Lectio Divina – Natividad de San Juan Bautista

1.- Oración introductoria.

Señor, te confieso que me fascina la figura de Juan y te pido que sepa imitarle en su humildad: “es la voz de otro”. Está llamado a señalar a otro que viene detrás y es más que él. Haz que el importante de mi vida no sea yo, sino que seas Tú. Que yo sólo viva para anunciarte con mis palabras y, sobre todo, con el testimonio de mi vida.

2.- Lectura reposada del evangelio. Lc. 1,57-66

Se le cumplió a Isabel el tiempo y dio a luz un hijo. Sus vecinos y parientes oyeron que el Señor le había mostrado su gran misericordia y se alegraron con ella. Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su padre. Pero su madre dijo: -No, se llamará Juan. Le dijeron: No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre. Se dirigieron entonces al padre y le preguntaron por señas cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Entonces, todos se llevaron una sorpresa. De pronto recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios. Todos sus vecinos se llenaron de temor, y en toda la montaña de Judea se comentaba lo sucedido. Cuantos lo oían pensaban en su interior: «¿Qué va a ser este niño?». Porque efectivamente el Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel.

3.- Qué dice la Palabra de Dios.

Meditación-reflexión.

  • San Juan como hombre. Normalmente, cuando nos preguntan como a Juan: Tú, ¿quién eres?  sacamos todos nuestros títulos… soy doctorado, licenciado, obispo, párroco, maestro, etc. En cambio, San Juan dice Yo no soy… No soy el Mesías. No soy profeta… No soy… ¿Quién eres? Mi misión es ser referente de Otro que viene detrás de mí y es más que yo. Nos cuesta dar paso a otro. Nos cuesta aceptar que no somos importantes, imprescindibles…que hay otro que viene detrás y hace las cosas como nosotros y mejor que nosotros. Nos cuesta decir como San Juan: “Conviene que Él crezca y que yo disminuya”. Pero ahí está precisamente la grandeza de este hombre.
  • San Juan como profeta. A veces entendemos mal eso de profeta. Decimos que el profeta es como un adivino que ve el futuro y nos habla de lo que va a pasar. Pero el profeta es el que anuncia y denuncia. Anuncia la Buena Nueva de Dios o de Jesucristo. Da buenas noticias sobre Dios y de Jesús. Y denuncia todo lo que está mal. Juan tuvo valentía para decirle a Herodes: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano”
  • San Juan, el Santo. De San Juan se dice que “nunca abaja el dedo”. No puede porque siempre debe apuntar a Jesucristo, a Dios. Dios es el Absoluto, el único necesario a quien debemos adorar. Hoy que tantos niegan a Dios o lo eliminan de sus vidas, hace falta cristianos con el dedo levantado, es decir, con su testimonio apuntando a Dios y gritando que la vida sin Dios no tiene sentido, ni tiene salida. O Dios o Nada.

Palabra del Papa.

“¿Quién es Juan? Él mismo, dijo el Papa, explica: «Yo soy la voz, una voz en el desierto», pero «es una voz sin la Palabra, porque la Palabra no es él, es Otro». He aquí el misterio de Juan: «Nunca se apodera de la Palabra». Juan «es aquel que indica, que señala». El «sentido de la vida de Juan – añadió – es señalar a otro».  Y realmente Juan «era el hombre de la luz, llevó la luz, pero no era su propia luz, era una luz reflejada.» Juan es «como una luna», y cuando Jesús comenzó a predicar, la luz de Juan «comenzó a disminuir a bajar.» «Voz, no Palabra – dijo el Papa – luz, pero no propia»: «Juan parece ser nada” Esa es la vocación de Juan: desaparecer” (Papa Francisco: 24-06-2013).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Hacer todo en este día pensando: lo hago por Otro. Él es el importante. Yo soy su voz, pero no su palabra.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, te doy gracias por Juan Bautista, ese hombre tan grande por ser pequeño, por no querer ser protagonista de nada, por dar paso a otro, por no querer figurar. Su misión fue la de señalar con el dedo y decir: Ahí está el Cordero de Dios. Ése sí que es importante. Yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia. Gracias, Señor, por esta figura tan genial. Haz que sepa imitarlo.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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Comentario – Jueves XII de Tiempo Ordinario

(Mt 7, 21-28)

Como ya dijimos, el evangelio de Mateo nos insiste en el estilo de vida que el Señor quiere para nosotros. La entrega al Señor debe plasmarse en un determinado comportamiento, en una manera de actuar, porque no son en primer lugar las palabras las que dan gloria a Dios, sino una manera de vivir imitando a Jesús.

Este texto nos muestra también que no son los carismas ni las obras extraordinarias lo que manifiesta nuestra entrega y nuestra adoración a Dios: ni las profecías, ni la expulsión de demonios, ni los milagros expresan nuestra adoración sincera a Dios, sino el poner en práctica las enseñanzas del Maestro.

El que cumple esas enseñanzas es como el que construye su casa sobre la roca, y así está firme y seguro ante las dificultades de la vida y las tentaciones. Y eso nos indica que nuestra vida cristiana debe ser afirmada, fortalecida, asentada, arraigada, para lo cual son necesarias nuestras buenas acciones.

Entonces no basta la oración para que nuestra vida se afirme en Dios, para sentirnos fuertes; es necesario que el encuentro con Dios nos movilice a un cambio de vida. Así, cuando nuestro encuentro con Dios termina produciendo buenas obras, entonces sí comenzamos a sentirnos verdaderamente fortalecidos por la gracia de Dios.

La Iglesia siempre enseñó que nosotros debemos cooperar con la gracia de Dios para poder profundizar la vida en gracia. Dios tiene la iniciativa, pero para que el don de su amor se arraigue en nuestra vida y nos haga firmes, es necesario que le respondamos con obras de amor.

Oración:

«Quisiera responder mejor a tu amor, Señor, con una vida que te agrade; quisiera ofrecerte un comportamiento menos indigno de tu amor y de tu amistad. Impúlsame con tu gracia, para que mi vida interior se fortalezca en las buenas obras».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

La humildad, camino seguro

1.- «Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes» (Sb 1, 13) A veces podemos pensar que Dios se complace en la destrucción, en castigar duramente al hombre. Lo llegamos a imaginar satisfecho y hasta contento al aplicar la pena al pecador. Y es que medimos a Dios con nuestras mismas medidas. Y pensamos que él, como nosotros, se alegra al ver cómo el malo sufre el castigo de su maldad.

No, Dios no se goza al aplicar su justicia. Y en el castigo, más que el aniquilamiento del reo, lo que busca es su conversión. Y es más, cuando ese castigo llegara a ser irrevocable, lo que se intentaría no es el dolor eterno del condenado, sino el justo castigo de su personal y libre elección. Pienso que, además, ese terrible castigo contribuye a suscitar el santo temor de Dios y el lógico arrepentimiento de los que aún están a tiempo de rectificar.

El deseo íntimo de Dios es la salvación de todos. Su proyecto primordial no podía ser más ventajoso para el hombre: Dios creó al hombre incorruptible, lo hizo imagen de su misma naturaleza. El hombre se parecía a su Creador como un hijo se parece a su padre. En su corazón existía la misma sed de amar y de ser amado. Su inteligencia se complacía y descansaba tan sólo en la verdad.

Y ahora, después de la triste experiencia de Adán, Dios nos ha regenerado y nos ha llamado de nuevo a la unión estrecha con él, a la amistad que satisface plenamente el alma. Y cuando le somos fieles, sentimos en nuestro espíritu una alegría que se desborda, una paz sublime, imposible de explicar.

«Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen» (Sb 2, 25) Fue él, el envidioso, el soberbio, el ángel de la Luz, el que al verse tan hermoso y fuerte se atrevió a luchar contra Dios, a rebelarse a los planes divinos. Luzbel, Satanás, el Diablo, el Príncipe de las tinieblas. Vio cómo Dios amaba al hombre y se llenó de tristeza. Su astucia y su odio se desplegaron como oscuras alas de vampiro. Y vino la tentación, la caída, las trágicas consecuencias de la desobediencia a la voluntad de Dios.

La muerte como el final de esas mil claudicaciones, la muerte como el último e inevitable capítulo de una vida de pecado. Una muerte sin esperanza, una muerte que se hunde en las tinieblas de la incertidumbre y del miedo. Una noche densa sin un posible amanecer. Una angustia desgarradora ante la duda de un futuro desconocido. La certeza aterradora de una muerte eterna.

Pero esa muerte que amedrenta es tan sólo el último eslabón de esta cadena que van forjando los pecados de los hombres. Porque la rebeldía contra Dios es una triste muerte del alma. Un paso cierto hacia el tenebroso abismo. Es por eso que el hombre siente el remordimiento, el miedo de haber hecho algo tan grave que no logra sopesar plenamente. Ojalá la triste experiencia de haber tenido parte con el demonio, nos libre de ser presa para siempre de sus terribles garras.

2.- «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado» (Sal 29, 2) No has dejado, sigue diciendo el salmo, que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa… Muchas veces hemos podido aplicar estas palabras a nuestra propia vida, ya que muchas veces hemos sentido cómo Dios nos libraba de algún mal, o nos defendía de nuestros enemigos, esos que se empeñan en hacernos daño, a pesar de que quizá nada les hemos hecho. Un profundo sentimiento de gratitud hacia el Señor ha brotado espontáneo de nuestra alma, al ver cómo la verdad acababa triunfando, y quedaban humillados los que pretendieron perjudicarnos.

Pero sobre todo hemos de sentirnos llenos de gozo, y de agradecimiento al Señor, por habernos librado del abismo, del infierno en el que ya tendríamos que estar a causa de nuestros pecados, repetidos hasta la saciedad. Quizá haya en aquel terrible lugar de suplicio algunos que no hayan cometido los pecados que tú, o que yo, hayamos cometido… Ante este pensamiento, que no es una mera ficción, hemos de cantar a Dios este salmo de hoy. Y, además, procurar con empeño que no se vuelva a repetir el caer en estado de condenación por el pecado mortal.

«Tañed para el Señor, fieles suyos» (Sal 29, 5) Sigue el tono festivo del canto interleccional de la misa de hoy: dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante, su bondad de por vida; al atardecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo… Sí, de este modo se va entretejiendo nuestra pobre vida. Lágrimas y risas, penas y gozos se van sucediendo de modo intermitente. No obstante, si tenemos fe en Dios, si le amamos, si confiamos en su bondad sin límite, el optimismo y la paz se acabarán imponiendo en nuestro vivir cotidiano.

Vamos, pues, a mirar las cosas, todos los aconteceres, los buenos y los malos, con una visión clara y luminosa, siempre esperanzada. Es realmente una pena que Dios nos quiera felices, nos dé los medios para que lo seamos, y que nosotros nos empeñemos en desoír su voz, en apartarnos de sus caminos. Vamos a rectificar, una vez más… Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.

3.- «Hermanos: ya que sobresalís en todo» (2 Co 8, 7) Hay en el hombre, como algo congénito, un afán continuo por sobresalir. A veces es un noble afán de crecer en lo bueno, un deseo honesto de mejorar. Otras veces, las más, ese afán va acompañado de orgullo, de soberbia y vanidad. Incluso se intenta sobresalir a costa de los demás, de quienes están a nuestro alcance y pueden, de algún modo, ser un pedestal para levantar un poco más la propia situación.

Es curioso ver cómo ese afán por sobresalir se infiltra a menudo incluso en las cosas más santas. Y así hay quienes hacen gala de ser buenos católicos, o de estar en la vanguardia de una continua renovación, aunque sea a costa de los mayores desafueros y papanatismos. Hay que sobresalir, sí, pero a los ojos de Dios y no a los de los hombres. Y con frecuencia el que sobresale ante los hombres desaparece ante Dios, y viceversa. La espiga vacía se mantiene enhiesta, tiesa, sobresale de las demás. En cambio la espiga bien granada se dobla, se oculta en cierto modo entre la mies… De todos modos, es totalmente cierto que Dios enaltece a los humildes y humilla a los soberbios.

«…distinguíos también ahora por vuestra generosidad» (2 Co 8, 7) Ahí es donde hay que sobresalir: en la generosidad, en la entrega a los demás. Entrega de lo que uno tiene y de lo que uno es… Bien sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos. Y sigue el Apóstol: Pues no se trata de aliviar a otros y pasar vosotros estrecheces; se trata de nivelar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá nivelación.

Nivelar, disminuir las diferencias. Evitar que haya quienes derrochen el dinero a manos llenas y quienes sufren al carecer de lo más imprescindible. Que los ricos sean menos ricos y que los pobres sean menos pobres. Así al final habrá una mayor nivelación en el juicio de Dios. Entonces los ricos, pobres ante el Supremo Juez, serán salvados por los pobres, ricos definitivos ante Dios. Lo dijo Jesús: Haceos amigos con las riquezas injustas para que, cuando éstas os falten, os reciban en los eternos tabernáculos.

4.- «Les insistió en que nadie se enterase» (Mc 5, 43) Jairo era un hombre importante en medio de su pueblo. Y, sin embargo, se acerca al joven rabino de Nazaret, ese mismo que muchos capitostes de Israel rechazaban. Su situación de dolor, su preocupación de padre por la hija que se le muere, le ayuda a superar prejuicios y cualquier orgullo de casta. El archisinagogo acude suplicante al carpintero nazaretano. A menudo es preciso el sufrimiento para domeñar nuestra soberbia y derribar esa latente convicción de que somos mejores que los demás.

Jesús atiende de inmediato su petición y marcha con él a su casa para curar a la niña. Podemos afirmar que un hombre humilde es siempre atendido por el Señor. Un corazón contrito y humillado Dios no lo rechaza, dice el salmo Miserere. Y así es, en efecto. La omnipotencia divina, su misma justicia, parece quedar desarmada ante el pobrecito que se sabe sin nada y acude confiado a quien todo lo tiene. Sin duda que el camino de la humildad, del reconocimiento sencillo de la personal indigencia, es el más fácil y andadero para llegarnos, ir y volver una y otra vez, hasta Dios.

La mujer hemorroisa también escoge ese mismo sendero de humildad. Se esconde entre la multitud, se considera indigna de que Jesús le hablara o la mirara a ella, impura según la ley mosaica. Oculta en el tropel de la gente, consigue por fin alargar su mano y rozar con sus dedos trémulos el borde de la túnica del Señor. El milagro se produce, Dios vuelve a mirar con la sonrisa en sus ojos a un alma sencilla y humilde.

Junto a su profunda humildad, destaca en estos personajes evangélicos una gran fe, una confianza inquebrantable en el poder y en la bondad de Dios. Jairo no ceja en su empeño, a pesar de que la niña estaba muerta y de que la gente se ríe de Jesús porque dice que se ha dormido. La hemorroisa sabe que todos apretujan a Jesús en su afán de estar cerca de él. Pero ella sabe también que cuando llegue a tocar el borde de la túnica que viste el Maestro quedará sana de su enfermedad vergonzosa. Y así ocurrió. Y así ocurrirá siempre que nos acerquemos hasta Jesús llenos de humildad y de compunción por nuestras faltas y pecados, confiando en su poder sin límites y en su bondad infinita.

Antonio García Moreno

Contigo hablo, niña, levántate

Cuando Jesús regresó en barca a la otra orilla, se reunió con él mucha gente, y se quedó junto al lago. Llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y, al ver a Jesús, se echó a sus pies rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva». Jesús fue con él. Lo seguía mucha gente, que lo apretujaba. Y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado toda su fortuna sin obtener ninguna mejoría, e incluso había empeorado, al oír hablar de Jesús, se acercó a él por detrás entre la gente y le tocó el manto, pues se decía: «Con sólo tocar sus vestidos, me curo». Inmediatamente, la fuente de las hemorragias se secó y sintió que su cuerpo estaba curado de la enfermedad. Jesús, al sentir que había salido de él aquella fuerza, se volvió a la gente y dijo: «¿Quién me ha tocado?». Sus discípulos le contestaron: «Ves que la multitud te apretuja, ¿y dices que quién te ha tocado?». Él seguía mirando alrededor para ver a la que lo había hecho. Entonces la mujer, que sabía lo que había ocurrido en ella, se acercó asustada y temblorosa, se postró ante Jesús y le dijo toda la verdad. Él dijo a la mujer: «Hija, tu fe te ha curado; vete en paz, libre ya de tu enfermedad». Todavía estaba hablando, cuando llegaron algunos de casa del jefe de la sinagoga diciendo: «Tu hija ha muerto. No molestes ya al maestro». Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, dijo al jefe de la sinagoga: «No tengas miedo; tú ten fe, y basta». Y no dejó que le acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, Jesús vio el alboroto y a la gente que no dejaba de llorar y gritar. Entró y dijo: «¿Por qué lloráis y alborotáis así? La niña no está muerta, está dormida». Y se reían de él. Jesús echó a todos fuera; se quedó sólo con los padres de la niña y los que habían ido con él, y entró donde estaba la niña. La agarró de la mano y le dijo: «Talitha kumi», que significa: «Muchacha, yo te digo: ¡Levántate!». Inmediatamente la niña se levantó y echó a andar, pues tenía doce años. La gente se quedó asombrada. Y Jesús les recomendó vivamente que nadie se enterara. Luego mandó que diesen de comer a la niña. 

Marcos 5, 21-43

 

COMENTARIO AL EVANGELIO

Después de todo lo que hemos vivido este último año y medio con el COVID, tenemos hoy una frase preciosa de Jesús: “Hija, tu fe te ha curado; vete en paz, libre ya de tu enfermedad”. Son varias las veces en las que en los evangelios Jesús dice que es la fe la que nos ha salvado o nos ha curado. Cuidemos nuestra fe y cuidemos la fe de los demás.

 

PARA HACER VIDA EL EVANGELIO

  • Seguro que has escuchado alguna historia relacionada con la pandemia del Covid donde ha habido personas que se han comportado e manera ejemplar, como hacía Jesús con los demás. Escribe la historia que has recordado.

  • ¿Qué podemos hacer como Iglesia para transmitir la esperanza que es Jesús a otras personas?

  • Seguro que puedes tener un gesto sencillo pero cargado de buenas intenciones con alguien de tu familia o de tus amistades. Ponte un compromiso para esta semana..

 

ORACIÓN

A ti, que eres pobre y pequeña,
que vives en el destierro y la periferia,
que te abruma la soledad y la lejanía,
que estás marcada por los fracasos y la melancolía,
que tienes hambre y sed de ternura,
que dudas de las cosas gratuitas,
que te sientes olvidada e incomprendida,
que acumulas miedos y heridas,
que andas sin rumbo y perdida,
que nadie te quiere por compañera,
que recibes el desprecio de quienes te miran,
que no puedes explicar lo que te pasa y desconcierta,
que estás más muerta que viva…
a ti te digo:
¡Escucha, levántate y camina!.

Talitha qumi

A ti, que eres pobre y pequeña,
que desconfías de mi amor y presencia,
que vives en el destierro y la periferia,
que evitas el silencio y la escucha,
que te abruma la soledad y la lejanía,
que estás marcada por los fracasos
y la melancolía,
que tienes hambre y sed de ternura,
que dudas de las cosas gratuitas,
que te sientes olvidada e incomprendida,
que te asfixia el peso de las estructuras,
que no encuentras lo que tanto anhelas cada día,
que te enfrían tantas y tantas rutinas,
que acumulas miedos y heridas,
que andas sin rumbo y perdida,
que has dejado de ser experta en cosas de la vida
que nadie te quiere por compañera,
que quedas excluida de las nuevas iniciativas,
que te andas dolida y quejosa,
que recibes el desprecio de quienes te miran,
que eres débil aunque tengas aires de grandeza,
que te consideran vieja y anacrónica,
que sufres tus propias incoherencias,
que te has convertido en hazmerreir
de los que triunfan,
que dudas del sentido de la historia y de tu vida,
que no puedes explicar lo que te pasa y desconcierta,
que estás más muerta que viva…
a ti te digo:
Talitha qumi.

¡Escucha, levántate y camina!

Florentino Ulibarri

Notas para fijarnos en el evangelio

• Jairo, que representa el antiguo Israel, se acerca con humildad a Jesús. Con Jesús llega la renovación, la vida nueva para el pueblo de Dios –“se le echó a los pies” (22)–, y le pide “la imposición de manos” (23).

• Una de las cosas que significa este gesto en el Nuevo Testamento es el don del Espíritu (Hch 19,6), el aliento de vida que ya encontramos justo al empezar la historia del pueblo de Dios (Gn 2,7). Jesús acompaña a Jairo hasta su casa (24): Dios nunca abandona a su pueblo.

• La situación de partida de la mujer –impura según la Ley por las hemorragias y que, por esto, no puede acercarse a nadie, ni a Dios– representa el resultado de las obras de la Ley. En el fondo, la situación de partida de Jairo representa lo mismo: la Ley no le da vida.

• La mujer, “había sentido hablar de Jesús” (27). Es decir, alguien le ha hecho el anuncio del Evangelio. Y a ella se le ha abierto el horizonte: el viejo Israel no le ha dado salud; Jesús sí que se la puede dar (28). (Una misma palabra griega sirve para designar la curación física y la salvación.)

• Esta mujer se acerca a Jesús reconociendo la propia indigencia (27). La actitud es muy parecida a la de Jairo. Los dos han reconocido en Jesús quien les puede dar vida nueva.

• La mujer “toca” a Jesús (27). Y, a la vez, su vida es tocada por Jesús: “notó que su cuerpo estaba curado” (29).

• Después vemos que también “la niña” es tocada por Jesús: “la coge por la mano” (41). La chica está realmente muerta (39), pero Dios tiene el dominio sobre la muerte y puede hacer que sea una situación sólo momentánea, como la de quien duerme y después se despierta.

• Jesús aparece como quien puede «levantar» (=resucitar) (41) al pueblo que «se está muriendo» (23), el único que puede «curar» de verdad (29).

• Ante este Jesús, para recibir la salvación lo que nos hace falta es la fe (34 y 36) y no las obras de la Ley, que no salvan.

• Esto quiere decir que para acercarse a Jesús no hace falta poseer ningún mérito. A Jesús no se le debe presentar ningún currículum, ni hay que pasar ningún examen para ser aceptado y acogido por Él. Es necesario, esto sí, es estar abiertos, dispuestos a que nuestra vida –toda- sea tocada y transformada por Él. En este sentido, la fe compromete (32-33 y 40).

• En todo este proceso “Pedro, Santiago y Juan” (37) acompañan Jesús. Quien quiere ser discípulo de Jesús debe seguirlo de muy cerca, comprometerse con Él. Así lo conocerá y lo amará.

• Los tres Apóstoles representan a la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios, el pueblo renovado por la Pascua de Jesús, testigos de la muerte y resurrección de Jesús, llamado a hacer lo mismo que Él hace, a llevar a término la misma misión del Hijo.

Comentario al evangelio – Natividad de San Juan Bautista

Hoy es un día de gran fiesta en muchos lugares. San Juan Bautista es un santo muy querido por todos y muy festejado por el pueblo sencillo con muy variadas celebraciones, incluidas las comidas típicas.

Las lecturas que nos propone la liturgia comienzan con el profeta Isaías. Nos habla del siervo encargado de llevar adelante el proyecto salvífico de Dios sobre el pueblo de Israel y sobre el mundo entero. El profeta Isaías dice: “Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre para que le reuniese a Israel.”

En los Hechos de los Apóstoles  acompañamos a Pablo y Bernabé que están evangelizando en la ciudad de Antioquía de Pisidia, territorio de la actual Turquía. Los apóstoles se dirigen primero a los judíos para anunciarles que antes de que  llegara Jesús, Juan Bautista predicó un bautismo de conversión para estar preparados y acoger a Jesús como Salvador.

Pablo les asegura  que ese Salvador ya ha venido y es Jesús de Nazaret, muerto y resucitado.

Los judíos que le escuchaban no aceptaron lo que enseñaban  Pablo y Bernabé. Pero lo extraordinario del caso de Antioquía de Pisidia fue que muchos paganos sí lo entendieron.

Pablo ve en la conversión de los no judíos otra profecía que se cumple, tal como había escrito el profeta Isaías: «Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

Celebrar la fiesta de S. Juan Bautista es recordar momentos muy bellos de mi vida como misionero.

Los últimos 6 años que viví e
Paraguay fui Párroco de la Parroquia de S. Juan Bautista de Lambaré. Guardo hasta hoy impresiones y sentimientos  muy profundos de aquella Parroquia. Recordarlo me produce una gran alegría. En aquellos festejos veía cómo se cumplían las palabras del evangelio: “Todos se alegrarán con el nacimiento de este niño”. En las seis capillas que integraban la Parroquia se festejaba al Santo Patrono San Juan. En esta gran participación de la feligresía yo veía dos cosas muy importantes en toda Parroquia, a saber,  cómo la unión de las personas hace crecer la comunidad parroquial y cómo uniéndose son felices.

El ángel le había dicho a Zacarías, padre de Juan Bautista:

—“No temas, Zacarías, que tu petición ha sido escuchada y tu mujer Isabel te dará un hijo, a quien llamarás Juan. Te llenará de gozo y alegría y muchos se alegrarán de su nacimiento. Será grande a los ojos del Señor; no beberá vino ni licor. Estará lleno de Espíritu Santo desde el vientre materno y convertirá a muchos israelitas al Señor su Dios…así preparará para el Señor un pueblo bien dispuesto”.

Carlos Latorre, cmf

Meditación – Natividad de San Juan Bautista

Hoy celebramos la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 1, 57-66.80):

Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados.

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

Hoy celebramos el nacimiento del Bautista. San Juan es un hombre de grandes contrastes: vive el silencio del desierto, pero desde allí mueve las masas; es humilde para reconocer que él tan sólo es la voz —no la Palabra— pero es capaz de acusar y denunciar las injusticias incluso a los mismos reyes. Silencioso y humilde, es también valiente y decidido hasta derramar su sangre. 

¡Juan Bautista es un gran hombre! Quizás el secreto de su grandeza está en su conciencia de saberse elegido por Dios. Toda su niñez y juventud estuvo marcada por la conciencia de su misión: dar testimonio; y lo hace bautizando a Cristo en el Jordán, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto y, al final de su vida, derramando su sangre en favor de la verdad. 

—Todos nosotros, por el bautismo, hemos sido elegidos y enviados a dar testimonio del Señor. En un ambiente de indiferencia, san Juan es modelo y ayuda para nosotros.

Rev. D. Joan MARTÍNEZ Porcel

Liturgia – Natividad de San Juan Bautista

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA, solemnidad

Misa del día de la solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Gloria. Credo. Prefacio propio, conveniente Plegaria Eucarística I. No se puede decir la Plegaria Eucarística IV.

Leccionario: Vol. IV

  • Is 49, 1-6. Te hago luz de las naciones.
  • Sal 138. Te doy gracias porque me has escogido portentosamente.
  • Hch 13, 22-26. Juan predicó antes de que llegara Cristo.
  • Lc 1, 57-66. 80.Juan es su nombre.

Antífona de entrada          Jn 1, 6-7; Lc 1, 17
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.

Monición de entrada
Celebramos hoy la solemnidad del nacimiento de san Juan Bautista, el precursor del Señor; el hijo que Dios concedió como un don de gracia a Zacarías y a Isabel cuando ya eran de edad avanzada. Es el profeta austero y exigente que allí junto al Jordán predica un bautismo de conversión y muestra al Mesías a su pueblo. Su mensaje y su figura, no han perdido actualidad, ni tampoco ha perdido vigor su mensaje.

Acto penitencial
Hoy es un día en el que especialmente tenemos que alabar la bondad de Dios, y renovar nuestra voluntad de seguir, como el Bautista, sus caminos; por eso, al comenzar la celebración de la Eucaristía, reconozcamos nuestros pecados y pidamos al Señor que tenga piedad de nosotros y convierta nuestro corazón.

• Tú, sol que naces de lo alto. Señor, ten piedad.
• Tú, que iluminas a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte. Cristo, ten piedad.
• Tú, que guías nuestros pasos en el camino de la paz. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.

Oración colecta
OH, Dios,
que suscitaste a san Juan Bautista
para que preparase a Cristo el Señor
una muchedumbre bien dispuesta,
concede a tu pueblo el don de la alegría espiritual
y dirige los corazones de todos los fieles
por el camino de la salvación y de la paz.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Se dice Credo.

Oración de los fieles
En esta solemnidad del nacimiento del Precursor del Señor, san Juan Bautista, presentemos confiadamente nuestras plegarias a Dios nuestro Padre.

1.- Por la Iglesia; para que todos vivamos siempre con espíritu de conversión para preparar los caminos del Señor que viene a nosotros. Roguemos al Señor.

2.- Por las vocaciones al ministerio sacerdotal; para que sean muchos los llamados al servicio del Reino de los cielos, siendo para el mundo testigos de la luz salvadora de Dios. Roguemos al Señor.

3.- Por los que gobiernan las naciones de todo el mundo; para que, escuchando la voz de Juan Bautista y de todos los profetas, lleguen a reconocer en Jesús al Mesías esperado. Roguemos al Señor

4.- Por los que son perseguidos a causa de su fe o a causa de su lucha por la justicia: que sientan siempre en ellos la fuerza de Dios que los acompaña. Roguemos al Señor.

5.- Por todos los que estamos aquí reunidos celebrando esta Eucaristía y por nuestros familiares y amigos: que haya entre nosotros paz, generosidad y espíritu de hermanos. Roguemos al Señor.

Escucha, Padre, nuestras peticiones, que te presentamos en la fiesta de tu profeta y precursor san Juan Bautista, y derrama tu amor sobre el mundo entero. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
COLMAMOS de dones tu altar, Señor,
para celebrar con el honor debido
la natividad de quien proclamó
que el Salvador del mundo ya estaba próximo
y lo mostró presente entre los hombres.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio

LA MISIÓN DEL PRECURSOR

V/.   El Señor esté con vosotros. R/.

V/.   Levantemos el corazón. R/.

V/.   Demos gracias al Señor, nuestro Dios. R/.

EN verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

En san Juan, su precursor,
a quien consagraste como el mayor
entre los nacidos de mujer,
proclamamos tu grandeza.

Porque su nacimiento fue motivo de gran alegría,
y ya antes de nacer saltó de gozo
por la llegada de la salvación humana,
solo él, entre todos los profetas,
mostró al Cordero de la redención.

Él, bautizó al mismo autor del bautismo,
para santificar el agua viva,
y mereció darle el supremo testimonio
derramando su sangre.

Por eso,
con las virtudes del cielo
te aclamamos continuamente en la tierra
alabando tu gloria sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo…

Antífona de comunión          Lc 1, 78
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto.

Oración después de la comunión
ALIMENTADOS con el convite del Cordero celestial,
te pedimos, Señor, que tu Iglesia,
llena de gozo por el nacimiento de san Juan Bautista,
reconozca al autor de su nueva vida
en aquel cuya venida inminente anunció.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Bendición solemne
• Dios nuestro Padre,
que nos ha congregado hoy para celebrar
la fiesta del nacimiento de san Juan Bautista,
os bendiga, os proteja y os confirme en su paz.

R./ Amén.

• Cristo, el Señor,
que ha manifestado en san Juan Bautista
la fuerza renovadora de su misterio pascual,
os haga auténticos testigos de su Evangelio.

R./ Amén.

• El Espíritu Santo,
que en san Juan Bautista nos ha ofrecido
un ejemplo de caridad evangélica,
os conceda la gracia de acrecentar en la Iglesia
la verdadera comunión de fe y amor.

R./ Amén.

• Y la bendición de Dios todopoderoso…