Comentario – Domingo XIII de Tiempo Ordinario

El evangelista nos presenta de nuevo a Jesús a la orilla del lago y rodeado de mucha gente. Entre sus congregantes no había sólo miembros del pueblo llano. En este caso encontramos también a un jefe de sinagoga. Porque necesitados los hay entre los pobres, pero también entre los ricos y altos dignatarios. Jairo tenía una hija, una niña de doce años, que estaba no sólo enferma, sino moribunda, en las últimas. Así se lo hace saber su padre a Jesús entre sollozos y ruegos insistentes: Mi niña –le dice- está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.

En la petición del padre angustiado no hay exigencias –sólo hay súplica-, pero sí una profunda convicción: si pones tus manos sobre ella se curará y vivirá. Jairo entiende que las manos del Maestro de Nazaret disponen de una fuerza sanadora inusual. Todas las noticias que le llegan de él, el gentío que le rodea y ansía tocarle, le han llevado a esta conclusión: Jesús dispone de una medicina que no tienen los médicos, de un poder de curación que no tiene nadie. Por eso acude a él confiado en poder obtener su favor; por eso insiste sabiendo que sus ruegos serán escuchados. Porque Jesús no sólo es poderoso; también es compasivo.

Y la verdad es que no le hizo esperar. Inmediatamente se fue con él, aunque no sin la gente, que continuaba apretujándose en torno a él. En semejante situación se le aproxima una mujer también enferma, una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía años –doce años, concreta el evangelista-. También ella tiene información de Jesús y de su milagroso poder curativo. Por eso se le acerca sigilosamente, entre la gente, con la intención de tocarle, porque piensa que con sólo tocarle el vestido se curaría.

Con esta simplicidad piensan los sencillos y los imperiosamente necesitados. Tal es su estado de desesperación que se agarran al más mínimo ribete de esperanza. Y al alcanzar su objetivo, siente que ha cesado la fuente de sus hemorragias, se siente curada. Y cuando Jesús, en medio de los apretujones, pregunta por el que lo ha tocado, aquella mujer agraciada se le acerca asustada y temblorosa, como delatada en su atrevimiento, como si hubiera preferido mantener en secreto lo sucedido, y le confiesa todo: su «intrépida» acción y su oculta intención. Pero Jesús no muestra extrañeza ni le echa en cara nada; al contrario, alaba su fe, como si fuera ésta y no él la que le ha curado. En realidad le había curado él con su poder –de él había salido la fuerza curativa-, pero no sin la fe que impulsó a aquella mujer hasta las proximidades de su sanador buscando el contacto milagroso.

Entre tanto, llega la noticia de que la niña moribunda acaba de fallecer. Llegada la muerte, parece que ya no tiene sentido solicitar la intervención del Maestro que cura a los enfermos –no que resucita a los muertos-. Tu hija se ha muerto –le dicen al jefe de la sinagoga-. ¿Para qué molestar más al maestro? Pero Jesús no se arredra ante la noticia de la muerte y le dice al padre de la niña: No temasbasta que tengas fe. El evangelio no refiere cómo encajó aquel padre la noticia de su hija, ni cómo reaccionó a las palabras tranquilizadoras de Jesús. Probablemente el silencio sea el reflejo histórico de lo que realmente sucedió. ¿Qué podía decir aquel padre destrozado? Sólo le quedaba confiar y esperar. Y las palabras de Jesús invitaban a la esperanza. Todo podía suceder.

Cuando llegaron a la casa, Jesús se encuentra con el llanto y las lamentaciones de los familiares y amigos y de manera incomprensible les dice: La niña no está muerta, está dormida. Aquello provocó la burla de todos los que le oyeron. Pero él, refiere el evangelista, los echó fuera a todos y con el padre, la madre y los acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y la dijo: Contigo hablo, niña, levántate. Y la niña difunta se puso en pie de inmediato y echó a andar. El impacto tuvo que ser brutal. Se quedaron viendo visiones, dice el evangelio.

Y no era para menos. Desde entonces tuvieron que pensar que a este sanador no se le resistía ni siquiera la muerte. Por tanto, que su poder era ilimitado. No extraña que quisieran proclamarlo rey o caudillo o jefe de la nación. Tampoco extraña que la gente se multiplicase en su entorno y desease tocarle con verdadera ansiedad. Quizá esto mismo explique también que Jesús les insistiese en mantenerlo oculto sin conseguir demasiado, sin éxito alguno. Y es que la magnitud del hecho era tal que no podía quedar en secreto.

Tanto la curación de la hemorroísa como la reanimación de la hija de Jairo son fenómenos que pusieron de manifiesto el poder de Jesús, un poder envuelto en discreción, pero imposible de ocultar, un poder notorio que le atrajo las simpatías de la gente, pero también la animadversión de los adversarios o de quienes vieron en él un peligro para el statu quo político-religioso. Esto explica la creciente oposición que encontraría su actividad y mensaje por parte de las autoridades rectoras del momento. Esto explica en último término la cruz, aunque ésta tenga una causa ulterior. Pero no cabe duda de que estos signos de poder alimentaban la fe de sus seguidores.

La fe en la noticia de tales acciones les llevaba a él, y en él, en su actividad benéfica, esta fe encontraba su refrendo. La noticia de la curación despertaba la fe y la fe provocaba la curación; la curación experimentada, finalmente, refrendaba la fe y la hacía crecer. Es la circularidad de la fe y el signo de credibilidad. Ambas cosas se necesitan para que resplandezca el poder del Señor en la conciencia del hombre o para que el hombre tome conciencia de ese poder que no es sino el poder de Dios: poder creador, poder sanador, poder recreador. No hay diferencia substancial entre uno y otro. Al que lo ha creado todo de la nada, le es posible cualquier transformación en ese todo creado. Lo que hizo Jesús, según todos los relatos evangélicos, fue sólo una muestra de ese poder en el que podemos confiar, puesto que se trata del poder de nuestro Hacedor.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo XIII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XIII DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Como una ofrenda de la tarde,
elevamos nuestra oración;
con el alzar de nuestras manos,
levantamos el corazón.

Al declinar la luz del día,
que recibimos como don,
con las alas de la plegaria,
levantamos el corazón.

Haz que la senda de la vida
la recorramos con amor
y, a cada paso del camino,
levantemos el corazón.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo Salvador,
gloria al Espíritu divino:
tres Personas y un solo Dios. Amén.

SALMO 140: ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Ant. Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia.

Señor, te estoy llamando, ve de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
Un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia.

SALMO 141: TÚ ERES MI REFUGIO

Ant. Tú eres mi refugio y mi lote, Señor, en el país de la vida.

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Mira a la derecha, fíjate:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio

y mi lote en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tú eres mi refugio y mi lote, Señor, en el país de la vida.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

LECTURA: Rom 11, 33-36

¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero para que Él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A Él la gloria por los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ Y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Una mujer enferma tocó el manto de Jesús, e inmediatamente notó que su cuerpo estaba curado.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Una mujer enferma tocó el manto de Jesús, e inmediatamente notó que su cuerpo estaba curado.

PRECES
Glorifiquemos a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y supliquémosle, diciendo:

Escucha a tu pueblo, Señor.

Padre todopoderoso, haz que florezca en la tierra la justicia
— y que tu pueblo se alegre en la paz.

Que todos los pueblos entren a formar parte en tu reino,
— y obtengan así la salvación.

Que los esposos cumplan tu voluntad, vivan en concordia
— y sean siempre fieles a su mutuo amor.

Recompensa, Señor, a nuestros bienhechores
— y concédeles la vida eterna.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge con amor a los que han muerto víctimas del odio, de la violencia o de la guerra
— y dales el descanso eterno.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Padre de bondad, que por la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XII de Tiempo Ordinario

1.- Oración Introductoria.

Señor, qué bonita la expresión de aquel centurión: “No soy digno de que entres en mi casa”. Es una fórmula que repito todos los días antes de comulgar; pero puede convertirse en una fórmula vieja, fría, carente de sentido. Lo que hace que esta fórmula esté siempre viva y agrade a Dios es la fe. No una fe gastada, al estilo de los judíos del tiempo de Jesús, sino una fe joven, sincera, confiada y comprometida, al estilo del Centurión. Dame, Señor, esta fe.  

2.- Lectura reposada del evangelio Mateo 8, 5-17

En aquel tiempo, entrando Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos. Jesús le dijo: Yo iré a curarle. Replicó el centurión: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: «Vete», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace. Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Y dijo Jesús al centurión: Anda; que te suceda como has creído. Y en aquella hora sanó el criado. Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre la dejó; y se levantó y se puso a servirle. Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

3.- Qué dice el texto.


Meditación-reflexión

Este evangelio me hace pensar.  La alabanza espontanea de Jesús a la fe nueva y joven del Centurión, un pagano, un hombre rechazado por los judíos, me descubre la fe que agrada a Dios, la que le provoca admiración. Y esa fe vieja y cansina de los judíos, de puros ritos externos; de menudear plegarias teniendo el corazón lejos de Dios, le provoca nauseas. “Porque no eres ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Apo. 3,16). La fe farisaica, la fe del sacerdote y el levita que bajan del templo y pasan de largo ante un hombre que yace en el suelo medio muerto al borde del camino, no agrada a Dios. La fe sencilla del samaritano que se detiene ante ese hombre que sufre, y le ofrece su vino y su aceite; y él mismo le monta en la cabalgadura y le paga al posadero, ésa agrada a Dios. Jesús nos dice que no podemos ir a Dios dando rodeos al hombre. Jesús alaba la fe del centurión porque éste cuida a su criado, lo trata como persona, y disfruta de poder recuperarlo sano. La suegra de Pedro, tan pronto como ha sido curada, se pone a servir. La religión de Jesús nos humaniza, nos pone al servicio de los demás, nos hace sensibles ante el dolor y sufrimientos de nuestros hermanos. Y esta es la fe que agrada al Padre.

Palabra del Papa

“Cuando somos nosotros solos los que encontramos al Señor, somos nosotros –digámoslo, entre comillas – los dueños de este encuentro; pero cuando nos dejamos encontrar por Él, es Él quien entra en nosotros, es Él el que vuelve a hacer todo de nuevo, porque esta es la venida, lo que significa cuando viene Cristo: volver a hacer todo de nuevo, rehacer el corazón, el alma, la vida, la esperanza, el camino. Nosotros estamos en camino con fe, con la fe de este centurión, para encontrar al Señor y, sobre todo, ¡para dejar que Él nos encuentre! Pero se necesita un corazón abierto ¡para que Él me encuentre! Y me diga aquello que Él quiere decirme, ¡que no es siempre aquello que yo quiero que me diga! Él es Señor y Él me dirá lo que tiene para mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como una masa. ¡No, no! Nos mira a cada uno a la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así, abstracto: ¡es un amor concreto! De persona a persona: el Señor persona me mira a mí persona. Dejarse encontrar por el Señor es precisamente esto: ¡dejarse amar por el Señor! (Cf Homilía de S.S. Francisco, 2 de diciembre de 2013, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este evangelio ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito: Al comulgar le diré a Jesús: No soy digno de que Dios entre en mi casa; pero entra dentro, porque estando fuera, me muero de frío.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Dios mío, por estas bellas enseñanzas que me haces cada día. Hoy te pido vivir de fe; no de la fe de los fariseos, los separados, los que se creían santos y despreciaban a los demás. Quiero vivir de la fe del Centurión que se preocupó de su siervo; de la fe del samaritano, que se ocupó y preocupó de un hombre que estaba medio muerto, sin preguntarle de dónde era, de dónde venía, ni qué religión practicaba; de la fe de la suegra de Pedro que, tan pronto como fue curada, se puso al servicio de los demás.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

El mal trae muchos deterioros

1.- Digamos, antes de nada, que uno de los aspectos más espinosos de la vida humana es contemplar el dolor de los inocentes, la muerte de los niños, la crueldad sobre los indefensos. Alguna madre ha mantenido su inconformismo –hasta su rencor– por la larga enfermedad de su pequeño o por la malformación del mismo. Es obvio que no puede meterse en el mismo saco el tema de la muerte de los seres queridos y otros infortunios parecidos. Si consideramos a Dios como el más poderoso tendemos a suponer que los grandes males ocurren por que Él los tolera. Pero no puede construirse el razonamiento así. El mal está cerca de nosotros y el mal trae muchos deterioros.

El fragmento del Libro de la Sabiduría que se ha proclamado hoy lo dice. «Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes». La pervivencia del mal es otro de los grandes asuntos muy polémicos. Sin embargo, el mal existe y sus transmisores y ejecutores son los hombres y las mujeres. Igual ocurre con el bien. Los humanos hacen el bien y lo acometen hasta el heroísmo. Infringen al mal y llegan hasta lo «absoluto», hasta lo puramente diabólico. Sin embargo, Dios puede cambiar la marcha de los hechos malos. El Evangelio de este decimotercer domingo del tiempo ordinario nos habla de la resurrección de la hija de Jairo y de la curación de la Hemorroisa. Es la «transgresión» del bien contra el mal.

De todas formas, no podemos frivolizar los sentimientos difíciles y encontrados de aquellos que sufren el dolor de los pequeños y los inocentes. Se dice que «Dios escribe derecho con renglones torcidos». Es difícil ahondar en el significado final de algo mientras que no ha se ha llegado al epilogo. Puestos en la presencia de Dios hemos de intentar entender lo paradójico de nuestra existencia.

2.- Para la celebración de la Misa, el misal adaptado de la Conferencia Episcopal Española sitúa entre paréntesis, con la opción de que no se lea, el episodio de la hemorroisa. Quedaría pues solo la lectura de la resurrección de la hija del jefe de la sinagoga, Jairo. Pero la costumbre hace que en muy pocos templos se abrevie el texto, aun teniendo en cuenta que el prodigio de la resurrección de la niña de Jairo, puede considerarse como “más fuerte” que la curación “involuntaria” operada por Jesús.

Y, sin embargo, la determinación de esa mujer, desahuciada y arruinada por la medicina al uso, de que podía ser curada por Jesús le lleva, simplemente, a rozar su manto. El relato habla de que sintió en su cuerpo la curación y Jesús notó que una fuerza curativa había salido de él. La capacidad de Jesús de hacer milagros, de transformar la enfermedad en salud, la inquietud en paz, siempre atrae. Y muchas veces, los fieles y la Iglesia reza para obtener la curación. La mayoría de los milagros relatados en las causas de la beatificación y canonización de los santos tiene ese contenido: la curación de enfermos. Y en esa frontera del poder real que Dios puede ejercer sobre nosotros es donde debe situarse nuestra esperanza, con la misma determinación que la mujer que tocó el manto entre el apretujón del gentío.

3.- Pero, claro, como decíamos, tiene más «importancia» la resurrección de la hija de Jairo. La vuelta a la vida de un muerto es un asunto difícil y misterioso. Nos resulta más fácil creer en la curación, aunque sea portentosa e inmediata. No obstante lo que importa es la aplicación del poder de Dios y nuestra fe en su omnipotente capacidad para hacer cuanto quiera. No es posible entrar en un camino de explicación de lo simbólico, ni dar «gracia» literaria a ambos pasajes. Hay que creer en lo que se nos narra. La adaptación a los planteamientos más humanos o científicos ha quitado peso y brillantez al relato evangélico.

No podemos leer la Sagrada Escritura como lo haríamos con una narración antigua o con el prospecto de un medicamento. Hemos de entrar en el significado exacto de lo que se nos narra, porque de no haber sido se nos contaría otra cosa. También, podemos evitar ciertas literalidades que vendrían de los modos y modas de la época, pero, en cualquiera de los casos, Jesús pasó haciendo el bien y librando a los oprimidos por el mal y el dolor. Y esto es lo que nos cuenta San Marcos en su evangelio de este domingo. Tal vez, algún día nosotros podamos estar cerca de un hecho sencillo y maravilloso que nos servirá, sobre todo, para mejorar nuestro amor y reverencia por el Señor Jesús.

4.- En la primera lectura –nos hemos referido a ella al principio—sacada del Libro de la Sabiduría se dice. “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes”. Se confirma que el Señor nos hizo inmortales y que el pecado, inspirado por el diablo, rompió esa situación. Y ello está en consonancia con lo sobrecogedor que es el hecho de que se puede producir la resurrección de un ser que ha muerto, como en el caso de la Hija de Jairo, la de Lázaro o la que aconteció con el hijo de la viuda. El Libro de la Sabiduría nos está dando una pauta y que Dios, por mano de su Hijo Unigénito, vuelve a la vida que se perdió.

San Pablo en su segunda carta a los Corintios nos habla de la colecta que se realizó en las Iglesias de Europa y Asia –y por iniciativa suya—para la Iglesia Madre de Jerusalén. Es la consecuencia de la visita que el Apóstol de los gentiles hizo a Pedro y a Santiago. Pablo cumpliría con todo empeño dicha promesa. El largo párrafo que dedica a ello –y que comenzamos a leer en la liturgia de este domingo—da importancia de ello. Para nosotros es un símbolo de la unidad de la Iglesia de Dios en, incluso, esos tiempos en los que los contactos y las comunicaciones eran muy difíciles. Pablo va a viajar a Jerusalén a explicar, con aceptación jerárquica, cual está siendo su labor entre los gentiles y para recibir, de manera fraternal, aprobación para su trabajo apostólico.

5.- Ya con el verano completamente “abierto” y con las vacaciones estivales en uso, solo queremos sugerir a todos que conserven el impulso de este tiempo ordinario, tiempo normal y fuerte, que debe reforzar aún más si cabe nuestra disponibilidad ante la Palabra de Dios. Y que, por el contrario, no sea el verano tiempo de olvido. Hay mas tiempo para reflexionar en el eje de nuestras meditaciones, solo puede estar el Señor Jesús. Salgamos hoy del templo con la idea de que ni la distancia, ni el alejamiento, ni las nuevas tierras ni otras gentes, pueden separarnos de la fe que profesamos en común.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado XII de Tiempo Ordinario

(Mt 8, 14-17)

Este texto resalta de distintas maneras el poder de Jesús que viene a hacer presente el Reino de Dios y a liberar al hombre del poder del mal. La mano de Jesús que sostiene y cura a la suegra de Pedro recuerda la figura de la mano fuerte de Dios tan presente en el Antiguo Testamento. Esa mano da seguridad: «Tu mano me sostiene» (Sal 63, 9; 73, 23). Con ese mismo poder de su mano Jesús pasa por todas partes curando enfermos y expulsando demonios; el poder del mal se rinde ante su mano fuerte. En el encuentro con el Padre, muy de madrugada, Jesús bebía del poder que se manifestaba luego durante la jornada.

Esa misma mano fuerte de Jesús es la que puede fortalecernos y liberarnos de nuestros males más profundos, esa misma mano que acaricia con ternura pero que tiene potencia divina, puede sostenernos en la dificultad y arrancar de nuestras vidas los poderes del mal que a veces nos esclavizan: también hoy él toma nuestras debilidades y carga nuestras dolencias en sus hombros.

En la curación de la suegra de Pedro se destaca un detalle importante: que la mujer, inmediatamente después de ser curada, se pone a servir a los presentes. Esto indica que cuando buscamos a Dios con el deseo de ser curados de nuestras enfermedades, angustias y perturbaciones, debemos hacerlo con la intención de servir mejor a los demás y no solamente para gozar del bienestar, encerrados en nuestros propios intereses.

Oración:

«Señor, pasa por mi vida con tu mano firme, no me dejes caer Señor, arráncame del abismo de la tristeza, de la indiferencia, del pecado, y cura mis enfermedades. Fortalece mi cuerpo, pero sobre todo dame la fuerza insuperable del amor».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Un Dios que tonifica y da vida

1.- Hemos comenzado el verano (por lo menos en España) y puede que, metidos de lleno en el ajetreo estival, no caigamos en la cuenta, de que no todo es descanso ni paz en el mundo. Que, desgraciadamente, la envidia acampa a sus anchas (como lo hemos escuchado en la primera lectura) produciendo división, distanciamiento de los hombres con los hombres y, de éstos, con el mismo Dios.

Siempre me acuerdo de un pensamiento cristiano “lo que viene de Dios está llamado a no perderse”. Nuestra existencia por ser querida por Dios no puede caer irremediablemente en el olvido. En todo caso, si lo hace, será para indiferencia de los hombres pero nunca para un Dios que, al final, nos reconocerá como aquellos que le supieron amar, escuchar e intentar vivir según sus preceptos.

Los domingos venimos a la Eucaristía por muchas razones. Y, ojala, entre todas ellas la que prevalezca sea la de “necesidad de”.

.Necesidad de alimentarnos de una fuerza inmortal. De saber que, por ser semilla divina, estamos llamados a una vida en el más allá. Y que, por lo tanto, ello nos infunde un optimismo sano y sensato.

.Necesidad de compartir alegrías, penas y riqueza (si es que la tenemos) con aquellos que, siendo tan hijos de Dios como nosotros, necesitan de nuestro estímulo o generosidad. ¡Obras son amores!

Necesidad de tocar el manto del Señor. La Eucaristía es el manto de un Jesús que anda por medio de nosotros. Un manto que, cuando es tocado desde la fe, produce la cerrazón automática de tantas hemorragias internas y externas que sacuden al súper-hombre de hoy: ansiedad, tristeza, inconformismo, apariencia, tibieza, debilidad, inseguridad, miedo al futuro, etc.

3.- En Jesús todo es vida. Y, precisamente por eso, ante el secarral en el que se ha convertido parte de nuestra sociedad (en valores y fundamento ético o moral) necesitamos acudir a la fuente de la vida para tomar un buen refresco que nos anime a seguir adelante y a no debilitarnos por tantas sangrías que el día a día producen en nuestro pensamiento, en nuestro corazón o en nuestros ideales.

Hoy, cuando algunos hermanos nuestros, dicen creer en el Jesús humano pero no en la promesa de una vida eterna (venida por la Resurrección de Cristo), nosotros nos presentamos ante el Señor con el firme convencimiento de que ninguno quedaremos para siempre en el espacio de la muerte. Que, vivir según Jesús, es sentir una continua transfusión de vida y una visión confiada en nuestro futuro definitivo.

Toquemos la Eucaristía (es el manto del Señor) y pongámonos de pie con respeto, veneración y fe cuando, el Evangelio por boca del sacerdote nos dice: ¡CONTIGO HABLO… LEVANTATE!

Que este tiempo de verano lejos de orientar exclusivamente nuestros cuerpos, en interminables horas de postración hacia el sol, sea una oportunidad para la contemplación y el disfrutar de tantos paisajes y rincones que nos hablan de un Dios de vida y de descanso.

4.- DAME FE, SEÑOR

DAME FE, SEÑOR
Y que no me desangre
por las cosas estériles e inútiles que no merecen la pena

DAME FE, SEÑOR
Y que sienta el brotar de una nueva vida
cuando te palpo por la oración y la Eucaristía

DAME FE, SEÑOR
Y elévame cuando, postrado en mil problemas,
tengo la sensación de que se impondrán a mis posibilidades de hacerles frente

DAME FE, SEÑOR
Y que me levante para siempre escucharte
y que me levante para nunca perderte

DAME FE, SEÑOR
Para que, siendo débil como soy,
pueda ser enérgico como Tú quieres que yo lo sea

DAME FE, SEÑOR
Y cura y venda mis heridas
por las que, en hemorragia continua,
siento que se malogra o se pierde mi vida

DAME FE, SEÑOR
Y, cuando pases a mi lado en situaciones distintas
yo sepa reconocerte y, con mi mano,
tocar y aprovechar la salud que irradia tu manto

DAME FE, SEÑOR
Porque la fe, es ver lleno el vacío
Porque la fe, es confiar en lo prometido
Porque la fe, es levantarse aún a riesgo de volver a caer
Porque la fe, es poner a Dios en el lugar que le corresponde
Porque la fe, es atisbar luz donde algunos se empeñan en clavar sombras

DAME FE, SEÑOR
Y, cuando algunos me den por muerto o vencido
grítame a lo más hondo de mi conciencia:
¡A ti te lo digo! ¡Levántate!
Para que, de esa manera, vean que
tu presencia invisible es más poderosa que los eternamente visibles
tu voz es autoridad y sana calmando las heridas
tu paso no deja indiferente al que te mira con amor y te acaricia con fe
¡Gracias, amigo y Señor de la vida!

Javier Leoz

Los textos más radicales del cristianismo

1. La segunda de las lecturas bíblicas del presente domingo contiene uno de los textos más radicales del cristianismo. Por desgracia, uno de los textos menos citados y menos llevados a la práctica.

San pablo propone a los creyentes una norma de vida en lo que se refiere a la propiedad de los bienes materiales: La máxima igualdad en la posesión y disfrute de todos los bienes. Una comunidad de hombres en la que no existan irritantes desigualdades y en la que todos traten de que los bienes lleguen a la totalidad del grupo es, en el pensamiento cristiano, la sociedad a la que los creyentes han de tender con sus mejores empeños.

¿Cómo hemos de amar la vida? Escuchemos a san Pablo: “No se trata de que otros tengan abundancia y vosotros sufráis escasez Buscad la igualdad, al presente vosotros daréis de vuestra abundancia lo que a ellos les falta, y algún día ellos tendrán en abundancia para que no os falte a vosotros”.

Lejos de nosotros aquella idea de “caridad” que las reduce a ser sólo limosna.

La caridad de Dios la encontramos en la vida de Cristo: “Por vosotros se hizo pobre, siendo rico, para haceros ricos con vuestra pobreza”.

Jesús con su pobreza nos ha dado la fuerza para cambiar las actitudes de las personas, para ver las cosas con los ojos de Dios y encontrar la paz que se fundamenta en la justicia y la igualdad.

Mirar al necesitado como a un hermano. La fe es un impulso de vida porque nos lleva a compartir los dones que Dios ha puesto a nuestro alcance. Cuando se habla de “generosidad” en la Sagrada Escritura, no ha de entenderse por esta palabra el simple y pasajero desprendimiento de determinadas riquezas para aliviar un tanto la extrema pobreza de otros hombres. Esta “generosidad”, entendida así, como donación de lo que uno puede dar a otros sin alteración alguna de sus títulos de propiedad y de su condición de superior escalafón económico-social, es una adulteración del criterio bíblico. La “generosidad” proclamada por el Nuevo Testamento no se limita a esta caridad esporádica; mira a la creación de una sociedad de igualitarismo económico. “Nivelación” es el término utilizado por san Pablo en su comunicación a los cristianos de Corinto.

2. Este criterio resulta muy exigente, sin duda; si se comprende, por ello mismo, que la comunidad cristiana haya tenido cuidado de no volver su atención sobre tales tamañas exigencias. Pero, ¿cabe una fidelidad al evangelio sin llegar a la fiel aceptación de un espíritu de igualdad en la posesión y disfrute de los bienes materiales y sin un decidido empeño de cambiar las estructuras de la sociedad para que ese espíritu de “nivelación” y “generosidad” no se quede en mera aspiración?

Gustara más o menos a nuestros intereses esta proposición del Nuevo Testamento; pero, en la medida en que la marginación de nuestros propósitos y realizaciones, tendremos que reconocer nuestra adulteración de la fe en Jesús. Bien está la fe, la amistad, la caridad, dice san Pablo a los corintios. Pero añade: “Distinguíos también por vuestra generosidad”

3. El gran escándalo de los tiempos modernos estriba en que los cristianos no aparecen como los adelantados de esta sociedad igualitaria. Otros “credos” han venido a ocupar en las opciones de muchos este compromiso, y, por desgracia, ante la insensibilidad de muchos creyentes., los patrocinadores de esos nuevos “credos” de mayor garra social han entendido que la fe cristiana tenia que ser marginada y aun erradicada como inútil y hasta como estorbo. En la actual coyuntura de nuestra sociedad cabe preguntar si las opciones políticas que dicen inspirarse en el cristianismo ofrecen o no un programa eficaz de creación de una sociedad más igualitaria.

4. No cabe argumentar con la vieja filosofía de que los hombres somos distintos y que, en consecuencia de ello, distinto ha de ser el volumen de posesión y de acceso a los bienes materiales. Para el cristiano, la norma puede inspirarse en distinto discurso. Ha de atenerse a la “nivelación” que propone san Pablo. Porque el mal, la enfermedad, la muerte en el mundo no es fruto de Dios, como lo subraya hoy el libro de la Sabiduría, sino del pecado de los hombres.

¡Cuán aleccionadora es la palabra de hoy!: «Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes”. «Todo lo creó para que subsistiera”. «Dios creó al hombre para la inmortalidad”. Nos pueden sorprender estas palabras, pero debemos encontrar su sentido verdadero.

Demasiadas veces oímos decir que hemos nacido para morir. Y no es verdad. Hemos nacido para vivir en plenitud. Dios ha hecho al hombre y la mujer para que vivan de verdad. Para que superen, incluso el mal trago de la muerte, como un episodio pasajero.

Hemos sido creados para vivir. Por eso nos fastidia tanto esta vida nuestra. Porque tiene tantas limitaciones que parece más una muerte que una vida.

Vivimos muriendo. Vivir es conocer, y amar, y relacionarnos, y crear cosas nuevas. Pero ahora y aquí, se puede decir muy bien que sólo hacemos un ensayo de todo ello. Un ensayo de conocer: ¡Cuántas cosas permanecen en la oscuridad y en la ignorancia! Un ensayo de amar: ¡Cuántos amores limitados, rotos, por los egoísmos, por la pereza, por los intereses! Un ensayo de relacionarnos: ¡Cuántos proyectos mueren o enferman por nuestras mezquindades!

A pesar de todo, tenemos sed de vivir plenamente. Dios ama la vida, ¡quieres que vivamos de verdad, tanto como podamos aquí en la tierra y del todo, plenamente, en su corazón, en la eternidad! Para eso hemos sido creados.

La muerte, en cuanto representación de las divisiones que interfieren en la vida humana, no responde al proyecto primero de Dios: Es creación de nuestra injusticia. Las divisiones para una conciencia cristiana han de ser aguijón a un mayor esfuerzo para poner a todos en pie de igualdad. Es lo que hermosamente sugiere el Evangelio de hoy al despertar de la muerte a la hija de Jairo.

5. Ahora, Jesús, en la Eucaristía, comparte con nosotros su vida. Es atrevido el símbolo de la comunión. Nunca nos habríamos sentido capaces nosotros de inventar uno tan atrevido como este. Vivámoslo con alegría y generosidad.

Antonio Díaz Tortajada

Pompas fúnebres

1.- Hoy, lo podemos ver en lista de teléfonos: los nombres de las funerarias ya son “corrientes”. Por ejemplo, Pedro García… Pero antes, cuando Madrid era simpático e irónico, los nombres eran más sugerentes, Pompas Fúnebres, La Siempreviva, La Esperanza, El Ocaso.

Una religión puede llegar a convertirse en una empresa de Pompas Fúnebres, como prácticamente es el budismo en Japón.

2.- Dios es vida:

–“En el Verbo estaba la vida”

–“He venido a que tengan vida y vida abundante”

–“Yo soy el camino, la verdad y la vida”

–“Yo soy la resurrección y la vida”

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en lucha vencedora con la enfermedad, comienzo de la muerte, y con la muerte misma. Dios no ha hecho la muerte, lucha contra ella. La muerte nunca debió ser Término, sino Camino y Paso a la vida.

3.- ¿Nos hemos cuestionado alguna vez si nuestra religión no es un poco de Pompas Fúnebres?

–¿tenemos vitalidad espiritual? ¿Nos movemos espiritualmente o nos arrastran como el agua arrastra a las piedras del fondo y es verdad que se mueven, pero están muertas y sólo son al fin piedras de arroyo?

–vivir es algo positivo, enérgico, dinámico, creador.

–si nuestros criterios religiosos se resumen en aquello: “en mis tiempos nadie nunca nada”, o “yo de eso nunca nada”.

–o si nuestra vida esta rodeada en cuadrado por gruesas líneas del “no hacer esto porque es pecado”, “no atreverse porque es peligroso”, “no intentar aquello porque nunca se ha hecho”, “no extremarse en nada porque todo extremo es malo”

Un hombre –o una mujer—metido en la cuadrícula de tantos Noes –en el centro de esa cuadrícula de líneas negras de Noes—está la esquela de defunción de un cristiano. En la asfixia de los Noes muere toda la vida.

4.- Vivir es correr el riesgo de darse sin medida. Dios dio el ser a todo. Y se dio sin medida en su Hijo, en la Eucaristía.

Demos lo que tenemos, nuestro tiempo, nuestros conocimientos, nuestro dinero, nuestros oídos.

Démonos a nosotros mismos, dando amor, atención, cariño, servicio a los demás.

5.- Nos van a juzgar por dar o no dar, por darnos o no darnos. Nunca nos juzgarán por si hicimos bien de plañideras.

Todos tenemos la experiencia del efecto negativo que hace una plañidera que todo lo ve negro. Y en cambio, salimos con nuevas fuerzas, junto a un ser alegre y optimista.

José Maria Maruri, SJ

Una «revolución ignorada»

Jesús adoptó ante las mujeres una actitud tan sorprendente que desconcertó incluso a sus mismos discípulos. En aquella sociedad judía, dominada por los varones, no era fácil entender la nueva postura de Jesús, acogiendo sin discriminaciones a hombres y mujeres en su comunidad de seguidores. Si algo se desprende con claridad de su actuación es que, para él, hombres y mujeres tienen igual dignidad personal, sin que la mujer tenga que ser objeto del dominio del varón.

Sin embargo, los cristianos no hemos sido todavía capaces de extraer todas las consecuencias que se siguen de la actitud de nuestro Maestro. El teólogo francés René Laurentin ha llegado a decir que se trata de «una revolución ignorada» por la Iglesia.

Por lo general, los varones seguimos sospechando de todo movimiento feminista, y reaccionamos secretamente contra cualquier planteamiento que pueda poner en peligro nuestra situación privilegiada sobre la mujer.

En una Iglesia dirigida por varones no hemos sido capaces de descubrir todo el pecado que se encierra en el dominio que los hombres ejercemos, de muchas maneras, sobre las mujeres. Y lo cierto es que no se escuchan desde la jerarquía voces que, en nombre de Cristo, urjan a los varones a una profunda conversión.

Los seguidores de Jesús hemos de tomar conciencia de que el actual dominio de los varones sobre las mujeres no es «algo natural», sino un comportamiento profundamente viciado por el egoísmo y la imposición injusta de nuestro poder machista.

¿Es posible superar este dominio masculino? La revolución urgida por Jesús no se llevará a cabo despertando la agresividad mutua y promoviendo entre los sexos una guerra. Jesús llama a una conversión que nos haga vivir de otra manera las relaciones que nos unen a hombres y mujeres.

Las diferencias entre los sexos, además de su función en el origen de una nueva vida, han de ser encaminadas hacia la cooperación, el apoyo y el crecimiento mutuos. Y, para ello, los varones hemos de escuchar con mucha más lucidez y sinceridad la interpelación de aquel de quien, según el relato evangélico, «salió fuerza» para curar a la mujer.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado XII de Tiempo Ordinario

Hoy el texto del evangelio nos presenta dos escenas de  sanación. Son encuentros con Jesús que ayudan a recobrar la salud. En este caso se trata de enfermedades físicas, pero en otros lugares del evangelio, las curaciones tienen un alcance más profundo y humanamente inexplicable.

La primera curación es para que veamos que el amor de Dios no tiene fronteras ni razas preferidas, sino que está abierto a ayudar a toda persona que sufre. La raza o la posición social no cuentan ante el amor misericordioso  del Padre del cielo. Y Jesús ha venido a demostrarlo.

El centurión romano era un militar del Imperio romano cuyas legiones  habían invadido Palestina y suprimido las libertades cívicas de los judíos. El emperador de Roma era el emperador  de toda la población judía. Y su autoridad se hacía sentir sobre todo a través del cobro de los impuestos, que no se quedaban en Palestina para cubrir sus necesidades, sino que el dinero iba a engrosar las arcas de Roma, que era la capital del Imperio.

El centurión (jefe de cien soldados del ejército romano), además de pertenecer a otra religión, representaba a la potencia militar de Roma; doble motivo para convertirse en una persona mal vista. Pero por su fe entra en la nueva comunidad de los seguidores de Jesús y se convierte en figura ejemplar: su gesto y sus palabras denuncian a los que se resisten a creer y rechazan a Jesús. La forma de comportarse de este soldado es como un anuncio de que muchos como él se unirán a los amigos de Jesús en  la comunidad cristiana.

En el caso de la suegra de Pedro hay un detalle interesante: en cuanto ella se sintió curada  «se levantó y se puso a servirle». Se sentía tan agradecida a Jesús y tan honrada por la visita y por la salud recobrada, que inmediatamente se puso a servir a Jesús y sus acompañantes.

En este caso y para esta mujer  la sanación es mucho más profunda,  pues la hace crecer en su espíritu de servicio y solidaridad.  Y si antes ya era muy servicial, ahora lo será mucho más con la gracia de la curación.

También podemos pensar que en este pasaje el evangelista está indicando la dignidad recobrada de las seguidoras de Jesús y su protagonismo en la vida de las comunidades cristianas

Es muy hermoso ver a personas que al verse favorecidas por el Señor por la curación de un hijo o una hija, descubren que la mejor forma de agradecer a Dios sus favores,  es sirviendo a otras personas que necesitan ayuda o a su comunidad.

Hay un hermoso texto de Gabriela Mistral, chilena, premio Nobel 1945 de Literatura que dice:

“Toda la naturaleza es un anhelo de servir. Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco. Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú. Sé el que apartó la piedra del camino, el odio entre los corazones y las dificultades del problema.

Hay la alegría de ser santo y de ser justo; pero hay, sobre todo, la inmensa alegría de servir. ¡Qué triste sería el mundo si todo él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender!

Pero no caigas en el error de pensar que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios: adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar a una niña.

Aquel es el que critica, éste el que destruye. Sé tú el que sirve. Servir no es sólo tarea de seres inferiores. Dios, que da el fruto, la luz…sirve. Pudiera llamársele así: EL QUE SIRVE. Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: “¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre? “

Carlos Latorre