistado el haber interpretado el capítulo 6 del evangelio de Juan como explicación de la eucaristía. Jesús dice:Yo soy el pan de vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta adhesión nunca pasará sed”. No deja la menor duda sobre qué significa comer ese pan. Cuando dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva”. Al que hace suya esa Vida, la muerte no le puede afectar. No hace referencia directa a la eucaristía, sino que nos indica en qué dirección debe ir la misma celebración de la eucaristía.

La eucaristía como sacrificio es otro aspecto que debemos colocar en su justo lugar. En primer lugar, el modelo judío de sacrificio no puede servir para indicar la actitud de Jesús para con Dios. Va en contra de la predicación y de la actuación de Jesús. El Dios de Jesús no necesita rescate alguno para desplegar su amor. Jesús mismo se desentendió del organigrama sacrificial del templo. “La muerte por todos” que aparece en alguno de los relatos, no tiene el sentido de sacrificio expiatorio. Su muerte no es sacrificio sino modelo de don total a los demás. La argumentación de S. Anselmo, es una estrategia jurídica, que nada tiene que ver con el Dios de Jesús que es amor.

El principal aspecto que debíamos recuperar es el de memoria. Para ello debemos acercarnos lo más posible a lo que pasó. Esta tarea no es nada fácil, porque ninguno de los relatos coincide en la redacción. Este dato sería suficiente para superar todo intento de considerar esas palabras como fórmula mágica. No sabemos si fue una cena pascual en sentido estricto. No tiene mayor importancia porque el centro de la cena de Jesús con sus discípulos no fue el cordero, sino el pan y el vino.

Aunque es importante saber lo que Jesús hizo, lo más importante es el sentido que él quiso dar a esos gestos y palabras. Jesús se desvinculó del sentido de la Pascua judía para dar otro sentido a la celebración. Al decir “esto soy yo”, está afirmando lo que él es como persona viva. Al decir “esto es mi sangre”, está tratando de manifestar lo que es como persona muerta, machacada, “matada”. En algunos relatos, los dos gestos están separados por el tiempo que duraba la misma cena. El reparto del pan se hacía al principio de la cena. La copa se repartía tres veces; y parece que la que Jesús aprovechó para hacer el signo fue la tercera, que se distribuía al final.

El otro aspecto que es urgente recuperar en toda su importancia es el de comida. Todos los textos hacen hincapié en el aspecto de celebración de la comunidad reunida. Compartir la mesa era, para ellos, compartir la vida, clave para entender el significado profundo de lo que celebramos. Pablo llega a decir que si hay división, entre los ricos y pobres, no es posible celebrar la eucaristía. Si se trata de un sacramento, no puede ser una cosa en sí, sino una acción y además, comunitaria. En aquella cena última se nos afirma que compartir el pan es identificarse con Jesús. Vivir en sintonía con él.

Beber el vino es, además, identificarse con su sangre. Los judíos, siempre que hablan de sangre, hacen referencia a la sangre derramada, es decir, a la muerte. Mientras la sangre no se separa de la carne es una sola cosa con ella; ambas soportan la vida. Este segundo gesto nos invita a aceptar a un Jesús, que no solo se dio durante su vida, sino que también su muerte fue el don definitivo de sí mismo.

Si se trata de una celebración comunitaria, la que celebra es la comunidad. El cura puede decir Misa, pero no habrá verdadera eucaristía si no hay dos o más reunidos en su nombre. En la última cena no hubo sacerdote. Jesús era un laico. Ni era sacerdote ni era levita. Era un seglar, que nunca quiso dejar de serlo. Durante los dos primeros siglos no se planteó el tema de los ministros consagrados. Curiosamente se planteó primero el tema de los diáconos, es decir, los que tenían que llevar a cabo la tarea de atender a los pobres que fue la primera consecuencia de celebrar bien la eucaristía.

Durante varios siglos, las eucaristías no se celebraron en el templo sino en las casas. Cualquier lugar es suficientemente digno si los que se reúnen, lo hacen en su nombre. Primero las casas y más tarde las catacumbas y los escondites donde se tenían que refugiar los cristianos, no eran menos dignas que la iglesia para celebrar la eucaristía.

Como sacramento, la Eucaristía consiste en la unión de un signo con la realidad significada. Repetimos el signo, es decir las palabras y los gestos que hizo Jesús. Lo significa­do es el amor-unidad que está siempre presente y no depende del signo. Repetimos el signo para descubrir la realidad significada y provocar la vivencia. El signo no es el pan como cosa, sino el gesto de partirlo y repartirlo. Los signos no son lo más importante, ni siquiera son originales de Jesús. Lo original es el significado que les dio.

Fray Marcos

Comentario – Cuerpo y Sangre de Cristo

(Mc 14, 12-16. 22-26)

Comer a Jesús, comerlo como se come cualquier alimento. Tragarlo, consumirlo, porque él mismo lo pidió: «Tomen y coman, esto es mi cuerpo». En la Biblia la palabra «cuerpo» no significa sólo los órganos físicos. Cuerpo es toda la persona cuando se comunica, cuando se entrega a los demás, cuando se relaciona con otros. Por eso, cuando Jesús nos pide que comamos su cuerpo, es una invitación a recibirlo a él todo entero, con sus sentimientos, su intimidad, sus pensamientos, su divinidad. No es sólo recibirlo de una manera espiritual, como cuando recordamos a un ser querido; y tampoco se trata de reconocer su presencia íntima en nuestro interior. Es verdaderamente comerlo.

Este texto también nos dice que la copa que bebemos en la Eucaristía «es la sangre de la Alianza» (14, 24). Ya en el Antiguo Testamento Dios había prometido una renovación de su Alianza con el pueblo, estableciendo una alianza nueva y eterna: «Yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud y estableceré en tu favor una alianza eterna» (Ez 16, 60-62). Dios es fiel a su amor y vuelve a tomar la iniciativa, por encima y más allá de todos los desprecios y olvidos, pero esta vez encargándose él mismo de trabajar en el corazón para transformar su indiferencia en fidelidad amorosa: «Sobre sus corazones escribiré mi Ley. Yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo (Jer 31, 33). «Les daré un corazón nuevo, infundiré en ustedes un espíritu nuevo» (Ez 36, 26).

Esa obra sublime de la Nueva Alianza es la que realizó Jesús en la cruz, sellando con su propia sangre el pacto eterno. Y esa Nueva Alianza se hace presente en la celebración de la Eucaristía, donde se actualiza la acción redentora de Cristo y él entra en el corazón de su pueblo para renovarlo y hacerlo capaz de una amorosa fidelidad. Participar de la Eucaristía es como subir al monte de la Alianza, que es la cima a la que llegamos luego de haber caminado por la vida, pero es también la fuente de la vida cristiana, porque allí recibimos a Jesús como alimento, medicina y alivio.

Oración:

«Señor, sana mi fe débil y fortalécela, para que pueda venerar con profundo amor esa cena que se realiza en cada Misa, donde te ofreces como alimento y renuevas tu alianza de amor conmigo»

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Gaudium et Spes – Documentos Vaticano II

La cooperación internacional en el orden económico

85. La actual unión del género humano exige que se establezca también una mayor cooperación internacional en el orden económico. Pues la realidad es que, aunque casi todos los pueblos han alcanzado la independencia, distan mucho de verse libres de excesivas desigualdades y de toda suerte de inadmisibles dependencias, así como de alejar de sí el peligro de las dificultades internas.

El progreso de un país depende de los medios humanos y financieros de que dispone. Los ciudadanos deben prepararse, pro medio de la educación y de la formación profesional, al ejercicio de las diversas funciones de la vida económica y social. Para esto se requiere la colaboración de expertos extranjeros que en su actuación se comporten no como dominadores, sino como auxiliares y cooperadores. La ayuda material a los países en vías de desarrollo no podrá prestarse si no se operan profundos cambios en las estructuras actuales del comercio mundial. Los países desarrollados deberán prestar otros tipos de ayuda, en forma de donativos, préstamos o inversión de capitales; todo lo cual ha de hacerse con generosidad y sin ambición por parte del que ayuda y con absoluta honradez por parte del que recibe tal ayuda.

Para establecer un auténtico orden económico universal hay que acabar con las pretensiones de lucro excesivo, las ambiciones nacionalistas, el afán de dominación política, los cálculos de carácter militarista y las maquinaciones para difundir e imponer las ideologías. Son muchos los sistemas económicos y sociales que hoy se proponen; es de desear que los expertos sepan encontrar en ellos los principios básicos comunes de un sano comercio mundial. Ello será fácil si todos y cada uno deponen sus prejuicios y se muestran dispuestos a un diálogo sincero.

Lectio Divina – Cuerpo y Sangre de Cristo

INTRODUCCIÓN

Nadie como Santo Tomás ha sabido resumir en una preciosa oración todo el significado de la Eucaristía: “Oh Sagrado Banquete en el que se recuerda el memorial de la Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida futura”. Santo Tomás comienza así: ¡OH SAGRADO BANQUETE! El Santo, al tratar este tema, no sale de su admiración.  Es lo que también asombraba a P. Caudel cuando decía “ESA ENORMIDAD”. Los mismos padres conciliares cuando abordan este tema, en el Concilio Vaticano II, parece que lo hacen de rodillas: “Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche en que lo traicionaban, instituyó el Santísimo Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, por el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz, y a confiar así a su Iglesia el Memorial de su Muerte y Resurrección: Sacramento de Piedad, Signo de Unidad, Vínculo de Caridad” (S.C. 47).

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Ex. 24,3-8.    2ª Lectura: Heb. 9,11-15

EVANGELIO

Mc. 14, 12-16.22-26.

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Él envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí». Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua…. Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo».3Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios». Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.

REFLEXIÓN

1.– SE RECUERDA EL MEMORIAL DE LA PASIÓN.

El memorial no es una mera evocación del pasado, sino la reproducción de su fuerza y eficacia. El pasado irrumpe en el presente fermentándolo con su fuerza salvífica. No se trata de repetir un gesto sino de revivir su significado. Los judíos, siempre que recordaban los acontecimientos del pasado, trataban de actualizarlos. Así, cuando Josué pasa el rio Jordán, Dios manda que elija unas piedras del río y que construya un altar que sirva de memorial. En la CENA PASCUAL, se colocan los alimentos: cordero, panes ázimos, hierbas amargas, salsa roja. Y comienza la gran Catequesis. Un niño pregunta al rabino más anciano: ¿Qué significa esto? ¿Por qué esta noche es tan distinta de todas las noches? Y el rabino contesta: Pascua significa “paso” y así recordamos que Dios pasó de largo ante las casas de nuestros padres y así se libraron del ángel exterminador. Comemos estas “lechugas amargas” porque los egipcios amargaron la vida de nuestros padres en Egipto. Comemos los “panes ázimos” porque Dios no dio tiempo a que fermentara la malicia del Faraón. Y la “salsa roja” nos recuerda el color de los ladrillos, símbolo de opresión de nuestros padres bajo el dominio del Faraón.  Se evoca la historia, se revive, se actualiza por medio de signos y gestos. El MEMORIAL ES UN HOY. Es muy importante lo que dice la MISHNÁ. “En cada generación cada hombre debe considerarse como si hubiera salido personalmente de Egipto. Jesús celebró la Eucaristía en este contexto judío. Cuando dice: “Haced esto en memoria mía” (Lc. 22,19) no quiere decir simplemente que nos acordemos de lo que Él ha hecho por nosotros, sino que lo actualicemos, lo hagamos presente y vivamos los mismos sentimientos que tenía Jesús en aquella noche.  No se nos entrega un simple pan, sino un PAN PARTIDO, un pan que se rompe por los demás.

2.– EL ALMA SE LLENA DE GRACIA.

Es verdad que la gracia se nos da por los sacramentos, pero en la Eucaristía se nos da al autor de la gracia. Por eso, en toda Eucaristía, bien celebrada, debemos llenarnos de su gracia. La Samaritana iba todos los días al pozo a buscar agua porque todos los días el cántaro se le quedaba vacío. Hasta que se encontró con Jesús que le dio “agua de manantial” y ya no tuvo necesidad de buscar aquella agua de antes. María, la madre de Jesús, ya tenía un nombre. Pero el ángel se lo cambia. Ya no se llamará María sino “La llena de gracia”. (Lc. 1,28).  Lo que define la vida de María es el “estar llena de Dios”. Rezuma a Dios por todos los poros de su ser. Cuando María, después de la Resurrección, asistía a las celebraciones litúrgicas de los primeros cristianos y recibía la comunión “actualizaba” el misterio de la Encarnación. No es posible que, comulgando tantas veces, estemos tan vacíos por dentro, tan huecos. No es posible comulgar y llevar una vida tan tibia, tan mediocre, tan vulgar.  Este mundo nuestro tan alejado de Dios, sólo lo salvarán los que, como María, están llenos del Espíritu de Dios. 

3.– Y SE NOS DA UNA PRENDA DE LA VIDA FUTURA.

El que se sienta en esta mesa de la Eucaristía tiene pasaporte para la vida eterna.  No tenían esa suerte los judíos que se alimentaban del “maná”. Todos morían. Pero “el que come de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6,58). Todavía hay algo más. La prenda ya es parte de la herencia. El cielo comienza ya en la tierra cuando nos alimentamos de la Eucaristía. Por eso en la Constitución de Liturgia del Concilio Vaticano II se nos dicen estas bellas palabras: “En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte de aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén” (S.C. nº 8). Nuestras Eucaristías deben tener “sabor a cielo”. ¿Qué nos está pasando que la gente se nos va por aburrimiento? ¿Qué estamos haciendo mal?  ¿Por qué no volver al amor primero, al gozo y al entusiasmo de nuestros primeros cristianos?

PREGUNTAS

1.- ¿Somos conscientes del regalo que Jesús nos dejó en la Eucaristía? ¿Sabemos lo que llevamos entre manos? ¿En qué voy a cambiar hoy?

2.– Tomo entre mis manos el cántaro de mi vida. ¿A qué suena? ¿A lleno? ¿A vacío?

¿A qué me compromete este día del CORPUS?  ¿A qué me compromete este día la Caridad?

El significado de esta fiesta, en verso, suena así:

Celebramos hoy la fiesta
del Cuerpo y Sangre de Cristo:
Su presencia entre nosotros
en forma de pan y vino.
En la Cena de la Pascua
se sirvió de estos dos signos:
Nos dio su “Sangre” en el vino
y en el pan, su “Cuerpo herido”.
Con el pan y con el vino
Jesús se expresó a sí mismo:
Toda su vida entregada
por amor a sus amigos
Con estos signos de amor
Jesús nos marcó un camino:
Nuestra vida es “comunión”,
pan y vino compartidos.
Al comulgar con Jesús
sellamos el compromiso
de entregar también la vida
en la cruz del sacrificio.
Somos para los hermanos
vino nuevo, pan de trigo:
Un vino de gratuidad
y el pan de nuestro servicio
Alrededor de tu mesa
nos sentamos hoy contigo.
Tú eres, Señor, nuestro pan
y nosotros tus mendigos

(Estos versos los compuso José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

La sangre y el pan

Fiesta del Corpus Christi. Ciclo B

Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino. Las lecturas, sin restar importancia a estos aspectos, centran la atención en el compromiso del cristiano con Dios, sellado con el sacrificio del cuerpo y la sangre de Cristo.

1ª lectura: la sangre y la antigua alianza (Éxodo)

La lectura cuenta el momento culminante de la experiencia de los israelitas en el monte Sinaí. Después de escuchar la proclamación de la voluntad de Dios (el decálogo y el código de la alianza), manifiesta su voluntad de cumplirla: «Haremos todo lo que el Señor nos dice».

En una mentalidad moderna, poco amante de símbolos, esas palabras habrían bastado. El hombre antiguo no era igual. Un pacto tan serio requería un símbolo potente. Y no hay cosa más expresiva que la sangre, en la que radica la vida. Siglos más tarde, algunos caballeros medievales sellaban un pacto haciéndose un corte en el antebrazo y mezclando la sangre. Naturalmente, Dios no puede sellar una alianza con los hombres mediante ese rito. Por muchos antropomorfismos que usen los autores bíblicos al hablar de Dios, él no tiene un brazo que cortarse ni una sangre que mezclar. Tampoco se puede pedir a todos los israelitas que se hagan un corte y den un poco de sangre. Se recurre entonces al siguiente simbolismo: Dios queda representado por un altar, y la sangre no será de dioses ni de hombres, sino de vacas. Al matarlas, la mitad de la sangre se derrama sobre el altar. Se expresa con ello el compromiso que Dios contrae con su pueblo. La otra mitad se recoge en vasijas, pero antes de rociar con ella al pueblo, se vuelve a leer el documento de la alianza (Éxodo 20-23), y el pueblo asiente de nuevo: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.»

Pero en la antigüedad hay también otra forma, incluso más frecuente, de sellar una alianza: comiendo juntos los interesados. Esta modalidad también aparece en el relato del Éxodo (pero ha sido omitida por la liturgia). Después de la ceremonia de la sangre con todo el pueblo, Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta dirigentes de Israel suben al monte, donde comen y beben ante el Señor (Éxodo 24,9-11). Esta segunda modalidad será esencial para entender el evangelio.

2ª lectura: la sangre, el perdón y la nueva alianza (Hebreos)

Como diría un cínico, los buenos propósitos nunca se cumplen. En el caso de los israelita llevaría razón. El propósito de obedecer a Dios y hacer lo que él manda no lo llevaron a la práctica a menudo. Surgía entonces la necesidad de expiar por esos pecados, incluso los involuntarios. Y la sangre vuelve a adquirir gran importancia. Ya que en ella radica la vida, es lo mejor que se puede ofrecer a Dios para conseguir su perdón. Pero el Dios de Israel no exige víctimas humanas. La sangre será de animales puros: machos cabríos, becerros, toros, vacas, corderos, tórtolas, pichones.

El autor de la carta a los Hebreos contrasta esta práctica antigua con la de Jesús, que se ofrece a sí mismo como sacrificio sin mancha. Con ello, no sólo nos consigue el perdón, sino que, al mismo tiempo, sella con su sangre una nueva alianza entre Dios y nosotros.

Evangelio: pan, vino y nueva alianza

La acción de Jesús en la Cena de Pascua reúne las dos formas de sellar una alianza que comentamos en la primera lectura, pero invirtiendo el orden. Se comienza por la comida, se termina aludiendo a la sangre de la nueva alianza. Aparte de esto hay diferencias notables. Los discípulos no comen en presencia de Dios, comen con Jesús, comen el pan que él les da, no la carne de animales sacrificados; y el vino que beben significa algo muy distinto a lo que bebieron las autoridades de Israel: anticipa la sangre de Jesús derramada por todos.

¿Dónde radica la diferencia principal entre la antigua y la nueva alianza? En que la antigua no cuesta nada a nadie; basta matar unos animales para obtener su sangre. La nueva, en cambio, supone un sacrificio personal, el sacrificio supremo de entregar la propia vida, la propia carne y sangre.

Pero no podemos quedarnos en la simple referencia al pan y al vino, al cuerpo y la sangre. Para Jesús son la forma simbólica de sellar nuestro compromiso con Dios, por el que nos obligamos a cumplir su voluntad.

El cuarto evangelio, que no cuenta la institución de la Eucaristía, pone en este momento en boca de Jesús un largo discurso en el que insiste, por activa y por pasiva, en que observemos sus mandamientos, mejor dicho, su único mandamiento: que nos amemos los unos a los otros.

Si la celebración del Corpus Christi se limita a una expresión devota de nuestra devoción a la Eucaristía o, peor aún, si se convierte en simple fiesta de interés turístico, no cumple su auténtico sentido. Es fácil lanzar flores a la custodia por la calle; lo difícil es tratar bien a las personas que nos encontramos por la calle.

José Luis Sicre

Eucaristía

1.- Si hubierais nacido, mis queridos jóvenes lectores, en el seno de una familia cristiana oriental, ortodoxa o no, en la misma ceremonia del bautismo, os hubieran dado la confirmación y la comunión. En consecuencia, desde pequeños, iríais comulgando de cuando en cuando. Correspondería después a vuestros padres y catequistas, el enseñaros la excelencia de este manjar espiritual y la necesidad de continuar recibiéndolo. Exactamente como ahora os enseñan a comer bien y a hacerlo con moderación, aunque de pequeños no os hubieran preguntado si queríais tomar el biberón o las papillas. Si fuerais miembros de alguna Iglesia Oriental, hubierais crecido bien alimentados espiritualmente, mientras crecíais, empezabais a hablar, e ibais descubriendo el mundo, o viendo como en él había el mal que a vosotros mismos os acechaba.

Antes de que llegaran las grandes tentaciones, habríais recibido la fuerza para vencerlas. Exactamente igual que os han puesto vacunas para que cuando entren agresores, vuestro organismo sea capaz de vencerlos. Aunque vuestra realidad no sea esta, y vosotros seguramente habréis empezado a comulgar ya mayorcitos, las explicaciones que os he dado os servirán para que comprendáis la gran suerte que tenemos, los que vivimos en la Santa Madre Iglesia y podemos comulgar con facilidad. Me han explicado en más de una ocasión como en ciertos territorios, los fieles tienen que desplazarse por grandes distancias, para poder ir a misa, y lo hacen.

3.- La Eucaristía es alimento. Para muchos es alimento diario, para otros lo es semanal. Depende de las posibilidades y necesidades de cada uno. Como es diferente la dieta de un alpinista en acción, a la de un veraneante que pasa las vacaciones al borde del mar. Pero la Eucaristía es también presencia y compañía. Uno tal vez no pueda ir a misa y comulgar, pero si pueda acercarse a una iglesia y rezarle al Señor allí presente. Y hasta tal vez pueda besar el sagrario, práctica que os sugiero, por si está a vuestro alcance, ya que por experiencia, yo que soy sacerdote y celebro misa cada día, no dejo de entrar en mí iglesita y hacerlo. Y os aseguro que muchas veces le digo a Jesús presente en el sagrario: a los niños, a los jóvenes, a todos los lectores de mis escritos, buenos días les des, Dios. Besar el sagrario me enseña a besar a los niños o a cualquier persona que se lo merezca. Si me alejo del amor a Dios, sé que me expongo a buscar aprovecharme de los demás, convertirlos en objetos de los que me aprovecho o que los convierto en mis cómplices.

4.- Jesús lo dijo: esto es mi Cuerpo. En otro momento también les confió a sus discípulos: quien no come mi Cuerpo, no tendrá vida en mí. Se os puede ocurrir, hoy día de Corpus, si esto dijo Cristo ¿Cómo se las arreglarán mis compañeros que se llaman cristianos evangelistas o protestantes, y que me dicen que no van a misa? Aunque hoy no toque hablar de esto, si que os quiero recordar dos cosas. Primero que muchos de ellos celebran la Eucaristía, aunque le den otro nombre, seguramente Santa Cena. En segundo lugar, que el Señor también está presente en su Palabra, y estas comunidades, generalmente, tienen un gran aprecio por la Biblia y hacen uso de ella mucho mejor que como acostumbramos a hacerlo nosotros, de esta manera entran también en comunicación con Él, se alimentan, de otra manera de Él.

Pedrojosé Ynaraja

Se ha hecho sangre

Es muy común, cuando somos pequeños, que, si nos caemos un porrazo o nos hacemos daño de cualquier modo, la madre o el padre nos pregunten: “¿Te has hecho sangre?” Y, si no es así, nos dicen: “No pasa nada”. Parece que la gravedad de un golpe o porrazo es menor si no nos hemos hecho sangre. Y esto ocurre también en otras circunstancias: cuando en un delito no hay “derramamiento de sangre”, se considera de menor gravedad. Y es que desde muy antiguo la sangre se ha identificado con la vida, y se ha utilizado para expresar emociones fuertes: “Por ti daría hasta la última gota de mi sangre”, “Esto me hace hervir la sangre”…

La Solemnidad de hoy, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, es el colofón a todo lo que venimos celebrando desde el Domingo de Pascua. La Eucaristía actualiza sacramentalmente el núcleo de nuestra fe: la entrega total de Cristo en la Cruz y su Resurrección.

Pero a quienes vivimos en países de tradición cristiana quizá se nos pase por alto este aspecto. Hemos convertido la celebración de la Eucaristía en “oír Misa”, en un rito que hay que cumplir, pero sin descubrir realmente lo que es y significa lo que celebramos. Si no hubiéramos estado en situación de pandemia, hoy en muchos lugares habría procesiones esplendorosas, con adornos de calles, altares, lluvia de pétalos… Pero todo eso no nos debe hacer perder de vista lo esencial.

Y lo esencial son las palabras de Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio: Esto es mi cuerpo… Ésta es mi sangre… La Eucaristía nos hace realmente presente a Cristo, es Él quien está ahí, porque como indica el Catecismo Alemán para Adultos: “‘Cuerpo’ en el lenguaje semítico no significa sólo una parte del hombre, sino toda la persona física concreta. Cuando se dice: ‘Esto es mi cuerpo’, es claro que se trata de la presencia de la persona de Jesucristo en cuanto que se entrega a sí mismo por nosotros. Igualmente, la palabra ‘sangre’ significa en semítico la sustancia vital del hombre. Por lo tanto, la sangre ‘derramada por todos’ significa al mismo Jesús en cuanto que entrega su vida por nosotros”.

Como hemos dicho, la celebración de la Eucaristía es memorial, actualización hoy del núcleo de nuestra fe: la entrega total de Cristo en la Cruz y su Resurrección. La celebración de la Eucaristía debería recordarnos que Jesús “se hizo sangre” en esa entrega, que hubo derramamiento de sangre, y por eso la Eucaristía no es un rito, ni el adorno de algunos acontecimientos personales o festivos: es algo muy serio, “la fuente y cima de toda la vida cristiana” (Conc. Vaticano II: Lumen gentium 11).

Más allá de los necesarios razonamientos teológico-filosóficos para dar razón de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, hoy deberíamos estar un tiempo ante el Santísimo expuesto, o ante el Sagrario, repitiéndonos estas palabras: Esto es mi cuerpo… Ésta es mi sangre, para ser conscien-tes de que ahí delante está Él. “En los signos sensibles del pan y del vino se encarna el amor de Jesucristo, que se nos comunica y se nos da de tal suerte que, bajo estas especies, Jesucristo está realmente presente y entregándose ‘por nosotros’” (Catecismo alemán). En cada celebración eucarística, Jesús continúa “haciéndose sangre” por nosotros, “dando su sangre” por nosotros.    

¿Pienso que la sangre añade gravedad a un accidente o a un delito? ¿He “dado mi sangre” por otra persona, o la han dado por mí? ¿Vivo la Eucaristía como memorial de la entrega de Jesús, que “se hizo sangre” por mí? ¿Qué significa para mí que esté realmente presente en el Pan y el Vino?

El Papa San Juan Pablo II comenzaba su encíclica “Ecclesia de Eucharistia” con estas palabras: “La Iglesia vive de la Eucaristía”. Del encuentro con Cristo en la Eucaristía, que por amor nos ha dado hasta su sangre, se deriva todo lo que conforma nuestra vida como discípulos y apóstoles. La Eucaristía es el alimento para el camino de la santidad al que estamos llamados, para “hacernos sangre”, como Jesús, por los demás. Que hoy sea un día de adoración a Cristo presente en la Eucaristía: “Es admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado ‘hasta el fin’ (Jn 13, 1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican ese amor”. (Catecismo nº 1380)