Lectio Divina – Lunes XV de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria.  

Señor, yo te quiero agradecer en este tiempo de oración la luz que arroja este evangelio sobre mí. No quieres falsas paces, sino la “verdadera paz”. No quieres falsos amores, sino el “verdadero amor”. No quieres falsas felicidades, sino la “verdadera felicidad”. No quieres que haga muchas cosas y yo descuide mi persona. Tú deseas que “me haga a mí mismo”, es decir, me cambie, me transforme, me realice. Dame tu gracia porque “sin Ti no puedo hacer nada”.

2.- Lectura sosegada del evangelio: Mateo 10, 34. 11,1

«No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa. Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión.

Para entender este evangelio hay que mantener, por encima de todo, que Dios sólo quiere nuestro bien, nuestra felicidad. Y Jesús sabe que la verdadera felicidad sólo viene del verdadero amor. Nadie puede ser feliz sin amar y ser amado. Pero también sabe Jesús que, en el amor humano, se puede meter el gusano del egoísmo que mata el verdadero amor. Al encarnarse Dios en la persona de Jesús, nos ha traído no un amor cualquiera sino el amor auténtico, el verdadero amor. Este amor-divino se ha encarnado en el amor humano y lo ha hecho uno. Por eso ha elevado el amor humano y lo ha despojado de todo egoísmo. Cuando sólo nos amamos con un amor humano, poco nos amamos. Cuando nos amamos con ese amor divino traído por Jesús, nuestro amor llega a plenitud. Entonces estamos capacitados para ser felices, plenamente felices. A todos interesa este amor. Si los esposos se amaran con este amor…Si los hijos, si los amigos, si los padres…se amaran con este amor, todos seríamos felices. Por eso dice Jesús que no es lo mismo dar un vaso de agua que dar un vaso de “agua fresca”. A nadie se le ocurre invitar a tomar “cerveza caliente”. Provoca nauseas. Y eso le pasa a Dios cuando le damos un amor pequeño, limitado, egoísta. Nuestro pequeño y limitado amor humano (Ap. 3, 16).

Palabra del Papa.

“Mantenemos la mirada fija en Jesús… Es Él el único mediador de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es el Hijo, y nosotros somos hijos en Él […] Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es “signo de contradicción”(Homilía de S.S. Francisco, 18 de agosto de 2013).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio).


5.-Propósito.
A todo el que se encuentre hoy conmigo, le voy a invitar a beber un vaso de “agua fresca”, amor salido del manantial de Dios que está dentro de mi corazón.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, ¡qué hermosa es tu doctrina! Ni quieres falsos amores ni falsas paces, ni falsas felicidades. Quieres que seamos “bienaventurados” pero no como a nosotros nos gustaría ser, sino como te gusta a Ti. Tú hablabas de la felicidad que llevabas dentro, del amor infinito que estaba retenido en tu corazón. Dame hoy a mí un poquito de esa experiencia maravillosa que Tú viviste en este mundo, siempre en contacto con tu Padre-Dios.

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Se puso a enseñarles con calma

1ª Lectura: Yahvé, justicia nuestra

La bella imagen del pastor solícito de su rebaño, tan extendida en la cultura agrícola y pastoril del oriente antiguo, le servía a Israel para plasmar su fe en un Dios compasivo, inclinado hacia la humanidad y protector de los suyos. No podían concebir una comunidad errante por el desierto, como ovejas sin pastor. Cobijados bajo el extenso paraguas del guardián de Israel y de acuerdo con el oráculo profético sobre Jerusalén (Is 1,21.26), esperaban el día en que Yahvé instauraría plenamente su justicia: mirad que vienen días en que reinará un rey prudente cuyo nombre seráYahvé, justicia nuestra”.

Yahvé, el Dios justo, encarnaba de este modo las esperanzas de un pueblo olvidado por sus dirigentes. Como buen Pastor, velaría por los derechos e intereses de su rebaño; implantaría la justicia y el derecho del Dios Santo, bondadoso en su misericordia. No podían ser otros los designios de un Dios Salvador.

2ª Lectura: Cristo, nuestra paz

Ahora bien, ¿dónde quedaban las antiguas esperanzas de Israel? De todos era conocido el muro de enemistad, el desprecio, e incluso el odio, que se dispensaban mutuamente judíos y paganos. Así lo testimoniaba el muro de piedra que separaba en el templo de Jerusalén el patio de los judíos del patio de los paganos.

La justicia de Dios, que apuntaba hacia un nuevo horizonte de vida, encontraba en Jesús, su destinatario, al verdadero artífice de la paz. Con su nuevo mensaje y estilo de vida, sellado en lo alto de la cruz, firmaba e inauguraba el verdadero camino de encuentro y de reconciliación entre ambos pueblos. Al mismo tiempo que destruía en su sangre el muro infranqueable que los separaba, propiciaba la verdadera paz, fruto de la justicia amorosa y compasiva del Buen Dios. Nacía una nueva Humanidad, ensamblada en un cuerpo único y alentada por el soplo del Espíritu.

En la gramática cristiana no cabe la disyuntiva entre “lejanos” y “cercanos”. La compasión por el pueblo de Dios desborda los lazos del afecto puramente humano. Unidos por el cordón umbilical del bautismo, conformamos todos un solo Cuerpo.  Todos, los unos y los otros, tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu, el del Jesús glorificado y exaltado.

Evangelio: Sintió compasión de ellos y se puso a enseñarles muchas cosas

Los Doce, que habían sido enviados a misionar de dos en dos, volvían a encontrarse con Jesús para contarle todo lo que habían hecho y enseñado. Curiosamente, este inicio del fragmento evangélico se corresponde con su final: Jesús, antes de saciar el hambre de la multitud con la primera multiplicación de los panes, se puso a enseñarles muchas cosas. Con este sencillo detalle, el evangelista deja entrever a los lectores cuál era el verdadero sentido de la misión de Jesús. Atendería sin duda la imperiosa necesidad de los hambrientos, pero sin olvidar el cometido para el que había sido enviado: dar a conocer a todos el Reino de Dios. Su actividad taumatúrgica se convertía así en un signo de la presencia del Reino.

Se explica, pues, el que Jesús propiciara a sus discípulos un lugar solitario con el fin de  reconsiderar y retroalimentar su agitada agenda misional. Había un motivo más para ello: acababa de ser decapitado Juan el Bautista. Como pastores del rebaño, necesitaban el sosiego íntimo y silencioso de la reflexión y la oración para evaluar su experiencia.  ¡Tú solo, Señor, tienes palabras de vida eterna! Junto al pan que reconforta al hambriento, no puede faltar el alimento de la Palabra. La compasión de Jesús, solidario ante cualquier emergencia, llega hasta lo más hondo del ser humano: bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados(Mt 5,6); venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados... (Mt 11,28).

Fray Juan Huarte Osácar

Comentario – Lunes XV de Tiempo Ordinario

(Mt 10, 34 – 11, 1)

Amar a Jesús es entregar lo más profundo del corazón al que derramó su sangre para purificarlo, al que puede darle sentido y luz, al único que tiene el derecho de ser Señor de ese corazón. Ningún otro ser humano puede ejercer ese dominio santo, porque sólo Jesús es Dios.

Por eso, ni siquiera el padre o la madre pueden ocupar ese lugar. Ellos han sido instrumentos del Señor para darnos la vida y deben ser amados y honrados, pero no pueden ocupar el lugar de Cristo, porque no pueden darnos lo que sólo él puede comunicar a nuestras vidas.

Tampoco los hijos pueden ocupar ese lugar; no son ellos los que pueden darle a nuestra vida su último sentido, aun cuando podamos dar nuestra vida por amor a ellos. Además, cuando ellos pretenden alejarnos del Señor, no podemos ceder a sus pretensiones para vivir en paz con ellos. Él vale más que esa falsa paz.

Pero luego Jesús sintetiza todo lo que no es él en la expresión «vida». Todo lo que forma parte de la vida, todo lo que amamos, todo lo que nos entusiasma, todo lo que no es Dios, todo eso puede terminar, puede alejarse de nosotros dejándonos solos y vacíos. Por eso, aferrándonos a todo lo que la vida nos regala de algún modo estamos perdiendo la vida misma, que sólo en él encuentra firmeza, seguridad, estabilidad.

Finalmente, aunque nos ha hablado de ese valor del encuentro con él, que es superior a cualquier cosa y a cualquier persona, nos dice también que a él podemos recibirlo cuando recibimos a los demás, a los que él envía para que expresemos a través de ellos nuestro amor y nuestra confianza en él: un profeta, un justo, o simplemente un pequeño discípulo. Amarlo a él más que a los demás no quiere decir que nos aislemos y que eliminemos a los demás de nuestra vida. En los demás podemos amarlo a él mismo.

Oración:

«Toma, Señor, el lugar que sólo a ti te corresponde en mi vida. Tú eres el único Señor; apodérate del espacio más íntimo y personal de mi corazón, para que así pueda amar a los demás con tu amor y reconocerte en los hermanos».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XVI de Tiempo Ordinario

1

Quiénes son los buenos pastores

El cuarto domingo de Pascua se nos presentaba Jesús como el Buen Pastor, con mayúsculas. Hoy aparece el mismo tema, pero con minúsculas: quiénes son buenos pastores del pueblo, y quiénes malos.

Aquellas personas que han sido puestas de un modo u otro al cuidado de los demás, social o eclesialmente, deben tener unas cualidades. Si no las cumplen, puede pasar lo que constató Jesús -y antes el profeta Jeremías en su tiempo-, que, por descuidar esas personas su deber, la gente anda desorientada, como ovejas sin pastor. Como muchas veces constatamos en el mundo de hoy, no sólo en tiempos de Jesús.

 

Jeremías 23,1-6. Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores

Yahvé, por medio del profeta, se queja de los malos pastores de Israel. No se preocupan de las ovejas, como debería hacer un buen pastor, sino que las dispersan: «os tomaré cuentas».

Por su parte, Dios promete que para después del destierro, cuando vuelva su pueblo, él mismo se cuidará de ellos: «yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, las volveré a traer a sus dehesas». Además, se preocupará de que

tengan buenos pastores: «les pondré pastores que las pastoreen, y ninguna se perderá». En concreto, promete un pastor especial: un «vástago legítimo de David, un rey prudente, que hará justicia y derecho en la tierra». Su nombre será precisamente este: «el Señor nuestra justicia».

El salmo no podía ser otro: «el Señor es mi pastor, nada me falta», con las hermosas perspectivas que ofrece: «me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas… aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo…».

 

Efesios 2, 13-18. El es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa

Para Pablo, las consecuencias de la fe en Cristo son la paz, la reconciliación y la unidad de todos los pueblos. Aquí habla de la división que había entre Israel y los pueblos paganos: «él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando el muro que los separaba».

Cristo es nuestra paz, el que nos ha reconciliado a todos con Dios. Lo ha hecho «mediante la cruz, dando muerte, en él al odio». Ahora, ya reconciliados, «unos y otros podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu».

 

Marcos 6, 30-34. Andaban como ovejas sin pastor

Los doce, que, como leíamos el domingo pasado, habían sido enviados a una misión apostólica, vuelven satisfechos y cuentan a Jesús «todo lo que habían hecho y enseñado».

Jesús, viendo que están cansados y necesitan un poco de calma para revisar con él su experiencia, porque la multitud les acosa hasta el punto de que «no encontraban tiempo ni para comer», les propone retirarse «a un sitio tranquilo a descansar un poco». En efecto, embarcan para pasar al otro lado del lago.

Pero la gente intuye a dónde van y, corriendo por tierra, llegan antes que ellos. Cuando Jesús «vio la multitud, le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor». Y entonces «se puso a enseñarles con calma».

 

2

También los pastores necesitan descanso y silencio

Es significativo el detalle humano de Jesús, que ofrece a los doce un descanso, solos con él, para revisar experiencias, a la vuelta de su primera misión apostólica.

Todos necesitamos momentos de reposo. Ante todo para poder confrontar con alguien nuestras experiencias apostólicas, sean éxitos o fracasos. Ojalá tengamos siempre a alguien con quien compartir lo vivido, que sepa escucharnos y con el que podamos revisar y remotivar lo que vamos haciendo.

Todos necesitamos un poco de paz en la vida, momentos de oración, de silencio, de retiro físico y espiritual, con el Maestro. Como cristianos comprometidos, debemos ser activos, generosos, pero no activistas ni víctimas del «estress», que no es bueno, ni siquiera cuando es espiritual. El ritmo frenético que llevamos en este mundo, también para las cosas del ministerio, no es bueno para nuestra propia salud mental y espiritual.

De los apóstoles se decía que no tenían tiempo ni para comer. De nosotros a lo mejor se podría decir que no tenemos tiempo ni para rezar. Sería muy triste. Es verdad que el «retiro» espiritual que les propuso Cristo no pudo realizarse en aquel momento, porque la gente no se lo permitió. Pero ahí queda su intención. Los «pastores» necesitan alimentar su acción. Él mismo, Jesús, buscaba momentos de soledad para orar con Dios.

No hace falta que todos huyamos al desierto o nos convirtamos en ermitaños. Pero sí que podamos gozar de una suficiente serenidad y de equilibrio mental y psíquico, que nos «defendamos» del excesivo trabajo y encontremos en nuestro horario tiempo para meditar, para leer, para rezar. El tiempo que dedicamos a la oración no es un tiempo que robamos a los destinatarios. Tal vez estemos más unidos a ellos cuando rezamos que cuando estamos en medio de ellos. Además, en la oración nos encontramos con nosotros mismos y con la armonía interior que todos necesitamos.

Eso es lo que pretenden los retiros mensuales, o los Ejercicios anuales, o la Liturgia de las Horas y la meditación diarias. Este saber conjugar, como nos enseñó Cristo, el trabajo y los momentos de oración, es lo que nos llevará al equilibrio que necesitamos como personas y como pastores.

 

Los malos y los buenos pastores

Leyendo a Jeremías y la queja de Dios contra los dirigentes, que están llevando al pueblo a la ruina, sabemos bien quiénes son los malos pastores: los que no se cuidan de las ovejas, sino que se buscan a sí mismos; los que en vez de unir y guiar, dispersan; los que no las defienden contra los posibles peligros. A veces es la gente la que se queja de los malos pastores. Esta vez es Dios mismo quien se queja de ellos.

Menos mal que Dios nunca dejará a su pueblo sin pastores. Porque en verdad, en tiempos de Jeremías y de Jesús -y ahora- muchas personas están desorientadas, como ovejas sin pastor, y necesitan quien les guíe. Dios, ante todo, promete que él mismo será el Pastor: «yo mismo reuniré el resto de mis ovejas». Además, «les pondré pastores que las pastoreen, y ninguna se perderá».

El que es Buen Pastor, con mayúsculas, que cumple esa promesa de Dios, es Cristo Jesús. Nos da un ejemplo muy hermoso en el pasaje de hoy: «vio la multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor». Sabe conjugar la oración y el retiro con la caridad. Aunque busca momentos de silencio y oración, aquí da preferencia a seguir atendiendo a la gente. Además, lo hace sin reprenderles su «persecución». No hace ver que le han estropeado su plan ni que tiene prisa: «se puso a enseñarles con calma».

Un buen pastor -el que tiene una responsabilidad en el ámbito familiar o educativo o eclesial- es el que sabe conducir a buenos «pastos» y «aguas limpias», el que defiende a las ovejas, el que sabe curarlas, el que se preocupa por ellas, el que les dedica su tiempo y su propia persona, el que tiene buen corazón y siente compasión de los más necesitados, el que no se busca a sí mismo, sino el bien de todos, el que encuentra tiempo para escuchar y cuidar de las personas a él encomendadas y las trata sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Eso no va sólo para los pastores de la Iglesia. También para los padres de familia, que deben tener tiempo para dialogar con sus hijos, sobre todo en los momentos más difíciles. Para los educadores, que pueden influir más en los niños y jóvenes con su cercanía que con sus enseñanzas. Para los superiores de una comunidad parroquial o diocesana o religiosa, que deben dedicar sus mejores horas a las personas, y no a las estructuras.

Cristo ha unido a todos los pueblos

Una de las consecuencias que nos ha producido el haber sido salvados por Jesús es, según Pablo, que él ha hecho de todos un solo pueblo.

Hablando de los que provienen del paganismo y los que pertenecían al pueblo israelita, Pablo resalta que ahora todos estamos unidos por el mismo Jesús. Ya no son dos pueblos, sino uno solo. Se ha derribado el muro del odio que los separaba. El, entregándose en la cruz por todos, ha hecho las paces entre los judíos y los no judíos, «uniéndoles en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio». La muerte

salvadora de Cristo nos ha reconciliado a todos con Dios. Por Jesús «unos y otros podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu».

Es una llamada siempre actual para nosotros. Debemos ser personas de paz y reconciliación. A nadie le podemos considerar como extraño en esta familia que se llama la Iglesia de Cristo. Por nuestra acogida fraterna, debemos hacer sentir a todos que son hijos de la misma familia.

Ahora no será tal vez la distinción entre paganos y judíos la que nos interpela. Pero hay otras actitudes parecidas: ¿nos creemos superiores a otros? ¿tenemos un corazón capaz de comprender y dialogar con los que piensan distinto, seguramente con la misma buena voluntad que nosotros? ¿practicamos el ecumenismo, no sólo con los cristianos de otras confesiones, sino en nuestra propia familia, en nuestra comunidad religiosa, en las relaciones entre jóvenes y mayores, entre laicos y

religiosos? ¿acogemos a los alejados, a los emigrantes, a los turistas, a los forasteros? ¿les facilitamos que se sientan como en su casa? ¡Qué hermosa la consigna de Pablo: «paz a vosotros, los de lejos, paz también a los de cerca»!

Si los malos pastores, en vez de unir, dispersan, como decía Jeremías, los buenos pastores -y responsables en cualquier grado- son los que unen y tienden puentes.

Igual que Cristo hizo caer el muro divisorio entre Israel y el resto de la humanidad; igual que en Berlín cayó felizmente el muro que separaba el Este del Oeste, tal vez tendrán que desaparecer más muros en nuestra vida personal o comunitaria, para que puedan cumplirse estas perspectivas tan optimistas de Pablo y lo que ya el salmo cantaba: «Dios anuncia la paz a su pueblo».

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 6, 30-34 (Evangelio Domingo XVI de Tiempo Ordinario)

Sedientos de su palabra

Este es un relato de transición, propio del redactor del evangelio de Marcos, que quiere preparar la primera multiplicación de los panes. Los Doce (aquí les llama apóstoles) vuelven de su misión, contentos de lo que han dicho y han hecho. Ya sabemos que lo que han dicho tiene que referirse a las cosas que Jesús les ha enseñado y que se centran en el anuncio de la llegada el reino de Dios. Lo que han hecho es liberar a las gentes de sus males, como han visto hacer a Jesús. En ese momento, por el desgaste que ello significa, Jesús quiere compartir con ellos en un lugar solitario pero, de pronto, aparece la multitud y deben marchar en una barca. La experiencia de la travesía, para quien la haya hecho, sabemos que es verdaderamente restauradora. Pero la escena nos asoma casi de inmediato de nuevo a la multitud que está sedienta y ansiosa de esta experiencia que los Doce tienen con Jesús.

Considero que el redactor de nuestro evangelio está jugando, simbólicamente, con este contraste entre la suerte de los discípulos que puede gozar a la paz de la palabra de Jesús (aunque bien es verdad que después de desgastarse en el anuncio del reino) y la necesidad que tiene la multitud de esta palabra. Todo esto es para mostrarnos que, tras la travesía restauradora, Jesús tiene compasión de la multitud porque la ve como ovejas sin pastor (cf Num 27,17). Ahora Jesús ha “restaurado” a los suyos, que tienen que volver, cuando sea, a la itinerancia para anunciar de nuevo el reino. Y entonces ve a la multitud y ya no puede huir, tiene que entregarles su palabra, su persona, como se la ha entregado a los discípulos. Jesús se nos presenta como cumpliendo un anhelo y un deseo que muchas veces en el AT hacía referencia al pueblo que estaba siendo defraudado por sus jefes e incluso por los que tenían una responsabilidad más religiosa: eran como ovejas sin pastor y sin guía (cf Num 27,17; 1Re 22,17; Ez 34,5; 2Cro 18,16; Jud 11,19).

El evangelio, por otra parte, nos muestra el hambre que tenía la gente de escuchar un mensaje de salvación y de gracia, el que Jesús ofrecía por todas las aldeas y pueblos de Galilea, a lo que habían contribuido también sus discípulos, enviados para llegar a donde no podía llegar él. Es sintomático cómo el texto busca un lugar solitario para gustar más profundamente esta experiencia de la misión, ya que muchos iban y venían, sin dejarles personalizar esta experiencia. Pero al final, al desembarcar de nuevo en la orilla del lago, el texto nos muestra que Jesús ve a la gente con tal anhelo de escucharle, que la compasión del pastor puede más en su corazón. Sin duda que habría gente dirigida por alguna sintonía populista, como sucede con todos los fenómenos sociales y religiosos; pero en medio de todo Jesús detecta la falta de orientación y la necesidad de salvación de los abandonados. De esa manera, por medio de nuevos pastores, se cumple con más o menos precisión el texto de Jr 23,1-6: por una parte los pastores, los apóstoles; por otra el pastor, el nuevo rey, del que parte el mensaje fundamental del reino. De esa manera se explica maravillosamente la continuación de la narración del evangelio con la primera multiplicación de los panes, que es un relato que se introduce con esta actitud de Jesús al compadecerse de la multitud.

Ef 2, 13-18 (2ª lectura Domingo XVI de Tiempo Ordinario)

El es nuestra paz

La segunda lectura, de Efesios, nos ofrece también una verdadera teología de la paz. Incluso se hace una de las afirmaciones teológicas más impresionantes del NT: El, es nuestra paz. El primer efecto de la pacificación (aquí entre judíos y paganos), no es primeramente entre ellos mismos, sino de toda la humanidad con Dios (vv. 13-18), como muerte de la enemistad, acercamiento a Dios, reconciliación con El, evangelización de la paz. Independientemente de la forma literaria del texto, para algunos es un himno sobre la pacificación de la humanidad. Por eso el v. 14 comienza de una forma enfática, refiriéndose a Cristo, “él es nuestra paz” (ipse est pax nostra, como traduce la Vulgata). ¿Por qué? Porque ha hecho de los dos pueblos uno. Se refiere a judíos y paganos que era, entonces, la división abismal e irreconciliable para la teología ortodoxa judía.

¿Qué ha hecho Jesucristo para ello? De entre estos términos, el más expresivo es el de «reconciliación», puesto que revela uno de los temas más expresivos de San Pablo (cf 2Cor 5,18-20; Rom 5,10-11; 11,15; Col 1,20-22), aunque no podamos decir que sea eje de su teología. Con ello se presenta la obra de Cristo como una restauración de las relaciones amistosas entre Dios y el hombre rotas por el pecado. El fruto de la reconciliación es la paz y la amistad. La reconciliación es un proceso objetivo y real, antes de toda colaboración del hombre creado por Dios. Es Cristo mismo el signo y la realidad de esa reconciliación de Dios y la humanidad. El autor de Efesios quiere poner de manifiesto que el don de la paz es un don de Dios y ese don es Cristo mismo, porque gracias a El todos los hombres, en todas las culturas y religiones pueden vivir en paz. Si no es así, no es por exigencia del Dios de Jesús, sino porque los hombres se niega a la misma paz.

Jer 23, 1-6 (1ª lectura Domingo XVI de Tiempo Ordinario)

El pastor de la unidad

La primera lectura del profeta Jeremías es uno de los pasajes que se refieren a la casa de Judá, a la que profeta juzga, pero a la que promete un tiempo ideal, en que al pueblo dispersado, maltrecho y sin esperanza se le promete unos pastores que reúnan de nuevo al pueblo. Lo que más llama la atención son los vv. 5-6 pues todo se concreta en una persona, en un pastor, a lo que antes se ha insinuado. ¿Se trata de un texto mesiánico? Discuten los autores, porque consideran que es un añadido a los vv. 1-4. Pero lo que debemos considerar es que Dios mismo interviene en medio de su pueblo, valiéndose de nuevos y mejores pastores, y más concretamente de un pastor que restaure la unidad de Judá y de Israel.

Eso no se consiguió nunca si lo entendiéramos en un sentido histórico estricto; pero si tenemos en cuenta un valor simbólico que va más allá del nacionalismo de Judá y de Israel, se propone un pastor, un rey, que con cualidades éticas (no estrictamente políticas, ni guerreras), traiga la justicia y el derecho, que son los ideales de un buen rey de Oriente y de todas las naciones. Se habla de salvación y de paz, porque la verdadera salvación se fundamenta en la paz y la justicia. Reinará con sabiduría y le darán un nombre, ya que darle un nombre a alguien significa reconocer lo que ha hecho; es como un oficio bien aprendido y vivido con vocación singular. Ese nombre es «El Señor nuestra salvación». Es decir, lo que algo esa persona idílica tiene que estar en relación con el Dios que salva. Así quedamos emplazados para ver en Jesucristo este proyecto misterioso del oráculo. Porque no olvidemos que él ha de llevar el nombre de “Jeshua”: Dios salva, es mi salvación.

Comentario al evangelio – Lunes XV de Tiempo Ordinario

Nadie ha dicho que la fe en Jesucristo sea fácil. La fe es una batalla en dos frentes principales: interior, contra nosotros mismos en nuestras inclinaciones más egoístas, destructivas u oscuras; exterior, contra las circunstancias, situaciones y personas que, en ocasiones, tratan de obstaculizar nuestro camino de seguimiento. Para mantener y avanzar en el camino de la fe hay que luchar, y la batalla más dura que se nos puede presentar es contra los de nuestra propia casa.

En la Palabra de hoy Jesús nos advierte de esta posibilidad. Puede ocurrir que en el seno de nuestra familia, de nuestro entorno más querido, surja la incomprensión o el rechazo por el hecho de que seamos creyentes. Si esto sucede, la llamada del Maestro no es al odio o al rechazo, sino a la aceptación de esta realidad en forma de cruz, cargando con ella. Esto es difícil, por ello la tentación puede ser abandonar a Jesús con tal de mantener la paz familiar. En esta situación extrema Jesús es muy claro: El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí…

Evidentemente Jesús amó la vida familiar, su Encarnación fue en familia, y la fe se puede y se debe vivir en familia, pero en caso de incompatibilidad, la opción está clara: primero Dios. El mensaje de Jesús es de paz, pero en ocasiones y entre algunas personas levanta espadas porque no es un mensaje meloso, descafeinado o light, sino transformador y radical, va a la raíz de las cosas, por ello ha encontrado, encuentra y encontrará rechazo de múltiples formas hasta el final de los tiempos. Mirando a la primera lectura del libro del Éxodo, nos encontramos con la persecución que sufrió el pueblo hebreo en Egipto, les oprimían y amargaban la vida con dura esclavitud. También San Enrique, cuya memoria libre nos propone hoy la liturgia, fue un príncipe medieval que tuvo que luchar para salvaguardar la fe.

Por eso, cuando experimentes el rechazo de los de tu casa no te desanimes, recuerda que forma parte del camino de seguimiento de Jesús, no permitas que el rencor acampe en tu interior y reza por los que no te entienden ni te comprenden, para que algún día reciban a Cristo en su corazón.

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes XV de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XV de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 10,34–11,1):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

Hoy —en nuestro tiempo— «amor» significa tantas cosas —incluso contrarias— que a menudo no se percibe su genuino sentido. Todos queremos amor, pero no todo es amor. Jesús ofrece un criterio sensato: amar es un «perderse». Quien no esté dispuesto a las «fatigas del éxodo» no puede amar: amor y comodidad son incompatibles.

La Trinidad representa el amor esencial (un eterno «Ser para…») y el hombre es imagen de Dios: alguien que por inclinación natural desea «dar y recibir amor». ¡Perder la vida!: Jesucristo describe su propio itinerario, que a través de la cruz lo lleva a la resurrección. Es el camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando fruto abundante. El amor es una exigencia que no me deja intacto: no puedo limitarme a seguir siendo yo a secas, sino que he de perderme una y otra vez.

—Jesús, Hijo de Dios, que «eres para» nosotros haciéndote hombre, concédeme seguir tus sendas de amor «siendo y viviendo para» los demás.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Lunes XV de Tiempo Ordinario

LUNES XV DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de feria (verde)

Misal: cualquier formulario permitido, Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Éx 1, 8-14. 22. Obremos astutamente contra Israel, para que no se multiplique más.
  • Sal 123. Nuestro auxilio es el nombre del Señor.
  • Mt 10, 34 – 11, 1. No he venido a sembrar paz, sino espada.

Antífona de entrada (Sal 47, 10-11)
Oh, Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo; como tu nombre, oh, Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra. Tu diestra está llena de justicia.

Monición de entrada y acción penitencial
Hermanos, al comenzar la celebración de la Eucaristía, celebración de alabanza al Padre, por Jesucristo, el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo, pidamos a Dios que nos conceda la conversión de nuestros corazones; así obtendremos la reconciliación y se acrecentará nuestra comunión con Dios y con nuestros hermanos.

• Tú que eres la Imagen viva del Padre. Señor, ten piedad.
• Tú que eres el Hijo de Dios vivo. Cristo, ten piedad.
• Tú que eres el Ungido por el Espíritu Santo. Señor, ten piedad.

Oración colecta
DIOS Padre, que,
al enviar al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación,
revelaste a los hombres tu admirable misterio, concédenos,
al profesar la fe verdadera, reconocer la gloria de la eterna Trinidad
y adorar la Unidad en su poder y grandeza.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos ahora confiadamente a Dios Padre, pidiéndole que nos conceda la fuerza necesaria para seguir las exigencias del evangelio.

1.- Por la unidad y libertad de la Iglesia católica. Roguemos al Señor.

2.- Por las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Roguemos al Señor.

3.- Por la paz y el progreso de las naciones. Roguemos al Señor.

4.- Por la liberación de toda violencia, división y peligro. Roguemos al Señor.

5.- Por nosotros y por los que no han podido venir a esta celebración. Roguemos al Señor.

Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción; líbranos de la epidemia que estamos padeciendo, concede descanso eterno a los que han muerto, consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor glorificando juntos tu santo nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración después de la comunión
SEÑOR y Dios nuestro,
la recepción de este sacramento y la profesión de fe en la santa y eterna Trinidad
y en su Unidad indivisible
nos aprovechen para la salvación del alma y del cuerpo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.