Vísperas – Lunes X de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES X TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Ahora que la noche es tan pura,
y que no hay nadie más que tú,
dime quién eres.

Dime quién eres y por qué me visitas,
por qué bajas a mí que estoy tan necesitado
y por qué te separas sin decirme tu nombre.

Dime quién eres tú que andas sobre la nieve;
tú que, al tocar las estrellas, las haces palidecer de hermosura;
tú que mueves el mundo tan suavemente,
que parece que se me va a derramar el corazón.

Dime quién eres; ilumina quién eres;
dime quién soy también, y por qué la tristeza de ser hombre;
dímelo ahora que alzo hacia ti mi corazón,
tú que andas sobre la nieve.

Dímelo ahora que tiembla todo mi ser en libertad,
ahora que brota mi vida y te llamo como nunca.
Sostenme entre tus manos, sostenme en mi tristeza,
tú que andas sobre la nieve. Amén.

SALMO 44: LAS NUPCIAS DEL REY

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu centro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

SALMO 44:

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

Escucha, hija, mira: inclina tu oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
la traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 1Ts 2, 13

No cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

RESPONSORIO BREVE

R/ Suba mi oración hasta ti, Señor.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

R/ Como incienso en tu presencia.
V/ Hasta ti, Señor

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Suba mi oración hasta ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame siempre mi alma tu grandeza, oh Dios mío.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, que ama a la Iglesia y le da alimento y calor, y digámosle suplicantes:

Atiende, Señor, los deseos de tu pueblo.

Señor Jesús, haz que todos los hombres se salven
— y lleguen al conocimiento de la verdad.

Guarda con tu protección al papa y a nuestro obispo,
— ayúdalos con el poder de tu brazo.

Ten compasión de los que buscan trabajo,
— y haz que consigan un empleo digno y estable.

Sé, Señor, refugio del oprimido
— y su ayuda en los momentos de peligro.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te pedimos por el eterno descanso de los que durante su vida ejercieron el ministerio para bien de tu Iglesia:
— que también te celebren eternamente en tu reino.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has querido asistirnos en el trabajo que nosotros, tus pobres siervos, hemos realizado hoy, al llegar al término de este día, acoge nuestra ofrenda de la tarde, en la que te damos gracias por todos los beneficios que de ti hemos recibido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes X de Tiempo Ordinario

1.- Introducción.

Señor, según el evangelista Mateo, un día te subiste a un monte para hablarnos de las Bienaventuranzas. Nos querías decir que, desde ahora, tú serás para nosotros el nuevo Moisés y la nueva ley. Por eso esta mañana quiero escuchar las bienaventuranzas como si yo estuviera presente en ese monte y las oyera por primera vez. Desde la cumbre de esa montaña quiero respirar el aire puro que llega perfumado con la fragancia del campo de Galilea con sus árboles en flor.  En este ambiente maravilloso quiero que me enseñes los auténticos caminos para la felicidad.

2.- Lectura reposada del Evangelio Mateo 5, 1 – 12

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión

Las bienaventuranzas son la mejor expresión de lo que Jesús llevaba dentro. Antes de ser expresadas, fueron vividas por Él. Y constituyen el ADN más profundo de Jesús.  San Mateo las sitúa en un monte para indicarnos que es Jesús el Nuevo Moisés, pero su doctrina supera los contenidos de los diez mandamientos. En Jesús nada hay mandado. Todo su obrar consiste en hacer la voluntad del Padre, agradarle, darle gusto, deleitarle. En el monte Sinaí había truenos, relámpagos, miedos…pero en el monte de las bienaventuranzas todo es paz, libertad, alegría, gozo de vivir. Y hasta la misma naturaleza sirve de marco. Dice Dolores Aleixandre: “Si las bienaventuranzas tomaran forma, figura y colores, reflejarían el azul tranquilo del lago, el verde sombra de los olivos y cipreses, el tono pardo del desierto de Judea y los mil matices de flores silvestres que crecen en sus colinas con las lluvias de primavera”.  Las Bienaventuranzas exhalan el perfume exquisito del jardín interior en el que vive el alma de Jesús en su relación de intimidad con el Padre. Las bienaventuranzas están destinadas a todos. “Viendo las muchedumbres” se sentó como Maestro. Pero sólo las pueden entender los que están cerca de Jesús. “Se acercaron sus discípulos” (v.1). Sólo los que ya “han tocado” a Jesús, los que “han experimentado algo” de la vida de Jesús, pueden aceptarlas. Sólo los que han sido perdonados, pueden aprender a perdonar; sólo los que han sido amados por Jesús, pueden comprender la inmensidad del amor de Dios.

Palabra del Papa

“La palabra bienaventurados (felices), aparece nueve veces en esta primera gran predicación de Jesús. Es como un estribillo que nos recuerda la llamada del Señor a recorrer con Él un camino que, a pesar de todas las dificultades, conduce a la verdadera felicidad. Queridos jóvenes, todas las personas de todos los tiempos y de cualquier edad buscan la felicidad. Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer un profundo anhelo de felicidad, de plenitud. ¿No notáis que vuestros corazones están inquietos y en continua búsqueda de un bien que pueda saciar su sed de infinito? […]Y así, en Cristo, queridos jóvenes, encontrarán el pleno cumplimiento de sus sueños de bondad y felicidad. Sólo Él puede satisfacer sus expectativas, muchas veces frustradas por las falsas promesas mundanas. Como dijo san Juan Pablo II: “Es Él la belleza que tanto les atrae; es Él quien les provoca con esa sed de radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien les empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que les suscita el deseo de hacer de su vida algo grande”» (S.S. Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2015).

4.- ¿Qué me dice hoy a mí este texto evangélico ya meditado? (Guardo silencio).

5.-Propósito. Voy a hacer en este día todo para agradar a Dios.

6.- Dios me ha hablado hoy por medio del evangelio. Y yo le respondo con mi oración.

Te agradezco, Señor, que hoy me haya enterado un poco más hacia donde van las bienaventuranzas. Quieren un nuevo estilo, una persona nueva, un ser distinto de los demás. No buscan la felicidad por el camino del poseer, del ambicionar, del dominar sino por el camino que ha elegido Jesús: el camino gozoso del servicio desinteresado a los hermanos. Y esto como consecuencia de que Dios es mi riqueza, mi gozo, mi esperanza, y, sobre todo, mi “Abbá”. Mi papá. Gracias, Señor.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo

Una luminosa Palabra se nos propone este domingo.

¿Qué tenemos que hacer hermanos?, es la pregunta que hace el pueblo a Pedro y los demás apóstoles el día del Pentecostés del Espíritu en Jerusalén. Ellos responden pidiendo conversión y bautismo personal en el nombre de Jesús Cfr Hch 2, 37-39. Dar frutos generosos de amor y responsabilidad. Comienza el mensaje apostólico a todos los pueblos de toda raza, lengua y nación. Y la respuesta ha de servir para todos los tiempos.

Ya Jesús les habló con anterioridad y lo hizo en ocasiones por medio de parábolas.

Hoy toda gira en torno al «trabajo apostólico  generoso de sembrar la Palabra». La de Jesús el Señor.

Él es el sembrador. No hay que olvidarlo.

Si queremos ser útiles en el Reino de Dios, es su Palabra la que ha de ser sembrada y esperar pacientemente su crecimiento, desarrollo y fruto.

Si la tierra es buena, y lo es. La semilla es mejor.

Mensajes claros, y evangélicos. Es su Palabra.  Se trata de una semilla buena, la única necesaria, no necesita añadidos. El Evangelio es una buena semilla que ha de fecundar y dar fruto en el corazón del ser humano.

Toda manipulación del mensaje evangélico, nos destruye, no fructifica y no nos será útil,  ni salvadores,  no serán más que discursos sobre discursos que aturden y sepultan la claridad del mensaje de salvación, no penetran en el corazón de las personas ni darán frutos creíbles en nuestras comunidades.

Hay que acoger la vida que fluye, y poner la semilla del Reino, con la esperanza de que el fruto llegará por la acción del poder de la misma  Palabra y del Espíritu.

El Reino se siembra proponiendo, esperando y cuidando el mensaje. Respetando el mensaje y el destinatario. Ha de permitir que se haga vida en el caso de que se acepte. Hasta que nace hay que saber cuidar los tiempos de espera. Si nace con fuerza, será porque se ha trabajado bien en el cuidado. Será necesario vivir en oración, respeto y libertad.

Ezequiel nos habla de la potencialidad interior que posee el humilde, capaz de transformar toda soberbia que fructifica injusticia e impiedad.

Hay que cuidar todo brote de humanidad pues ahí está el Espíritu del Señor. Su Fuerza.

«La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19)

La parábola del sembrador nos lleva a vivir siempre esperando. Pero, hay que cuidar el proceso.

Proponer la Palabra para que sea escuchada y entendida y aceptada. Oración, estudio y verdad se hacen necesarios. Es lo más pastoral, acertado y positivo.

Jesús es el camino, la verdad y la vida.

Se trata de escuchar, acoger, recibir y entender la propuesta del Reino de Dios. Jesucristo es su artífice.

Jesús dice: «Escuchad», llama la atención de los que le rodean. Algo importante va a decir.

Su palabra modifica toda realidad. Pues va  a proponer una realidad distinta, más humana, justa y adecuada para cada uno de los oyentes, o mejor de aquellos que acogen esa semilla de salvación que transforma el corazón del oyente.  El a todos nos desea que tengamos vida, y,  que esa vida sea verdaderamente humana.

En la profundidad de los surcos que cruzan y marcan nuestras vidas, aparecen  injusticias, falsedades  y sufrimientos sobrevenidos por nuestra condición humana, estas situaciones personales y muchas veces colectivas han de tener una respuesta de dignidad y valoración positiva de cada uno de nuestros hermanos. La escucha y acogida de la Palabra creará en nosotros  un corazón capaz de amar y transmitir vida, una vida evangélica, nueva, plena de valores que humanizan este mundo, nuestros mundos particulares y comunitarios con la única finalidad de hacer fructificar con energía y de modo creíble las  Bienaventuranzas del Evangelio, que nos cuidan y animan a dar frutos. Cada uno con sus carismas particulares, los que el Espíritu ha puesto en su corazón para hacer posible y visible la presencia  de una comunidad en donde verdaderamente las personas se amen, cuiden y respeten. Des frutos y señales de salvación.

El sembrador por tanto es fiel. Jesús es el sembrador. No hay otro. Los demás, servidores de la Palabra.

Toda palabra del Evangelio es transformadora en los procesos personales, gestando un nombre nuevo. Ha de conducir a la libertad que poseen los verdaderos hijos de Dios. Llevar a término el proceso de cristificación que tiene su origen en nuestro bautismo. Ese ser hijos en el Hijo.

El «escuchadle» del episodio del Jordán, es ante todo un comienzo de germinación fecunda. Es ante todo un caminar en una única dirección, Trata de sembrar en toda una esperanza de dignidad, libertad y pureza al ser humano necesitado de cambios. Hacia una comunión plena con Jesucristo, sembrador, pastor, compañero y hermano que se acerca delicadamente a sanar nuestro corazón y  entendimiento para que demos frutos capaces de gestar y desarrollar y fructificar  los distintos carismas de los que habla el  Evangelio como buena noticia de salvación que es. Haciendo nuestra,  la responsabilidad de hacer germinar todas las semillas contenidas en las Bienaventuranzas.

Cuidemos la tierra y la semilla. Seamos pacientes con los brotes. Esperemos los frutos. Y nunca desesperemos si no rinden al cien por cien. Cada uno tenemos nuestro tiempo y ritmo.

Toca sembrar, cuidar, segar, aventar, recoger y presentar los frutos. Déjate acompañar por la comunidad, ella es tu parcela, formas parte de ella. Mira al Sembrador. Espera y rinde el ciento por uno. Al menos esfuérzate.

Buen domingo.

D. Carmelo Lara Ginés O.P.

Comentario – Lunes X de Tiempo Ordinario

(Mt 5, 1-12)

Jesús sube a la montaña, lugar que simboliza el encuentro con Dios y donde Dios habla al hombre. Allí, en la montaña, Jesús nos explicó cuál es el estilo de vida que debe caracterizar a los cristianos.

Las bienaventuranzas, al decir «felices», quieren indicarnos el camino de la verdadera felicidad, que no consiste en tener todo resuelto en el presente, sino en un estilo de vida que ya comienza a anticipar la felicidad del cielo.

En primer lugar, se declara felices a los pobres de espíritu, los que viven la pobreza no solamente como una situación social o exterior, sino que son pobres en su corazón, capaces de depender sólo de Dios, sin aferrarse a ninguna otra cosa para encontrar seguridad y apoyo.

Pero no se trata simplemente de una pobreza elegida, de una ascesis, de una renuncia voluntaria al dinero o a los bienes. Porque esa ascesis puede estar motivada por la vanidad, el orgullo espiritual, el deseo de una especie de superioridad y distinción. Se trata más bien de un interior pobre, humilde; es la actitud sincera del que se reconoce necesitado de Dios y de los demás; es una pobreza auténtica, real, no aparente, porque reside en lo escondido del hombre donde sólo Dios puede ver.

Pero es cierto que los que han nacido en la pobreza están mejor dispuestos para tener esa actitud, porque siempre han tenido pocas cosas a que aferrarse, porque aprendieron que sólo tenían a Dios para sentirse firmes y seguros.

 

Oración:

«Señor, tu conoces todos los mecanismos de mi corazón que me llevan a buscar falsas seguridades, porque muchas veces me aferró a las cosas, a los logros humanos, a las vanidades del mundo. Dame un corazón pobre Señor, para que mi seguridad esté puesta sólo en ti».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Gaudium et Spes – Documentos Vaticano II

Algunas normas oportunas

86. Para esta cooperación parecen oportunas las normas siguientes:

a) Los pueblos que están en vías de desarrollo entiendan bien que han de buscar expresa y firmemente, como fin propio del progreso, la plena perfección humana de sus ciudadanos. Tengan presente que el progreso surge y se acrecienta principalmente por medio del trabajo y la preparación de los propios pueblos, progreso que debe ser impulsado no sólo con las ayudas exteriores, sino ante todo con el desenvolvimiento de las propias fuerzas y el cultivo de las dotes y tradiciones propias. En esta tarea deben sobresalir quienes ejercen mayor influjo sobre sus conciudadanos.

b) Por su parte, los pueblos ya desarrollados tienen la obligación gravísima de ayudar a los países en vías de desarrollo a cumplir tales cometidos. Por lo cual han de someterse a las reformas psicológicas y materiales que se requieren para crear esta cooperación internacional. Busquen así, con sumo cuidado en las relaciones comerciales con los países más débiles y pobres, el bien de estos últimos, porque tales pueblos necesitan para su propia sustentación los beneficios que logran con la venta de sus mercancías.

c) Es deber de la comunidad internacional regular y estimular el desarrollo de forma que los bienes a este fin destinados sean invertidos con la mayor eficacia y equidad. Pertenece también a dicha comunidad, salvado el principio de la acción subsidiaria, ordenar las relaciones económicas en todo el mundo para que se ajusten a la justicia. Fúndense instituciones capaces de promover y de ordenar el comercio internacional, en particular con las naciones menos desarrolladas, y de compensar los desequilibrios que proceden de la excesiva desigualdad de poder entre las naciones. Esta ordenación, unida a otras ayudas de tipo técnico, cultural o monetario, debe ofrecer los recursos necesarios a los países que caminan hacia el progreso, de forma que puedan lograr convenientemente el desarrollo de su propia economía.

d) En muchas ocasiones urge la necesidad de revisar las estructuras económicas y sociales; pero hay que prevenirse frente a soluciones técnicas poco ponderadas y sobre todo aquellas que ofrecen al hombre ventajas materiales, pero se oponen a la naturaleza y al perfeccionamiento espiritual del hombre. Pues no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4,4). Cualquier parcela de la familia humana, tanto en sí misma como en sus mejores tradiciones, lleva consigo algo del tesoro espiritual confiado por Dios a la humanidad, aunque muchos desconocen su origen.

Homilía – Domingo XI de Tiempo Ordinario

1

Todo se lo exponía con parábolas

Aunque el evangelista Marcos es más propenso a narrar los hechos de la vida de Cristo que sus discursos, también tiene algunos capítulos en que nos ofrece la enseñanza de Jesús: por ejemplo todo el capítulo 4 , en que condensa unas parábolas.

Estas parábolas presentan una pedagogía admirable para que la gente entienda lo que es el Reino de Dios: «el Reino de Dios se parece a…».

En este capítulo, Marcos narra la parábola del sembrador y, más brevemente, la de la lámpara y la de la medida. Y termina diciendo: «con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender».

Son comparaciones tomadas de la vida del campo o de la sociedad de su tiempo. Ciertamente no nos cuesta mucho a nosotros aplicarlas a nuestra vida cristiana de ahora.

 

Ezequiel 17, 22-24. Ensalzo los árboles humildes

Ezequiel es un profeta que compartió con el pueblo el destierro de Babilonia, en el siglo VI antes de Cristo. Comunica al pueblo cuáles son los planes salvadores de Dios, para animarles en su fidelidad y en su esperanza de la vuelta a la patria.

Con una comparación que ha sido escogida para preparar la que luego ofrecerá Jesús, el profeta asegura que Dios puede sacar, de una rama o un esqueje de un cedro bien frondoso, otro árbol igualmente noble y bello, en el que vendrán a anidar los pájaros: del «resto» de Israel, ahora en el destierro, reconstruirá el pueblo elegido, «y sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes… y hace florecer los árboles secos».

Al salmista le gusta también la comparación y dice que «el justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano». No sólo dará gusto verlo cuando es joven y fuerte, sino que «en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso».

 

2 Corintios 5, 6-10. En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor

Sigue Pablo con los mismos pensamientos que leíamos el domingo pasado, sobre la vida de una comunidad cristiana y, en concreto, sobre el ministerio de un apóstol dentro de esa comunidad.

En esa historia personal y comunitaria hay momentos malos en que nos sentimos «como desterrados lejos del Señor». Pero «guiados por la fe», seguimos confiados, y aunque «caminamos sin verlo», lo hacemos sin perder los ánimos.

Queremos dar de nosotros mismos lo más que podamos: «en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle». Con la mirada puesta en el último momento de nuestra vida, cuando comparezcamos ante ese Cristo Jesús que será también nuestro Juez, tenemos confianza, los que hemos creído en él, que recibiremos premio o castigo según lo que hayamos hecho durante nuestra vida.

 

Marcos 4, 26-34. Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas

De las cinco comparaciones o parábolas que Marcos reúne en este capítulo, leemos hoy sólo dos: la de la semilla que crece por sí sola y la de la semilla de mostaza, que es pequeña, pero se convierte en un arbusto considerable.

En la primera -que, por cierto, es Marcos el único evangelista que nos la presenta-, lo que hace el agricultor es sembrar esa semilla, pero luego ella crece sola, por la fuerza intrínseca que Dios les ha dado tanto a la semilla como a la tierra en la que germinará: esa semilla «germina y va creciendo sin que él sepa cómo, hasta convertirse en una espiga que da grano».

En la segunda compara la pequeñez del grano de mostaza, que se ve que era proverbial entre los judíos, con el final del proceso de su crecimiento, un arbusto de tres o cuatro metros, en el que pueden venir a anidar los pájaros.

 

2

La semilla crece por sí sola

Jesús subraya la fuerza intrínseca que tiene la semilla, porque se la dado Dios, así como la fecundidad que tiene la tierra para que esa semilla realice bien su proceso de germinación y crecimiento. Subraya el protagonismo, no del agricultor, sino de la semilla y, en el fondo, de Dios.

Eso pasa en el campo, pero también en nuestra tarea eclesial. Cuando en la actividad humana hay una fuerza interior, como el amor, o la ilusión, o el interés, la eficacia de nuestro trabajo crece notablemente. Pero cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o la gracia de Cristo Resucitado, entonces el Reino germina y crece poderosamente.

La parábola nos ayuda a entender cómo conduce Dios nuestra historia. Si olvidamos su protagonismo y la fuerza intrínseca que tienen su palabra, sus sacramentos y su gracia, nos pueden pasar dos cosas: si nos va todo bien, pensamos que es mérito nuestro, y si mal, nos hundimos.

Por una parte, no tendríamos que enorgullecemos nunca, como si el mundo se salvara por nuestras técnicas y esfuerzos. Es bueno recordar lo que dijo Pablo: «yo planté, Apolo regó, pero era Dios quien hacía crecer» (1Co 3,6). La semilla no germina porque lo digan los sabios botánicos, ni la primavera espera a que los calendarios señalen su inicio. Así, la fuerza de la Palabra de Dios viene del mismo Dios, no de nuestra pedagogía, aunque esta tenga que cuidarse. El verdadero agricultor es Dios. Eso nos hace ser humildes, aunque sigamos trabajando con generosidad.

Por otra parte, tampoco tendríamos que desanimarnos cuando no conseguimos a corto plazo los efectos que deseábamos. Tampoco al mismo Jesús le respondía la gente, ni siquiera sus apóstoles, con toda la claridad que él hubiera deseado. Tampoco Pablo y los demás misioneros de las primeras generaciones tuvieron muchos éxitos.

El protagonismo lo tiene Dios. Por malas que nos parezca la situación de la Iglesia o de la sociedad o de una comunidad concreta, la semilla se abrirá paso y producirá su fruto, aunque no sepamos ni cuándo ni cómo. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador. Nosotros lo que tenemos que hacer es colaborar con nuestro esfuerzo, pero el Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu de Dios. «Sin mí no podéis hacer nada», nos dijo Jesús. Nuestro trabajo debe existir, pero no es lo principal.

El que anima un grupo de fe o dirige unos Ejercicios o predica cada domingo a la comunidad, no ha de pretender que se vean inmediatamente los frutos. Lo que sí ha de hacer es no estorbar al Espíritu de Dios, porque es él quien hará fructificar todos esos esfuerzos.

 

Los árboles humildes se pueden hacer grandes

Hay una evidente desproporción entre la ramita de la que habla el profeta Ezequiel y el «cedro noble» en que se convierte, y entre el grano de mostaza del que habla Jesús y el arbusto capaz de admitir nidos de pájaros.

A Dios parece gustarle esta desproporción. A veces, como dice Ezequiel, «humilla los árboles altos y ensalza los humildes, seca los árboles lozanos y hace florecer los secos». A lo largo de la historia, Dios parece elegir a las personas que humanamente serían las menos indicadas para conseguir una meta, que, sin embargo, con la ayuda de Dios, consiguen. El árbol frondoso que parecía el antiguo Israel se secó, y Dios tuvo que empezar de nuevo con un rebrote del mismo.

Un grupo de humildes pescadores que siguen a un profeta joven, insignificante según las claves de este mundo, pero animado por el Espíritu de Dios, y en una provincia como la de Israel, perdida en medio del imperio romano, llenarán el mundo con la Buena Noticia de Jesús. El crecimiento y maduración de la comunidad eclesial durante dos mil años es obra de Dios, no mérito de sus virtudes o técnicas.

Esto nos llena a la vez de confianza y de humildad. El Vaticano II quiso que quedara bien clara esta lección de humildad: la Iglesia no debe apoyarse en su poder o en su sabiduría. Además de evangelizadora y maestra, debe saber escuchar y dialogar y aprender los valores que también fuera de ella ha sembrado Dios.

El que ahora sean más de mil cien millones los católicos, y muchos más todavía si contamos los creyentes de otras confesiones que también creen en Cristo, no nos lleva al triunfalismo, sino a la confianza y al estímulo para seguir haciendo crecer ese árbol, que según los planes de Dios debe albergar los nidos de todos los pájaros que quieran.

El Reino ya está en marcha, ya está «sucediendo». Es Dios quien lo hace germinar y madurar. Eso sí, con nuestro esfuerzo de sembradores y misioneros. No lograremos entender por qué a veces es fecundo nuestro apostolado y otras, no. Los métodos de Dios no caben en nuestros ordenadores.

 

Sin perder nunca el ánimo

Cuando Marcos escribió su evangelio, probablemente era consciente de que algunos cristianos estaban desanimados, ante los fracasos que cosechaban en diversas ciudades, o por las persecuciones que sufrían, que a veces terminaban en el martirio. Por eso reproduce estas parábolas para animarles en su empeño evangelizador y misionero, subrayando que en el fondo es obra de Dios. Son parábolas que también a nosotros, en el siglo XXI, nos pueden dar ánimos.

En tiempos de Ezequiel parecía totalmente oscuro el horizonte y los judíos desterrados no veían futuro. Pero el profeta les dice de parte de Dios que sí hay futuro y que de una rama pequeña puede rebrotar un árbol tan hermoso como el anterior. ¿Quiénes somos nosotros para desconfiar del futuro, si depende más de Dios que de nosotros?

Nuestra vida, como la de Pablo, se apoya en la fe que tenemos en Cristo y en la esperanza que él nos infunde. Como él, deberíamos trabajar sin desanimarnos nunca, aunque a veces «caminamos sin verlo, guiados por la fe». No vemos al Señor, ni cosechamos frutos, pero sabemos que nuestra tarea es sembrar, evangelizar, aunque nos parezca que el mundo está distraído y no quiere recibir esa semilla. Pablo también sintió tentaciones de abandonarlo todo: aparece a veces cansado, ante el fracaso de sus trabajos. Pero triunfó siempre su obediencia a la misión encomendada y siguió sembrando en los ambientes más hostiles, convencido de que incluso las mismas tribulaciones y fracasos serían fecundos para bien de todos: «en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle».

No tenemos que perder los ánimos. La semilla a veces tarda en germinar: tiene su ritmo, y Dios le ha dado fuerza interior, que la hará brotar a su tiempo. No tienen que perder la esperanza unos padres que intentan inculcar en sus hijos los valores humanos y cristianos que ellos aprecian. Ni los maestros cristianos en su labor educativa. Ni los misioneros en su difícil campo. Ni los pastores de una parroquia en su multiforme trabajo de siembra.

La Palabra de Dios tiene siempre eficacia, de una manera u otra. Nos pasará lo que al agricultor: que la semilla «va creciendo sin que él sepa cómo». ¿Fueron conscientes Pedro y Pablo y los demás apóstoles de los frutos que iba a producir, a largo plazo, su testimonio en el mundo, hasta transformarlo en gran medida?

Ahora bien, confiar en Dios no significa no trabajar. El campesino ya sabe que, aunque la semilla tiene fuerza interior y la tierra es capaz de transmitirle su humedad y su vida, el proceso necesita también su intervención: además de elegir bien la semilla y sembrarla, tiene que cuidarla, regarla, limpiarla de malas hierbas. Pero tiene que agradecer sobre todo a Dios que ha pensado en esta admirable dinámica de la semilla que se convertirá en espiga.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 4, 26-34 (Evangelio Domingo XI de Tiempo Ordinario)

El Reino como un grano que crece en esperanza

Las parábolas de Jesús son toda una escusa para hablar del misterioso crecimiento del reino que anuncia. Es verdad que había anunciado con una seguridad inquebrantable que «ya está aquí» o que «en medio de vosotros». Mc 1, 14-15 lo pone como frontispicio de todo y como programa, a la vez que exige conversión y confianza en ese anuncio. Pero podían preguntarle, como de hecho sucedió ¿dónde está ese Reino? De allí que las dos parábolas del crecimiento, mediante los símbolos de un grano (aunque un grano es pequeño, no se resalta este punto) y una semilla de mostaza (que es como una cabeza de alfiler) vengan a decirnos algo significativo de sus comienzos, de sus logros y de su consumación. Se da una cierta disimilitud y contraste en el final de las dos comparaciones: la del grano en lo que se refiere a lo que, a causa del crecimiento y la consumación final, no tendrá sentido (se desechará) y la de la mostaza nos habla del Final en términos más positivos, porque se hará grande y vendrá a ser «hogar» y protección de multitudes de pájaros.

El reino está ya aquí, pero solo como una semilla que es confiadamente un final grandioso o apropiado. No son parábolas o comparaciones deslumbrantes, pero están llenas de sentido. Debemos aceptar la misma naturalidad de este mensaje en cuando es algo que ya está sembrando, que está creciendo y por eso tiene misterio. Como tiene misterio la comparación de la levadura (cf Mt 13,33; Lc 13,29-21) que poco a poco impregna la masa. Eso quiere decir que está «germinando» y por eso se alumbrará un mundo nuevo, tanto en el caso de acabar algo que no tiene sentido en la historia (y por eso de meterá la hoz) o en el caso de que se construya un «hábitat» donde vengan todas las aves a protegerse. Incluso deberíamos entender que se trata de toda clase de aves y por lo mismo que se estaría apuntando a los paganos. Son los dos aspectos del Reino y de su transformación de la historia: algo quedará caduco, pero lo más importante es la imagen de los pájaros que anidan.

Es ese final bueno y liberador el que debemos proponer como mensaje de las parábolas de hoy. Es verdad que se nos habla de «meter la hoz”, pero es lógico que esta historia humana debe dejar aquí todo aquello que no tiene sentido, que es opuesto al proyecto y a la plenitud del Reino de Dios. Pero en la parábola de la mostaza, que comienza con el sentido de la «nimiedad» de lo insignificante y de lo mínimo, todo se transforma hasta ofrecernos la imagen de un árbol cósmico donde todos puedan encontrar no solamente el hábitat humano, sino la verdadera felicidad del Reino. Así, pues, quiere decirnos Jesús, son las cosas de Dios. Esta es la propuesta de esperanza que forma parle de la entraña del Reino, por insignificante que parezca. En estas metáforas, pues, proponía Jesús un mensaje que llenaba los corazones de los sencillos.

2Cor 5, 6-10 (2ª lectura Domingo XI de Tiempo Ordinario)

Lo mortal será revestido de vida

Las reflexiones escatológicas de Pablo frente a su ministerio siguen siendo las claves de este texto de 2Cor. Se habla del encuentro con el Señor «post mortem», en el mismo momento de la muerte. Es verdad que la antropología subyacente a este conjunto de 2Cor 4,7-5,10 se nos escapa un poco entre las manos. Expresiones como el «hombre interior» sugieren un lenguaje propio de la filosofía griega, pero también hay diferencias notables, en cuanto no se está hablando en este caso con un leguaje dualista de alma y cuerpo. Por eso mismo debemos interpretar el misterio de la «interioridad» en una relación de interconexión con los conceptos soma y ánthrópos, que son claves en toda esta perícopa. El sóma es la persona en su integridad. En toda esta trama de conceptos antropológicos y apocalípticos, lo más decisivo es la expresión de 2Cor 5,4: «para que así esto mortal sea consumido (katapothe) por la vida». El sentido del verbo katapínó, en aoristo pasivo, debe tener la fuerza de la acción de Dios. Como muchas veces ocurre en el NT por el aoristo pasivo, y más cuando se trata de los temas escatológicos, no debemos olvidar que es Dios el sujeto de esa acción. De hecho, no nos seduce la traducción que escoge el sentido de «tramar» o «devorar», porque no es la vida lo que engulle lo mortal; es la vida en cuanto acción de Dios sobre toda muerte y sobre todo los hombres que pasan por la muerte. Esto se confirma muy bien por el v. 5, que pone a Dios como garante de ello, dándonos las «arras» del Espíritu. La vida está sembrada en nuestro cuerpo mortal, en nuestra mismidad. No vamos a la nada, porque Dios nos garantiza, pues, que hemos sido creados, hemos nacido, para la vida y no para la muerte.

La garantía para el cristiano es, sin duda, el Espíritu, que es un adelanto de todo lo que nos espera en la nueva vida, en la vida escatológica. Es verdad que aquí no se habla de resurrección, que es un concepto mas apocalíptico y que está mucho más presente en 1 Cor 15. Digamos, mejor, que se contempla el paso de la muerte a la vida como una «transformación» personal, no al final de los tiempos, ni en el momento de la Parusía como se da a entender en I Tes 4,15 1 Cor 15,51. ¿Por qué? Porque eso va desapareciendo poco a poco del horizonte de los textos paulinos. Ello significa que en Pablo se produce una evolución personal en este tema escatológico. No obstante, mientras todo eso llega, vivimos de la fe, exiliados del Señor. Quiere decir de la vida total y especial que tiene ahora el Señor, Cristo. Se usa la expresión de ir a «habitar junto al Señor (v. 8), es decir, nos revestiremos, poseeremos la vida que ahora tiene el Señor, porque la identificación entre Cristo y la vida lo podemos ver en 2Cor 4,1 1. Pablo se está expresando, sin duda, en una mística cristológica de tonos proféticos. ¡No hay miedo a la muerte! Después de las expresiones que había inventado sobre el particular, en 1 Cor 15,55, sobre la victoria de la muerte, esta mística cristológica es un cántico a la victoria de la vida en Cristo.

Ez 17, 22-24 (1ª lectura Domingo XI de Tiempo Ordinario)

Algo nuevo surge de lo viejo, por obra de Dios

El texto de Ezequiel debemos situarlo como una promesa de restauración después de la catástrofe. Todo el c. 17 tiene esa dimensión y se explica ante la calamidad del destierro de Babilonia que tiene sus etapas. Ezequiel, con este enigma del «águila y el cedro» va a plantar cara a ciertas expectativas de algunos que pensaban que la salvación podría venir de Egipto al que algunos miraban, bien en el destierro, bien en la misma tierra de Judá que todavía no habían sido desterrados hasta la caída de Sedecías. Estamos en el año 588 a. C. y la parábola del «cogollo del cedro» viene a responder, a su manera, a los que no han entendido la verdadera historia de lo que ha pasado.

Y esa historia de ruina solamente la puede arreglar Dios, contando con un pueblo que se fíe de su palabra manifestada por los profetas verdaderos. Dios es capar de lo viejo, de lo antiguo, sacar algo nuevo y entonces lo viejo dejará su arrogancia, como el cedro altísimo. De un cogollo insignificante nacerá un cedro nuevo, en lo más alto de la montaña que no puede ser más Sión, Jerusalén. Esta teología de lo viejo y lo nuevo tiene sus resonancias, ya que de esa manera siempre se mantiene la promesa y la fidelidad de Dios.

Comentario al evangelio – Lunes X de Tiempo Ordinario

Jesús, el nuevo Moisés, sube al nuevo Sinaí, y proclama la nueva ley del Evangelio. No se trata de un monte imponente y terrible, ni sube en soledad, como Moisés. Se trata de una agradable colina, a la que Jesús sube rodeado de sus discípulos. Y la nueva ley no es una serie de nuevos preceptos y obligaciones, sino una fórmula de felicidad: Jesús, declara, sencillamente, quienes son los felices y bienaventurados a los ojos de Dios. Pero, por muy bien que suenen estas palabras, no pueden dejar de chocarnos, pues contradicen, no sólo la vieja teología de la retribución, sino también nuestras más naturales inclinaciones. ¿No es absurdo declarar felices a los que lloran, a los hambrientos, a los que sufren y son perseguidos? ¿No está Jesús contraviniendo nuestras aspiraciones más elementales y legítimas? ¿Es que los cristianos tenemos que desear padecer, sufrir, llorar? ¿No le damos la razón a aquellos que, como el filósofo Nietzsche, consideran la fe cristiana algo inhumano, una moral de rebaño, que da culto a la debilidad y desprecia las alegrías de la vida? ¿De qué nos habla hoy realmente Jesús?

Jesús está hablando de sí mismo. Él es el nuevo Moisés, pero lo supera infinitamente, pues éste se limitaba a transmitir lo que había recibido de Dios, mientras que Jesús habla “con autoridad”, desde sí mismo. Es más, él mismo es la nueva ley, porque es el hombre que lleva la ley escrita en su corazón. Jesús no hace como hacen con frecuencia los hombres (los poderosos, los políticos, más o menos, todos), que exigen a los demás los sacrificios que ellos no tienen que hacer, que predican lo que no cumplen, que ven los toros desde la barrera. Jesús no nos dice: sed felices aunque seáis pobres, estéis sufriendo o no tengáis un pedazo de pan que llevaros a la boca. ¿No era él el que daba de comer a la multitud, porque le daba lástima de ella y no quería despedirla (cf. Mt 15, 32)? ¿No es él, precisamente, el que al tiempo que proclamaba la Buena Noticia curaba toda clase de enfermedades y dolencias, del cuerpo y del espíritu (cf. Mt 4, 23-24)? Jesús no es un embaucador que nos dice que nuestros males son en realidad bienes, y que lo que tenemos que hacer es conformarnos con ellos y, encima, estar contentos.

Jesús nos ofrece su autorretrato: es feliz, porque es el Hijo amado del Padre, por más que, al asumir la condición humana, tome sobre sí todos los sufrimientos que afligen a los seres humanos. Y, además, quiere compartir con nosotros su felicidad, invitándonos a participar de su filiación divina: incluso si nos va mal, Dios no por eso nos deja tirados, al contrario, nos mira con amor, nos bendice y nos acoge en su Hijo.

Además, las bienaventuranzas no son sólo situaciones pasivas (que padecemos), sino que implican también actitudes (disposiciones a la actividad) que hemos de asumir libremente: ser misericordiosos, purificar el propio corazón, trabajar por la paz, luchar por la justicia, incluso si somos perseguidos por ello. Es decir, participar activamente en el nacimiento de un nuevo mundo, del Reino de Dios que pugna por abrirse paso en este mundo viejo y que es el que Jesús ha venido a traernos. El hombre que se consagra a esta tarea, unido a Cristo (alentado por Él) y sirviendo a sus hermanos (alentándolos y consolándolos, como nos recuerda Pablo), conoce una felicidad profunda, una bienaventuranza que ninguna sombra de este mundo puede empañar.

Ciudad Redonda