Comentario – Domingo XII de Tiempo Ordinario

La escena que nos presenta el evangelio de Marcos comparece en todos los sinópticos y con una intencionalidad muy clara. El narrador quiere que nos preguntemos lo mismo que se preguntaron sin salir de su asombro los testigos del hecho narrado: ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen! La pregunta lleva implícita la respuesta que se deja ver en la admiración que le sigue: Aquel a quien obedecen el viento y las aguas, puesto que se someten a su dictado, no puede ser otro que el Señor de esa naturaleza a la que pertenecen el viento y las aguas, ya se trate de su Hacedor o de su legislador, aunque lo lógico es pensar que el que ha puesto las leyes por las que se rige esa naturaleza es su mismo Creador.

Es lo que Dios quiere hacerle saber a Job cuando le habla desde la tormenta: ¿Quién cerró el mar con una puerta? Él es quien pone límite al mar, diciéndole: hasta aquí llegarás, pues es señor de esa naturaleza. Y lo es por ser su Creador.

El relato evangélico nos habla de un suceso que podían recordar y contar los que habían sido testigos del mismo, un suceso vivido. Lo sitúa al atardecer de un día cualquiera y en ese lago que presenció tantas actividades de Jesús. Es precisamente él el que toma la iniciativa y, dirigiéndose a sus discípulos, les dice: vamos a la otra orilla. Ellos, secundando las palabras de su maestro y dejando a la gente que les acompañaba se lo llevaron en barca hacia el lugar indicado. De repente –cuenta el narrador- se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua.

La situación se volvió desesperada, porque no sabían cómo hacer frente a la fuerza del viento y del agua, y empezaron a temer por sus vidas. Mientras tanto Jesús, que estaba a popa, dormía sobre un almohadón totalmente ajeno a la extrema gravedad por la que atravesaban. Entonces lo despertaron, no sin reprocharle su aparente despreocupación o negligencia: Maestro –le dicen-, ¿no te importa que nos hundamos?

Parecía no importarle, pero le importaba. Jesús se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! Y el viento cesó y sobrevino una gran calma. El viento, que había desatado la tempestad, respondía mansamente a la voz imperiosa de Jesús sometiéndose a su mandato como si dispusiera de voluntad. En sólo unos instantes había perdido toda su virulencia, recuperando el lago la calma anterior. Y la tranquilidad retornó de nuevo a los agitados corazones de aquellos avezados marineros. Había bastado una simple palabra – cállate– para operar esta repentina transformación. Y es en ese preciso momento cuando Jesús les dice: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

La extrema gravedad de la situación había puesto de manifiesto dos cosas: su cobardía y su falta de fe. La cobardía es una actitud que tiene su asiento en la debilidad humana y que se pone especialmente de manifiesto cuando nos vemos obligados a hacer frente a fuerzas que nos sobrepasan o a superar acontecimientos para los que carecemos de recursos. Pero los discípulos de Jesús se acobardan porque se sienten solos y desvalidos frente a la adversidad, es decir, porque carecen de fe y, por tanto, de ese fundamento en el que poder apoyarse.

Y es que la fe nos permite no sentirnos nunca solos, sea cual sea la circunstancia en la que nos encontremos, disponer de esa fuerza o ese recurso extraordinario que no hallamos en nosotros mismos por razón de nuestra propia naturaleza –siempre débil por comparación con otros fenómenos más imponentes de la misma-. La fe, por tanto, puede infundirnos el valor que a nosotros nos falta en esas circunstancias de la vida en que arrecia la adversidad y el peligro se nos antoja insuperable. Es el valor añadido que proporciona la confianza en un poder superior, un poder capaz de doblegar el oleaje del mar, la fiereza del viento y el agua embravecidos.

La cobardía es, pues, consecuencia no sólo de la fragilidad humana, sino de la falta de fe, de esa fe que otorga un plus de valor que viene del que es fuente de todo poder y a quien el viento y las aguas indomables obedecen. Lo que aquellos discípulos, espantados y asombrados, descubren experimentalmente es lo mismo que se pide a todo creyente: que pongan su confianza en el que tiene poder para someter las fuerzas de la naturaleza porque es Señor y legislador de la misma y que crean en él como aliado y amigo, ese aliado al que se puede recurrir en toda ocasión y del que no cabe esperar otra cosa que beneficios y salvación.

Nuestras vidas se ven con frecuencia asediadas por múltiples peligros –algunos reales y otros imaginarios- que desatan todos nuestros miedos: miedo a lo desconocido, miedo a la enfermedad y al dolor, miedo a la inutilidad y al fracaso, miedo al desprecio o al juicio de los demás, miedo a la marginación o al vacío social, miedo a la muerte o al infierno. Todos estos miedos esconden desconfianza en nosotros mismos, en las demás o en Dios.

Pues bien, Jesús nos invita a confiar en él. La fe, es verdad, no elimina las situaciones de peligro, ni hace desaparecer las contradicciones de la vida, pero permite afrontarlas con serenidad, como la de quienes se sienten firmemente sostenidos por unas manos fiables o sólidamente asentados en un fundamento inconmovible. Para el creyente Dios es su suelo firme, su refugio y su asidero; y lo es incluso estando en el trance de la muerte, es decir, transitando por esa experiencia en la que todo parece resquebrajarse; pues en semejante trance Dios sigue siendo nuestro asidero.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Anuncio publicitario

Tu nave es tu corazón

1- En la Biblia se considera el mar como enemigo de Dios e instrumento de Satanás. No olvidemos que los egipcios mueren en el mar Rojo cuando perseguían a los hebreos, lo cual es prueba del poder de Dios. La Bestia del Apocalipsis surge del mar. Marcos nos presenta el mar como la fuerza maligna que quiere impedir que Jesús se acerque a Gerasa, tierra de paganos. Había concluido su enseñanza en parábolas, junto al lago de Tiberíades y ahora quiere ir a la otra orilla. Jesús está siempre presente en aquella persona que lo necesita, sea de la nación que sea. Su mensaje es universal, no particularista. Es en la otra orilla del lago donde curará al endemoniado. Las olas del mar -símbolo del mal- quieren impedir que Jesús realice el bien. Pero Jesús demuestra su poderío y dominio sobre el espíritu del mal con el mismo grito que lanzó al poseso de la sinagoga de Cafarnaún: ¡Silencio, cállate! Primera enseñanza: Dios lo puede todo, confiemos siempre en su fuerza curativa.

2.- Los discípulos, que quieren ser seguidores de Jesús, a pesar de todo lo que habían visto, dudan y tienen miedo cuando se desata la tormenta y ven que Jesús duerme. El, tranquilamente para la tormenta y les echa en cara su falta de fe: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Nuestra fe, como la de aquellos discípulos es muchas veces vacilante y débil, sobre todo cuando llega la dificultad: una enfermedad inesperada, un suspenso en un examen, un trabajo que no nos sale bien, un desengaño amoroso, los primeros síntomas de debilitamiento por el paso de los años… Y nos venimos abajo, o le exigimos a Dios una prueba de su poder. Jesús quiere que confiemos plenamente en El, porque nos ha dado pruebas suficientes de amor.

Los discípulos no tienen más remedio que reconocer su grandeza y cercanía. Nosotros también le tenemos muy cerca, pero a veces no le notamos. El es como el sol que alumbra y da calor, pero para que podamos gozar de él es necesario que abramos las ventanas de nuestra casa, de lo contrario es imposible que entre. San Agustín comenta que la nave es tu corazón: «Jesús estaba en la nave. La fe habita en tu corazón. Si traes a la memoria tu fe, no vacilará tu corazón; si olvidas la fe, Cristo duerme y el naufragio está a las puertas. Por tanto, haz lo que falta, para que si se encuentra dormido, despierte. Dile: «Despierta, Señor, que perecemos», para que dé órdenes a los vientos y se produzca la bonanza en tu corazón. Cuando Cristo, es decir, cuando tu fe está despierta en tu corazón, se alejan todas las tentaciones o, al menos, pierden toda su fuerza. Por tanto, ¿qué significa levántate? Muéstrate, manifiéstate, hazte notar. Levántate, Señor y ven en mi auxilio». Segunda enseñanza: Abre tu corazón a la presencia de Dios.

3.- Jesús nos invita a nosotros a ir «a la otra orilla». Es más fácil quedarse parado y contentarse con lo que ya tenemos, incluso justificar nuestras debilidades como si fuera imposible dominarlas. Jesús nos anima a salir de nosotros mismos, a lanzarnos a la aventura. Es vedad que nos asusta la travesía en la noche, pero El viaja con nosotros. En otra ocasión les dirá a los discípulos que remen mar adentro. Sólo así, esforzándonos en superar lo que nos atenaza, arriesgando nuestras seguridades, poniéndonos confiadamente en sus manos, podremos llegar a buen puerto, superando todo aquello que nos impide crecer en el conocimiento y seguimiento de Jesús. El necesita hombres y mujeres esforzados, pero también confiados en que nunca les va a faltar su ayuda. El vence al mal y por eso le damos gracias «porque es eterna su misericordia» al librarnos de la angustia y la tribulación (Salmo 106). Tercera enseñanza: Arriésgate por Cristo, merece la pena si quieres salir de tu vacío interior.

José María Martín OSA

I Vísperas – Domingo XII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XII de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

No sé de dónde brota la tristeza que tengo.
Mi dolor se arrodilla, como el tronco de un sauce,
sobre el agua del tiempo, por donde voy y vengo,
casi fuera de madre, derramado en el cauce.

Lo mejor de mi vida es dolor. Tú sabes
cómo soy; tú levantas esta carne que es mía;
tú, esta luz que sonrosa las alas de las aves;
tú, esta noble tristeza que llaman alegría.

Tú me diste la gracia para vivir contigo;
tú me diste las nubes como el amor humano;
y, al principio del tiempo, tú me ofreciste el trigo,
con la primera alondra que nació de tu mano.

Como el último rezo de un niño que se duerme
y, con la voz nublada de sueño y de pureza,
se vuelve hacia el silencio, yo quisiera volverme
hacia ti, y en tus manos desmayar mi cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Desead la paz a Jerusalén.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desead la paz a Jerusalén.

SALMO 129: DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Desde la aurora hasta la noche, mi alma aguarda al Señor.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a al voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desde la aurora hasta la noche, mi alma aguarda al Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: 2P 1, 19-21

Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones. Ante todo, tened presente que ninguna predicción de la Escritura está a merced de interpretaciones personales; porque ninguna predicción antigua aconteció por designio humano; hombres como eran, hablaron de parte de Dios, movidos por el Espíritu Santo.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Se levantó un fuerte huracán, y Jesús estaba dormido. Los discípulos lo despertaron, diciéndole: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Se levantó un fuerte huracán, y Jesús estaba dormido. Los discípulos lo despertaron, diciéndole: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»

PRECES
Invoquemos a Cristo, alegría de cuantos se refugian en él, y digámosle:

Míranos y escúchanos, Señor.

Testigo fiel y primogénito de entre los muertos, que nos has librado de nuestros pecados por tu sangre,
— no permitas que olvidemos nunca tus beneficios.

Haz que aquellos a quienes elegiste como ministros de tu Evangelio
— sean siempre fieles y celosos administradores de los misterios del reino.

Rey de la paz, concede abundantemente tu Espíritu a los que gobiernan las naciones,
— para que atiendan con interés a los pobres y postergados.

Sé ayuda para cuantos son víctimas de cualquier segregación por causas de raza, color, condición social, lengua o religión,
— y haz que todos reconozcan su dignidad y respeten sus derechos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

A los que han muerto en tu amor, dales también parte en tu felicidad,
— con María y con todos tus santos.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XI de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria.

Sí, Señor, tienes razón. No se puede servir a dos amos. Servir al dinero es esclavizarse, es despersonalizarse, es dejarse avasallar por un amo cruel que no le deja a uno decidirse por Jesús. El dinero en sí puede convertirse en un medio útil para sacar adelante la familia y hasta hacer limosnas. Lo malo no es usar del dinero sino dejarse esclavizar por el dinero, de manera que sea como un Dios al que hay que servir. “Engarza en oro las alas de un pájaro y ya no podrá volar al cielo”. (R. Tagore).  Yo, Señor, quiero disfrutar como el pájaro, de los anchos cielos y respirar el aire puro de libertad.

2.- Lectura reposada del santo Evangelio según san Mateo 6, 24-34

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero. Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con que se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento ¿Y porqué se preocupen por el vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe? No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas.

3.- Qué dice el texto evangélico.

Meditación-reflexión

El Señor nos invita a tener una mirada contemplativa de la creación. ¡Mirad los lirios del campo!  Son una verdadera maravilla. Nuestra vista se recrea con sus colores tan bellos y nuestro cuerpo con sus perfumes tan exquisitos. Y todo como regalo del Padre. Porque ¿Cómo crecen los lirios? No necesitan la presencia de un campesino que tire de ellos sino sólo la presencia silenciosa del Padre que, en el momento oportuno, envía el sol, el aire, y la lluvia, es decir, sus caricias de Padre.  Y si Jesús recrea su vista en la contemplación de la Naturaleza, ¿cómo no va a contemplar la obra suprema de la naturaleza, que es el hombre? Jesús se recrea y se extasía ante un hombre libre, que no está dividido por dentro con fuerzas extrañas que le esclavizan y no le dejan ser persona. Jesús goza contemplando a una persona que ha puesto todo su corazón en Dios, su Dueño y Señor. Mientras vivimos no debemos ser egoístas, pensando sólo en nosotros mismos. Pensemos en Dios, nuestro Padre Bueno, que ha creado todo por amor. Pensemos en alabarle, bendecirle, agradarle. Caigamos en la cuenta de lo maravilloso que debe ser una vida entregada a Dios y a los hermanos, sin pensar en otra recompensa que el agradar a DIOS en todo.

Palabra del Papa Francisco

¡Qué hermoso es esto! ¡Dios no se olvida de nosotros! ¡De ninguno de nosotros! Con nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. ¡Qué hermoso pensamiento! Esta invitación a la confianza en Dios encuentra un paralelismo en la página del Evangelio de Mateo: “Mirad las aves del cielo -dice Jesús-: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. (…) Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos”.

Pensando en tantas personas que viven en condiciones de precariedad, o incluso en la miseria que ofende su dignidad, estas palabras de Jesús podrían parecer abstractas, si no ilusorias. ¡Pero en realidad son más que nunca actuales! Nos recuerdan que no se puede servir a dos amos: Dios y la riqueza. Mientras cada uno busque acumular para sí, jamás habrá justicia. Tenemos que oír bien esto. Mientras cada uno busque acumular para sí, jamás habrá justicia. Si en cambio, confiando en la providencia de Dios, buscamos juntos su Reino, entonces a nadie le faltará lo necesario para vivir dignamente.

Un corazón ocupado por la furia de poseer es un corazón lleno de esta furia de poseer, pero vacío de Dios. Por eso Jesús ha advertido varias veces a los ricos, porque en ellos es fuerte el riesgo de colocar la propia seguridad en los bienes de este mundo. En un corazón poseído por las riquezas, no hay más espacio para la fe. (S.S. Francisco, ángelus del 2 de marzo de 2014)

4.- Qué me dice hoy a mí este texto evangélico ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito: Contemplar la creación como obra del amor del Padre.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, aumenta en mí la capacidad de contemplar. Que mi mirada ante la creación y ante las personas no sea superficial, sino profunda. Que descubra la huella que Dios ha dejado en las obras de sus manos.  Y que, a través de ellas, como si fueran una escala de Jacob, yo pueda ascender hasta Ti.  ¡Gracias, Señor!

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

La tempestad

1.- «El Señor habló a Job desde la tormenta» (Job 38,1) Dios es el dueño de cuanto existe, como es dueño el artífice de la obra que realizan sus manos. Sí, Dios es el Creador del Orbe infinito. Pero nos hemos acostumbrado a su existencia y hablamos de él con una superficialidad escalofriante. Sin tener en cuenta su grandeza y su poder. Sí, cuando oímos noticias de terremotos que hunden pueblos enteros en el lodo y en la desesperación, nos impresionamos. Más aún si un pequeño movimiento sísmico nos afecta un poco más de cerca. Entonces nos acordamos de ti, te miramos suplicantes, atemorizados, nos damos cuenta de que tú eres el Todo, y nosotros la nada. Y nos convertimos por unos días en buenos creyentes, y cumplimos con diligencia tus mandatos.

Así, con la violencia casi, conquistaste a su pueblo, así lo redujiste. Tu presencia era siempre tremenda, impetuosa, arrolladora. El libro del Éxodo nos narra un momento de tus apariciones ante el pueblo: Todos escuchaban aterrorizados los truenos y los relámpagos, el sonido de las trompetas y el humear de la montaña. El pueblo, al ver esto, temblaba y se mantenía a distancia… Pero al venir los tiempos del Mesías, cambiaste de táctica. Tu presencia no fue entre rayos y truenos, temblor de tierra y bramar del viento. Llegaste calladamente, hecho hombre verdadero, con los ojos de mirada amable y penetrante, la palabra clara y persuasiva. Querías reconquistar a los tuyos con una nueva fuerza, la del amor, que convence y vence queriendo de verdad.

Señor, gracias por el cambio de táctica en la comunicación. Sin embargo, sigue mostrando tu brazo fuerte y extendido. Para que nosotros, los que tú ganaste a precio de sangre, nos sometamos totalmente a tu voluntad. Por amor a Ti, pero también con un santo temor de Ti.

«¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno…?” (Job 38, 8) Es inevitable, Señor. A veces no vemos con claridad. Es más, lo vemos todo muy oscuro. Nos parece que te portas mal con nosotros, que no eres justo, incluso pasa por nuestra mente la idea de una crueldad inconcebible. Y es que somos muy torpes, débiles, flacos y enfermos. Pero es así. Hay situaciones en las que uno se hace mil preguntas, sin encontrar ninguna respuesta. Y entonces surgen nuestras hipótesis, nuestras cábalas, nuestras absurdas teorías. Que si nos lo habremos merecido, que si esta vida no tiene sentido, que si no vale la pena vivir, que si la única salida que hay es la indiferencia, la apatía, la náusea.

Y la voz de Dios llega hasta nuestro rincón de tinieblas: ¿Quién es ese que enturbia mi consejo con palabras insensatas? Ciñe tus lomos como un héroe. ¡Yo te interrogaré y tú me instruirás! ¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra?”… Y Job se hunde ante la grandeza de Dios, ante la profundidad de su divino misterio: Heme aquí, mezquino soy. ¿Qué puedo yo responderte? ¡Pongo la mano en mi boca!… Yo también callaré, Señor. Aceptaré cuanto dispongas, seguro de tu gran sabiduría y de tu infinito poder, confiado y sereno ante tu inmenso amor.

2.- «Entraron en naves por el mar» (Sal 106, 23) El salmista recuerda la salida al mar de los hijos de Israel, aquellas largas travesías en busca de nuevas tierras donde vivir, de nuevos mercados para sus productos. Contempla la llanura de las aguas en los momentos maravillosos del océano en bonanza, la paz de los atardeceres marinos, la suave brisa bañada en yodo y sal. También recuerda los días de tempestad, aquellos en los que el viento impetuoso bate las velas hasta hacer crujir los mástiles. Aguas turbulentas de olas gigantescas, sacudiendo con violencia la nave.

Desde que nace cada hombre es un navegante; nada más llegar ya se hace a la mar en esa frágil barquichuela que es una cuna. Así, pues, la vida entera no es más que una travesía, larga o corta, por las aguas de la vida. Vamos surcando, día a día, las olas serenas o encrespadas de nuestra existencia. Cada uno tiene su propia barca y su propia ruta que ha de recorrer inevitablemente, cada uno ha de enfrentarse con los vientos y sostener su propia vela. Ojalá que no perdamos el rumbo y lleguemos a puerto seguro, y ojalá que en los momentos difíciles recurramos a quien puede apaciguar las aguas.

«… gritaron al Señor en su angustia» (Sal 106, 28) Dicen que si quieres aprender a rezar examínate o hazte a la mar. A esto se refiere el salmista cuando nos sigue relatando la aventura de esos navegantes, que bien pueden ser símbolo y figura de nosotros mismos. Se levantó un viento impetuoso que alzaba las olas a lo alto, que subían al cielo y bajaban al abismo. Se veían ya perdidos, hundidos en el agua. Pero gritaron al Señor en su angustia y los arrancó de la tribulación. Apaciguó la tormenta en suave brisa y enmudecieron las olas del mar.

Es cierto que en la mayoría de los casos la ruta transcurre sin grandes percances. Y también que abunda más el tiempo bueno que el tormentoso, más la bonanza que la tempestad, más los momentos felices que los amargos. Aunque cuando estamos hundidos nos parezca lo contrario, yo pienso que la vida, esta nuestra travesía, tiene más de crucero de placer que de barco mercante o buque de guerra.

De todos modos, cuando el mar se agite, cuando la tempestad se levante, por dentro o por fuera, que clamemos confiados a Dios nuestro Señor. Aunque parezca ausente, aunque esté dormido como lo estuvo un día en la barca, acudamos a él. Nos ocurrirá como a los navegantes del salmo: Se alegraron de aquella bonanza y él los condujo al ansiado puerto.

3.- «Hermanos: nos apremia el amor de Cristo» (2 Co 5, 14) Pablo escribe con tono de urgencia, con tono de apremio, como quien tiene prisa por ser atendido en su petición. Y es que de atender o no a sus palabras, dependen cosas muy importantes y decisivas. Depende, nada menos, la salvación eterna de quienes le escuchan… Y son palabras que siguen resonando con la misma fuerza, con el mismo ritmo de urgencia y de apremio. Sí, también hoy, también a ti te apremia el amor de Cristo, te urge a que acabes de una vez con esa actitud indolente y aburguesada en que habitualmente vives.

Cristo murió por todos, sigue el Apóstol, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos… Morir a nosotros mismos, derrumbar nuestra propia vida y dar paso a la vida de Dios. Pues el deseo de Cristo no es abandonarnos para dejarnos muertos, vacíos y secos. El deseo, la voluntad decidida de Dios, es transmitirnos su vida, transformarnos en criaturas nuevas. Y como nos ama, nos urge, nos da prisa, nos apremia para que seamos consecuentes, hasta lo último, con nuestra condición de cristianos.

«Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo» (2 Co 5, 17) Somos amigos de lo nuevo. Es como una ley que el hombre lleva consigo desde que tiene uso de razón. Por muy valioso que sea aquello que se tiene, es preciso renovarlo, cambiarlo por algo distinto… San Pablo nos dice hoy que lo viejo ha pasado y que ha llegado lo nuevo. Lo nuevo definitivo, lo que nunca será viejo, lo que satisfará de tal modo al hombre que ya no tendrá deseo de otro cambio.

Y esto nuevo a que se refiere el Apóstol es la vida que Cristo nos ha conseguido con su muerte. Por la participación en esa vida, el hombre viejo desaparece para dar paso al hombre nuevo… Y, sin embargo, ese hombre viejo no se resigna a morir del todo, y de hecho no muere definitivamente, hasta después de pasar la frontera de la muerte. No, no muere del todo ese hombre viejo que cada uno lleva dentro de sí. Y por eso tampoco acaba de nacer plenamente el hombre nuevo. No obstante es preciso ser conscientes de que lo viejo, el pecado, ha pasado, tiene que pasar. Hemos de amar lo nuevo, hemos de anhelar lo que no cambiará, lo que es perenne, eterno.

4.- «¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» (Mc 4, 41) Las aguas del lago de Genesaret fueron testigos mudos de grandes prodigios realizados por Jesús de Nazaret. En el pasaje de hoy se nos narra el mayor de todos. Después de una intensa jornada, los apóstoles con el Señor pasan en barca a la otra orilla del lago. Jesús estaba tan rendido que se queda dormido en la proa de la embarcación. De pronto las aguas comenzaron a encresparse, se levantó un fuerte huracán y la frágil nave comenzó a cabecear peligrosamente. Las olas eran tan fuertes que el terror hizo presa en aquellos curtidos pescadores.

Mientras, Jesús dormía. Hay quien ha pensado que el Señor simulaba dormir para poner a prueba la fe de sus discípulos. El texto no dice nada. Por eso podemos pensar que el cansancio de Jesús era tan grande que se duerme profundamente, sin que el vaivén de la barca le despierte. Este dato es altamente significativo en orden a descubrir la humanidad santísima del Señor que se cansa y se fatiga hasta quedar rendido. En otros momentos se dejará sentir también la fragilidad de esa naturaleza, semejante a la nuestra excepto en el pecado, que pasa sed, que se acongoja, que siente angustia y tedio de muerte.

El mar se agita cada vez más y el peligro crece por momentos. Sin saber ciertamente para qué, despiertan al Maestro; no para que calme la tempestad, lo cual les parecería imposible, sino para recriminarle que siga dormido, sin importarle que estén a punto de sucumbir a las embestidas del oleaje. Por eso le preguntan, consternados, si no le importa que se hundan. Jesús no les contesta. Se pone en pie sobre la proa e increpa a las aguas con voz potente y dominadora: ¡Silencio, cállate!

Una primera reacción sería la de pensar que Jesús estaba loco. Cómo podía un hombre mandar sobre las aguas y los vientos. Sólo de Yahvé se dice en uno de los salmos que domina la soberbia del mar y contiene la bravura de las aguas. Sólo Dios podía calmar la tempestad. Pero paulatinamente van contemplando, tras la intervención de Jesús, cómo el mar se tranquiliza y el viento amaina. Pronto reina la bonanza y las barcas siguen, serenas y ágiles, su ruta hacia la ribera.

No salen de su asombro. Estupefactos se preguntan entre sí quién era este, capaz de dominar el furor del mar y del huracán. No acababan de comprender la grandeza de Jesucristo. Todavía eran hombres de poca fe, cobardes y tímidos. Pero el Señor sigue junto a ellos, esperando paciente al Espíritu que los transformaría. Entonces no volverían a tener miedo. Aun cuando la tempestad se desencadenara con más fuerza todavía, aun cuando el Señor pareciera dormido, sin importarle el peligro que corría la barca en la que navegaban. Siempre permanecieron serenos y valientes, apretando con fuerza el timón, seguros de que nada ni nadie podría hundir aquella barca, la Iglesia de Cristo, en la que generosos y esperanzados navegarían a través de todos los siglos.

Antonio García Moreno

Comentario – Sábado XI de Tiempo Ordinario

(Mt 6, 24-34)

Evidentemente la Palabra de Dios no nos pide que vivamos sin dinero, o que nos no nos ocupemos en trabajar para sostener nuestra vida y la de los seres queridos.

De hecho en Lc 19, 8 se elogia a Zaqueo porque repartió la mitad de sus bienes, aunque no repartió todos sus bienes. Y en Hechos 5, 4 podemos descubrir que no se exigía a todos vender todos sus bienes y ponerlos en común, sino que era una decisión libre.

San Pablo, por otra parte, exigía que los creyentes trabajaran con sus manos para ganarse el pan (2 Tes 3, 12).

Lo que este texto nos pide es que no vivamos al servicio del dinero, como si fuera un señor en nuestra vida, un dominador que acapara nuestro tiempo, lo mejor de nuestros pensamientos y lo más valioso de nuestros afectos. Cuando el dinero ocupa el lugar del Señor, todo lo demás se somete a él, y así cada vez que haya que tomar una opción, se optará por él. La amistad, la familia, la honestidad, y hasta Dios deben colocarse bajo el poder supremo del dinero.

Por eso es evidente que no se puede servir a Dios y al dinero. Nadie puede pretender que hasta Dios se someta a sus proyectos económicos.

Por otra parte, a los que se someten al Reino de Dios, deseando que Dios sea el único Señor, se les asegura que el Padre los cuidará mejor que a las aves del cielo y a los lirios del campo. En cambio, al que se somete angustiado ante el señorío del dinero, se le hace ver que así le está dando más valor a las cosas que a su propia vida.

Por eso se nos invita finalmente a vivir el presente, sin arruinar este presente por estar pendientes de acumular para el futuro: «a cada día le basta su propia ocupación» (6, 34). Se trata entonces de ocuparse, no de preocuparse.

Oración:

«Señor, libérame para que no esté pendiente de los bienes y para que mi corazón no adore al dinero. Concédeme un corazón lleno de confianza en tu amor, capaz de vivir cada momento sin estar pendiente del futuro».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Frente al mal del mundo

1.- La literatura bíblica ha visto en el mar la expresión del poder incontrolado, indomesticado, frecuentemente enemigo del hombre. Se trata, sin duda, de un tópico cultural similar a cualquiera de los de nuestra época. Y frente a ese poder indómito e inhumano, esa misma literatura bíblica se ha gozado en afirmar ––siguiendo el tópico–– que la fuerza salvadora de Dios es mayor que la capacidad destructora del mal. A través de tópicos e imágenes, la Sagrada Escritura nos centra en una afirmación rotunda: Dios es poder, y poder de salvación, sobre cualquier otra fuerza, por inhumana e indomesticada que ésta se nos ofrezca. Así en el texto bíblico del Libro de Job, primera de las lecturas de este domingo, y así en el pasaje del evangelio de Marcos, tercera de las lecturas de hoy. El mensaje bíblico es terminante: Dios es más fuerte que toda fuerza, y la fuerza de dios es siempre fuerza de salvación para el hombre.

2.- Se nos rubrica esta enseñanza frente al mal del mundo. El hombre propende a sobrecogerse cuando contempla el horizonte de su tiempo, tantas veces hecho de violencias, guerras, injusticias, inhumanismo. Job tipifica esta primera y primaria reacción del hombre frente al mal; y el texto evangélico de Marcos se complace en subrayar el pánico que acoge a los discípulos del Señor ante la tempestad del lago. “¿Por qué sois tan cobardes?”, es la replica de Jesús. Válida ayer, válida hoy y válida mañana.

Se nos invita con esta interpelación a dejar a un lado nuestros pesimismos o, más en derechura, a espabilar nuestra confianza en la fuerza de Dios. Pese a todos los pesares, el movimiento de la historia concurrirá a llevar a cabo el designio de dios sobre el proyecto humano. El creyente vive en la esperanza porque se afianza en la fe, que, si no ha visto aún el advenimiento del Reino, sabe que su implantación futura es cierta e inesquivable. A quien, como creyente, da un voto de confianza al Dios de la salvación ¿será mucho pedirle esa misma confianza en la realización del proyecto de Dios sobre el mundo? No se trata de introducirnos en un optimismo irrealista, sino en una confianza que desafía al imperio del mal porque Dios es más fuerte que todo pecado… ¡Y buena falta nos hace de esta confianza en estos momentos! Sin su impulso, ¿qué acción apostólica puede sostenerse en pie y qué otra base puede formularse como fundamento de la operatividad cristiana?

3. – A veces, este inconfesado temor ante el mal nos lleva a abrazarnos en demasía a lo ya mil veces comprobado. ¿Será mucho decir que ciertos integrismos de los cristianos aun revestidos de ortodoxia, son expresión de una radical e inconfesada falta de fe? “El que vive con Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado; ha llegado lo nuevo”.

El cristianismo es novedad, es superación de lo manido, es opción por el mañana, es apuesta por nuevas fronteras para el hombre, que, desde la fe, se encamina hacia la plenitud de su realización. El cristiano esta llamado a ser inconformista ante todo lo conseguido; lo suyo más especifico es el impulso hacia el porvenir. Siempre más adelante, porque siempre más arriba; siempre muriendo al presente, porque siempre estamos en trance y posibilidad de resurrección. Cuanto el hombre consigue de libertad, de justicia, de fraternidad, de comunión… has de resultarle insuficiente al autentico creyente. Su meta está siempre más allá y todo logro viene a convertirse en medianía. “Nos apremia el amor de Cristo”. ¡Siempre hay nuevos horizontes de humanización para quien cree y espera en la plenitud de la salvación!

4. – Este es, radicalmente, el sentido de nuestra muerte con Jesús. “El que murió por todos”. Muertos en Él y con Él, nuestra existencia adquiere sentido en línea con su muerte y su resurrección, es, en la andadura de su caminar hacia una salvación que supera todos nuestros objetivos y que, por ello, relativiza toda meta conseguida e impulsa hacia nuevas dianas. Será, pues, cosa de escuchar al Jesús que nos interpela. “¿Aún no tenéis fe?”.

Antonio Díaz Tortajada

¡Que no es para tanto… calma!

1.- Han pasado las grandes solemnidades de Pentecostés, la Santísima Trinidad o el Corpus y, la vida de los cristianos, retoma o recobra la normalidad. Aunque, siempre, la vida de un cristiano tendrá que ser extraordinaria, una continua fiesta, una gloria a la Trinidad, una apertura al Espíritu y un recoger fuerzas de la fuente de la Eucaristía.

A los cristianos, cuando somos bautizados, no se nos hace un seguro de vida. Es decir; no se nos garantiza que por el hecho de serlo, vayamos a estar exentos de dudas y de batallas, de dificultades y de tormentas.

Jesús, que era el Señor, no vivió ajeno a ellas, los discípulos tampoco y ¿nosotros? Posiblemente si analizamos nuestra propia historia, encontraremos enseguida situaciones tormentosas. Momentos en los que hemos sentido que el mundo (la familia, el matrimonio, el sacerdocio, la profesión, etc) se nos iba entre las manos, se abría en mil fisuras bajo nuestros pies.

2.- ¿Dónde está, entonces, la lotería de ser seguidor de Jesús? Pues precisamente en fiarnos de El; en caminar con El y en dejarnos guiar por El. No hay mas remedio. Si somos de los suyos, las turbulencias (que las hay y duras en nuestra existencia) serán prueba de nuestra fidelidad; clave para ver la consistencia de nuestra fe; criba que purifica el grano de trigo de la simple paja.

Últimamente oímos demasiado que estamos en tiempos difíciles para la fe. Pero lo cierto es que, desde siempre, el Reino de Dios ha tenido sus “contrarios”, sus “detractores”. Y, precisamente por ello, enseguida, surgían hombres y mujeres que levantaban –con más fuerza si cabe- el testigo del amor de Jesús.

A los que nos decimos amigos de Jesús, no nos deben de asustar las tormentas que dañan la imagen de la Iglesia (tampoco quedarnos de brazos cruzados); no nos debe de paralizar cuando, la barca de nuestra fe, haga ademán de sacudirnos fuera. Y no nos debe de asustar porque, entre otras cosas, Jesús va por delante.

La propuesta del Evangelio, desde sus mismos inicios, encontró adhesiones, deserciones y críticas. El mensaje de Jesús, cuando se vive medianamente bien, asombra. Y puede asombrar en dos sentidos:

–Cuando los cristianos vivimos convencidos y con entusiasmo el hecho de que somos Hijos de Dios y, por lo tanto, damos razón de El allá donde estamos

–Cuando los cristianos nos diluimos en medio del café del mundo y, lejos de darle sabor, a penas se nota nuestro ideario, nuestra pertenencia a la iglesia, nuestra experiencia de Jesús Resucitado.

3.- Si, amigos, podemos asombrar en doble dirección: cuando se nos nota lo que somos y, por el contrario, cuando somos insípidos en el ser, hablar y obrar.

Retomamos este tiempo sin grandes solemnidades ni fiestas. Es el momento oportuno para situarnos delante del Señor. Para retomar, con serenidad, la oración, la eucaristía. Para interpelarnos sobre nuestros temores ¿A qué tenemos miedo? ¿Por qué tenemos miedo? ¿A quién?

Si, el Señor, nos ha dicho que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, esta promesa nos debe de producir una disensión y una sensación de paz, de confianza y de fe.

4.- SOBRE TODO….CALMA

En la salud; pide a Dios que sea tu fortaleza
En el trabajo; dile a Dios que lo realices con dignidad
En el desaliento; preséntale a Dios tu debilidad
En la oscuridad; déjale al Señor que sea tu luz
SOBRE TODO…CALMA

Cuando todo se venga abajo; busca una mano que te sostenga
Cuando todo carezca de sentido; abre la Palabra de Dios
Cuando creas que todo está acabado; piensa en Jesús
SOBRE TODO…CALMA

Déjale a Dios, que sea Dios
Déjale que, en las tormentas, sea quien tenga la última palabra
Déjale que, en las inquietudes, ponga a tono tu corazón
SOBRE TODO….CALMA

Porque, si desesperas, pones a Dios en mal lugar
Porque, si desesperas, piensas que el mal es mayor que el poder de Dios
Porque, si desesperas, denota que tu fe no es tan grande como crees
Porque, si desesperas, es porque no caminas al ritmo de Jesús.
SOBRE TODO…CALMA

Y, si por lo que sea, te cuesta:
Pídesela al Señor
Para que, allá donde te encuentres,
Nunca sean mayores las dificultades y las pruebas
Que tu valentía y serenidad para hacerles frente.
Una cosa tengamos cierta:
Jesús es el mejor pararrayos
Jesús es el mejor calmante
Jesús es el mejor timón
Jesús es quien, tarde o temprano,
Hasta lo más retorcido, ante El, se endereza.

Javier Leoz

¡Tened fe!

1.- Para cuando Marcos escribe el relato de esta tempestad vive en el ambiente de la Iglesia que cree firmemente en la divinidad de Jesús, pero que está ya experimentando los bamboleos de la barquilla azotada por la tempestad de los más fieros mares.

El mar era ese ser misterioso, cuyo fondo se desconoce y en el que habitan monstruos inmensos que con sus colas agitan las aguas y las levantan hasta alturas desconocidas.

A ese mar sólo un ser, sólo Dios lo puede dominar, un Dios que ha visto nacer el mar, que lo ha tomado en sus brazos con cariño y lo ha envuelto en las mantillas de las nubes y en los pañales de las nieblas, y que como el niño revoltoso se ha ordenado de dónde no puede pasar.

Ese mar que provoca un maremoto como en el que en los años sesenta arrebató de Nagoya, en Japón, ocho mil personas. En los brazos de Dios es niño revoltoso,

2.- Y ahí viene la intención de Marcos al tratar de fortalecer la fe de los cristianos: el mar que atraviesa la barquilla de la Iglesia se encrespará con terribles tormentas, pero es un cachorrillo en manos de Dios. ¡Tened Fe!

3.- También hoy las olas azotan la barquilla de la Iglesia:

–la persecución abierta y franca

–la persecución solapada y bien calculada para acabar con los principios de fe de los más débiles, de los niños

O puede ser una situación de límite personal en que nos encontramos:

–la familia se nos deshace

–la situación económica es desastrosa

–la enfermedad o las muertes…

Y nos entra miedo y se nos escapa de los labios aquella tremenda acusación a Dios mismo: “¡Pero, es que no te importamos nada!

Tened Fe…

–Fe en el Señor que ha vencido al mundo

–Fe en el Señor que va con nosotros en la misma barca.

–¡Fe en el Amor!

4.- Falta de fe es lo mismo que falta de confianza. Fe no es creer lo que no vimos, es fiarnos a ciegas de ese Señor que dando su vida con nosotros nos apremia con su amor.

Cómo podemos decirle al Señor que dio su vida por nosotros: “¿Es que no te importamos nada? ¿Es que lo mismo te da que nos muramos?

5.- La Fe en el Señor no hace un paraíso de nuestras vidas. La Fe nos enseña y ayuda a afrontar la vida de una manera nueva. Por la Fe sabemos que el Señor ha vencido al mundo, y sabemos, también, que el Reino de Dios es una cosa inevitable, que llega, que está por encima, que nadie puede luchar con él y vencerlo. Y por lo tanto nuestras luchas están siempre llenas de esperanza segura.

Hemos leído el último capítulo de la novela y sabemos que acaba bien, hemos visto las últimas escenas de la película y sabemos que el final bueno está asegurado.

Pero la fe, dentro la absoluta seguridad, tiene una gran inseguridad. La barca de nuestras vidas está muy bien anclada en la roca del fondo. Estamos ciertos que las olas no se la llevan, pero arriba, la barca está agitada por las olas, y nos da miedo.

6.- Hay miedos confiados y hay miedos desesperados, cuando en la escala de valores hemos puesto arriba la vida, el dinero, la salud, el honor, entonces cuando algo de esto se nos va de las manos nos volvemos a Dios con desesperación y con una acusación tremenda en los labios: “¿Es que no te importo yo nada?”

Hay miedos confiados en la presencia y cercanía del Señor, miedos ciegamente confiados, en la seguridad de que pase lo que pase al final todo será bueno. Ya no juzgamos a Cristo con criterios humanos, no como haciéndole semejante a nosotros, de forma que pueda olvidarse de nosotros y que no le importemos.

José María Maruri, SJ

Confiar

Apenas se oye hablar hoy de la «providencia de Dios». Es un lenguaje que ha ido cayendo en desuso o que se ha convertido en una forma piadosa de considerar ciertos acontecimientos. Sin embargo, creer en el amor providente de Dios es un rasgo básico del cristiano.

Todo brota de una convicción radical. Dios no abandona ni se desentiende de aquellos a quienes crea, sino que sostiene su vida con amor fiel, vigilante y creador. No estamos a merced del azar, el caos o la fatalidad. En el interior de la realidad está Dios, conduciendo nuestro ser hacia el bien.

Esta fe no libera de penas y trabajos, pero arraiga al creyente en una confianza total en Dios, que expulsa el miedo a caer definitivamente bajo las fuerzas del mal. Dios es el Señor último de nuestras vidas. De ahí la invitación de la primera carta de san Pedro: «Descargad en Dios todo agobio, que a él le interesa vuestro bien» (1 Pedro 5,7).

Esto no quiere decir que Dios «intervenga» en nuestra vida como intervienen otras personas o factores. La fe en la Providencia ha caído a veces en descrédito precisamente porque se la ha entendido en sentido intervencionista, como si Dios se entrometiera en nuestras cosas, forzando los acontecimientos o eliminando la libertad humana. No es así. Dios respeta totalmente las decisiones de las personas y la marcha de la historia.

Por eso no se debe decir propiamente que Dios «guía» nuestra vida, sino que ofrece su gracia y su fuerza para que nosotros la orientemos y guiemos hacia nuestro bien. Así, la presencia providente de Dios no lleva a la pasividad o la inhibición, sino a la iniciativa y la creatividad.

No hemos de olvidar por otra parte que, si bien podemos captar signos del amor providente de Dios en experiencias concretas de nuestra vida, su acción permanece siempre inescrutable. Lo que a nosotros hoy nos parece malo puede ser mañana fuente de bien. Nosotros somos incapaces de abarcar la totalidad de nuestra existencia; se nos escapa el sentido final de las cosas; no podemos comprender los acontecimientos en sus últimas consecuencias. Todo queda bajo el signo del amor de Dios, que no olvida a ninguna de sus criaturas.

Desde esta perspectiva adquiere toda su hondura la escena del lago de Tiberíades. En medio de la tormenta, los discípulos ven a Jesús dormido confiadamente en la barca. De su corazón lleno de miedo brota un grito: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». Jesús, después de contagiar su propia calma al mar y al viento, les dice: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?».

José Antonio Pagola