Lectio Divina – Lunes XI de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria.

Señor, hoy necesito que me abras de par en par el oído interno, el oído del corazón, porque es una enormidad lo que me propones. No te limitas a decirme que yo no responda al mal con otro mal según la ley del talión, sino que responda al mal con bien. Esto me supera, no lo entiendo, y humanamente, hasta me parece injusto. Por eso, hoy más que nunca, necesito que venga sobre mí la gracia del Espíritu Santo para que pueda vislumbrar aquello que me es imposible captar con la razón.

2.- Lectura reposad del evangelio. Mateo 5, 38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.

3.-Qué dice el texto bíblico.

Meditación-reflexión

Aquí se habla de la ley del talión. Y, en aquel entonces, supuso un avance con relación a las costumbres de otros pueblos, ya que, con esta ley, no se podía hacer al enemigo más daño que el que te había hecho él. No podía propasarse incentivado por el deseo de venganza. (Si alguien te ha hecho daño en un ojo, y te ha dejado tuerto, tú puedes dejarlo tuerto, pero nunca ciego). Hay que pensar que en esos momentos no existía la creencia de la vida futura. Todo debía resolverse en esta vida. No había policías. La ley estaba dada para todos; incluso para el hijo del rey. Y, sobre todo, respondía al principio racional de “no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”. O si queréis, experimenta en tu propia carne lo que has hecho sufrir al hermano. Pero esta ley “razonable” no encaja con el programa de Jesús. Va más allá. Jesús parte del convencimiento de que el amor que Él nos trae y que Él está viviendo, tiene tanta fuerza que no hay mal que se le resista. Es como cuando sale el sol y derrite la escarcha y la nieve. Por eso puede poner la otra mejilla, puede dar la ropa interior cuando sólo le piden la exterior, y puede caminar con la carga que le ha impuesto el soldado enemigo unas millas más que las que le pedía que hiciera con él. No se trata de un amor de igualdad, ni de un amor razonable, sino que se trata de un amor desinteresado, que inunda, desborda y lanza a unas metas insospechadas. Se trata de poner en práctica lo que nos dice San Pablo en Ro. 12,21: “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal a fuerza de bien”.

Palabra del Papa.

“Esta página evangélica se considera la carta magna de la no violencia cristiana, que no consiste en rendirse ante el mal -según una falsa interpretación de «presentar la otra mejilla»-, sino en responder al mal con el bien, rompiendo de este modo la cadena de la injusticia. Así, se comprende que para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El amor a los enemigos constituye el núcleo de la «revolución cristiana», revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor, un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los «pequeños», que creen en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida”. Benedicto XVI, 18 de febrero de 2007.

4.- Qué me dice hoy a mí este texto evangélico ya meditado. (Guardo silencio)

5.- Propósito. Hoy rezaré por la persona con la que me llevo mal.  Y así ablandaré mi corazón y me prepararé para el encuentro.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, te agradezco el haberme metido “mar adentro” en este terreno del amor. No voy a discutir contigo porque Tú lo has vivido antes de predicarlo. Te injuriaban, se mofaban de Ti, se divertían contigo, y, como respuesta, Tú les perdonabas y les excusabas. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Tu grandeza de alma recrimina mi pequeñez; tu amor desbordante, mi mezquindad; tu amor misericordioso, mi miseria. Sólo mirando lo grande y maravilloso que Tú eres, caigo en la cuenta de lo pequeño y miserable que soy yo.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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¿Aún no tenéis fe?

A la hora de embarcarse en un proyecto de vida, pueden presentarse ante nuestros ojos muchas posibilidades.

Podemos subirnos a la barca de la comodidad, toda llena de lujos y lisonjas. Suele ser una opción aparentemente libre de sobresaltos. Pero indiferente a la realidad y conformista. El hedonismo y el narcisismo que provoca suele ser un espejismo frustrante. Job estuvo a punto de subirse a ella, resignándose a quedarse como estaba, aceptando sus fracasos y miedos como la única posibilidad. Es curiosos, pero parece que se siente cómodo con sus lamentos e inmovilismo. Los justificaba culpando al Altísimo y enfrentándose a él: “es mejor vivir sin Ti, pues no mereces mi confianza”se atrevió a decir. “Sólo me tengo a mi mismo y a mis circunstancias”. Estaba decidido a quedarse en la mediocridad de las certezas inmediatas, por mucho que las heridas supuraran y la desesperanza fuera el horizonte. Es una opción facilona y que no exige demasiados planteamientos. Don Quijote se lo dijo a Sancho Panza: “al hombre se le esclaviza fácilmente por la vanidad y la soberbia”.

Podemos subir a la barca de lo mundano. Un camino que suele navegar en círculo, en torno a planteamientos personalistas o idealizados. Es una barca rutinaria, donde siempre se hace lo mismo. No es necesario pensar ni mirar lejos. Basta la inmediatez aparentemente exitosa y halagüeña, pero ciertamente errática. Es una opción que no permite crecer ni sentirse libre. Eso sí, parece estable y no necesita esfuerzos. Te dejas llevar, aunque no sabes a donde ni para qué.

Cuando Job comprendió que la realidad no giraba en torno a él, sino que pertenecía a Otro gracias al cual él existía, su percepción cambió. Aprendió, como Don Quijote enseñó a Sancho Panza, que la felicidad se logra abriéndose a la confianza de vivir las cosas pequeñas de la vida desde la grandeza de saber que se es hombre, infinitamente amado, llamado a grandes gestas. ¡Claro que es posible salir del atasco! Basta saber quién es el Señor en cuya compañía estamos.

Pablo aprendió que cuando se adquiere la perspectiva debida, apremia el amor. Alguien tomó la iniciativa de romper las amarras de la soberbia de la muerte, para poner la barca de la historia humana a navegar hacia el ansiado puerto seguro del Reino de Dios, que es su destino.

Al subir a la barca donde está Jesucristo, no se consideran las cosas desde la mediocridad, ni desde la avaricia. Al subirse a la barca de Jesús, las conveniencias y los ensueños acomodaticios se desvanecen. De pronto uno sabe que se adentra en la aventura de una eterna novedad. Puede que arrecien los vientos y puede que el oleaje suscite temores, puesto que la verdad siempre es incómoda y el amor, contrariamente a lo que pasa con el odio, permite percibir la realidad desde la perspectiva de su horizonte que es luminoso, sereno y vital.

Ser discípulo de Jesús proporciona la plena conciencia de uno mismo y suscita la verdadera responsabilidad de no confiar en nosotros mismos, sino sólo en El. Jesús, aún dormido, es garantía de salvación. Basta su palabra, un simple gesto, para que el mar, que sigue siendo proceloso y amenazante, se calme y la barca, lejos de zozobrar, se mantenga firme en su rumbo. El discípulo aprende que el apremio del amor de Jesús es causa de esperanza, garantía de vida y seguridad.

Cuando los discípulos descubren que sólo en la barca con Jesús hay vida y salvación, no tienen miedo de echar las redes y extender las pasarelas, aunque el agua y el salitre salpiquen. Así facilitan que quienes hayan caído por la borda de la desesperanza o de la autocomplacencia, puedan ser atraídos a la barca donde no se valora a nadie por las apariencias, sino que, simplemente, sin cobardías, se le ama. Donde no son los ruidos del odio y la injusticia quienes gobiernan, sino el silencio del que, por amor, dio su vida para que todos la tengan en abundancia.

D. Juan José Llamedo González, OP

Comentario – Lunes XI de Tiempo Ordinario

(Mt 5, 38-42)

Este texto nos presenta las mayores exigencias del evangelio, que tienen que ver con nuestra relación con los hermanos. De hecho, después de presentarnos estas exigencias, Jesús pide que seamos perfectos «como es perfecto el Padre celestial» (v. 48).

Así nos indica que estas exigencias marcan un camino de perfección, son un ideal que nunca alcanzamos del todo, como no podemos alcanzar la perfección del Padre, aunque intentemos imitarla lejanamente en nuestras acciones.

Jesús quiere completar el «ojo por ojo, diente por diente» que enseñaba el Antiguo Testamento (Éx 21, 24), porque en realidad con esa expresión se había querido limitar la costumbre de vengarse con creces que existía en el mundo antiguo. Es decir, se le pedía a alguien a quien se le había quitado un ojo, que no reaccionara asesinando a la esposa y a los hijos del que lo había agredido.

Lo que hace Jesús es profundizar ese paso que había dado el Antiguo Testamento y pide que ni siquiera se acuda a la venganza, que ni siquiera se acuda a la violencia para cobrarse el ojo perdido, sino que seamos capaces de reaccionar ante el mal con una respuesta generosa. No sólo nos pide que no entremos en la misma dinámica del que actúa con odio, sino que además mostremos al que nos ofendió el comportamiento opuesto, que ofrezcamos al mundo el testimonio de otra manera de actuar.

Pero eso no significa que no se pongan límites a los que actúan mal, que no se procure erradicar los malos ejemplos que dañan a la comunidad, ya que en el mismo evangelio de Mateo aparece la posibilidad de sancionar con dureza al que obra mal cuando es necesario hacerlo (Mt 18, 15-17).

Oración:

«Padre Dios, rico en misericordia, infunde en mí tu Espíritu Santo para que ya no reaccione de manera puramente humana, sino que ponga amor donde hay odio, ponga perdón donde hay ofensas. Ayúdame a reaccionar amando, como Jesús».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Gaudium et Spes – Documentos Vaticano II

Edificación del mundo y orientación de éste a Dios

93. Los cristianos recordando la palabra del Señor: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en el amor mutuo que os tengáis (Io 13,35), no pueden tener otro anhelo mayor que el de servir con creciente generosidad y con suma eficacia a los hombres de hoy. Por consiguiente, con la fiel adhesión al Evangelio y con el uso de las energías propias de éste, unidos a todos los que aman y practican la justicia, han tomado sobre sí una tarea ingente que han de cumplir en la tierra, y de la cual deberán responder ante Aquel que juzgará a todos en el último día. No todos los que dicen: «¡Señor, Señor!», entrarán en el reino de los cielos, sino aquellos que hacen la voluntad del Padre y ponen manos a la obra. Quiere el Padre que reconozcamos y amemos efectivamente a Cristo, nuestro hermano, en todos los hombres, con la palabra y con las obras, dando así testimonio de la Verdad, y que comuniquemos con los demás el misterio del amor del Padre celestial. Por esta vía, en todo el mundo los hombres se sentirán despertados a una viva esperanza, que es don del Espíritu Santo, para que, por fin, llegada la hora, sean recibidos en la paz y en la suma bienaventuranza en la patria que brillará con la gloria del Señor.

«Al que es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos, en virtud del poder que actúa en nosotros, a El sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, en todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.» (Eph3,20-21).

Todas y cada una de las cosas que en esta Constitución pastoral se incluyen han obtenido el beneplácito de los Padres del sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la autoridad apostólica a Nos confiada por Cristo, todo ello, juntamente con los venerables Padres, lo aprobamos en el Espíritu Santo, decretamos y establecemos, y ordenamos que se promulgue, para gloria de Dios, todo los aprobado conciliarmente.

Roma, en San Pedro, 7 de diciembre de 1965.

Homilía – Domingo XII de Tiempo Ordinario

1

Después de las parábolas, los milagros

Si el domingo pasado leíamos algunas de las parábolas de Jesús que incluye Marcos en su evangelio, hoy empezamos con algunos de sus milagros. Hay cuatro seguidos en Marcos: la tempestad calmada, el endemoniado de Gerasa (que no leeremos), la curación de la mujer con flujo de sangre y la resurrección de la hija de Jairo.

Después de la doctrina vienen las obras de Jesús, sobre todo las obras milagrosas. Así, con palabras y obras va revelando que el Reino de Dios, la fuerza salvadora de Dios, ya está presente y que está actuando en este mundo. Lo demuestra un Cristo Jesús que domina las fuerzas cósmicas, que cura las enfermedades, que libera de la posesión diabólica y que incluso resucita a los muertos.

 

Job 38, 1.8-11. Aquí se romperá la arrogancia

El de Job es un libro sapiencial del siglo V antes de Cristo. Job, ayudado – o mareado- por sus contertulios, se queja ante Dios por el problema del mal que existe en el mundo y que a él le ha afectado en su propia carne.

Después de un largo silencio, Dios contesta finalmente a Job. Hoy leemos un breve pasaje de esta respuesta: ¿cómo se atreve a quejarse Job a un Dios que es todopoderoso? ¿tendrá Job tal vez la respuesta, por ejemplo, al interrogante de cómo se formó el mar? De una manera llena de poesía, Dios describe este aspecto de su obra creadora: «¿quién cerró el mar con una puerta? ¿quién le puso las nubes como mantillas y las nieblas por pañales?, ¿quién es capaz de romper la arrogancia de las olas contra las rocas?».

La página de Job nos prepara para escuchar el pasaje del evangelio en que Jesús calma la tempestad y las olas encrespadas.

El salmo sigue también con el tema del mar, siempre objeto de admiración: «contemplaron las obras de Dios, sus maravillas en el océano», pero también amenazador por el viento y las olas. Prevalece la confianza en el poder y la bondad de Dios: «apaciguó la tormenta en suave brisa y enmudecieron las olas del mar», «dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia».

 

2 Corintios 5, 14-17. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado Pablo reflexiona sobre el cambio que para él ha supuesto la fe en Cristo, y el que debería representar para todos los cristianos.

Si antes juzgaba a Cristo «según la carne», o sea, con ojos meramente humanos, «ahora, ya no». La muerte y resurrección de Cristo es algo que tiene consecuencias, para que todos vivan «no para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos».

Para Pablo la fe en Cristo nos lleva a una novedad radical: «el que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado».

 

Marcos 4, 35-40. ¿Quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

El primero de los milagros que nos narra Marcos es el de la tempestad calmada.

El relato es breve pero muy vivo: las olas encrespadas por el viento contrario -cosa que en el lago de Tiberíades suele suceder con frecuencia e inesperadamente-, el susto pintado en el rostro de los apóstoles, Jesús dormido tranquilamente en popa, recostado en un almohadón, la queja de los discípulos que parecen increparle el que duerma y se despreocupe de su suerte, el mandato lacónico de Jesús a la tempestad (una especie de exorcismo cósmico), la calma repentina, pero también -y es lo que a Marcos le interesa más, para que saquen las consecuencias sus lectores- la queja, esta vez de Jesús hacia sus apóstoles: ¿por qué tenéis miedo? ¿por qué tenéis tan poca fe?

Nada extraño que los apóstoles queden aún más asustados ante esta demostración de poder de Jesús, incluso sobre las fuerzas cósmicas: «¿quién es este? Hasta el viento y las aguas le obedecen».

 

2

Tempestades y miedos

El mar ha sido siempre, en particular en el mundo bíblico, una fuerza natural digna de admiración, pero también llena de amenazas, sinónimo de peligro y del lugar donde habita el maligno. Eso no sólo para las embarcaciones que navegan por él -como aquellos discípulos que eran pescadores experimentados, pero aquel día temieron lo peor- como para los habitantes de sus cercanías: que se lo pregunten a las víctimas del último «tsunami» o maremoto de Asia.

Una tempestad es también un buen símbolo de las crisis humanas, personales y sociales. Todos experimentamos alguna vez en nuestra vida borrascas pequeñas o no tan pequeñas, y nos sentimos zarandeados y mareados por la fuerza de las olas. Tanto en la vida personal como en la social y en la eclesial, a veces nos toca remar contra corrientes y vientos contrarios, y da la impresión de que la barca -por ejemplo la barca de la Iglesia, que navega por el mar de este mundo y no precisamente en un crucero de placer- se va a hundir.

Nuestro corazón está a veces agitado y nos entra el miedo y el cansancio, o nos asaltan dudas y mareos. Puede haber en nuestra vida turbulencias ideológicas e interrogantes muy serios sobre la existencia del mal en el mundo, o sobre la Iglesia misma, o la actualidad de su doctrina moral, o el mal ejemplo de algunos de sus pastores o la escasez de vocaciones. Otras veces nos zarandean dudas incluso de fe y crisis personales de fidelidad.

 

Hombres de poca fe

A los cristianos no se nos ha prometido una travesía pacífica del mar de esta vida, aunque llevemos a Cristo en la barca. Nuestra historia es a veces una historia de tempestades. Cuando Marcos escribe su evangelio, la comunidad cristiana sabe ya mucho de persecuciones y de dificultades.

Además, muchas veces parece que Dios calla y se muestra indiferente a nuestros males y Cristo está pacíficamente dormido mientras los demás luchan por su vida. Seguro que alguna vez también a nosotros nos ha venido espontánea una oración de protesta, quejándonos de esta aparente lejanía de Dios y con deseos de gritarle como Job a Yahvé, o como los apóstoles a Jesús: ¿por qué duermes? ¿no te importa que nos hundamos? Haríamos nuestras con gusto las preguntas que los salmistas se atreven a dirigir a Dios: «Señor, no te quedes callado, despiértate, levántate y defiéndeme», «despierta ya, ¿por qué duermes, Señor? ¿por qué ocultas tu rostro?», «¿hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?»…

Tal vez merecemos también nosotros, en estas circunstancias, un reproche del Dios todopoderoso y misericordioso, al que se nos ocurre pedir cuentas de por qué permite el mal, o de Cristo, que nos tiene que echar en cara nuestra poca fe, aun después de haber presenciado que domina no sólo las enfermedades y la muerte, sino también las fuerzas de la naturaleza: ¿por qué sois tan cobardes? ¿por qué tenéis tan poca fe?

Nos hace falta más fe, una fe que nos ayude a remar contra viento y marea. El Dios que es creador omnipotente es a la vez Padre. El que creó el mar es a la vez el Dios salvador y cercano. ¿Cómo podemos pensar que no busca nuestro bien? Ese Jesús que está en nuestra barca, aunque le veamos dormido, ¿cómo podemos sospechar que no le importa nuestro destino, o que permanece indiferente ante la posibilidad de que cada uno de nosotros se hunda o no? También la muerte injusta de Jesús en la cruz podía suscitar interrogantes dramáticos, pero Dios sacó bien de esa muerte para toda la humanidad.

Lo que pasa es que Dios a veces parece callar o dormir. En vez de responder racionalmente a nuestras preguntas, nos plantea él a nosotros otras, como Yahvé a Job, y como Cristo a sus apóstoles. Puede ser que a él no le preocupen tanto los interrogantes que nos acucian a nosotros, sino otros que nosotros no nos planteamos y según él son más importantes. ¿No será que a Dios le preocupa más la calma chicha de nuestra embarcación que las turbulencias de su travesía? ¿nuestra pereza que nuestros miedos? ¿nuestro conformismo y autosatisfacción que nuestras dudas?

Nos quedaremos tal vez sin saber la respuesta racional de nuestros interrogantes, pero los tenemos que vivir con confianza en el Dios que salva, y que sabrá cómo conseguir en todo nuestro bien. Dios nos está presente y no duerme, aunque lo parezca.

Haremos bien en rezar, con la oración que en la misa sigue al Padrenuestro: «líbranos de todo mal… protegidos de toda perturbación»…

 

Cristo, razón de ser y novedad radical

La presencia de Cristo en nuestra barca la podemos ver desde otro punto de vista, tal como la ve Pablo en su carta.

Es admirable la figura de Pablo: ¿de dónde saca tanta fuerza y tantos ánimos para realizar su ministerio con esa energía y esa perseverancia, en medio de tantas dificultades? La respuesta aparece clara en sus escritos: la respuesta es Cristo Jesús. La fe que él ha puesto en el Resucitado explica toda su vida: «nos apremia el amor de Cristo». Y llegará a decir: «yo vivo, pero no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20).

Ese Cristo que ha muerto por todos y que ha resucitado es quien motiva la vida de un cristiano: «Cristo murió por todos». También a cada uno de nosotros «nos apremia el amor de Cristo». O como decía san Benito en su Regla, «nada se anteponga al amor de Cristo». Lo que dice Pablo -que tenemos que vivir para Cristo-, lo repetimos en la Plegaria Eucarística IV del Misal, que toma la cita de este pasaje: «para que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él que por nosotros murió y resucitó».

Además, para Pablo el acontecimiento Cristo debe suponer para nosotros un cambio radical. Cristo es la novedad total: «el que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado». Así como la resurrección de Cristo transformó la vida de los primeros discípulos, debe transformar también la nuestra.

Las preguntas son obligatorias. Ante todo, ¿de veras Cristo Jesús es el centro de nuestra vida, y la razón de ser de nuestra fe y de nuestro modo de actuar? ¿es él el motor de nuestra existencia? Después de comulgar con Cristo, en la Eucaristía, ¿se nos nota que le hemos recibido? ¿nos dejamos «apremiar» por su amor a lo largo de la jornada o de la semana?

Segunda pregunta: ¿de veras estamos dispuestos a aceptar su novedad, o nos sigue gustando lo viejo, lo conocido, lo habitual? Cristo rompió moldes de mentalidad y de estilo de vida. El Concilio Vaticano ha impulsado a la Iglesia entera a abrir nuevas fronteras, sacudiendo un posible inmovilismo. Lo nuevo siempre resulta incómodo. En la escena evangélica de hoy los apóstoles se ponen en marcha al oír la palabra de Jesús: «vamos a la otra orilla». Si se hubieran quedado en la que estaban, no hubieran pasado lo que pasaron. La presencia de Cristo compensó ese peligro. No tendríamos que merecer su reproche: ¡hombres de poca fe!

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 4, 35-41 (Evangelio Domingo XII de Tiempo Ordinario)

La fuerza del Reino nos libera

El evangelio de Marcos narra el episodio de la travesía del lago de Galilea  después que Jesús ha hablado a las gentes en parábolas acerca del Reino de Dios. Es como si Jesús quisiera poner a prueba la fe de sus discípulos, a ellos que les explicaba el sentido profundo de sus parábolas. El lago, el bello lago de Galilea, en torno al cual se anuncia el evangelio, se convierte aquí en el misterioso y tremendo símbolo de una tormenta, que como en el caso del profeta Jonás 1, de donde se toman algunos rasgos del episodio, viene a aquilatar cosas importantes. Otras barcas le seguían, pero parece como si solamente quisiera centrarse todo en la barca donde estaban Jesús y los discípulos que había elegido. El mar de Galilea, a veces, es como una caldera hirviendo, por el viento. En la barca se muestran dos actitudes: la de Jesús que duerme tranquilo y la de los discípulos que están aterrados.

¿Por qué esto? Porque Jesús sabe que su causa por el Reino de Dios debe levantar tormentas, como ésta del viento, que va a hacer temblar a los discípulos; Jesús está tranquilo porque confía en su causa, la causa de Dios. Es, pues, esta una escena pedagógica que pone de manifiesto una actitud y otra. Los discípulos son como Job, y no se explican muchas cosas que ocurren en la vida, llenándose de miedo. Jesús, que conoce la voluntad y el proyecto de Dios, se entrega a él con una gran serenidad  porque sabe que ha de vencer, como de hecho sucede con su «conminación» a la tormenta. Los Santos Padres siempre interpretaron esta escena de la barca como una imagen de la Iglesia que debía pasar por estos trances, pero que siempre encontraría a su Señor a su lado para otorgarle la serenidad de la fe.

2Cor 5, 14-15 (2ª lectura Domingo XII de Tiempo Ordinario)

La muerte por amor

Este capítulo quinto de la carta (este texto sería la continuación del domingo 11) es uno de los más bellos y persuasivos  porque en él Pablo nos habla del amor de Cristo que ha sido derramado sobre nosotros. Efectivamente, los vv. 14-17 son una reflexión cristológica centrada en la “theologia crucis”. Pablo habla (v. 14) del amor de Cristo que llega hasta la muerte en la cruz por todos. Se usa la fórmula tradicional del “uno por todos”, que es una metáfora de calado sustitutorio, vicario, que tanto ha de influir en la teología de la redención. Quizás lo más sorprente es la afirmación de que, como uno murió, “to­dos murieron”, cuando lo que podíamos esperar es algo así como “por eso todos viven”. Es esto último lo que se ha de entender, sin duda, tal como se expone en el v. 15. El sentido es que la muerte de Jesús “por nosotros” nos hace morir al pecado, a la enemistad y a la sinrazón de la vida. Para ello debemos recurrir a la teología de la muerte y resurrección que encontramos en Rom 6,1ss. La cristología soteriológica que nos propone Pablo, apoyado en fórmulas de fe tradicionales, es una cristología de solidaridad con la humanidad.

El Apóstol, pues, presenta la muerte de Cristo desde la eficacia del amor como comunión en su vida y en su resurrección. Con ello se quiere significar que lo negativo que pueda tener la muerte para nosotros ya ha sido asumido por Cristo, y que, desde entonces, no debemos tenerle miedo a la muerte, porque para nosotros queda la victoria de su resurrección. Hablar de la muerte siempre ha sido un reto humano y teológico. En esta carta, pues, Pablo se atiene a las consecuencias de lo que es inevitable. Cristo nos ha asegurado un triunfo por su amor. Por ello debemos ser hombres nuevos que, aunque pasemos por la muerte, nunca seremos destruidos o aniquilados.

Job 38, 1-11 (1 lectura Domingo XII de Tiempo Ordinario)

En las manos de Dios

La primera lectura de hoy nos habla de la tempestad, del poder del mal, de las fuerzas de la naturaleza que, a veces,  parecen desatarse y no hay nadie que las pueda contener. Sabemos que el libro de Job pone al prueba al creyente que se fía de Dios y no puede explicar por qué ocurren una serie de desgracias en el mundo. Job es ese tipo de persona que el autor del libro ha escogido  para que se asombre; porque, a pesar de que no podemos explicar muchas cosas de las que pasan en el mundo, sin embargo, nuestro Dios pone sus propios límites a la naturaleza de las cosas y a la misma naturaleza humana. Ello implica que debemos asombrados de dónde estamos y de cómo somos. Nuestra vida, en definitiva, está en las manos de Dios, aunque algunos quieran pedirle explicaciones de por qué ha debido ocurrir así. Pero ¿acaso alguien se ha dado la vida a sí mismo? Job no encontrará otra respuesta que aceptar el poder de Dios frente a todo lo que existe. Y ello no es para abrumarnos, sino para saber que, por encima de toda desgracia, nuestro Dios nos espera con las manos abiertas.

Comentario al evangelio – Lunes XI de Tiempo Ordinario

De nuevo volvemos a encontrarnos en estas páginas de ciudadredonda. Hoy la primera palabra que escuchamos es la de san Pablo que nos dice: “Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación. Y para animarnos a vivir nuestra fe con alegría y confianza nos recuerda los desafíos y calamidades que el apóstol Pablo ha tenido que enfrentar para sembrar la Palabra de Dios en el corazón de aquellos cristianos de Corinto. ¡Cuántas alegrías y cuántos disgustos compartió con ellos! Así es la vida de todo el que se entrega al apostolado. Pablo termina dirigiéndose a sus queridos corintios con una conmovedora petición: que hagan un hueco en su corazón para él, Pablo, y para el evangelio que les anuncia.

En el texto del evangelio recibimos una de las enseñanzas que tal vez más desconciertan  al ser humano: Habéis oído que se dijo: «Ojo por ojo, diente por diente». Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os ofende”. Y es que  en el centro del evangelio está el respeto sagrado a la persona y la denuncia contra todo aquello que, aun camuflado de artificio legal, atente contra la dignidad del hombre y de la mujer.

Pero es, sobre todo, en las dos últimas antítesis donde aparece toda la revolucionaria novedad del mensaje de Jesús, el NO rotundo a la ley del Talión: «ojo por ojo, diente por diente». ¿No sería utópica una sociedad sin esta ley? En realidad, la ley del Talión ha existido en todas las culturas, no sólo en la bíblica, como “mecanismo” para que la sociedad no se disuelva en el caos de una violencia indiscriminada y que no tiene fin.

Hay que recordar que la pena de muerte ha sido eliminada del catecismo de la iglesia católica ¿Por qué? Porque la vida es sagrada y nadie está autorizado a destruirla, a matar a otro ser humano.

Por eso es tan difícil ser cristiano de verdad y cumplir las enseñanzas de nuestro Señor Jesús. Pero no es imposible. El saber perdonar es una gracia muy grande que hay que pedir a Dios nuestro Padre.

No se me borran de la memoria las palabras de un pobre, ya anciano, que vivía sólo en una especie de cueva en las laderas de un castillo aquí en España. Me avisaron de que estaba muy enfermo y que se iba a morir. Yo le fui a visitar y hablando con él me dijo: “Padre, si alguien me hace un mal, yo le haré un bien”. Comprendí  que su pobreza era muy grande, pero tenía un corazón de oro. Y como al pobre Lázaro del evangelio, los ángeles lo llevaron al cielo.

Estos corazones generosos no tienen fronteras y se dan en muchas personas que practican con sinceridad su fe. El 6 de mayo de 2015 el padre de una víctima de homicidio perdonó al asesino de su hijo y logró salvarle la vida pocos minutos antes de la ejecución. La víctima era un oficial de la seguridad, que fue asesinado en 2010.

En 2014 dio la vuelta al mundo un caso semejante, en el que dos madres, conmovidas, se abrazaron y consolaron recíprocamente: una era la madre del asesino, la otra era la madre de la víctima, que había concedido el perdón.

Carlos Latorre

Meditación – Lunes XI de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XI de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 5, 38-42):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda».

Hoy el discurso de Jesucristo «rompe esquemas». Por el tono que emplea: habla con una autoridad moral propia sólo de Dios. Y por la doctrina que enseña: Jesús manda a sus seguidores humanizar la convivencia social —a veces intolerante e individualista— con el perdón y la generosidad.

Sólo Alguien que sea Dios tiene derecho a enseñar y mandar así las exigencias del amor. El perdón es una de las cualidades más finas del amor. Jesús nos da un ejemplo maravilloso cuando, en la pasión, pide al Padre que nos perdone. Cuando no perdonamos a alguien, le estamos manteniendo en deuda con nosotros (lo «esclavizamos»); en cambio, si le perdonamos lo liberamos.

—Señor-Dios, deseo que tus caminos de paz y fraternidad surquen el mundo entero. Te pido que infundas el espíritu de perdón y de generosidad entre los hombres. Mi Salvador, haz que yo sepa perdonar siempre, porque en el cielo eterno no podría ser feliz manteniendo deudas y deudores.

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench