Lectio Divina – Lunes XIV de Tiempo Ordinario

1.-Oración introductoria.

Jesús, en este evangelio que voy a meditar, me encanta poder acercarme a Ti como “Señor y dador de vida”. En el caso de la niña, la vida ya la tenía prácticamente perdida; en el caso de la mujer su vida se estaba malogrando y era como la antesala de la muerte. Gracias, Señor, porque Tú apuestas por la vida, por quitar el dolor y sufrimiento de las personas, por disfrutar viendo felices a los hombres y mujeres de este mundo. Gracias, Jesús, amigo de la vida.

2.- Lectura reposada de la palabra bíblica. Mateo 9, 18-26

Así les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven tú a imponerle las manos y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se curó la mujer desde aquel momento. Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: ¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Mas, echada fuera la gente, entró él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión.

El contexto de esta mujer que padece “flujos de sangre” es significativo porque, según la mentalidad de entonces, esta mujer  estaba impura y, todavía peor, contagiaba la impureza a quien tocara. Ella, se acerca son sumo respeto a Jesús para tocar sólo la orla de su manto, pero no a ÉL para no contagiarle. Jesús le curó la enfermedad  física y eliminó para siempre el   tabú de la sangre. Lo que quiere Jesús es que ninguna mujer sufra por ese o por otros  prejuicios con relación a la mujer. Algo parecido ocurre con la niña muerta a los “doce años” justo a la edad en que ya se consideraba a la mujer apta para dar vida. La niña era un cadáver y, por tanto, contagiaba a quien la tocara. Jesús “la tomó de la mano”, pero no se contagió por eso. Y así cae otro tabú. El pecado que contagia al hombre es la maldad que brota del corazón. El verbo que usa el evangelio “se levantó” es el mismo que se usa para hablar de la Resurrección. Jesús siempre nos levanta para vivir en plenitud. Y esta plenitud se alcanza con la Resurrección. Por lo demás, qué bello espectáculo el ver a Jesús levantando a la juventud cuando se hunde en el mundo de la droga o del alcohol.

Palabra del Papa.

El hombre o la mujer que tiene fe confía en Dios: ¡confía! Pablo, en un momento oscuro de su vida, decía: ‘Yo sé bien de quien me he fiado’ ¡De Dios! ¡Del Señor Jesús! Confiar: y esto nos lleva a la esperanza. Así como la confesión de la fe nos lleva a la adoración y a la alabanza a Dios, el fiarse de Dios nos lleva a una actitud de esperanza. Hay muchos cristianos con una esperanza demasiado aguada, no fuerte: una esperanza débil. ¿Por qué? Porque no tiene la fuerza y la valentía para confiarse al Señor. Pero si nosotros cristianos creemos confesando la fe, también guardándola, haciendo custodia de la fe y confiando en Dios, en el Señor, seremos cristianos vencedores. Y esta es la victoria que ha vencido al mundo: ¡nuestra fe! (Cf Homilía de S.S. Francisco, 10 de enero de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto bíblico ya meditado. (Silencio)

5.-Propósito: Un recuerdo y una oración especial por tantas mujeres todavía esclavas de tabús que les hacen sufrir.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Señor, porque Tú nos has traído la verdadera libertad. Tú liberaste a esas dos mujeres de prejuicios propios de la cultura de su época. Y Tú quieres también darnos a todos la verdadera libertad, especialmente la libertad interior, la que nos hace hijos de Dios y nos hace disfrutar de tantas cosas hermosas que Tú nos has dado.

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Ellos salieron a predicar la conversión

Somos enviados

Jesús ha llamado a sus seguidores más cercanos, es decir, a los Doce y los envía con instrucciones bien precisas acerca de cómo deben ir a predicar por los pueblos y aldeas de aquella Galilea del siglo I. Lo mismo hizo Dios con el profeta Amós: lo llamó y envió a profetizar…

Esta es la vocación de todo bautizado y bautizada. Todo discípulo de Jesús está llamado a ser misionero, está destinado a ser enviado, a ponerse en camino, a compartir con sus hermanos y hermanas una Buena Noticia. Esto exige una respuesta, y también la renuncia a ciertas comodidades y seguridades. El discípulo es enviado solo con lo imprescindible para el camino, está llamado a confiar completamente en el que lo envía; es por eso que no necesita prever cosas para el camino.

A veces pienso que en la Iglesia hemos puesto demasiadas veces nuestra confianza precisamente en aquellas cosas accesorias y olvidamos que nuestra seguridad está solo en el Señor que nos llama y envía.

¿Cómo estoy viviendo mi vocación de enviado y enviada en este tiempo?

Con autoridad sobre los espíritus impuros

Según el Evangelio de Marcos, Jesús envía a los Doce con autoridad (exousía) sobre los espíritus inmundos (pneumáton ton akátharton); y ellos salieron a predicar la conversión. Es muy interesante como el evangelista narrativamente muestra en qué consiste esa autoridad sobre los espíritus inmundos: llamar a la conversión.

Me pregunto si en la Iglesia, en nuestras comunidades religiosas y parroquiales estamos ejercitando esta autoridad, es decir, si estamos invitando, llamando, exhortando a la conversión, tanto personal y comunitaria.

Pero, ¿por qué necesitamos llamar a la conversión?

Invitar a la conversión porque simplemente necesitamos echar esos «espíritus inmundos» que contaminan nuestras relaciones interpersonales y fraternas, nos vuelven indiferentes al sufrimiento del hermano y la hermana, esclerotizan nuestros corazones frente al otro que busca refugio, salud, trabajo, oportunidad de crecer, amor, respeto, libertad, en fin, una vida digna, pero que no son «de los nuestros». Y así podríamos hacer una lista mucho más larga de los valores, actitudes y comportamientos que son contaminadas precisamente por esos «impuros espíritus».

Echar los demonios y curar forma parte de la misión de los enviados. Jesús les ha dado autoridad para eso. En este mundo atravesado por las muertes y enfermedades a causa de la pandemia, más que nunca se hace necesario el servicio de los discípulos y misioneros que curen diversas enfermedades y conforten a los cansados del camino. El anuncio del Evangelio no es indiferente al sufrimiento del hermano y hermana: curar, consolar, aliviar el dolor, el sufrimiento, el hambre, el frío, la falta de amor, el rechazo, la discriminación….

Me pregunto cómo estamos llevando a cabo esta tarea…

¿Por qué lo hacemos?

Uno se puede preguntar con toda razón por qué debe ser enviado, llamar a la conversión, echar demonios y curar. La carta a los Efesios nos da un bella y profunda respuesta:

porque Dios padre nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes; porque El nos eligió antes de la creación del mundo para ser irreprochables por el amor…

porque hemos recibido mucho en la vida;

porque Dios ha derramado con derroche el tesoro de su gracia en nuestros corazones;

porque hemos sido salvados por pura gracia mediante el sacrificio de Jesús en la cruz.

Si aún no he experimentado esto, seguramente, tampoco comprenderé el llamado, el envío ni la misión que tengo como bautizado y bautizada.

Quisiera terminar con las palabras del Papa san Pablo VI:

«Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible. El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda.» (EN 76)

Fr. Edgar Amado D. Toledo Ledezma, OP

Comentario – Lunes XIV de Tiempo Ordinario

(Mt 9, 18-26) 

Los dos personajes que nos presenta este texto son testimonios de fe, entendida como una confianza firme y espontánea que algunos tienen en Jesús y en su poder. Esa fe tiene la característica de una actitud humilde: el funcionario se echa a los pies de Jesús y también lo hace la mujer.

Según este texto de Mateo la niña estaba muerta cuando el funcionario se acerca a Jesús, mientras en Marcos 5, 23 se dice simplemente que la niña «se estaba muriendo». Mateo, al preferir la versión de la muerte previa a la súplica del funcionario, quiere destacar la inmensa confianza de este hombre.

Este texto también destaca la delicadeza de Jesús en el detalle de tomar a la niña de la mano. Si bien Mateo abrevió bastante el relato, porque en el evangelio de Marcos es mucho más extenso (Mc 5, 21-43), sin embargo Mateo no quiso obviar este detalle que nos ayuda a percibir la calidez humana del Señor, el modo delicado como cuidaba los detalles de amor en su relación con los demás. El Dios todopoderoso que manifiesta su gloria y su poder es también el que ama a sus criaturas, se acerca a ellas con respeto y ternura, y se preocupa también por los pequeños detalles.

Por eso mismo es destacable el interés de Jesús por mirar a la mujer que lo tocó buscando su fuerza sanadora. Jesús no se contenta con sanarla, quiere tener un encuentro con ella frente a frente, darle ánimo con sus palabras y elogiar su fe. Ese mismo estilo, respetuoso, delicado, cercano, es el que Jesús tiene con nosotros. Pero por eso mismo no le interesa tanto deslumbrarnos con prodigios sino cautivarnos con su persona, con el exquisito ofrecimiento de su amistad, con el regalo inestimable de su intimidad. Entonces sería bueno que tratáramos de descubrir y agradecer los pequeños detalles que el Señor ha tenido con nosotros, y también intentar actuar de la misma manera en nuestra relación con los demás.

 

Oración:

«Señor, en medio de mis problemas, insatisfacciones y preocupaciones, muchas veces no puedo ver tus pequeños detalles de amor. Ayúdame a reconocerlos Señor, para que pueda darte gracias con alegría».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XV de Tiempo Ordinario

1

Comienzan nuevas etapas

A partir de hoy, y durante siete domingos, seguiremos, como segunda lectura, la carta de Pablo a los Efesios, una entusiasta visión global de la Historia de la Salvación, como una gran bendición de Dios, a la que corresponde que nosotros también le dediquemos nuestra más agradecida bendición.

Éfeso era la capital de la provincia romana de Asia, famosa por su comercio, por sus templos, por su cultura. Pablo evangelizó a los habitantes de esta ciudad en sus viajes segundo y tercero, permaneciendo allí unos dos años. La carta la escribe desde la cárcel de Roma, hacia el año 62: es una de las llamadas «cartas de la cautividad».

En el evangelio también damos inicio a una nueva etapa en la misión de Jesús. Los domingos 15 y 16 leemos el envío de los doce a predicar y curar por los diversos pueblos y también su vuelta, al parecer con bastante éxito. Hasta ahora Jesús había predicado él solo, aunque con la presencia de los apóstoles. Ahora son ellos los que son enviados a colaborar con él. Como hará luego la Iglesia durante dos mil años.

Amos 7, 12-15. Ve y profetiza a mi pueblo

Amos es un profeta que actuó en el siglo VIII antes de Cristo. Era de Técoa, cerca de Belén, y por tanto del reino del Sur (Judea). Dios le envía a hablar en el del Norte (Israel, o sea, Samaría). Su palabra es valiente, denunciando las injusticias sociales de su tiempo, y la falsedad del culto que realizan en el templo nacional de Samaría, Betel (opuesto, por tanto, al Templo de Jerusalén, porque están en período de cisma).

Al sacerdote responsable de ese templo, Amasias, así como al rey de la época, Jeroboam, le resulta incómodo este profeta, y le quiere intimidar para que se marche a su tierra, Judea. Amos, con humildad pero con firmeza, se defiende: no está profetizando por gusto propio, y menos por interés económico, como si fuera un profesional: «no soy profeta… sino pastor y cultivador de higos»; ha sido Dios quien le ha enviado: «me dijo: ve y profetiza a mi pueblo de Israel».

Es un episodio que nos prepara para escuchar después el envío por parte de Jesús a los doce apóstoles, avisándoles de que en algunos lugares no les recibirán bien.

Lo que aquellos samaritanos quieren oír, sí lo oye el salmista: «voy a escuchar lo que dice el Señor Dios… anuncia la paz a su pueblo». Y humildemente suplica: «muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación».

 

Efesios 1, 3-14. Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo

El comienzo de la carta, que es la página que hoy leemos, es un himno entusiasta y una visión cristiana de la historia. Nosotros elevamos nuestra bendición a Dios Padre (bendición «ascendente») porque él nos ha llenado antes de la suya (bendición «descendente»). Ambas bendiciones tienen como centro a Cristo Jesús, y ambas vienen marcadas «con el Espíritu Santo prometido, el cual es prenda de nuestra herencia». Por tanto, es una visión trinitaria de la Historia de Salvación.

Pablo enumera estas bendiciones de Dios: «nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos», «por la sangre de Cristo hemos recibido la redención, el perdón de los pecados», «el tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia es un derroche para con nosotros»… El plan de Dios es «recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra».

 

Marcos 6, 7-13. Los fue enviando

Jesús, a pesar del sinsabor que le ha producido la incredulidad que ha encontrado en Nazaret, sigue su misión, ahora con el envío de los doce, cuya colaboración busca. Es una buena lección para la comunidad eclesial que, en los tiempos en que escribe Marcos, ya está predicando por el mundo en nombre de Jesús.

Jesús llama a los doce y les envía «de dos en dos», como era costumbre entre los judíos. Les da «autoridad sobre los espíritus inmundos» y, en efecto, los apóstoles «salieron a predicar», y además «echaban muchos demonios» y «ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban».

Jesús les da consignas sobre el estilo con que deben actuar, sobre todo con una pobreza que con razón se llama «evangélica»: un bastón, unas sandalias y poco más.

 

2

Enviados a predicar

Dios se hace ayudar, se sirve siempre de hombres y mujeres para que colaboren con él para el anuncio de la Buena Noticia de su amor salvador.

Entre otros muchos profetas que Dios envía a su pueblo, recordamos hoy cómo, en un período desastroso como está viviendo Samaría, envía a Amos, un laico, un campesino que tienen buen sentido común y demuestra gran valentía en el cumplimiento de su misión, a pesar de la oposición oficial que encuentra.

Jesús envía en un primer momento a sus doce apóstoles (más tarde enviará a 72 discípulos) para que colaboren con él en los diversos pueblos y aldeas. Los había elegido para eso: para que estuvieran con él y luego les pudiera enviar a misionar. Ha llegado el momento: han convivido con él, le han escuchado, han aprendido de él. Ahora los envía a predicar la salvación que ofrece Dios, a curar enfermos y a sanar a los poseídos por el maligno. Exactamente como estaba haciendo él. También el contenido de esta predicación coincide con las primeras palabras que dijo Jesús, según el evangelio de Marcos, «convertíos»: «salieron a predicar la conversión».

Los envía de dos en dos, costumbre entre los judíos, y que nos recuerda las ventajas de trabajar en equipo, porque aparte del estímulo mutuo, también asegura una ayuda del hermano, sobre todo en momentos difíciles.

Después de la Pascua, Jesús los enviará ya a una misión definitiva, para que prediquen el evangelio por todo el mundo. Hace dos mil años que su comunidad está obedeciendo este mandato misionero. No sólo el Papa o los Obispos y los otros ministros y misioneros, sino tantos fieles comprometidos están evangelizando y dando testimonio del amor salvador de Dios. Cada uno según la misión que recibe en la comunidad. No todos escriben encíclicas para la Iglesia, ni reciben el encargo de animar una diócesis o una parroquia. Pero sí todos los cristianos somos misioneros y testigos del evangelio en el mundo que nos toca vivir: padres, catequistas, maestros, médicos, personal sanitario, estudiantes, obreros, voluntarios…

Como los doce, que estaban con Jesús y luego dieron testimonio de él, así nosotros, que celebramos con fe la Eucaristía, somos invitados a dar testimonio de él en la vida. Enviados, no autoinvitados. A ser posible en equipo, en comunión con la Iglesia.

Si un lugar no os recibe ni os escucha…

Colaborar con Cristo en el anuncio del plan salvador de Dios no suele ser fácil. Comporta a veces el riesgo del rechazo y hasta de la persecución. La persecución puede ser física, o también moral, desprestigiando al mensajero, porque no se quiere admitir su mensaje.

A Amos lo persiguieron, presentándolo como un «conspirador» que viene del Sur y habla en contra del pueblo del Norte (contra el que hablaba era sobre todo contra las autoridades responsables de tanto desorden, tanto religiosas como civiles) Le intentan intimidar para que se vuelva a su patria y deje en paz a los sacerdotes del Templo de Betel y a las autoridades civiles.

Jesús avisó a los suyos que en algunos lugares no les recibirían bien ni les escucharían A veces la oposición viene de los propios, como a Jesús en Nazaret Otras, con la excusa de que es un forastero, como a Amos, que no era de aquella tierra Nunca faltan motivos para librarse de una voz que nos resulta incomoda Cuando un profeta estorba -que es casi siempre, si es auténtico- se le pretende hacer callar o eliminar Eso sí, si es un profeta falso, que dice lo que halaga el oído de los poderosos, ese hará carrera.

Cuando escribía Marcos, seguro que la comunidad cristiana ya tenia experiencia de este rechazo en diversas regiones También a nosotros, en algunos ambientes nos admitirán y en otros, no Estamos avisados Pero no seguimos a Cristo porque nos haya prometido éxitos y aplausos fáciles, sino porque estamos convencidos de que también para el mundo de hoy la vida que nos ofrece él es la verdadera salvación y la puerta de la felicidad auténtica No sólo queremos «salvarnos» nosotros, sino colaborar para que todos acepten el Reino de Dios en sus vidas.

Este rechazo no debería desanimarnos en nuestro testimonio A Amos no le acobardaron las amenazas de sus oponentes A Jesús no le hicieron callar los suyos También a Pedro y a los demás apóstoles les querían hacer callar los jefes de la sinagoga pero ellos contestaron valientemente que era preciso obedecer a Dios antes que a los hombres Ahora dinamos que hemos de obedecer a Dios antes que a las corrientes de moda o incluso que a las leyes civiles, cuando vemos que son claramente contrarias a la voluntad de Dios y la dignidad humana.

Lo que nos toca a nosotros es sembrar, anunciar Tal vez no tendremos éxito a corto plazo, y serán otros los que recogerán lo dijo Jesús recordando el refrán de que «uno es el sembrador y otro el segador» (Jn 4, 37) o la convicción de Pablo de que ni el ni Apolo son los protagonistas, sino Dios, que hace crecer la semilla que ellos han sembrado (cf ICo 3, 6ss).

También es justo pensar que a nosotros mismos nos puede acechar la misma tentación no hacer caso de las voces proféticas que oímos personalmente, por el testimonio de tantas personas y acontecimientos, si estas voces van contra nuestra comodidad o nuestro gusto Podemos captar esta tendencia en la sociedad, pero también, si somos sinceros, en nosotros mismos.

 

Con pobreza evangélica

Un aspecto importante del envío que Jesús hace de los doce es la consigna que les da de un estilo realmente austero y pobre

Ya Amos se defendió de las insinuaciones de Amasias asegurando que él no pretendía, con su palabra profética, ganarse la vida, sino que era un ministerio que le había encargado Dios y que realizaba sin interés propio.

También a los apóstoles les dice Jesús que actúen desinteresadamente Tal vez no hay que tomar al pie de la letra la lista de cosas que pueden llevar o no, que, por otra parte, difiere en los diversos evangelistas Lo de llevar sandalias y bastón, que es equivalente a decir que sólo lo imprescindible, tiene una resonancia muy antigua, porque ya desde el libro del Éxodo se les decía a los israelitas que comieran la cena pascual «calzados vuestros pies y el bastón en vuestra mano» (Ex 12,11).

Lo que quiere subrayar Jesús es, sobre todo, el espíritu de pobreza y sencillez que debe caracterizar a sus seguidores, desprendidos de lo superfluo, sin apego a las riquezas, como el mismo, que llego a decir que no tenía ni donde reclinar la cabeza La primera de sus bienaventuranzas fue precisamente esta «bienaventurados los pobres «.

También para nosotros vale la invitación a la pobreza evangélica, para que actuemos más ligeros de equipaje, sin gran preocupación por llevar repuestos, no apoyándonos fundamentalmente en los medios humanos -que no habrá que descuidar por otra parte- sino en la fe en Dios Es Dios quien hace crecer, quien da vida a todo lo que hagamos nosotros Pablo se gloría, no de sus dotes humanas, sino de la fuerza que le da Cristo en su debilidad está precisamente su fuerza Los doce tendrán como mejor riqueza, no los medios materiales, sino el poder que Jesús les ha comunicado de vencer el mal. Los religiosos hacen «voto de pobreza» precisamente para poder realizar su misión en el mundo con más agilidad y libertad.

Si damos ejemplo de la austeridad y pobreza que quería Jesús, todos podrán ver que no nos dedicamos a acumular «bastones, dinero, sandalias y túnicas» y que no hacemos ostentación de medios espectaculares. Que nos sentimos más peregrinos que instalados, más desinteresados que apegados al poder o al dinero. Que, contando naturalmente con los medios que hacen falta para la evangelización del mundo -la Madre Teresa de Calcuta necesitaba millones para su obra de atención a los pobres, y la comunidad cristiana para mantener sus seminarios, sus iglesias y sus obras misioneras- nos apoyamos sobre todo en la fuerza de Dios, con austeridad, sin buscar seguridades y prestigios humanos. Es el lenguaje que más fácilmente nos entenderá el mundo de hoy: la austeridad y el desinterés a la hora de hacer el bien.

 

La bendición de Dios y la bendición a Dios

Pablo, iniciando su carta a los Efesios, ve la historia de la salvación en clave de una gran «bendición», tanto de parte de Dios para con nosotros, como de nosotros para con Dios. Esta bendición, en ambas direcciones, está centrada en Cristo Jesús, y además sellada por el Espíritu Santo, que es la prenda y garantía de nuestra herencia final.

Es impresionante la lista de bendiciones que, según Pablo, nos vienen de Dios Padre, origen y meta de nuestra salvación. Su perspectiva es claramente trinitaria. Todo nos viene de Dios Padre, por medio de su Hijo, y en el Espíritu. Todo vuelve a Dios Padre, de nuevo por medio de Cristo Jesús y en el Espíritu.

Es la perspectiva que emplea el Catecismo de la Iglesia Católica al comienzo de su segunda parte, la que dedica a la celebración del misterio: citando precisamente este comienzo de la carta a los Efesios, dice que todo es una bendición que nos viene de Dios y que dirigimos a Dios (cf. CCE 1077; en los números siguientes, 1078-1083, explica lo que supone esta bendición en ambas direcciones).

Es también lo que decimos en nuestra Eucaristía, sobre todo al final de la Plegaria Eucarística: «Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unida del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria».

Es la clave en que tendríamos que vivir nuestra fe cristiana también fuera de la celebración: bendecidos por Dios y bendiciendo a Dios, en clave de alegría y gratitud.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 6, 7-13 (Evangelio Domingo XV de Tiempo Ordinario)

El evangelismo itinerante

El evangelio de Marcos es una de esas piezas evangélicas que más han dado que hablar. Se trata del envío a la misión de los Doce discípulos que Jesús se había escogido (cf Mc 3,13-19). Es una misión en itinerancia, ya que el reino de Dios que deben anunciar y que Jesús está haciendo presente debe tener un carácter de peregrinación. Se ha dicho que las condiciones espartanas de este envío han sido cultivadas por los discípulos itinerantes que tuvieron que ser rechazados en muchos lugares del judaísmo. Incluso se ha pensado que para entender estas condiciones se han tenido en cuenta unas condiciones que la Mishná (libro que recoge en el s. II d. C. la enseñanzas de los rabinos) establece para la peregrinación al templo cuando todavía existía. La diferencia es que Jesús propone que se lleve bastón y sandalias, a diferencia de lo que se exige para peregrinar al templo de Jerusalén (de hecho están ausentes en el texto de Mt 10,10; Lc 9,3; 10,4). Y es que los discípulos cristianos no van a un lugar santo, sino que deben llevar un bastón para andar por todos los caminos del mundo y unas sandalias para que no se destrocen los pies.

La peregrinación cristiana, pues, es al mundo entero, a donde viven los hombres, para que conozcan el mensaje de salvación que Jesús ha traído para todos los hombres sin excepción. Los elementos más negativos, probablemente, se han podido añadir después en el mundo de los “carismáticos itinerantes” que eran rechazados por los círculos y comunidades judías o judeo-cristianas más estabilizadas. Pero el sentido genuino de las palabras de Jesús debemos valorarlo en su alcance positivo y universal. Es verdad que nos encontramos ante lo que parece un programa de crítica radical de la sociedad. Algunos han visto en estas palabras una especie de oposición entre itinerantes y sedentarios; entre carismáticos ambulantes y simpatizantes locales. No debemos cerrar los ojos a estas tensiones, pero también es verdad que el movimiento de Jesús, donde estas palabras encontraron su climax, hasta transformarlas y adaptarlas, muestran la relación entre el reino de Dios que Jesús había predicado y las opciones apocalípticas y escatológicas de algunos grupos del cristianismo primitivo. ¿Siguen teniendo valor en nuestro mundo y en nuestra cultura? ¡Claro! El valor que Jesús les dio: que el reino llegaba y la mejor manera para los suyos era un “desapego” de las cosas del mundo que no eran necesarias.

El mundo de los pobres, de los desapegados, de los “contraculturales” es algo que no podemos perder de vista en la lectura de este texto evangélico, sobre palabras de Jesús, para no entender el reino de Dios a la manera en que los hombres entienden el poder del dinero y de la efectividad. Algunos autores modernos, en la lectura de un texto como este, han recurrido a la comparación con el grupo itinerante de los “cínicos” en el mundo griego. Pero consideramos que no se debe exagerar la comparación. Los itinerantes del reino tienen otra identidad, sin duda. El radicalismo con que están formuladas estas palabras tiene acogida de muchas formas y de muchas maneras. Algunos hablan de los desarraigados sociales y de que el evangelio solamente puede vivirse desde ahí. Pero ¿no es posible “desarraigarse” sin tener que abandonar casa, familia y hogar? Desde luego que sí. El evangelio es para todos y el reino es para todos. Pero debemos aceptar que hay personas que esto no lo pueden entender sin un “desarraigo” más alternativo. Es, no una cuestión de estética, sino de conciencia personal y de libre opción en la manera de vivir el ser discípulos de Jesús.

Construir una “comunidad” sobre esta itinerancia es una de las claves de los seguidores de Jesús. El fue un itinerante que proclamaba el reino en aldeas y pueblos. La itinerancia habla en favor de algo nuevo, de algo no estable para siempre. El reino al que Jesús dedica todas sus fuerzas exige una libertad soberana que va más allá de lo que las personas normales pueden vivir. Por eso mismo no sería acertado decir que el “movimiento del reino” –como un famoso exegeta llama a los seguidores de Jesús, lo que me parece muy en consonancia con lo que Jesús predicó-, es algo semejante al movimiento “cínico”. Jesús pudo conocerlo en la Galilea urbana, en Séforis, la capital antes de su destrucción, más aún los que se consideraron de este “movimiento del reino”. Lo que sucede es que la historia social y antropológica muestra unas coincidencias a veces sorprendentes. Querer entender este evangelio de la “radicalidad” desde las claves de movimiento cínico no es pertinente. En el cristianismo primitivo hubo, sin duda, distintas corrientes y algunas ideas se apoderaron de las palabras de Jesús y las aplicaron a rajatabla. Pero el evangelismo verdadero no es interpretar a rajatabla, al pie de la letra o de forma fundamentalista, todas las expresiones.

¿Enseña nuestro texto eso de “la felicidad por la libertad”? Desde luego que sí. Entonces algunos dirán que eso mismo era lo que pretendían los cínicos. Pero no se debe olvidar que el cristianismo verdadero no se resuelve solamente desde esta ética radical del desarraigo y el desapego. Lo más importante y decisivo es el amor, incluso a los enemigos, por muy alternativos que seamos. Jesús era un profeta con todo lo que esto significa en el mundo bíblico. Y desde luego debemos ser libres de verdad y esto es lo que Jesús inculca a los suyos. Debemos ser libres de verdad de las cosas que nos atan a este mundo. Pero el reino no se puede construir solamente desde el desarraigo alternativo y menos si este desarraigo llevara a burlarse de las costumbres y los convencionalismos de los otros (como hacían los cínicos). El reino se construye en la libertad personal y comunitaria, pero mucho más todavía sobre la misericordia y el amor a los otros en sus debilidades.

Ef 1, 3-14 (2ª lectura Domingo XV de Tiempo Ordinario)

Dios nos «mira» desde su Hijo

Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy, aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En realidad lo que hoy nos toca leer de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp 2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para alabar a Dios.

Se necesitarían un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su ritmo literario y su estética teología. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación, redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad, son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en cristo hemos sido marcados con el sello del Espíritu hasta llegar a experimentar la mismo gloria de Dios en los tiempos finales.

¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues, predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.

Am 7, 12-15 (1ª lectura Domingo XV de Tiempo Ordinario)

La palabra de Dios es el pan del profeta

La lectura del profeta Amós es toda una revelación de su vocación y de su misión. Este relato forma parte de un texto biográfico que marca las diferencias en un libro que están muy preñado de visiones y revelaciones (7,10-17). La llamada de un profeta verdadero siempre provoca admiración y desconcierto. Amós era un hombre de pueblo de Tecua en el reino de Judá, al sur de Jerusalén, que fue enviado por Dios al reino de norte, en el momento de mayor esplendor de Samaría, su capital, pero precisamente cuando más injusticias y tropelías podían constatarse. Porque la historia nos demuestra que en esas situaciones los egoísmos y el afán de poder y dinero de unos pocos prevalece sobre la situación límite de los pobres y la viudas. Amós se presenta en la ciudad de Betel, santuario real del reino de Israel, en el que el sacerdote Amasías le reprocha que venga a poner malos corazones y a juzgar a la monarquía, la corte entera y los oficios sagrados de los sacerdotes del santuario. Amasías tenía a sus profetas o teólogos oficiales ya amaestrados para decir y agorar lo que él quería.

Amós, sin embargo, no es un profeta de ese estilo; él ha sido llamado por Dios, le ha hecho abandonar sus campos y su rebaño, para ir a anunciar la Palabra de Dios. Por eso Amós se defiende con que “no es profeta ni hijo de profeta”; quiere decir que no es profeta de los que dicen lo que los poderosos quieren que se diga, para que el pueblo acate sus decisiones. Amós es un profeta verdadero que no puede callar la verdad de Dios. El verdadero profeta no tiene miedo a los reyes ni a los que detentan la ortodoxia religiosa. En esa escena de Betel (7,10-17), este campesino, bien cultivador de sicómoros o bien pastor de ganado bovino, no ha de dar tregua a las injusticias que se quiere legalizar de una forma religiosa. El profeta no trabaja por ganar de comer, porque quien así lo hiciera revelaría un interés de falso profeta. El verdadero pan del profeta verdadero es la “palabra de Dios”. Incluso Amós tiene que salir de su territorio, Judá, para ir al de Israel y anunciar allí ese pan de la palabra viva de Dios que debe quemar la conciencia de los instalados. El verdadero profeta pasa hambre de pan, con tal de anunciar la palabra de Dios.

Comentario al evangelio – Lunes XIV de Tiempo Ordinario

El relato evangélico de hoy muestra a Jesús curando a dos mujeres. Sus historias tan distintas se cruzan ante el poder curativo del Maestro. La primera de ellas era una joven de buena familia cuyo futuro se quiebra por una muerte absurda en la plena flor de su vida. La otra, mayor y marginada por impura, pierde su salud a borbotones a causa de una hemorragia incurable. Aparentemente entre ellas nada hay en común, salvo la necesidad de ser rescatadas para la vida por alguien con poder de conseguirlo.

En ambos encuentros, Jesús evita el protagonismo. La iniciativa corresponde, en el caso de la joven a un gesto atrevido de su padre, que mendiga la intervención del Maestro. La mujer mayor, por su parte, toma ella sola la determinación de “hurtarle” a Jesús un milagro, llegando a violar algo muy sagrado para los judíos. Los flecos del manto eran recuerdo de Dios y de su ley y tocarlos, estando impura, era un auténtico sacrilegio.

Contemplemos a Jesús para entender. Busquemos tras su conducta y sus palabras una luz que también nosotros necesitamos. La historia de estas dos mujeres puede ser nuestra propia historia.

  • Jesús se deja alcanzar por ambas. Ni las excluye ni les pone dificultades. No les hace preguntas verificadoras. No se fija en sus motivaciones. No pone ningún tipo de precio –económico o moral- a su inmediata intervención. Es manso y gratuito. No mira las apariencias, sino que despide el olor inconfundible del amor. Tampoco entiende de clases sociales o religiosas. Se conmueve ante el dolor y reacciona ante la enfermedad y la muerte.
  • Dos gestos atrevidos aproximan hasta Jesús al padre de la joven y a la mujer sangrante. Son un poco osados para llamar la atención de Jesús. Un miedoso o un narcisista jamás se atreverían a romper con su imagen social, para ponerse al alcance de la bondad del Maestro. El padre de la chica se humilla. La mujer enferma roza, con su gesto, el cinismo. En ambos casos, los dos exponen mucho en la búsqueda de la salvación. Su fe es arrebato ilógico. No acción controlada y ponderada.
  • La reacción de Jesús da que pensar. No dice: “Yo soy el que te cura o te hace revivir”. Tan solo pronuncia la extraña frase “tu fe te ha salvado” y toma a la niña dormida de la mano. Evita destacar la autoría del milagro, para resaltar el valor de aquella fe capaz de lo imposible.

Qué podría llegar a mover nuestra fe si tuviese tan solo el tamaño de un granito de mostaza o menos? En lugar de burlarnos con cinismo por la impotencia de nuestra fe ante la dura realidad del mal y de la muerte; al menos deberíamos permitirle a Él tomarnos de la mano.

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes XIV de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XIV de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 9, 18-26):

En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se salvó la mujer desde aquel momento.

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.

Hoy, la liturgia de la Palabra nos invita a admirar dos magníficas manifestaciones de fe. Tan magníficas que merecieron conmover el corazón de Jesucristo y provocar —inmediatamente— su respuesta. ¡El Señor no se deja ganar en generosidad!

«Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá» (Mt 9,18). Casi podríamos decir que con fe firme “obligamos” a Dios. A Él le gusta esta especie de obligación. El otro testimonio de fe del Evangelio de hoy también es impresionante: «Con sólo tocar su manto, me salvaré» (Mt 9,22).

Se podría afirmar que Dios, incluso, se deja “manipular” de buen grado por nuestra buena fe. Lo que no admite es que le tentemos por desconfianza. Éste fue el caso de Zacarías, quien pidió una prueba al arcángel Gabriel: «Zacarías dijo al ángel: ‘¿En qué lo conoceré?’» (Lc 1,18). El Arcángel no se arredró ni un pelo: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios (…). Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo» (Lc 1,19-20). Y así fue.

Es Él mismo quien quiere “obligarse” y “atarse” con nuestra fe: «Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Lc 11,9). Él es nuestro Padre y no quiere negar nada de lo que conviene a sus hijos.

Pero es necesario manifestarle confiadamente nuestras peticiones; la confianza y connaturalizar con Dios requieren trato: para confiar en alguien le hemos de conocer; y para conocerle hay que tratarle. Así, «la fe hace brotar la oración, y la oración —en cuanto brota— alcanza la firmeza de la fe» (San Agustín). No olvidemos la alabanza que mereció Santa María: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45).

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

Liturgia – Lunes XIV de Tiempo Ordinario

LUNES XIV DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de feria (verde)

Misal: Para la feria cualquier formulario permitido; Prefacio común

Leccionario: Vol. III-impar

  • Gén 28, 10-22a. Vio una escalinata apoyada, y ángeles de Dios subían y bajaban, y Dios hablaba.
  • Sal 90. Dios mío, confío en ti.
  • Mt 9, 18-26. Mi hija acaba de morir, pero ven tú y vivirá.

Antífona de entrada (Sal 47, 10-11)
Oh, Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo; como tu nombre, oh, Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra. Tu diestra está llena de justicia.

Monición de entrada y acción penitencial
Hermanos, comencemos la celebración de los sagrados misterios haciendo silencio en nuestro interior y pidámosle a Dios que perdone nuestros pecados y nos renueve con su gracia para que podamos celebrar dignamente esta Eucaristía.

• Tú, que sanas a los enfermos. Señor, ten piedad.
• Tú, que devuelves la vida a los muertos. Cristo, ten piedad.
• Tú, que eres nuestro Salvador. Señor, ten piedad.

Oración colecta
PROTEGE, Señor,
con amor continuo a tu familia, para que,
al apoyarse en la sola esperanza de tu gracia del cielo,
se sienta siempre fortalecida con tu protección.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos, hermanos, al Dios y Padre de Jesucristo, médico de las almas y de los cuerpos, y pidámosle que tenga misericordia de nosotros.

1.- Por el Papa Francisco, por nuestro obispo, por todo el clero y el pueblo a ellos encomendados. Roguemos al Señor.

2.- Por las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida religiosa en nuestra Iglesia particular. Roguemos al Señor.

3.- Por todos los gobernantes y sus ministros, encargados de velar por el bien común. Roguemos al Señor.

4.- Por los navegantes, por los que están de viaje, por los cautivos y los encarcelados. Roguemos al Señor.

5.- Por todos nosotros, reunidos en este lugar en la fe, devoción, amor y temor de Dios. Roguemos al Señor.

Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción; líbranos de la epidemia que estamos padeciendo, concede descanso eterno a los que han muerto, consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor glorificando juntos tu santo nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración sobre las ofrendas
ACEPTA, Señor,
este sacrificio de reconciliación y alabanza
y concédenos que, purificados por su eficacia,
te ofrezcamos el obsequio agradable de nuestro corazón.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cf. Sal 144, 15
Los ojos de todos te están aguardando, Señor; tú les das la comida a su tiempo.

Oración después de la comunión
OH, Dios,
que has querido hacernos partícipes
de un mismo pan y de un mismo cáliz,
concédenos vivir de tal modo que,
unidos en Cristo,
fructifiquemos con gozo para la salvación del mundo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.