¿Fuerza de Dios o esfuerzo humano?

Con la fuerza del Espíritu que se nos vertió generosamente en Pentecostés, asombrados por la gran familia de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu), con el sabor que dejó en nuestro paladar cristiano la Solemnidad del Corpus Christi nos adentramos de lleno, sin demasiadas interrupciones, en el tiempo ordinario. Un espacio que, aun siendo normal, nunca dejará de ser extraordinario. Ser cristiano no es un “hoy sí y mañana no” sino todo lo contrario: en la vida cotidiana, guiados por la fe (como señala hoy San Pablo), intentaremos dar gusto a Dios con nuestras buenas acciones, confianza y, sobre todo, con nuestra opción por el Reino de Dios.

1.- La Nueva Evangelización, a la cual nos invita constantemente el Papa Benedicto XVI, no depende tanto del escenario que nosotros preparemos al mundo de la fe cuanto de las verdades que seamos capaces de proponer, defender e impulsar aquí y ahora. No lo tendremos fácil. Entre otras cosas porque, la realidad con la que nos rozamos, está acostumbrada a ver pronto lo que se siembra, a recoger antes que después lo que se trabaja o a invertir con tal de ganar.

El Reino de los cielos, en una de las parábolas de hoy, va en dirección opuesta a todo ello: su crecimiento es silencio, a veces insignificante pero continuo.

¿De quién depende la extensión y el desarrollo del Evangelio? ¿De los hombres? ¿De nuestros talleres y reuniones, dinámicas y escritos? ¿Está en manos, tal vez, de los medios a nuestro alcance: técnicos, pastorales o humanos?

Cuando un agricultor derrama su semilla en la tierra, prescindiendo de si está dormido o despierto, esa semilla va robusteciéndose, explota y la tierra la devuelve con creces en espiga o en un fruto determinado. Así es el Reino de Dios. Importante el factor humano pero, la tierra que lo hace fructificar, crecer, desarrollarse y expandirse, es la mano poderosa de Dios. Una cosa es decirlo (fácil) pero otra, muy distinta, creerlo con todas las consecuencias: los condicionantes externos ayudan, por supuesto, pero sin los internos (sin la fuerza del Espíritu) todo quedaría relegado a lo humano.

2. También es verdad que los brazos cruzados no son la mejor imagen para el apostolado de nuestros días. El Papa Benedicto XVI, no hace mucho tiempo, nos recordaba que el sacerdote ha de trabajar las 24 horas del día. El ocio es, hoy más que nunca, un serio inconveniente a la hora de sembrar el amor de Dios en las generaciones jóvenes. ¿Cómo podríamos combinar el fenómeno del deporte con la vivencia religiosa del domingo? ¿Por qué hay tiempo para todo en los niños pero, en cambio, no hay lugar para la catequesis, la eucaristía o la oración?

Al escuchar el evangelio de este domingo se nos presenta ante nosotros un gran reto: ¿estamos sembrando en la dirección adecuada? ¿Hemos estudiado a fondo la tierra en la que caen nuestros esfuerzos evangelizadores? ¿No estaremos desgastando inútilmente nuestras fuerzas cuando, la realidad de las personas, de la iglesia local, de las personas o de la sociedad es muy diferente a la de hace unos años?

3. En cierta ocasión en el campo de un labrador crecía con fuerza una especie extraña. Tal es así que, el buen hombre, la trataba de igual forma que al resto de los frutales. Un día llegó un vecino y le preguntó: ¿Cómo es que te molestas tanto en cuidar, abonar, regar y podar esa planta que, al contrario que las otras, no da ningún fruto? Y, el dueño de la finca, contestó: ¡Tengo miedo a que el campo se quede demasiado desierto, sin nada! Aunque sé que no producen fruto…por lo menos adornan.

San Gregorio Magno (uno de los Padres de la Iglesia) solía decir: «El hombre echa la semilla en la tierra, cuando pone una buena intención en su corazón; duerme, cuando descansa en la esperanza que dan las buenas obras; se levanta de día y de noche, porque avanza entre la prosperidad y la adversidad. Germina la semilla sin que el hombre lo advierta, porque, en tanto que no puede medir su incremento, avanza a su perfecto desarrollo la virtud que una vez ha concebido. Cuando concebimos, pues, buenos deseos, echamos la semilla en la tierra; somos como la hierba, cuando empezamos a obrar bien; cuando llegamos a la perfección somos como la espiga; y, en fin, al afirmarnos en esta perfección, es cuando podemos representarnos en la espiga llena de fruto».

4.- DAME FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA, SEÑOR

Para que, orando, me olvide de todo lo que me rodea
y, viviendo, sepas que Tú habitas en mí.
Para que, creyendo en Ti, anime a otros a fiarse de Ti
A moverse por Ti
A no pensar sino desde Ti
¿Me ayudarás, Señor?
¿Será mi fe como el grano de mostaza?
Dame la capacidad de esperar y soñar siempre en Ti
Dame el don de crecer
y de robustecer mi confianza en TI
Dame la alegría de saber que, Tú, vives en mí
Dame la fortaleza que necesito para luchar por TI

DAME FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA
Sencilla, pero obediente y nítida
Radical, pero humilde y acogedora
Soñadora, pero con los pies en la tierra
Con la mente en el cielo, pero con los ojos despiertos
Con los pies en el camino, pero con el alma hacia Ti
¿Me ayudarás, Señor?
Dame fe, como un grano de mostaza
¿Será suficiente, Señor?

Javier Leoz

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Comentario – Domingo XI de Tiempo Ordinario

Jesús recurre al lenguaje parabólico para hablar del Reino de Dios. Lo compara con una semilla caída en tierra (no por azar, sino por la acción voluntaria de un sembrador) que va creciendo, porque tiene su propia potencia y dinamismo, sin que el sembrador sepa cómo, del mismo modo que una madre puede no saber cómo va creciendo el embrión que palpita en su vientre.

Lo compara también con un grano de mostaza, que, siendo una semilla tan pequeña, crece hasta convertirse en un arbusto donde pueden anidar los pájaros. Por tanto, algo muy pequeño en sus orígenes, pero con una capacidad de desarrollo tal que puede llegar a convertirse en algo grande y complejo. Sucedería como con la misma vida (animal y humana) en sus estadios más complejos, que comienza siendo una simple célula con un núcleo que contiene toda la información (el ADN) necesaria para su multiplicación y desarrollo posterior.

Eran parábolas que tenían su anticipo y precedente en la literatura profética, como nos recuerda el profeta Ezequiel: Arrancaré –decía él poniendo esta comparación en boca del mismo Dios- una rama del alto cedro y la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé frutos y se haga un cedro nobleAnidarán en él aves de toda pluma… Y todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor.

El sueño de Israel, como el de la mayoría de los pueblos que empiezan a ser conscientes de su poderío, era convertirse en una nación poderosa y dominadora (como el cedro frondoso). Pero sus aspiraciones político-militares se vieron truncadas por el destierro y la esclavitud. En este momento histórico se había convertido en un árbol destrozado y carente de frutos: un cedro noble, pero caído. Dios le había hecho pasar por la aflicción del destierro y la sumisión a un pueblo extranjero. Era el destierro de Babilonia, que se prolongó durante setenta años. Pero tras la herida vendrá la cura; tras la purificación, la restauración.

           Dios había decidido tomar una rama, el brote más frágil y tierno del árbol, para plantarla de nuevo en Sión, la montaña más alta de Israel. Ese brote era el resto: lo que quedaba de aquella nación orgullosa y prepotente después del exilio, un pueblo purificado y humilde, los pobres de Yahvé. Ellos serán los que restauren el templo de Jerusalén e inicien un período de recomposición conforme a la Ley y a sus tradiciones, y en su tierra.

De este resto saldrá el Mesías-Salvador, brote de la raíz de Jesé. Y del Mesías, el Reino y la Iglesia: al principio, una semilla muy pequeña: una palabra que llama, que enseña, que guía, que esclarece, que anuncia… y un grupo de seguidores congregados en torno a esa Palabra que pervive tras su muerte y se revela más fuerte que la muerte, que sigue congregando y haciendo discípulos, que crece hasta cambiar la faz del Imperio, hasta transformar, como la levadura, esa sociedad pagana, hasta entonces hostil al cristianismo, en sociedad cristiana; hasta hacer de perseguidores como Saulo de Tarso apóstoles dispuestos al martirio.

Vivimos tiempos de descristianización o de retorno a un paganismo de carácter ateo, aunque no por ello carente de formas idolátricas que persiguen casi miméticamente llenar el vacío dejado por la ausencia de Dios. En semejante terreno (o erial) difícilmente puede prender la buena semilla del evangelio, aun siendo ésta muy resistente a las inclemencias del tiempo y a la aridez de terrenos desérticos, pedregosos o salvajes.

A veces, la semilla que parecía muerta comienza a germinar de nuevo, revive, al impacto de un acontecimiento que acaba provocando una profunda conmoción, al modo de una descarga eléctrica. El sembrador que esparce la semilla o el pastor que sale tras la oveja perdida no se dan fácilmente por vencidos. A la vista de este panorama, los últimos papas han hablado de la necesidad de una nueva evangelización en la que se supone una nueva siembra, pero no con una semilla distinta de la empleada en la primera, y ya antigua, evangelización.

Tal vez, como el antiguo pueblo de Israel, necesitamos una cura de humildad, un tomar conciencia de nuestra fragilidad y pequeñez, y de la necesidad que tenemos de Dios para crecer personal y eclesialmente; pues Él y sólo Él es el que da el crecimiento. Nosotros podremos sembrar, abonar, labrar y regar la tierra, pero el crecimiento lo da Él. Confiemos, por tanto, en Él.

Su palabra podrá encontrar en un determinado momento histórico más dificultades para germinar y crecer, porque las condiciones de la siembra y de la tierra no sean las mejores. Puede que el viento de la incredulidad haya resecado y endurecido demasiado el terreno; puede que la dejadez y la indolencia de los labradores haya favorecido el crecimiento indiscriminado y nocivo de malas hiervas, de cardos y espinas; puede que la tierra en la que se deposita la semilla haya perdido profundidad por falta de reflexión o exceso de distracciones. Son los obstáculos que encuentra la semilla en su germinación y desarrollo.

Pero la palabra de Dios no ha perdido su eficacia ni su potencia, porque es de Dios y Dios sigue vivo, aunque muchos lo imaginen o lo deseen muerto. Y para Dios no hay obstáculos. Dios lo puede todo. Dios puede vencer las resistencias de las libres voluntades, de las voluntades más rebeldes. Esta es la confianza que debe animar a los evangelizadores, pero estos no deben olvidar nunca que para evangelizar a los demás antes tienen que haberse dejado evangelizar ellos mismos; pues el primer modo de evangelizar –como recordaba Pablo VI- es el testimonio de una vida cristianamente vivida.

Por ahí tiene que comenzar toda evangelización: por una vida vivida en justicia, en honestidad, en caridad, en paciencia, en mansedumbre, en humildad. La palabra se incorporará para dar razón de este modo de vida. Sólo así será creíble y eficaz.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

I Vísperas – Domingo XI de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XI de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos.
Él es nuestra salvación,
nuestra gloria para siempre.

Si con él morimos, viviremos con él;
si con él sufrimos, reinaremos con él.

En él nuestras penas, en él nuestro gozo;
en él la esperanza, en él nuestro amor.

En él toda gracia, en él nuestra paz;
en él nuestra gloria, en él la salvación. Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

LECTURA: Hb 13, 20-21

Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús anunciaba el reino de Dios con muchas parábolas.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús anunciaba el reino de Dios con muchas parábolas.

PRECES
Recordando la bondad de Cristo, que se compadeció del pueblo hambriento y obró en favor suyo los prodigios de su amor, digámosle con fe:

Muéstranos, Señor, tu amor.

Reconocemos, Señor, que todos los beneficios que hoy hemos recibido proceden de tu bondad;
— haz que no tornen a ti vacíos, sino que den fruto, con un corazón noble de nuestra parte.

Oh Cristo, luz y salvación de todos los pueblos, protege a los que dan testimonio de ti en el mundo
— y enciende en ellos el fuego de tu Espíritu.

Haz, Señor, que todos los hombres respeten la dignidad de sus hermanos,
— y que todos juntos edifiquemos un mundo cada vez más humano.

A ti, que eres el médico de las lamas y de los cuerpos,
— te pedimos que alivies a los enfermos y des la paz a los agonizantes, visitándolos con tu bondad.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos,
— cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas y, pues el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia para guardar tus mandamientos y agradecerte con nuestras acciones y deseos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Inmaculado Corazón de María

1.- Oración introductoria.

Señor, ayer celebramos tu fiesta, la fiesta del corazón, la fiesta del amor. Hoy, trasvasamos esa misma fiesta a tu madre. ¿No es el corazón de una madre el lugar de la mejor fiesta para cada hijo?  Y el corazón de María fue en este mundo  el lugar privilegiado para ti, Señor. Era la cuna  donde Tú descansaste de niño. Allí aprendiste a escuchar el latido del corazón de una madre, de todas las madres y de toda la humanidad.

2.- Lectura reposada del Evangelio: Lucas 2, 41-51

María y José iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. Él les dijo: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

3.- Qué dice el texto

Meditación-reflexión.

Quiero comenzar mi reflexión con estas palabras de María: Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. Y me da devoción poner una admiración en estas palabras: ¡TU PADRE Y YO!  Tu padre y yo siempre estamos juntos. Jamás discutimos y menos ahora.  Tu padre y yo sólo vivimos para ti.  Eres el centro de nuestra ocupación y preocupación. Por ti trabajamos de día y contigo soñamos de noche. Si tú te pierdes, nosotros desaparecemos. San José es el hombre sencillo, humilde, nunca aparece. Por eso María tiene interés en  sacarlo a la escena, aunque sólo sea para nombrarlo, aunque sólo sea para decir que es un esposo maravilloso y un padre encantador ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi padre? Y nos dice el mismo texto: “Pero ellos no comprendieron”. Tampoco le pidieron ninguna explicación. “Aceptaron el misterio y cargaron con él”. Si hubieran intentado abrirlo, lo hubieran estropeado. El misterio es de Dios y sólo de Dios. El misterio es lo que rebasa al hombre, le trasciende,  le supera, y, al mismo tiempo, le estremece y le fascina.  Y es precisamente ese MISTERIO el que María conserva en su corazón.  Es la riqueza suprema  de un Dios Inmenso, Infinito, que el hombre apenas puede vislumbrar. Respecto al Evangelio, conviene unir dos frases: “Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos”. (Jn. 20,30) Y la del evangelio de hoy: Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”. Muchas palabras, muchos signos, mucha vida de Jesús no ha quedado consignada por escrito. Pero no hay que temer. Todo está conservado cuidadosamente en el corazón de la Virgen. María es el “quinto evangelio”, el más amplio, el más rico, el más gustado, el más experimentado. No dejemos nunca de ir a beber en la fuente de este quinto evangelio.

Palabra del Papa.

“Jesús permaneció en esa periferia durante treinta años. El evangelista Lucas resume este período así: Jesús “estaba sujeto a ellos [es decir a María y a José]”. Y uno podría decir: ‘Pero este Dios que viene a salvarnos, ¿perdió treinta años allí, en esa periferia de mala fama?’. ¡Perdió treinta años! Él quiso esto. El camino de Jesús estaba en esa familia. “Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”. No se habla de milagros o curaciones, de predicaciones —no hizo nada de ello en ese período—, de multitudes que acudían a Él. En Nazaret todo parece suceder ‘normalmente’, según las costumbres de una piadosa y trabajadora familia israelita: se trabajaba, la mamá cocinaba, hacía todas las cosas de la casa, planchaba las camisas… todas las cosas de mamá. El papá, carpintero, trabajaba, enseñaba al hijo a trabajar. Treinta años. “¡Pero qué desperdicio, padre!”. Los caminos de Dios son misteriosos. Lo que allí era importante era la familia. Y eso no era un desperdicio. Eran grandes santos: María, la mujer más santa, inmaculada, y José, el hombre más justo… La familia”. (S.S. Francisco, Audiencia General del 17 de diciembre de 2014).

4.- ¿Qué me dice hoy a mí este evangelio ya comentado? (Silencio)

5.-Propósito. Cuando me encuentre triste, solo, sin ganas de leer el evangelio escrito, voy a ir al evangelio de María. Allí encontraré la respuesta concreta, medida y recortada para mí hoy.

6.- Dios me ha hablado a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración. 

Gracias, Dios mío, por tu madre. Gracias porque nos la dejaste también a nosotros antes de morir. Es un bonito regalo. Tiene manos de madre, pies de madre, ojos de madre, pero ante todo, tiene CORAZON DE MADRE. Ella no es meta sino camino. Ella no quiere ser protagonista de nada. Su ilusión es siempre darnos a Jesús, el fruto bendito  de su vientre. ¡Gracias, Señor!

         ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Sembradores de sonrisas y de comprensión

1.- LABRANTÍO DE DIOS.- El hombre de campo cuida la tierra con empeño y ternura. El buen labrador rotura la tierra, abriendo anchos surcos para que la semilla se arrope, ahonde sus raíces sanas y eche sus brotes verdes. El que planta y trasplanta, el que injerta y poda. Con una gran ilusión por el fruto que llegará. Con una larga paciencia espera confiadamente en el momento de la cosecha final.

Dios es un labrador bueno, un campesino experto que escoge una rama tierna de cedro alto y frondoso, para plantarla en la cima de un monte elevado. Con la gran ilusión de quien planta un árbol, soñando con el día en que crezca hasta hacerse un cedro grande y espeso. Y sea un recuerdo perenne de la mano que un día remoto lo plantó.

Cristo es la rama florecida del tronco añoso de Jesé. El alto cedro que creció en la casa de Israel, en el monte Sión. Cedro que une el cielo y la tierra, árbol noble que extiende sus ramas dando sombra y frescor ante el fuego del sol de verano, protección y abrigo en los fríos del duro invierno… Pájaros sedientos que se asfixian bajo un sol de justicia, pájaros sin nido que se estremecen en el frío de las noches largas. Eso somos muchas veces y sólo tenemos un árbol donde guarecernos, el de la Cruz. Cristo, verde retoño florido que llenará de esperanza el vacío de nuestro dolor desesperanzado.

Figura del labrador que Dios se aplica a sí mismo en repetidas ocasiones, dándole diversos sentidos, agotando toda la riqueza de su contenido. Dios ante ti como el labrador ante su viña, como el hortelano ante sus árboles frutales, como el jardinero ante sus flores. Eres un árbol plantado por Dios en su finca, en esta ancha tierra suya que es el mundo. Un árbol plantado con cariño, con mucha esperanza e ilusión.

Y Dios cuida cada día de sus árboles. Poniendo un especial esmero en los que son débiles y pequeños, cortando de raíz a los que van torcidos, sin crecer por las guías que Él mismo ha señalado. Y ese árbol seco lo riega hasta que de nuevo sus hojas sean verdes y sus frutos jugosos. Y a esos otros que sólo tienen hojas, sin acabar de dar fruto, los descuaja, los quema porque están podridos por dentro y sólo sirven para el fuego.

Deja que Dios haga las cosas a su modo, permítele que doblegue tu vida para encaminarla por la dirección que Él conoce mejor que tú. Déjale que corte, que raspe, que pode. Y serás un árbol que dé buenos frutos, el revés de ese árbol seco ennegrecido que eres sin Dios. No seas soberbio, no resistas la acción divina, no te empeñes en torcer tu vida por los vericuetos que te sugiere tu loca imaginación. Crece en el sentido de Dios, y serás, como Cristo, un árbol en forma de Cruz del que penda la salvación del mundo entero.

2.- LA MEJOR SIEMBRA.- Jesús se acomoda al hablarnos a nuestro modo de entender, usa las imágenes que constituyen el quehacer diario de nuestra vida ordinaria. Desea que comprendamos bien su doctrina para que así podamos más fácilmente llevarla a la práctica. Al fin y al cabo lo que el Señor pretende no es lucir su sabiduría ni deleitar a sus oyentes, sino sencillamente que mejoremos nuestra conducta cada día, que nos asemejemos más y más a Él.

Hoy nos habla de la semilla que se siembra y que día y noche va creciendo sin que se sepa cómo, en silencio y de forma casi desapercibida. Cuando llegue el momento, la espiga habrá granado y la cosecha será una feliz realidad. Así ha de ser también nuestra propia vida, una siembra continua de buenas obras y de buenas palabras. A veces puede ocurrir que nos parezca inútil hacer el bien, dar un consejo a los demás, o llevar a cabo un trabajo sin brillo, ocultos en el mayor de los anonimatos. Entonces hemos de pensar que ni un solo acto hecho por amor de Dios quedará sin recompensa. Hasta la más pequeña de las semillas alcanzará, si se siembra, el gozo de su propio fruto.

La más pequeña semilla, la actividad más insignificante, el papel más sencillo de la gran comedia, todo tiene su dinamismo interno que, día y noche, va creciendo a los ojos de Dios y preparando el fruto, si no estropeamos la sementera con la rutina, el cansancio o la mediocridad. Cuando llegue el momento de bajar el telón y suene el aplauso de Dios, entonces descubriremos el secreto maravilloso de la pequeña semilla que, sin darnos cuenta, creció y dio frutos de vida eterna.

Sembradores incansables que echan a manos llenas, en amplio y generoso abanico, la simiente divina que Dios nos ha entregado desde que, por medio del Bautismo, hemos comenzado a ser hijos suyos. Sembradores que creen en el valor divino de cada uno de los momentos, que viven unidos a Dios por la gracia santificante. Sembradores de sonrisas y de comprensión, de esfuerzos por un trabajo bien hecho. Alegres y esperanzados siempre, persuadidos de que, aunque no se vea, el grano que se siembra nunca se pierde, sino que dará al final su preciado fruto.

Antonio García-Moreno

Comentario – Sábado X de Tiempo Ordinario

(Mt 5, 33-37)

Cuando Jesús quiere llevarnos a un cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios no sólo nos pide un cambio del corazón o una «interiorización» de la ley. Pide también una forma de vivir y una manifestación exterior de lo que queremos y somos por dentro. Esa es una de las características del evangelio de Mateo.

No se trata de oponer lo interior a lo exterior o de quedarnos solamente con las buenas intenciones de nuestro interior, se trata de lograr una armonía entre nuestra intimidad y nuestra forma de actuar.

Este texto nos muestra que cuando Jesús nos invita a buscar la perfección, también nos propone un cambio en lo que hacemos y en lo que decimos. Por eso nos indica que no basta con evitar los juramentos falsos, sino que es necesario vivir de tal manera que no sea necesario jurar.

Si cuando decimos «sí» luego es realmente sí, entonces los demás no necesitarán exigirnos juramentos para creer en nuestra palabra. Las personas que necesitan acudir a muchos testigos y jurar ampulosamente para lograr que crean en su palabra, tienen que preguntarse si no es necesario un cambio de fondo en su forma de actuar para que su palabra sea más digna de crédito.

Y recordemos que hay un hermoso modelo de un «sí» que fue siempre sí, un sí verdaderamente fiel hasta permanecer de pie junto a la cruz de su hijo: el sí de María. Ella no necesitaba jurar.

Oración:

«Señor, libérame de la falsedad y de las palabras mentirosas; concédeme la coherencia entre mis palabras y mi vida para que los demás puedan creer en mí y no necesite demostrar la verdad de lo que diga».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Gaudium et Spes – Documentos Vaticano II

Tarea de cada fiel y de las Iglesias particulares

91. Todo lo que, extraído del tesoro doctrinal de la Iglesia, ha propuesto el Concilio, pretende ayudar a todos los hombres de nuestros días, a los que creen en Dios y a los que no creen en El de forma explícita, a fin de que, con la más clara percepción de su entera vocación, ajusten mejor el mundo a la superior dignidad del hombre, tiendan a una fraternidad universal más profundamente arraigada y, bajo el impulso del amor, con esfuerzo generoso y unido, respondan a las urgentes exigencias de nuestra edad.

Ante la inmensa diversidad de situaciones y de formas culturales que existen hoy en el mundo, esta exposición, en la mayoría de sus partes, presenta deliberadamente una forma genérica; más aún, aunque reitera la doctrina recibida en la Iglesia, como más de una vez trata de materias sometidas a incesante evolución, deberá ser continuada y aplicada en el futuro. Confiamos, sin embargo, que muchas de las cosas que hemos dicho, apoyados en la palabra de Dios y en el espíritu del Evangelio, podrán prestar a todos valiosa ayuda, sobre todo una vez que la adaptación a cada pueblo y a cada mentalidad haya sido llevada a cabo por los cristianos bajo la dirección de los pastores.

La paciencia en la construcción del Reino

1– El profeta de la esperanza mesiánica. Los exiliados en Babilonia, especialmente después de la destrucción de Jerusalén, perdieron toda esperanza y padecían mucho recordando junto a los canales la solemnidad de las fiestas que en otro tiempo celebraban en el templo de Jerusalén. Tenían que soportar las burlas de un pueblo extranjero que les había vencido y deportado y que interpretaba su victoria como una victoria de sus dioses sobre Yahvé. Todos estos sentimientos los hallamos recogidos en algunos salmos compuestos en el destierro. Ezequiel anuncia el restablecimiento de la dinastía de David. Yahvé mismo trasplantará un retoño y éste crecerá en el más alto monte de Israel, en Sion, hasta convertirse en un cedro frondoso en el que anidarán toda clase de aves. Se trata, pues, de una profecía mesiánica, alusión a un señorío universal a cuyo amparo acudirán todos los pueblos. Esta imagen la encontramos de nuevo en la parábola evangélica del grano de mostaza del evangelio de hoy. El soberbio árbol del imperio de Babilonia será humillado por Yahvé, que ensalzará al humilde árbol de la casa de David.

2.- El encuentro con el Señor. El hombre tiene su verdadera patria en el Señor y ahora en este mundo está desterrado. No está claro si Pablo se refiere a la parusía del Señor o si aquí afirma también un encuentro con el Señor en la muerte individual de los creyentes. Seguramente en la mente de Pablo está también afirmar que el sentido de la muerte individual es un encuentro con el Señor. De todas formas, lo importante es en este mundo aceptar la responsabilidad cristiana y agradar al Señor, ante quien todos comparecerán para ser juzgados. Pero sabemos que en ese juicio Dios actúa con misericordia, es un juicio para la salvación, a pesar de nuestros pecados.

3.- Colaboradores del Reino de Dios. Hoy Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: un hombre echa el grano en la tierra; el grano brota y crece. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en la santidad y la gracia, la verdad y la vida, la justicia, el amor y la paz. La semilla de la que habla el evangelio tiene una fuerza que no depende del sembrador. Una vez sembrada, crece misteriosamente hasta dar fruto, sin que el sembrador intervenga. Este ni siquiera sabe cómo acontece todo el proceso de crecimiento de la semilla. Lo mismo ocurre con el Reino de Dios, que nadie puede detener y ha de llegar a su plenitud cuando sea la hora. La Iglesia está todavía en camino hacia la plena manifestación y el establecimiento definitivo del Reino. Lo importante en la segunda parábola es la desproporción entre la pequeñez del principio (grano de mostaza) y la magnitud del final (el arbusto). Este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Hoy el Señor nos invita a sembrar con la humildad de quien sabe que la semilla, que es la Palabra, hará su obra por la fuerza divina que posee, y no por la eficacia humana que nosotros queramos darle. Por eso el evangelizador debe ser consciente de que es un colaborador de Dios y no el dueño que pueda manipular a su arbitrio la salvación. Aprendamos a trabajar por el Evangelio sin querer violentar los caminos de Dios. Aprendamos a escuchar al Señor y a llevar su mensaje de salvación orando para que el Señor haga que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en aquellos que son evangelizados. El Reino de Dios es la civilización del amor, de la que hablaba Pablo VI.

José María Martín OSA

El viajante

1.- Esta sencilla parábola de hoy diría yo que podía haber sido inventada por el Departamento Comercial de una distribuidora de semillas, o por un representante o viajante de buenas semillas. Su slogan podría ser “Sólo siembre y recoja”, o “De la siembra a la recolección”, o, mejor, “Sestee mientras crece…” Como buen comerciante exagera un poco, no en las alabanzas de la semilla, que en eso es honesto, sino en restar importancia al trabajo del labrador. Es verdad que éste no sabe ni el cómo, ni el cuándo del desarrollo de la semilla, pero tampoco puede estarse sentado jugando al dominó con el boticario, el alcalde y el barbero.

2.- ¿Alguno de vosotros ha sido viajante o representante, y ha ido de tienda en tienda, o de cliente en cliente, tratando de conseguir un buen pedido? Mi padre lo fue. El viajante siempre molesta, estorba, llega a la hora inoportuna. Se le atiende el último y ya se supone que o miente o exagera. Yo también fui de alguna manera viajante yendo de casa en casa, tratando de conseguir ayuda para la Misión de Japón. Y me hicieron esperar, hube de subir por escaleras de servicio y de alguna casa me despidieron

Jesús fue también fue viajante, y pateó los caminos de Judea y Galilea vendiendo la Palabra de Dios, vendiendo el amor de Dios a todos y le echaron de Nazaret, los de Gerasa le invitaron a marcharse, los de la aldea de Samaría no le echaron porque en realidad no le dejaron ni entrar. No aceptaron sus ofertas, ni siquiera quisieron mirar su muestrario: “sino creéis a mis palabras creed a mis obras”. Y lo trataron de charlatán y sacamuelas, de comilón y borracho.

Y para mostrarles que la mercancía que traía era buena, que merece la pena creer a Dios y que lo que mejor puede uno hacer es dar la vida por los demás, les hizo una demostración dando libremente su vida.

3.- La semilla que representa Jesús es la Palabra de Dios. Es palabra hecha de amor. Y Jesús nos dice que aunque no sabemos ni cómo ni cuándo, pero que ese amor prenderá: “He venido a traer fuego al mundo y qué quiero sino que arda”. Todos sabemos, por desgracia, los incendios forestales que puede producir un rescoldo mal apagado. Pues así prenderá, cuando menos pensemos la chispita de amor que trae el Señor.

La Semilla de la Palabra de Dios, de esa Palabra-Amor, es eficaz por si misma y nadie puede coartarla. La misma Iglesia tuvo aherrojada la Sagrada Escritura durante siglos por miedo a errores y herejías, sin saber la gran verdad que encierra el dicho oriental: “Si cierras tu puerta a todos los errores, dejarás en la calle también a la misma verdad”. Pues a pesar de eso la Palabra prendió en el pueblo y siempre hubo frutos de santidad en todas partes.

4.- La semilla que Jesús trae en su muestrario es esa misma Palabra de Dios, ¡eficaz!

–una palabra que creo el mundo

–una palabra que curó al leproso

–una palabra que resucitó a Lázaro

–una palabra que perdonó a la Magdalena y al ladrón

El Señor nos pide que tengamos confianza en su semilla, que:

–no la ahoguemos con demasiada agua

–no la quememos a fuerza de abono

–no la metamos prisa con impaciencias

–no exijamos fruto a destiempo.

Dejemos que la Palabra de Dios haga su obra con la fuerza suave de Dios, no a golpazos humanos, sino con la caricia del agua cantarina de los ríos. La mano suave de las olas es la que forma la arena acariciante de las playas.

5.- Hagámonos viajantes con el Señor, llevemos nuestro muestrario: el gesto amigable, la sonrisa acogedora, la muestra de atención, la señal de cercanía. Y dejemos que esas chispas de bondad prendan en los demás y el incendio es seguro. La cosecha será un día abundante aunque no sepamos nosotros ni el cómo ni el cuándo…

José María Maruri, SJ

El Reino de Dios va creciendo cada día

1.- Después de 4 meses en donde hemos celebrado la resurrección, con la preparación en Cuaresma y la vivencia en la Pascua, además de los domingos de la Santísima Trinidad y del Corpus, retomamos, con este domingo, el hilo del tiempo ordinario. Un tiempo en el que seguimos haciendo lectura continuada del evangelio de Marcos, con el deseo de profundizar en nuestro seguimiento de Jesús y ser más y mejores discípulos suyos.

2.- El tiempo ordinario en la liturgia nos invita a fijarnos en lo cotidiano de nuestra fe, en el día a día, en la fidelidad constante que nos pide el Señor a nuestra condición de discípulos, en el compromiso de hacer que su Palabra llegue cada vez más a nuestra vida y la haga más cristiana, más al estilo de Jesús. Esta Palabra es la mejor escuela para aprender de Jesús. Y Jesús enseñaba, sobre todo, con sus parábolas.

3.- Jesús con sus parábolas se hacía entender por todos, acercaba el mensaje del Reino de Dios a la sencillez de la vida de aquellas personas, tomando una escena de su vida cotidiana y desvelando al Dios cercano, Padre de todos, que ama la vida y está en ella. Lo mismo hace el profeta Ezequiel en la primera lectura. De la rama pequeña de un árbol, plantada de nuevo, Dios va a hacer surgir un futuro de esperanza para el pueblo de Israel, que vive tiempos de crisis. Son imágenes simbólicas que no necesitan muchas explicaciones porque son cotidianas y accesibles para todos.

4.- En la primera parábola, Jesús compara el reino de Dios a una semilla sembrada en la tierra. El sembrador hace su tarea, pero después, mientras él descansa, “la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola. Primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Es una imagen que invita a confiar en que Dios, después de nuestro trabajo, también hace el suyo, que es el que hace eficaz el nuestro.

5.- En la segunda parábola, Jesús compara el reino de Dios con un grano de mostaza: “al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”. Esta parábola nos hace reflexionar sobre lo pequeño, sobre lo que nosotros pensamos que cuenta poco, o más bien nada. Con eso es con lo que actúa Dios, para confundir a sabios y entendidos. San Pablo decía aquello de que “la fuerza de Dios se manifiesta en mi debilidad”, precisamente para que se vea que es Dios el que actúa. El grano de mostaza que, al ser pequeño, puede ser considerado por muchos como algo despreciable o inútil, es para Dios un grano lleno de vida y de fuerza.

6.- El reino de Dios va creciendo cada día. Ese es el mensaje que nos transmiten estas parábolas. Y crece de manera sencilla, con el esfuerzo y el trabajo de muchos de nosotros, pero, sobre todo, con la acción de Dios, que supera nuestras debilidades y nuestra fragilidad, y que “endereza el tronco”, para que no hagamos crecer “nuestros pequeños reinos de taifas”, sino que sea como Dios quiere, que sea su reino el que crezca entre nosotros.

7.- Dios sigue sembrando en los corazones de muchas personas la inquietud por como están las cosas, la esperanza en un futuro mejor, el deseo de una vida más digna para todos… son las pequeñas semillas de una nueva humanidad. Habrá que estar atento, acoger todo eso, rezar cada una de nuestras acciones, para que verdaderamente sea el reino de Dios el que crezca, para que el fruto que se produzca sea la felicidad para todas las personas, sin distinción. Eso es lo que quiere Dios. Ese es su Reino.

Pedro Juan Díaz