Vísperas – San Luis Gonzaga

VÍSPERAS

SAN LUIS GONZAGA, religioso

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Dichosos los que oísteis la llamada
al pleno seguimiento del Maestro,
dichosos cuando puso su mirada
y os quiso para amigo y compañero.

Dichosos si abrazasteis la pobreza
para llenar de Dios vuestras alforjas,
para seguirle a él con fortaleza,
con gozo y con amor a todas horas.

Dichosos mensajeros de verdades,
marchando por caminos de la tierra,
predicando bondad contra maldades,
pregonando la paz contra las guerras.

Dichosos, del perdón dispensadores,
dichosos, de los tristes el consuelo,
dichosos, de los hombres servidores,
dichosos, herederos de los cielos. Amén

SALMO 14

Ant. Fue hallado intachable y perfecto; su gloria será eterna.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y práctica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aún en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Fue hallado intachable y perfecto; su gloria será eterna.

SALMO 111

Ant. El Señor protege a sus santos y les muestra su amor y su misericordia.

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor protege a sus santos y les muestra su amor y su misericordia.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Los santos cantaban un cántico nuevo ante el trono de Dios y del Cordero, y sus voces llenaban toda la tierra.

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Los santos cantaban un cántico nuevo ante el trono de Dios y del Cordero, y sus voces llenaban toda la tierra.

LECTURA: Rom 8, 28-30

Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

RESPONSORIO BREVE

R/ El Señor es justo y ama la justicia.
V/ El Señor es justo y ama la justicia.

R/ Los buenos verán su rostro.
V/ Y ama la justicia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ El Señor es justo y ama la justicia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Os aseguro que lo que hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Os aseguro que lo que hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

PRECES

Pidamos a Dios, de toda santidad, que, con la intercesión y el ejemplo de los santos, nos impulse a una vida santa, y digamos:

Seamos santos, porque tú, Señor, eres santo.

Padre santo, que has querido que nos llamemos y seamos hijos tuyos,
— haz que la iglesia santa, extendida por los confines de la tierra, cante tus grandezas.

Padre santo, que deseas que vivamos de una manera digna, buscando siempre tu beneplácito,
— ayúdanos a dar fruto de buenas obras.

Padre santo, que nos reconciliaste contigo por medio de Cristo,
— guárdanos en tu nombre, para que todos seamos uno.

Padre santo, que nos convocas al banquete de tu reino,
— haz que, comiendo el pan que ha bajado del cielo, alcancemos la perfección del amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Padre santo, perdona a los pecadores sus delitos,
— y admite a los difuntos en tu reino, para que puedan contemplar tu rostro.

Acudamos ahora a nuestro Padre celestial, diciendo:
Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, dispensador de los dones celestiales, que has querido juntar en san Luís Gonzaga una admirable inocencia de vida y un austero espíritu de penitencia, concédenos, por su intercesión, que, si no hemos sabido imitarle en su vida inocente, sigamos fielmente sus ejemplos en la penitencia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes XII de Tiempo Ordinario

1.- Introducción.

Señor, hoy te pido en este evangelio, que me ayudes a ser objetivo, a ver las cosas como son y no como a mí me parecen; a no valorar los comportamientos humanos a partir del afecto o desafecto que yo tengo con las personas a las que me atrevo a enjuiciar.  Suele ocurrir que una misma acción es valorada de una manera distinta si se trata de una persona que me cae bien o me cae mal. Señor, dame un corazón sano, una mente limpia y una mirada de fe para emitir un juicio objetivo sobre mis hermanos.

2.- Lectura reposada del evangelio. Mateo 7, 1-5

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: «Deja que te saque la brizna del ojo», teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

La mota y la viga. Al Señor le gusta exagerar los términos de comparación para que caigamos en la cuenta de nuestros errores y cambiemos. El no ver una mota no tiene demasiada importancia respecto a nuestra salud del ojo. Pero no ver una viga significa que tengo mis ojos muy estropeados, que me urge la visita al oculista, que estoy a punto de perder la vista. Pablo tenía sus ojos muy sucios cuando en cada cristiano veía a un enemigo. En realidad estaba ciego. Por eso tuvo que estrenar unos ojos nuevos, los ojos del amor. Y, con esta mirada del corazón, pudo ver a Jesús en cada uno de los cristianos a los que perseguía. Lamentablemente, a más de veinte siglos de distancia, seguimos estando ciegos, no vemos a Cristo en el rostro de nuestros hermanos. Qué bonitas las palabras del Papa Pablo VI a todos los cristianos al acabar el Concilio Vaticano II. “En el rostro de cada hombre, sobre todo si se ha hecho transparente a través de las lágrimas y el dolor, nosotros podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo”.  Antes de ver “motas” en el ojo de nuestros hermanos, quitemos las “vigas” que llevamos en los nuestros.

Palabra del Papa.

“No se puede corregir a una persona sin amor y sin caridad. No se puede hacer una intervención quirúrgica sin anestesia: no se puede, porque el enfermo morirá de dolor. Y la caridad es como una anestesia que ayuda a recibir la cura y aceptar la corrección. Apartarlo, con mansedumbre, con amor y hablarle. En segundo lugar es necesario no decir algo que no es verdad. Cuántas veces en nuestras comunidades se dicen cosas una persona de la otra que no son verdaderas: son calumnias… La corrección fraterna es un acto para curar el cuerpo de la Iglesia. Hay un agujero, ahí, en el tejido de la Iglesia que es necesario coser de nuevo. Y como las madres y las abuelas, cuando cosen, lo hacen con mucha delicadeza, así se debe hacer la corrección fraterna. Si no eres capaz de hacerlo con amor, con caridad, en la verdad y con humildad, se comete una ofensa, una destrucción del corazón de la persona. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 12 de septiembre de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Evitar los prejuicios para mirar hoy a todas las personas con la mirada del corazón.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Dios mío, qué bella, qué fuerte, qué eficaz es tu Palabra. Yo, por mí mismo, nunca hubiera caído en la cuenta de la terrible enfermedad de mis ojos del alma. Hoy he visto lo hipócrita que soy. Qué duro, que inflexible, qué intransigente soy a la hora de hacer un juicio a los demás. Y, por otra parte, qué blando, qué condescendiente, qué comprensivo soy con mis errores y defectos. Sigo con la ley del embudo: lo ancho para mí y lo estrecho para los demás. Te prometo, Señor, que voy a cambiar.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Talitha qumi

La elección de la frase me ha costado más que el posterior comentario de las lecturas, salmo y evangelio. Me he centrado únicamente en la forma abreviada que omite el pasaje de la mujer curada por su fe. Evocadoras frases como “¿Para qué molestar más al maestro?” o “No temas; basta que tengas fe” o “La niña no está muerta, está dormida” o “les dijo que dieran de comer a la niña”, llaman a atención e invitan a preguntarse por su sentido más profundo. Una característica singular me ha hecho decidirme: la frase que, providencialmente, la podemos oír en la lengua materna del Señor.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Con qué pocas y bellas palabras, acompañadas de dulce melodía, el salmista nos presenta su experiencia de muerte y vida, de llanto y de júbilo. Sabe, además, que puede volver a caer y exclama: ¡Señor, socórreme!, aunque predomina la acción de gracias y el compromiso de ensalzar la victoria del Señor.

Comienzo el comentario por el salmo porque es la mejor respuesta que podemos dar a la constante llamada de Dios para que vivamos su misma vida. Una vocación que el salmista no experimentó y, en cambio, nosotros si, pues Cristo ha sacado nuestra vida del abismo del pecado y de la muerte y nos a destinado a la gloria. Él, “siendo rico, por nosotros, se hizo pobre, para que vosotros con su pobreza os hagáis ricos”.

Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza

Dios quiere la vida. Nos quiere junto a si para siempre; para que nuestro gozo sea pleno. Creados a su imagen y semejanza, estamos llamados a la vida eterna.

“Dios no hizo la muerte”. Nuestras deliberadas malas obras son las que llevan a ella. El pecado lleva en si la simiente de la muerte.

¿Qué estrépito y qué lloros son estos?

En el evangelio se nos muestra, con inequívocas acciones, el poder de Cristo que manifiesta la misericordia divina, la compasión y la ternura de Dios.

Presenta unas de las más dolorosas experiencias humanas para hablarnos del alma herida o muerta por el pecado: la enfermedad y la muerte.

No hemos de quedarnos en consideraciones que nos lleven a indagar en la vida de la mujer enferma o de Jairo y su familia. Los milagros del Señor tienen siempre un valor de signo. La sangre que pierde la mujer enferma nos sugiere, según la concepción bíblica, la vida que van perdiendo los que se obstinan en ir por el mal camino. La decisión de tocar el manto, la determinación y la humildad. La reacción del Señor nos hace comprender el valor de la fe como condición.

¡Ojo con confundir el poder de la confianza en Cristo con la forma concreta de manifestarla! La gracia viene de Cristo y no del manto. ¡Cuantos ritos, devociones y obsoletas costumbres hemos de ir cambiando!

La muerte de la niña puede ser imagen de la percepción fatalista de la muerte como el final sin remedio. “¿Para qué molestar más al maestro?” como diciendo que ni Dios tiene poder sobre la muerte. Jesús es rápido y contundente ante la desesperación de los que lloran y se lamentan: “La niña no está muerta, está dormida”, como diciendo que la muerte no es el final. Vendrá cuando vendrá pero no tiene el poder de matar. El único que tiene poder de matarse es uno mismo. A eso lo llamamos condenación. La niña murió, quizá, habiendo conocido a sus nietos. Y, aplicado a nosotros, podemos decir que, aunque parezca que estemos al borde de la fosa por nuestra mala vida, por nuestros pecados, todavía es tiempo de salvación. “No temas; basta que tengas fe”.

Otra consideración es el papel de la multitud que apretuja al Señor o de los asistentes al velatorio. Quizá convenga que nos pongamos nosotros en su lugar para comprender cuándo somos estorbo para la acción divina y cuándo podemos ser testigos de la misericordia y del amor de Dios.

Hermanos: ya que sobresalís en todo…distinguíos también ahora en vuestra generosidad

San Pablo nos ofrece como un comprobante o prueba de nuestro servicio o de nuestro estorbo al anuncio del Evangelio: si somos capaces de compartir los bienes que de nuestro Padre Dios hemos recibido. ¡Muy dispuestos a manifestar nuestra fe, pero recelosos a la hora de compartir!

Hoy tenemos una nueva oportunidad que la Iglesia nos brinda con la colecta destinada a sustentar la labor apostólica y caritativa del Papa.

Sabemos muy bien que nuestra fe en Cristo nos exige combatir las causas del pecado. Nos compromete con el trabajo y la lucha por un mundo mejor.

Si quieres puedes hacerte estas dos preguntas: ¿Confío en el poder de Cristo para curar mis heridas? ¿Estoy dispuesto a colaborar, compartiendo mis bienes espirituales y materiales, para que el Evangelio llegue a todos?

Si tu respuesta es afirmativa, ¡ánimo!, con todo el cariño y ternura hoy te dice Jesús: “¡Talitha qumi!”

D. Amadeo Romá Bo O.P.

Comentario – Lunes XII de Tiempo Ordinario

(Mt 7, 1-5)

Cuando el evangelio nos dice que si no juzgamos no seremos juzgamos, está otorgando un inmenso valor a la compasión con el hermano.

Cuando luego leemos que la misma medida que usemos para medir a otro se usará por nosotros, parece como si Dios quisiera tocar nuestro interés personal para que miremos al hermano con ojos misericordiosos.

Un santo monje que conocía solía decir: «Si no somos santos, al menos seamos astutos», como invitando a cubrir el fuego de los propios pecados con la lluvia de la misericordia. Perdonando y comprendiendo generosamente los defectos y errores ajenos, lo mismo hará Dios con nuestra propia miseria. No desperdiciemos este remedio que Dios mismo nos ofrece.

Sin embargo, no se trata aquí de motivarnos a una actitud negociadora. Simplemente se nos quiere mostrar el inmenso valor que tiene a los ojos del Señor la misericordia para juzgar al hermano. Y así, al que desea agradar a Dios, se lo invita a no buscar tanto la perfección en otros ámbitos de su ser y de su vida, sino sobre todo en la compasión y en la misericordia. Estas actitudes compasivas son la belleza que más cautiva a Dios y parece disimular un poco las sombras y defectos de nuestra vida.

Luego el texto evangélico nos invita a tratar de descubrir nuestra propia miseria, esa que tantas veces nos escondemos a nosotros mismos, para que así podamos valorar esta exhortación a usar con el hermano la medida compasiva que esperamos que los demás usen con nosotros.

Oración:

«Ilumíname Señor, tócame con el poder de tu gracia, para que reconozca mi propia miseria, la miseria de donde me has sacado y la miseria que muchas veces me escondo a mí mismo, para que así pueda mirar con ternura y compasión los defectos ajenos».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XIII de Tiempo Ordinario

1

La fuerza salvadora de Dios está actuando

Siguen los milagros con los que Jesús revela progresivamente su condición divina. Si antes era la tempestad del lago la que calmaba, hoy aparece como señor de la enfermedad y de la muerte.

El Reino de Dios está ya presente y va actuando en nuestro mundo. El proyecto de Dios es proyecto de vida, no de enfermedad ni de muerte. Eso se ve en el poder liberador que muestra Jesús, su Hijo. Si en domingos anteriores aparecía como «el más fuerte» que lucha contra las fuerzas del mal, y como dominador de las fuerzas de la naturaleza, hoy quiere comunicarnos, también a los cristianos del siglo XXI, su poder liberador sobre la enfermedad y la muerte.

 

Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24. La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo

El libro de la Sabiduría, que es un canto a la sabiduría verdadera según la mentalidad de Dios, nos ofrece hoy una página sobre la razón de ser de la muerte, uno de los interrogantes -junto con la existencia del mal en el mundo- que siempre ha preocupado a la humanidad. El tema ha sido escogido hoy como primera lectura, para preparar el gran milagro de Jesús que resucita a la hija de Jairo.

Para el autor, que refleja la tesis del libro del Génesis, «Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser». Cuando Dios vio lo que había hecho, «vio que todo era muy bueno». Pero luego «la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo» y ahí se trastornó toda la armonía proyectada por Dios:

El salmista expresa su confianza en esa voluntad salvadora de Dios, a pesar de la muerte: «sacaste mi vida del abismo… cambiaste mi luto en danzas». Por eso alaba a Dios: «te ensalzaré, Señor, porque me has librado».

 

2 Corintios 8, 7.9.13-15. Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres

Pablo promueve entre las comunidades más pudientes, como la de Corinto, en Grecia, una colecta solidaria para ayudar a la de Jerusalén, que pasaba apuros.

Los argumentos que aduce él para invitarles a su aportación son varios: a) ya que los corintios «sobresalen en todo, sobre todo en palabra y conocimiento» (son de Grecia, emporio de la filosofía y de la ciencia), b) y asimismo sobresalen «por el cariño que le tienen a él», a Pablo, c) ahora deberían distinguirse también por su generosidad; d) además, Cristo Jesús nos dio ejemplo de esta entrega por los demás, haciéndose pobre para ayudarnos a todos.

 

Marcos 5, 21-43. Contigo hablo, niña, levántate

Marcos nos narra dos milagros de Jesús, intercalados el uno en el otro, y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.

El jefe de la sinagoga, Jairo, le pide humildemente que cure a su hija (se ve que el amor de padre superaba a la decisión que habían tomado los judíos de eliminar a Jesús). Cuando va camino de la casa de Jairo, se le acerca una mujer que sufre hemorragias incurables, y queda curada «inmediatamente» con sólo tocarle el borde de su vestido. Jesús le alaba la fe que ha mostrado.

Al llegar a casa de Jairo -mientras tanto la niña ha muerto- realiza el milagro aun más portentoso de resucitarla con una palabra llena de autoridad: «Talitha qumi» (en el arameo, la lengua materna de Jesús, «contigo hablo, niña, levántate»). Son testigos del hecho los tres apóstoles más cercanos a él, que estarán también luego presentes en el monte Tabor y en Getsemaní. Marcos añade una observación muy realista: «y les dijo que dieran de comer a la niña».

Aparece de nuevo el «secreto mesiánico»: «les insistió en que nadie se enterase», porque veía que todavía no estaba madura la multitud para pasar del mero milagro a la comprensión del misterio divino de Jesús.

 

2

Sigue emanando fuerza de él

Es interesante el diálogo que se establece tras la curación de la buena mujer que se le acerca y le toca el manto: ¿quién me ha tocado? La respuesta de uno de los discípulos es de sentido común: todos le están empujando. Marcos añade una afirmación significativa: Jesús «había notado que había salido fuerza de él».

Esta fuerza salvífica sigue emanando de Cristo Jesús, ahora el Señor Resucitado. Lo hace sobre todo a través de la Iglesia, de su Palabra, de sus Sacramentos. El Catecismo de la Iglesia Católica, inspirándose en esta escena, presenta los sacramentos «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante». El Bautismo o la Reconciliación o la Unción de enfermos son fuerzas que emanan para nosotros, hoy y aquí, del Señor Resucitado, que está presente en ellos a través del ministerio de la Iglesia. Son también acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, y por tanto «las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza» (CCE 1116). Buena definición de los sacramentos, por encima de una perspectiva meramente rubrical o jurídica.

 

Tu fe te ha curado

Todo dependerá de si tenemos fe. La acción curativa de Cristo está siempre en acto. Pero no actúa mágica o automáticamente.

En el caso de Jairo, existe esa fe: le pide la curación de su hija postrándose humildemente ante Jesús, convencido de que puede curarla. Tal vez no tiene la misma seguridad cuando se entera que su hija ha muerto. Pero Jesús le ayuda: «no temas, basta que tengas fe».

La mujer enferma ni se atreve a dirigirle la palabra: tal vez porque su enfermedad la hacía legalmente «impura» y no podía entrar en contacto con la gente. Por eso, al ser descubierta, cuenta lo que ha hecho con humildad y miedo. También a ella Jesús le dice: «hija, tu fe te ha curado, vete en paz y con salud».

Cuando Marcos escribe su evangelio, es su intención que sus lectores crezcan en la fe en Cristo y se acerquen a él con la confianza de que tiene la fuerza de curar y resucitar.

Deberíamos tener más fe en esa fuerza salvadora de Jesús, también en relación con esas dos realidades que tanto nos preocupan, la enfermedad y la muerte. Sobre el gran interrogante de la muerte, no tenemos los cristianos una «solución» al enigma, pero sí tenemos luz para afrontarla con sentido y confianza: «el que cree en mí, aunque muera, vivirá».

Cristo nos quiere seguir curando a nosotros, que llegamos no sólo a tocar el borde su manto, sino que nos alimentamos de su misma Persona en la comunión. Deberíamos tomar como dichas a nosotros las palabras de Jesús: «a ti te lo digo, levántate». Seguro que tenemos de qué levantarnos: de la pereza, del pecado, del desánimo… Debemos creer en Jesús, no sólo cuando todavía hay esperanza, sino también cuando ya todo parece irremediable, creyendo «contra toda esperanza».

Además, la actuación de Jesús nos da una buena clave para nuestra pastoral sacramental. Es una actitud de «buenos pastores», llena de amable acogida y pedagogía evangelizadora, ayudando a todos a encontrarse desde la fe con la salvación de Dios, estén o no al principio bien dispuestos.

Tanto los ministros ordenados como los fieles que atienden a los que vienen a pedir los sacramentos para sí mismos (unos novios que preparan su boda) o para sus hijos o allegados (el bautismo, la primera comunión, las exequias cristianas), deberíamos respetar el grado de fe, o de no fe, de esas personas. Y conducirlas, como hacía Jesús, a una fe más profunda.

Jairo tenía fe hasta cierto punto (cuando se trataba de curar a una enferma, pero no para resucitar a una difunta), y Jesús le ayudó a profundizar en esa fe. A la buena mujer también le ayuda a comprender que no la ha curado el haber tocado su manto, sino la fe. Hay que saber descubrir y reavivar el rescoldo de fe que puede haber en algunos novios o en algunas familias que vienen a pedir los sacramentos de la Iglesia. Eso es lo típico de un buen pastor que imita a Jesús: aceptar la situación en que se encuentran las personas y acompañarles hacia delante.

 

Dios quiere la vida, no la muerte

Las dos escenas del evangelio de hoy son muy expresivas del poder salvador de Jesús sobre la enfermedad y la muerte, dos realidades muy presentes en nuestra historia y que nos preocupan notablemente.

La enfermedad es la experiencia de nuestros límites, y muchas veces, además del dolor, nos hace experimentar la soledad, la impotencia, el tener que depender de los demás, perder, junto con la salud física, también las fuerzas espirituales y la ilusión.

Pero sobre todo nos preocupa el enigma de la muerte, ante el que caben reacciones de desesperación o fatalismo, de rebelión o de aceptación progresiva. Ante el gran interrogante de todos los tiempos, ¿por qué la muerte?, las lecturas de hoy no nos proporcionan la «solución», por mucha fe que tengamos en Cristo Jesús, pero sí nos iluminan para que sepamos aceptarla desde la fe en Dios.

El libro de la Sabiduría nos contesta, con la perspectiva del libro del Génesis, afirmando que Dios no ha querido la muerte, sino la vida. No dijo «hágase la enfermedad» o «hágase la muerte», sino «hágase la vida». Dios es el Dios de la vida. Según su plan, el destino del hombre es vivir para siempre: «lo hizo a imagen de su propio ser», que es todo vida y vida eterna. Ahora bien, el autor de este libro, fiel a la mentalidad de los israelitas, atribuye la existencia de la muerte al pecado, que trastornó los planes de Dios e introdujo el mal en el mundo. Más aún, lo atribuye al Maligno: «la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo», y será muerte definitiva para «los de su partido».

Pero es el evangelio el que nos da la perspectiva más esperanzadora. Cristo ha venido a dar vida: «para que tengan vida, y la tengan en abundancia». Muestra su poder sobre la enfermedad humana, curando a la mujer, y su poder sobre la muerte resucitando a la hija de Jairo. Desde la perspectiva de Cristo, la muerte no es definitiva: «la niña está dormida». Es una muerte transitoria. En el plan de Dios la muerte no es la última palabra, sino el paso a la existencia definitiva. El mismo, Jesús, resucitará del sepulcro a una nueva vida.

El Cristo que curó a la mujer con sólo su contacto, el Cristo que tendió la mano a la niña y la devolvió a la vida, es el mismo Cristo que en su Pascua triunfó de la muerte, experimentándola en su propia carne. Es el mismo que ahora sigue, desde su existencia gloriosa, estando a nuestro lado para que tanto en los momentos de debilidad y dolor como en el trance de la muerte sepamos dar a ambas experiencias un sentido pascual, incorporándonos a él en su dolor y en su destino de victoria y vida.

También la Iglesia debe ser «dadora de vida» y transmisora de esperanza, cuidando a los enfermos, como ha hecho a lo largo de dos mil años, poniendo remedio a la incultura y defendiendo la vida contra todos los posibles ataques del hambre, de las guerras, de las escandalosas injusticias de este mundo, del terrorismo, así como de las perspectivas radicales del aborto o de la eutanasia o de la pena de muerte.

 

Comunicación de bienes

La colecta que organiza Pablo, entre las comunidades más pudientes, es un buen ejemplo de solidaridad también para nuestro tiempo.

Se ve que la comunidad de Jerusalén pasaba momentos de penuria y escasez. No duró mucho, pues, aquella situación de «comunismo cristiano» que describe Lucas en el libro de los Hechos, en que ninguno pasaba necesidad porque todos ponían en común lo suyo.

No se trata, según Pablo, de que ahora se invierta la situación y yo tenga que ser pobre. Se trata más bien de igualar, de nivelar, de modo que no haya diferencias tan notables entre una comunidad y otra.

Esto puede aplicarse tanto a una solidaridad intraeclesial, entre comunidades cristianas -por ejemplo con una caja de compensación o de solidaridad entre diócesis o entre parroquias o con los misioneros- sino también en el terreno social y mundial, ayudando a los países pobres, en que millones de personas mueren de hambre cada año.

No podemos contentarnos con rezar en la Oración Universal por la paz y la justicia del mundo, sino que nuestra solidaridad se tiene que traducir en una ayuda más concreta, también económica. No podemos quedar tranquilos ante el escándalo de la desigualdad entre países ricos y pobres, entre comunidades que abundan y comunidades que pasan necesidad.

La motivación que aduce Pablo sigue siendo válida para nosotros. Cristo fue generoso con todos: no podemos nosotros no serlo unos con otros. Además, hoy nos toca ayudar desde nuestros medios a otros, y mañana tal vez serán ellos los que nos ayudarán a nosotros: hoy por mí y mañana por ti.

Es más cómodo encerrarnos en nuestro mundo, aducir que también a nosotros nos cuesta sobrevivir, o que no sabemos si la ayuda que damos llegará o no a destino, o que son los países más ricos los que tienen que poner remedio condonando deudas y cambiando políticas. Pero hay muchos niveles en que también cada comunidad cristiana, e incluso cada cristiano, puede ejercitar en su ambiente esta solidaridad, como Cristo, que no dio limosna, sino que se dio a sí mismo totalmente.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 5, 21-43 (Evangelio Domingo XIII de Tiempo Ordinario)

El verdadero significado de la muerte

El evangelio de Marcos nos presenta hoy todo un proceso pedagógico de cómo debemos afrontar la vida y la muerte desde la fe. Son dos relatos en uno que el redactor del evangelio o probablemente una tradición anterior había reunido con toda la intencionalidad del mundo, para que el retraso de una cosa extraordinaria que “entretiene” a Jesús, lleve así a otra cosa más extraordinaria aún: la vuelta a la vida de alguien que se consideraba muerta. Estos milagros que se nos relatan requieren su interpretación conjunta y exigen códigos hermenéuticos bien definidos. Jairo le pide a Jesús que ponga la mano a su hija enferma, y en el camino una mujer de la multitud se empeña en poner la mano sobre la orla, con la intención de «arrancar» a Jesús una curación para una enfermedad que le llevaba a la muerte. Como es lógico, esto difiere la llegada de Jesús y se produce la muerte. Todo es intencionado. Pero tanto Jesús, como el evangelista, quieren poner un correctivo a esa forma de acercarse a Jesús, de creer en él, como si fuera un simple curandero, y de enfrentarse a la muerte. Si la enfermedad no se ataja nos morimos… pero curar las enfermedades no soluciona el drama de la vida. La cuestión están en enfrentar la muerte en su verdadera dimensión. Tanto la mujer curada, como la hija de Jairo volverán a morir. No se trata de negar el valor del “milagro”, ni el poder extraordinario de Jesús. Pero, fuera del ámbito de la fe, por los milagros Jesús no pasaría de ser un “mago” más, un taumaturgo más de los de aquella época. Los milagros, los prodigios, pueden ser signo de parte de Dios…

La mujer que le ha tocado el vestido a Jesús tiene que enfrentarse con él, en un tu a tu, para que la fe se llene de contenido. Probablemente su obsesión por tocar a Jesús le ha llevado al convencimiento de que está curada. Pero Jesús no trata a los hombres desde la parasicología, sino como personas que deben aceptar desde la fe a un Dios de vida. Jesús no quiere, pues, que se le considere solamente un taumaturgo al que se puede tocar como se tocaban las estatuas de los dioses (y eso que en la religión judía no se podía representar a Dios). Lo extraordinario que le ha sucedido a la mujer debe reconducirse a la fe: “tu fe te ha curado”. ¿Y cuando la fe no cura? ¡Nada está perdido! Es ahí cuando le fe tiene más sentido y debe expresar toda la confianza de nuestra vida en Dios.

Así, se ofrecen los presupuestos para la siguiente escena: cuando llega a la casa Jairo, el llanto de las plañideras de oficio y la pena de los padres cubren la muerte de negrura. Pero no es así la muerte: es una puerta a la vida. El que Jesús, con sus famosas palabras en arameo (Talitha kum) haga que le niña se levante, no puede quedar en una cuestión de magia, sino que es un signo de cómo ve Jesús la muerte: un sueño, un paso, una hermana de la vida. La niña despierta, sí; pero volverá a morir un día y entonces ya no volverá a esta vida, no estará allí a sus pies el profeta de Galilea que la levante de nuevo de esa postración. Por eso no se debería usar el término “resurrección” para este caso de la niña que “vuelve a esta vida”. Solamente el milagro de la verdadera muerte nos lleva a la verdadera resurrección.

Entonces es cuando asumirán todo su sentido las palabras de Jesús: “la niña no está muerta, sino que está dormida”. Entonces logrará pasar a una vida distinta. Y a esa vida no se entra sino desde la fe, desde la confianza en el Dios que nos ha creado para vivir eternamente. El verdadero significado de la muerte no se afronta con el interés de volver a esta vida, a esta historia. El verdadero significado de la muerte se afronta desde otra dimensión: morir no es un drama de plañideras… aunque es hermoso llorar la muerte de verdad. Morir es el drama de nuestra vida histórica, el parto auténtico de nuestra existencia que nos llevará a una vida nueva. Eso es lo que debemos hacer: asumir la muerte, desde la fe, no como una tragedia, sino como la puerta de la verdadera resurrección.

2Cor 8, 7.9.13-15 (2ª lectura Domingo XIII de Tiempo Ordinario)

Compartir y generosidad

La segunda lectura está entresacada de una especie de billete que Pablo escribió para organizar una colecta para los pobres de Jerusalén, a lo que él se había comprometido en la asamblea apostólica de la ciudad santa, cuando se distribuyeron el campo de trabajo entre los judíos hebreos y los judíos helenistas que habían de trabajar entre los paganos (Cf. Gal 2). Era una forma de mantener la comunión con la comunidad madre desde la que el evangelio debía anunciarse a todos los hombres.

Pablo habla de generosidad, porque nuestro Señor se ha mostrado muy generoso con nosotros; lo ha dado todo, absolutamente todo, por nosotros ¿no debemos hacer lo mismo los unos con los otros? Incluso, en una propuesta poco radical, se permite pedir lo imprescindible, solamente lo que les sobra, para ayudar a los que lo necesitan. Por ahí se debe empezar, desde luego, como ámbito de la justicia más elemental. Sabemos que la caridad cristiana puede llegar a más y exigirse más, pero comenzar por lo mínimo es, también, un signo de comunión en la justicia.

Sab 1, 13-15; 2, 23-24 (1ª lectura Domingo XIII de Tiempo Ordinario)

Muerte, vida y sabiduría

El libro de la Sabiduría (1,13-15; 2,23-24) nos ofrece hoy una de la reflexiones más hermosas sobre la vida y la muerte. Este es un libro tardío del Antiguo Testamento, escrito en griego, que recoge una gran tradición judía helenista y que ha marcado un hito en la gran cuestión de la existencia humana. Su afirmación de que Dios ha creado al hombre para la inmortalidad viene aminorada por el tópico de que la muerte no depende de Dios, sino de la envidia del diablo. De ahí su afirmación de que la muerte no entra en los planes creadores de Dios

¿De qué muerte habla aquí el autor del libro? Indiscutiblemente de las dos muertes de nuestra existencia. El considera muerte, también, la vida sin sentido, la que viven los impíos; mientras que la vida vivida con sabiduría es la vida que Dios otorga. Saber morir, pues, es lo mismo que saber vivir según la reflexión del autor de este extraordinario escrito. Pero sigue siendo absolutamente irrenunciable que Dios nos ha creado para la vida y no para la muerte, porque «es un Dios de vivos».

Comentario al evangelio – Lunes XII de Tiempo Ordinario

En esta semana se comienza la lectura del  libro del Génesis, que es el primer libro de la Biblia.  Nos cuenta la vocación de Abrahán. Es importante caer en la cuenta de que la apersona de Abrahán es clave para el judaísmo, para el cristianismo y para el islam. Estamos hablando de millones de creyentes en el mismo Dios que se apareció y llamó a Abrahán.  Se le llama “nuestro padre en la fe”. Él es como nuestra raíz espiritual. Conocer bien la Biblia nos ayuda a dialogar como personas de buena voluntad que buscan servir a Dios según se va revelando a la conciencia de cada persona. Así, pues, aunque tengamos tradiciones religiosas diferentes, procuramos  servir a Dios tratándonos como hermanos y no como enemigos. Dios nuestro Padre a todos nos quiere tener como hijos  felices de servirle y de cumplir sus mandamientos.

Tenemos que huir siempre de todo fanatismo, pues  nadie es mejor que otro, si su conducta no le lleva a respetar la vida y la libertad del prójimo. Y como veíamos la semana pasada, el amor y el perdón deben guiar siempre los pensamientos y las acciones de quienes nos llamamos cristianos y queremos serlo de verdad.

Hoy Jesús en el evangelio nos dice: “No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

Ya desde el Concilio Vaticano II, allá por los años de 1960 se decía que:

“La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es «el Camino, la Verdad y la Vida», en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen” (Documento del Concilio Vaticano “Nostra Aetate, 2” .

Bernardo, un sacerdote colombiano joven, fue enviado a África como misionero con tres Hermanas Misioneras de la Caridad de Santa Teresa de Calcuta. Era una región en la frontera entre Somalia y Tanzania totalmente de religión musulmana.  Al parecer aquellas gentes no tenían ningún interés en que unos extranjeros cristianos vivieran entre ellos. Por eso nadie les ofrecía hospedaje ni un terreno donde construir sus casitas.

Entonces decidieron instalarse en unos contenedores que habían conseguido transportar hasta allí, pero hacía tantísimo calor dentro de ellos, que apenas podían dormir por la noche.

El sacerdote, para ayudar a la gente pobre, recorría en bicicleta la región, pues no tenía dinero para comprar un coche o una moto. Las Hermanas recorrían a pie visitando las casas donde había personas enfermas para poder ayudarles.

Un día al regresar en la noche a casa se encontraron con que les habían prendido fuego a los contenedores y todo lo que tenían se había quemado.

Bernardo se desesperó y cayendo de rodillas le dijo a Dios:

-“Señor, ¿por qué todo esto? Nosotros estamos aquí para servirles. Todos los días recorremos la región visitando a los enfermos, ayudando a los pobres”. Y empezó a llorar.

De lejos, la gente miraba…

Al día siguiente sucedió el milagro. Dios tocó el corazón de familias buenas que veían lo que aquellos Misioneros hacían y les ofrecieron sus casas para vivir.

Incluso les ofrecieron terreno para construir sus casitas y huertas.

El misionero esparce la buena semilla, pero es Dios quien la hace crecer. Y el Padre del cielo nunca abandona a sus hijos. Y de lo que parecía la mayor desgracia, nació en una gran bendición. Había nacido la fraternidad en el Dios de Abrahán.

Carlos Latorre

Meditación – Lunes XII de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 7, 1-5):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».

Hoy Jesucristo, como maestro, nos pide que ayudemos a los demás, y que lo hagamos con humildad, dando buen ejemplo y evitando el «juicio crítico». A veces «conocemos» los defectos en los demás y no «reconocemos» los nuestros; o exigimos lo que ni nosotros hacemos. El Señor nos advierte del peligro de la hipocresía y nos pide la sinceridad con nosotros mismos.

Amar a una persona es desear su mejora, su progreso. Para ello, con frecuencia debemos ver, juzgar y evaluar. Pero, ¿cómo hacerlo en positivo? El secreto es doble. Primero, el buen ejemplo propio, que anima a quienes nos rodean. Segundo, juzgar con la mirada de Cristo: con la Verdad por delante y acompañando con la misericordia. Eso es fraternidad.

—Jesús, deseo ocuparme de los míos como tú lo haces con nosotros. Te veo aceptando y disculpando a María Magdalena; te veo recogiendo y llevándote al cielo a Dimas, el buen ladrón. ¡Ayúdame a ayudar!

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench