Levántate

Para el autor del evangelio, tanto la mujer gravemente enferma como la niña fallecida son imagen del pueblo, al que considera “agonizando”. Y, en tal situación, quiere proponerle que se adhiera a Jesús, a quien muestra como fuente de salud y de vida.

En el nivel de consciencia mítico es lógico atribuir la salvación y la vida a alguna fuerza exterior -los dioses o héroes de que hablan las mitologías- que posee ese poder. Trascendido ese nivel, se hace manifiesto que la vida no es “algo” que se pueda comunicar desde “fuera”, sino que constituye justamente la identidad última de todo lo que es. Somos vida…, aunque con frecuencia lo olvidemos o incluso vivamos ignorándolo.

Afirmar que la salvación no viene de “fuera” no es una muestra de autosuficiencia o de orgullo espiritual, ya que el sujeto de aquella afirmación (“soy vida”) no es el yo particular, sino la propia Vida, nuestra verdadera identidad. Bien entendida, por tanto, esa afirmación implica una total desidentificación del yo, al que reconocemos solo como una “forma” en la que nos estamos experimentando, pero no como el “sujeto” de lo que somos.

El camino de la comprensión nace exactamente donde se cruzan las dos palabras de Jesús: “Tu fe te ha curado” “Levántate”. La “curación” está en nosotros, pero necesitamos “levantarnos”.

Levantarse significa salir de la ignorancia y de la postración, soltar la queja y el victimismo y reconocer nuestra verdadera identidad, la vida que somos. “Levántate” significa: “Comprende lo que eres”Desde ahí -lo decisivo siempre es el desde donde hacemos las cosas-, conectando con lo que realmente solemos, podremos “levantarnos”, ponernos en pie y “resucitar”.

A partir de esa experiencia, vivida con gozo y gratitud, podremos ayudar a otros a “levantarse” de cualquier situación de postración. El compromiso nacerá de la comprensión y fluirá a través de nosotros de una manera gratuita y desapropiada.

¿Vivo en actitud de ponerme en pie y de ayudar a vivir?

Enrique Martínez Lozano

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II Vísperas – Domingo XIII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Quédate con nosotros,
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 2Co 1, 3-4

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibidos de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Entró Jesús en la casa y les dijo: «La niña no está muerta, está dormida.» La cogió de la mano y le dijo: «Niña, levántate.»

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Entró Jesús en la casa y les dijo: «La niña no está muerta, está dormida.» La cogió de la mano y le dijo: «Niña, levántate.»

PRECES

Adoremos a Cristo, Señor nuestro y cabeza de la Iglesia, y digámosle confiadamente:

Venga a nosotros tu reino, Señor.

Señor, haz de tu Iglesia instrumento de concordia y de unidad entre los hombres
— y signo de salvación para todos los pueblos.

Protege, con tu brazo poderoso, al papa y a todos los obispos
— y concédeles trabajar en unidad, amor y paz.

A los cristianos concédenos vivir íntimamente unidos a ti, nuestra cabeza,
— y que demos testimonio en nuestras vidas de la llegada de tu reino.

Concede, Señor, al mundo el don de la paz
— y haz que en todos los pueblos reine la justicia y el bienestar.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Otorga a los que han muerto una resurrección gloriosa
— y haz que gocemos un día, con ellos, de la felicidad eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Padre de bondad, que por la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Convertir el corazón o la conciencia

Según Jesús, el corazón o la conciencia es el centro de la vida moral o el lugar donde se decide la voluntad de Dios. No se trata de cumplir unos preceptos legales sino de llevar a cabo la nueva justicia del Reino, que es defender a los vulnerables de la sociedad. De ahí la exigencia de convertir el corazón o la conciencia.

La referencia a la palabra de Dios no es en Jesús algo abstracto o individual sino referido a la comunidad creyente en medio de las situaciones históricas de injusticia en el “tiempo presente” a través de la lectura de los signos de los tiempos. El “amaros unos a otros” es la clave para afrontar los desamparos y los desvalimientos de las personas concretas.

La conciencia es el acontecimiento central de la interioridad o subjetividad cristiana, mediante la cual la persona creyente se siente relacionada íntimamente con Dios (aunque no siempre caiga en la cuenta de ello) en Jesucristo por medio de la fe. La fe genera energía para dar un paso adelante en momentos concretos, para abandonar la poltrona, las seguridades, la comodidad alienante, la indolencia interesada; en realidad, la fe mueve endorfinas, esa sustancia que elabora el cerebro para ponerse en acción, que dirían los entendidos. De la conciencia brotan las decisiones, el discernimiento, los juicios, etc., en el ámbito de las conductas, guiados por la palabra y la acción de Jesús que libera a las personas y proclama la buena noticia de que las cosas pueden cambiar.

Dice Esperanza Borús[1], que la primera de las curaciones que el alma necesita es no perderse en las identificaciones o enredos que nos ofrece engañosamente el mundo a fin de que el flujo de sangre (sangre = espíritu) sea cortado y todas esas energías vuelvan de nuevo a su fuente que es el Ser. El relato nos dice que la mujer había gastado sus bienes sin resultado alguno e incluso había empeorado. Esto es, el camino verdadero es aquel que nos lleva al núcleo mismo de nuestro Ser esencial. Los demás caminos nos desvían, nos desorientan y nos alejan de la íntima unión del alma con la Divinidad.

Mas cuando el alma roza, aun levemente, y experimenta la verdad del corazón, fuente de vida inagotable, y la fuerza necesaria para despertar, es cuando el Cristo oculto en nuestro interior reconoce al alma que lo busca; esa unión se profundiza y se abisma en el Amor.

Jesús al llegar a la casa de Jairo, echa a esos “egos” que no nos permiten acceder a la Verdad plena. Es entonces cuando el alma “despierta” y se levanta. Que el tiempo se ha cumplido viene expresado por el número doce, que indica perfección, y que el evangelista Marcos señala que es la edad de la niña y los años de búsqueda de la mujer que perdía sangre. Cuando buscamos fuera lo que llevamos en nuestro interior el encuentro íntimo no se produce.

Con frecuencia en los relatos donde se narran milagros de sanación o resurrección Jesús insiste en no divulgar lo sucedido. “Les insistió en que nadie lo supiera”, advertencia a ser prudentes y no exponer la Verdad a los extraños que puedan pisotearla, manipularla. El alma ha de nutrirse para fortalecerse. Por eso Jesús les pide que “le dieran a ella (al alma) de comer”.

Mas, ¿cuál es el vínculo entre corazón, conciencia y alma en búsqueda de la Verdad, del Amor? Esos signos o señales que la sociedad y el mundo actual nos ofrecen cada día. Para Jesús, el Reino de Dios era ante todo remediar el sufrimiento humano en todas sus formas y hacer posible la felicidad en cada circunstancia. Algo no siempre fácil y hasta arriesgado en determinadas ocasiones.

Vivimos en una sociedad enferma que da la espalda al dolor de las víctimas y sigue aplazando los temas de fondo que sacarían a muchos de situaciones de riesgo, especialmente las mujeres, sujetos seculares de explotación y sufrimiento. Francisco, en la Fratelli Tutti, nos recuerda que en la base de todo está la caridad que transforma e invita al compromiso por el Bien Común y el reconocimiento de la dignidad de todos los seres humanos. A pesar de que la comunidad internacional ha adoptado acuerdos para poner fin a la esclavitud y a todo desamparo, todavía hay millones de personas privadas de su libertad y obligadas a vivir en condiciones de esclavitud (FT 24).

En todo caso, la oración viene en nuestro auxilio para tener fuerza, para perder el miedo, para no sentirnos solos/as, para transformar la realidad. Cuando las noticias de cada día nos dejan helada la sangre, cuando el corazón se nos rompe de dolor, de impotencia, cuando los “por qué” quedan sin respuesta sólo nos queda la confianza de “Aquel que sustenta nuestra fe” pues “ahora” es Él quien está sosteniendo todas las cosas. Eso no es sólo cierto del universo físico, incluso nuestros cuerpos y todo lo que somos, sino que abarca las otras fuerzas y poderes en el mundo: psicológicos, sociales, espirituales y cuantos acontecimientos ocurren en él. Algo que solemos olvidar los cristianos tan acostumbrados a ver las cosas a través de los medios de comunicación sin caer en la cuenta de la fuerza que todo lo Unifica, por incomprensible que nos parezca.

Jesús se retiraba a orar una y otra vez. En Getsemaní agobiado por una angustia mortal, en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios, reza por todos incluso por aquellos que lo han condenado. Ora sin renunciar nunca a la confianza en su Abbá-Dios. Porque “incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos”.

¡Contigo hablo, levántate! ¡No tengas miedo!

¡Shalom!

Mª Luisa Paret


[1] Esperanza Borús, Luminarias y Asombros, Ed. Visión Libros, Madrid 2012

¡Basta que tengas confianza!

Del final del c. 4 de Mc pasamos al final de c. 5. En este capítulo, antes del relato que vamos a leer, Jesús cura a un endemoniado y permite que los espíritus inmundos se metan en una piara de cerdos que se precipita en el mar. Jesús vuelve a atravesar el lago en dirección a Galilea, y allí encuentra de nuevo a la multitud que le busca. El domingo pasado nos hablaba del “poder” de Jesús sobre la naturaleza. Continúa el evangelio con la manifestación de “poder” sobre los espíritus inmundos. Hoy damos dos pasos más: “Poder” sobre la enfermedad; Y “poder” sobre la muerte (la hija de Jairo). No cabe una síntesis más clara, ordenada y progresiva de la actividad salvadora de Jesús.

En el doble relato de hoy, descubrimos un mensaje muy profundo. Por una parte, la niña y su padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo es un cargo público, aunque no estrictamente religioso. La mujer enferma representa a los marginados y excluidos por una interpretación demasiado legalista de la Ley. Este simbolismo se hace más claro por el anonimato de las dos mujeres, y los doce años de enfermedad de la mujer y los doce años de vida de la niña. El número doce es símbolo de Israel.

Jairo (símbolo de la institución) no encuentra salida en la religión y busca la salvación en Jesús, que había sido rechazado por sus jefes. La decisión es tan difícil que espera hasta el último momento para ir en busca de Jesús. La mujer enferma también se había gastado toda su fortuna en buscar salvación. Tampoco le quedaba otra salida. La religión no solo no le daba solución, sino que la excluía hasta límites inimaginables hoy. Uno viola formalmente la Ley acudiendo a un proscrito. La otra viola literalmente la Ley tocando a Jesús. En ambos casos, Jesús apela a la fe-confianza como motor de salvación.

Para descubrir la importancia del relato hay que tener en cuenta las leyes de pureza que afectaban a la mujer. El Levítico dice: «La mujer permanecerá impura cuando tenga su menstruación o hemorragias. La mujer considerada impura y causante de impureza. Podemos imaginar la tara psicológica que dejaba en la mujer esta considera­ción de impura. La hemorroísa tenía prohibido tocar y ser tocada. Ella sabe que el acto que puede salvarle está prohibido por la Ley. Sin embargo, doce años de sufrimiento la empujan. Esta valentía no está exenta de temor; se acerca por detrás. Tocar a Jesús no solo manifiesta la confianza en él, sino en sí misma. Su valentía le devuelve la salud.

Con una aguda sensibilidad, más que humana, percibe que le han tocado (todos le están apretujando). Cuando Jesús pregunta “¿Quién me ha tocado?”, está dando a entender que alguien ha llegado hasta él buscando una respuesta a su opresión. Aceptando ser tocado, más allá de la norma, entra en la dinámica que la mujer había iniciado. Se abre a la comunicación profunda y sanadora a través del cuerpo. Los dos están expresando lo mejor de sí mismos. El cuerpo “impuro” de la mujer es reconocido y aceptado como normal. Dejándose tocar, Jesús se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. Una relación que abarca todos los aspectos del ser: el físico, el psíquico y el religioso. La mujer se salta la Ley, pero Jesús va más allá y reacciona como si la Ley no existiera.

El milagro se produce sin que intervenga la voluntad de Jesús. La fe-confianza de la mujer desencadena la curación. Este relato es una mina para tratar de descubrir qué es lo que sucedía de verdad cuando el evangelio habla de “milagros”. No significa una acción en contra de las leyes de la naturale­za. Todo lo contrario. Es dejar libre la naturaleza para que pueda desarrollar su ‘ley’ sin las trabas que le pone la racionalidad. Porque esa armonía es lo normal. Llamamos milagro a procesos que serían los más naturales: Un ser humano liberado de sus complejos, de sus miedos, de una religión opresora; Un ser humano que puede empezar a ser él mismo, a valorarse porque se siente apreciado.

Se reanuda el relato de la hija de Jairo con la llegada de los emisarios, que traen noticias de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta que tengas fe. La multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a llorar; pero Jesús no hace ningún caso y sigue adelante. Cogió de la mano a la muchacha, pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levanta, sino que le dice: ¡levántate!, el mismo verbo que Mc emplea para hablar de resurrección. En contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar contaminado de muerte, da la vida al cadáver.

No nos engañemos, la importancia de estos relatos no está en el hecho de curar o de resucitar, sino en el simbolismo que encierran. Pensar que la obra de Jesús se puede encerrar en tres resurrecciones y en una docena de curaciones, es ridiculizar su figura. Objetivamente, los curados volverán a enfermar y entonces no estará allí Jesús para curarlos. Los resucitados volverán a morir sin remedio. Jesús no puso el objetivo de su misión en una solución de los problemas. La salvación de Jesús es para todos y en cualquier circunstancia; También para los enfermos, marginados, explotados. Si no tengo esto en cuenta, puedo pensar que la salvación de Jesús no es para mí.

En el AT queda claro que Dios no hizo la muerte. Jesús va más allá y nos dice que Dios no quiere nada negativo para el hombre. Las limitaciones son inherentes a nuestra condición de criaturas. La salvación está siempre en un plano superior y más pleno que toda limitación. Se puede dar en plenitud, a pesar de cualquier limitación, incluida la muerte. La salvación, la que propone Jesús, libera siempre. No se trata de un premio para privilegiados sino de una oferta absoluta de Dios para todos. Esa fuerza, que Jesús era capaz de poner en marcha, está disponible para todos; lo único que tenemos que hacer, es dejar que actúe. Nos puede salvar, de la misma manera que tiene poder para bloquear los procesos naturales y causar así un daño a su propio ser y/o a los demás.

En los dos casos, la multitud queda al margen de la salvación. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia) no pueden ser objetos de salvación. Lo que le importa es la persona, porque es lo único real. Esto lo hemos olvidado y hemos cometido el disparate de sacrificar a la persona en aras de la institución. También hoy tendría que ser nuestra principal tarea el liberar a tantos seres humanos atrapados en las interpretaciones aberrantes de Dios y de su Ley. La religión seguirá oprimiendo y esclavizando mientras seguimos dando más importancia a la institución que a la persona.

Meditación

En el orden espiritual, es imprescindible la fe-confianza.
Sin confianza en el OTRO no daremos un paso.
Tu lámpara está capacitada para iluminarse.
Toda la energía está a tu disposición.
Solo tienes que dejar que fluya la corriente.

Fray Marcos

Comentario – Domingo XIII de Tiempo Ordinario

(Mc 5, 21-43)

Este texto nos presenta dos preciosos testimonios de fe, pero de la fe entendida como una confianza firme y espontánea que algunos tienen en Jesús y en su poder. Esa confianza sencilla contrasta con la actitud de otros que se ríen de él.

Y esa fe tiene también la característica de la humildad: el jefe de la sinagoga se echa a los pies de Jesús y también lo hace la mujer.

Es destacable el interés de Jesús por mirar a la mujer que con su fe había atraído su fuerza sanadora. Eso significa que Jesús no se contenta con sanarla, quiere tener un encuentro con ella frente a frente, y además quiere detenerse a elogiar su fe. Porque esa fe, que es un regalo de Dios, supone también el sí, la acogida de la criatura.

También se percibe la delicadeza de Jesús en el detalle de tomar a la niña de la mano y estimular su respuesta con las entrañables palabras arameas, y en su preocupación por ella al pedir inmediatamente a sus parientes que le den de comer.

Todos estos detalles que Marcos no quiso dejar de mencionar nos ayudan a percibir la calidez humana del Señor, el modo delicado como cuidaba los detalles de amor en su relación con los demás.

El Dios todopoderoso que manifiesta su gloria y su poder es también el que ama a sus criaturas, se acerca a ellas con respeto y ternura, y se preocupa también por los pequeños detalles. Es bueno tratar de descubrir y agradecer los pequeños detalles que Dios ha tenido con nosotros, e intentar actuar de la misma manera en nuestra relación con los que se acercan a pedirnos ayuda.

Oración:

«Señor, toma mis ojos, mis manos, mi forma de actuar, y dame tu delicadeza, tu bondad, tu manera de tratar a los demás. Que a través de mis gestos puedan descubrirte a ti y reconozcan la ternura y el vigor de tu corazón».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Domingo XIII de Tiempo Ordinario

Dios no hizo ni la enfermedad ni la muerte. Estos son males del hombre Si Dios es sumo bien no ha podido hacer el mal. Jesucristo nos devuelve la vida. La creación aparece como un don para la vida. Hasta que el último enemigo (la muerte) sea vencido, la creación está expectante, esperando la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Los milagros del evangelio no son “agua pasada”. Hoy también nosotros podemos ser liberados por Jesús. Hoy también nosotros podemos encararnos a la muerte y decirle: ¿Dónde está tu victoria? Dios es amor. Y la muerte debe ceder al amor su última palabra.

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Sab. 1,13-15. 2,23-24.        2ª Lectura: 2Cor. 8,7.9.13-15

EVANGELIO

Marcos 5,21-43

En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.  Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»  Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda, su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que, había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?» Los discípulos le contestaron: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: «¿quién me ha tocado?»» Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.  Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.» Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?» Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.» No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.» Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate)». La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

REFLEXIÓN

No olvidemos que el episodio anterior ha terminado en el mar. “símbolo del mal”. Jesús viene a destruir el mal del mundo. Y las lecturas de este domingo nos van a hablar de Jesús curando a la Hemorroísa, es decir, restaurando la vida, más aún, resucitando a una niña, es decir, arrancándola de las garras de la muerte.

1.– JESUS, EL AMIGO DE LA VIDA. En la primera lectura, el libro de la Sabiduría nos habla de Dios, Creador de la vida, amigo de la vida y enemigo de la muerte. Jesús ha venido a este mundo “para que tengamos vida y la tengamos en abundancia” (Juan, 10,10). Jesús quiere que el Proyecto de Dios siga adelante. Nosotros, los mortales, es decir, los que inexorablemente estamos condenados a la muerte, sólo podemos conjugar el verbo tener, que indica relatividad. Por eso decimos: yo tengo salud, sí, pero relativamente, ya que mañana puedo enfermar. Tengo “vida” pero relativamente, ya que mañana puedo morir. El único que conjuga el verbo ser, que indica plenitud, es Jesús. Por eso Jesús dice: YO SOY LA RESURRECCION Y LA VIDA. De esa abundancia de vida, de esa plenitud, Cristo nos quiere dar.

2.– JESÚS RESTAURADOR DE LA VIDA. Jesús se encuentra con una mujer que lleva ya doce años “perdiendo sangre”, es decir, “perdiendo vida” (Lev. 17,11). Esa mujer era símbolo de una frustración vital. Jesús no está de acuerdo en que se malogre la vida.  La mujer tiene fe en Jesús y sabe que sólo Él la pueda sanar. Pero ella sabe que es impura y no puede acercarse a nadie para ano contagiarle (Lev. 15,19).  Por eso camina temblorosa y a Jesús sólo quiere tocarle la orla del vestido. Es curioso que, mientras la gente está físicamente apretujando a Jesús sin pasarles nada, esta mujer, con sólo rozarle el manto con fe, ha sido curada. Muchas veces estrechamos a Jesús, le comemos, y no pasa nada en nuestra vida. Habrá que dar el paso a la fe. Llama la atención que Jesús, después de los milagros, incluso después de la Resurrección de la niña, mande silencio. Y aquí hace alarde de publicidad: ¿Quién me ha tocado? A Jesús le interesa que la gente se entere que quiere liberar a esta mujer (y a todas del mundo) del tabú de la sangre. Tener flujos de sangre no es ninguna culpa ni se contagia nadie por eso. El pecado está en el corazón de las personas.

3.– JESUS VENCEDOR DE LA MUERTE. Jesús, pudo haber llegado a curar a la niña antes de morir. Pero dejó que muriera para desdramatizar la muerte. La muerte ya no es lo irreparable, lo irremediable, lo definitivo. Hay Alguien que tiene poder sobre la muerte y es Jesús. Notemos que Jesús se acerca y toma a la niña de la mano. También estaba prohibido por la ley tocar un cadáver pues el que lo hacía quedaba impuro y contaminaba a los demás. Jesús libera también de ese otro tabú. Notemos que el verbo que usa “levantar” es el mismo que se usa para hablar de la Resurrección de Jesús. Jesús no nos levanta de una muerte para volver de nuevo a morir. Jesús nos levanta de la muerte para alzarnos a la misma VIDA DE DIOS, para vivir siempre con Él.  No nos extrañe que aquí “pida silencio” después del milagro. No quiere que la gente se quede en ese milagro, sino en el gran Milagro de la Resurrección.  Aquí se acabará el llamado “secreto mesiánico”.

PREGUNTAS

1.- ¿Estoy convencido de que Dios quiere que disfrutemos de la vida, que la vivamos con plenitud?

2.- ¿Me encanta ese Cristo, liberador de “tabúes”, de “miedos”, “de tristezas”? ¿Me apunto a la tarea de evitar sufrimientos?

3.- ¿Tengo fe en mi propia Resurrección? ¿Le considero a Jesús capaz de hacerme feliz sólo a medias? ¿Capaz de ser Él feliz sin nosotros?

Este evangelio, en verso, suena así:

Señor, con gozo admiramos

dos ejemplos de fe viva:

el de una “mujer enferma”

y el del “padre de una niña”.

La “mujer” gastó sus bienes

en cuantiosas medicinas.

Al no poder tener hijos

se sintió triste y herida.

La “niña” al cumplir doce años,

pareció que se moría.

Ya no podría casarse

ni formar una familia.

La “mujer”, Señor, con fe,

marchaba en tu comitiva.

Su mano tocó tu manto

y recobró la alegría.

El padre también creyó

en tus palabras divinas:

“No temas. Ten fe. Tu “niña”

no está muerta. Está dormida”

Siempre nos queda al creyente,

Señor, una alternativa:

Cuando todo está perdido,

nos tiendes tu mano amiga

Hoy, Señor, te haces Palabra

Y Pan en la Eucaristía.

Comulgaremos contigo:

Camino, Verdad y Vida.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

En busca de la mejor medicina

Los relatos de milagros son como contenedores bien cerrados, unos juntos a otros, sin que se mezcle su contenido. El pasaje de Marcos que leemos hoy recuerda, en cambio, a las muñecas rusas: un milagro dentro de otro. Jesús va a curar a una niña y se cuela por medio una enferma con flujo de sangre. Esa mezcla da gran dramatismo e interés al conjunto.

En busca de la mejor medicina (Mc 5,21-43)

La medicina tradicional: imposición de manos

El comienzo parece normal: un padre preocupado por su hija gravemente enferma. Lo que no es normal es su convencimiento de que Jesús pueda curarla con sólo ponerle la mano encima. En nuestra cultura, el enfermo agradece que el médico no le hable a distancia; que lo ausculte y lo palpe, si es preciso. En la cultura antigua, el hombre santo y el curandero ejercen su poder mediante el contacto físico. En el evangelio de Lucas se dice que «toda la gente intentaba tocarlo, porque salía de él una fuerza que curaba a todos» (Lc 6,19). En efecto, Jesús cura a la suegra de Pedro tomándola de la mano; imponiendo las manos cura a diversos enfermos (Mc 6,5; Lc 4,40), a un sordomudo (Mc 7,32), a un ciego (Mc 8,23.25), a la mujer tullida (Lc 13,13); poniendo barro en los ojos del ciego de nacimiento le devuelve la vista (Jn 9,15); y a los discípulos les concede el poder de curar enfermos imponiendo las manos (Mc 16,18). Quien se haya fijado en las citas, habrá visto que casi todas son de Marcos y Lucas. Parece que a Mateo y Juan no les entusiasmaba el procedimiento, podría causar la impresión de un poder mágico.

Una nueva receta: tocar el manto

Si Jairo está convencido de que la imposición de manos de Jesús basta para salvar a su hija, la mujer con flujo de sangre va mucho más lejos: le bastaría tocar su manto. La idea del manto milagroso se encuentra también en otro relato posterior del mismo Marcos: «En cualquier aldea, ciudad, o campo adonde iba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejara tocar al menos la orla de su manto. Y los que lo tocaban se sanaban» (Mc 6,56 = Mt 14,36).

El relato acentúa la gravedad y persistencia de la enfermedad (¡doce años!), el fracaso de los médicos y el dineral gastado en buscarle solución. De repente, a la mujer le basta oír hablar de Jesús para depositar en él toda su confianza; ni siquiera en él, en su manto. ¿Fe o desesperación? Algunos de los primeros cristianos, amantes de aplicarse los relatos evangélicos, podrían identificarse fácilmente con la mujer. «Yo también estaba desesperado, oí hablar de Jesús, y todo cambió.»

La verdadera medicina: la fe

La mujer se cura al punto. Pero el relato toma un sesgo dramático. Jesús nota que una fuerza especial ha salido de él y quiere saber quién la ha provocado. Pregunta, rechaza la excusa de los discípulos, mira con atención a su alrededor, hasta que la mujer se presenta temblorosa y asustada. (Marcos describe a Jesús de forma tan humana, tan poco ortodoxa, que Mateo suprimió toda esa parte en su evangelio: Jesús no necesita indagar, sabe perfectamente lo que ha pasado).

El lector termina poniéndose en contra de Jesús y a favor de la mujer. ¿Por qué le está haciendo pasar un rato tan malo? Es un recurso genial de Marcos, el mismo que utiliza en la curación de la hija de la mujer cananea: poner al lector en contra de Jesús y a favor del quien le suplica. ¿Para qué? Para que Jesús ofrezca al final la verdadera enseñanza.

Imaginemos que la mujer se cura y Jesús no pregunta nada. El lector se dice: «Llevaba razón la mujer. Bastaba con tocarle el manto.» Quizá añadiría: «En realidad, quien cura es Jesús, no el manto.» Pero todo el teatro montado por Jesús sirve para llegar a una conclusión muy distinta: «Hija, tu fe te ha curado.» Ni Jesús ni el manto, «tu fe». Esta afirmación podrá parecer atrevida, casi herética, a algunos teólogos. Pero, en este caso, Mateo y Lucas coincidieron con Marcos al pie de la letra: «Hija, tu fe te ha curado.»

Una medicina que, además de curar, resucita

La acción vuelve a su origen, pero de forma trágica: la niña ha muerto. No hay que molestar al Maestro. Pero Jesús le recomienda al padre la medicina usada por la hemorroisa: «No tengas miedo; tú ten fe, y basta». Siguen hasta la casa y se sumergen en un mundo de llantos y lamentos.

La gente es lista, no se deja engañar por Jesús

Cuando yo era joven, me indignaba leer que la gente se ríe de Jesús cuando dice que la niña no está muerta, sino dormida. Me parecía una tremenda falta de respeto. Pero estaba equivocado. La risa de la gente demuestra que Jesús no puede engañarlos. Él quiere pasar desapercibido, presentar lo que hace como algo normal, sin importancia; pero la gente sabe muy bien que la niña ha muerto, que Jesús ha realizado un gran milagro. El detalle final de darle a la niña de comer sirve para demostrar la realidad de la resurrección.

Resurrecciones en esta vida y fe en la vida futura

La resurrección de la hija de Jairo (contada por Marcos, Mateo y Lucas) trae a la memoria otros relatos parecidos, pero peculiares: la resurrección del hijo de la viuda de Naín, que sólo cuenta Lucas; y la resurrección de Lázaro, que sólo cuenta Juan. ¿Cómo es posible que estos dos hechos tan famosos no se encuentren en los cuatro evangelios? Es cierto que la tradición oral olvida a menudo cosas y detalles. Pero resulta extraño que un evangelista no los conozca. Como un biógrafo de Beethoven que no ha oído hablar de la 9ª Sinfonía.

A los evangelistas no les preocupaba, como a nosotros, el hecho histórico en cuanto tal, sino la realidad de lo que contaban. Lo importante no es que Jesús resucitase a Lázaro (que al cabo de los años volvería a morirse), sino que nos resucitará a todos a una vida sin fin. «Yo soy la resurrección y la vida» es también el gran mensaje de la resurrección de la hija de Jairo.

La victoria sobre Satanás (Sabiduría 1,13-15; 2,23-24)

La 1ª lectura, tomada del libro de la Sabiduría, afirma que la muerte no es algo querido por Dios, entró en el mundo por envidia del diablo. Aunque esto resulte discutible desde un punto de vista científico moderno, así lo interpretaban los judíos del siglo I. Con ello, la resurrección de la hija de Jairo adquiere un sentido nuevo. Marcos enfoca su evangelio como una lucha entre Jesús y Satanás. Y este es un ejemplo de su victoria sobre el que introdujo la muerte en el mundo por envidia.

Solidaridad en tiempos de migración (2 Corintios 8,7.9.13-15)

Aunque no tenga relación con el evangelio, el fragmento de Pablo es de enorme actualidad en una época en la que miles de personas (hermanos nuestros) se encuentran en grave necesidad de acogida, comida, vestido, trabajo…

Pablo anima a los corintios a ayudar económicamente a la comunidad madre de Jerusalén, que sufre la terrible hambruna del tiempo del emperador Claudio. Su mejor argumento es recordarles el ejemplo de generosidad de nuestro Señor Jesucristo.

José Luis Sicre

Mujer y mujercita

1.- La lectura del evangelio de este domingo, mis queridos jóvenes lectores, la entenderán mucho mejor las chicas, por ser mujeres las dos principales protagonistas. Pero que nadie se sienta excluido del mensaje, que es útil para todos. Me referiré posteriormente a personajes secundarios y aquí si que hay varones.

El sufrimiento de una mujer que padecía continua hemorragia, en aquellos tiempos, suponía doble pena. En primer lugar, idénticamente a como acontece ahora, padecer anemia, con todas las consecuencias que se derivan de ello. Pero hay que añadir que, en aquel entonces, una mujer que sufriera continuo flujo de sangre, debía alejarse de los demás. (Nada sabían aquellas culturas de bacterias e infecciones microbianas, pero sabiamente establecían que quien sufriera pérdidas, no debía acercarse a los demás, para no contaminarlos). Pero esta buena mujer, esta astuta y atrevida mujer, cree que el encuentro con Jesús está por encima de normas sociales y, apretujada entre la multitud, se acerca a rozar siquiera, un fleco de su manto. Se trataría del que llamamos Talit, que es un rectángulo de tela, de lino o lana, que el varón israelita no olvida llevar sobre sus hombros. En sus bordes, está adornado con unas borlas significativas, una de ellas es la que quiso tocar la dolorida buena mujer, con esperanza. El evangelio de Mateo nos da pie a suponer que se trata de esta pieza del vestido. El atrevimiento es aceptado por Jesús con simpatía. Cariñosamente se dirige a ella llamándola hija y añadiendo, de manera que los demás lo puedan oír, que se cura gracias a su Fe.

2.- El Maestro iba de camino a la casa de un hombre importante llamado Jairo, que tenía una hija muy enferma. Él se había humillado a rogar postrándose a sus pies, que acudiese a su casa y curara a la chica. Es de admirar la paciencia que tuvo, sin quejarse de que se entretuviera con la enferma. Lo natural es que hubiese alejado a la mujer histérica, para que acudiera con presteza a su domicilio. Pero este buen hombre no quiere el favor de Jesús para él solo, admite que atienda primero a otra persona. En su interior, seguramente, sentiría antipatía hacia aquella mujer que estorbaba sus planes, pero respeta el comportamiento del Señor, acepta su proceder. Lamentaría más su comportamiento, cuando le dijeron que ya había muerto su hija. Pero no pierde el tino, cree más en Jesús, que en lo que dicen los sirvientes.

El Señor entra en la casa, el momento es importante, es digno de vivirlo en la solemne intimidad de la familia y la amistad, sin espectadores frívolos. Se acerca y le dice estas palabras que han conservados textualmente los evangelistas: Talitha kum. Las pronuncia en arameo, la lengua del país, e impresionan tanto a los que allí están, que, aunque el evangelio se escriba en griego, las trascriben tal como se escucharon en aquel momento. Se trata de lo que los entendidos llaman “ipsisima verba”. Palabras exactas del Señor. Como la resucitada no es una niña, se trata de una mujercita de doce años, en edad casadera, según costumbres de la época, le da la mano ayudándola a levantarse. Ante el asombroso prodigio, hasta los padres se olvidan de lo más inmediato que la chica necesita. Jesús incluso de estas menudencias se preocupa. Está en la edad de sentir hambre impulsiva y por eso les dice que le den alimento inmediatamente. El Señor siempre es así, hasta a estos pequeños detalles llega su amor, cuando se trata de hacer felices a los hombres.

3.- ¿Os habéis dado cuenta de que Jesús no vive encerrado en sí mismo? Va a una vivienda familiar y no va sólo. Él, que ha renunciado al matrimonio, cultiva la amistad y quiere por tanto compartir el gozo. Mis queridos jóvenes lectores ¿obráis vosotros así, o queréis reservaros vuestros pequeños triunfos para vosotros mismos?

Una antigua leyenda dice que la buena mujer curada le agradeció tanto el milagro hecho en ella, que fue quien, cuando Jesús iba camino del Calvario, salió a mitigar su sufrimiento, secando su rostro doloroso. Se trata del personaje que conocemos con el nombre de Verónica. Seguramente es pura leyenda, pero encierra antiguos recuerdos de agradecimiento de esta mujer admirable, de la que ni siquiera sabemos como se llamaba. Ahora bien, en la puerta del Cielo, nadie le pediría su carné de identidad, a ella, como a cualquiera, se le preguntaría si había amado, si había sido agradecida.

Pedrojosé Ynaraja

¿Cómo compaginarlo?

Aunque habitualmente oramos por los enfermos, es cuando vamos a un hospital cuando con más fuerza nos golpea la realidad del dolor y la muerte, porque allí vemos “encarnados” el dolor y la muerte, en rostros, en personas que se tienen que enfrentar a esa realidad. Y la experiencia se hace aún más dolorosa cuando los enfermos son niños. Recientemente leí el libro “La casa de las miradas”, de Daniele Mencarelli, cuya acción se desarrolla en el hospital pediátrico “Bambino Gesù”, de Roma. Al contemplar el sufrimiento de tantos niños, uno de los personajes exclama con rabia: “Y luego me hablan de Jesucristo…” Quizá esta misma reflexión nos la hayan hecho a nosotros, o nosotros mismos nos la hemos hecho, porque nos resulta muy difícil compaginar el Dios que es amor y misericordia con la realidad del dolor y el sufrimiento, sobre todo de los inocentes.

La Palabra de Dios de este domingo nos muestra estos dos polos. Por una parte, en la 1ª lectura hemos escuchado: Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Y por otra, en el Evangelio hemos escuchado el relato de esa mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años y que, en vez de mejorar, se había puesto peor; y, sobre todo, hemos escuchado la súplica de Jairo: Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva. Y, al poco, llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: Tu hija se ha muerto.

¿Cómo compaginar ese Dios que no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes, con la realidad de la enfermedad crónica, y sobre todo con la muerte de esta niña de corta edad? Especialmente estos tiempos de pandemia suponen un serio cuestionamiento a nuestra fe: ¿Cómo hablar del Dios que es Amor y Vida, cuando la muerte siempre está presente, y a veces de una forma muy cruel? Y nos podemos encontrar sin saber qué responder.

Pero este Evangelio nos muestra algunos detalles que no se nos tienen que pasar por alto: ante todo, que Jesús está presente en esas situaciones de dolor. A veces de un modo aparentemente “pasivo”, como en el caso de la hemorroísa; otras veces de un modo más “activo”, como con la hija de Jairo. Pero siempre presente, aunque no seamos capaces de percibir esa presencia suya.

En segundo lugar, precisamente porque Jesús está ahí presente, tanto Jairo como la hemorroísa se acercan a Jesús. Jairo de un modo directo: se echó a sus pies rogándole con insistencia… La mujer, de un modo indirecto: acercándose por detrás, le tocó el manto… Sea cual sea el modo en que lo hacen, ellos, en su necesidad, se acercan a Jesús, como nosotros también debemos acercamos a Él en esos casos.

Y a ambos Jesús les da una respuesta similar: Tu fe te ha curado… No temas; basta que tengas fe. Podemos objetar que aquí es “fácil” compaginar al Dios que es Amor y Vida con la realidad del sufrimiento, porque estas dos situaciones acaban bien: la mujer notó que su cuerpo estaba curado; la niña se puso en pie y echó a andar. Pero no siempre las situaciones difíciles acaban así. Sin embargo, no olvidemos que tanto la mujer como la niña, con el tiempo, morirían; por eso, las palabras de Jesús siguen teniendo validez ante la enfermedad y el sufrimiento: No temas, basta que tengas fe. Porque, como todo lo que existe, nuestra vida biológica tiene un principio y un final.

¿He sufrido de cerca alguna situación especialmente dolorosa? ¿Supe compaginar al Dios que es Amor y Vida con esa situación? ¿Me acerco a Jesús en esos casos, o reniego de Él? ¿Distingo entre muerte biológica y muerte espiritual? ¿Cómo puedo tener más fe en Jesús?

La fe y la confianza en Jesús son las claves de toda nuestra vida, porque en un momento u otro la realidad del dolor, de la enfermedad, de la muerte, se van a hacer presentes y van a cuestionar lo que creemos sobre el Dios que es Amor y Vida. Que estas situaciones no sean ocasión para renegar de Él, como el personaje de la novela, sino para acercarnos a Él, como Jairo y la hemorroísa, confiando en su Palabra: No temas, basta que tengas fe, sabiendo que, más allá de la muerte biológica, Él es el Dios de la Vida y, por Amor, quiere que compartamos su misma vida.

Comentario al evangelio – Domingo XIII de Tiempo Ordinario

¿QUIÉN ME HA TOCADO?


Jesús iba camino de la casa de Jairo. Centenares de personas se apretujaban alrededor para poder oírlo. Casi no le dejaban avanzar. Es el típico y conocido barullo de la gente que quiere cotillear, curiosear,

chismorrear. Muchos se acercaban a aquel “Maestro-Rabino” para luego poder contar que lo habían visto, o tocado. Es el acercamiento «superficial» que tantas veces se da entre nosotros mismos: nos acercamos, nos miramos, nos decimos algo, nos damos la mano o un abrazo pero no ha ocurrido un auténtico encuentro. Y también nos pasa con el Señor: nos reunimos en su nombre, le decimos lo que sea, oímos su Palabra, lo recibimos en la Eucaristía… pero nada o casi nada cambia en nosotros.

Un encuentro «auténtico» con un hermano o con el mismo Dios…  es aquel que produce en nosotros algo nuevo, algo bello, que nos hace crecer, que nos hace mejores, que nos cambia de alguna manera. No por estar juntos, ni por hacer cosas juntos, ni por estar en el mismo lugar… nos encontramos realmente.

En esta escena, entre tantos que le rodean, le miran y le admiran, le oyen, le apretujan y le empujan… Entre tantos… realmente solo una persona se «encontró» realmente con Jesús. Sólo una mujer se le acercó silenciosamente, y por detrás le tocó el borde del manto. Había en ella mucha necesidad y mucha confianza. Llevaba años sufriendo por culpa de sus hemorragias. Iba cargada de humillaciones y de dolor por una enfermedad vergonzosa que la hacía despreciable para la gente: ¡impura!

Tenía prohibido participar en cualquier reunión. Nadie podía tocarla. Y también se volvía impuro todo lo que ella tocara. Incluidas las personas. Eso decían las normas sociales y las sagradas leyes religiosas escritas en la Biblia.  «Impura» significaba también que su enfermedad era una señal de su alejamiento de Dios. Es decir: que se consideraba una pecadora. ¡Doce años! sin recibir una caricia, un abrazo, un beso… (Qué bien la entendemos todos después de esta pandemia y sus «distancias» físicas). Había buscado la ayuda de especialistas inútilmente, hasta gastárselo todo y gastarse ella. Su último recurso era aquel Maestro de Nazareth que decían que hacía milagros.

           Se parece esta mujer a tantas personas que se sacrifican por otros, ponen sus bienes a disposición, siempre disponibles para lo que haga falta, ofrecen su tiempo… pero lo que inconscientemente y realmente andan buscando es reconocimiento, que les tengan en cuenta, que les hagan caso. Pretenden comprar lo que no se compra. Todos conocemos a personas que se nos acercan para contarnos achaques, problemas, complicaciones y desgracias… Siempre les pasa algo malo. Es su modo (inconsciente) de buscar nuestra atención, que les hagamos caso, aunque sólo sea un rato. No necesitan ayuda, ni consejos, ni… ¡Necesitan no sentirse tan solas!

Pero al final, pocas veces encuentran lo que necesitan, y se sienten vacías, usadas, agotadas, tristes… Ya no saben qué dar o qué hacer o qué contar para que alguien las atienda.

Cuando aquella mujer anónima alargó su mano para rozar el borde del manto del Señor, salió de ella toda una corriente de soledad, de impotencia, de vergüenza, de culpa… Pero para lograr alcanzar el borde de su manto, para abrirse paso, tuvo también que tocar a la gente, haciéndola impura.  Como también Jesús quedó «manchado» con su impureza. Se había saltado las normas religiosas que seguramente conocía muy bien. E intentó ocultarse en el silencio y entre la gente. El caso es que sus hemorragias se habían detenido.

¿Quién me ha tocado?”.

Jesús notó que allí había alguien «diferente», que se le había acercado de otra manera: con sinceridad, discretamente, sin molestar, sin interrumpir, pero con todas sus miserias, su dolor, su tristeza, su incomprensión. Sin palabras, sin pedir nada. Sólo un gesto de confianza (¡y atrevimiento!): tocarle. Y de él brotó un chorro de comprensión, de paz, de gracia, ¡de vida!

Jesús pregunta: «¿quién ha sido?». Busca a la persona: un rostro, una palabra para dialogar. Quiere que recobre también su dignidad personal, su autoestima, y no sólo la salud. No va con Jesús la «caridad anónima».

Ella aún se escondía, tenía vergüenza, estaba asustada y temblorosa. Temía, con toda razón, que le reprocharan su atrevimiento por no respetar las leyes sagradas.

Pero lo que se encuentra en el Señor es ternura, acogida, respeto, comprensión, diálogo. La saca de su miedo, de su vergüenza, de su anonimato y de su exclusión de 12 años. Jesús la llama «hija», ¡nada menos!, declarándola familia de Dios,  y alabándola por su fe, por su confianza, aunque se haya saltados las normas religiosas.

La persona y su dolor están por encima de cualquier regla religiosa o social. Y el Señor le dirige una palabra de ánimo: Vete en paz y con salud.

Comentaba el Papa Francisco:

Él nos espera, nos espera siempre, no para resolvernos mágicamente los problemas, sino para fortalecernos en nuestros problemas. Jesús no nos quita los pesos de la vida, sino la angustia del corazón; no nos quita la cruz, sino que la lleva con nosotros. Y, con Él, todo peso se vuelve ligero (Cfr 30), porque Él es el descanso que buscamos. Cuando en la vida entra Jesús, llega la paz, aquella que permanece aún en las pruebas, en los sufrimientos. Vayamos a Jesús, démosle nuestro tiempo, encontrémoslo cada día en la oración, en un diálogo confiado y personal; familiaricemos con su Palabra, redescubramos sin miedo su perdón, saciémonos con su Pan de vida: nos sentiremos amados y nos sentiremos consolados por Él. (Julio ‘17)

Hoy, en esta Eucaristía, cuando extiendas tu mano para recibirle, tocarás al Señor. No sólo el borde de su manto. Sino a él en persona.

Ojalá que sientas que te restaura la vida, esa que a veces se te escapa a chorros o que te quitan otros. No importa si estás así desde hace muchos años. Él no va a reñirte, ya lo has visto.

A Jesús le bastan la sinceridad y la confianza… y que seas un poco atrevido. Confía en ti mismo, y en él. Te hará mucho bien.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo