Comentario – Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

El libro del Éxodo nos presenta la situación física y anímica de los israelitas en su travesía por el desierto: travesía hacia la Tierra de promisión –allí esperan encontrar abundancia, libertad y estabilidad-, pero en medio de grandes carencias: hambre, sed, enfermedades, inseguridad, muerte. La travesía se prolonga más de lo esperado. El camino se alarga y la realización de la promesa todavía se divisa a lo lejos. Es verdad que han salido de la esclavitud (ya no están sometidos al látigo de los capataces egipcios), que han logrado la independencia (ya no son un pueblo sometido), pero a costa de mucho sufrimiento.

Son un pueblo libre, pero nómada; un pueblo libre, pero hambriento, miserable, sin patria donde encontrar asiento. Por eso surgen las protestas contra los que les habían sacado de Egipto para traerles a ese desierto en el que se hacía tan difícil la supervivencia. La prolongación del camino acaba provocando la desconfianza en la promesa y con ella las protestas, dirigidas inmediatamente a sus dirigentes y conductores, pero que no salvan a Dios, pues Él es en último término el que les ha puesto en esta situación, el principal responsable. Sus guías no eran sino mediadores de la voluntad divina. Por eso sus protestas alcanzan al mismo Dios, que es el que ha ideado el plan.

Y empiezan a sentir añoranza de la vida pasada en la esclavitud, de las ollas de Egipto, de su carne y de su pan. Tan angustiosa es su situación que añoran incluso las seguridades vitales de una vida en la esclavitud. Dios parece reconocerles un cierto grado de razón, pues interviene en su favor proporcionándoles algunos suministros: esa resina del desierto que llamaron maná (pan del cielo) y algunas codornices llegadas en bandadas. Y Moisés, el orante, el intermediario, interpreta el fenómeno –probablemente natural, aunque también providencial- desde la fe, como un pan enviado por Dios para dar de comer a su pueblo que se hallaba en situación de emergencia nacional.

¿No hay en esta historia una alegoría de la vida misma: travesía sembrada de sufrimientos hacia una tierra (= cielo) de promisión que tarda en llegar y que por ello da lugar a muchas protestas? Tales protestas, lanzadas como dardos contra su Iglesia, alcanzan al mismo Dios.

El evangelio presenta a Jesús como objeto de la ansiedad de las gentes, que le buscan por tierra y por mar, porque les había dado pan hasta saciarse. Jesús era buscado, como suele suceder tantas veces, por lo que daba: pan, salud, consuelo, esperanza; pero sobre todo por la salud. Las aspiraciones de aquellas gentes hambrientas, enfermas e incultas no parece que fueran demasiado elevadas. Por eso, Jesús, además de responder a sus expectativas (porque sacia su hambre y cura sus enfermedades), se propone elevar sus aspiraciones y deseos; porque aspirar sólo a llenar el estómago y a recuperar la salud perdida no deja de ser una pobre aspiración humana.

El hombre es mucho más que estómago y cuerpo. Esta constatación explica las palabras que siguen: Trabajad (empeñaos, luchad, esforzaos) no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura dando vida eterna. ¿No es esto elevar la mente y las aspiraciones de aquellas gentes que parecían no buscar otra cosa que pan y salud? Jesús está invitando a pensar en la vida eterna a quienes sólo piensan en esta vida caduca, a pensar y a trabajar por lo que conduce a ella. ¿En qué consiste este trabajo que Dios quiere?

Jesús responde: en creer en el que Dios ha enviado, es decir, en él, puesto que él es el que Dios ha enviado. Creer en él es, por tanto, el trabajo que Dios quiere. En este punto se impone una pregunta obligada: ¿Es que la fe es un trabajo? ¿No es más bien un don, o una opción, o una adhesión? La fe es un don y una opción; un don y una adhesión. La fe es un don y un trabajo.

No hay incompatibilidad entre ambas visiones. La fe es algo recibido como regalo, pero es al mismo tiempo algo para cuyo mantenimiento y acrecentamiento se requiere trabajo, ese esfuerzo empleado en el aprendizaje, en el cultivo, en la fundamentación, en la armonización. Porque, para mantenerse creyentes, es preciso estar alerta, aprendiendo del que enseña, buscando razones para su sustento, armonizándola con los datos culturales del momento, ejercitándola y actualizándola, fortaleciéndola frente a las dudas y las oscuridades. Creer en tiempos de incredulidad exige mucho trabajo.

Y dado que la fe no puede disociarse de la razón –y es, por tanto, racional-, ha de estar provista de signos de credibilidad. Por eso no debe extrañarnos que le pidan signos: ¿qué signo vemos que haces para que creamos en ti? La petición de signos es legítima mientras no sea desproporcionada o rebase ciertos límites. No se puede creer a ciegas al primero que se proclama Hijo de Dios. Aquellos judíos que le piden un signo tienen ya su historia de fe y a ella se remiten: nuestros padres –le dicen- vieron signos en el desierto, signos de la presencia providente de Dios, y mencionan el maná como signo más elocuente.

Pues bien, este es el momento que Jesús aprovecha para presentarse ante ellos como signo del Padre en el mundo, pues él es el verdadero pan de Dios para el hombre: el que viene a mí –dirá- no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Esto sólo cabe verificarlo en la experiencia personal de los que acuden a él y lo reciben como verdadero pan de Dios. Pero tal experiencia es ya una experiencia de fe. No obstante, la saciedad que aporta esta experiencia será el gran signo de que Jesús es realmente quien dice ser, esto es, de que Jesús es realmente ese pan bajado del cielo para la vida del mundo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XVIII DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Dios hizo llover maná para el pueblo, les dio pan del cielo. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios hizo llover maná para el pueblo, les dio pan del cielo. Aleluya.

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Ven, Señor, en ayuda de tus hijos, derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican y renueva y protege la obra de tus manos a favor de los que te alaban como creador y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XVII de Tiempo Ordinario

1.- Oración Introductoria.

Señor, te confieso que no había caído en la cuenta de lo que significa ser verdadero profeta. San Juan se jugó el tipo por ser consecuente con lo que predicaba. Pienso, Señor, que, en la Iglesia de hoy, sobran sacerdotes y faltan profetas. Los sacerdotes tienden a conservar el pasado, a ir haciendo lo que siempre se ha hecho. No hay riesgo, ni aventura, ni novedad.   Los profetas son audaces y, en los momentos de dificultad, saben estar en la brecha. Y así pueden anunciar el futuro.

2.- Lectura reposada del Evangelio según san Mateo 14, 1-12

En aquel tiempo se enteró el tetrarca Herodes de la fama de Jesús, y dijo a sus criados: «Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él fuerzas milagrosas». Es que Herodes había prendido a Juan, le había encadenado y puesto en la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Y aunque quería matarle, temió a la gente, porque le tenían por profeta. Mas llegado el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio de todos gustando tanto a Herodes, que éste le prometió bajo juramento darle lo que pidiese. Ella, instigada por su madre, «dame aquí, dijo, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». Se entristeció el rey, pero, a causa del juramento y de los comensales, ordenó que se le diese, y envió a decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha, la cual se la llevó a su madre. Llegando después sus discípulos, recogieron el cadáver y lo sepultaron; y fueron a informar a Jesús.

3.-Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Juan bautista es el verdadero profeta que anuncia la verdad ante el mismo rey Herodes: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano”. Y, naturalmente, las verdades duelen. Pronto llega la ocasión de la venganza. Juan está en la cárcel, pero la verdad no está encarcelada. En la cárcel le cortan la cabeza, pero no por eso deja de hablar. Cuando el verdadero profeta muere, toda su vida se convierte en profecía. Su predicación ya no se circunscribe al espacio y al tiempo en que le toca vivir, sino que se prolonga a lo largo del tiempo.  Hoy, Juan Bautista nos sigue hablando y su testimonio es actual para nosotros y será válido de generación en generación. Juan Bautista era el precursor de Jesús, el que iba por delante preparándole el camino. Por eso la muerte de Juan anuncia y prepara la muerte de Jesús. El falso profeta, el que no se expone, no se compromete, no se arriesga, dice palabras huecas, vacías, y éstas terminan con su muerte. El verdadero profeta muere, pero no muere su mensaje, ni el testimonio de su vida.  

Palabra del Papa

«Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis». Traducida al lenguaje de nuestro tiempo, la afirmación podría sonar más o menos así: los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; las personas que sufren a causa de nuestros pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cercanos al Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ya solamente ven en la Iglesia el boato, sin que su corazón quede tocado por la fe”. Benedicto XVI, 25 de septiembre de 2011.

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Durante todo el día procuraré hablar, pero no con la lengua, sino con el testimonio de un día intenso, lleno de amor.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, la personalidad de Juan Bautista me ha impresionado. Su vida ha estado al servicio de su misión de modo que lo que tenía que hacer en la vida era para él más importante que la misma vida. Yo también quisiera ser como Juan Bautista, el profeta de verdad, el profeta del testimonio. Ayúdame, Señor.

Los bienes materiales

1.- Mucha gente –y hace bien– le pide a Dios que le arregle sus asuntos materiales. No parece un disparate que un hambriento pida pan al Señor y que un pobre le demande algo para salir de su situación precaria. Solo los soberbios eligen el tipo de peticiones que no se «pueden» hacer a Dios. Cuando Jesús multiplica los panes y los peces la muchedumbre le quiere hacer rey y el se marcha, solo, a la montaña. No desprecia el entusiasmo popular y lo comprende, pero no puede ser así y por eso se marcha.

Jesús nunca habló de peticiones especializadas, sino de la fe necesaria para pedirlas. Asimismo, otros soberbios no piden porque no confían en que Dios podrá satisfacerlos y ese es muy mal camino. Nuestra oración a Dios debe ser completamente sincera. Ello nos llevará a pedir lo que consideramos justo y necesario. Pero, no podemos dejar de pedir a un amigo lo imposible si ello es bueno. Estamos seguros aquí en Betania que, de una forma u otra, el Señor siempre da cumplida respuesta a nuestras peticiones.

2.- Un solo cuerpo, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Ese es el resumen del pasaje de la Carta de Pablo a los Efesios y nos dispone a pensar en la unidad de los cristianos. La desunión es una de las cosas que más escandalizan y debemos de esforzarnos porque un día solo haya un rebaño conducido por el Señor Jesús. En los últimos tiempos se ha trabajado mucho en el Ecumenismo, pero no hay transferencias reales. Los templos de una y otra confesión siguen cerrados para los que no pertenecen a la misma. Hay que avanzar en ese camino de puertas abiertas. A veces es lógico pensar que la herejía es más una posición que una concreción doctrinal. Anglicanos, católicos y ortodoxos estamos muy cerca en nuestras celebraciones litúrgicas y, sin embargo, continuamos desunidos. Habría que dar un paso «provisional» para que, al menos, los templos nos sirvieran a todos. Esto es lo que deseamos con todo el corazón.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado XVII de Tiempo Ordinario

(Mt 14, 1-12)

La conciencia de Herodes le reprochaba lo que había hecho con Juan el Bautista; por eso, cuando oía hablar de Jesús, no podía dejar de asociarlo con Juan.

Herodes admiraba a Juan, lo protegía, lo consultaba y lo escuchaba, pero no podía negarse a entregar la cabeza de Juan para no quedar mal delante de los convidados. Y si en el Antiguo Testamento la figura de Judit llevando la cabeza de Holofernes simbolizaba el triunfo de Dios y sus elegidos, esta joven llevando la cabeza de Juan simboliza el triunfo de los ardides del mal.

Hasta ese momento, Herodes respetaba a Juan. Es cierto que quedaba perplejo cuando Juan le reprochaba que conviviera con la mujer de su hermano, pero a pesar de eso, igualmente lo apreciaba y se sentía atraído por su predicación.

Sin embargo, la palabra del profeta no había logrado llegar al corazón, donde se toman las decisiones más profundas. Porque en los verdaderos intereses de Herodes, tenían mucho más poder las habilidades de una mujer astuta. Ella, conociendo las debilidades del rey, supo encontrar la ocasión adecuada para acorralarlo. Y el rey tuvo que optar entre su prestigio social, su fama tan acariciada, y la vida del amigo que admiraba.

Aquella mujer sabía bien cuál era la escala de valores del hombre que compartía su lecho cada noche, y supo servirse de su miseria para destruir al profeta molesto.

Quizás este texto nos esté invitando a descubrir si no nos dejamos usar por los que conocen nuestras miserias y debilidades, si no estamos permitiendo que nuestras esclavitudes interiores nos hagan presa de los que nos dominan y controlan para sus propios fines.

Oración:

«Señor, concédeme la gracia de ser fiel a tu amor. No permitas que las seducciones del mundo me arrastren y puedan más que la atracción del bien y de los bellos ideales. Quiero dar testimonio de mi fe en el mundo; no dejes que el respeto social y la apariencia puedan más que tú».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

No vivimos en paz

1. – En la primera lectura del segundo libro de los Reyes, se nos cuenta una historia muy breve paralela a la que aparece en el evangelio de Juan: Un milagro realizado por el profeta Eliseo. Se trata, como en el caso de Jesús, imagen anticipada del milagro de Jesús, del “pan de las primicias”, panes de cebada; se trata de repartirlos a mucha gente hambrienta; se trata de que el encargado de repartirlos hace notar la insuficiencia; se trata de que el pan, después de repartido y saciada la gente, sobra; se trata de que la Palabra de Dios se cumple.

La primera lectura nos señala ya que Jesús habla en nombre de Dios, es profeta de Dios, y por ello su palabra, por ser la Palabra de Dios, se cumple. Se trata de señalarnos que los milagros son signos, señales, de que el Reino de Dios llega, ya está aquí y ya ha empezado con la persona de Jesús de Nazaret.

La segunda lectura recoge los primeros compases de la larga exhortación de San Pablo a los cristianos de Éfeso. El Apóstol nos pide que vivamos como lo que decimos que somos. Y añade una serie de recomendaciones que ciertamente no hemos seguido. No somos ni humildes ni amables, ni comprensivos, no nos sobrellevamos mutuamente con amor, no mantenemos la unidad del Espíritu, no vivimos en paz. No nos sentimos miembros de un mismo cuerpo. Es más, el Espíritu Santo, que debiera llevarnos siempre a mantenernos unidos en una sola comunidad de amor, nos sirve muchas veces de pretexto para mantenernos aparte, separados, paralelos al resto de la comunidad de seguidores de Jesús. ¡Otro gallo nos hubiera cantado a los cristianos, durante estos dos mil años, si hubiéramos seguido los consejos que nos da san Pablo! ¡Ojalá esta celebración eucarística nos sirviera para comenzar la lucha por vivir cada día lo que san Pablo nos recomienda con tanto amor!

2.- San Juan presenta a Jesús no sólo como el nuevo Adán, el hombre nuevo, sino también, como el nuevo Moisés, el verdadero líder y maestro del nuevo pueblo de Dios. Se le presenta como aquel en quien el Dios de la Antigua Alianza se hace plenamente presente. Va a superar la Pascua.

Para el Evangelio según san Juan, Jesús es el nuevo y mejor Moisés, el nuevo y mejor “maná”, el nuevo y mejor cordero pascual. El verdadero paso (la verdadera Pascua, porque eso es lo que significa la palabra “pascua”: Paso) se da en Él; el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, de vivir en la carne o mundo a vivir en el espíritu.

En este fragmento del evangelio Juan habla de comida, de Eucaristía. El milagro es signo, icono, sólo signo, de la realidad sacramental. Juan divide su evangelio en “antes de la hora” y “después de la hora”. La “hora” es el momento de la muerte de Jesús en la cruz. Antes de “la hora” sólo hay signos; después de “la hora” sólo realidades sacramentales: Verdadero pan, que da la verdadera vida, porque es, verdaderamente, el cuerpo de Cristo, pan y palabra de Dios que dan la vida verdadera al hombre nuevo, al verdadero hombre.

La comida es de panes y peces. Desde la destrucción del templo, año 70, los judíos celebraban la Pascua con panes y peces, en vez de pan y cordero. Cristo cambia la Pascua judía por una pascua nueva en que lo que comen los seguidores es pan del cielo, su propio cuerpo y sangre sacramentales y realmente presentes en la Eucaristía.

3. El relato que tenemos en la versión del Evangelio según san Juan del relato de las tentaciones de Jesús, que aparecen explicitadas en los otros tres evangelistas. Aparece el pan multiplicado (la riqueza o la abundancia) en forma de banquete, típica de la mentalidad judía antigua y de la evangélica. Aparece el milagrerismo: El profeta que multiplica panes y hace milagros. Aparece el poder: Venían a hacerlo rey. Aparece Jesús venciendo la tentación pues se va al monte, solo. Las tentaciones que pueden hacer que la misión de Jesús se convierta en algo demoníaco siguen siendo las mismas para su cuerpo, la Iglesia: La riqueza, el milagrerismo, el poder. Ninguno de los tres liberará al pueblo de Dios. Sólo libera el servir hasta dar la vida por él.

Jesús sabía que la solución del hambre del pueblo está en compartir. Hubo muchos más milagro en que los que querían acaparar aprendieran a dar. La solución no está en comprar, en tener plata guardada para invertirla en pan; la solución no vendrá de la sociedad de consumo. Se trata de organizar la vida de todos de otra manera, organizarla de tal manera que la gente quiera compartir los panes y peces que cada uno tenga. En la alegría, el pueblo, que por fin comparte y sacia su hambre, descubre que Jesús es el Mesías que tenía que venir al mundo.

Antonio Díaz Tortajada

Hambre de Dios

1.- «En aquellos días vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias» (2 R 4, 42) Este hombre de Bal-Salisá trae lo mejor de su cosecha: pan de primicias y trigo reciente. Él sabe que Eliseo es un profeta de Dios, un enviado del Altísimo. Y por eso le honra con lo mejor que tiene. Está convencido de que honrar a un enviado divino, equivale a honrar al mismo Dios, es una buena forma de agradar al Señor, de servirle.

Y tenía razón. Mucho después Jesús dirá: El que os recibe, a mí me recibe, y quien me recibe, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta como profeta, recibirá premio de profeta y el que recibe a un justo como justo, recibirá premio de justo; el que diere de beber a uno de estos pequeñuelos tan sólo un vaso de agua fresca, porque es mi discípulo, os digo que no perderá su recompensa.

Señor, se está perdiendo la veneración a los ministros de Dios. Es verdad que a veces esos ministros no estamos a la altura de la misión recibida, no vivimos de acuerdo con lo que predicamos… Admitiendo todo eso, incluso suponiendo lo peor que podamos imaginar, hay que tratarlos como enviados de Dios, hay que creer en los poderes que han recibido para la salvación del mundo entero. Poder para ofrecer el santo sacrificio de la Misa, esa repetición incruenta del Calvario. Poder para perdonar nuestros pecados, y presentarnos limpios ante Dios, haciendo posible el abrazo del Padre de los cielos…

No hay que olvidar que la eficacia de los sacramentos no depende de la dignidad o indignidad del sacerdote, ni podemos perder de vista la grave obligación que todos tenemos de ayudarles, de venerarlos. Podemos estar seguros de que esa veneración, ese cariño, ese apoyo moral y material será el mejor modo de hacerles comprender la grandeza de su ministerio, de recordarles lo que significa ser enviado de Dios.

«El criado le respondió: ¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo insistió: Dáselo para que coman» (2 R 4, 43) Y el profeta lo da todo. Para que aquellos pordioseros puedan satisfacer su hambre. Generosidad del que está cerca de ese Dios que es, ante todo, Amor. Corazón grande que se conforma con poco, que se olvida de sí para preocuparse hondamente por los demás. Y este dar y este darse, este amar sin buscar interés alguno, este volcarse hasta quedarse sin nada, es el mejor modo de testimoniar el mensaje amoroso de Dios.

Pero es difícil darse, es duro desprenderse sin esperar nada en la tierra, sin buscar ningún interés personal de tipo material. Sobre todo viviendo en un mundo que gira y danza al son del dinero, del placer, de la materia; un mundo que fácilmente se vende al mejor postor. Es poco menos que imposible no sentirse salpicado por la ambición de los de arriba y los de abajo, la sensualidad voluptuosa de los unos y los otros.

Para ti, Señor, no hay imposibles, tú tienes muchos seguidores que luchan por darse del todo, por darlo todo. Hombres que se olvidan de sí, que se queman en silencio día a día. La pena es que no sabemos comprender el valor de ese sacrificio callado y constante del que se ha entregado, de una forma o de otra, al servicio de los hombres por Dios… Multiplícalos, fortalécelos para que no se cansen, para que no cesen en el loco empeño de gastar su vida sin buscar nada para sí… Sólo de este modo, con esa donación alegre y generosa, podrá seguir vivo el milagro de tu misericordia y de tu perdón.

2.- «…abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente» (Sal 144, 16) La visión que nos ofrece hoy el canto interleccional es luminosa, positiva. Habla de que todas las criaturas han de dar las gracias al Señor, le han de bendecir todos sus fieles, proclamar la gloria de su reinado y hablar de sus hazañas. La razón última de esa actitud está en la inmensa bondad de Dios, que cuida de todo ser viviente y le da el sustento a su tiempo.

Y sin embargo, hemos oído decir muchas veces que la realidad es muy distinta, que existen muchos seres que pasan hambre. Los dos tercios de la población mundial llegan a sostener. Y ante esta situación calamitosa señalan soluciones drásticas de limitación de natalidad. Si somos menos, vienen a decir, cabremos a más… Pero en el fondo lo que pretenden es repartirse la tajada entre unos pocos, sin darse cuenta de que ahogando la vida nunca se librarán de la muerte, y que si son pocos a consumir también lo son para producir.

«El Señor es justo en todos sus caminos» (Sal 144, 17) Dios dijo: Creced y multiplicaos. Y la Santa Madre Iglesia, permaneciendo fiel a la doctrina del Señor, continúa oponiéndose con energía y claramente al control de natalidad; dice un no rotundo al uso de métodos y fármacos que pervierten el sentido excelso y fecundo del amor humano. Porque la solución cristiana está en trabajar por hacer más grande la tajada y en repartirla con más equidad, con más justicia y más amor, entre todos. Da grima, indignación y pena, el saber que se tiran al mar o se queman toneladas y toneladas de alimentos, para mantener así el alza de los precios.

Por otra parte está comprobado, con más seriedad que el dato de esos dos tercios de hambrientos, que existen enormes reservas de proteínas en la inmensidad de los mares y océanos, y que todos los recursos de alimentación no están, ni mucho menos, totalmente descubiertos y aprovechados… Sí, a pesar de todo lo que quieren hacernos creer, el Señor es bueno, bondadoso en todas sus acciones. Él no puede querer un crecimiento de población, si no existiera de forma paralela un crecimiento en los recursos.

3.- «Hermanos: yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados» (Ef 4, 1) La liturgia de la misa dominical sigue presentando ante nuestra mirada la carta de San Pablo a los Efesios. Esta carta, junto a la que envió a los Filipenses, a los Colosenses y a Filemón, constituye el grupo de las llamadas cartas de la cautividad. Todas ellas están escritas desde la prisión. La valentía del Apóstol en predicar el mensaje de Cristo le ha llevado a esta situación humillante y penosa. Pero Pablo no ceja en su empeño y, aunque sea entre cadenas, sigue predicando a Cristo, sigue animando a los cristianos para que vivan como tales.

Ahora les dice que sean siempre humildes y amables, comprensivos, sabiendo sobrellevarse los unos a los otros con amor… Sus palabras, no lo olvidemos, se dirigen también a cada uno de nosotros, esperando una respuesta a esa exigencia que nos pone por delante. Si somos cristianos, y lo somos, vamos a luchar por vivir conforme a la vocación que hemos recibido. Sobre todo en esos puntos que San Pablo señalaba: en la sencillez y en la amabilidad, en la comprensión, en el amor mutuo.

«Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo» (Ef 4, 6) En medio de su prisión, San Pablo vibra apostólicamente. Sus palabras están pletóricas de entusiasmo, llenas de fe, pujantes y optimistas. Si no lo indicara, se pudiera pensar que escribe en circunstancias distintas, más halagüeñas, más placenteras. La razón de todo ese vigor y empuje está en su fe profunda en Dios. Está convencido del poder divino, de su amor infinito, de su grandeza indescriptible, con un optimismo desbordante, con un gozo sin fin.

Una vez más las palabras de Pablo se convierten en un canto de gloria, una doxología que sale a borbotones de su alma transida y gozosa, de su espíritu desbordado por la gracia divina. Ese estado de ánimo le hace exclamar: Bendito sea Dios por los siglos de los siglos. Amén.

4.- «Lo seguía mucha gente, porque había visto los signos que hacía con los enfermos» (Jn 6, 2) Las muchedumbres seguían a Jesús, cuyas palabras penetran en los corazones como bálsamo que cura heridas e infunde esperanza. Luces nuevas se encendieron en el mundo desde que Cristo llegó, ilusiones juveniles anidaron en el corazón del hombre, afanes por alcanzar altas metas de perfección y de santidad. Hoy también la gente marcha detrás de Jesucristo cuando percibe, o intuye, su presencia entrañable. El espectáculo de las multitudes en seguimiento del Papa es una prueba de ello.

Dice el texto que Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Es uno de esos momentos de intimidad del Maestro con los suyos. Momentos de trato personal y directo que hemos de revivir cuantos queremos seguir de cerca a Jesús. Son instantes para renovar la amistad con Dios, el deseo de servirle con alma vida y corazón. Acudamos, pues, al silencio de la oración para oír la voz de Jesús, para decirle cuán poco le amamos y cuánto quisiéramos amarle.

Aquellos que van detrás de Jesús en este pasaje, son gente que tiene hambre y camina a la deriva. Hambre de comprensión y de cariño, hambre de verdad y de recta doctrina, hambre de Dios en definitiva. El Señor satisfizo el hambre de aquella multitud multiplicando unos panes y unos peces. Aquel suceso vino a ser un símbolo de ese otro Pan que el Señor nos entrega, el Pan que da la Vida eterna. Jesús vuelve cada día a multiplicar su presencia bienhechora en la celebración Eucarística. Una y otra vez reparte a las multitudes hambrientas el alimento de su Cuerpo sacramentado. Sólo es preciso caminar detrás de Jesús, acudir a su invitación para que participemos, limpia el alma de pecado, en el banquete sagrado de la Eucaristía.

Antonio García Moreno

¡Dinos, Señor! ¿Cómo hacer para que sobre?

1.- Cinco panes y dos peces, cuando hay fe y buena disposición para compartir, son suficientes para colmar, calmar las aspiraciones y las carencias de aquellos/as que llaman a nuestra puerta. Lo más fácil escurrir el bulto. Lo más necesario y efectivo: hacer frente a tantas situaciones que son las nuevas caras y los nuevos rostros de Cristo que caminan a nuestro lado.

¡Dinos Señor! Dónde ir y a quien alimentar con nuestras presencias y palabras, con gestos y compromiso.

Los nombres y las calles donde multiplicar y hacer presente el pan y los peces de nuestra misericordia y delicadeza.

Los corazones solitarios necesitados de la masa, de la harina que es el pan de nuestra compañía.

¡Dinos cómo! Permanecer atentos al sufrimiento humano sin necesidad de huir despavoridos en dirección contraria o de cerrar los ojos para no sentir pena alguna.

Compartir parte de nuestra riqueza sin, a continuación, mirar el vacío que dejó en nuestros bolsillos.

Salir de nosotros mismos sin pensar que, es de necios, poner en la mesa de la fraternidad el pan fresco de cada mañana o las horas gratuitamente gastadas.

Cómo hacer posible ante los ojos del mundo la justicia cuando, cada día que pasa, parece utópico y poco menos que un imposible

¡Dinos Señor! Una palabra ante la situación de la violencia para poder llevar el pan de la Paz

Una palabra ante el drama del egoísmo para que podamos ofrecer los peces de la hermandad

Una palabra ante la enfermedad para que compartamos el pan de la salud

¡Dinos cómo! Dar de comer a quien no busca precisamente tu pan sino aquel otro que endurece, perece y que en esta vida caduca

Presentar el mensaje de tu vida cuando hay tanta hartura de golosinas que embaucan, endulzan y malogran el paladar de la humanidad.

Trabajar, y no caer en ese empeño, para que la fuerza del hombre no esté en lo que aparentemente se multiplica sino en aquello que, por dentro, de verdad le enriquece y que en el mundo escasea.

¡Dinos Tú Señor!! ¡Dinos cómo Señor!! ¡Cómo con tan poco pudiste Tú hacer tanto! cuando, nosotros con tanto, llegamos a tan poco.

2.- Es cuestión, ahora (allá donde nos encontremos) pongamos sobre la mesa, los cinco panes y los dos peces que todos tenemos en propiedad. Que no pensemos que con ello, será insuficiente.

Lo importante es, en la medida de nuestras posibilidades, poner todo lo que somos y parte de lo que tenemos en beneficio de alguien necesitado. Dios, hará el milagro.

Los cinco y panes, y los dos peces, son las pocas o las muchas capacidades que podemos tener, el consejo oportuno, la palabra de aliento, la ayuda oportuna, la compañía a quien se siente solo, el silencio solidario con el que sufre.

3.- Todos, ¡todos!, tenemos nuestros “personales cinco panes y dos peces” con los que contribuir a mejorar muchas situaciones enquistadas o delicadas.

Desde luego, quien nunca tiene, es aquel que nunca se mueve ni hace nada por los demás.

Javier Leoz

Cómo creer en Jesús

Según el evangelista Juan, Jesús está conversando con la gente a orillas del lago de Galilea. Jesús les dice que no trabajen por cualquier cosa, que no piensen solo en un «alimento perecedero». Lo importante es trabajar teniendo como horizonte «la vida eterna».

Sin duda es así. Jesús tiene razón. Pero ¿cuál es el trabajo que quiere Dios? Esta es la pregunta de la gente: ¿cómo podemos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere? La respuesta de Jesús no deja de ser desconcertante. El único trabajo que Dios quiere es este: «Que creáis en el que Dios os ha enviado». ¿Qué significa esto?

«Creer en Jesús» no es una experiencia teórica, un ejercicio mental. No consiste simplemente en una adhesión religiosa. Es un «trabajo» en el que sus seguidores han de ocuparse a lo largo de su vida. Creer en Jesús es algo que hay que cuidar y trabajar día a día.

«Creer en Jesús» es configurar la vida desde él, convencidos de que su vida fue verdadera: una vida que conduce a la vida eterna. Su manera de vivir a Dios como Padre, su forma de reaccionar siempre con misericordia, su empeño en despertar esperanza es lo mejor que puede hacer el ser humano.

«Creer en Jesús» es vivir y trabajar por algo último y decisivo: esforzarse por un mundo más humano y justo; hacer más real y más creíble la paternidad de Dios; no olvidar a quienes corren el riesgo de quedar olvidados por todos, incluso por las religiones. Y hacer todo esto sabiendo que nuestro pequeño compromiso, siempre pobre y limitado, es el trabajo más humano que podemos hacer.

Por eso, desentendernos de la vida de los demás, vivirlo todo con indiferencia, encerrarnos solo en nuestros intereses, ignorar el sufrimiento de la gente que encontramos en nuestro camino… son actitudes que indican que no estamos «trabajando» nuestra fe en Jesús.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado XVII de Tiempo Ordinario

El evangelio nos presenta el relato de la decapitación de Juan el Bautista, del mismo modo que en Marcos 6, 14-29 esta narración entra de improviso, como un recuerdo inquietante suscitado por hechos recientes. El precursor del Mesías, profeta de una fuerte personalidad moral, había denunciando, en nombre de Dios, el pecado de Herodes. De algún modo el evangelista nos quiere mostrar que, si la misión de Juan está vinculada con la de Jesús, la muerte violenta y su sepultura pueden también prefigurar la de Jesús.

La voz de los profetas se vuelve incomoda cuando denuncian las injusticias. Como dijo Monseñor Óscar Romero se «mata a quien estorba» y el que dice la verdad estorba. A Herodías le estorbaba Juan el Bautista porque le recordaba su mal comportamiento, lo mismo a Herodes le resultaba incomoda la denuncia del Bautista, atrapado por el quedar bien, decide mandar a decapitar al precursor. La escena dramática nos presenta como el mal se disfraza en la frivolidad del aplauso y en la dependencia de otros que la bailotean. Así se teje una trama donde se cruzan la pasión y la venganza, el miedo y la complacencia, la danza de una doncella y la vida de un profeta servida en una bandeja de un banquete.

El Bautista supo jugarse su vida hasta el final por denunciar valientemente lo que es injusto. El evangelio de Mateo al introducir la narración del martirio de Juan sugiere al lector que Jesús también será condenado por dar testimonio de la verdad. Jesús como lo vemos en el evangelio se entrega hasta el último momento por defender la vida y la dignidad de todos y de cada uno de los hijos de Dios, particularmente de aquellos que no gozan de una dignidad reconocida: los pecadores, los pobres, los marginados, las mujeres.

Es justamente ese testimonio profético de Jesús lo que cautivó a Ignacio de Loyola, cuya memoria celebramos hoy. Desde su convalecencia en Loyola hasta su profunda experiencia mística en Manresa lo que pedía continuamente era «conocimiento interno de Jesús para más amarle y seguirle». Pidamos por su intercesión el don del discernimiento para buscar siempre, como los profetas, la voluntad de Dios. Que San Ignacio nos contagie de su experiencia espiritual para «hallar a Dios en todas las cosas».

Tomad, Señor y recibid
toda mi libertad
mi memoria, mi entendimiento
y toda mi voluntad
Todo mi haber y mi poseer
vos me lo disteis
a vos Señor lo torno
Todo es vuestro
disponed a toda vuestra voluntad
Dadme vuestro amor y gracia
que ésta me basta

San Ignacio de Loyola

Edgardo Guzmán, cmf