I Vísperas – San Pedro y San Pablo

I VÍSPERAS

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, apóstoles

Solemnidad antiquísima, que celebra aunadamente a los dos pilares más destacados de la Iglesia de Cristo: Pedro, el sucesor, y Pablo, el evangelizador.

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

La eterna luz que alumbra el santo triunfo
de estos dos Príncipes de los apóstoles
es la misma que muestra en este día
el rumbo de los astros a los hombres.

Hoy llegan a la gloria estos benditos
Padres de Roma y jueces de los pueblos;
el Maestro del mundo, por la espada,
y, por la cruz, el celestial Portero.

Dichosa tú, que fuiste consagrada,
oh Roma, con la sangre de estos Príncipes,
y que, vestida con tan regia púrpura,
excedes en nobleza a cuanto existe.

Honra, poder y sempiterna gloria
sean al Padre, al Hijo y al Espíritu,
que en unidad gobiernan toda cosa,
por infinitos e infinitos siglos. Amén.

SALMO 116

Ant. «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!»

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!»

SALMO 147: ACCIÓN DE GRACIAS POR LA RESTAURACIÓN DE JERUSALÉN

Ant. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

CÁNTICO del EFESIOS

Ant. Tú eres un instrumento elegido, apóstol san Pablo, anunciador de la verdad por el mundo entero.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tú eres un instrumento elegido, apóstol san Pablo, anunciador de la verdad por el mundo entero.

LECTURA: Rm 1, 1-2. 7

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Los apóstoles anunciaban la palabra de Dios con valentía.
V/ Los apóstoles anunciaban la palabra de Dios con valentía.

R/ Y daban testimonio de la resurrección de Jesucristo.
V/ Con valentía

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Los apóstoles anunciaban la palabra de Dios con valentía.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Estos gloriosos apóstoles, que se amaron tanto en la vida, tampoco se separaron en la muerte.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Estos gloriosos apóstoles, que se amaron tanto en la vida, tampoco se separaron en la muerte.

PRECES

Llenos de alegría, invoquemos confiadamente a Cristo, que edificó su Iglesia sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y digámosle:

Señor, ven en ayuda de tu pueblo.

Tú que llamaste a Simón, que era pescador, para hacerlo pescador de hombres,
— continúa eligiendo obreros que trabajen en la salvación del mundo.

Tú que increpaste a la tempestad marítima para que no se hundiera la barca de los discípulos,
— protege de toda perturbación a tu Iglesia y fortalece al sucesor de Pedro.

Tú que, después de resucitado, reuniste a tu grey dispersa en torno a Pedro,
— congrega, buen Pastor, a todo tu pueblo, para que forme un solo rebaño.

Tú que enviaste al apóstol Pablo a evangelizar a los gentiles,
— haz que el mensaje de salvación sea proclamado a toda la creación.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que confiaste a tu Iglesia las llaves del reino de los cielos,
— abre las puertas del cielo a todos los que, cuando vivían, confiaron en tu misericordia.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Dios nuestro, tú que entregaste a la Iglesia las primicias de tu obra de salvación, mediante el ministerio apostólico de san Pedro y san Pablo, concédenos, por su intercesión y sus méritos, los auxilios necesarios para nuestra salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes XIII de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria.

Señor, quiero comenzar mi oración pidiéndote lo que te pedía aquel escriba del evangelio: “Te seguiré dondequiera que vayas”. En realidad, aquel escriba no pudo hacerte una oración tan bella si antes Tú no lo hubieras seducido desde dentro. Sólo el enamorado es capaz de dejar todo por seguir a su enamorada. Sólo el enamorado es capaz de sacrificarse para demostrarle a su amor todo lo que le quiere. Haz que yo te siga, Señor, “con un corazón enamorado”.

2.- Lectura reposada del evangelio. Mateo 8, 18-22

Viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla. Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Jesús le dijo: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos».

 
3.- Qué dice el texto bíblico.

Meditación-reflexión

Jesús nos ama con un corazón apasionado. Jesús nos ama con un corazón loco. Tan loco que ha entregado su vida por nosotros. El que quiera seguir a un enamorado, debe estar enamorado; el que quiera seguir a un loco de amor, debe estar dispuesto a enloquecer por ser fiel a ese amor. No hay nada que tanto haga sufrir a la persona amada que el no ser correspondida. No se puede seguir a Jesús dándole las migajas del corazón. Las exigencias de Jesús son consecuencias del amor que nos tiene. Nosotros tampoco podríamos ser felices dándole al Señor un corazón partido. La frase “deja a los muertos enterrar a los muertos” no hay que entenderla al pie de la letra porque a los muertos sólo los pueden enterrar aquellos que están vivos. Sabemos que, en Israel, el enterrar a los muertos era “la cima de todas las buenas obras”.  (Martín Hengel). ¿Cómo entenderlo? El que sigue a Jesús entra en una corriente de alegría, de libertad, de paz, es decir, una corriente de vida. En cambio, el que no está con Jesús vive una vida anodina, triste, sin esperanza. Y a eso se le llama “muerte”. Son como cadáveres ambulantes. O, para tomar una imagen evangélica, son como “árboles que andan”. (Mc. 8,24). Ni siquiera sienten como los animales. Llevan una vida meramente vegetativa. Son vegetales. ¿Puede haber mayor desgracia?

Palabra del Papa

“Quien lee atentamente el texto descubre que las Bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. Él, que no tiene donde reclinar la cabeza, es el auténtico pobre; El, que puede decir de sí mismo: Venid a mí, porque soy sencillo y humilde de corazón, es el realmente humilde; Él es verdaderamente puro de corazón y por eso contempla a Dios sin cesar. Es constructor de paz, es aquel que sufre por amor de Dios: en las Bienaventuranzas se manifiesta el misterio de Cristo mismo, y nos llaman a entrar en comunión con Él. Pero precisamente por su oculto carácter cristológico las Bienaventuranzas son señales que indican el camino también a la Iglesia, que debe reconocer en ellas su modelo; orientaciones para el seguimiento que afectan a cada fiel, si bien de modo diferente, según las diversas vocaciones”. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 36.

4.- Qué me dice hoy a mí este texto bíblico. (Silencio)

5.- Propósito. Hoy intentaré sintonizar con el amor que Jesús me tiene para intentar corresponder a su amor.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, Tú, mientras vivías en este mundo, no tenías donde reclinar tu cabeza. Tu cabeza divina no encontraba sitio donde poder descansar. Nada ni nadie en este mundo podía servir de almohada donde reposar una cabeza llena de tantos proyectos, tantas ideas geniales, tantos sueños. Pero sí encontrarse un lugar adecuado, aunque invisible, donde poder descansar a gusto: el corazón de Dios, tu Padre. En Él descansaste a la hora de tu muerte.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

No desprecian a un profeta más que en su tierra

El relato del evangelio de hoy tiene un objetivo claro: preparar a los discípulos para que no sientan la tentación de abandono cuando la gente los rechace y hasta los persiga.Por tanto, Marcos ha construido el relato teniendo presentes dos intenciones: señalar la postura negativa de los parientes ante Jesús y enseñar a los discípulos que no deben dejarse desanimar cuando sean rechazados por predicar el evangelio del reinado de Dios.

El ámbito más importante en el que Dios comunica su mensaje al profeta es el discurrir de la vida real:el mercado, por ejemplo, donde se vende al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias, o donde la pobre gente debe comprar a un precio descomunal hasta el salvado del trigo. El profeta se centra en cómo los ricos explotan y atropellan a los pobres, despojándolos incluso de lo necesario, mientras acumulan tesoros y crímenes en sus palacios (Am 3,9-11). Dios, por medio de sus profetas, denuncia a los tribunales que hacen caso omiso del derecho y convierten la justicia en un castigo para los humildes. No se le escapa al «ojo de Dios» con el que ve el profeta que los que presentan sus ricas ofrendas ante el altar son los mismos que roban y despojan al pobre. También está en el centro de la mirada del profeta una clase alta que puede permitirse toda clase de lujos en la comida, en la bebida, en la vivienda y en el mobiliario, en los perfumes y en las diversiones, mientras esta clase no se preocupa de las desgracias del país. Estas son las visiones más frecuentes de los profetas, las más intensas, las que les harán jugarse la vida, gritar y clamar en nombre de Dios.

Los profetas no suelen llevarse bien con los sacerdotes, porque muchas de las diatribas de los profetas van contra aquel culto que ha sustituido a la justicia: «Si me ofrecéis holocaustos… no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados. ¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne! (Am 5, 21–24) «¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro? – dice Yahveh –. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones. Aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda». (Is 1, 10–17). Dios no puede permitir que se intente compaginar culto con iniquidad pública. La ciudad de Jerusalén se ha prostituido porque ha sustituido el derecho y la justicia por la corrupción. Como puede verse, estos textos de hace más de veinticinco siglos tienen hoy la más vigente actualidad.

Los sacerdotes han ido acaparando todos los carismas de las iglesias de Jesús, con lo cual no hay posibilidad de que el culto sea criticado por los propios funcionarios del culto. En la iglesia no se deja hablar a los profetas: se los despoja de sus cátedras, se los condena por «herejes». Hoy el clero se lamenta de que en el occidente rico hayan disminuido ostensiblemente las vocaciones para el sacerdocio. ¿No sería mejor que se apenaran de que no hay profetas? Una iglesia de Jesús puede vivir muy bien sin sacerdotes, pero no sin profetas. La familia y los vecinos rechazaron a Jesús por ser profeta, no por ser sacerdote del culto.

¿Puede haber profetas ateos? Por supuesto que sí. Son aquellos que se ocupan y se preocupan de ayudar y de defender a los más pobres, marginados e indefensos, sin relacionar su actividad con ninguna creencia religiosa. Y, en no pocos casos, actúan con una entrega digna de ejemplo para los que se declaran seguidores de Dios. Con estos profetas no creyentes no hay que competir, sino colaborar, puesto que el fin es el mismo que el de los profetas cristianos.

Hubo y hay profetas cuyo mensaje tuvo y tiene una amplia difusión(como Isaías, Jeremías o, en nuestros días, el papa Francisco). Otros, en cambio actúan en ámbitos y en grupos reducidos, como puede ser un pueblo, o en las periferias, cuya vida y situación no tienen ni la más mínima divulgación. La mayoría de los cristianos de hoy que ejercen la acción profética se encuentran en este grupo de los anónimos, de una acción profética reducida al entorno más cercano.

¿Qué sucede cuando el profeta tiene aberraciones en su mirada y no ve con los ojos de Dios sino con los suyos?El profeta Elías, el segundo personaje del AT más citado en el NT, símbolo del profetismo veterotestamentario, no estuvo viendo la realidad con los «ojos de Dios», porque predicó que la divinidad de Yahvé se demuestra por su poder: puede más que otros dioses; por eso es el dios verdadero. Yahvé es, además un dios terrible que castiga: Elías degolló en su nombre a 450 profetas de Baal y a 100 soldados inocentes. Pero ¿qué sucede cuando este Dios «todopoderoso» no interviene en el genocidio de los judíos a manos de los nazis o mira para otro lado cuando las pateras de emigrantes se hunden hoy en el Mediterráneo o cuando pueblos enteros mueren a manos de los señores de la guerra? Pues que todo ello puede provocar una crisis muy profunda en la fe en un Dios que no es este «poderoso». Los discípulos de Elías en el NT son Juan Bautista y los hijos del Zebedeo. La respuesta de Jesús a Juan es un serio correctivo a la teología de este. Jesús no viene con el hacha, con el fuego y con el rayo. Los evangelios nos presentan a un Dios manifestado en el Crucificado, que al morir nos ofrece su perdón. Sin embargo, las tradiciones de Elías y de profetas como él nos ayudan a descubrir que también nosotros utilizamos a veces visiones muy equivocadas de Dios, porque no vemos a Dios mismo con «sus ojos».

¿Qué pedimos y encomendamos a los profetas cristianos de hoy?

(Este apartado puede ser utilizado como material para la Oración de los fieles)

–  Que nos ayuden con sus críticas a quitar el velo que cubre nuestros ojos y nos impide ver que el pobre, el hambriento, el desnudo, el enfermo, el marginado son el rostro de Jesús (Mt 25, 35).

–  Que nos enseñen a ver con los «ojos de Dios» la realidad de la guerra encubierta de los ricos contra los pobres en una sociedad aparentemente estable y en paz; a descubrir la ofensa a Dios y al prójimo en lo que todos consideran como simple actividad comercial; a percibir a todos los hombres como hermanos y a ver la ofensa a cualquiera de ellos como algo que atañe personalmente a Dios (Is 58,7).

– Que enciendan y aviven el fuego de nuestras conciencias sobre las inhumanidades que produce nuestra sociedad de la producción y del consumo: riqueza desmesurada de unos a costa de la pobreza, del paro, de la emigración, de la marginación de otros. El profeta no debe dejar en paz a los poderosos y ricos.

– Que presten su voz a los pobres y marginados, a los que no tienen acceso a cátedras, a medios de comunicación, a consejos empresariales, a comités centrales de partidos o de sindicatos, a jerarquías religiosas, a mesas nacionales, a parlamentos o a órganos de gobierno.

–  Que cuenten con la ayuda y el apoyo de todos nosotros para hacer frente a los disgustos, al miedo, a la depresión, a las calumnias, a las agresiones e incluso a la muerte a que puede llevarles su misión.

–  Que nos anuncien que son posibles los horizontes de una nueva humanidad, en la que «habitarán el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león…No habrá ya más daño ni destrucción…porque estará llena la tierra del conocimiento de Yahvé, como llenan las aguas el mar» (Is 11, 69). De este modo darán esperanza a los corazones sin aliento, destrozados, sin fuerza para caminar por el desierto y el destino adverso.

Los hermanos y hermanas de Jesús y su relación con él

Un aspecto muy discutido del evangelio de hoy ha sido si Santiago, José, Judas y Simón y las hermanas de Jesús lo eran de sangre. La creencia en la virginidad de María ha impedido a las iglesias católicas aceptar el senti­do más inmediato del término «hermano/a» y ha impuesto para este vocablo el significado de primos o de otro tipo de familiares. De todos modos, lo que es indiscutible es que, para los primeros seguidores de Jesús, al contrario de lo que ocurre hoy para los católicos, hablar de los «hermanos» y «hermanas» carnales de Jesús no supuso ningún problema, no era una cuestión central en su idea de Cristo (cf. Mc 3,31 – 35 y par.; 6,3 y par.; Jn 2,12, 7, 3 ss 9 s, Hech 1,14, 1 Cor 9, 5, Gál 1), y por eso los autores sagrados no sustituyeron este término griego «hermano» por primo o por hermanastro o por familiar. Desde la perspectiva bíblica, el núcleo de la fe no está en juego con la cuestión de los hermanos y hermanas de Jesús. El problema surgió en el siglo II de nuestra era cuando algunos obispos empezaron a plantear el problema de la virginidad de María de Nazaret. Para muchos, de manera especial para los padres griegos y para la iglesia greco-ortodoxa, los hermanos del Señor serían hijos que tuvo José en un primer matrimonio. Tertu­liano (s. III), por el contrario, pensaba en hijos que habían nacido después en el matrimonio de José y María. En la exégesis protestante desde principios del siglo XIX, se ha impuesto esta opinión de Tertuliano y actualmente es algo obvio para ella que los hermanos y hermanas de Jesús lo eran de sangre. El problema sobre esta cuestión lo es únicamente para la dogmática católica, que rechaza por principio cualquier prueba de orden lingüístico o histórico en contra de la virginidad de María antes y después del parto de Jesús.

Respecto a la relación de Jesús con su familia, los investigadores coinciden en dar bastante credibilidad histórica al dato que aporta el evangelista Marcos (cf Mc 3,20-21.31-35): su fa­milia, al inicio, lo tuvo por loco y mantuvo con él una relación tensa y quizá distante. Es impensable que este dato fuese una creación postpascual cuando la tendencia fue, precisamente, suavizar la dureza de estas afirmaciones. Proba­blemente, tras la pascua de Jesús, la actitud de la familia de Jesús cambió y pasaron a formar parte del grupo de seguidores (cf Hch 1,14). De hecho, su hermano Santiago desplazó a Pedro y ejerció como jefe de la iglesia de Jerusalén (cf Gal 1,18-19; Hch 12,17).

Baldomero López Carrera

Comentario – Lunes XIII de Tiempo Ordinario

Ayer mismo reflexionábamos sobre el pasaje paralelo del evangelio de san Lucas. Pero la versión de Mateo introduce alguna particularidad digna de ser reseñada. Según Mateo, el que se acerca a Jesús con disponibilidad de seguirle adondequiera que vaya es un letrado; suponemos que un letrado que, atraído por su enseñanza, desea convertirse en discípulo suyo. Se dirige a él como Maestro, expresándole su intención de seguirle sin condiciones: Te seguiré –le dice- a donde vayas.

Su disponibilidad es total: en su seguimiento está dispuesto a ir adonde el Maestro le lleve, más cerca o más lejos, quizá incluso hasta la pérdida de la propia vida. Su confianza en el Maestro recién descubierto parece firme. Pero ésta podía ser la misma firmeza de que daba muestras Simón Pedro cuando decía: Aunque todos te abandonen, yo no te dejaré.

Y Jesús le pone sobre aviso. No quiere junto a sí a seguidores inconscientes de las implicaciones del seguimiento: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. No le augura, por tanto, éxitos ni riquezas. No le puede asegurar siquiera un lugar donde reposar, salvo él mismo; porque el que no tiene donde reclinar la cabeza se dará a sí mismo como «lugar» de descanso: Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré.

Jesús se ofrece, por tanto, como descanso de los que no tienen lugar donde reposar. No sabemos si ante este panorama que se le desvelaba, aquel letrado mantuvo sus propósitos iniciales de seguir a Jesús sin condiciones, como extendiendo un cheque en blanco.

El segundo interlocutor de la llamada ya no es un letrado, sino un discípulo que, invitado por Jesús al seguimiento, le dice: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. La llamada a uno que ya es discípulo y, por tanto, seguidor de Jesús, parece implicar un mayor grado de compromiso. Pero éste pone alguna condición, al menos temporal: Déjame primero. Hay, por consiguiente, una urgencia o prioridad que le retiene momentáneamente: la sepultura de su padre. Se trata de un deber de piedad filial que merecería ser tenido en cuenta; pero esta obligación del hijo para con su padre no deja de ser una atadura que impide, también momentáneamente, el seguimiento o la diligencia en el seguimiento.

La respuesta de Jesús, aún sonando dura y desconsiderada hacia tales deberes naturales, resalta la seriedad o gravedad de la llamada, haciendo de ella una ocasión casi irrepetible: Tú, sígueme –le dice-. Deja que los muertos entierren a sus muertos. Jesús parece instarle a levar anclas, a romper amarras, a liberarse incluso de ese entorno familiar que le tiene apresado y le impide ejecutar sus decisiones con libertad. Es como si le dijera: «Deja esos asuntos para otros; tú tienes cosas más importantes que hacer».

Tales cosas no pueden ser sino las relativas al Reino de los cielos, en comparación con las cuales, todo lo demás es añadidura, aunque se trate de algo tan sagrado como enterrar a los muertos o dar sepultura a los seres queridos. En la escala de valores hay que priorizar; y para Jesús, en ese momento, no hay nada más importante que el Reino de los cielos y su implantación en el mundo. Ante esta prioridad misional, cualquier otra ocupación pasa a ser añadidura, esto es, cosa secundaria.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Comentario – Lunes XIII de Tiempo Ordinario

(Mt 8, 18-22)

Un estudioso de la Ley de Dios había quedado impactado con la figura de Jesús y quería seguirlo a todas partes. Pero estos letrados estaban habituados a una vida muy estructurada y llena de comodidades, y Jesús le hace notar que para seguirlo es necesario desinstalarse y renunciar a ciertas seguridades.

Otro discípulo quería seguirlo, pero no termina de decidirse; se trata de esos que siempre tienen alguna excusa, algo urgente e impostergable. Jesús lo alienta a seguirlo haciéndole descubrir que para las demás cosas nadie es indispensable, hay otros que pueden enterrar muertos.

Pero cabe también entender aquí al padre muerto como el símbolo de todas las cosas que forman parte del pasado y que no terminamos de entregar a Dios para comenzar una vida nueva, de manera que nos morimos con ellas.

Jesús quiere liberar a sus discípulos de toda esclavitud mundana: si quieren seguirlo deben renunciar a toda seguridad de este mundo. No hay donde reclinar la cabeza, no hay excusas válidas para demorarse y postergar la entrega.

El Reino de Dios es cosa seria y lo exige todo; requiere discípulos decididos y dispuestos a la novedad. Porque cuando las cosas importantes apremian, no se puede perder el tiempo con los indecisos e inseguros.

El que quiera entrar por el camino del Reino de Dios y desee entregarse a su servicio debe renunciar a tener todo asegurado, todo previsto, todo ordenado y bajo control. El timón lo lleva el Espíritu Santo.

 

Oración:

«Arranca tu. Señor, esas falsas seguridades que me quitan decisión y dinamismo, esas excusas que no me dejan servirte con alegría y entrega. Con tu amor ayúdame a aceptar las renuncias necesarias para vivir una vida nueva».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XIV de Tiempo Ordinario

1

Tiempos de incredulidad

Con el evangelio de hoy termina lo que podemos llamar una etapa de la predicación de Jesús, o de la presentación que Marcos va haciendo de Jesús y su obra, junto con las reacciones que provoca.

Y termina con un panorama de fracaso: la incredulidad precisamente de los más cercanos. El mismo Jesús se extraña de la poca fe de sus paisanos. Es un retrato muy humano, nada mitificado: no «puede» hacer milagros, que serían inútiles, porque ve que no tienen fe.

Las tres lecturas de hoy nos presentan el panorama de la incredulidad, también la de Ezequiel y la de Pablo (aunque por lo general la segunda lectura no tiene coincidencia de mensajes con las otras). Es un aspecto muy actual para los cristianos que vivimos y queremos anunciar el evangelio en el mundo de hoy.

 

Ezequiel 2, 2-5. Son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos

Ezequiel fue un profeta que compartió con sus contemporáneos el destierro de Babilonia, en el siglo VI antes de Cristo.

El pasaje que leemos hoy es desolador: Dios mismo le manda que hable al pueblo, pero a la vez le avisa que no le escucharán, porque es «un pueblo rebelde» y son «testarudos y obstinados». A pesar de eso, tiene que hablar como profeta, aunque no le hagan caso, y así «sabrán que hubo un profeta en medio de ellos».

El salmista se pone de la parte del profeta al que no le hacen caso, pero no pierde la esperanza, y pide a Dios que le ayude en esos momentos tan críticos: «misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios… nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia». Es hermosa la comparación de los siervos que están atentos a los deseos de su amo: «los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores… así están nuestros ojos en el Señor, esperando su misericordia».

 

2 Corintios 12, 7b-10. Presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo

El último pasaje que en el leccionario dominical leemos de la segunda carta a los Corintios también es una página patética.

Pablo confiesa las «debilidades» que experimenta en su vida: insultos, privaciones, persecuciones, dificultades de todo tipo. Es misteriosa la alusión a «una espina que le han metido en la carne» y al «ángel de Satanás que me apalea» (¿alguna enfermedad corporal? ¿dificultades de tipo espiritual?). A pesar de todo, no pierde la confianza. Eso le hace humilde: «para que no tenga soberbia», y lo único que puede aportar de propio son precisamente sus debilidades. Pero cuenta con la ayuda de Dios: «te basta mi gracia», «residirá en mí la fuerza de Cristo». Entonces experimenta que «cuando soy débil, entonces soy fuerte».

 

Marcos 6,1-6. No desprecian a un profeta más que en su tierra

Después de resucitar a la hija de Jairo, en Cafarnaún, Jesús va a su pueblo, Nazaret. Allí se encuentra con una acogida fría. Predica en la sinagoga, pero lo único que consigue es que sus paisanos se pregunten de dónde le vienen esa sabiduría y esos milagros que dicen que hace.

Ellos le conocen sencillamente como «el carpintero» y «el hijo de María», y conocen también a sus «hermanos» (que ya sabemos que en las lenguas semitas puede significar también primos y demás parientes). Por eso «les resultaba escandaloso».

Jesús se extraña de la falta de fe de sus paisanos y «no pudo hacer allí ningún milagro». No porque los milagros o las curaciones dependan de reacciones psicológicas, sino porque Jesús quería que sus milagros no quedaran sólo en la mera admiración, sino que condujeran a la fe en él.

Y se marchó a otros pueblos, a seguir predicando.

 

2

«…y los suyos no le recibieron»

Se cumple lo que dice Juan en el prólogo de su evangelio: «vino a su casa y los suyos no le recibieron».

Lo experimentó el profeta Ezequiel, que estaba compartiendo con sus paisanos la desgracia del destierro, pero no le escucharon lo que les decía de parte de Dios.

Lo experimentó Pablo, que, además de muchos éxitos pastorales, tuvo también momentos de fracaso en que tenía la tentación de abandonar su misión apostólica, porque sólo encontraba dificultades y persecuciones.

Lo experimentó, sobre todo, Jesús, que había sido aplaudido en otros pueblos y se había alegrado de la fe de Jairo y de la buena mujer que se curó de su hemorragia, pero cuando llegó a Nazaret se encontró con la incredulidad. Según Lucas (Le 4) no sólo le hicieron el vacío, sino que, después de una admiración inicial, provocó la ira de sus paisanos y estuvo a punto de ser despeñado por un barranco.

Las preguntas que suscitó su predicación en los nazaretanos estaban bien formuladas: ¿quién es este? ¿de dónde le viene la sabiduría y el poder milagroso que muestra? La extrañeza de sus paisanos puede considerarse lógica: ¿cómo puede venir de Dios un carpintero de nuestro pueblo, al que hemos visto crecer desde niño? Pero no supieron pasar de esas preguntas a la conclusión que hubiera sido más lógica: Dios debe estar de su parte, porque si no, no podría hacer lo que hace. Se quedaron bloqueados en la pregunta. «Desconfiaban de él». Tal vez también porque sintieron celos de que en otros pueblos, como en Cafarnaún, hacía milagros y en el suyo, no. Lo que hacía «les escandalizó» y no creyeron en él. Entre otras cosas, porque venía como un Mesías demasiado sencillo -un obrero humilde, sin cultura, a quien conocen desde niño- y no como un liberador enérgico y poderoso como esperaban.

La conclusión de Jesús es bastante amarga: «no desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». A Jesús debió dolerle esta falta de fe. El anciano Simeón ya había predicho que aquel niño iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción.

La increencia ha existido siempre, y también en nuestro tiempo. La fe es muchas veces incómoda y exigente. Cuando no interesa el mensaje -y el de los profetas, y sobre todo el de Cristo, es siempre incómodo- se desacredita (o se persigue y elimina) al mensajero. Lo que predicaba Jesús no coincidía con las convicciones de sus contemporáneos. Más bien sacudía los cimientos de todo su sistema religioso. No sólo de los escribas y fariseos, sino también, según parece, de sus paisanos. Un profeta siempre resulta molesto. Si le aceptan, tienen que aceptar lo que predica.

Lo mismo pasa ahora. Lo que predican el Papa o los Obispos o en general los cristianos, siguiendo el evangelio, puede no coincidir con lo que gusta a la mayoría, y sobre todo a los dirigentes de la sociedad, que fácilmente encontrarán excusas para rechazarlo. Es más cómodo refugiarse en el agnosticismo, o en la indiferencia, o en lo que se puede llamar «prescindencia».

Encontrarnos en un ambiente de increencia nos puede saber mal, pero no debería extrañarnos, y mucho menos desanimarnos.

Peor sería que nosotros mismos, «los de su casa», los que nos llamamos cristianos practicantes y escuchamos su Palabra y celebramos su Eucaristía,

fuéramos flojos en nuestra fe, y por la excesiva familiaridad o la rutina no tuviéramos todo el aprecio y el amor que Cristo se merece. No sólo «el mundo», sino nosotros mismos podemos mostrarnos poco inclinados a hacer mucho caso de los «profetas» que Dios sigue enviando. Esta voz profética nos la hace oír Dios, a veces, por medio de personas importantes o de acontecimientos eclesiales solemnes. Pero otras veces lo hace desde la sencillez de la vida diaria y a través de personas nada importantes, que nos dan ejemplo de fidelidad y de verdadera sabiduría: puede ser Teresa de Calcuta o la familia de al lado, que tal vez nos está dando un testimonio clarísimo, si queremos verlo, de vida según el evangelio de Jesús. Y continuamos tranquilamente nuestro camino, apoyados en mil excusas con las que pretendemos dejar en paz nuestra conciencia.

 

A pesar de la incredulidad, seguir predicando

Pero, volviendo a la incredulidad de nuestro ambiente, no debe conducir a un profeta a la cobardía o a la dimisión. No debe dejar de hablar y dar testimonio.

Ezequiel dice que en los momentos más críticos, «el Espíritu entró en mí, me puso en pie» y le mandó que siguiera hablando, «te hagan caso o no te hagan caso». La responsabilidad será de ellos, y así «sabrán que hubo un profeta en medio de ellos».

Tampoco logrará nadie que Pablo calle, por muchas veces que le detengan y le metan en la cárcel y le azoten y le amenacen.

Jesús tampoco se desanima ante el fracaso: siguió «recorriendo los pueblos de alrededor enseñando». El rechazo de Nazaret puede considerarse como símbolo del rechazo de todo Israel: pero él no cede en su misión y predicará hasta el final, aunque su palabra valiente le conduzca a la cruz.

También a los ministros, misioneros, catequistas y padres cristianos de hoy se les podría decir lo que a Ezequiel: sigue hablando, aunque no te hagan caso. Al menos que hayan oído la voz de Dios. Si no te hacen caso, será responsabilidad de ellos. Debemos cuidar y acrecentar nuestra propia fe, y a la vez no cejar en nuestro empeño de ayudar a los demás también a crecer en la suya, sin esperar necesariamente frutos a corto plazo.

 

Débiles, pero fuertes

En nuestra vida cristiana, sobre todo si tenemos un ministerio evangelizador que cumplir, somos frágiles y podemos pasar momentos de desánimo y de fracaso, como el que anuncia el mismo Dios al profeta Ezequiel.

Pablo no era tampoco un superhombre, ni un héroe. Si de algo se gloriaba, es de su debilidad. Tuvo éxitos pastorales y momentos muy consoladores en su vida, incluso con visiones extraordinarias, que él no se atribuía a sí mismo, sino a la gracia y la ayuda de Dios. Pero hoy le hemos oído enumerar sus «debilidades», que a veces le venían de fuera (insultos, persecuciones o el emisario del demonio que le apalea) y otras desde dentro (privaciones, o esa «espina en la carne» de que habla).

El mismo Jesús, rodeado, a veces, del fervor agradecido del pueblo, otras experimentan lo que es la incredulidad: «se extrañó de su falta de fe». En sus últimas horas llenó su vida un gusto amargo de fracaso, y su alma supo de la tristeza y del miedo ante la muerte.

También nosotros somos débiles. No tenemos mucho de que gloriarnos. Tal vez, como Pablo, ya hemos «pedido tres veces al Señor vernos libres de esas dificultades». Es bueno que hagamos nuestra la advertencia de Dios a Pablo: «te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad». Tal vez nuestra debilidad es la mejor disposición de humildad para que sea eficaz nuestro esfuerzo misionero. Nos daremos cuenta que no somos nosotros el centro de la historia ni los que salvamos el mundo, sino sólo mediadores de la gracia de Dios: «así residirá en mí la fuerza de Cristo», y que «cuando soy débil, entonces soy fuerte». Esta visión humilde nos ayudará a relativizar las dificultades que encontramos por el camino y saber sacar provecho de ellas. Seguro que además nos hará más comprensivos con los demás, cuando los veamos con debilidades o fallos.

Tal vez no llegaremos al grado de asimilación que Pablo tenía de estos momentos de debilidad, en su imitación de Cristo: «vivo contento en medio de mis debilidades… sufridas por Cristo». Pero no tenemos que caer en el pesimismo o el escepticismo. En todo caso, sentir nuestra propia debilidad nos hará orientar más decididamente nuestra vida y nuestro trabajo hacia Dios, que es quien nos da fuerza y quien salva al mundo.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 6, 1-6 (Evangelio – Domingo XIV de Tiempo Ordinario)

Nazaret… nadie es profeta en su tierra

El texto del evangelio de Marcos es la versión primitiva de la presencia de Jesús en su pueblo, Nazaret, después de haber recorrido la Galilea predicando el evangelio. Allí es el hijo del carpintero, de María, se conocen a sus familiares más cercanos: ¿de dónde le viene lo que dice y lo que hace? Lucas, por su parte, ha hecho de esta escena en Nazaret el comienzo más determinante de la actividad de Jesús (cf Lc 4,14ss). Ya sabemos que el proverbio del profeta rechazado entre los suyos es propio de todas las culturas. Jesús, desde luego, no ha estudiado para rabino, no tiene autoridad (exousía) para ello, como ya se pone de manifiesto en Mc 2,21ss. Pero precisamente la autoridad de un profeta no se explica institucionalmente, sino que se reconoce en que tiene el Espíritu de Dios.

El texto habla de «sabiduría», porque precisamente la sabiduría es una de las cosas más apreciadas en el mundo bíblico. La sabiduría no se aprende, no se enseña, se vive y se trasmite como experiencia de vida. A su vez, esta misma sabiduría le lleva a decir y a hacer lo que los poderosos no pueden prohibir. En el evangelio de San Marcos este es un momento que causa una crisis en la vida de Jesús con su pueblo, porque se pone de manifiesto «la falta de fe» (apistía). No hace milagros, dice el texto de Marcos, porque aunque los hiciera no lo creerían. Sin la fe, el reino que él predicaba no puede experimentarse. En la narrativa del evangelio este es uno de los momentos de crisis de Galilea. Por ello el evangelio de hoy no es simplemente un texto que narra el paso de Jesús por su pueblo, donde se había criado. Nazaret, como en Lucas también, no representa solamente el pueblo de su niñez: es todo el pueblo de Israel que hacía mucho tiempo, siglos, que no había escuchado a un profeta. Y ahora que esto sucede, su mensaje queda en el vacío.

Sigue siendo el hijo del carpintero y de María, pero tiene el espíritu de los profetas. Efectivamente los profetas son llamados de entre el pueblo sencillo, están arrancados de sus casas, de sus oficios normales y de pronto ven que su vida debe llevar otro camino. Los suyos, los más cercanos, ni siquiera a veces los reconocen. Todo ha cambiado para ellos hasta el punto de que la misión para la que son elegidos es la más difícil que uno se pueda imaginar. Es verdad que el Jesús taumaturgo popular y exorcista es y seguirá siendo uno de los temas más debatidos sobre el Jesús histórico; probablemente ha habido excesos a la hora de presentar este aspecto de los evangelios, siendo como es una cuestión que exige atención. Pero en el caso que no ocupa del texto de Marcos no podemos negar que se quiere hacer una “crítica” (ya en aquél tiempo de las comunidades primitivas) a la corriente que considera a Jesús como un simple taumaturgo y exorcista. Es el profeta del reino de Dios que llega a la gente que lo anhelaba. En esto Jesús, como profeta, se estaba jugando su vida como los profetas del Antiguo Testamento.

2Cor 12, 7-10 (2ª lectura Domingo XIV de Tiempo Ordinario)

La fuerza de la debilidad

La segunda lectura es probablemente una de las confesiones más humanas del gran Pablo de Tarso. Forma parte de lo que se conoce como la carta de las lágrimas (según lo que podemos inferir de 2Cor 2,1-4;7,8-12). Es una descripción retórica, pero real. Se habla del «aguijón (skolops, algo afilado y punzante) de su carne» es toda una expresión que ha confundido a unos y a otros; muchos piensan en una enfermedad. Es la tesis más común, de una enfermedad crónica que ya arrastraba desde lo primeros tiempos de la misión (cf Gal 4,13-15). Pero no habría que descartar un sentido simbólico, lo que apuntaría probablemente a los adversarios que ponen en entredicho su misión apostólica, ya que habla de un «agente de Satanás». Aunque bien es verdad que en la antigüedad el diablo escudaba los tópicos de todos los males, reales o imaginarios. ¿Es algo biológico o psicológico? En todo caso Pablo quiere decir que aparece “débil” ante los adversarios, que están cargados de razones. Quiere combatir, por el evangelio que anuncia y por él mismo, desde su experiencia de debilidad; las que los otros ven en él y la que él mismo siente.

Para ello, el apóstol recurre, como medicina, a la gracia de Dios: “te es suficiente mi gracia (charis), porque la potencia (dynamis) se lleva a cabo en la debilidad (astheneia)” (v. 9); una de las expresiones más logradas y definitivas de las teología de Pablo. Esa gracia le hace fuerte en la debilidad; le hace autoafirmarse, no en la destrucción, ni en la vanagloria, sino en aceptarse como lo que es, quién es, y lo que Dios le pide. Pablo construye, en síntesis, una pequeña y hermosa teología de la cruz; es como si dijera que nuestro Dios es más Dios cuanto menos arrogantemente se revela. El Dios de la cruz, que es el Dios de la debilidad frente a los poderosos, es el único Dios al que merece la pena confiarse. Esa es la mística apostólica y cristiana que Pablo confiesa en este bello pasaje. Es como cuando Jesús dice: «quien guarda su vida para sí, la perderá» (cf Mc 8,35) . Es un desafía al poderío del mundo y de los que actúan de esa manera en el seno mismo de la comunidad.

Ez 2, 2-5 (1ª lectura Domingo XIV de Tiempo Ordinario)

El profeta, el hombre sin miedo

La primera lectura de este domingo la tomamos de Ezequiel, y viene a ser como una especie de relato de llamada profética; así es el caso de otros profetas de gran talante (Isaías 6 en el templo; Jeremías 1), porque se debe marcar una distinción bien marcada entre los verdaderos y falsos profetas. En la Biblia, el verdadero profeta es el que recibe el Espíritu del Señor. De esa manera, pues, el profeta no se vende a nadie, ni a los reyes ni a los poderosos, sino que su corazón, su alma y su palabra pertenecen el Señor que les ha llamado para esta misión. Por ello sabemos que los verdaderos profetas fueron todos perseguidos. Es probable que padezcan una “patología espiritual” que no es otra que vivir la verdad y de la verdad a la que están abiertos.

El pueblo «rebelde» se acostumbra a los falsos profetas y vive engañado porque la verdad brilla por su ausencia. Por eso es tan dura la misión del verdadero profeta. Quizás, para entender todo lo que significa una llamada profética, que es una experiencia que parte en mil pedazos la vida de un hombre fiel a Dios, debemos poner atención en que a ellos se les exige más que a nadie. No hablan por hablar, ni a causa de sus ideas, sino que es la fuerza misteriosa del Espíritu que les impulsa más allá de lo que es la tradición y la costumbre de lo que debe hacerse. Por eso, pues, el profeta es el que aviva la Palabra del Señor.

Comentario – Lunes XIII de Tiempo Ordinario

Hoy mucha gente expresa ideas y pensamientos a través de las redes sociales. Se han convertido en algo habitual y cotidiano.

En el tiempo de Jesús no existía internet, pero el Evangelio, en muchas ocasiones, se expresa por medio de mensajes breves que se pueden quedar en la mente de quienes los escuchan. Así lo hacían muchos maestros de su tiempo (y en todos los tiempos), y así lo hizo Jesús.

Hoy en el Evangelio aparecen dos de esos dichos. Ante uno que se le ofrece a seguirle, Él le responde: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». No le dice que no venga. Más bien, ante la ingenuidad primera del que cree que podrá salvar el mundo, le advierte que su camino es un camino que pasa por la cruz.

Y ante otro que le pide ir a enterrar a su padre antes de seguirle, le responde: Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos». Parece una frase dura. En realidad, el pasaje se parece a otro pasaje de la historia de Israel: cuando Eliseo le hizo a Elías una similar petición cuando éste lo llamó a sucederlo. En aquella ocasión, Elías se lo permitió. Jesús, con su respuesta, quiere poner de manifiesto la urgencia del Reino que viene a traer, y la necesidad de despegarse de los apegos que nos impidan un seguimiento radical. Especialmente si esos apegos son de muerte.

El Evangelio, por medio de mensajes breves, quiere iluminar nuestra vida y alentar nuestro seguimiento auténtico y entregado al Señor. Ojalá encuentre en nosotros unos oídos atentos y un corazón abierto.

Ciudad Redonda