Sombra

La desconfianza suele ser un mecanismo de defensa, que fácilmente adopta la forma de desprecio, como en este caso, y de descalificación gratuita.

Como tantos otros mecanismos de ese tipo, pretende defender, en realidad, del propio malestar, probablemente no confesado y ni siquiera reconocido. Es como si, al descalificar al otro, me “calificara” a mí mismo. En este sentido, la desconfianza, el desprecio y la descalificación suelen ser síntomas y, por tanto, mensajeros de la propia sombra no reconocida ni aceptada. Ello explica que, habitualmente, vayan acompañados de acritud. Es sabido que la sombra se detecta porque aparece crispación, según la conocida ley: todo aquello que me crispa está en mí.

Para salir de ese laberinto mortal, la puerta se halla en la aceptación de toda nuestra verdad, sin disimularla, maquillarla ni negarla. Porque la sombra no es mala; solo se convierte en algo hostil cuando la ignoramos y no la tenemos en cuenta. “La sombra solo resulta peligrosa ­-decía el psiquiatra Carl Jung- cuando no le prestamos la debida atención”.

Si, en lugar de dejarme llevar por ella, en actitudes defensivas y descalificadoras, la acepto, reconociendo mis sentimientos, notaré que la sombra, antes temida y rechazada, me humaniza, me baja del pedestal al que me había subido mi ego neurótico y me hace humilde. Solo ese camino nos regala la paz, que únicamente podemos encontrar cuando abrazamos toda nuestra verdad.

Y, al encontrarnos en la aceptación de toda nuestra verdad, habremos “encontrado” también a los otros. Porque la sombra aceptada y abrazada nos unifica y nos hace compasivos. Como diría el propio Jesús, cuando vemos la “viga” en el ojo propio podemos comprender la “mota” en el ojo del hermano (Mt 7,3). De ese modo, la energía antes devoradora se convierte en energía sanadora.

¿Sé que mi acritud y juicio o descalificación del otro es síntoma de mi sombra no reconocida ni aceptada?

Enrique Martínez Lozano

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II Vísperas – Domingo XIV de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo

La noche entera
la pasamos queriendo
mover la piedra.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas:
nadie supo la hora
ni la manera.

Antes del día.
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto.

La fe velando,
para verte de noche
resucitando.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: 2Ts 2, 13-14

Debemos dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió como primicias para salvaros, consagrándoos con el Espíritu y dándoos fe en la verdad. Por eso os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida.
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.

PRECES

Demos gloria y honra a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que, por medio de él, se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder a favor nuestro, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate de tu pueblo, Señor.

Señor Jesús, Sol de justicia que ilumina nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche, te pedimos por todos los hombres; 
— que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz, que no conoce el ocaso.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre,
— y santifica a tu Iglesia, para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
— y que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz 
— y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, las almas de los difuntos
— y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Portavoz de Dios

El evangelio de este próximo domingo hay que entenderlo en el contexto del evangelio del domingo pasado en el que los marginados de Israel encuentran en Jesús una alternativa a su situación. La multitud es representada por la hija de Jairo, sometida a la institución y por la mujer con flujos que representa al pueblo marginado por quien dice actuar en nombre de Dios.

Jesús, en el evangelio de Marcos va marcando claramente cómo la institución solo provoca la muerte y margina a las personas dejándoles sin solución. La enfermedad es castigo de Dios y quien está en la impureza no se puede acercar ni a Dios ni a los demás, por lo que está condenada a un aislamiento que solo puede conducir a la muerte. El propósito de Jesús no es por lo tanto curar a la gente sino sanar de raíz una cultura, una religión que oprime y explota y Jesús les presenta una alternativa: otra imagen de Dios.

Ese Dios cuya experiencia Jesús describe como Abba, está fuera de la ley; no es un dios de mandamientos, normas y preceptos, sino un amor incondicional que pretende lograr la libertad de cada hijx. Esa libertad que Jesús predica tiene un precio: quedar excluido del círculo de la familia, del pueblo, de la comunidad.

Su gente está impresionada por sus enseñanzas pero no reconocen su autoridad. No quieren dar el salto de dejarse tocar, sanar, resucitar por Jesús porque temen las consecuencias que eso les puede traer; es mucho más fácil ridiculizar al mensajero y escandalizarse de él.

Todo profeta es amado y odiado al mismo tiempo. Queremos su mensaje liberador pero no las consecuencias que ese mensaje comporta para nuestras vidas. Ningún profeta es querido por mucho tiempo porque acaba tocando las fibras más sensibles de nuestra comodidad y anquilosamiento.

Posiblemente no son palabras de Jesús: “Solo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian a un profeta”; más bien, es la reflexión de la comunidad cristiana que experimenta el rechazo de los más cercanos porque aceptar que alguien como nosotros trae un mensaje de Dios es muy difícil; se mezclan la envidia, los celos, el miedo… y el arma más potente es ningunear a esa persona.

Atentos a la diferencia entre profeta y gurú. Hoy en día muchas personas se erigen como “maestrxs” y sus enseñanzas pueden ser constructivas… ¿por qué no? Pero hay mucho ego mezclado, muchas ganas de estar en medio y de causar impresión en todos los campos del saber.

El otro día nos contaban de un proyecto interesantísimo sobre agricultura regenerativa, aquí, en Mallorca, capitaneado por alguien con una gran filosofía sobre el cambio climático y la necesidad de crear proyectos de agricultura sostenible en los lugares con más peligro de desertización.

En poco tiempo vieron que alguien que “predicaba” sobre cambios profundos en nuestra manera de pensar y actuar estaba preocupado sobre todo en que su nombre apareciera en el documental explicativo y que se le remunerara por todas y cada una de sus aportaciones, sin contar para nada que en este momento incipiente los recursos económicos eran más bien escasos.

No hay cambios estructurales posibles sin cambios personales de escalas de valores y de actitudes internas profundas. Los ideales más grandes caen cuando nuestro “ego” se pone en medio y nos hace perder la visión.

Hoy tenemos muchos gurús, personas a las que admiramos y que marcan caminos a seguir. Pueden ser sustitutos de la Ley, gente a la que seguimos pero sin implicarnos personalmente.

Y sin embargo, se nos llama a ser un profeta, alguien tocado por Dios a diario, a través de la escucha atenta, voz y presencia de la compasión, de la ternura, a la vez que denunciante de la injusticia, de la opresión, del abuso del poder.

Si experimento en mi vida el gozo de ser sanada, liberada, reconstruida, no hace falta una elección especial, una tarea encomendada, me convierto en “porta-voz”, alguien que lleva esa palabra de aliento, esa escucha atenta, esa mirada compasiva dondequiera que voy, a los lugares donde me siento llamada.

La voz de Dios y la voz de la comunidad me van ayudando a discernir dónde invertir mis talentos, cómo trabajarlos, compartirlos…y sé que estoy en el camino cuando experimento una paz interior que por otro lado no me deja tranquila, no siento que ya he llegado… siempre en camino.

Carmen Notario, sfcc

Porque sabían que era hijo de José, lo rechazan

Las tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel como Pablo como Jesús se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad plena que el don absoluto de Dios hace posible en ellos. Somos humanos, tal vez ‘demasiado humanos’ como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad que podemos alcanzar es algo increíblemente grandioso y más que suficiente para dar sentido a una vida. Seres humanos limitados y a la vez humanos infinitos.

Con este texto concluye Marcos una parte de su obra. Después de este relato, que manifiesta la aceptación por el pueblo de las tesis de los dirigentes, no vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes oficiales de la religión. Sigue enseñando al pueblo oprimido, que quiere liberarse. Jesús ve que no hay nada que hacer con la institución, y se va a dedicar al pueblo marginado. Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, aunque con notables diferencias. Relatos paralelos se pueden encontrar en Jn y en otros lugares de los mismos sinópticos.

Marcos no tiene relatos de la infancia. Por eso puede narrar sin prejuicios este encuentro con los de su “pueblo”. Es un toque de alerta ante el afán de divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían jugado y trabajado con él, lo conocían perfectamente. Lo encuadraban en una familia, (requisito indispensable para ser alguien en aquella cultura). Hasta ese momento no habían descubierto nada fuera de lo normal en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario.

El texto griego no habla de pueblo sino de “patria”. Ni hace referencia al lugar geográfico. Se refiere más bien al ambiente social en que desarrolló su vida. Llega con sus discípulos, es decir, convertido en un rabino que tiene sus seguidores. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado, e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto. Jesús por su cuenta, se pone a enseñarles. Marcos ya había advertido de la relación de Jesús con su familia. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que estaba loco. Quedan impresionados como en Cafarnaúm pero con una actitud negativa.

El texto griego no dice: “desconfiaban de él” sino “se escandalizaban”, que indica una postura más radical. Ni siquiera pronuncian su nombre. Dicen despectivamente que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona. Es curioso que Mateo corrige el texto de Marcos y dice: “hijo del carpintero”. Pero Lucas va más lejos y dice: “el hijo de José”. Estos evangelistas, que copian de Marcos, seguramente intentan quitarle al texto toda posible interpretación peyorativa. Para Marcos, no era hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones, como era su obligación.

Ese conocimiento excesivo de Jesús es lo que les impide creer en él. Conocen muy bien a Jesús, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar muy atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera de la asamblea podía hacer la lectura y comentarla. Si no aceptan la enseñanza de Jesús, es porque no se presentó como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas que estaban de acuerdo con la tradición. La religión judía estaba segura de sí misma y no admitía novedad. Los jefes religiosos no permitían admitir nada distinto a lo que ellos enseñaban.

Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Al hacer Jesús alusión al rechazo del “profeta” está respondiendo a las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la primera característica de un profeta. El texto nos está diciendo que, al no aceptarle, están rechazando a Dios mismo. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por los sometidos a quienes intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús tuvo que ser realmente muy fuerte.

Un detalle muy interesante es que su desconfianza impide que Jesús pueda hacer milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: “tu fe te ha curado”; y a Jairo: “basta que tengas fe”. La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un “milagro”. ¿Dónde está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que tiene la omnipotencia de Dios en sus manos y que puede hace lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el “hacer” como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad en la manga ha falseado el verdadero rostro de Jesús.

El relato de hoy nos habla de la humanidad de Jesús. Nos está confirmando que no tiene privilegios de ninguna clase. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta envidado de Dios. Siempre será difícil descubrir a Dios en aquel que se muestra como muy humano. También hoy rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con el que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: “no nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?” Acostumbrados a oír siempre lo mismo, si alguien se le ocurre decir algo distinto, aunque esté más de acuerdo con el evangelio, saltamos como hienas.

Todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es también la postura de todos los que lo negaron en aquella sociedad en la que vivió. Como no responde a las expectativas, no existe. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar despegado de todas las imágenes que nos hemos hecho de él. Siempre que nos encerremos en ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo.

Dios nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos, lo descubriremos siempre diferente y desconcertante. Si esperamos encontrar al Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que ya nos es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se acomode a nuestras expectativas egoístas.

El verdadero profeta es el que habla de un Dios desconcertante e imprevisible que puede salir en cualquier instante por peteneras. El profeta nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la exigencia de Dios es la perfección a la que no podemos llegar nunca. El auténtico profeta será siempre un inconformista, un indignado. Lo más «antiprofético» y antievangélico será siempre la persona o la institución instalada.

El gran espejismo en que hemos caído en el pasado fue pensar que “todos” tenían la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta hoy, hemos cometido el disparate de hacer cristianos por “decreto”. La opción por el evangelio será siempre cuestión de minorías. Nos asusta un Jesús completamente normal porque hemos puesto la grandeza en lo extraordinario. Pero resulta que lo más grande de todo ser humano no es lo que no tienen los demás, sino precisamente lo que todos tenemos por igual.

Meditación-contemplación

El demasiado conocimiento de Jesús nos impide descubrirlo.
Lo que es y significa Jesús no se puede meter en doctrinas.
A Dios solo se llega viviendo su presencia en nosotros.
Para llegar a la vivencia tengo que superar el conocimiento.
El conocimiento de Jesús y de Dios no me viene de fuera.
La experiencia de Dios y de Jesús me llegará de dentro.

Fray Marcos

Comentario – Domingo XIV de Tiempo Ordinario

(Mt 6, 1-6)

Este texto muestra a Jesús como una verdadera paradoja; por una parte se manifestaban en sus prodigios y en sus palabras el poder y la sabiduría de Dios, pero por otra parte no tenía un reconocimiento en la sociedad, no ocupaba ningún puesto importante y pertenecía a una familia pobre y sencilla. ¿Podía ser el Mesías alguien que desde niño había caminado por sus calles y había compartido sus vidas simples, ocultas, ignoradas por todos? ¿Podía ser el Rey esperado alguien que era también uno más, uno cualquiera? Finalmente, estas preguntas se convierten en incredulidad, y Jesús ve limitado su poder a causa de esa falta de fe que no le permite hacer prodigios en su propia tierra. Es fascinante ver al mismo Hijo de Dios que «se extrañaba de la incredulidad de ellos».

Cuando Jesús dice que un profeta es despreciado solamente en su tierra («nadie es profeta en su tierra»), en realidad no estaba afirmando algo que sucede siempre de esa manera, sino que tomó un refrán popular para que se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo en ese momento: que lo despreciaban porque no eran capaces de descubrir las cosas grandes que a veces se presentan en medio de la sencillez de la vida y a través de las personas que uno se encuentra en el camino cotidiano. También en nuestras vidas el Señor puede manifestarse en signos simples, tan sencillos que nos cuesta reconocer que vienen de él. Agudicemos la sensibilidad del alma para mirar mejor las distintas formas con las que Dios se hace presente en nuestras vidas sin pretender encasillarlo en nuestra pobre perspectiva. Algunas personas no crecen en la vida espiritual porque están esperando ocasiones extraordinarias o llamativas para entregarse a Dios, como si él no se hiciera presente en lo sencillo y cotidiano. Decía San Francisco de Sales: «Las grandes ocasiones de servir a Dios se presentan raramente, pero las pequeñas son de cada día. Si haces las cosas cotidianas en nombre de Dios todo estará bien. Sea que comas o duermas, te diviertas o trabajes, todo en unión con Dios está bien».

Oración:

«Mi Salvador, quiero contemplar tu santa humanidad, admirarme por la sencillez que guardaba tu infinita gloria; reconocer que realmente te hiciste igual a mí, con los límites de mi pequeña existencia terrena».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Domingo XIV de Tiempo Ordinario

INTRODUCCIÓN

No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente. A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con Él. Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos ayude a vivir en la presencia amistosa y cercana a Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de manera nueva. (J.A. Pagola)

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Ez. 2,2-5     2ª Lectura: 2Cor. 12,7b-10

EVANGELIO

Marcos 6,1-6:

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.» No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

REFLEXIÓN

En el evangelio aparecen muchas veces los escándalos y, en concreto, en este evangelio. Pero aquí no se refiere Jesús a los escándalos de tipo moral, esos que escandalizan a los niños y que tienen un castigo severo (Mc. 9,42). Aquí se trata de los escándalos de tipo doctrinal, de los que escandalizan a los paisanos de Jesús.  Y nos fijaremos en tres puntos: el escándalo de los paisanos, el escándalo de Jesús y el escándalo de la Iglesia.

1.– EL ESCANDALO DE LOS PAISANOS. Los paisanos de Jesús se escandalizan de que Jesús, que ha vivido con ellos treinta años haciendo lo mismo que ellos, ahora haga cosas distintas, incluso milagros. No aceptan la Encarnación de Dios en la sencillez, en la humildad, en la vida ordinaria en un pueblo insignificante. Sólo aceptan al Dios del A.T. que se manifiesta en el fuego, en la tormenta, en el huracán, en el paso majestuoso del Mar Rojo. No aceptan a un Dios que se puede manifestar también en la “suave brisa” (1Reg. 19,12) de los días ordinarios vividos con mucho amor. Nos cuesta aceptar un Dios que pasa por la vida “como uno más, como uno cualquiera” (Fil. 2,7).  No aceptamos un Dios que “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre…en todo semejante a nosotros excepto en el pecado” (G.S. 22). Los hombres de todos los tiempos preferimos ese Dios Majestuoso, que habita más allá de las estrellas, a ese Jesús maravilloso que “se cansa, tiene hambre y sed” (Jn.4,4-6), “llora por la muerte del amigo” (Jn. 11,35). Y ante la muerte, se muere de miedo y de angustia, (Mc. 14,33) y siente necesidad de acudir a su Padre Dios.  Este es el Dios que necesitamos: uno de los nuestros, que entiende nuestros trabajos, sufrimientos y angustias porque “él mismo los ha vivido, los ha experimentado”.  Es nuestro hermano. 

2.– EL ESCANDALO DE JESUS. Jesús no se extraña, no se escandaliza de cualquier cosa. No se escandaliza de nuestras miserias y nuestros pecados. Tiene un corazón grande que sabe perdonar. Lo que le escandaliza a Jesús es “nuestra poca fe”.  Naturalmente se trata de la fe que Él quiere suscitar en el corazón de los creyentes: Una confianza ilimitada en Dios-Abbá, padre maravilloso a quien le podemos invocar con la sencillez, la ternura y el encanto con que un niño habla con su “papá”. Un Padre que no hace distinciones y “hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos y pecadores”.  (Mt. 5,45).  A Jesús le escandaliza que sigamos creyendo en ese Dios que nos habla de “año de gracia y de venganza” (Is. 61,2) y no se acepte a un Dios que “sólo hable de la gracia” (Lc.4,19). Esto es tan intolerable que sus mismos paisanos quieren despeñarle (Lc. 4, 29).  Estamos más a gusto con un Dios vengativo, justiciero, que trata de vencer por la fuerza de su poder antes de convencer con el encanto de su amor.  También Juan Bautista participaba de estas ideas y, estando en la cárcel, siente dudas de fe. ¿Será o no será el Mesías? Y Jesús se limita a decirle: “Dichosos los que no se escandalizan de mí” (Mt. 11,6). Es decir, dichosos los que no se escandalizan de que el Dios revelado por Jesús sea tan bueno, tan misericordioso, tan cercano, tan genial.

3.– EL ESCANDALO DE NUESTRA IGLESIA. El escándalo de la Iglesia no está en que los conventos y seminarios los tengamos medio vacíos, ni que la gente venga cada vez menos a Misa, ni siquiera que haya sacerdotes y religiosos manchados con pecados detestables que el Papa Francisco trata de erradicar.  El gran escándalo de la Iglesia es que no hemos cumplido con el mensaje principal de Jesús, el mensaje que, al ser el más importante, se lo guardó para el fin, como su “testamento”. Y este mensaje lo conocemos todos: “AMAOS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO”. El escándalo de la Iglesia es que, como decía el Papa San Juan XXIII “este mensaje de Jesús, a veinte siglos de distancia, los cristianos lo tenemos sin estrenar”. Esta es la señal que nos dejó Jesús para conocer si somos cristianos o no. San Juan es contundente:” EL QUE NO AMA NO HA CONOCIDO A DIOS” (1Juan 4,8). El que no ama no tiene ni idea de lo que es Dios. EL QUE NO AMA NO SABE ADONDE VA (1Juan 2,11).  La Iglesia primitiva que era la admiración de los paganos porque los cristianos se amaban “MIRAD COMO SE AMAN” (Tertuliano. S.II) sí sabía adónde iba. Nuestra Iglesia está totalmente despistada, fuera de la pista del amor. LA IGLESIA SIN AMOR ESTA MUERTA (1Juan 3,14). Busquemos donde está la raíz del escándalo de la Iglesia.   

PREGUNTAS

1.- ¿Estoy dispuesto a cambiar la imagen que tengo de Dios por la que me ofrece Jesús en el Evangelio? 

2.- ¿Me preocupa que Jesús se escandalice de mi mala fe, de mi poca fe?  ¿Qué voy a hacer para convertirme a Él?

3.- ¿Estoy dispuesto a cumplir el testamento de Jesús? ¿Qué medios voy a usar para conseguirlo?

Este evangelio, en verso, suena así:

Señor, ¡qué mal te acogieron

los paisanos de tu pueblo!

No descubrieron en ti

a un enviado del cielo.

Prejuzgan a tu familia,

tu oficio de carpintero,

no haber podido estudiar

a los pies de un buen maestro.

A tu gran sabiduría,

al fiel anuncio del Reino,

a tus gratuitos milagros,

responden con el desprecio.

Nosotros los criticamos

por no aceptar tu evangelio,

orgullosos, sólo vemos

la paja en el ojo ajeno.

También nosotros, Señor,

olvidamos tus proyectos.

Y, ante tu estilo de vida,

nuestra fe sufre un “bloqueo”.

Ven, Señor, en nuestra ayuda,

elimina nuestros miedos.

Más que palabras, la fe

es vivir según tu ejemplo.

Con fe viva en tu persona

Hoy salimos a tu encuentro.

Toma, Señor, nuestro barro.

Haz con él un “vaso nuevo”.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

El misterio de la incredulidad

El domingo pasado nos recordaba el evangelio de Marcos dos ejemplos de fe: el de la mujer con flujo de sangre y el de Jairo. Hoy nos ofrece la postura opuesta de los nazarenos, que sorprenden a Jesús con su falta de fe (6,1-6). El hecho de que un profeta no sea aceptado entre los suyos no representa ninguna novedad. Ya le ocurrió a los antiguos profetas. El caso más sangrante es el de Ezequiel. Dios le avisa, en el momento de la vocación, que su actividad está condenada al fracaso.

El fracaso de Ezequiel (Ez 2,2-5).

El relato de la vocación de Ezequiel es el más extenso de todos los relatos de vocación proféticos: casi tres capítulos en la numeración actual (Ez 1,1-3,15). La liturgia se limita a un breve pasaje por su relación con el evangelio.

El texto es tan interesante como desconcertante. Todo el pasado del pueblo de Israel se resume en una historia de rebeldía y dureza de corazón, y los hijos no son mejores que los padres. ¿Qué actitud tomará Dios? ¿Desentenderse de ellos, como proponía a Moisés en el desierto? ¿Acabar con este pueblo pecador y elegirse uno nuevo? La decisión es seguir hablándole, hacer resonar su voz. El contenido del mensaje es lo menos importante y no se concreta en este momento. Lo fundamental es que Dios ha hablado y sigue hablando, como lo demuestra la fórmula: «Esto dice el Señor».

¿Por qué es esto tan importante? Para que no pueda atribuirse la culpa de todo al silencio de Dios. La trágica experiencia de los campos de concentración nazis hizo escribir a un autor judío: «Después de Auschwitz no se puede hablar de Dios». Ezequiel le responde: «Después de la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia se puede seguir hablando de Dios, porque Él sigue hablando». El problema no es su silencio, sino nuestra sordera. Ezequiel, igual que Jesús, son testigos de que Dios habla. Y también testigos del fracaso de Dios.

El fracaso de Jesús (Mc 6,1-6)

Resulta interesante comparar lo ocurrido en Nazaret con lo ocurrido al comienzo del evangelio: también un sábado, en Cafarnaúm, Jesús actúa en la sinagoga y la gente se pregunta, llena de estupor: «¿Qué significa esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.» Enseñanza y milagros despiertan admiración y confianza en Jesús, que realiza esa misma tarde numerosos milagros (Mc 1,21-34).

Otro sábado, en la sinagoga de Nazaret, la gente también se asombra. Pero la enseñanza de Jesús y sus milagros no suscitan fe, sino incredulidad. La apologética cristiana ha considerado muchas veces los milagros de Jesús como prueba de su divinidad. Este episodio demuestra que los milagros no sirven de nada cuando la gente se niega a creer. Al contrario, los lleva a la incredulidad.

Los milagros de Jesús han representado un enigma para las autoridades teológicas de la época, los escribas, y ellos han concluido que: «Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios por arte del jefe de los demonios» (Mc 3,22).

Los nazarenos no llegan a tanto. Adoptan una extraña postura que no sabríamos cómo calificar hoy día: no niegan la sabiduría y los milagros de Jesús, pero, dado que lo conocen desde pequeño y conocen a su familia, no les encuentran explicación y se escandalizan de él.

Jesús, motivo de escándalo

En griego, la palabra escándalo designa la trampa, lazo o cepo que se coloca para cazar animales. Metafóricamente, en el evangelio se refiere a veces a lo que obstaculiza el seguimiento de Jesús, algo que debe ser eliminado radicalmente («si tu mano, tu pie, tu ojo, te escandaliza… córtatelo, sácatelo»).

Lo curioso del pasaje de hoy es que quien se convierte en obstáculo para seguir a Jesús es el mismo Jesús, no por lo que hace, sino por su origen. Cuando uno pretende conocer a Jesús, saber «de dónde viene», quiénes forman su familia, cuando lo interpreta de forma puramente humana, Jesús se convierte en un obstáculo para la fe. Desde el punto de vista de Marcos, los nazarenos son más lógicos que quienes dicen creer en Jesús, pero lo consideran un profeta como otro cualquiera.

Asombro e impotencia de Jesús

A Marcos le gusta presentar a Jesús como Hijo de Dios, pero dejando muy clara su humanidad. Por eso no oculta su asombro ni su incapacidad de realizar en Nazaret grandes milagros a causa de la falta de fe. Adviértase la diferencia entre la formulación de Marcos: «no pudo hacer allí ningún milagro» y la de Mateo: «Por su incredulidad, no hizo allí muchos milagros».

Nazaret como símbolo

Los tres evangelios sinópticos conceden mucha importancia al episodio de Nazaret, insistiendo en el fracaso de Jesús (la versión más dura es la de Lucas, en la que los nazarenos intentan despeñarlo). Se debe a que consideran lo ocurrido allí como un símbolo de lo que ocurrirá a Jesús con la mayor parte de los israelitas: «Solo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta».

El fracaso no lo desanima

Jesús ha fracasado en Nazaret, pero esto no le lleva al desánimo ni a interrumpir su actividad. Igual que Ezequiel, lo escuchen o no lo escuchen, dejará claro testimonio de que en medio de Israel se encuentra un profeta.

Reflexión

Bastantes veces he oído decir: «Si fuésemos mejores, si la Iglesia fuera como la quería Jesús, si actuásemos como él, la gente aceptaría el mensaje del evangelio y no habría tanta incredulidad». Las lecturas de hoy demuestran que esta idea es ingenua. Nunca seremos mejores que Jesús, pero él también fracasó. No solo en Nazaret, sino en Corozaín, Betsaida, Cafarnaún, Jerusalén… Sin embargo, nunca renunció a cumplir la misión que el Padre le había confiado. Este es el gran ejemplo que nos da en el evangelio de hoy.

José Luis Sicre

Nazaret

Cuando tenía catorce o quince años, mis queridos jóvenes lectores, oí por primera vez hablar con detalle, de esta población. Treinta años después visité el lugar por primera vez y, más tarde, he vuelto muchas veces. El Nazaret de tiempos de Jesucristo es una villa habitada desde épocas prehistóricas, que en tiempo de Jesús tenía una población que no llegaba a las 500 almas. Uno deambula hoy por la fuente, se acerca a la casa donde vivió de soltera Santa María, recorre algún sendero con casitas-cueva al lado que son del tiempo de Jesús. No encuentra restos de la sinagoga de la que nos habla el evangelio de este domingo, pues, según parecer de los arqueólogos, que han estudiado muy bien la zona, deben situarse sus restos bajo la actual mezquita, difícil por tanto de excavar. En aquel rincón de la alta Galilea creció el Señor, trabajó allí y seguramente en la vecina Séforis, la capital, a donde iría a ejercer su oficio y donde aprendió a leer, a escribir y hasta la lengua griega, que era el idioma vehicular de entonces. Si tenía Nazaret tan pocos vecinos, es natural que se conociesen entre ellos, que se relacionasen y hasta que muchos estuviesen emparentados. Pero, ya lo sabéis, uno puede tener a su lado a alguien y desconocer su talla espiritual. Siempre nos parece que la gente importante vive fuera, lejana. Aun ahora, los conciertos que atraen más gente son, por lo común, de extranjeros, y a los locales los reducen a un papel de teloneros.

Jesús sí que conocía a su gente. Había marchado un día a las orillas del Jordán, después de bautizarse y reflexionar en el desierto, había ido a la baja Galilea, se había hecho amigos a los que entusiasmó y enroló en su misión de anunciar la Buena-Nueva y los poco más de 30 kilómetros que les separaban de su tierra, se vieron franqueados un día, por aquel curioso equipo. Vivirían en cualquier sitio y de cualquier manera, junto al monótono acontecer de los del lugar, hasta la llegada del sábado, el día que rompía la monotonía y congregaba a todos en la sinagoga. Se había hablado de Él, para bien y, para desencanto de su madre, que había oído a los suyos más próximos, tenerlo por desequilibrado. Ella esperaría entusiasmada el momento del encuentro de todos en el recinto. Su decepción sería mayúscula, cuando observó el poco caso que le hacían. El Maestro también sintió el impacto de la indiferencia de sus conocidos. No los despreció ni les insultó, como hacen a veces hoy en día. Ante su gran indiferencia pudo sólo hacer un poco el bien, curando algún que otro enfermo. Nunca perdía el tiempo y en esta ocasión tampoco.

No abandonó su vocación. Tal vez vosotros, mis queridos jóvenes lectores, os habéis encontrado en una situación de alguna manera semejante. Tenéis buenos proyectos, os entusiasman generosas acciones y, cuando las explicáis a vuestros amigos, comprobáis que no os hacen ningún caso y os sentís muy molestos y estáis tentados de abandonar lo que deseabais hacer. Recordad, si os pasa esto, el pasaje de hoy, no os desaniméis, continuad con coraje, sin dejaros vencer por el desaliento. Responded a lo que os creéis llamados con generosidad y valentía.

Cosas de estas le debían pasar a San Pablo. Ya sabéis que cambió su vida radicalmente cuando marchaba un día a Damasco. Que se hizo el más entusiasta admirador, seguidor y predicador de Jesucristo. Pero algo en su interior le removió las entrañas y su cuerpo se resintió. A mi me parece que tenía dolores de estómago, de esos que aparecen con periodicidad en el cambio de estaciones, a algunas personas inquietas. Los tranquilos y abúlicos son menos propensos a estos males. Y Pablo, como todo quisque, se quejó a Dios. Pues bien, lo habéis oído en la segunda lectura de hoy, se le dijo que se aguantara, que su Gracia le era suficiente para vivir y predicar, que precisamente sus sufrimientos, conocidos por los demás, les harían comprobar que era un hombre como otro cualquiera, que lo importante no era él, sino su mensaje. Y lo aceptó. Aunque eso del dolor de estómago no se le olvidó y le sirvió hasta para aconsejar a uno de sus discípulos sobre la dieta cotidiana. Recordad que este dolor da mal humor y agria el carácter. Por eso es de admirar la serenidad, Fe y esperanza, que conservó hasta el último momento.

Pedrojosé Ynaraja

Que hable solo el amor

A menudo nos encontramos con personas que han vivido su fe muy implicados en su parroquia, o en un Movimiento apostólico, con un compromiso serio… y que sufren porque sus hijos y nietos, en bastantes casos se han apartado completamente de la Iglesia. Es una situación que provoca mucho sufrimiento en estas personas: por una parte, les lleva a preguntarse qué han hecho mal, piensan que no han sabido dar un buen testimonio de la fe; por otra parte, se plantean qué hacer para no provocar más rechazo todavía.

La Palabra de Dios en este domingo nos ofrece una luz para afrontar esta situación, porque en el Evangelio hemos contemplado que Jesús también la vivió: fue Jesús a su tierra… la multitud se preguntaba: ¿De dónde saca todo eso?… ¿No es éste el carpintero, el hijo de María…? Y desconfiaban de él. Hasta el punto de que Jesús exclama: No desprecian aun profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa… Y se extrañó de su falta de fe.

Como dice la Carta a los Hebreos, Jesús tenía que parecerse en todo a sus hermanos (Hb 2, 17), y por eso quiso pasar también por la dura experiencia de la desconfianza y el rechazo de los más allegados. Así nos enseña a afrontar esa misma situación que Él vivió: en primer lugar, debemos tener claro que en nuestro seguimiento del Señor seguramente la primera oposición o rechazo nos va a venir de quienes esperaríamos que más nos comprendiesen y apoyasen.

Pero Jesús no se queda lamentándose ni culpabilizándose, ni deja de actuar. El texto nos dice que No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Como Jesús, lo más seguro es que nosotros no “podamos hacer milagros” en nuestro círculo más cercano: no vamos a provocar ninguna conversión, no vamos a lograr que se interesen por el Señor o por la Iglesia. A menudo, ante el rechazo de los demás, es mejor “callar y actuar”; lo que podemos hacer es “curar enfermos”, es decir, ofrecer nuestro servicio y entrega hacia ésos que “desprecian” al Señor.

Algunos podrán objetar que así renunciamos a dar testimonio de fe, que nos quedamos en el plano “asistencial”, que hay que insistir a tiempo y a destiempo (2Tm 4, 2), pero muchas veces con esto sólo conseguimos provocar más rechazo. Por eso, manteniendo lo que San Pablo VI dijo en “Evangelii nuntiandi” 22: “La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios”, para estas situaciones a las que nos referimos la actitud del Señor nos indica la línea a seguir, como dijo el Papa Benedicto XVI en “Dios es amor”:

“El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor” (31.c). Y esto es así porque “es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. [El cristiano] Sabe que Dios es amor (1 Jn 4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar”.

El servicio y la entrega realizados por amor son un testimonio de fe en el Dios que es Amor. Y, como decía la 1ª lectura, te hagan caso o no te hagan caso… sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. Quienes reciben nuestros gestos de amor sabrán que es Dios quien nos mueve a realizarlos, aunque explícitamente no lo quieran aceptar e incluso lo rechacen.

¿Sufro el rechazo hacia Dios y la Iglesia por parte de mi familia? ¿Cómo me afecta? ¿Soy de quienes insisten machaconamente, de quienes renuncian, o de quienes callan y actúan?

Es muy doloroso sufrir el rechazo hacia Dios y la Iglesia por quienes más cerca tenemos, y es lógico sentirnos abatidos y sin saber qué podemos hacer. Pero como decía San Pablo en la 2ª lectura: así residirá en mí la fuerza de Cristo. Él hoy nos muestra un camino a seguir, el mismo que Él siguió: desde su experiencia de Dios como amor, transmitir amor. Como cantó Silvio Rodríguez: “Sólo el amor alumbra lo que perdura/Sólo el amor convierte en milagro el barro/Sólo el amor engendra la maravilla/Sólo el amor consigue encender lo muerto”. Ante el rechazo a la fe, tengamos bien presentes las palabras de Benedicto XVI: “El amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar”. Ante el rechazo, callemos pero actuemos, “dejando que hable sólo el amor”.

Comentario al evangelio – Domingo XIV de Tiempo Ordinario

¡QUÉ MAL NOS SIENTAN LOS PROFETAS!


          Rara vez ocurre en la Liturgia de los domingos que las tres lecturas tengan algo en común. Hoy la tienen: las tres nos hablan del «rechazo» del mensaje de Dios, y a la vez, del rechazo de sus intermediarios.

  • Ezequiel había sido deportado a Babilonia, junto con todos los judíos «útiles» o aprovechables para los intereses del Imperio. Alli escuchar una llamada de Dios que le manda dirigirse a un pueblo  «que tiene dura la cerviz y el corazón obstinado», un pueblo testarudo y rebelde. Ezequiel era hijo de un sacerdote del templo de Jerusalem y estaba orgulloso de pertenecer a una familia noble. El Señor se dirige a él llamándole «hijo de hombre», recordándole su humilde condición, es decir: que es alguien con defectos, debilidades, como también limitaciones psíquicas y mentales de las que ningún mortal está exento. Ezequiel tenía algo parecido a lo que hoy llamamos «trastorno bipolar», y pasaba de momentos de euforia a momentos de abatimiento, era propenso a la depresión y se encerraba, a veces, en prolongados mutismos. Hablaba bien, eso sí, y la gente corría a escucharlo.

          En cuanto a sus compatriotas deportados con él, no eran más pecadores que otros. Pero se dejaban seducir por falsas esperanzas, por quienes les ofrecían opciones fáciles, tentadoras y atractivas, pero que no conducían a la vida. Y aunque la misión de este profeta iba a fracasar, Dios le dice a Ezequiel: “Te hagan caso o no te hagan caso”… Es decir: El deseo de Dios es que no puedan reprocharle que ha callado o ha dejado abandonado a su pueblo en momentos difíciles… aunque no le hayan hecho caso.

Nos quedamos con estos dos aspectos: Un profeta frágil, una persona normal es llamada por Dios… y sus compatriotas testarudos que no le quieren hacer caso.

  • Por su parte, Pablo se dirige a la comunidad de Corinto, que tantos disgustos le dio. Algunos de tendencia tradicionalista o conservadora que habían llegado a la comunidad trataban de difamarlo, poniendo en cuestión su autoridad y su ministerio.  Sus adversarios llegados desde la Iglesia Madre de Jerusalem le reprochan sus modales tímidos y apocados, le lanzan venenosas insinuaciones respecto a cierta enfermedad o defecto. Pablo la llama «aguijón o espina en la carne», sin que sepamos concretar a qué se refiere, pero que le perjudicaba en su tarea pastoral. El caso es que los corintios se han puesto de parte de los visitantes/inspectores, rechazando las «novedades» que Pablo había introducido en el cristianismo. Querían que todo siguiera «como siempre», con las normas y leyes de siempre, con el culto como siempre. O sea. «Nada de cambios,  ni adaptaciones, ni de tomarse libertades». Él no es nadie para hacerlo.

          El Apóstol había pedido «tres veces» al Señor que le quitara aquel «aguijón». Pero sin resultados. Tendrá que asumirlo y, ayudado por la gracia de Dios, seguir adelante con su ministerio. Aquel «emisario de Satanás que le abofetea» le servirá a Pablo para no caer en el orgullo por sus éxitos misioneros, para reconocer su debilidad y, seguramente ser más comprensivo con las debilidades ajenas. Pero sobre todo para que su apostolado se centre en el Mensaje de Cristo, y no en el instrumento del mensaje que era él mismo. Cuanto más frágil sea el mensajero, más clara quedará la fuerza del Evangelio.

Destacamos también otros dos aspectos: la debilidad o fragilidad del apóstol… y el ataque y rechazo de sus propios hermanos en la fe, de «los de dentro».

  •  En cuanto a la experiencia de Jesús, nos la describe Marcos con palabras rotundas:  desconfían y se escandalizan de él, lo desprecian sus propios parientes y vecinos, y Jesús se extraña de su falta de fe. No nos detalla el evangelista el contenido de su enseñanza, pero poco antes nos ha explicado que en la sinagoga de Cafarnaúm había sido rechazado por los que le reprochaban saltarse la sagrada Ley del Sábado, y por cuestionar la sacrosanta división entre puros/impuros. Su manera de hablar de Dios no les entraba en sus cerradas cabezas. Además: ¿quién se ha creído éste que es para poner nuestras tradiciones y enseñanzas y prácticas religiosas en cuestión? ¡Si es uno más de nuestro pueblo, si le conocemos perfectamente a él y a su familia: no puede venir de parte de Dios! Capacidad de «asombro» ninguna, es demasiado normal, ni se molestan en atenderle. Jesús no encuentra en ellos ninguna disposición a la novedad, al cambio de planteamientos que él trae. «Falta de fe» lo llama Jesús.

 Podemos sacar algunas CONCLUSIONES de las tres lecturas:

– Primero: Dios tiene el gusto y la costumbre de elegir personas frágiles para que sean sus portavoces.  Si el mensajero tiene limitaciones (siempre las tiene) hay que pasar por encima de ellas para prestar atención al mensaje.

– Segundo: la fragilidad, la falta de prestigio, incluso el riesgo probable de no tener éxito y no ser escuchado… no son nunca un motivo para que el profeta, el portavoz de Dios renuncie a su misión, o se calle. El bautismo nos ha hecho a todos «profetas, sacerdotes y reyes», y por lo tanto no podemos callar cuando tengamos que denunciar o defender algo en conciencia. O cuando haya que corregir a un hermano (esto no los pide expresamente el Evangelio como un deber muy serio).

– Tercero: el repetido peligro de que los principales opositores, enemigos y obstáculos a la creatividad del Espíritu sean o seamos «los de dentro», en virtud de que somos «alérgicos» a los cambios y a la novedad. Nos sentimos cómodos pensando que ya estamos en la verdad y que estamos en orden con Dios… y que no hay nada que adaptar, cambiar o renovar a fondo. El pasado y la tradición son un «escudo» contra la novedad de Dios. Y el frecuente argumento (?) de que «siempre ha sido así» o que hay que callar al que es distinto… no son realmente ningún argumento. Hay que ser fieles a la tradición, sí, pero también a los signos de los tiempos, a los hombres de hoy, a las nuevas necesidades y retos del mundo y de la Iglesia.

Qué bien lo decía nuestro poeta y premio nobel Juan Ramón Jiménez:

Lo querían matar los iguales porque era distinto.
Si veis un pájaro distinto, tiradlo;
si veis un monte distinto, caedlo;
si veis un camino distinto, cortadlo;
si veis una rosa distinta, deshojadla;
si veis un río distinto, cegadlo…
si veis un hombre distinto, matadlo.

Seguro que Jesús habría hecho suyos los últimos versos de su poema:

si te descubren los iguales,
huye a mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.

Porque Dios es distinto. Y porque a su Hijo lo mataron los de dentro, los iguales. Pero en nuestra debilidad como profetas del Señor, no lo olvidemos, «nos basta su gracia» o su Espíritu que es lo mismo.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf