Contrastes

Las imágenes de contrastes suelen ser muy evocadoras de lo que es la condición humana, marcada con el sello de la paradoja.

El relato de hoy dibuja dos contrastes notables: por un lado, la “gran calma” contrasta con el oleaje huracanado; por otro, la paz de Jesús “dormido” en medio de la tempestad choca con el miedo y la impotencia de los discípulos.

En nuestra existencia experimentamos todo ello: oleajes de todo tipo, miedo e impotencia. Pero nada de eso niega que somos paz y fortaleza. Es cierto que, por diferentes motivos de nuestra psicobiografía, la paz y la fortaleza han podido quedar “sepultadas” hasta el punto incluso de haber llegado a ignorarlas, por lo que puede ser necesario un trabajo psicológico que las desbloquee. Pero están ahí y, aun con dudas y altibajos, algo en nuestro interior nos lo hace saber. Algo en nosotros sabe que, en lo profundo, somos paz y fortaleza.

Decía que la paradoja constituye el sello de lo humano. Y eso es así porque no hace sino reflejar el “doble nivel” que nos constituye: el de la personalidad (nivel psicológico) y el de la identidad (nivel espiritual o profundo). El primero se caracteriza por la impermanencia y la fragilidad; el segundo, por la estabilidad y la ecuanimidad.

La sabiduría consiste en reconocer ambos niveles y vivirlos de manera armoniosa, lo cual significa desplegar la personalidad en conexión consciente con nuestra identidad. Es vivir los altibajos de la existencia desde el “lugar” de la paz.

En la práctica, eso significa desarrollar la capacidad de tomar distancia de la mente pensante y situarnos en el Testigo ecuánime que observa. Al ser observada, la mente se detiene y entramos en contacto con aquella realidad profunda donde nos reconocemos como plenitud de vida. Las circunstancias difíciles continuarán sucediendo, pero nosotros habremos cambiado de “lugar” y podremos vivirlas de otro modo. Desde este lugar –nuestra identidad–, se desvanecen las “burbujas” mentales de miedo, preocupación o impotencia, se calma el “oleaje” y nos abraza la paz.

¿Desde dónde me vivo habitualmente? ¿Cómo –desde dónde– afronto los “oleajes” que aparecen en mi existencia?

Enrique Martínez Lozano

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¿Miedo a la tempestad o a que la barca eclesial siga haciendo aguas?

En aquellos tiempos, Jesús invitó a sus discípulos a pasar a la otra orilla. No se trataba de remar un poco más lejos, sino de ir a la Decápolis, que se consideraba un lugar muy peligroso. Era territorio pagano, y se creía que no era Yahvé, sino las fuerzas del mal quienes «gobernaban» en aquel lugar y provocaban tempestades en el mar de Galilea.

Hoy, experimentamos algo semejante en la barca eclesial. Intentamos navegar hacia las decápolis actuales pero muchas veces estamos a punto de naufragar.

Echamos la culpa a las tempestades de la sociedad. Por ejemplo, la tempestad que provocan los hombres y mujeres que se burlan del bien común, llenan su caja fuerte con dinero que le corresponde al pueblo y hacen retroceder la laboriosa conquista de los derechos humanos.

Pero, además de las tempestades, nos cuesta mucho reconocer que la propia nave eclesial hace aguas por muchas partes.

Una plaga de termitas voraces va destruyendo la madera de la barca. No es fácil liquidar esta plaga cuando no se fumigan a fondo las termitas del clericalismo, del miedo al diálogo, de la cobardía para atajar con prontitud situaciones lamentables, de la ambición y un largo etcétera.

¿Seguiremos echando incienso para que haga de cortina de humo y no veamos la situación real  que provocan las termitas en muchas parroquias?

Actualmente se habla mucho de sinodalidad y del papel del laicado, pero el diálogo se centra en los grupos y movimientos afines. Cuando otros colectivos piden sentarse en torno a una mesa a dialogar con la jerarquía y que haya un manual de buenas prácticas en la Iglesia, las termitas de la indiferencia se multiplican…, y se pasan los meses esperando un diálogo que no llega.

En fin, si leemos el evangelio de este domingo de manera literal, podemos asombrarnos ante una tempestad calmada.

Si dejamos que la catequesis de este evangelio nos interrogue, podremos fumigar las termitas que hay en la nave y las que hay en nuestra propia vida, sin miedo y con energía. Con la energía de la fe, vivida y compartida.

Marifé Ramos

II Vísperas – Domingo XII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XII de TIEMPO ORDINARIO

 

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

 

HIMNO

Cuando la muerte sea vencida
y estemos libres en el reino,
cuando la nueva tierra nazca
en la gloria del nuevo cielo,
cuando tengamos la alegría
con un seguro entendimiento
y el aire sea como una luz
para las almas y los cuerpos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando veamos cara a cara
lo que hemos visto en un espejo
y sepamos que la bondad
y la belleza están de acuerdo,
cuando, al mirar lo que quisimos,
lo vamos claro y perfecto
y sepamos que ha de durar,
sin pasión sin aburrimiento,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando vivamos en la plena
satisfacción de los deseos,
cuando el Rey nos ame y nos mire,
para que nosotros le amemos,
y podamos hablar con él
sin palabras, cuando gocemos
de la compañía feliz
de los que aquí tuvimos lejos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando un suspiro de alegría
nos llene, sin cesar, el pecho,
entonces —siempre, siempre—, entonces
seremos bien lo que seremos.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo, que es su Verbo,
gloria al Espíritu divino,
gloria en la tierra y en el cielo. Amén.

 

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Yo mismo te engendré, entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Yo mismo te engendré, entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

 

SALMO 111: FELICIDAD DEL JUSTO

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

 

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

 

LECTURA: Hb 12, 22-24

Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.

 

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

 

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Los discípulos se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.

 

PRECES

Alegrándonos en el Señor, de quien viene todo don, digámosle:

Escucha, Señor, nuestra oración.

Padre y Señor de todos, que enviaste a tu Hijo al mundo para que tu nombre fuese glorificado, desde donde sale el sol hasta el ocaso,
— fortalece el testimonio de tu Iglesia entre los pueblos.

Haznos dóciles a la predicación de los apóstoles,
— y sumisos a la verdad de nuestra fe.

Tú que amas a los justos,
— haz justicia a los oprimidos.

Liberta a los cautivos, abre los ojos a los ciegos,
— endereza a los que ya se doblan, guarda a los peregrinos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los que duermen ya el sueño de la paz
— lleguen, por tu Hijo, a la santa resurrección.

 

Unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuestos a perdonarnos siempre unos a otros, dirijamos al Padre nuestra súplica confiada:
Padre nuestro…

 

ORACION

Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

 

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Jesús dormía confiado en medio de la tormenta

 
 

Leemos hoy el final del c. 4. Podemos tener la sensación de tomar un tren en marcha sin saber de donde viene ni a donde va. Después de enseñar en Cafarnaúm, dejando clara la reacción de los jefes religiosos, narra Marcos varias parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada. Los milagros, llamados de naturaleza, son los que menos visos tienen de responder a hechos reales. Son todo simbolismo.

La Biblia utiliza varias palabras para expresar lo que hoy llamamos milagro. El concepto de milagro que tenemos hoy (hecho en contra de la naturaleza) es reciente. No tiene sentido preguntarnos si los evangelios nos hablan de milagros con este significado. Lo que nos importa es descubrir el sentido de esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse, comprensible para todos los que vivían en aquel tiempo.

Jesús pide a los discípulos que vayan a la otra orilla. Está haciendo referencia al paso del mar Rojo. Aquel paso les llevó a la tierra prometida. La otra orilla de mar de Galilea era tierra de gentiles. Es una invitación a la universalidad, más allá del ámbito judío, que se opone a la apertura. La primera “tormenta” que se desató en el seno de la comunidad cristiana fue precisamente por el intento de apertura a los paganos.

La tempestad está haciendo referencia a Jonás (fue increpado por el capitán por estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de miedo). El mar es, en la Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes peligros. Dominar el mar era exclusivo de Dios. De ahí podemos sacar la enseñanza simbólica. El mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres, pero no se conseguirá si no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un pueblo elegido sino a través de la lucha contra las fuerzas del mal.

Mientras todos estaban muertos de miedo, él dormía… Hay que tener en cuenta que se llamaba también “cabezal” a la especie de almohada donde se colocaba la cabeza de un muerto. Están haciendo clara referencia a una situación pos-pascual. La primera comunidad tiene claro que Jesús está con ellos pero de una manera muy distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean, tienen que seguir confiando en su presencia.

¿No te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les obliga a pedir ayuda a Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen indican su estado de ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que esté interesado en hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de su amor. Es lo que Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la acción externa para encontrar la seguridad.

Increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las mismas palabras que Jesús dirige a los espíritus inmundos. Además en singular, como queriendo personalizar al viento. Recordad que la palabra “ruah” (viento) es la misma que significa espíritu. Viento que perjudica equivale a mal espíritu. El “poder” de Jesús se dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que aunque sean hostiles nunca son malos.

¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son preguntas, sino constataciones de una evidencia. Ni confiaban en sí mismos ni confiaban en él. Aquí tenemos otra clave para la reflexión. Confiar en un Dios que está fuera y actuará desde allí nos ha llevado siempre al callejón sin salida del infantilismo religioso. Una vez más queda manifiesto que la fe no es la aceptación de unas verdades teóricas, sino la adhesión confiada a una persona. Jesús les acusa de no confiar ni en Dios ni en él ni en ellos.

¿Quién es este? El miedo y la pregunta final dejan claro que no habían entendido quién era Jesús. El relato no tiene en cuenta que Marcos ya había adelantado varios títulos divinos aplicados a Jesús desde la primera línea de su evangelio: “Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Queda demostrado que no vale una respuesta intelectual. Lo que es Jesús, no hay manera de mostrarlo ni demostrarlo. El descubri­miento tiene que ser experiencia personal de la cercanía de Jesús.

A todos nosotros el evangelio nos invita hoy a cruzar a la otra orilla. Estamos tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos arriesguemos a cruzar el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista otra Orilla, más allá de las comodidades y las seguridades que ambicionamos. Sin embargo, nuestra meta está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta de confianza sigue siendo la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No terminamos de creer que Él va en nuestra propia barca.

El mensaje de Jesús es que debemos confiar, aunque nos parezca que Dios no se preocupa de nosotros. El enemigo del hombre no es la naturaleza, sino una falsa visión de la misma. La naturaleza es siempre buena. Dios no tiene que rectificar su obra para que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica de un Dios que pone su poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica con ellos en todas las circunstancias.

Job plantea una cuestión muy seria, pero la solución que da no es la adecuada. Dios tiene que devolver a Job lo que supuestamente le había quitado para que su fidelidad sea creíble. El Dios en quien Jesús confió fue el Dios escondido, en quien hay que confiar aunque no le veamos actuar. Dios está siempre dormido. Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni instrumentos para hacer ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos encontraremos con un ídolo fabricado a medida.

No son las acciones espectaculares de Dios las que nos tienen que llevar a confiar en Él. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios por una vaca de la que podemos sacar leche y queso. Pero también decía: utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la tiramos. La idea de un Dios que pone su poder a mi servicio, es nefasta. No se trata de confiar en otro, si no de confiar en que Él está más cerca de mí que yo mismo. Solo si siento a Dios en mí, me sentiré seguro.

 

Meditación

¿Quién es éste? Nunca podrás saberlo
si en tu vida no reflejas la suya.
Lo importante no es encontrar respuestas
sino vivir la Vida verdadera.
Lo que es Jesús, es lo que tú también eres.
Jesús ha desplegado todas sus posibilidades.
Tú tienes esa tarea aún por hacer.

Fray Marcos

¿Quién es este? ¿Quiénes somos nosotros?

Si en la liturgia se leyera el evangelio de Marcos tal como lo escribió su autor, no a saltos, trompicones y omisiones, habríamos advertido que la popularidad creciente de Jesús suscita tres reacciones muy distintas: desconfianza por parte de su familia, rechazo por parte de los escribas, aceptación por parte de su nueva familia («estos son mis hermanos, mis hermanas y mi madre»). A esa nueva familia, Jesús la instruye en el capítulo de las parábolas (de las que sólo leímos dos el domingo pasado) e, inmediatamente después, la salva.

El episodio de hoy supone un gran paso adelante en la revelación de Jesús. Al principio, cuando la gente lo oye hablar y actuar en la sinagoga de Cafarnaúm, se pregunta asombrada: «¿Qué es esto?» (Mc 1,27). Más tarde, cuando cura al paralítico, exclama: «Nunca hemos visto nada igual» (Mc 2,12). Ahora, tras manifestar su poder sobre la naturaleza, calmando la tempestad, los discípulos se preguntan: «¿Quién es este

El mar como símbolo de las fuerzas caóticas (Job 38,1.8-11)

En el mito mesopotámico de la creación (Enuma elish) el dios Marduk debe luchar contra la diosa Tiamat, que representa el mar, para poder crear el universo. El mar simboliza el peligro, la amenaza a la vida. (En términos modernos, el tsunami que devora y destruye la tierra firme.)

La primera lectura, tomada del libro de Job, recoge este tema, despojándolo de sus connotaciones politeístas. El mar no es una diosa, es una fuerza caótica que amenaza con cubrirlo todo. El Señor no le machaca el cráneo ni la descuartiza, como hace Marduk con Tiamat; se limita a encerrarlo con doble puerta, a fijarle un confín en el que «se romperá el orgullo de tus olas».

El peligro del mar (Salmo 106)

El mar no es sólo una amenaza para la tierra firme, lo es también cuando se intenta cruzarlo en una pequeña nave como las antiguas. En el momento más inesperado se oscurece el cielo, estalla la tormenta, la nave sube y baja al ritmo frenético del oleaje. Sólo cabe la posibilidad de encomendarse a Dios. Esta es la experiencia que recoge el fragmento del Salmo 106, al que quizá mucha gente no preste atención, pero esencial para entender el evangelio de hoy.

Jesús, los discípulos y el mar (Mc 4,35-41)

El pasaje del evangelio podemos dividirlo en cinco partes: 1) introducción: Jesús y los discípulos se embarcan hacia la otra orilla; 2) la tormenta: reacción opuesta de Jesús, que duerme, y de los discípulos, que lo despiertan asustados; 3) Jesús calma la tormenta; 4) Palabras de Jesús a los discípulos; 5) reacción final de éstos.

Tres de estas partes tienen especial relación con los textos de Job y el Salmo.

La segunda (la tormenta) recuerda la situación de grave peligro descrita en el Salmo. Pero, en este caso, los discípulos no se encomiendan a Dios, acuden a Jesús; no creen que pueda resolver el problema, simplemente les asombra que duerma tan tranquilo mientras están a punto de hundirse.

La tercera, en cambio, recuerda la lectura de Job, no por el tono poético, sino por el poder y la autoridad suprema que Jesús manifiesta sobre el mar, semejante a la de Dios en el Antiguo Testamento.

La quinta, que habla de la reacción de los discípulos, recuerda la reacción de los navegantes en el Salmo, pero con un cambio fundamental: los marineros del salmo se llenan de alegría y dan gracias a Dios, los discípulos sienten gran miedo y se preguntan quién es Jesús. Curiosamente, Marcos no ha dicho que los discípulos tuvieran miedo durante la tormenta, pero ahora sí lo tienen; es el miedo que provoca el contacto con el misterio.

Prescindiendo de la introducción, la parte que queda sin paralelo es la cuarta, las palabras de Jesús a los discípulos, que les interroga sobre su miedo y su fe. Estas dos preguntas son esenciales en el relato. De hecho, el pasaje dice al lector dos cosas: 1) el poder de Jesús es semejante al que se atribuye a Dios en el Antiguo Testamento; poder para dominar el mar y poder para salvar. 2) Al escuchar la lectura, el cristiano debe reconocer que sus miedos son muchos y su fe poca. Conocer a Jesús no es saberse de memoria unas fórmulas de antiguos concilios. El evangelio debe sorprendernos día a día y hacer que nos preguntemos quién es Jesús.

Desde antiguo se valoró el aspecto simbólico del relato: la nave de la iglesia, sometida a todo tipo de tormentas, es salvada por Jesús. Un aspecto que también podemos valorar a nivel individual.

¿Quiénes somos nosotros? (2 Corintios 5,14-17)

Aunque, en el Tiempo Ordinario, la segunda lectura carece generalmente de relación con las otras, el fragmento de hoy podemos verlo como un complemento al evangelio de Marcos.

«¿Quién es este?», se preguntan los discípulos, sorprendidos por su poder sobre el viento y el mar. La respuesta de Pablo sobre quién es Jesús no se basa en el poder sino en la debilidad: «el que murió por nosotros». Pero esta aparente debilidad tiene un enorme poder transformador: convierte a los cristianos en criaturas nuevas. Ya no deben vivir para ellos mismos, «sino para quien murió y resucitó por ellos.»

Vivir para Cristo es la mejor síntesis de lo que fue la vida de Pablo después de su conversión. Viajes continuos, peligros de muerte, fundación de comunidades, persecuciones de todo tipo, prisiones, redacción de cartas… todo estaba motivado por el deseo de servir a Cristo y vivir para él. Un buen espejo en el que mirarnos.

José Luis Sicre

Comentario – Domingo XII de Tiempo Ordinario

(Mc 4, 35-41)

Jesús calma una tormenta en el mar ante la mirada asombrada de los discípulos. El mar simbolizaba las fuerzas ocultas del mal, ante las cuales el hombre se siente impotente, porque superan su capacidad de comprensión y de acción.

Pero en toda la Biblia Dios siempre aparece dominante por encima del mar (Is 17, 13; Sal 18, 16; 104, 6-7), sobre todo en la experiencia del paso del Mar Rojo (Sal 106, 9; Is 63, 12).

Aquí Jesús duerme plácido en medio de la tormenta marina, y los discípulos lo despiertan indignados y llenos de temor.

Pero Jesús con su sola palabra, dando una orden, se manifiesta como dominador de las fuerzas misteriosas.

Sobrevino una calma perfecta, símbolo de la paz que trae el Mesías. El temor de los discípulos luego del prodigio ya no es el miedo a la tormenta; es el temor que se siente ante lo sagrado, que despierta respeto, admiración, y produce en el hombre la sensación de pequeñez e indignidad.

Aquí Jesús, tanto en el sueño como en la acción, aparece como el Señor, dueño de la situación, lo cual contrasta con la angustiosa impotencia y el tremendo miedo de los discípulos.

A veces, cuando estamos angustiados, nos parece que Jesús duerme, que no presta atención a nuestras angustias; pero él está. Y dejando todo en sus manos, confiando en su poder y en su amor, a su tiempo llegará la luz. Basta creer que él está allí, en la misma barca, junto a nosotros.

Oración:

«Señor, pongo mi vida en tus manos, porque yo solo con mi fragilidad no puedo enfrentar los misterios de la vida ni puedo dominar los males que me amenazan, pero contigo tengo la seguridad que me permite enfrentarlo todo».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Domingo XII de Tiempo Ordinario

INTRODUCCIÓN

La imagen de una barca zarandeada por las olas y a punto de naufragar ha sido una imagen muy corriente para describir las distintas situaciones difíciles por las que ha atravesado la Iglesia. Nos toca a cada época detectar y analizar  el tipo de tempestad que nos toca afrontar. En este momento del Corona-Virus la Iglesia debe  estar muy sensible a esta terrible  tempestad que azota a toda la Humanidad. Y debemos ayudar a la humanidad a dar respuestas auténticas y valientes desde nuestra fe.

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura:  Job. 38,1.8-11      2ª Lectura: 2Cor. 5,14-17

EVANGELIO

Mc. 4,35-41.

Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: « ¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».

REFLEXIÓN

El Papa Francisco, el 27 de marzo del 2020, ante una plaza de San Pedro totalmente vacía, nos regaló una preciosa homilía aludiendo al texto que hoy nos ocupa de la tempestad calmada. De ahí sacamos unas sabias y ricas enseñanzas. Constatamos tres sensaciones.

1.- Sensación de miedo. “Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades. Se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos”. Esta sensación de miedo y angustia se ha hecho  más patente en tantas familias que perdieron a sus seres queridos sin poder acompañarles en esos momentos decisivos. Nos dimos cuenta de que hay algo peor que la misma muerte: morir en soledad. Morir sin tener una mano cercana de un familiar o un amigo a quien agarrarse. Sólo entonces caímos en la cuenta de la importancia de la fe. Dios nuestro Padre no abandonó a su propio Hijo clavado en la Cruz. Llorando y gritando  en medio de terribles dolores, fue escuchado. Y el Padre lo resucitó.  Aquella escena evangélica de Jesús “cogiendo la mano de una niña muerta, levantándola y entregándola a sus padres” (Lc. 8,53) se está repitiendo. Es el propio Jesús el que alarga a cada moribundo “su mano invisible” para que, agarrándose a ella, poder entregarlo al Padre–Dios. 

2.- Sensación de vulnerabilidad. Confiábamos en nuestros recursos, nuestra ciencia, nuestra tecnología y pronto caímos en la cuenta de que todo eso no nos servía. Era suficiente un “virus invisible” para dejarnos a todos como a nuestros primeros padres después del primer  pecado: “totalmente desnudos”. El Papa Francisco lo expresaba de esta manera: “Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar”. Pero fue una bonita ocasión para despertar en nosotros lo más hermoso que tenemos: la fraternidad, la solidaridad. “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.

3.- Sensación de que no todo está perdido. “El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar”. Pronto hemos caído en la cuenta de que lo importante en la vida no es tener, acumular, vivir sólo para nosotros mismos, sino abrirnos a los demás y encontrar el sentido de la vida en la entrega desinteresada a los demás. Tantos gestos heroicos de médicos, enfermeros, voluntarios, trasportistas, gente de buena voluntad, es decir, lo mejor de la sociedad, estaban ahí, aunque no los conocíamos. Jesús decía:” Si el grano de trigo no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn. 12,24). Esos granos que ya han caído en tierra y han muerto, son la mejor semilla de una nueva sociedad.

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

Todas las «cunas», Señor,
tienen la forma de «barca».
Por el «mar de nuestra vida»
remamos hacia la playa.
Este mar se enfada a veces
y provoca las borrascas.
«Mar y mal» se identifican,
habitan la misma casa.
Ante el «mal», el Evangelio
presenta caras contrarias.
Los discípulos se asustan,
Jesús mantiene la calma.
Jesús puso en el Dios Padre
su corazón, su confianza.
Por eso, duerme en la popa,
recostado en la almohada.
Los discípulos miedosos,
al no tener fe, fracasan.
Esperan la salvación
sólo por arte de magia.
También, Señor, a nosotros
el miedo nos acobarda.
Nos cuesta creer en Ti,
vivir según tu Palabra.
Señor, te ofrecemos himnos
de gratitud y alabanza.
Perfuma, Tú, nuestra vida
con la flor de la esperanza.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

El pequeño lago al que llamaban mar

1.- Para entender mejor muchos pasajes del evangelio, mis queridos jóvenes lectores, bueno será visitar aquellos lugares donde acontecieron los hechos que se nos cuentan, o conocer siquiera alguna de las características geográficas que lo condicionan. El Kineret, que así se llama en hebreo, por su forma de lira o porque sus aguas al moverse semejan las notas de este instrumento, según quien nos lo cuente, en realidad es de poca extensión. De norte a sur, en números redondos, mide 20 Km. y de este a oeste alrededor de 9. Lo más característico del lugar es la situación de su superficie respecto a la de los océanos. Está por debajo de los 200 metros. Rodeado todo él por pequeñas elevaciones de terreno de no más de 400 metros, sufre unas temperaturas en verano que pueden alcanzar los 46º C. Si he dado esta lección de geografía física, es porque estos detalles condicionan tanto el estado de ánimo de la gente, sometida a alta presión atmosférica y grado de humedad, como el comportamiento de las corrientes de aire y el movimiento de sus aguas. Cada día hacia las 6 de la tarde empieza a soplar un suave viento que riza la superficie y que, con facilidad, hacia las nueve, se convierte en pequeña gran tempestad.

2.- Cuando uno se mueve por aquellas tierras, resulta muy útil visitar, en el hotel del Kibutz de Guinnosar, un barco encontrado no hace muchos años y que por sus características sería semejante al que utilizaba Jesús, propiedad sería de los apóstoles pescadores. Le llaman la barca de San Pedro, aunque nadie pretenda creer que fue de su propiedad. Hay que recordar también, que no todos los seguidores del Maestro ejercían este oficio y no todos tendrían la misma actitud al encontrarse navegando por el lago. Con facilidad puede uno imaginar el diferente estado de ánimo que ante las olas tendrían los adultos que se ganaban la vida surcándolas y echando las redes, pretendiendo que se llenaran de peces, Juan, el jovencito inquieto, o Mateo, el funcionario. Distintos eran ellos, unidos entre sí por el seguimiento de Jesús. Pero este amor no le quitaría el miedo a hundirse que sentiría Leví, en cuanto el cascarón aquel empezara a balancearse un poco, Pedro demostraría en aquellos momentos su maestría y dominio de las artes, y los demás recibirían el oleaje sin inmutarse demasiado.

Porque debéis saber, que es cuestión de muy poco tiempo allí, el que tarda en convertirse aquel simpático agitarse de las olas en otras que con facilidad se elevan más de un metro. Lo he leído, descrito en los manuales, y lo he experimentado en alguna ocasión. De aquí que os hable con conocimiento. Y os lo he explicado para que comprendáis que Jesús, que algo entendería de estos fenómenos locales, se quedara dormido tranquilamente descansando y que los apóstoles marineros, no le despertaran enseguida. Pero, ya se sabe, la naturaleza con frecuencia supera al ingenio de los hombres. El orgullo profesional también llega un momento que es vencido por el peligro y por eso en la oración que le dirigen, hay un cierto tono de queja. La plegaria es súplica, pero en ocasiones la elevamos con cierta prisa y Dios, que tiene toda la eternidad para contestarnos generosamente, a veces, se atiene a nuestra pequeñez. Así ocurrió entonces. A la orden de Jesús se calmaron las aguas y los apóstoles quedaron asombrados del poder del Maestro.

3.- A ellos, Cristo se abajó, mostrando su bondad en su trabajo cotidiano. A nosotros nos pasará igual. Claro que su poder y su bondad se manifestarán lejos de Tiberíades y de las tareas de la pesca en agua dulce, pero no dejará de manifestarnos su cariño si se lo solicitamos en nuestro diario quehacer. Que de poco nos serviría reconocer que es Rey del Universo, si no comprobáramos que lo es de nuestro pequeño mundo. Otra cosa. Deberemos aprender de los apóstoles a asombrarnos. Es un gesto que no os enseñarán en ningún colegio ni gimnasio, pero que es necesario para seguir al Señor y ser felices.

No quiero, mis queridos jóvenes lectores, que olvidéis lo que dice San Pablo en el fragmento que leemos hoy. Todos tememos el fin de nuestros días. Jesús escogió la muerte, la suya, para salvarnos a nosotros. Asombrados ante este gesto de generosidad, correspondemos nosotros siendo hombres distintos. Tal vez os encontráis con que vuestros compañeros no van a misa, digo esto para poner un sencillo ejemplo, y os preguntéis porqué a vosotros os toca ir. Recapacitad un momento, preguntaos sinceramente ¿están ellos enterados de que el Señor los ha salvado? ¿Han aprendido, les han enseñado, a ser agradecidos? Seguir a Jesús, como seguir a un equipo vencedor, que además son gente amiga nuestra, o a un conjunto triunfador, con el que hemos entablado amistad, no cuesta tanto, como seguir a desconocidos líderes políticos o presidentes de asociaciones que no forman parte de nuestra entrañable vida.

No os olvidéis de ser siempre amigos de Jesús, os lo repetiré muchas veces. Otro día os explicaré porque al pequeño lago los lugareños le llaman mar.

Pedrojosé Ynaraja

Todo saldrá bien

1.- Nadie que no haya experimentado la furia del mar, dentro de una embarcación, puede hacerse idea exacta de esa fuerza terrible que provoca enorme terror. Mis experiencias, de todos modos, se reducen al efecto de una inesperada tormenta mediterránea a bordo de una barquita de turismo, con cuatro tripulantes que habíamos salido a pescar de buena mañana y con un tiempo excelente. Estalló el mal tiempo y las normas nos señalaban que debíamos acercarnos a la playa a golpe de remos, pero nada se conseguía. El mar –la mar—se empeñaba en no dejarlos salir, estando a no mucho más de cien metros de tierra firme. La angustia duró muchos minutos, hasta que, de manera inesperada, la barca “se subió” en la cresta de una de esas grandes olas y aterrizamos, con un gran golpe –que sentimos en nuestras posaderas—en la arena de la mismísima playa. El caso no parece grave. Se presentaría como una anécdota más del tiempo de vacaciones, si no fuera porque no se puede olvidar el autentico miedo que el incidente, por fiero e inesperado, produjo en nuestro ánimo.

Pero, claro, no es lo mismo experimentar esa fuerza terrible del mar sin posibilidad de tener problemas. Es obvio que el espectáculo desde tierra de una gran tormenta sobre el mar sobrecoge, maravilla y, desde luego, es consecuencia inmediata para entender mejor la grandeza de la naturaleza y por ello el infinito poder de Dios. Incluso, ya a bordo de un gran barco, cuando este mueve como una cáscara de nuez –por ejemplo un ferry en la travesía Santander (España)- Southampton (Inglaterra)— reina esa inquietud segura, pero llena de temor.

2.- Y en fin, este preámbulo solo sirve para entender el estado de ánimo de los apóstoles ante la tormenta en el lago. Claro que temieron por sus vidas, como no podía ser de otra forma. San Marcos nos dice que el Señor Jesús dormía sobre un almohadón situado en la popa de la embarcación. No parece fácil dormir con ese bamboleo. Pero se puede afirmar que Jesús tenía que dormir realmente, porque él nunca fingía nunca, aunque ello se justificara para mostrar, en su momento, su poder divino a los discípulos. Su sueño sería el producido por la fatiga del trabajo de los días anteriores, y motivado, también, por la ausencia de temores, los cuales suelen quitar el sueño a común denominador de los mortales. Por supuesto que su conciencia estaba tranquila. Sin embargo, una gran cantidad de los miedos de nuestra existencia están basados en cuestiones subjetivas que no responden a la realidad. Desde luego no era así en este caso de la tempestad. El misterio, para los apóstoles –y para nosotros mismo—es ese sueño de Jesús en medio de la tormenta. Pero eso no podremos saberlo nunca.

Partiendo del miedo y de la agitación de los discípulos, hemos de intentar comprender, de alguna manera, el estupor ante el final instantáneo de la tormenta. Y además que Jesús lo consiguiera ordenándoselo, que increpara a los elementos como se hace con una persona, con un ser vivo. Ese “¡Silencio, cállate!” es estremecedor y grandioso, aunque, por supuesto nadie puede negar que una tormenta en el mar no sea un algo muy vivo. Además afea el miedo a sus acompañantes. “¿Por qué sois tan cobardes?” Y esa interpelación nos llega directamente a nosotros, porque muchas de nuestras torpezas en la vida de cristianos, viene de la cobardía, de los temores infundados. Parece claro que si confiamos en Jesús de Nazaret nada tendríamos que temer y, sin embargo, nuestra vida –como decía—esta llena de miedos, la mayoría de ellos mucho menos razonables que el temor por los efectos de un mar fiero.

3.- La primera lectura, del Libro de Job, encara también la presencia omnipotente de Dios por encima de la terrible tormenta. Y como hace Jesús en el relato del Evangelio de hoy, Dios también habla a la tormenta, para confinarla en su sitio del agua, sin que llegue a tierra firme. Habla de arrogancia de la tormenta. Ejemplo, sin duda, eficaz y afortunado. Para nosotros, hombres y mujeres, la arrogancia del mar embravecido es un hecho, para Dios no es nada. Se refuerza pues la idea de que hemos de confiar en Dios, en su infinita fuerza que nos librará de todos los malos avatares. El Salmo también nos habla del poder de Dios y la tormenta. Como suele ocurrir en la liturgia existe esa relación catequética en todos los textos que se proclaman en la Eucaristía.

4.- San Pablo en su Segunda Carta a los fieles de Corinto refleja –como lo hace en otras epístolas—la ciencia de lo nuevo y el hombre nuevo. La presencia de Jesús de Nazaret en nuestras vidas nos renueva por dentro de manera total, dando lugar al nacimiento de hombres y mujeres nuevos, no solo parcialmente renovados, sino totalmente nuevos. Supongo que todos y cada uno de nosotros, si recordamos los primeros compases de nuestra vida, tras la conversión, tendremos claro el acceso a esa novedad total que nos transforma. La frase de Pablo es muy bella: “Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado”. Y tiene un gran sentido que refleja ese momento preciso en que empezamos a vivir en la cercanía y presencia de Dios.

La enseñanza de este domingo no es otra que la de ejercitar en todos los casos nuestra confianza en Dios. Hemos de aceptar que con Él todo tiene solución. Y es, bajo mi punto de vista, un buen momento pare recordar, una vez más, esa revelación que el mismo Jesús hizo a Juliana de Norwich, mística inglesa de la edad media. Jesús le dijo: “No te preocupes que, al final, todo saldrá bien.

Ángel Gómez Escorial

Lo nuevo ha comenzado

Durante el confinamiento hubo muchas personas que “descubrieron” a sus vecinos y, durante ese tiempo, hubo un crecimiento de las “relaciones de balcón”, así como bastantes muestras de solidaridad con personas más necesitadas. Algunos interpretaron esta situación como el nacimiento de una nueva época, augurando que la sociedad iba a salir mejor después del confinamiento. Sin embargo, al terminar el confinamiento, y a pesar de seguir en estado de alarma, se ha podido constatar en amplios sectores una reacción contraria, con múltiples muestras de insolidaridad y egoísmo. Quienes pedíamos que se siguieran respetando las normas de seguridad establecidas, a menudo éramos objeto de burlas, desprecios e insultos. Como se lamentaban algunos profesionales sanitarios: “Todo lo que hemos sufrido no ha servido para nada, la gente se ha olvidado”.

En el Evangelio hemos escuchado el pasaje de la tempestad calmada, que es el que utilizó el Papa Francisco durante el confinamiento, el 27 de marzo de 2020. Entonces, el Papa dijo: “Nos encontramos asustados y perdidos. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos…”

Este pasaje, en estos tiempos en que parece que la “tempestad” del coronavirus se va calmando, nos invita a una reflexión orante para ver cómo estamos viviendo, desde la fe, este tiempo.

¿Cómo me he sentido durante todos estos meses? ¿Ha habido algo negativo que recuerde especialmente? ¿Me he dado cuenta de que todos estábamos en la misma barca? ¿He tenido algún gesto de cercanía o de solidaridad con vecinos u otras personas que lo hayan necesitado?

El Papa también dijo que “lo difícil es entender la actitud de Jesús. Él dormía tranquilo. Y los discípulos lo despertaron diciéndole Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención”. ¿He pensado esto en algún momento?

Sin embargo, como destacó el Papa, “Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde”. ¿He sabido descubrir los signos de la presencia de Jesús, sobre todo en la “popa”, en quienes han estado en primera línea y evitando que la “barca” de nuestra sociedad se hundiese completamente?

Cuando parece que “la gente se ha olvidado”, hoy debemos recordar (volver a pasar por nuestro corazón) a “tantos compañeros de viaje que, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.

Esta reflexión orante nos debe llevar a las palabras de San Pablo en la 2ª lectura: Nos apremia el amor de Cristo… Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí… Después de este tiempo, ¿vivo menos para mí, y más para los otros, o continúo igual que antes?      

San Pablo también ha dicho: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Cuando decimos que la fe “se nos tiene que notar” en palabras y obras, nos referimos también a esto: no podemos olvidar lo que han sido y supuesto estos meses, ni siquiera “pasar página” volviendo sin más a lo de antes, porque la pandemia ha desenmascarado “nuestra vulnerabilidad y esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad”.

Frente a las muestras de egoísmo e insolidaridad, nuestras actitudes y comportamiento han de mostrar que lo nuevo ha comenzado, que la durísima experiencia de la pandemia y sus consecuencias han dado una nueva orientación a nuestra vida, porque Jesús sigue “en la popa” de nuestra barca, de nuestro mundo, de nuestra vida, aunque pueda parecernos que está dormido. Por eso, hoy hacemos nuestras las palabras del Papa: “Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. El Señor nos interpela y nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Que no es tanto creer que Tú, Señor, existes, sino ir hacia ti y confiar en ti”.