Comentario – Domingo XIV de Tiempo Ordinario

Hay cosas que acompañan al hombre desde que es hombre. Por eso forman parte de nuestra historia como si nos fueran connaturales. Me refiero a actitudes como la rebeldía o la desconfianza. Ya el profeta Ezequiel tuvo que escuchar que el pueblo al que era enviado para cumplir su misión era un pueblo rebelde y obstinado. ¿Por qué rebelde? Porque no acababa de someterse nunca a la voluntad de Dios y a sus leyes; porque no acababa de aprender, después de tantos fracasos, que los caminos emprendidos de espaldas a Dios y a sus normas llevaban a la perdición.

Tal rebeldía era fruto de esa autosuficiencia diabólica que le hacía creerse no necesitado de nadie, capaz de darse normas a sí mismo y de llevar a cabo sus propios propósitos. La misma autosuficiencia que le hacía creerse Dios soberano le inducía a prescindir de Dios y a despreciar con altivez a sus mensajeros. No obstante esta actitud, Dios no ha dejado nunca de enviar a sus profetas para que les digan a esos rebeldes y olvidadizos seres humanos: Esto dice el Señor: esto me ha dicho el Señor que os comunique. Muchos seguirán sin hacer caso; otros responderán con insultos, desprecios, burlas y persecuciones; puede incluso que hagan desaparecer al profeta porque su sola presencia les resulta incómoda y perturbadora. Suceda lo que suceda, sabrán que allí hubo un profeta.

Si esto se dice de Ezequiel, mucho más se puede decir de Jesús, el venido de parte de Dios como Hijo del hombre y como Hijo de Dios. Que vino como hombre es indiscutible. Por eso pudo enseñar en la sinagoga de su pueblo; por eso provocó el asombro de los que le oyeron; por eso era conocido por sus paisanos como el carpinteroel hijo de María y hermano de Santiago, José y Judas; por eso desconfiaron de él como profeta. Se les antojaba incompatible ser carpintero y profeta, hijo de María y profeta, nazareno y profeta.

Ello explica que, a pesar de la admiración inicial provocada por sus palabras, cargadas de sabiduría y revestidas de autoridad, desconfiasen de él. Ni sus palabras, ni sus obras (esos milagros que se le atribuían) tuvieron fuerza suficiente para derribar sus prejuicios: el conocimiento (siempre imperfecto) que tenían de él y de la etapa de su vida transcurrida en Nazaret. Era precisamente ese conocimiento parcial (aunque real) el que les impedía aceptarle como profeta. Esto significó para él un verdadero desprecio. Jesús se sintió despreciado en su tierra. De ahí que diga, echándoles en cara su incredulidad y censurando su actitud: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Se hacía realidad histórica la sentencia joánica: Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron.

Es históricamente constatable que Jesús encontró más oposición a su mensaje y actividad mesiánica entre sus paisanos y parientes. ¿Por qué? No hay otra razón que la del conocimiento parental o de paisanaje que actuaba como barrera o prejuicio difícil de superar. Sólo esto explica que un profeta sea menos apreciado o más despreciado en su tierra o en su casa. Y es que hay conocimientos que, sin ser falsos, pueden convertirse en un verdadero obstáculo para sucesivos reconocimientos. Aceptar a Jesús, el carpintero, como profeta era reconocer la verdad completa del que hasta entonces no se había manifestado en esta condición. Y todavía habrá lugar para nuevas manifestaciones de las que serán testigos sólo algunos privilegiados –como Pedro, Santiago y Juan en el monte de la Transfiguración-. En realidad, Jesús no se manifestará plenamente como Mesías e Hijo de Dios hasta el momento de la Resurrección.

Pero, sabiendo esto, que no desprecian a un profeta más que en su tierra, fue a su tierra, a Nazaret, quizá para confirmar esta apreciación, y se extrañó de su falta de fe. La incredulidad de sus paisanos, personas relativamente próximas, le causa extrañeza. No obstante, la razón la había enunciado él mismo. Y no pudo hacer allí ningún milagro, exceptuando la curación de algunos enfermos.

Resulta asombroso el poder fáctico que se concede a la incredulidad. Por falta de fe, Jesús no pudo hacer allí milagros. Y parece que le pidieron hacer los milagros que había hecho en Cafarnaúm y en otros lugares; pero no lo hicieron desde la fe, sino desde la desconfianza. Y es que la desconfianza tiene el poder de desactivar las fuerzas benéficas que se ofrecen en su beneficio.

La incredulidad tiene el poder de desactivar la beneficencia del mismo Dios, no su capacidad de hacer el bien, que permanece inmutable, sino su concreta activación, su ejercicio. Pero también aquí se pueden establecer diferencias. Hay faltas de fe, como las que Jesús encontró en sus discípulos –también hombres de poca fe-, superables y no paralizantes de su actividad benéfica y milagrosa. Dada nuestra fragilidad e ignorancia humanas, a Jesús no puede extrañarle nuestra falta de fe, pero quizá sí esa obstinación farisaica, casi «sobrehumana», a negarnos a reconocerle como al que viene de parte de Dios con un mensaje de salvación acompañado de efectos saludables.

Si el Hijo de Dios se ha encarnado es para que el conocimiento «humano» de Jesús nos ayude a reconocerle como tal Hijo; pero puede suceder, y de hecho sucede, que tal conocimiento se convierta en un obstáculo para el reconocimiento de su plena realidad que implica el reconocimiento de su divinidad. Pero sin este supuesto la biografía de Jesús será siempre una página de nuestra historia no del todo explicada o insuficientemente entendida. Ojalá que el Señor derribe las paredes de nuestras desconfianzas y nos abra al horizonte inabarcable de la fe.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo XIV de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XIV DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús recorría los pueblos de alrededor enseñando.

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Santo Tomás

1.- Oración introductoria.

Señor, reconozco que  dentro de mí hay Tomás “incrédulo”.  Me cuesta creer que Tú estás vivo en  los acontecimientos de mi vida, en la vida normal y sencilla de cada día. Como Tomás pido señales para creer. Me gustaría convivir con el Cristo histórico, al que se le podía ver, oír, palpar. Veo que necesito fe y vengo aquí a pedírtela. Dame fe para creer “sin haber visto”.

2.- Lectura reposada del evangelio. Juan 20, 24-29

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. 

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. 

Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.

3.- Qué dice el texto bíblico.

Meditación-reflexión.

Tomás, uno de los doce, no estaba con ellos. No se trataba de un grupo cualquiera, sino el grupo elegido por el Señor para continuar con las doce tribus de Israel, se trataba del Nuevo Pueblo de Dios. Y en esta comunidad no puede faltar ningúno del grupo. Dios nos ha querido salvar “como pueblo”. Ahí, en medio del pueblo, se hace presente el Señor Resucitado. Jesús no se apareció a Tomás a solas, sino cuando estaba con el grupo. Y ¿qué hubiera pasado de Tomás si Jesús no se le hubiera aparecido con el grupo? Los demás estaban felices después de la experiencia con Jesús. Él se hubiera visto desplazado y hubiera acabado abandonando el grupo. Dos cosas importantes: No se puede ser cristiano sin una experiencia viva con Jesús Resucitado. Los cristianos que viven así son una rémora para la comunidad. Y segundo: La experiencia pascual, por voluntad del Señor, se hace dentro de la comunidad. Lamentablemente, hoy  abundan los cristianos “por libre”. Yo me las entiendo a solas con DIOS. No necesito ir a Misa ni a ningún grupo. ¿Qué decir? Eso no es lo que ha querido Jesús.Con ese comportamiento, poco a poco, se va desvaneciendo, se va apagando, la memoria de Jesús. Y esta pérdida no es sólo para os cristianos sino para toda la humanidad.   

Palabra del Papa.

«Tenemos que tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús, tenemos que curar las llagas de Jesús con ternura, tenemos que besar las llagas de Jesús, y esto literalmente. Pensemos, ¿qué pasó con San Francisco, cuando abrazó al leproso? Lo mismo que a Tomás, que su vida cambió». El Papa dijo para concluir que «para tocar al Dios vivo no hay necesidad de hacer un curso de actualización, sino entrar en las llagas de Jesús, y para ello basta salir a la calle. Pidamos a Santo Tomás a gracia de tener el coraje para entrar en las llagas de Jesús con nuestra ternura y seguramente tendremos la gracia de adorar al Dios vivo».

4.- ¿Qué me dice hoy a mí esta palabra de Jesús  ya comentada?. (Silencio)

5.- Propósito: Tratar de descubrir hoy a Jesús en la Comunidad y en aquellos que tienen las llagas de Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Señor, porque la incredulidad de Tomás me ha servido como estímulo para la verdadera fe. Yo no quiero formar caravana de aquellos cristianos que sólo te quieren “para esta vida”. No aceptan una vida maravillosa después de la muerte. Yo no quiero vivir así. Quiero fiarme de Ti, de tus palabras. Quiero ser feliz porque Tú quieres que yo lo sea, ser feliz porque has ido por delante preparando el camino y quieres que “yo esté contigo allá donde Tú estás”. ¡Gracias, Señor!.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

No fue profeta en su pueblo

1.- La cuestión es dilucidar qué fue peor: si el no reconocimiento de Cristo como profeta o que la comunidad de Nazaret no se beneficiase de la capacidad salvadora de Cristo. Muchas veces anteponemos lo ritual y magnificente, cuando lo importante es el bien final feliz que podemos disfrutar. Como es obvio Jesús no bajó a la tierra para presumir. Si hubiese querido tal cosa, su llegada habría sido bien distinta. Él se presentó «como uno de tantos e iba por pueblos y aldeas haciendo el bien y curando a los oprimidos». Merece la pena hoy, en este domingo del mes de julio adentrarse en esta idea y meditarla. A veces, posiciones demasiado puristas o falsamente ortodoxas impiden recoger los frutos de la acción de Dios.

Y trasladados nosotros a aquel momento concreto del paso de Jesús por las tierras de Palestina descubriríamos que muchos «creyentes» pensaron, entonces, que estaban haciendo un favor a Cristo por creer en Él, cuando el verdadero favor era el que les hacia Cristo de poder participar en “vivo y en directo” del prodigioso misterio de la Redención. Fueron duros los paisanos de Jesús y ellos dejaron pasar ese ofrecimiento generoso, histórico y cósmico. Pero curiosamente somos nosotros los que recibimos el favor por tener la dicha de saber bien quien es Él. La reticencia de los habitantes de Nazaret les privó del gozo de otras comunidades que se entregaron a Jesús sin más.

2.- Romano Guardini, el teólogo italo-germano, mantiene en su obra «El Señor», que la redención pudo ser posible sin el paso por la Cruz y que las profecías pacifistas de Isaías se habrían cumplido de inmediato, pero el pueblo judío pudiendo elegir el bien, eligió el mal. Hubo, entonces, en algún momento de la vida de Jesús en la tierra un tiempo fronterizo en Él mismo se apercibió del cambio a peor y que, a partir de ahí, sólo el camino de la Cruz era el único posible. Suponemos que su salida de Nazaret, un tanto desilusionado, iba a ser anticipo de la gran catástrofe en que se sumieron quienes despreciaron el mensaje de Jesús y lo enviaron a la Cruz.

La rebeldía del pueblo de Israel, respecto a los designios a Dios, era una constante en toda la historia del Antiguo Testamento. Pero, en el caso de Jesús, se establece lo dicho en la parábola de la vid, los arrendadores de la misma cometen el último gran pecado: matar al Hijo del dueño de la viña para quedarse con su herencia. Y por ello, para mejor justificar su crimen, no podían, ni por un momento, reconocer la identidad del Heredero. Por eso, cuando Jesús se atribuye las palabras de Isaías, reflejadas en el Evangelio de San Lucas –“El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a anunciar el Evangelio a los pobres”—se produce el gran escándalo. No se admite la sabiduría de alguien a quien conocen y tienen cerca. Si hubiera llegado a Nazaret montado sobre un brioso caballo y rodeado de una fuerte y vistosa escolta no habrían dudado. Pero un paisano no podría ser más que ellos. También es cierto que la gran paradoja que ofrece Jesús a sus paisanos es la humildad: presentarse como Mesías como uno más, como un miembro normal de su comunidad. Y esa paradoja la irían experimentando todos –también los Apóstoles—hasta que no se produjo la Resurrección.

3.- La enseñanza para nosotros hoy es que debemos poner mucha atención a lo que ocurre a nuestro alrededor en todas las manifestaciones de la vida, y, asimismo en el ámbito religioso. Cristo se nos presenta muchas veces ante nosotros con la imagen de los hermanos que sufren o, ¿quien sabe?, con la presencia de un niño –que como a San Agustín—le canta lo que tiene que hacer. Es muy importante estar abierto a cualquier inspiración del Espíritu y hemos de pedirle a Dios el don del discernimiento: saber que es de Dios, de todo lo que recibimos de nuestros cercanos. Probablemente, la humildad es siempre un buen camino para descubrir esos mensajes. Y por el contrario la soberbia es el gran impedimento para tener ojos y oídos abiertos a las inspiraciones de Dios

En el fragmento que hemos proclamado hoy de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios se refleja uno de los temas que más se han debatido entre exégetas y escrituristas. Pablo a alude a un sufrimiento, a una enfermedad, a una gran tentación. Dice: “Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un emisario de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio.” Se ha querido descubrir el mal sufrido por el Apóstol, pero en realidad poco importa cual sea la naturaleza de su mal, sirve para limitar la soberbia y para obtener la revelación de uno de los puntos culminantes de la doctrina paulina: que la debilidad humana es querida y utilizada por Dios para hacer cosas importantes y fuertes. Y ello enlaza, directamente, con la idea que Jesús quería dar a sus paisanos: que alguien como ellos, sin especiales brillos sociales, fuera el Ungido de Dios, el Mesías. Amemos a nuestros semejantes, a los que comparten nuestra vida, a los que nos parecen ni hermosos, ni importantes, porque por ellos nos habla Dios.

4.- No podemos dejar de pensar en el viaje apostólico que Benedicto XVI hace a España, a Valencia, con motivo de la Jornada Mundial de las Familias. Habrán sido muchos los peregrinos que se hayan desplazado a la ciudad levantina para acompañar al Pontífice, pero nosotros –los que no hemos ido—hemos de contemplar ese misterio del Papa peregrino que tantos bienes trae a las tierras que visita y, también, pedir por Él, y por la mayor armonía en España entre política y religión. Mayor armonía, en todos los casos, entre todos los grupos políticos.

Ángel Gómez Escorial

Comentario – Sábado XIII de Tiempo Ordinario

(Mt 9, 14-17)

Los discípulos de Juan todavía estaban centrados en costumbres y prácticas ascéticas que para Jesús no son lo verdaderamente importante, porque habiendo llegado el Mesías, se trata de vivir una verdadera fiesta de amor, más que de buscar sacrificios.

En todo caso basta con llevar la cruz de cada día, que se nos presenta sin que la busquemos, se trata de aceptar lo que nos toque soportar, de tolerar con serenidad y amor las molestias que forman parte de nuestra misión en esta tierra. Si aceptamos todo eso con amor, renunciando a ciertos placeres y comodidades, el Señor nos devolverá el ciento por uno; es decir, nos dará una plenitud interior, una sensación de realización humana que no tendríamos si solamente buscáramos nuestra comodidad.

En este texto Jesús aparece como el novio que se casa con su pueblo, y que invita a sus amigos a vivir esa fiesta sublime. En medio de las privaciones normales de la vida, sin buscar sacrificios artificiales, tenemos que reconocer con gozo la presencia de Jesús.

Sin embargo, Jesús no le quita valor a la práctica del ayuno ni la anula, pero la relega a los momentos de especial dificultad, ya que según una tradición judía hay ciertas dificultades que se superan gracias a la oración y el ayuno; pero leyendo los versículos que siguen (16-17) queda claro que en la nueva vida que trae Jesús lo más importante no son los ayunos, sino vivir la presencia del Señor reinando en nuestras vidas y compartir ese gozo con los demás. Gozo profundo y sereno, no euforia psicológica.

Oración:

«Jesús, ayúdame a descubrirte como el amigo siempre presente en mi existencia; y que mi vida espiritual consista sobre todo en estar contigo y reconocerte en mi vida, más que en buscar sacrificios para sentir que me entrego a ti. Haz que mi corazón esté en ti más que en mi propia perfección».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

El hijo del carpintero

1.- «En aquellos días el espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me decía…» (Ez 2, 2) El profeta nos cuenta su primer encuentro con Dios. Vivía en el exilio, entre los deportados que estaban junto al río Quebar. Allí fue arrebatado en éxtasis: Miraba yo, nos refiere, y veía un viento huracanado de la parte del Norte, una gran nube con resplandores en torno, un fuego que despedía relámpagos, y en su centro como el fulgor del electro, en medio del fuego. Y de pronto una fuerza interior le impulsa a levantarse. Es algo que le domina, que le puede. Y Ezequiel se pone de pie, o lo que es lo mismo se dispone a marchar, a emprender un camino. Esa es la actitud que el profeta ha de tener ante la llamada de Dios. Una actitud de dinamismo, de lucha, de caminante, de peregrino, de soldado.

Cierto que ordinariamente la gracia de Dios no te sacudirá tan violentamente, se reducirá a menudo a una suave atracción que nos nace de pronto muy dentro. Pero tu respuesta ha de ser la misma: Ponerte de pie, disponerte a caminar por el itinerario que Dios te va a marcar. Ponerte en pie de guerra, con espíritu de lucha, con ánimo de guerrero. Preparado para combatir cuantos enemigos se interfieran a tu paso. Consciente de que el primer enemigo eres tú mismo. Tú que eres comodón, egoísta, soberbio, ambicioso. Contra esas fuerzas interiores que a veces te dominan, has de luchar. Decídete, Dios pasa, ponte en pie.

«Ellos, te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde), sabrán que hubo un profeta en medio de ellos» (Ez 2, 5) A lo largo de toda la Historia, Dios ha enviado a sus mensajeros, sus profetas, los hombres que hablan en su nombre, sus pregoneros, sus portavoces. De un modo o de otro, también hoy nos llega el eco de sus voces, el contenido de su mensaje. Lo contrario sería injusto por parte de Dios. Es como si se cerrara en un profundo silencio, ausente de nuestras vidas, desinteresado por nuestros problemas, indiferente ante nuestra salvación. No, Dios no se ha callado. Dios sigue enviando a sus profetas. Son los que siguen cogiendo la antorcha que un día Cristo entregara a los suyos… El que a vosotros os recibe, a mí me recibe, había dicho Jesús. Y también: Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros.

Pero este pueblo es rebelde y no quiere hacer caso. Es cierto que habrá quienes oigan el mensaje de Dios y lo vivan. Esos se salvarán, serán felices aquí en la tierra y allá en el Cielo. Los otros no. Los que no oyen la palabra de Dios, o los que la oyen y no la ponen en práctica, esos serán unos desgraciados. Aquí en la vida y después en la muerte. Y no podrán excusarse, no podrán decir que no hubo profetas en su tiempo.

2.- «A ti levanto mis ojos…» (Sal 122, 1) Cuando nos encontramos en peligro, cuando nos vemos en algún apuro, los ojos son los primeros en buscar con ansiedad una mano amiga, un apoyo en el que sostenernos, una palabra de aliento o de defensa. Muchas veces la mirada es más elocuente que las palabras. Nos basta cruzar esa mirada para comprender perfectamente que esa persona que nos mira necesita algo de nosotros. Pues bien, hemos de convencernos que adonde hemos de dirigir nuestros ojos en demanda de auxilio es hacia el Señor.

A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de los señores. Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor Dios nuestro, esperando su misericordia… Ojalá que sea así, ojalá que vivamos pendientes de las manos de Dios, colgados de su gesto, atentos a las palabras que salen de su boca. Sólo entonces nuestra mirada, nuestros ojos preñados quizás de lágrimas, encontrarán el consuelo y la esperanza, la certeza de ser eficazmente ayudados en la prueba, tan dura quizá, por la que estamos atravesando.

«Misericordia, Señor, misericordia…» (Sal 122, 3) El salmo de hoy refleja una situación extrema en el cantor de Dios. Estamos saciados de desprecios, se lamenta ante Dios; nuestra alma está harta del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos… Suele ser frecuente que los justos, los amigos de Dios, se vean perseguidos, humillados, calumniados. Y esto incluso de parte de los que más bien debían ayudar y comprender. La madre Teresa de Jesús llama a este hecho la contradicción de los buenos. Nuestro Señor también lo había vaticinado, cuando decía que los suyos padecerían la persecución de los que piensan que, con esa actitud, están prestando un servicio a Dios.

Pero en medio de esa situación dolorosa, la fe del justo se purifica, se aquilata. La obra de Dios se fortalece, echa raíces, se consolida. De ahí que no hemos de arredrarnos ante nada, nunca hemos de temblar. Si Dios está con nosotros, quién podrá contra nosotros. Este grito de optimismo, esta formidable esperanza que animaba a San Pablo, también ha de mantenernos firmes en la fe, decididos en la entrega, generosos en el servicio a la Iglesia, a los hombres, a las almas. Y vencer el mal con la abundancia de bien. Y dar tiempo al tiempo, porque la verdad acaba imponiéndose y Dios nos defenderá de todas las insidias y asechanzas de los buenos o de los malos.

3.- «Por la grandeza de estas revelaciones, para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne…» (2 Co 12, 7) San Pablo acaba de narrar a los cristianos de Corinto la grandeza de que ha sido testigo en las revelaciones extraordinarias que Dios le ha hecho. Y a renglón seguido, explica que todo eso es algo que no le pertenece, algo que Dios le ha concedido gratuitamente, sin mérito alguno por su parte. Y así explica que él no puede gloriarse de eso que no es suyo. Y añade que sólo de una cosa puede gloriarse: de su flaqueza.

Y para que no olvide su propia miseria, esa miseria está siempre patente ante sus ojos. Dice que tiene metida una espina en la carne, algo que le molesta al menor roce, algo que le duele continuamente. Un emisario de Satanás, nos confiesa, que le abofetea sin cesar. No se puede saber a ciencia cierta de qué se trata. Lo que está bien claro es que no le era fácil la vida, que tenía dificultades serias y tentaciones, tropiezos, obstáculos que había de superar con tenacidad y paciencia a lo largo de toda la vida. Gracias, Señor, por esa confidencia de Pablo. Es un gran consuelo a los que también tenemos una espina, de la clase que sea, metida muy dentro de nuestra carne.

«Tres veces le he pedido al Señor verme libre…» (2 Co 12, 8) Era algo que le humillaba, algo de lo que quisiera verse libre. Quién me librará de este cuerpo de muerte, exclamaba el Apóstol en otra ocasión. En este pasaje nos cuenta que tres veces, es decir, con insistencia, ha pedido al Señor que le libre de aquellas cadenas que pesan sobre su alma, de ese peso muerto que parece frenar continuamente su marcha ascensional hacia Dios.

Y Dios atiende a su ruego de una manera peculiar: Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad. Esto es, que no te libraré de esa losa que te aplasta, pero haré posible que, a pesar de eso, sigas caminando hacia lo alto. Conseguiré el prodigio de que lo mísero y lo mezquino llegue a ser algo grande y admirable, haré que tu opaca oscuridad se convierta en rutilante luz…

Estas palabras de San Pablo bien podemos hacerlas nuestras, porque todos sentimos, cada uno a su manera, esta debilidad que tantas veces nos atormenta. Y esas palabras de Dios también son válidas para nuestro caso. Por todo lo cual, sólo nos queda seguir pidiendo la ayuda divina y estar seguros, a pesar de todo, de que llegaremos al final, gozoso al lograr la victoria definitiva.

4.- «Y desconfiaban de Él…» (Mc 6, 3) Jesús vuelve a Nazaret, su tierra, no por haber nacido en ella sino por haber vivido allí después de volver de Egipto. Era un rincón risueño y escondido de Galilea, escenario y marco de su vida oculta, ejemplo y estímulo para nuestra propia existencia, hecha también de pequeños deberes, de un trabajo sencillo quizá, pero ocasión única para ofrecer al Señor, con delicadeza y cariño, esos retazos de vida, que se nos van quedando al borde de nuestra actividad de cada día.

Jesús, como judío piadoso y cumplidor que era, acude a la sinagoga el día del sábado que según la ley mosaica era sagrado. La Iglesia, desde el principio de su historia, sustituyó el sábado por el primer día de la semana, que comenzó a llamarse domingo, precisamente por ser el día del Señor, Dominus en latín. Con su conducta Jesús nos da ejemplo para que también nosotros santifiquemos ese día dedicado a Dios y no el que a cada uno le parezca oportuno.

Jesús asiste al rito de la sinagoga y comienza a hablar, haciendo uso del derecho a intervenir que tenía cualquiera de los asistentes. Sus palabras trascienden sabiduría, fuerza y luz para quienes le escuchan con buenas disposiciones. En cambio, para quienes oyen con espíritu crítico, esas mismas palabras provocaron la desconfianza y hasta el escándalo. ¿De dónde saca todo eso? ¿No es éste el hijo del carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón?

Lo primero que hay que aclarar es que estos hermanos que se nombran aquí, así como en otros pasajes evangélicos, no se pueden entender como hermanos propiamente dichos. María, en efecto, sólo tuvo un hijo, y éste por obra y gracia del Espíritu Santo. Es decir, Santa María fue siempre virgen. Lo que ocurre es que, según el modo de hablar de los semitas, se llamaban hermanos también a los parientes, más o menos cercanos, como podían ser los primos.

Por otra parte, el rechazo de los habitantes de Nazaret nos ha de poner en guardia, para no dejarnos llevar del espíritu crítico cuando escuchamos a quien nos habla en nombre de Dios. Detrás de las apariencias de la palabra humana, hay que descubrir el brillo de la palabra divina. Ojalá podamos decir con Santa Teresa que jamás escuchamos un sermón sin sacar provecho para nuestra alma.

Antonio García Moreno

¿Quién es Jesús para ti y para mí?

1. La Sagrada Escritura insiste, una y otra vez, que Jesús no fue recibido entre los suyos: “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”. Por otra parte, cada uno de los cuatro evangelios tiene algunas características propias, peculiares. Y una característica peculiar del evangelio de Marcos es la repetida pregunta que se hace diversa gente ante Jesús: ¿Quién es este? ¿De dónde le viene esta sabiduría y esta fuerza? Y lo curioso es que –según Marcos– Jesús prácticamente no responde a la pregunta. Como si quisiera decir: Sólo el que me sigue, el que va conociendo y amando, hallará –en el fondo de su ser– la respuesta.

Hoy hemos escuchado cómo la pregunta surge allí donde más conocían a Jesús; en su tierra, en su pueblo, entre los hombres y mujeres que habían convivido con Él, le habían tratado como carpintero y conocían a toda su familia. Más aún: La pregunta surge entre el que podríamos llamar el sector más practicante, más religioso de su pueblo (los que iban el sábado a la sinagoga para la reunión semanal).

Notemos que en la reacción de aquella gente hay como dos pasos. El primero es de reconocimiento asombrado de la sabiduría con que habla ahora Jesús, de constatación sorprendida de la fuerza milagrosa de sus manos. Desde que Jesús ha dejado su pueblo, las noticias que llegan de las poblaciones vecinas, de toda Galilea, hablan de estas sorprendentes maravillas. Quizá algunos de Nazaret han sido testigos de ello en Cafarnaún, en Tiberiades. En una palabra: No niegan los hechos.

Pero –segundo paso– ante estos hechos, desconfían ¿por qué? Porque Jesús es uno de los suyos. Y lo que no pueden admitir –a pesar de la fuerza de las palabras y de los hechos– es que Dios actúe y se manifieste a través de un hombre que es uno de ellos. Quizá si hubiera venido de lejos, si hubiera sido un sabio con títulos o un hombre con misteriosos poderes… pero no uno de ellos: El carpintero, el hijo de María, el vecino y compañero de toda la vida.

2. ¿Quién es Jesús para ti y para mi? ¿Cuánto lo has conocido? ¿Qué tanto has permitido que entre en tu existencia y defina tu estilo de vivir y de comportarte? ¿Qué tanto has permitido que modifique tu modo de pensar, tus gustos y tus decisiones?

La primera lectura nos presenta a un pueblo “testarudo” que, ante las dificultades, ha olvidado las grandes muestras de amor que Dios ha tenido para con él, y ahora no quiere prestar oído a sus palabras. Es un pueblo que no ha sabido enfrentar las dificultades con madurez y piensa que si ha sufrido es porque Dios lo ha abandonado.

El pueblo de Dios no se deja educar con las situaciones que implican sufrimiento deseando que todo en su vida le resulte a su manera. Se ha olvidado que el hombre fiel a Dios, el profeta, no busca que las cosas resulten a su manera, sino que siempre busca hacer en todo la voluntad de su Señor, y las dificultades de la vida son ocasión para aferrarse más a Dios, y no motivos para derrumbarse en la fe.

El evangelio nos permite ver una escena en la vida de Jesús cuando va a su aldea natal. Sus vecinos lo escuchan con asombro pero con incredulidad, “¿dónde aprendió?” se preguntan. No quieren ver lo extraordinario de ese hombre que antes sólo parecía uno de ellos, y ahora se presenta con un mensaje y un estilo de vida que les deja sorprendidos, su incredulidad les hace poner una barrera y, lejos de emprender un nuevo estilo de vida a partir de la propuesta del Señor, se contentan con decir ¿no es este el hijo del carpintero? No cayeron en la cuenta de que Jesús sólo sabían ciertas cosas, por ejemplo, quien era su familia, quienes eran sus parientes y cual había sido su oficio; sin embargo, efectivamente no lo habían conocido y ahora no aceptan que les dé una palabra distinta y les proponga un cambio en su existencia.

3. A nosotros nos puede pasar que nos engañemos creyendo conocer a quien llamamos “nuestro Señor”, cuando en realidad no hemos tenido un verdadero encuentro personal con él, que nos permita encontrarle el sentido a nuestra existencia y emprendamos estilos nuevos, maduros y creativos de afrontar la vida.

La segunda lectura nos hace conocer a un hombre para quien Jesús no fue un simple carpintero. Un hombre que empeñó toda su existencia al conocer a Jesucristo, la empeñó en su transformación y la dedicó a anunciarlo entre los más alejados. Este hombre es Pablo, quien fue probado muchas veces por el sufrimiento, pero sabía que el sufrimiento le daba la oportunidad de ser más fuerte cada día, de esa manera, lejos de lamentarse de sus problemas, se goza en decir que su fuerza no reside en él mismo sino que le viene de la gracia de Jesús.

Así como se presentó en Nazaret, Jesús nos dirige hoy su palabra y nos reta a conocerlo a profundidad, a transformar nuestra vida y a hacernos fuertes en medio de los sufrimientos. Asimismo nos propone que nos encontremos con él nuevamente por primera vez, de tal manera que no sólo digamos que lo conocemos, sino que nuestra modo de vivir lo demuestre.

4. También nosotros somos un pueblo “testarudo” y obstinado, como lo era el pueblo de Israel. Muy probablemente no haremos caso del profeta porque somos un pueblo rebelde que no quiere aprender de la historia. Pero mientras haya pobres entre nosotros sabremos que Dios sigue gritando proféticamente. Tal vez no hagamos caso, pero al menos sabremos que, los profetas entre nosotros están dispuestos a darnos la lata, como Ezequiel entre los suyos, Jesús de Nazaret y los pobres entre nosotros.

Antonio Díaz Tortajada

Ese maloliente mendigo…

1.- Dicen los exégetas –y creámosles al menos por una vez siquiera—que el Señor Jesús fue a Nazaret al menos tres veces: dos evangelistas dicen que fue a su patria y San Lucas, más delicado siempre, dice a Nazaret, donde se había criado, donde tenía sus raíces, donde había pasado su niñez, su adolescencia y donde se había hecho adulto… toda una historia de sucesos de cada día, toda un gama de parientes, primos, primas, tíos y tías, un pequeño pueblo lleno de buenos recuerdos para Jesús. ¡Cuántos amigos de infancia! Tres veces volvió a su patria chica esperando acogida y comprensión y al final tuvo que alejarse de ella para siempre.

Nadie es profeta en su propia casa. Y en castellano tenemos otra expresión que dice: “nadie es grande para su ayuda de cámara”. Yo he tenido la suerte de largos años junto a un hombre grande: el Padre Arrupe, pero, realmente, el hacerle la maleta no me ayudaba nada para considerarlo grande, los mismos calcetines de todos, los mismos pañuelos, las mismas aspirinas, la misma bufanda y otros muchos etcéteras… ¡Si siquiera hubiera tenido yo que meter en la maleta una mitra o un báculo!

Pues esa fue la tragedia de los vecinos de Nazaret: no encontraron ni un báculo, ni una mitra, ni un cetro, ni armiños. Todo el equipaje del Señor Jesús era el mismo de todos ellos, de todos nosotros. Una familia corriente, unos parientes, un oficio bastante vulgar, ninguna formación escriturística. Y eso, con los pañuelos y calcetines, con las aspirinas y las bufanda, no cuadraba con sus milagros (que reconocen), ni con su maravillosa doctrina y prefieren cerrar la maleta y no creer en Él.

2.- Pensamos que nos gustaría tener a Dios visible y palpable y sin embargo, en realidad, le preferimos lejos, allá en los Cielos. Creer en un Dios Padre con barba blanca como un Santa Claus nos gusta. Tener un Hijo Dios sentado a la diestra del Padre, bien; aunque no sepamos que es eso de la diestra, y admitir una paloma que sobrevuela sobre la Iglesia, pase, aunque no nos gusten las palomas…

Pero creer en un Dios que, aunque no le vemos, nos dejó dicho que está con nosotros hasta el fin de los tiempos, que si damos de comer y beber es a Él al que lo hacemos. Total, un Dios, sentado junto a mi, ante la televisión verduzca y sospechosa… ¡eso no!

No nos gusta sentarnos junto a Dios, encontrarnos en la entrada de El Corte Inglés, en la caja del supermercado o en la cola de Caja Madrid o del BBVA, o pidiendo en el atrio de la Iglesia. Como aquellos convecinos, un Yahvé, tronando en el Sinaí, pero un Dios carpintero, sudoroso, con alguna que otra viruta colgada de la barda… ¡eso no!

Un Dios por cuyas venas corra sangre vulgar, que si se investigaran sus antepasados se encontrarían seres poco honorables, como nos insinúa San Mateo con aquellas 72 generaciones que narra como antepasados del Dios Mesías… ¡eso es demasiado para nosotros!

3.- Ni los de Nazaret ni nosotros creemos en un Dios que se ha hecho hombre, un Dios sentado a mi lado y si lo viera daría yo un respingo y me alejaría como si tuviera junto a mí a un maloliente mendigo.

Nos hemos fabricado a nuestro dios, somos idolatras y adoramos a un dios inventado por nosotros, que ama a los que amamos, odia a los que odiamos, castiga a los malos (que siempre son los otros) y está con el palo en alto para coger en falta a quienes nos han engañado.

Cuántos ateos a nuestro alrededor no creen en nuestro dios, son ateos de nuestro dios, no del Dios Verdadero… son ateos gracias a Dios. Claro que ateos de conveniencia.

4.- Y sin embargo, entre tanta gente falta de fe, hubo quien a contra corriente de todos creyó en el Señor, convecinos, testigos de su bondad de corazón, y de la bondad de su madre y creyeron en el Él, y Él correspondió imponiéndoles las manos y curándolos.

Un poquito de bálsamo para el corazón del Señor, pues en medio de nuestro ateismo, admitamos un Dios cercano, en el niño, en el compañero de trabajo, en el marido, en la esposa, en el conductor del autobús, en la mujer de la limpieza, en el pobre que nos tiende su mano…

José María Maruri, SJ

Sabio y curador

No tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable ni pertenecía a las élites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un obrero de la construcción de una aldea desconocida de la Baja Galilea.

No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente.

Según Marcos, cuando Jesús llega a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedan sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no es un pensador que explica una doctrina, sino un sabio que comunica su experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor. No es un líder autoritario que impone su poder, sino un curador que sana la vida y alivia el sufrimiento.

Sin embargo, las gentes de Nazaret no lo aceptan. Neutralizan su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejan enseñar por él ni se abren a su fuerza curadora. Jesús no logra acercarlos a Dios ni curar a todos, como hubiera deseado.

A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos ayude a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de manera nueva.

Por otra parte, para experimentar su fuerza salvadora es necesario dejarnos curar por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberarnos de miedos que nos paralizan, atrevernos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Solo se curan quienes creen en él.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Santo Tomás

Hoy es la fiesta de Santo Tomás. Uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre significa “gemelo” en arameo.

En el Evangelio de Juan aparece en varios pasajes: cuando Lázaro acaba de morir y los discípulos se resisten ante la decisión de Jesús de volver a Judea, Tomás determina: «Vamos también nosotros, para que muramos por él». Durante la Última Cena, cuando Jesús asegura que ya conocen el camino a donde va a ir Él, Tomás pregunta: «Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?». Y, finalmente, en el pasaje que hemos leído hoy: aunque Tomás recibe el anuncio de la resurrección de Jesús, se niega a admitirla: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré»; sin embargo, ocho días después, Tomás toca con sus propias manos las heridas de Jesús y termina diciendo: “Señor mío y Dios mío”…

Es curioso: parece que Tomás, en estas tres intervenciones del Evangelio, hace el itinerario inverso a un camino que va de la duda a la convicción. Él, por el contrario, comienza con mucha determinación: «Vamos también nosotros, para que muramos por él»; continúa con una pregunta ante algo que reconoce no saber: «Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?». Y sigue con una duda radical: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré»…

Sin embargo, la duda radical no tiene en él la última palabra. Ante el Señor que se le hace presente, llega a la mayor confesión de fe: “Señor mío y Dios mío”. Y esa sí es la última palabra que conocemos de él.

Algo así puede ser la vida de todo discípulo del Señor: primero, un gran entusiasmo; después, comienzan a aparecer las preguntas ante lo que se desconoce; y pueden incluso llegar momentos de duda radical… Que en esos momentos también el Señor se nos haga presente, con sus llagas, mostrándonos que también Él pasó del entusiasmo de las muchedumbres que le seguían a la soledad de la cruz… Y que la confesión humilde de nuestra fe también sea nuestra última y discreta palabra. “Señor mío y Dios mío”…

Ciudad Redonda